martes, 5 de noviembre de 2024

No olvidemos lo sobrenatural: Adán y Eva

 Es doctrina de la Iglesia Católica que Adán y Eva existieron: fueron el primer hombre y la primera mujer. También es doctrina que todos descendemos de ellos y que cometieron el pecado original. Pero esto a muchos les suena a falso. No creen que existiera un primer hombre y una primera mujer, sino que Adán y Eva son unos seres alegóricos, de leyenda, que simplemente representan el inicio de la humanidad y que fueron inventados por el escritor del Génesis para contarnos la creación del hombre y la existencia del pecado de forma poética. Que los ateos tengan esta visión no es de extrañar. Lo preocupante es que muchos cristianos incurren en este error doctrinal, que se llama poligenismo.

Y es cierto que si pensamos en la aparición del hombre como un proceso natural, no existe un primer ser humano. Las especies se van formando de gradualmente, pasito a pasito, a lo largo de decenas de miles de años y no hay un primer individuo de la especie: cada individuo que nace es de la misma especie que sus progenitores. Luego la exigencia doctrinal de la existencia de Adán y Eva como los dos primeros individuos de la especie humana se presenta a veces como un ejemplo en el que la doctrina de la Iglesia contradice a la ciencia.

Y si la única visión del mundo que tienes es lo natural, es difícil superar esta contradicción. Pero si crees en Dios y en lo sobrenatural, no debiera haber problema alguno.  El que  muchos cristianos incurran en el error del poligenismo proviene de no entender qué es el hombre. Porque lo que diferencia a un hombre de cualquier otra criatura no son sus genes. Lo que diferencia la hombre de cualquier otra criatura es que posee alma. La diferencia no es natural, sino sobrenatural.

Y así desaparece cualquier contradicción. Evidentemente, no sé cómo apareció Adán, pero voy a dar un posible mecanismo que es correcto tanto biológica como teológicamente.

Digamos que había una especie de homínidos, que vivía en África y que contaba con unos cuantos miles de individuos. Dios convirtió uno de estos homínidos en hombre insuflándole un alma Este fue Adán. Genéticamente era como sus padres y hermanos. Pero sobrenaturalmente, no. Al tener alma también disponía de las potencias del alma: inteligencia, memoria y voluntad. El resto de la especie sólo tenía instinto y obedecía a su instinto. Adán, no. Adán era diferente. Adán era capaz de razonar. Adán era libre. Y se sintió sólo. Entonces Dios insufló alma a una hembra homínida y se convirtió en Eva, la primera mujer.

Adán y Eva, gracias a poseer almas,  no sólo tenían inteligencia, memoria y voluntad, sino también un conocimiento de Dios. Desgraciadamente decidieron usar su voluntad para desobedecer a Dios y cometieron el pecado original. Nótese que si Adán y Eva no existieron, sino que son sólo seres alegóricos, el pecado original no pudo suceder, y eso implica que el pecado es algo consustancial al hombre, es algo que Dios introdujo en nosotros. Y eso contradice la esencia de Dios.

Adán y Eva eran biológicamente indistinguibles del resto de los homínidos: eran de la misma especie. Pero eran esencialmente diferente de ellos: eran humanos porque tenían alma. 

Pero si Adán y Eva eran biológicamente sólo dos homínidos entre miles, ¿cómo es que son los padres de toda la especie humana? Tampoco es difícil de explicar. Empecemos por un caso muy simple.

Supongamos que no había miles de homínidos sino solo dos parejas: Adán y Eva, que eran humanos y Yago y Zoe que no lo eran. Les llamaremos la Generación 0. Adán y Eva tuvieron descendencia, como también la tuvieron Yago y Zoe. Esta es la Generación 1. La mitad de esta generación, los descendientes de Adán y Eva, también tenían alma y eran humanos, mientras que los de Yago y Zoe no tenían alma y eran homínidos. Pero eran todos de la misma especie biológica. Ahora digamos que en esta generación nunca se emparejaron hijos de los mismo padres. Por lo tanto los hijos de Adán y Eva se emparejaron con los hijos de Yago y Zoe. Sus descendientes forman la Generación 2. Y toda esta generación son descendientes de Adán y Eva y por lo tanto son todos humanos.

Si en vez de dos parejas son unas cuantas miles de parejas, se puede demostrar que pasará lo mismo, sólo que tardarán más generaciones. No muchas más, quizá una docena o dos. Además, como los humanos tienen claras ventajas evolutivas sobre los homínidos, la teoría de la evolución nos asegura que los homínidos acabarán por desaparecer.

Este no es el único mecanismo posible. Se me ocurren algunos y estoy seguro que hay muchos otros que ni siquiera se me pueden ocurrir. Pero eso no es lo importante. Lo importante es tener claro que la diferencia entre los hombres y cualquier otro ser vivo no es natural sino sobrenatural; no es por la existencia de unos genes, sino por la existencia del alma.

El alma es lo que hace que seamos seres humanos. Y el alma sólo la da Dios. Si vivimos eso, hemos avanzado mucho en el camino del cristianismo.


domingo, 22 de septiembre de 2024

Gracia de Dios

 Hace más de 30 años vi un episodio de Los Simpson del que recuerdo bien poco excepto una subtrama, que me quedó muy grabada. Por algún motivo (creo que una huelga) dejó de haber programación infantil en la TV. No habiendo televisión, los niños salieron a la calle y se pusieron a jugar. Y se lo pasaron muy bien: corrían, jugaban, reforzaban amistades, crecían en cuerpo y alma. Habían encontrado la felicidad. Pero entonces se acabó la huelga, volvió la programación infantil y los niños volvieron a sentarse y tumbarse en el sofá absorbiendo la nada que les venía de la pantalla, solos, con risas superficiales, abobados. El mensaje me quedó muy claro y se me quedó grabado para siempre: entre algo que es bueno para ti y algo cómodo, eliges lo cómodo. No es una cuestión de ignorancia: sabes que es bueno para ti. Tampoco es una cuestión de sufrimiento: lo disfrutas. Es igual: la comodidad gana.

Eso es algo que a todos nos pasa: comemos lo que sabemos que no nos conviene, pero que nos gusta; no salimos a pasear, aunque el día sea precioso; nos aburrimos delante de la televisión, pero no cogemos un libro que nos haría pasar un mejor rato y nos haría pensar. La comodidad gana.

Y esto es algo que he vivido también en mi vida como profesor: un buen sistema pedagógico debe cerrar las puertas a las salidas cómodas pero que llevan al fracaso y forzar al alumno a estudiar y trabajar. Hay estudios que lo muestran: si damos a los alumnos una salida cómoda, aunque sepan que es un camino que casi siempre acaba en el suspenso, demasiados alumnos lo cogerán.

Con nuestras almas pasa lo mismo: los santos, y Jesús mismo, nos advierten que el camino a la perdición es ancho y cómodo, mientras que el camino a la salvación pasa por la Cruz. Dada la naturaleza humana, no me sorprende que caigamos tan a menudo, que las tentaciones nos venzan tantas veces: la carne es débil.

Lo que me sorprende es otra cosa: que no vayamos todos bajando a tumba abierta por la autopista al infierno. Porque, a diferencia de lo que indicaba de los sistemas pedagógicos, nada ni nadie nos impide coger el camino a la perdición; nada ni nadie nos fuerza a abrazarnos a nuestra cruz de cada día. Si yo hubiera dado mis clases con el sistema pedagógico que Jesús nos ha dejado, mi porcentaje de aprobados sería muy cercana al 0.

Mirándome a mí: con lo mucho que me tiran mis concupiscencias, con lo comodón que soy, con los mensajes demoníacos con que me bombardea el mundo (¿os habéis fijado en los anuncios últimamente?), con lo fácil que es no pisar una iglesia ni hablar con un cura, ¿cómo es que sigo diariamente esforzándome por subir por el camino estrecho, pedregoso y empinado que lleva al cielo?

Sólo se me ocurre una respuesta: es por la gracia de Dios.

No hay una explicación natural. Sólo puede ser un motivo sobrenatural. Y ahora entiendo mejor la primera pregunta y respuesta del Catecismo que aprendí de niño: “¿Eres cristiano? Soy cristiano por la gracia de Dios”. No soy cristiano porque por mis padres o por la sociedad o por la catequesis o por nada de eso: soy cristiano por la gracia de Dios. Sólo la gracia de Dios me da la fuerza que necesito para ser cristiano.

