domingo, 30 de julio de 2023

Estampas de santos: S. Marcos Ji Tianxiang

 Los santos han de ser una gran inspiración para nosotros: nos dan ejemplo en el camino a seguir pero también nos muestran sus debilidades. Cuando era niño era normal encontrarte en revistas o en el libro de lecturas del colegio relatos y anécdotas de la vida de los santos. O ver películas de sus vidas por la televisión. Hoy, como tantas otras cosas, esto ha desaparecido. Es esta serie voy a contar pequeñas estampas de vidas de santos, algunos conocidos, otros prácticamente desconocidos, que me han ayudado. El protagonista de la estampa de hoy es S. Marcos Ji Tianxiang.

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El santo de hoy es un santo chino: San Marcos Ji Tianxiang. No había oído hablar de él hasta hace pocas semanas, pero su camino a la santidad me asombró. S. Marcos Ji era un drogadicto. Cuando te dicen eso, lo primero que piensas es que debió liberarse heroicamente de su drogadicción, ayudar a otros y por eso es santo. Pero no. Fue un drogadicto durante más de 30 años y nunca superó su adicción. Murió drogadicto. ¿Cómo, entonces, llegó a la santidad?

S. Marcos Xi nació en Hebei en 1834, en el seno de una familia católica. Fue médico. Tuvo una severa enfermedad estomacal y se trató con opio. Se curó, pero se convirtió en un adicto al opio. Intentó liberarse de su adicción, pero no pudo. Se confesaba frecuentemente, y su confesor, viendo que siempre se confesaba de lo mismo, decidió que no tenía propósito de la enmienda, le dijo que sus confesiones no eran válidas y le prohibió volverse a confesar hasta que hubiera dejado de tomar la droga. Por lo tanto ya no pudo confesarse ni comulgar. Le cerraron la puerta a los sacramentos. Aquí me viene a la cabeza los versos del Tenorio:
Clamé al cielo y no me oyó
Mas, si sus puertas me cierra,
de mis pasos en la Tierra
responda el cielo, no yo.

Pero S. Marcos Ji estaba hecho de una pasta diferente a D. Juan. Se mantuvo fiel. Durante 30 años siguió yendo a misa, rezando, haciendo obras de caridad (atendía a los pobres gratuitamente). A pesar de sus esfuerzos y sus oraciones nunca pudo liberarse de su adicción. Consideró que su único camino de salvación era el martirio y rezó insistentemente a Dios para que le otorgara el don del martirio. Y se lo concedió. 

Durante la revolución de los boxers en 1900, hubo una persecución a los cristianos, por ser una religión extranjera. Cogieron a S. Marcos y toda su familia. Cuando se los llevaban a ejecutar, su hijo le preguntó “¿A dónde nos llevan, papá?” y él le contestó “Vamos a casa”. Pidió ser el último en ser ejecutado para así poder estar al lado y de su familia y darles fuerza y consuelo mientras los mataban. Finalmente, tras ver morir a toda su familia, le ejecutaron mientras entonaba himnos a la Virgen. Fue canonizado por Pio XII en 1946.

Hay varios puntos que te llevan a la reflexión. Quizá el más prominente es la actitud de su confesor. Para los tiempos actuales nos parece cerrado, excesivamente estricto, rígido. Pero yo creo que su actitud era la correcta. Hoy en día se sabe que ciertas sustancias provocan cambios fisiológicos que promueven el seguir consumiéndolos. La simple voluntad a veces no basta y el drogadicto necesita ayuda para liberarse de su adicción. Pero dado el conocimiento de la época, la actitud del sacerdote es el de uno que se toma los sacramentos en serio.  Y prefiero eso mil veces a lo que tantas veces veo, de cristianos –sacerdotes y laicos– que en el fondo se están burlando de los sacramentos.

