sábado, 21 de julio de 2018

Vivir la misa

Muy pocos católicos van a misa. Las cifras oficiales que he oído rondan el 25%. ¿Por qué las tres cuartas partes de los que se consideran a sí mismos miembros de la Iglesia Católica no van a misa más que para bautizos, primeras comuniones y ocasiones similares? En parte, como reflexioné en una entrada anterior, es porque no se sabe qué es ni cómo está estructurada una misa. Pero otra parte importante es porque se ve la misa como algo externo, del que soy un mero espectador, y después de haber visto la “representación” algunas veces, se vuelve aburrida: las mismas palabras semana tras semana.

En un cursillo sobre la misa a la que fui hace muchos años, D. Antonio, q.e.p.d, nos repetía una y otra vez “La misa proviene de la vida y a la vida revierte”. La misa no es sólo una reunión de comunidad a la que vamos. La misa es el acto en el que traemos y ofrecemos nuestra vida a Jesús y nos la volvemos a llevar fortalecida y renovada. Esto mismo es lo que dice el Venerable arzobispo Fulton Sheen en su homilía sobre la misa: si no traes algo tuyo a la misa, la misa no significa nada para ti.

Siguiendo las líneas básicas de lo expuesto por el Venerable Sheen, voy a explicar qué hago yo para vivir la misa, y para que la misa revierta en la vida tras salir de la iglesia.
  • Empieza por purificarte: toma agua bendita y santíguate al entrar en el templo. Prepárate para ser parte del sacrificio de Dios. Esta purificación continua, ya dentro de la misa con una confesión de los pecados (sea el “Yo pecador” o alguna otra fórmula). Nota que hay una absolución al final de este rito. No sustituye a una confesión, pero te deja lista para participar en el resto. Si participas en esta parte –en vez de sólo atender y repetir las palabras– te sentirás limpio y preparado para lo que sigue.
  • Tras esta introducción empieza la Liturgia de la Palabra. Escucha la Palabra de Dios. Con atención, aunque casi te la sepas de memoria. La Palabra es Dios, como dice el inicio del evangelio de S. Juan: “Y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios”. Siempre viene algo bueno de escuchar la Palabra ya que escucharla es hacer que Dios entre en ti. 
  • Escucha el sermón. Sé que con algunos curas es difícil. En estos casos puedes preguntarte por qué no estas de acuerdo con él o cómo explicarías tú las lecturas. Lo que sea para que te ayude a reflexionar sobre lo que has oído.
  • Llega la liturgia de la Eucaristía. Empieza con el ofertorio. Como expliqué en la entrada sobre la estructura de la misa, al ofrecer el pan y el vino estamos ofreciendo nuestro trabajo y nuestro ser. Pues hazlo explícito: piensa en lo que eres y en lo que has hecho en la última semana y ponte sobre el altar. Todo: lo bueno y lo malo. No sólo ofreces cosas, sino te ofreces a ti mismo.
  • Con la consagración Jesús vuelve a morir, como lo hizo en el Calvario. Esta vez, tú mueres con Él. Te abrazas a la Cruz y tu cuerpo muere con el suyo y tu sangres se derrama con la suya. Todo tú mueres, lo bueno y lo malo.
  • Tras el Cordero de Dios, cuando el sacerdote tira un trozo de la hostia en el vino, Jesús vuelve a resucitar y tú con Él. Pero resucita lo bueno: lo malo queda muerto. 
  • En la Comunión al comer a Jesucristo vuelves a la vida. Y como recibes el cuerpo y la fuerza de Dios, vuelves a la vida más puro y más fuerte.
  • En la conclusión, cuando el sacerdote dice “Podéis ir en paz” te están dando el mandato de usar este yo más puro, fuerte y renovado para la santificación del mundo: lo que has recibido en la Eucaristía debe ahora revertir a la vida.
Si consigues esto –no es fácil, yo me sigo distrayendo demasiadas veces– te refuerzas con la Gracia de Dios y la vida a la salida de Misa ya no es lo que era uno hora antes. Al salir de la iglesia ya no eres el que eras una hora antes.

lunes, 16 de julio de 2018

Soldado de Cristo armado con un rosario

Ayer me sentía decaído: aunque hay algunas acciones prometedoras, parece que en casi todas partes –y muy especialmente en España– el cristianismo está en retirada, mientras que el mundo está en auge.  Se impone el aborto y la eutanasia, cada vez hay menos misas y con menos fieles, las cruces se derriban, hay atentados contra las iglesias. Y escuchando a nuestros sacerdotes y obispos no parece que estén muy preocupados. Cierto que no les gusta la situación, pero sus preocupaciones parecen ser otras. Y yo, que sí estoy muy preocupado, me preguntaba qué podía hacer. Que debía hacer. Y ante la visión de mi pequeñez ante la gravedad de la tarea, mi desazón crecía. Y entonces me vino una imagen que me dejó clara mi labor y me dio –algo– de tranquilidad.

Me vi como un soldado de Cristo montando guardia de noche y armado con mi rosario. Mi misión es doble: mantener al Maligno a raya en mi pequeña zona de responsabilidad y estar atento y dispuesto para pasar al ataque si se me requiere. Un rosario bien usado es una arma bien poderosa como atestiguan los santos y como dicen las escrituras: la Virgen aplastará la serpiente en la cabeza, cuando esta le ataque en el talón. Mi labor es la del soldado en el puesto de guardia: no desfallecer, no dormirse, estar siempre atento, tener el arma a punto y usarla con decisión siempre que sea necesario. Nunca retroceder y asegurarse que el Maligno no va a avanzar por tu puesto. No mientras yo esté de guardia.

Sé de mis tiempos en la mili que hacer guardia no es precisamente entretenido. Pero también sé que en tiempo de guerra el puesto de centinela es de enorme importancia.  Y el cristiano está en guerra espiritual constante; no es por nada que a la Iglesia en la Tierra se le llama la Iglesia Militante. Mi labor de centinela, enfrentándome al Maligno cuando sea menester, no es glamorosa, pero es lo que la Iglesia necesita de mi para la salvación de nuestras almas.