A poco que miremos alrededor la pregunta que se nos ocurre es “¿Y todos estos no recibieron la gracia de Dios?” Sí, recibieron la gracia de Dios, pero no la aceptaron o no la pusieron a trabajar. Esto lo he leído de muchos santos: las gracias que recibimos de Dios hay que agradecerlas y ponerlas a trabajar. Y después pedir más y recibiremos más.

Es lo que se nos explica en la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 12-27): recibes tus talentos, mucho o pocos, y si los pones a trabajar, se multiplican: el que tiene 5 talentos, acaba con 10; el que tiene 2, acaba con 4.  En cambio, si los escondes, los pierdes: “Quitadle su talento y dádselo al que tiene 10”. Y lo bueno es que es una inversión segura: un talento negociado, siempre crece.

A veces nos pensamos que Dios se oculta y nos gustaría que estuviera más presente.  Pero la verdad es que lo tenemos a nuestro lado en todo momento. Sin su ayuda constante nos sería imposible avanzar hacia el Reino. Su gracia está siempre a nuestra disposición, pero la hemos de desear, la hemos de aceptar y la debemos trabajar. Sólo así nos ayudará en nuestra salvación.


viernes, 30 de agosto de 2024

Expresiones que detesto: “Ser amigo de Jesús”

 En Primeras Comuniones, misas de niños, e incluso en confirmaciones he oído demasiado a menudo al sacerdote preguntar a los niños si quieren ser “amigos de Jesús”. La respuesta que me sale del alma cuando lo oigo es “No. Quiero ser su discípulo”. Le he cogido manía a lo de “ser amigo de Jesús”.

No es que sea malo querer ser amigo de Jesús. Sta. Teresa exhortaba a sus monjas a ser buenas amigas de Jesús y lamentaba que el buen Jesús tuviera tan pocos amigos. El problema que veo –y el motivo por el que no me gusta la expresión– es cómo se usa; cómo, en el fondo, aleja a los niños de Jesús. En particular, veo tres peligros.

  • Discípulos primero, amigos después. En el relato de la Última Cena del Evangelio según S. Juan, Jesús les dice a los apóstoles “Ya no os llamo siervos, […] a vosotros os llamo amigos”. Ser amigo de Jesús no es el primer paso, es el último. Primero hay que ser discípulo, hacer la voluntad de Dios. Y para saber lo que Dios quiere de nosotros, hay que saberse la Doctrina. No basta decir que hay que “ser bueno”, hay que saber qué significa eso. Ese es el camino para llegar a ser amigos de Jesús. Pero si miras los libros de catequesis de niños, de doctrina hay bien poco. Este es el primer peligro: si uno quiere llegar a amigo de Jesús sin pasar primero por ser discípulo suyo, acabará no siendo ni una cosa, ni otra.
  • Todo empieza en Cristo. Un segundo peligro es que se pone el énfasis en el fiel y no en Cristo. Ya escribí cómo esto se ve muy bien comparando los recordatorios actuales de Primeras Comuniones con los de hace años. Y no sólo es con los niños. Hace unos meses fui al bautizo, primera comunión y confirmación de una joven. Al final de la misa salieron algunos amigos de la joven que estaban muy contentos porque la joven “había decidido ser amiga de Jesús”. Tal y como lo contaban, de ella había partido la amistad. Ella era la protagonista. No es así: todo parte de Cristo. Dios te da la gracia del Bautismo, que tú puedes aceptar. Cristo te ofrece su amistad, que tú puedes aceptar. Y cualquier amistad que tú le des, procede que Él, y tú sólo la retornas. Nada sale de nosotros. Incluso todo el bien que hacemos no es nuestro, sino es gracia que Dios te da, que podemos aceptar o no. Nosotros somos siervos inútiles. Esta idea de que las cosas salen de nosotros roza la herejía del pelagianismo. Esta forma en la que se usa la amistad con Jesús, como si fuera una iniciativa nuestra, es dañina.
  • Amistad divina, no humana. El tercer peligro que veo es que usamos un concepto humano de amistad: Cristo deja de ser nuestro Maestro y se convierte en sólo nuestro colegui. Un amigo no te acusa, no te dice cosas feas, se convierte en cómplice de tus travesuras, tapa tus maldades. Esa no es la amistad de Cristo. Esto lo detalla Ulrich Lehner en su libro, Dios no mola. Pensemos que Cristo era amigo de los fariseos cuando les llamaba sepulcros blanqueados. Y esto se traslada a la vida adulta. Hace algún tiempo yo abría mi parroquia por las mañanas. Un día vino una mujer, de las de misa habitual. Vino en bicicleta. Dejó la bicicleta en el templo y se fue. No es que viniera a rezar y no quiso dejar la bicicleta en la calle, sino que usó la Casa de Dios como aparcamiento. Retiré la bicicleta a un cuartito, pues me dolía verla allí aparcada. Cuando volvió a recuperarla, se la di y aproveché para afearle su conducta. Me respondió que ella se llevaba muy bien con Jesús y que Él la dejaba hacer esas cosas. Vamos, que para ella la amistad con Jesús era una patente de corso que le permitía no ser respetuosa con la iglesia y posiblemente saltarse las normas que le viniera en gana. Esta es una idea de amistad que nos aleja de Jesús. Si queremos ser amigos de Él, no hacemos lo que a nosotros queremos. Jesús mismo lo dice: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”. 
Es una gran cosa ser amigo de Jesús. Pero ha de ser una amistad que empiece en Él, en sus mandamientos, en su voluntad, en la obediencia. Una “amistad” que parte de nosotros, que nos hace importantes, que nos hace cómplices y no discípulos, que nos permite saltarnos sus mandamientos, nos aleja de Él. Y mucho me temo que cuando se les dice a los niños y jóvenes que han de ser amigos de Jesús, piensan más en esto segundo que en lo primero.


domingo, 25 de agosto de 2024

Sumisión e importancia

 La segunda lectura de este Domingo (XXI del tiempo ordinario, ciclo B) es de la carta de S. Pablo a los Efesios y es la que da tantos dolores de cabeza a los sacerdotes en la homilía, sobre todo por la frase “Las mujeres [sed sumisas] a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia”. 

Nuestro sacerdote, en la homilía, no rehuyó el tema, pero fue bastante previsible: que si hay que entender esto en el contexto histórico, que si debemos centrarnos en el mensaje fundamental y no en las formas, etc. Ese era mi forma de entender este texto en el pasado, pero ahora no. Como escribí en una entrada anterior, creo que la Biblia hay que entenderla de forma mucho más literal que interpretada. Esta forma interpretada y contextualizada no es lo que nos quiere decir Dios a través de S. Pablo en este fragmento, sino que es la forma en la que el Mundo entiende este texto.

Una visión mejor la obtenemos si leemos la encíclica sobre el matrimonio Casti Connubii, del Papa Pío XI. El número 10 parte de este texto de S. Pablo y nos dice que toda familia necesita de cabeza y corazón. La cabeza es el hombre, pero el corazón es la mujer. Ambos son imprescindibles: el marido para gobernar, la mujer para amar. Esta es una visión mucho más adecuada. Y puestos a comparar, que preferís, ¿una persona con cabeza y sin corazón o una persona con corazón y sin cabeza? Lo segundo, ¿verdad? Pues eso.

La cabeza no es más importante que el corazón, lo que es, es más visible. Y para el Mundo visibilidad es importancia. Pero para Dios, no: el más importante es el menor de todos, el servidor. 

Y no es sólo cuestión del papel de las mujeres en la sociedad. Pasa tamibén con los hombres: el importante es el Obispo, el Cardenal, el Papa. Tonterías.  Los grandes obispos, como S. Agustín o S. Pío X, no querían ser obispos: lucharon lo que pudieron para no serlo. S. Juan Mª Vianney ni siquiera quería ser cura de Ars: pidió mil veces a sus obispos que lo dejaran ir a un monasterio a vivir en soledad para hacer penitencia por sus pecados (nunca se lo concedieron). El ambicioso que quiere ser obispo es demasiado soberbio para este puesto. Probablemente será muy alabado por el Mundo, pero será un pésimo obispo.

Y en el fondo esto lo sabemos: si necesitamos oraciones, por ejemplo para una enfermedad seria, no se los pedimos a los obispos o cardenales, sino a las monjas de clausura, porque sabemos que ellas son escuchadas por Dios. (Si necesitáis oraciones de monjas de clausura podéis pedirlas en la página web de la Fundación deClausura, y ya puestos, hacer un donativo).

Cuando el Mundo pide importancia, pide alguien que salga en los medios o alguien que gane mucho dinero: busca a una persona visible. El importante para Dios es poco visible, como la Virgen. La búsqueda de importancia mundana lleva a la soberbia, la búsqueda de importancia ante Dios lleva a la humildad. No quieras ser visible, sé servidor. Lo que es mucho más difícil.