El segundo punto de reflexión es: ¿Por qué Dios no escuchó sus oraciones y le liberó de su adicción? Porque Dios, evidentemente, es bien capaz de liberar a alguien de su adicción. El caso más famoso es el de S. Agustín. S. Agustín era adicto al sexo. Él mismo comenta en sus Confesiones que era incapaz de dormir sin una mujer al lado. Estaba convencido de que Cristo era el Hijo de Dios y que la religión cristiana era la verdadera, pero su adicción al sexo le impedía hacerse cristiano. Y aquí viene el famoso episodio del “Toma y lee”: estaba en un jardín mediando sobre sus dificultades cuando oyó unos niños cantando “Toma y lee”. No había niños por los alrededores y consideró que era una señal de Dios. Cogió un libro con las epístolas de S. Pablo que tenía cerca y leyó: “No en orgías y borracheras, ni en el desenfreno y libertinaje, ni en las riñas y celos. Sino revestíos del Señor Jesucristo y no busques satisfacer los deseos de la carne» (Rm 13, 13)” En ese momento quedó libre de su adicción y pudo convertirse enteramente al Señor. ¿Por qué no le pasó algo similar a S. Marcos Ji?

Dios tiene un camino de salvación establecido para cada uno. En el caso de S. Agustín, pasaba por liberarse de su adicción. En el caso de S. Marcos Ji, pasaba por cargar la cruz de su adicción. Este es el mismo caso de muchos homosexuales: como indica el Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 2358, “Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”. Debemos dejar hacer a Dios, el sabe qué nos conviene.

El tercer punto, y para mí el más asombroso, es la perseverancia en la fe de este hombre: ¡treinta años sufriendo sin desfallecer! No me lo puedo imaginar, sobre todo en los tiempos de hoy, de satisfacción inmediata de todos nuestros caprichos. Si pedimos algo en oración tres veces y no lo recibimos ya nos estamos preguntando si Dios nos escucha o si le importamos o si existe. Cuando parezca que Dios no nos escucha, invoquemos a S. Marcos Ji para que nos ayude a tener perseverancia en la fe.

Si buscamos de verdad a Dios, Él llegará, aunque tengamos que esperar toda la vida.


viernes, 28 de julio de 2023

De la humildad a la vanidad

Teníamos en nuestra parroquia una pareja ya anciana: Catalina y Felip. Eran ambos activos en la parroquia. Ella era del pueblo de mis padres y nos tratábamos bastante. Hace un año o así murió Felip. Sus hijos no quisieron hacerle un funeral y Catalina no pudo hacerlo, pues ya estaba bastante enferma. Hace unas semanas murió Catalina. Otra vez sus hijos no quisieron hacerle un funeral. Viendo la situación unas cuantas de sus amigas decidieron organizar una misa para ambos. Me avisaron, sabiendo que yo los trataba a ambos, y me dijeron que iban a hacer una misa de homenaje. La palabra homenaje me chirrió mucho, pero supuse que era la palabra que le salió en el momento: decir “una misa en sufragio de sus almas” es largo y parece incluso pedante. No le di importancia.

Fui a la misa y me senté en un rincón en la parte de atrás. Vi que los tres hijos habían venido con sus familias. Me sorprendió ver que salieron 3 sacerdotes a oficiar la misa. Pero cuando me quedé de piedra es cuando el párroco, que presidía la celebración, dijo “Esta misa es de acción de gracias y homenaje a Catalina y Felip”. Menos mal que estaba sentado detrás del todo y nadie vio mi expresión. Me estuve preguntando: ¿puede una misa ser un homenaje? A mí me parece que no. Sí que puede ofrecerse por intenciones que se tengan, pero ¿homenaje? Me sonó fatal. Y después me dije “¿Acción de gracias por qué?” ¿Y si alguno de los dos se hubiera condenado? Dios no lo quiera, pero es una posibilidad. ¿Estamos dando acción de gracias por eso?

Por suerte, salvo por algunos detalles, la misa fue correcta (hace un año o dos fui a un “funeral” que fue un engendro horroroso del cuál me fui a la mitad, pues me pareció que quedarme era participar en un acto sacrílego). La homilía fue de acorde con la idea de que esto era un homenaje, pero bueno. Tuve tiempo para preguntarme por qué me parecía tan mal lo que estaba viendo. Y llegué a una conclusión.

