El primer motivo es que hace una descripción maravillosa del Mundo en el que vivimos y del camino al Reino al que aspiramos. La novela transcurre en Escocia de 1908 a 1943, pero la descripción del Mundo es actual. Tuve que comprobar varias veces que la novela había sido escrita en 1944. No me podía creer que alguien hace 70 años describiera tan bien el siglo XXI. Se ve que el Mundo no ha cambiado. Probablemente el Mundo siempre ha sido el mismo.
Un segundo motivo son los discursos, homilías y discusiones que aparecen. Son las cosas que a mí me gustaría oír ahora y nadie dice. Ya que en mi parroquia, o mi Obispo, no nos cuentan que nuestra misión es llegar al Reino y de los peligros del Mundo, pues al menos que me los cuente el P. Smith (y su obispo y las monjas…). También aparece la muerte, que es un gran focalizador de nuestras aspiraciones. Esto no lo hace una novela macabra, todo lo contrario. Por ejemplo la confesión y extremaunción que hace a un marinero en el primer capítulo te ilumina y te alegra. Incluso te hace reír.
En la misma linea, me emociona ver la piedad, la reverencia a los sacramentos, la importancia primera de la liturgia. No es que fuese generalizado: cuenta por ejemplo que con la llegada del cine se vaciaron las iglesias. Probablemente eran unos pocos con la visión tan clara de la doctrina y Jesucristo en la Eucaristía. Pero ver ese fuego que ya no tenemos…
El tercero es que es una novela realista (no me gusta el término pero no se me ocurre otro). Nadie es un héroe. Todos son pecadores. Unos son más brillantes que otros, muchos con buenas intenciones, pero todos fallan, caen, no saben qué hacer. Quizá es por eso que te ves reflejado en lo que pasa. En el mismísimo primer párrafo cuenta como el P. Smith empieza a rezar por la conversión de Escocia, pero para tras dos frases porque “sintió que rezar por la conversión de Escocia nunca parecía hacer mucho bien, pues por todas las intercesiones de la Santísima Virgen, Escocia, severa y salvaje, continuaba en 1908 siendo tan Presbiteriana y falta de santidad como siempre”. Yo me he preguntado a veces por la utilidad de mis oraciones con casi las mismas palabras.
Aunque el protagonista es el P. Smith, hay otros sacerdotes que salen casi en cada capítulo. Tienen visiones diferentes de cómo proceder: para uno es la cercanía, para otro es la liturgia, para otro es la confrontación directa con el mal. Pero lo que todos tienen es un amor por Dios que les lleva a amar a sus feligreses y poner todos sus esfuerzos en dirigirlos hacia el cielo. Y te das cuenta que es verdad: el buen cura es el que ama a todos sus feligreses y quiere que cada uno acabe en el cielo. El método que siga es menos importante.
Es una novela amable, incluso tierna, pero directa y profunda, sin ambigüedades ni medias tintas. Tiene retazos de humor e ironía que te hacen reír y momentos emotivos que te hacen llorar. Me ha llegado hondo y me ha ayudado a repensar qué es el Mundo, qué es el Reino y lo que tengo que trabajar para llegar del uno en el que estoy al otro al que quiero llegar.
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