viernes, 14 de julio de 2017

La presencia real de Cristo

Uno de los fundamentos de la fe católica es que el pan y vino consagrados son el cuerpo y sangre de Jesús. No “representan”, no “simbolizan”. Son. Cristo está físicamente presente en el pan sustancialmente presente bajo las apariencias del pan y del vino [*]. Completamente: en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Ya escribí de ello en las entradas sobre la adoración perpetua y sobre la misa. En la consagración, en particular en el momento en el que el sacerdote dice «Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor», la sustancia, la esencia, del pan y del vino se convierten en Jesús. Los accidentes –sabor, textura, color, peso– siguen siendo los del pan y del vino, pero ya no son pan y vino. Como nos decía un cura en una homilía, esto es un milagro que se produce en cada misa. Un milagro que no se aprecia con los sentidos, sino con la fe. Pero un milagro.

Esta es una creencia que los católicos hemos tenido siempre, desde los primeros días. En un texto escrito hacia el año 150, S. Justino martir describe «Porque no tomamos estas cosas como pan y bebida comunes, sino de la misma forma que Jesucristo, nuestro Señor, se hizo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos enseñó que por virtud de la oración del Verbo, el alimento sobre el cual fue dicha la acción de gracias –alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes– es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado.»

Hoy muchos no creen que la hostia consagrada sea Jesús, un Jesús tan real como el que caminó por Judea hace 2000 años. Muchos sacerdotes no lo creen. Basta fijarse en cómo limpian el cáliz tras la comunión. No se limpia por una cuestión de pulcritud o higiene. Se limpia para asegurarse que Cristo, en forma de un minúsculo fragmento de hostia, no quede por ahí tirado y acabe, por ejemplo, en el suelo pisoteado. Los que creen en la presencia real de Cristo en el pan y vino limpian con sumo cuidado y reverencia. Los que no, “pasan un trapo” por encima del cáliz.

Y lo mismo pasa con los fieles. Una prueba clara es los pocos que vamos a misa. Si creyéramos que Cristo está realmente presente en la misa, ¿cómo no íbamos a ir? O en la actitud durante la consagración, donde casi todo el mundo está de pie. Cristo baja por ti a la Tierra. Allí, en ese momento ¿y no te arrodillas en adoración?

La cuestión es si hay alguna diferencia en creer que Cristo está o no presente en la Eucaristía. Por ejemplo, los protestantes no lo creen. Hay una enorme diferencia. Piensa en los Reyes Católicos. Murieron hace casi 500 años, ya no están aquí y en mi mente –y supongo que en la mente de casi todos– ya no son personas reales sino personajes. No muy diferentes que el Quijote o cualquier otro personaje de novela. Si me dijeran que todo era mentira y que realmente no existieron, sería una sorpresa intelectual, pero poco cambiaría en mi vida. Esa es la clave. Si crees que Jesús es una persona (También Dios, pero persona) que vivió hace 2000 años, se fue y ya no está aquí más que en espíritu, en recuerdo, es muy difícil considerarlo real. Y el cristianismo se convierte en poco más que otra filosofía, que acaba no siendo ni divina, ni sagrada ni nada. Y sus preceptos se pueden cambiar para ajustarse a los tiempos o a las circunstancias de cada uno.

Pero si crees que Jesús es real, sigue aquí, lo puedes ver, tocar y comer, todo cambia. El catolicismo no es una filosofía sino una religión. Los preceptos de Dios son sagrados y permanentes. Es el mundo y tu vida lo que tiene que cambiar y no sus preceptos.

Fijaos que los protestantes no creen en la presencia real. Para ellos no hay consagración y el pan y el vino no se convierten en Dios y sólo representan un recuerdo, una rememoración de la última cena. Y, consecuentemente, los protestantes van cambiando los preceptos morales para ajustarse a los tiempos (por ejemplo, algunas denominaciones aceptan el aborto tranquilamente) y no hay magisterio de la Iglesia (y realmente ni siquiera hay Iglesia). Algunas denominaciones son realmente aberrantes, creyendo por ejemplo que el éxito mundano es una indicación de lo buen cristiano que eres: Dios no hubiera permitido que un mal cristiano tuviera éxito. Además, según el «solo fides» (sólo la fe te salva), tu salvación es una cuestión entre Dios y tú y no es difícil engañarte y modelar a Dios a tu gusto.

La presencia real, el darte cuenta que Dios sigue físicamente sustancialmente presente en la Tierra, cambia tu vida. Cualquier adorador te lo dirá. Te centra en Dios, y eso a su vez te acerca a los hombres. No creer en la presencia real es un camino de alejamiento de Dios. Y el magisterio de la Iglesia, que son los preceptos que provienen directamente de Jesús y los Apóstoles, se convierten en liberadores y salvadores: te indican qué es lo que Dios quiere de nosotros, cuál es la moral de Dios, y eso es una enorme ayuda en tu vida.

¿Y cómo se cree en la presencia real? Cuando vas a misa o a una exposición del Santísimo ves un trozo de pan. Es lo que ves. Te pueden decir que es Jesús en cuerpo y sangre y alma y divinidad, pero tus sentidos te siguen diciendo que es un trozo de pan. “Desautorizar” a tus sentidos no es fácil. Es un esfuerzo.   Yo sigo el consejo del autor inglés C.S. Lewis (el de las crónicas de Narnia): si no crees en Dios, actúa como si creyeras y eso te llevará a creer. Aplicado a este caso: en misa, o en una exposición del Santísimo, arrodíllate ante Él, contémplalo y deja que te contemple, háblale, adórale. Hazlo unas cuantas veces y notarás el cambio. Deja que te transforme y te transformará.

–––––––

[*] (11/9/2017) El cambio de “físicamente” a “sustancialmente” lo he hecho por sugerencia del Padre Jaume Mercant –que es el cura del que hablo en el primer párrafo–. Me indica en un mensaje que Cristo está presente de modo natural en el cielo, pero presente de un modo sacramental y sustancial en la eucaristía. Ambas presencias son reales. Además la hostia consagrada ya no es pan: es la sustancia de Cristo con los accidentes del pan.   Por lo tanto es incorrecto decir que Cristo está presente en el pan. Esto es completamente diferente a lo que creen los protestantes. Lutero pensaba que, de alguna manera Cristo se hacia presente en el pan, y al final de la celebración desaparecía. Pero estaba “mezclado” con el pan: antes, durante y después,  la hostia era pan.

Le agradezco mucho sus comentarios.