Un funeral es un acto de humildad. Nos juntamos para pedir al Padre que perdone los pecados del difunto y le acoja en el Reino. Nos arrodillamos y le pedimos a Dios que mire lo bueno y no mire a lo malo. Sabemos que no era merecedor de la salvación, pero le pedimos que escuche las intercesiones de su Hijo y que tenga en Cuenta que Cristo murió por sus pecados. Rogamos a Dios, a veces con lágrimas, que le perdone y le acepte.

El “homenaje” que montaron fue un acto de vanidad. Nadie pidió por ellos: con lo buenos que eran, ¡cómo no les va a acoger Dios en su Reino! No se habló de sus pecados sino exclusivamente de sus virtudes. Adecuadamente embellecidas, por supuesto. Estoy seguro que más de uno debió pensar: “Cuando muera no quiero un funeral, sino que me hagan un homenaje, como a Catalina y Felip”. Al menos así debían de pensar los hijos, que no querían saber nada de un funeral, pero fueron al homenaje. Me llené de desazón y me fui rápidamente, tan pronto pude.

Dios no puede ver con buenos ojos que un acto de humildad se haya convertido en uno de vanidad. Después ya valorará las responsabilidades de cada uno en función de su formación, sus circunstancias y su capacidad de tomar decisiones, pero seguro que no está nada contento con este cambio del funeral al homenaje. De la humildad a la vanidad.

Esto no salió de la nada: hay muchos funerales que son homenajes encubiertos. Pero al menos las oraciones establecidas para las misas de difuntos transmiten una idea de humildad ante la muerte y el juicio. Pero como esta misa no era de difuntos, la humildad despareció y se dio campo libre a la vanidad.

Ya somos demasiado soberbios: casi nadie se arrodilla ante Cristo en la consagración, los confesionarios están vacíos. Si ahora los funerales se convierten en homenajes, no sé qué nos pasará. Cuando yo muera, quiero un funeral y quiero cuantas más oraciones por mi alma, mejor. No quiero ningún homenaje. Por suerte soy demasiado gruñón y áspero, y no hay ningún peligro de que nadie quiera ofrecérmelo.


miércoles, 12 de julio de 2023

Una entrevista con el jefe de Cáritas, una ofrenda a la Virgen y una conversación con un evangélico

Hace unos días leí en Hispanidad una noticia sobre una entrevista con el jefe de Cáritas España. El meollo era que Manuel Bretón, el jefe de Cáritas, en una larga entrevista de dos páginas enteras, no menciona a Cristo ni una vez. Ni una sola. De inflación, sí habla, pero de Cristo, no. Para mostrar que no es un descuido, el periodista recuerda el caso del vicario de Cáritas en Madrid que dimitió porque no se le permitió poner un crucifijo en los locales. En Cáritas no es que no se esfuercen en hablar de Cristo, que ya es malo, es que se esfuerzan en no hablar de Él.

El domingo que viene es el día de Nuestra Señora del Carmen. Es la titular de mi parroquia y la misa del sábado será solemne y habrá una ofrenda a la Virgen. Tradicionalmente era una ofrenda de flores, pero desde hace unos años se ha convertido en una ofrenda de alimentos para Cáritas. Aprovechar estos actos multitudinarios para recoger alimentos está bien, pero no es eso. En la misa del domingo pasado el párroco insistió varias veces que no eran flores que había que traer, sino alimentos. No es que no se esfuerce en que los fieles devotos traigamos flores a la Virgen, es que se esfuerza en que no las traigamos.

Cada mañana me siento en un banco en un paseo que tengo al lado de casa y rezo el rosario. Tengo un cartel indicando que si alguien quiere que rece por algo, que me lo diga, y otro con rosarios para regalar. Anteayer un señor que ya había pasado alguna vez y ya nos habíamos saludado, se sentó en el banco para hablar. Le ofrecí un rosario. Me agradeció el ofrecimiento pero me dijo que era evangélico. Estuvimos hablando un buen rato. Le gustaba hablar de Cristo, de cómo afecta nuestras vidas, de la Biblia, de cómo el Espíritu Santo nos habla, de la salvación eterna. Me comentó que su misión era hablar de Cristo a los sin hogar y que eso le encantaba.