Si algún sacerdote lee esta entrada, le pediría que la próxima vez que comente este texto de la carta a los Efesios, se centre en esta idea: El importante para Dios es el servidor de todos y la buena esposa es muy importante porque es la gran servidora de la familia. 


lunes, 22 de julio de 2024

Argumentos cristianos, argumentos mundanos: El caso de la eutanasia

 Santo Tomás de Aquino, en la introducción a su Suma contra Gentiles, indica que al tratar de cuestiones teológicas y de moral con ateos o gente de otras religiones, no se deben utilizar argumentos cristianos. Por ejemplo, no se debe acudir a la Biblia, pues ellos no aceptan la autoridad de la Biblia, y nuestra evidencia carecería de peso, nuestro argumento sería poco convincente y fallaría. Y en esto coinciden los apologistas cristianos. Para argumentar con el Mundo, hay que usar argumentos mundanos: lógica, observaciones del mundo, psicología, etc. 

Pero a este argumento se le puede dar la vuelta: al argumentar con cristianos sobre cuestiones teológicas o de moral, no basta usar argumentos mundanos sino que se debe acudir a la Biblia, al Catecismo y a la Doctrina. No es sólo una cuestión de efectividad –para un cristiano la palabra de Dios o la Doctrina de la Iglesia es evidencia mucho más potente que evidencia psicológica, por ejemplo– sino que es más fundamental y grave: si no usamos la Biblia, la Doctrina, los escritos de santos, estamos diciendo en el fondo que no hay más argumentos que los mundanos, que Dios no tiene nada propio que decir y que la Iglesia tiene su opinión, pero nada más. Y por lo tanto, si escucho un argumento de un profesor de universidad y de un cardenal, como toda la evidencia que me dan ambos es puramente mundana y están en un plano de igualdad intelectual, pues me quedo con el que tenga más sentido o me guste más.

Y esto es lo que estoy viendo en general: el Vaticano, los obispos y muchos sacerdotes usan exclusivamente argumentos mundanos. Esto está bien si están argumentando con el Mundo, pero lo malo es que usan los mismos argumentos cuando están argumentando con cristianos. Son los argumentos que leo en Infocatólica y otros portales católicos. O en las homilías en misa. Y a veces la evidencia que usan o la lógica que usan es peor que el de los mundanos. Dan el mensaje que Dios no tiene nada que decir sobre estos temas, y ellos, poco. Como ejemplo, vamos a coger un caso, la eutanasia.

Los argumentos que he oído sobre la eutanasia a curas y obispos son que es una vergüenza que primen la eutanasia sobre los cuidados paliativos –esto me parece un error táctico que quizá comente en otra ocasión–, que los ancianos nos han cuidado a nosotros y que ahora es de muy egoísta que no les cuidemos a ellos, que lo que duele y hace pensar en la muerte a los que sufren no es el sufrimiento sino la soledad, que es el principio de una pendiente resbaladiza que puede dar lugar a matar a grupos indeseados, y cosas así. Todos estos son argumentos mundanos. Los únicos argumentos ligeramente cristianos, que he oído es que la vida es muy importante y nadie puede disponer de ella y que hay que ser misericordiosos con los débiles.

¿Qué echo de menos?¿Qué argumentos cristianos se pueden usar? Para empezar, que la vida no es nuestra, sino de Dios, y por lo tanto no podemos disponer de ella, ni siquiera de la nuestra. Solicitar tu eutanasia no te salva, sino que te condena. Si Dios te envía esta enfermedad y estos sufrimientos, es para tu salvación, y probablemente también la de tus seres queridos.

También nos podría explicar la Doctrina cristiana sobre el sufrimiento. El que Cristo –Dios mismo– vio necesario sufrir, nos indica que hay una dimensión sagrada en el sufrimiento; que el sufrimiento nos acerca a Cristo, a su Cruz, y por lo tanto a la salvación; que el sufrimiento ayuda a purgar y purificar nuestras almas; que ofreciendo nuestro sufrimiento a Dios, ayudamos en su misión redentora del mundo (Col 1, 24). En conclusión: que el sufrimiento no es algo a evitar a toda costa, y por lo tanto la muerte no es una “solución”.

Nos podrían explicar que cuidar de padres y enfermos te ayuda. Yo he tenido que cuidar de mi padre impedido y de mi suegro y estoy cuidando a mi madre senil y a mi suegra anciana, que vive en casa. Y cuando oigo palabras de conmiseración ante mi suerte, les contesto que cuidar a mis padres es un don de Dios. Y los que han tenido que cuidar de los suyos, por mal que lo hayan pasado, me suelen dar la razón. Mi vida es más cercana a Dios por haber cuidado de los enfermos y débiles.

Y también debe decirse que matar a alguien por ser anciano o enfermo no es misericordioso. Todo lo contrario: es un crimen que Dios aborrece especialmente. Y como dice la carta de Santiago “el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia” (Sant 2, 13). Cualquiera que participe en una eutanasia, ya sea el médico, la familia y amigos que ayudan a convencer al enfermo, los políticos que votan a favor la ley que lo permite o incluso los que defienden este “derecho”, cometen un pecado especialmente grave y ponen en serio peligro su alma. Dejan de estar en gracia de Dios y han entrado en la autopista al infierno. Y como no están en gracia de Dios, no pueden acudir a los sacramentos –excepto, naturalmente, el de la confesión–.

Que los obispos y sacerdotes no usen estos y otros argumentos cristianos para atacar la eutanasia y otras cuestiones morales debilita su argumentación. La debilita ante los cristianos que no ven una dimensión sagrada a las cuestiones morales y acaban por creer que el cristianismo no es más que “un deísmo moralista y terapéutico”. Y también la debilita ante los ateos, que concluyen que el cristianismo es una cosa del pasado y que ahora es una mera filosofía sin más fuerza moral que la que tienen ellos. Y les confirma en su idea que que ellos tienen la capacidad, o incluso el deber, de modelar la sociedad a su gusto. 

Y así no vamos bien.

lunes, 8 de julio de 2024

¿Y ahora qué hacemos?

Son muy recordadas las proféticas palabras de S. Pablo VI, en el que indicaba que “el humo de Satanás” se había infiltrado en la Iglesia. Y últimamente pareciera que este humo se está haciendo más y más espeso. Recientemente el Dicasterio  para el Culto Divino ha prohibido a los organizadores de la peregrinación a Covadonga que celebren la Misa Tradicional al final de la peregrinación. Para algunos esto ha sido la gota que ha colmado el vaso, se declaran muy cansados y se preguntan qué deben hacer. Algunas reflexiones.

  • Muchos santos han sufrido grandes tribulaciones. Para un ejemplo reciente, S. Pío de Petrelcina sufrió persecuciones de los superiores de su congregación y de la jerarquía de la Iglesia, prohibiéndole en algunos momentos ejercer el sacerdocio. Dios permite estas persecuciones porque son parte del camino de santidad de estos santos. Y al igual que personas concretas sufren persecuciones injustas, también las sufren grupos y organizaciones. Es nuestro camino de santidad. Dios no nos tiene abandonados, como no abandonó a sus grandes santos. Todo lo contrario.
  • Todas las cuestiones de la Iglesia no son naturales sino sobrenaturales. Luego es algo que no está en nuestras manos, sino en las de Dios. Nosotros no vamos a resolver esta situación, por lo tanto no nos frustremos: “Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los albañiles”.

Entonces ¿qué tenemos que hacer? Ser santos. Ser santos en nuestra vida diaria. Ser santos con nuestra familia, con nuestros compañeros de trabajo, con nuestros vecinos. Ser santos en el autobús, en la playa, en el supermercado. Ser todo lo santos que podamos, siempre. Al hacer esto, estaremos cerrando puertas a Satanás y eso ya es mucho.

Y para ser cada día más santos, debemos volver a los fundamentos: la oración, la penitencia y los sacramentos. Reza cada día, una hora, por ejemplo. Lee la Biblia cada día, aunque sólo sean las lecturas de la misa del día. Haz penitencia por ti y por los demás pecadores. En particular, si algún obispo o cardenal hace algo que te parece escandaloso, haz penitencia por él. Ve a misa con frecuencia, confiésate periódicamente. Busca donde se hay exposición ante del Santísimo en tus cercanías y vete a adorarle y rezar ante Él. Y si no hay ninguna exposición cercana, haz lo mismo ante el Sagrario.

