domingo, 31 de enero de 2021

Indiferencia: el camino hacia el ateísmo

David Wood era de joven un ateo convencido. No era un estúpido y llegó a la lógica conclusión que si Dios no existía, tampoco existían ni el bien ni el mal. Eso le llevó a una vida en la que no hacía más que entrar y salir de cárceles y sanatorios. Hasta que tuvo un compañero de celda que era cristiano profundo y que supo responder a sus burlas al cristianismo. Eso le picó y se puso a estudiar la Biblia para poder reventar las convicciones de ese cristiano tozudo. Lo que pasó es que cuanto más estudiaba la Biblia, más convencido quedaba de que Dios sí existía. Eso le cambió la vida. Ahora es un apologista cristiano. Lo cuenta con mucho más detalle en su video (en inglés) Why I am a Christian 

Otro caso de conversión es el de María Arratíbel, que explica en la película-documental Converso. Ella, que se proclamaba atea, recibe una revelación y comenta que si antes ella creía que Dios no existía y ahora sabe que existe, su vida tiene que cambiar, no puede ser la misma.

Ahora, al menos en el mundo occidental, casi todo el mundo parece ser ateo. Pero no vemos apenas gente del estilo del joven Wood, convencida de la inexistencia del mal. Más bien vemos lo contrario al caso de Arratíbel, gente que al no notar la influencia de Dios en su vida, llega a la conclusión de que Dios no existe. Más que ateos, en el fondo ni siquiera se plantean seriamente la existencia de Dios. Son indiferentes.

Hace unos meses me puse a pensar cómo plantear el cristianismo a un indiferente. No es convencerles de una manera u otra de la existencia de Dios, pues les da igual. Te pueden contestar, “Vale, te acepto que Dios existe. ¿Y qué?”. Tampoco es convencerles de la superioridad de la moral cristiana a la secular, pues eso sería convertir el cristianismo en otra filosofía, rebajar el cristianismo a parte del Mundo. Y te puede preguntar, además, que dónde está esa moral tan superior, que él no ve que los cristianos la practiquen.

Después de dar vueltas y vueltas llegué a la conclusión que la única diferencia fundamental entre ser ateo o ser creyente es la salvación del alma. Si no crees que tienes un alma que puede salvarse o condenarse para toda la eternidad, y que si no luchas cada día para mantenerte en el camino hacia Dios la pones en grave peligro, entonces, no tienes ningún motivo esencial para creer en Dios, acercarte a los sacramentos y vivir el cristianismo. Naturalmente, este es el punto de llegada, no la manera cómo convencer a alguien para hacerse católico, o al menos cristiano. ¿Y cómo se empieza, cómo se aborda a un ateo? Ese es otra pregunta para la que no tengo respuesta.

Pero me di cuenta inmediatamente de que no hablar de la salvación, del pecado y del infierno ayuda a crear indiferentes. La idea que tantas veces oigo, sobre todo en los funerales, de que todos estamos salvados, ayuda a crear indiferentes. Si no se nos empuja hacia la Eucaristía, la confesión y los sacramentos como camino de salvación de nuestras almas, como una manera de evitar el infierno, se nos empuja hacia la indiferencia. Abandonar el concepto del santo temor de Dios nos empuja a la indiferencia. Y la indiferencia es el camino del ateísmo.

Intentar mover a la gente principalmente por miedo es una mala idea. Pero el miedo es un motor poderoso y eliminarlo lleva a reducir el catolicismo a una religión ñoña e inefectiva. El querer presentar el catolicismo como una religión de amistad y de concordia, en el que todos somos amables y aceptamos todo, en el que nunca nos enfadamos con nadie, en el que no se juzga ni a las personas ni a los actos que cometen, en el que todos nos vamos a salvar porque Dios es muy bueno, no lleva al cielo, sino que promueve la indiferencia. Y la indiferencia nos lleva al ateísmo y a esta sociedad material y mundana en el que vivimos.

Dios es amor, pero no es amable.  Dios te quiere perfecto y no como eres.  Dios te ha abierto el cielo, pero el infierno existe y está habitado. Ocultar estas, y otras, verdades desagradables ni hace atractivo el catolicismo, ni ayuda a la gente a creer en Dios. Todo lo contrario: hace a la gente indiferente y la aleja de Dios y del camino de la salvación. Cuanto antes nos demos cuenta de ello, mejor.