En un momento dado me di cuenta –con vergüenza y dolor– que este hombre tenía mucho más fácil vivir cerca de Dios en su comunidad evangélica que en la Iglesia católica. Y más adelante me comentó que había sido católico pero que se había convertido a evangélico. Necesitamos que se nos hable de Cristo, de nuestras almas, de los novísimos, del pecado y nuestra salvación, del Espíritu que nos insufla de vida. Y en cambio nos hablan de inflación, de los pobres, de los inmigrantes, de igualdad, de ecología… De lo mismo que ya estamos hartos de oír en cada telediario. No es que no se esfuercen en hablarnos de las cosas del alma, es que a veces parece que se esfuerzan en no hablar de ellas. Y claro, algunos se van a una comunidad evangélica mientras que otros, simplemente, se quedan en casa.

La Iglesia se ha vuelto materialista. Porque materialismo no es desear acumular riquezas, sino dar más importancia a lo material que a lo espiritual. En Cáritas no se habla de Dios. En vez de elevar nuestra alma regalando bellas flores a la Virgen, nos centramos en los cuerpos y traemos útiles macarrones. Que les damos a los pobres sin hablarles de Cristo, como si eso bastara. Nos preocupa mucho la poca pobreza material que vivimos, mientras que no nos preocupa nada la horrorosa indigencia espiritual de nuestra sociedad. Que al Mundo no le importen las almas no me extraña: no cree en ellas. Pero que en la Iglesia nos ocupemos más de llenar los estómagos que las muchas almas vacías y moribundas, espanta. A veces pienso que el Diablo estará encantado con nosotros: se le llena el infierno de gente, y además, llegan gorditos.

Naturalmente que hay que ocuparse de dar de comer al hambriento y acoger al peregrino: es una orden de Cristo mismo. Y orgulloso estoy de que ninguna institución haya hecho lo que ha hecho por los pobres la Iglesia Católica. Pero hay que hacerlo centrando nuestra mirada en Dios. Si nos centramos en Dios, ÉL nos llevará a nuestros hermanos. Ya dice S. Juan que si alguno dice que ama a Dios a quien no ve y aborrece a su hermano, al que ve, es un mentiroso (1Jn 4, 20). Pero si nos centramos en los hermanos, no necesariamente nos llevarán a Dios. Lo dice S. Pablo y muchos otros santos. O basta mirar a nuestro alrededor y ver enemigos de Dios que viven muy pendientes de los demás y que con generosa entrega acompañan a las mujeres a los abortorios y a los enfermos y ancianos a que los eutanasíen. Y no pocos de ellos se creen cristianos.

Los bienes espirituales son superiores a los materiales. El alma es superior al cuerpo. Esto era un principio básico conocido por la Iglesia desde el principio (Mt 10, 28), pero que se no ha ido olvidando. Ya el papa León XIII advertía contra este cambio de visión que venía con el modernismo. Pero pocos han hecho caso a esta advertencia y el materialismo en la Iglesia parece que va creciendo. 

Y eso es muy duro: te pesa el materialismo enorme del Mundo en el que vives y vas a la Iglesia buscando respiro. Pero encuentras más de lo mismo.  Mi amigo el evangélico se fue. Yo me quedo, pero es difícil.  Muchas noches rezo a Cristo pidiendo ayuda, pues me siento como oveja sin pastor. 

Pero bueno, me ha escogido para vivir en estos tiempos. Con su ayuda, aguantaremos. Y Él nunca falla.

viernes, 7 de julio de 2023

Estampas de santos: S. Isidro labrador

Los santos han de ser una gran inspiración para nosotros: nos dan ejemplo en el camino a seguir pero también nos muestran sus debilidades. Cuando era niño era normal encontrarte en revistas o en el libro de lecturas del colegio relatos y anécdotas de la vida de los santos. O ver películas de sus vidas por la televisión. Hoy, como tantas otras cosas, esto ha desaparecido. Es esta serie voy a contar pequeñas estampas de vidas de santos, algunos conocidos, otros prácticamente desconocidos, que me han ayudado. El protagonista de la estampa de hoy es S. Isidro Labrador.