Y sobre todo, sé perseverante. Esto no es una pequeña batalla: es una guerra permanente. Hay momentos peores –como el presente– y otros mejores, pero la guerra espiritual contra el Mundo no cesa. Y nosotros somos los soldados que Cristo necesita.


domingo, 18 de febrero de 2024

Colas en los confesionarios

En una entrada reciente titulada El huevo y la gallina comentaba que la solución al problema de la Iglesia es acercarse de nuevo a Dios con oración, penitencia y sacramentos. De aquí se deduce que una de las primeras señales que veremos cuando estemos saliendo del hoyo en el que estamos metidos es ver colas ante los confesionarios.

Y de momento estamos lejos: no sólo no hay colas ante los confesionarios, sino que generalmente están vacíos, sin un sacerdote dentro. E incluso hay iglesias que ni siquiera tienen confesionarios. No es cuestión de apuntar el dedo a los sacerdotes o a los fieles: es otra vez un caso del huevo y la gallina, va todo junto. Esta sociedad tiene demasiada soberbia para arrodillarse ante Dios ni ante nadie y pedir perdón; los sacerdotes piensan que hay maneras mejores de usar su escaso tiempo que pasarse horas en el confesionario si total no viene nadie; los fieles piensan que para qué pasar el mal trago de decir sus pecados a un sacerdotes si ellos ya se “confiesan” ante Dios, sin mediación de nadie; la jerarquía quiere hacer “más fácil” el ser católico y no promueve algo que los fieles encuentran desagradable. Nos hemos alejado todos juntos de este sacramento fundamental en la vida católica.   

He oído muchos testimonios de gente alejada de Dios que ha vuelto al seno de la Iglesia. Y siempre destacan que uno de los momentos fundamentales de su vuelta fue la confesión. Es mi caso. Y es un simple ejercicio de lógica darse cuenta que si la confesión ha sido un punto fundamental de la vuelta al Padre, la falta de confesión es un punto fundamental del alejamiento. Es también mi caso.

Fue por tanto una alegría ver que el pasado Miércoles de Ceniza no sólo estaban la misas a rebosar, sino que a la que yo fui había un sacerdote en el confesionario y desde media hora antes de la misa hasta el momento de la comunión, siempre que miré, había alguien confesándose. Hay mucha gente que siente necesidad de penitencia y conversión y es vital atender esta necesidad.

Por todo esto una buena manera de valorar la vitalidad de una parroquia es mirar el confesionario. ¿Hay un horario de confesiones? ¿Se puede encontrar el confesionario con un sacerdote sentado y esperando aunque sea antes o durante las misas? ¿Va la gente a confesarse? ¿Hay cola ante el confesionario? Una parroquia moribunda responderá que no a todas estas preguntas. Una bien viva, responderá que sí. No es el único punto, como comenta el P. Jorge en su blog, pero es un buen punto de partida.

Una comunidad católica viva se confiesa, una moribunda, no. Un sacerdote preocupado por las almas de sus fieles, promueve la confesión, uno preocupado por mil otras cosas, no. Y como he dicho antes, no es cosa de uno o de otro: es cosa de ambos. El sacerdote debe llevar a los fieles hacia el confesionario, pero los fieles también deben llevar al sacerdote hacia el confesionario.

Pide en tu parroquia que haya un horario de confesiones. Confiésate a menudo. Dale las gracias al sacerdote por estar allí, explicándole lo importante que es para ti poderte confesar. Así estarás haciendo tu parte en la salvación de tu alma, y en la recuperación de la Iglesia.



jueves, 15 de febrero de 2024

Miércoles de ceniza: la gente busca convertirse

 Ayer fue Miércoles de Ceniza. Yo fui a misa por la mañana y estaba lleno. Mucho más que cualquier domingo. Mi mujer y mi hijo fueron por la tarde, y también. Y por lo que me cuentan y he leído, esto es lo habitual no sólo en España sino también en el resto del mundo occidental. Por lo que vi ayer, más gente va a misa el Miércoles de Ceniza que por Navidad y probablemente incluso más que por Semana Santa. Pudiera ser que el Miércoles de Ceniza es el día en el que más gente va a misa en todo el año. Y eso que no es un día de precepto. 

Esto rompe algunas concepciones que se tienen y que marcan la vida litúrgica. La más obvia, que conviene mover ciertas solemnidades importantes, como la Ascensión y el Corpus, de jueves a domingo, para facilitar que la gente vaya a la misa. Pero vemos que los feligreses no tienen ningún problema en ir a misa en día laborable para una fiesta señalada. Dado que, sobre todo por la Ascensión, la asistencia a misa no es diferente de la de un domingo cualquiera, considero bastante probable que fuera más gente a misa si se dejara en jueves. 

Otra mala costumbre que se tiene y que queda en entredicho es la reducción de días de precepto. Yo sólo me enteré hace unos pocos años. Cada año el Obispo saca un decreto en el cual dispensa en su diócesis del precepto de ir a misa en algunas solemnidades. Por ejemplo, en 2022 el Obispo de Mallorca dispensó los preceptos de los días de San José y de Santiago Apóstol. El motivo alegado fue que eran días laborables. 

Como argumento en mi entrada sobre el calendario litúrgico, este sometimiento del calendario litúrgico al laboral da subliminalmente la idea de que sólo hay que ir a misa si es cómodo y conveniente. Esto hace disminuir la presencia e importancia que la gente le da, no sólo a las fiestas que se mueven o se dispensan, sino a toda fiesta religiosa. 

Cada Miércoles de Ceniza el feligrés demuestra que va con gusto a una misa, que ni siquiera es de precepto, en un día laborable. Claramente, estas dos costumbre de mover o dispensar grandes fiestas religiosas, son malas costumbres.

Una segunda cuestión que se me ocurrió al ver la gran cantidad de gente en misa fue preguntarme por qué gente que no va a misa los domingos, y probablemente casi nunca, tiene tan gran afecto por la misa del Miércoles de Ceniza. Llegué a la conclusión que la gente, en su interior, tiene un hambre de Dios. Y como ve que Dios no está en su vida, se da cuenta de que debe convertirse. Y el Miércoles de Ceniza le da una respuesta a esta necesidad.

Y si mi conclusión es correcta, entonces hay mucha gente que tiene hambre de conversión y penitencia. Y el decirles que “Dios te quiere como eres” o que todos vamos al cielo no les satisface, pues en su interior saben que no es así. El mensaje buenista, que es prácticamente el único que se recibe en las iglesias estos días, no les atrae, más bien lo contrario, lo encuentran falso y les aleja.

El mensaje de Cristo –y esto se ve claramente en los Evangelios– es el del Miércoles de Ceniza: “conviértete y cree en el Evangelio”. Cristo nos muestra el cielo, pero tras la conversión. Predica que Dios nos perdona, pero que debemos arrepentirnos primero. Que existe el camino del cielo, pero también el del infierno. Y esto Dios lo ha metido en nuestros corazones: lo sabemos profundamente. Necesitamos el mensaje del cielo y también el del infierno. Si sólo nos dan uno, notamos a faltar el otro.

El camino de la salvación es un camino duro. Gozoso, sí, pero duro: es el camino de la cruz.  Las misas a rebosar del Miércoles de Ceniza nos muestra que la mayoría de los fieles estamos dispuestos a las liturgias en día laborable y a la penitencia y la conversión. No es cuestión de añadir dificultades innecesarias, pero buscar lo fácil –que en el fondo es arrinconar la Cruz– es falso y causa rechazo. 


domingo, 11 de febrero de 2024

El huevo y la gallina

Un blog que sigo y recomiendo es Espada de doble filo, de Bruno Moreno, en el portal Infocatólica. Hace unos días escribió una entrada llamada Veinte años en la archidiócesis de Boston, en la que comentaba un artículo del Boston Globe, sobre los veinte años del cardenal O'Malley al frente de la archidiócesis. Una de las cuestiones que destacaba es que, a pesar de todos los males que aquejan a su archidiócesis –falta de vocaciones, alarmante descenso del número de católicos, cierre de parroquias y colegios católicos– no había ningún rastro de admisión de responsabilidad por esta mala situación. Y no es un caso excepcional: en España la situación es igualmente mala y tampoco he oído a ningún obispo admitir responsabilidad alguna. Es más he oído a mi obispo decirnos que en nuestra diócesis de Mallorca ve detalles preciosos y hay buen motivo para vivir esperanzados.

Entonces, si no hacemos nada mal, ¿por qué esta situación? La explicación que he oído más a menudo es que estamos en una mala época, en un mundo muy secular. Que la culpa es del entorno.

