martes, 24 de diciembre de 2019

¿Celebramos qué?

La semana pasada en la homilía el sacerdote nos dijo algo ya muy manido: que la celebración de la Navidad para un católico no debe ser la celebración consumista que se ve en la sociedad. Y la idea que me vino a la cabeza fue algo así como “¡Pero si en la sociedad no celebran la Navidad!”. Basta mirar en la calle: la palabra “Navidad” no está en ningún sitio; no hay apenas nacimientos en escaparates o lugares públicos; las luces que ponen son figuras abstractas o a lo más velas, pero ni siquiera la estrella de Belén; los mensajes de felicitación simplemente dicen “Felicidades” y como mucho “Felices Fiestas”, pero nunca “Feliz Navidad”; apenas se oyen villancicos, y si los hay son profanos como el “Jingle Bells” o “All I want for Christmas is you”, que no tienen mensaje religioso alguno. No, en la calle no se celebra la Navidad.

Realmente, no celebran nada. Han quitado la Navidad, pero no lo han sustituido por otra cosa. Hay que estar contentos porque sí, comer en exceso porque es lo que toca, estar con la familia porque es lo que dice el anuncio y comprar regalos porque es la costumbre. Hay que hacer ciertas cosas, pero no hay motivo alguno para hacerlas. Y esto, la razón me insinúa, no puede aguantarse mucho tiempo y acaba degenerando en frustración, nervios y “malas vibraciones”. Que precisamente es lo que veo. Y oigo, pues mucha gente dice que estas fiestas le crean más problemas que alegrías. Por ejemplo, los regalos: no sabes qué comprar a tu ser querido, pues cualquier cosa que le pudiera hacer ilusión ya se lo ha comprado. Y  acabas comprando cualquier cosa. y el ser querido, al abrir los paquetes en el fondo está pensando “A ver qué chorrada hay aquí dentro”. Y acaba la mañana de Reyes pensando que no le quieren pues no han sabido qué regalarle. Escribir la carta de Reyes es un problema similar pues no quieres nada que no tengas ya. Yo este año he pedido unos calcetines, un libro y, lo que más ilusión me hace, oraciones, que estoy necesitado de ellas. (Ya lo sabéis, si queréis hacerme un regalo de Reyes, un Ave María es el regalo perfecto).

Lo malo, es que no veo que en las iglesias haya mucho más espíritu navideño. Esta semana he entrado en varias iglesias de aquí de Palma y la mayoría no ha puesto el Belén. A lo más hay un nacimiento bajo el altar (por suerte mi parroquia es una excepción). Más que exportar nuestro fervor navideño, parece que hemos absorbido el nihilismo externo. Yo entiendo que es difícil ir contra corriente: hace falta mucha energía y no parece que estemos sobrados de ella. Pero quizá es que tampoco nosotros sabemos qué es la Navidad. En la entrada navideña de mi otro blog, Oración de hoy, hablo del canto de la Sibil·la, un canto navideño medieval que hoy se va a cantar en todas las Misas del Gallo de Mallorca. Es un canto tremendo, donde se habla de los novísimos (muerte, juicio, cielo e infierno), del Anticristo y del fin de los tiempos. Esto de la Navidad tierna y entrañable me parece que es algo moderno y quizá no católico. Y el YouTuber Jaime Altozano, en su análisis de los villancicos tradicionales españoles, (a partir del 13:45), llega a una conclusión similar.

La Navidad es que ha llegado el Salvador, el Mesías, el Señor. Y, como bien decía el Venerable Fulton Sheen, ha venido para morir. La Cruz es parte de la Navidad. El nacimiento de un niño es tierno y entrañable, y sí, es parte de la Navidad. Pero si le quitamos el motivo de su venida, morir por nosotros en la Cruz, acaba perdiendo sentido y acabaremos como la sociedad, perdiendo la Navidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

¿Nadie notó nada?

Hace unos días celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Este dogma de 1854 afirma que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Una consecuencia de ello es que ella jamás pecó. Yo me he preguntado a menudo cómo puede ser que sus padres, sus amigas, sus vecinos, nunca notaron algo tan extraordinario. Seguramente se dieron cuenta que era una buena persona pero nunca creyeron que fuera única en su virtud, una persona espiritual y moralmente superior a cualquiera otra.  Estuve meditando un poco sobre ello durante la misa y después en casa y creo que entiendo un poco mejor cómo pudo ser esto.