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S. Isidro fue un pobre hombre que nació en las cercanías de Madrid alrededor del año 1070, cuando era tierra de frontera, a veces cristiana, a veces musulmana. Trabajó de oficios del campo, mayormente de labriego, y casi todo lo que tenía se lo daba a los que eran más pobres que él. Incluso daba su trigo a los pájaros. Se casó con María de la Cabeza, también santa. Tuvieron un hijo que murió joven. En vida hizo muchos milagros. Murió en 1130 y su cuerpo se mantiene incorrupto.

Debo confesar que la estampa de hoy la obtuve de la película de 1964 Isidro, el labrador. No sé si es algo que el guionista tomó de la vida del santo o si se lo inventó. En todo caso, es un buen ejemplo de la diferencia que hay entre nuestra idea de lo que es ser un santo y lo que verdaderamente es ser un santo.

Un invierno S. Isidro fue con un conocido a un molino harinero con un saco de trigo para convertirlo en harina. Estaba todo nevado y por el camino fue dando trigo a los pájaros. Cuando llegó al molino apenas le quedaban unos pocos puñados. El molinero le dijo que tirara el trigo al molino y se fue a hacer otros trabajos. Milagrosamente, y ante el asombro de su conocido, esos pocos puñados de trigo se convirtieron en un saco lleno de harina. En esto vuelve el molinero y al ver el saco lleno se deshace en insultos a S. Isidro. El conocido protesta, pero S. Isidro acepta los insultos y pide perdón al molinero. El molinero pone el saco lleno junto a los suyos, y coge un puñadito escaso de trigo, además lleno de paja. “¿Era como esto el trigo que traías?” pregunta al santo. “¡Era mucho más!” protesta el amigo. “Sí, señor, debía ser algo así” responde mansamente S. Isidro. El molinero echa el puñadito de trigo al molino mientras seguía insultando al santo. Y el puñadito de trigo se convierte en otro saco lleno de harina. El molinero pide perdón a S. Isidro, completamente anonadado, y el compañero y él salen camino a casa con sus sacos de harina. Ahora viene lo interesante.

Nada más salir el compañero le dice a S. Isidro: “Menos mal que eres manso. Me dice a mí lo que te ha dicho a ti y aquí corre la sangre.” “Sí, menos mal” responde el santo. Entonces la cámara enfoca a las palmas de las manos del santo y vemos que las tiene llenas de sangre: mientras aguantaba los insultos cerró los puños con tanta fuerza que se había clavado las uñas en la carne.

Nos creemos –o al menos yo me creo– que un santo es bueno porque le es fácil ser bueno. Que es amable con los que le insultan porque no le cuesta serlo. Que se desprenden de lo suyo porque no le tienen apego. O que ayunan porque no tienen hambre. Esta estampa nos enseña que no es así. Tienen hambre cuando ayunan, les repugna el leproso, les duele desprenderse de sus bienes, les hierve la sangre cuando les insultan. Les duele o les hiere tanto como a nosotros. ¿Qué mérito tendría si no fuese así? Pero aguantan, clavándose las uñas en las palmas de las manos hasta hacerse sangre si es necesario. ¿Por qué hacen eso? Por amor a Dios. Saben que agradan a Dios en su ayuno, ven a Cristo en el leproso, saben que sus bienes les alejan del cielo, agradecen que Dios les humille a través del que les insulta. Como nosotros, aman su comodidad, sus bienes, su ego. Pero a diferencia de nosotros, aman a Dios mucho más.

Y así, volvemos al tema que ya salió en la estampa de Sta. Faustina Kowalska, si queremos ser santos no hemos de esforzarnos en hacer cosas, sino esforzarnos en amar a Dios. Si nos centramos en la actividad, nos moveremos por fuerzas humanas; si buscamos amar a Dios, nos moveremos por fuerzas divinas. No es que no tengamos que “hacer cosas”, sino que estas “cosas” deben ser consecuencia de nuestro amor a Dios. Ya lo dice S. Pablo (1 Cor, 13): ya podemos hacer de todo, pero si no tenemos amor, no somos nada. 

Lo primero es amar a Dios. Y aguantar lo que sea por amor a Dios. Sabemos que no será fácil. Dios nos dará su gracia para ayudarnos. No gracia para eliminar nuestros dolor, sino para superarlo. Y si somos capaces de sufrir mucho por amor a Dios, por el mismo amor, seremos también capaces de muchas otras cosas.