Esa es una visión mundana del problema. Tratan a la Iglesia como si fuera una institución o una empresa y consideran los problemas desde esa perspectiva. Y las soluciones que proponen también se adecúan a esta situación: reunión de parroquias en “unidades pastorales”, plan de cierre de parroquias, disminución del número de misas celebradas, cierre gradual y programado de seminarios, etc. Hasta aquí nada que no se haya dicho muchas veces.

Pero hay un aspecto de esta visión mundana de la Iglesia que no he visto comentado. Una empresa es un ente propio, separado. Es sólo parte de la sociedad. Puede tener más o menos influencia pero no es parte necesaria de la sociedad: puede aparecer o desaparecer sin más. Las empresas desaparecen, pero la sociedad sigue. “Unas viene y otras se van, la vida sigue igual”, como dice la canción. No es el caso de la Iglesia.

Dios está en el mundo desde el momento que existe el primer hombre, la primera familia, la primera comunidad. La presencia de Dios es un aspecto necesario de la sociedad. Y esa presencia se articula ahora especialmente a través de la Iglesia Católica. Por lo tanto la Iglesia es parte esencial y necesaria de la sociedad. Si desapareciera, desaparecería la sociedad.

Naturalmente el hombre le da la espalda a Dios muy a menudo. Eso es el pecado original. Y quiere crear una sociedad sin Dios, que es algo que no puede existir. Y cuando eso pasa, la sociedad vuelve a la barbarie. Y eso es lo que vemos con el aborto, la eutanasia, la destrucción de las familias, los problemas de falta de identidad propia (que se manifiestan más notablemente en problemas de falta de identidad sexual), el totalitarismo creciente en los gobiernos, la Agenda 2030, el NOM, etc. 

Todo esto que vemos son síntomas de un único problema: la Iglesia y la sociedad le han dado la espalda a Dios. No es que la sociedad se haya secularizado y la Iglesia deba adaptarse a esta nueva situación, reduciendo su influencia. Ni es que la Iglesia haya perdido el norte y por eso la sociedad se ha secularizado. Pensar de esa manera es plantearse la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Es una pérdida de tiempo. La Iglesia y la sociedad son uno y o ambas van bien o ambas van mal.

Vemos muchos síntomas, pero el problema es uno, el de siempre: nos hemos alejado de Dios. La suerte es que, identificado el problema, debería quedar clara cuál es la solución: volver a Dios. Haciendo esto resolveremos los problemas de la Iglesia y a la vez los de la sociedad, pues ambos son uno.

Y no es que no sepamos cómo volver a Dios. Todos lo sabemos es cuestión de penitencia y ayuno, oración y sacramentos. Es el único camino. Esto lo intuye Bruno Moreno en su entrada, cuando escribe “Tiendo a creer que, mientras no se proclame una ‘gran penitencia’ de toda la Iglesia, las cosas no podrán cambiar a mejor”. Ojalá.

Mis aspiraciones son más modestas. Me gustaría que mi obispo aceptara el problema, explicara cuál es la única solución y proclamara un acto penitencial permanente. No una semana o un mes o una cuaresma. Permanente. Por ejemplo, que cada viernes, en al menos una iglesia de Mallorca, se hiciera por la tarde una misa penitencial, seguido de 24 horas de exposición del Santísimo y un llamado al ayuno. Durante este tiempo, además de amplio tiempo de silencio,  se haría lo que antes se llamaba una misión: una serie de predicaciones exponiendo nuestros pecados y llamando a la conversión. Habría siempre un sacerdote en el confesionario. Se acabaría con una oración penitencial y la misa vespertina del Domingo. Se debería explicar que esto no es algo preparado para los mas piadosos o ciertos grupos, sino que es un acto en el que debe participar toda la diócesis: los que puedan acercarse a la iglesia aunque fuera una hora, deben hacerlo; si no, debes participar en lo que puedas desde tu casa ya sea rezando el rosario, leyendo la Biblia, ayunando, yendo a misa y a confesar a tu parroquia. Todos nos hemos alejado de Dios, todos debemos pedir perdón.

Ojalá esto llegara. Pero si no llega, nada nos impide a nosotros hacer penitencia por la Iglesia: es más fácil y llevadero si lo hacemos todos y guiados por nuestro pastor. Pero me parece que estamos en tiempos heroicos y debemos actuar acordemente. Por ejemplo podemos

  • Ayunar una vez a la semana, haciendo sólo una comida en el día, y no demasiado abundante.
  • Meditar la Biblia y estudiar el Catecismo diariamente. Aunque sea leyendo despacio las lecturas de la misa del día y dedicando 15 minutos al Catecismo.
  • Rezar el rosario o la liturgia de las horas o lo que sea te llene más.
  • Ir a misa a diario o al menos alguna vez entre semana.
  • Confesarte con cierta frecuencia (una vez al mes, por ejemplo)
  • Ir a la Adoración del Santísimo. Puede que tengas alguna capilla de Adoración Perpetua cerca o en alguna iglesia de tu zona se hagan Exposiciones del Santísimo semanales (típicamente los jueves).
  • Levantarte en medio de la noche para rezar. No es rezar en la cama, sino tener alguna imagen e ir a ella para rezar media hora o una hora. Lo recomiendo muchísimo.
Quizá veamos los frutos de nuestra penitencia. Quizá no. Los tiempos de Dios no son los nuestros. Debemos perseverar, pues “la paciencia todo lo alcanza”.

Este es el único camino de salida de la situación de la Iglesia y de la sociedad. Vamos juntos pues somos lo mismo: la comunidad que Dios creó. Además, si no hacemos la penitencia voluntariamente, nos vendrá forzosa.

jueves, 8 de febrero de 2024

Sobre la omnipotencia de Dios (¿Puede Dios crear una piedra…?)

 Hay una pregunta bastante conocida, cuyo objetivo es demostrar que Dios no puede existir. Es la siguiente: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? El argumento es que si la respuesta es “sí”, entonces Dios no es omnipotente pues no puede levantar la piedra. Si la respuesta es “no”, Dios no es omnipotente porque no puede crear la piedra. Sea como sea, Dios no es omnipotente. Como Dios, si existe, debe ser omnipotente, la conclusión es que Dios no existe.

He visto muchas respuestas a esta pregunta y ninguna me ha satisfecho del todo. He acabado creando la mía. Hay un punto crucial en la respuesta. Para que se entienda bien, voy a empezar desde muy lejos e ir despacio hasta llegar a este punto. Vamos allá.

Vamos a ir haciendo preguntas que se vayan acercando a la que queremos responder. La primera es ¿Puede Dios lkaxdfjae ls ajolkjd? La respuesta es no, Dios no puede hacer eso. No es que Dios no sea omnipotente, es que la pregunta no tiene sentido: “lkaxdfjae ls ajolkjd” ni siquiera son palabras. 

Refinemos un poco el argumento con una segunda pregunta: ¿Puede Dios California la de pimiento un? Otra vez, la respuesta a esta pregunta es no, Dios no puede hacer eso. Y otra vez no es porque Dios no sea omnipotente, sino porque la pregunta no tiene sentido. Ahora todas las palabras de la frase existen, pero la frase no es gramaticalmente correcta y no significa nada. Sigamos.

Nuestra tercera pregunta es ¿Puede Dios hacer que el amarillo sea cinco? Esta vez la pregunta consta de palabras existentes y la frase es gramaticalmente correcta. Pero Dios no puede hacer eso porque, otra vez, la frase no tiene sentido. Dios puede pintar de amarillo una imagen del número “5”; también puede crear cinco objetos amarillos. Ni siquiera hace falta ser Dios para eso: puedo hacerlo yo. Pero no es eso lo que se pide. Lo que se pide es que de alguna manera el concepto “amarillo” se convierta en el concepto “cinco”. Eso no tiene sentido: son conceptos completamente diferentes, pues unos es un color y el otro un número, una cantidad.

Este es el punto crucial, entender que esta pregunta no tiene sentido porque no se pueden casar dos conceptos incompatibles. Porque a partir de ahora iremos viendo que, aunque sea más difícil de darse de ello, las preguntas estarán pidiendo casar conceptos incompatibles y por lo tanto no tendrán sentido.

Siguiente pregunta: ¿Puede Dios hacer que un triángulo sea un cuadrado? No estamos preguntando si Dios puede transformar un objeto que tiene forma de triángulo a tener forma de cuadrado –eso lo puedo hacer cualquiera– sino que case los conceptos de triángulo y de cuadrado. Ambos conceptos son de geometría, pero son incompatibles. Luego Dios no puede hacer eso, pero no por cuestiones de omnipotencia, sino porque la pregunta es del mismo tipo que la del amarillo y del cinco. Carece de sentido. Vamos con otra.