La idea principal parte de algo que me dijo mi director espiritual: el pecado nubla el entendimiento. Cuando no estás en gracia disminuye mucho tu capacidad de distinguir el bien del mal: pecas gravemente y ni te das cuenta. Cuando sales de esta caverna oscura mediante la confesión, recuperas parte de tu claridad y te das cuenta y te asombras de lo que hiciste sin ver su maldad. Cuando lo recuerdas te da sofocos de vergüenza. Lo sé por experiencia.

Y si leemos escritos de santos nos asombramos de su sabiduría. Pero esta sabiduría no proviene de su inteligencia –aunque algunos eran muy inteligentes– sino de su virtud, que les daba una claridad de entendimiento de las cosas de Dios que a los menos virtuosos nos es vedada. Y creo que esto explica por qué los vecinos y amigos de la Virgen no vieron su extraordinaria y única santidad.

Hay dos mecanismos en juego. El primero es debido a nuestro entendimiento nublado: no somos capaces de apreciar el bien. Incluso llegamos a considerar que esta santidad es un defecto: los profetas fueron casi todos perseguidos. Y esto lo vemos incluso en tiempos recientes. Por ejemplo S. Pío de Pietrelcina (el Padre Pío), con fama de santo e incluso con estigmas,  fue aislado por la Santa Sede, que publicó tres decretos prohibiendo el contacto con él. Nuestro pecado nos oculta, e incluso nos hace ver como defectos, la santidad en los actos de los demás.

Pero el segundo es que la claridad de entendimiento te hace actuar de una manera que parece objetivamente pecaminosa. Poco sabemos de los actos de la Virgen, por lo tanto vamos a fijarnos en los actos de Jesucristo mismo. Sabemos que a los doce años, sin decir nada ni a la Virgen ni a S. José, se “escapó” de ellos y se quedó en el Templo por 3 días (Lc 2, 41–50). ¿Eso no fue un pecado de desobediencia? Pues no, pues en su infinita sabiduría supo qué tenía que hacer algo mucho más importante que obedecer a sus “padres”.

También está cuando le dijeron que le buscaban su madre y sus hermanos y respondió “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (Mt. 12, 46–50) ¿No fue esto un desprecio? Pues tampoco. Y algo similar podemos decir ante aparentes insultos dirigidos a los fariseos: “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados”. El camino de santidad no siempre parece un camino de bondad.

Esto no quiere decir que nunca podemos estar seguros que algo es o no pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica es una gran guía. Por ejemplo, nos dice que hemos de obedecer a nuestros padres, a nuestros superiores y a las leyes. Pero hay límites a esta obediencia: no podemos cometer un pecado por obediencia y debemos obedecer antes las leyes de Dios que las de los hombres. Luego la misma doctrina católica justifica que Jesucristo desobedeciera a sus “padres” y se quedara en el templo.

Pero el mismo Catecismo nos dice que el aborto es intrínsecamente perverso y podemos estar seguros que nadie va a acompañar a una persona a un abortorio por santidad. Y tampoco va a mentir y engañar, ni perseguir el dinero. Va bien tener un buen conocimiento de la doctrina católica, aunque para empezar, nos puede bastar con tener presentes los siete pecados capitales. Quizá haya que ir con algo de cuidado al juzgar los accesos de ira, pues existe la ira justa, como muestra Jesucristo mismo al expulsar a los mercaderes del templo con un látigo, pero los actos de avaricia, soberbia, lujuria, e incluso de pereza, no pueden ser actos de virtud.

¿Qué he sacado en claro de esta meditación? En primer lugar que la verdadera sabiduría proviene de la virtud. No es que no haya que estudiar, pero sin acompañar el estudio con la virtud, poco provecho le sacaremos. En esta misma linea, veo que hay que escuchar con más atención y hacer más caso a lo que te dice una persona de gran virtud que a una de muchos estudios.

Y en segundo lugar, que la santidad no es obvia. Nuestros actos de virtud pueden ser malentendidos incluso por gente de buena intención. No debe preocuparnos. Y, como ya sabemos, debemos ir con mucho cuidado al juzgar, pues aunque ningún santo va a cometer atrocidades, ni siquiera mentir o ser falso, ciertas acciones, como pueden ser desobediencias o palabras duras, pueden sólo ser censurables en apariencia. Esto no quiere decir que no haya que llamar la atención a uno que insulta a otro. Si es por santidad no le importará. Y si le molesta, es que no es por santidad.