¿Puede Dios construir un triángulo cuyos ángulos no sumen 180º? (Nota para gente más entendida: estoy considerando sólo la geometría euclídea. En otras geometrías ya sé que se puede construir.) En este caso no es obvio, pero estamos otra vez casando conceptos incompatibles. Para darse cuenta de ello hay que saber suficiente geometría para saber no sólo que los ángulos de un triángulo suman 180º, sino que es una necesidad lógica que esto sea así. Es parte de la esencia del triángulo que sus ángulos sumen 180º. Es imposible que sea de otra manera. Luego la pregunta contiene el concepto de triángulo y el de objetos que necesariamente no son triángulos. La pregunta pide casar conceptos incompatibles, luego es del tipo “amarillo es cinco” y no tiene sentido.

Una vez puestos los cimientos, ataquemos la pregunta original: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? Para ver que la pregunta no tiene sentido exploremos los conceptos “pesado” y “levantar”. El concepto de peso tiene que ver con la fuerza de atracción que la Tierra ejerce sobre el objeto. Cuando levantamos algo lo que queremos decir que la alejamos de la superficie de la Tierra. Vemos, pues, que estamos usando la Tierra como referencia.

Supongamos que tengo una piedra sobre la superficie de la Tierra y que puedo levantarla sin problemas. La voy haciendo crecer y cada vez se hace más pasada y me cuesta más levantarla. Sigue creciendo más y más, tanto que se hace más grande y “pesada” que la Tierra (La Tierra hubiera quedado destruida por las fuerzas gravitatorias bastante antes, pero obviemos este detalle). Si muevo la piedra respecto a la Tierra ¿estoy levantando la piedra?¿Estoy levantando la Tierra?¿No estaríamos hablando del peso de la Tierra y no del de la piedra? Lo que quiere decir la pregunta ya no está muy claro. Y cuanto más grandes son los objetos, menos sentido tiene. Obviamente Dios puede crear el Universo (ya lo ha hecho), pero ¿puede levantar el Universo? Si pensamos un poco nos preguntamos qué quiere decir “levantar el Universo”.¿Levantarlo sobre qué? Y podríamos parar aquí: Dios no puede hacer esto porque la pregunta no tiene sentido. Pero se puede explorar un poco más (estudié ciencias físicas y no me puedo resistir a ir más allá…)

Intentemos precisar más la pregunta. Nos tenemos que forzosamente poner técnicos: ¿Puede Dios crear dos objetos tan masivos que no pueda cambiar la distancia entre sus centros de masas? Un objeto tan masivo tiene que ser un agujero negro. El caso que exige más fuerza para separarlos es tenerlos muy cerca uno de otro. Dos piedras pueden tocarse y siguen siendo dos piedras, pero si dos agujeros negros “se tocan” se convierten en un único objeto indivisible. Es más, “dentro” de un agujero negro hay una singularidad del espacio-tiempo y no tiene sentido hablar de distancias. Luego en el fondo, “objeto muy masivo” y “distancia” son dos conceptos incompatibles que no se pueden casar. La pregunta no tiene sentido.

Responder a esta pregunta tiene una parte de “divertimento”. Al menos a mí me ha divertido explorar la respuesta. Pero hay algo más serio: ¿Tiene límites la omnipotencia de Dios? Es decir, ¿hay algo que Dios no pueda hacer?

Y en cierto modo sí, hay cosas que Dios no puede hacer. Cada mañana procuro estudiar un rato el catecismo. Esta mañana he reflexionado sobre la pregunta ¿Qué quiere decir la palabra «Creo»? La respuesta: “La palabra «Creo» quiere decir: acepto firmemente las verdades reveladas por Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos.” Aquí vemos que Dios no puede engañar ni a nosotros ni a sí mismo. Pero ¿por qué no puede Dios engañarnos? Nótese que no dice que Dios no quiere engañarnos –eso se entiende fácil– si no que no puede. Y mi reflexión me ha llevado a la conclusión que Dios no puede engañarnos porque, si lo hiciera, no sería Dios: Dios es la Verdad y si pudiera engañar no sería la Verdad y por lo tanto no sería Dios. Es decir, que esto nos lleva al mismo caso del “amarillo es cinco”: Dios y engañar son dos conceptos incompatibles y por eso la pregunta ¿Puede Dios engañar? en el fondo no tiene sentido.

Dios no puede engañar; Dios no puede mentir; Dios no puede pecar; Dios no puede ignorar; Dios no puede contravenir la lógica. Pero esto no quiere decir que Dios no sea omnipotente: Dios puede hacerlo todo. Todo lo que tiene sentido en un Dios.

sábado, 20 de enero de 2024

La teología no es ciencia, ni la ciencia es teología

 Las ciencias naturales adelantan que es una barbaridad, como dice la zarzuela. Sobre todo lo hicieron a finales del S. XIX y la primera mitad del S. XX. En biología apareció la teoría de la evolución y la genética; en física la teoría de la relatividad; y junto con la química la teoría cuántica y la teoría del átomo… Todo esto en unos 70 años. Y después han venido los avances tecnológicos derivados de las nuevas teorías científicas, el transporte, la electrónica, las comunicaciones, la medicina. Este avance ha constituido una revolución y ha cambiado la sociedad completamente. Es la gran historia del último siglo. 

Y la envidia de muchos. Ahora todo los campos del conocimiento se ponen la etiqueta de “ciencia” para de alguna manera poder aprovechar esta ola creada por las ciencias naturales. Así tenemos ciencias sociales, ciencias políticas, ciencias económicas, ciencias jurídicas. Todos quieren emular estos 70 años mágicos y ya no es cuestión de simplemente aumentar el conocimiento, sino de hacerse nuevo, cambiarlo todo. Pareciera que no hay más conocimiento que “la ciencia”. 

Mucho me temo que la teología y la religión también han caído bajo este encanto. Hay que renovarse si se quiere seguir siendo relevante en este mundo. Cambiarlo todo. Nueva teología, nueva liturgia, nueva moral, nueva doctrina. Y este es un error, un grave error, pues los supuestos de la ciencia y la teología son muy diferentes. 

La ciencia pretende descubrir las leyes que rigen la naturaleza. Para ello parten de observaciones de los fenómenos naturales, formulan una hipótesis de una ley que explique las observaciones y mediante experimentos y más observaciones prueban constantemente si la ley hipotetizada es razonable o es falsa. Si alguna nueva observación muestra que la ley es falsa, hay que formular una nueva hipótesis con una ley que explique tanto lo que ya había como las nuevas observaciones. Y vuelta a empezar. Es importante notar que las leyes de la ciencia no son verdades, sino las mejores explicaciones que tenemos dado lo que hemos observado. Las leyes de la mecánica de Newton fueron sustituidas por las leyes de la relatividad de Einstein cuando se hicieron observaciones y experimentos que mostraron que no se cumplían las leyes newtonianas. Y las leyes de Einstein serán sustituidas en el futuro por nuevas leyes que serán necesarias cuando nuevas observaciones obliguen a ello. 

Esto es fundamentalmente diferente a la teología. Las diferencias son dos. Por una parte la teología no enuncia “lo mejor que tenemos hasta ahora” sino verdades. Por otra, la teología parte no de observaciones, sino de la revelación.  Una vez se ha establecido una verdad –como son los dogmas de fe–, como verdad que es no puede cambiar, es verdad para siempre. Y como la revelación finalizó con la muerte de S. Juan, el último apóstol, no puede haber nuevas observaciones que nos hagan replantearnos lo que sabemos.

La teología no evoluciona en el sentido en que lo hacen las ciencias naturales. Las ciencias responden a una pregunta (¿cómo se atraen los cuerpos?), y años o siglos después la vuelven a responder, y más tarde otra vez. Es un proceso sin fin. La teología responde una pregunta una vez (¿Cómo puede ser Jesucristo Dios y hombre?) y una vez respondida, ya está. Es un proceso que tiene fin.

En las ciencias naturales tiene sentido decir “Antes pensábamos que las cosas eran así, pero ahora sabemos que eso no era correcto y pensamos que es asá”. En teología, esto no tiene sentido. Una vez establecida la verdad, es así antes, ahora y siempre. Incluso cuando se establece un nuevo dogma de fe no significa un cambio, sino una confirmación de lo que se ha sabido desde siempre. Por ejemplo, la asunción de la Virgen se estableció como dogma de fe en 1950, pero ya llevaba muchos siglos siendo un misterio del rosario. Pío XII, al proclamar el dogma, no propuso una nueva respuesta a una pregunta, sino que finalizó el proceso de dar la respuesta, proclamándola como una verdad que debe creerse, y que como verdad que es, no puede cambiar.

Me parece muy preocupante que esta diferencia fundamental se haya olvidado y se pidan cambios para que la Iglesia se “actualice” y “vaya con los tiempos actuales”. Naturalmente que la Iglesia del S. XXI no es la del S. I ni las del S. XVI y tiene que haber cambios, por ejemplo administrativos. Pero no es el caso, sino que quieren cambiar las creencias: eso que creían nuestros abuelos, en estos tiempos ya no nos sirve. Y estos cambios que proponen son –aunque digan que no– cambios doctrinales. Por ejemplo cualquier cambio moral significa un cambio doctrinal. Y me preocupa sobremanera que teólogos, o gente que debería saber teología, traten la teología como si fuera una ciencia. Porque hacer eso lleva a lo que llamo la metaherejía: no negar alguna parte de la doctrina, sino el concepto mismo de doctrina. Y esto es lo que vemos en estos tiempos.

La Iglesia tiene que caminar por el filo de la navaja: no ser del mundo pero estar en el mundo. Y eso es muy difícil. Cristo mismo dijo que era difícil. El Vaticano II se convocó explícitamente para hacer que la Iglesia fuera más relevante al mundo. Desgraciadamente –y estoy seguro que inconscientemente– se ha intentado ser relevante asemejando la teología a la ciencia, cuando ambas tienen esencias completamente distintas. Y así la teología, y por ende la liturgia, la moral y me temo la doctrina, han perdido su esencia. Y si la Iglesia pierde su esencia, ya no es Iglesia.

Debemos recordar nuestra esencia y mantenernos firmes en ella. Si acusan a la Iglesia de ser dogmática, en vez de intentar excusarnos debemos afirmar que claro que somos dogmáticos, pues de la teología se obtienen verdades eternas, mientras que la ciencia no tiene verdades sino explicaciones transitorias de lo que se observa, que forzosamente deben ir cambiando. O si te dicen que nadie tiene la verdad, afirmar orgullosos que nosotros sí. Porque Dios es la Verdad.

En el medioevo se afirmaba que la teología era la mayor de las ramas de conocimiento. Lo hemos olvidado. Debemos volver a tratarla como tal y recuperar así la esencia de la Iglesia.



martes, 16 de enero de 2024

Actitud de servicio

 Jeff Allen es un cómico americano que cuenta en su testimonio (en inglés), cómo gracias a Dios y a un conocido que le dirigió hacia la Biblia, pasó de una vida de adicciones e ira difícilmente contenida a una vida mucho más plena y feliz. Hacia el final (el último minuto del video) explica que la clave es convertir tu vida en una vida de servicio, tomando referencia en el servicio de la Cruz.

Pero ¿qué es una vida de servicio?¿Hay que ir a misiones?¿Basta, quizá, ser voluntario en un hospital?¿Trabajar en Cáritas? Porque si es así, mal voy, pues no hago nada de esto. Lo he intentado, pero acabo dejándolo. No me siento llamado a esto. 

Pero si reflexionamos un poco, vemos que los servicios que he descrito arriba son servicios dentro de una estructura. Voy a llamarlos servicios certificables en el sentido que alguien puede emitir un certificado de que la persona en cuestión ha realizado tal o cual servicio. El que, al hablar de servicio, a uno le venga a la mente un servicio certificable está muy relacionado con el materialismo que hay en el mundo (y, desgraciadamente, en la Iglesia) en el que se oyen expresiones del tipo “si algo no se puede medir, no existe”.  Y también está relacionado con el nefasto activismo que nos rodea, que da precedencia a la actividad, especialmente la actividad medible, sobre la meditación y la reflexión. Lo importante es no quedarse quietos, hacer algo, lo que sea.

Como en muchas otras cosas, hay precedencias que conviene tener claras para entender mejor y actuar más acorde al plan de Dios. Hay actitudes de servicio y acciones de servicio, y las actitudes tienen precedencia sobre las acciones: si tienes una actitud de servicio realizarás acciones de servicio. Pero puedes realizar acciones sin tener la actitud: puedes ser voluntario en cáritas porque tienes amigos allá y te lo pasas bien con ellos y lo del servicio es un “efecto secundario” o incluso un “mal necesario” para poder pasar un rato son tus amigos. Y lo que Dios va a mirar es tu corazón, es decir tu actitud, mucho más que tus acciones.

Además, una actitud no es algo que haces los miércoles y viernes de 4 a 7, sino es algo que haces en todas tus acciones, es parte de tu ser. Algunos son llamados a hacer cosas grande y llamativas, pero la mayoría nos hemos de conformar con cosas pequeñas y sencillas hechas con amor y ansias de perfección. Es la idea del caminito de Sta. Teresita del Niño Jesús:  camino, en el cual “nada hay que salga de lo ordinario, donde la perfección se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de virtud sencillos y muy escondidos”.

Esta actitud de servicio la vas a tener, sobre todo, con tu familia: con tus padres, con tus hijos, con tu cónyuge. Es ir a hacerle la compra de tu madre, que ya está muy mayor y le cuesta ir cargada; es tender la ropa cuando ves a tu esposa agobiada de trabajo, aunque es algo que en el reparto de tareas del hogar le toca a ella (y seguramente te va a reñir porque no lo has hecho bien); es decirle a tu hijo que no puede jugar a videojuegos hasta que no haya sacado la basura (y otras veces sacar tú a basura aunque le toca, porque está estudiando para los exámenes); es elegir el último a la hora de comer y quedarte con el filete que los demás han dejado. Y todo esto en silencio y sin esperar agradecimiento. Si no se dan cuenta del servicio que haces, mejor.

Y esta actitud de servicio lo mantienes con tus vecinos y vas a las reuniones de la asociación de vecinos que son un rollo y no sirven para nada; o recoges ese papel que está en la acera y lo pones en la papelera; al aparcar procuras aparcar no tan cerca del otro coche que hagas difícil su maniobra de salida y no tan lejos que ocupas más calzada de la necesaria, quizá dificultando que otro aparque en el futuro.

Y en el trabajo y en el autobús y en el supermercado… 

Y no olvidemos la oración. Una de mis primera entradas fue sobre el poder de la oración.  Reza cada día por tu familia, reza un rosario por la Iglesia. Es un gran servicio que puedes hacer.

Como dice Jeff Allen, Dios nos llama a todos al servicio. A algunos los llama al servicio certificable y a hacer cosas muy visibles, pero a la mayoría nos llama por el caminito de Sta. Teresita: a hacer cosas pequeñas, de forma callada, sin reconocimiento externo, pero con mucha perfección y amor. 

domingo, 14 de enero de 2024

Sacramentales y amuletos

 En la homilía de una misa a la que asistí hace unos días el sacerdote nos hablaba de la gente que usa el rosario u otros objetos como si fueran amuletos. Escuché con mucha atención, porque siempre antes de salir de casa me aseguro de llevar mi rosario encima y que tengo un botellín de agua bendita en mi mesita de noche y no me voy a dormir sin santiguarme y sin hacer una señal de la cruz en las almohadas. No es que no hubiera meditado sobre esta cuestión varias veces. Incluso tengo entradas en este blog discutiendo la diferencia fundamental entre devoción y superstición. Una al reflexionar sobre la devoción de los primeros nueve viernes de mes y otra al hablar sobre las devociones en general. Aunque tienen aspectos comunes, no es lo mismo una devoción que un sacramental ni una supersitición que un amuleto. Por lo tanto en esta entrada voy a seguir reflexionando sobre esta cuestión, esta vez comparando amuletos y sacramentales.

Empecemos con las definiciones. Un amuleto es un objeto que se lleva encima y al que se le adscribe la propiedad de darnos o alejar la mala suerte. Un sacramental es un signo sagrado, casi siempre con materia y forma, por la que se reciben efectos espirituales por la devoción a la Iglesia. Un rosario es un sacramental, el agua bendita es un sacramental. Creo que casi cualquier cosa bendecida es un sacramental (por ejemplo los cirios que usamos en la Vigilia Pascual lo son). Esto nos marca una primera diferencia. Al igual que en las supersticiones, el origen del poder del amuleto es, como poco, nebuloso. Una pata de conejo o un trébol de cuatro hojas es un amuleto porque sí. O puedo ver una piedra especialmente bonita y convertirla en mi amuleto, porque sí. En cambio para que un cirio, una medalla o agua se conviertan en sacramentales es necesario una acción de la Iglesia por ministerio de un sacerdote, ya sea dentro de una liturgia o porque se lo pidamos. Para que algo sea un sacramental debe haber una acción sagrada.

Comparemos ahora que “hacen” los amuletos y los sacramentales. Una amuleto te protege de la “mala suerte” o te propicia la “buena suerte”. Otra vez, es un tanto nebuloso. Y tampoco se dice nada de “quién” actúa para cambiar tu suerte. Es una especie de “magia del universo” que se consigue por el mero hecho de llevar un amuleto encima.

En cambio es mucho más claro qué hace un sacramental. Por un lado es un objeto sagrado y los demonios aborrecen todo lo sagrado. Un método que tienen los exorcistas de saber si una persona está poseída es ponerles delante un conjunto de objetos, por ejemplo medallas, algunos bendecidos y otros no. Una persona poseída por un demonio distingue inmediatamente entre un objeto sin bendecir, a la que trata casi con burla, y un objeto bendecido –un sacramental– que les perturba y piden que se lo quiten de sus inmediaciones.  Es decir que un sacramental, por su propia naturaleza, aleja a los demonios.

Pero el verdadero objeto del sacramental es facilitar tu comunicación con Dios. Si rezas el rosario con un rosario bendecido, lo harás con más intensidad y devoción que si lo haces con uno sin bendecir. Y no es una cuestión psicológica, no es que el saber que está bendecido te ayuda a concentrarte mejor, sino que por estar bendecido recibes la gracia de poder rezar con mayor devoción al usarlo. No es una cuestión natural, sino sobrenatural. Y lo mismo si pides resistir una tentación mientras sostienes una medalla bendecida. Recibirás más gracia, más fuerza para resistir, que si lo haces sin el sacramental. Y lo mismo si dedicas a Dios tu día mientras te santiguas con agua bendita. Luego –y en la homilía el sacerdote insistió bastante en esto– no es que el sacramental mágicamente haga algo porque sí, sino que es necesario una acción por tu parte. Si no rezas, si no te encomiendas, si no dedicas a Dios tus acciones, el sacramental no hace nada. Podríamos decir que es un amplificador que requiere de tu música para poderla amplificar y mejorar. 

En conclusión, un sacramental no es un objeto mágico que te agencias para que te pasen cosas materiales buenas, sino que es algo que quieres tener para tener una mejor vida espiritual: poder rezar mejor, resistir a las tentaciones mejor, vivir en presencia de Dios mejor. En suma, para ayudar que tus esfuerzos de acercarte más a Dios tengan más fruto. Es decir, un sacramental es todo lo contrario que un amuleto. Usamos los amuletos, para evadir responsabilidades, pues queremos que nos pasen cosas buenas por arte de magia, sin hacer nosotros nada, mientras que los sacramentales los usamos porque aceptamos la responsabilidad de querer estar más cerca de Dios, estamos dispuestos a esforzarnos más y ponernos más en sus manos para conseguirlo.

miércoles, 10 de enero de 2024

Catecismos




Hace muchos años, para poder hacer la primera comunión, tuve que aprenderme el catecismo de primer grado (el verde). Después, empecé a aprender el de segundo grado (el rojo), pero a poco de empezar los quitaron y empezamos a estudiar otros textos. Vienen en formato de preguntas y respuestas y los aprendíamos de memoria: el maestro o catequista te hacía la pregunta y tú tenías que darle la respuesta, literalmente, sin cambiar una palabra. Ahora, unos 50 años después, los he vuelto a comprar (nota al respecto al  final) y me los estoy volviendo a aprender. De memoria. He impreso las preguntas y me las hago de una en una y me las respondo. Hay varias cosas importantes que estoy aprendiendo de este ejercicio (aparte de la doctrina en sí) y que voy a comentar en esta entrada.

Empecemos por aspectos pedagógicos. ¿Es adecuado el método de preguntas y respuestas y el tener que decir las palabras exactas sin cambiar ni una? Está el peligro evidente de no aprender nada sino solamente “repetir como un papagayo” las respuestas. Además, como las preguntas te las hacían siempre en orden, podías repetir la respuesta correcta sin siquiera escuchar la pregunta. Hay una escena muy divertida en el libro El mundo, la Carne y el Padre Smith en el que, en una clase de catequesis, después de realizar algunas preguntas y recibir las respuestas, el P. Smith se sale del guión y los niños, en vez de intentar entender lo que les está diciendo, están intentando adivinar la “respuesta correcta” a lo que ha dicho el Padre.

Si aprenderse los catecismos fuera el último paso de la formación del cristiano, efectivamente sería un mal método. Pero no es el último, sino que es el primero. De la misma manera que un pianista necesita aprenderse primero la pieza de memoria para poder liberar la mente de saber qué nota va dónde y así poder concentrarse en las cuestiones de interpretación, un cristiano debe liberarse de saber qué significa qué término para poder centrarse en entender cómo aplicarlo a su vida. Para poder cumplir los Mandamientos uno primero debe saber –de memoria– cuáles son. O es difícil entender la importancia del sacramento de la confesión si ni siquiera se sabe qué es un sacramento. Para poder profundizar en la doctrina cristiana debe partirse de tener una buena base y esto implica aprenderse de memoria e interiorizar los fundamentos.

Pero ¿sin cambiar una sola palabra? ¿No sería mejor decirlo “a mi manera”? He notado que las respuestas a las preguntas están cuidadosamente redactadas. Son precisas y escuetas. Raramente va a decir uno algo mejor mientras que es probable que se le escape algún aspecto si usa sus propias palabras. Incluso el orden de las palabras es raramente mejorable. Además repetir siempre lo mismo, con las mismas palabras y el mismo ritmo y entonación lo hacen como una canción y más fácil de recordar y de interiorizar.

Los fundamentos hay que interiorizarlos, hacerlos parte de ti. Que sea un conocimiento que no haya que buscar, sino que salga solo. Y esto se consigue –y probablemente sea la única manera de conseguirlo– a través de repeticiones, repeticiones y más repeticiones. 

Otra cosa que me ha sorprendido al estudiar los catecismos es la amplitud de los conocimientos que tenían (¿teníamos?) los niños. Tras escuchar homilías, conversar con sacerdotes y recibido algunos comentarios sobre el estado de los seminarios, sospecho que muchos sacerdotes jóvenes y de mediana edad tendrían dificultades en responder a las preguntas que los niños de antaño respondían instantáneamente. Si uno se sabía bien los catecismos de primer y segundo grado tenía un conocimiento amplio y profundo de los fundamentos de la Doctrina Cristiana.

¿Y era posible aprenderse todo eso? Sí, claro que sí. Millones de niños lo hicieron. La pedagogía de hoy en día va por otros derroteros, se ha menospreciado la memoria y no se desarrolla cuando se es niño, que es cuando toca. Los jóvenes de hoy en día tienen atrofiada la memoria y les parece imposible memorizar algo que a los de mi edad nos parecería simple. Esa atrofia programada de la memoria me parece casi criminal. Que Dios perdone a los pedagogos que promovieron tal aberración.

No es que todo antes fuera maravilloso. Los niños no lo disfrutábamos, y sospecho que los catequistas tampoco. Además, demasiado a menudo este primer paso de aprendizaje de los fundamentos se convertía en el último paso y nunca se profundizaba. Y por falta de uso, las respuestas se olvidaban. Yo sólo recordaba una parte de lo que aprendí de niño. Y hay cosas que un niño de 7 años no puede entender (ejemplo típico, el sexto y noveno mandamientos). Pero en vez de sustituirlo por otros métodos, hubiera sido mejor que lo completaran. Es de notar que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica vuelve a “la forma dialogal, que recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas”.

Pero incluso sin desarrollo posterior, estos catecismos dejaban una semilla que podía ser útil. Varias veces, al intentar profundizar en algún aspecto de la Doctrina, alguna palabra o frase provocaba en mi cerebro el recuerdo de alguna de las respuestas del catecismo que había aprendido tanto tiempo atrás. Y estas respuestas recordadas siempre me han ayudado mucho.

Estoy disfrutando del ejercicio de volver a aprender de memoria los dos catecismos. Y me está resultando muy útil para entender mejor cosas que he estudiado posteriormente. No he oído más que quejas del nivel de catequesis actual. Volver a los catecismos antiguos, debidamente adaptados, sería una buena solución.


NOTA: Estos catecismos, y muchos más, están disponibles por Internet en la web mercaba.org. Se pueden comprar también por Amazon. No son los originales, sino lo mismo que hay en Internet (errores de edición y puntuación incluidos) pero ya impresos y con las portadas originales. Los catecismos originales pueden quizá encontrarse en librerías de viejo. Se pueden acceder a muchas librerías de éstas a través de iberlibro.com.