domingo, 21 de febrero de 2016

Ayuno y abstinencia

Ya hemos entrado en cuaresma. Han puesto un cartel en mi parroquia donde se leen las palabras “ayuno”,  “limosna” y “oración”.  También nos hablarán de penitencia, conversión, quizá abstinencia. Las palabras que no he oído en muchos años son renuncia, mortificación, purificación o sacrificio. Y para mí estos conceptos son fundamentales para vivir la cuaresma.

Nuestro anterior párroco tenía una homilía estándar para el primer domingo de cuaresma. Por un lado nos decía que hacer abstinencia no es no comer carne, porque si en vez de un filete te tomabas una langosta, no estabas haciendo abstinencia. Por otro, nos daba una visión utilitarista del ayuno: había que contabilizar cuánto no comíamos y darlo como limosna. No eran una ideas raras suyas: lo he oído y leído a menudo en otros lugares. Y aunque no sean falsedades, así sin más, no ayudan a la conversión cuaresmal. Mas bien lo contrario.

Si yo a mis alumnos les digo que no hace falta que estudien lo que yo les mando y que pueden elegir lo que quieren estudiar, no voy a conseguir que estudien más responsablemente, ni que estudien más porque han elegido un tema que les interese. Lo que voy a conseguir es que no estudien nada. Debo añadir a mi discurso por qué tienen que estudiar, cómo deben estudiar, cómo sabrán si están estudiando algo útil y muchas otras cosa. Esto es lo que echo en falta en estas homilías cuaresmales.

Se tiene la idea de que hoy en día abstenerse de carne es fácil. Mi experiencia es que no lo es tanto: llegas a casa con hambre y para picar sólo tienes un poco de pan ya que se te ha olvidado comprar queso; o te vas de cañas con los compañeros de trabajo y piden unas croquetas de jamón, que no puedes comer; en la cantina sólo hay un plato que no tenga carne y tienes que comer menos y  pasar algo de hambre… y cuando te preguntan por qué comes tan poco tienes que explicar que es cuaresma y estás cumpliendo con la abstinencia y te miran con cara de que eres un fundamentalista peligroso.

Naturalmente puedes tomar el camino fácil: “Por un poco de sobrasada en el pan tampoco pasa nada”; “no les voy a hacer un feo a los amigos”; “algo tengo que comer, ¿no?”. Y si te engañas con esto (peor aún, crees que estás engañando a Dios), mucho más vas a engañarle si tienes libertad total para crearte tu propia abstinencia.

Y lo de la limosna con lo que ayunas casi es de risa. Primero porque han hecho del ayuno algo casi simbólico: puedes comer una comida principal y algo para desayunar y cenar. Ante esta definición un obispo africano comentó que sus feligreses estarían contentísimos si pudiesen ayunar todos los días. Ayunar se ha convertido en renunciar al café de media mañana y poco más. Y sólo se ayuna dos veces al año. Por lo tanto la limosna acumulada con nuestro ayuno debe ser, siendo generosos, unos 10€ al año. De aquí a pensar “Doy 20€, me salto los ayunos y todos salimos ganando” sólo hay un paso.

¿Por qué el ayuno y la abstinencia?¿Qué ganamos con ello?

Cuaresma es un tiempo de conversión, de cambio. Y para querer cambiar tenemos que estar incómodos: si estamos a gusto, vamos a resistir movernos. A mí me gusta la palabra mortificación para esto: hay que sentirte morir un poco. Los siglos de experiencia espiritual han demostrado que una manera muy efectiva de mortificación es a través del sufrimiento físico y la manera más fácil de conseguirlo es a través de la comida. Esto lo saben los cristianos, judíos, musulmanes, budistas… todos.

En los últimos años se ha reducido la incomodidad física de la cuaresma. Cuando era niño había abstinencia todos los viernes del año y ayuno y abstinencia todos los viernes de cuaresma. Y antes, la abstinencia duraba toda la cuaresma. Ahora es 6 viernes de abstinencia y 2 días de ayuno. Cualquiera que hace una dieta moderada sufre más.  Quizá el objetivo era hacerla más materialmente atractiva de manera que más gente se animara a llevarla a cabo. Pero lo que han hecho es quitarle todo sentido espiritual y sagrado y convertirlo en una costumbre anticuada y absurda.

Cuando viví en Estados Unidos al llegar la cuaresma me preguntaban en la parroquia “What are you going to give up for Lent?” (¿A qué vas a renunciar por Cuaresma?) No entendía la pregunta: ¿renunciar?¿para qué? Ahora sí lo entiendo. Estos últimos años he estado renunciando al calor: tomo duchas incómodamente frías y no enciendo la calefacción de mi despacho. Sí, es algo incómodo, pero esos viernes sin carne, esos días sin comer, ese frío que siento tan a menudo, esa mortificación y renuncia voluntarias, como sé por qué lo hago y sé para qué lo hago, me encamina a la oración, me encamina a la meditación de qué hago mal y qué tengo que mejorar, me encamina a la conversión.

Y eso es la cuaresma.

domingo, 7 de febrero de 2016

Hoy no hay misa

Hace unos 25 años en mi parroquia tenían misa todos los días y había cinco misas de domingo: dos el sábado, dos el domingo por la mañana y una el domingo por la tarde. Un total de 10 misas para la semana. A partir de entonces se ha ido reduciendo el número de misas, normalmente coincidiendo con algún cambio de personal: si cambian al párroco, el nuevo quita alguna misa; si se reduce el número de sacerdotes, se elimina alguna misa; si se aumenta el número de sacerdotes, se elimina alguna misa. Ahora hay 5 misas: dos entre semana (los miércoles y viernes) y 3 de domingo (sábado tarde, domingo mañana, domingo tarde). Lo último ha sido eliminar las misas de las fiestas, de las fiestas religiosas: por Año Nuevo y por Reyes (ambas solemnidades) han eliminado algunas misas. Aún se me remueve mi alma cuando recuerdo el anuncio: “El próximo miércoles es el día de Reyes, que es una Solemnidad. Por eso vamos a eliminar las misas siguientes…”

Esto ha ido en paralelo con mensajes, normalmente implícitos pero a veces explícitos, de que ir a misa no es tan importante. Está bien ir a misa los domingos, pero no hace falta pasarse: si no puedes ir porque tengas alguna otra cosa que hacer, no pasa nada. Mientras vayas ocasionalmente, puedes estar tranquilo.

Mi dolor y enfado no es porque se reduzcan el número de misas. No pretendo que siempre haya una misa en el lugar y la hora que me convenga. No es mi comodidad lo que busco. Es más, cuando ser cristiano es cómodo, mal asunto. Lo que me duele es que parece que las misas son lo menos importante, lo primero de lo que se puede prescindir en tiempos de escasez. ¿Por qué este “menosprecio” de la misa?

Una clave la encontramos en los motivos que dan desde el púlpito de la importancia de la misa. Yo sólo he oído dos: (1) en misa escuchamos la Palabra de Dios y (2) hacemos comunidad con la Iglesia. Son dos motivos reales, cierto, pero si esto es todo, entonces podemos sustituir la misa por la lectura periódica de la Biblia y con la reunión con otros parroquianos para tomar café. 

La misa es más.

La misa es la primera celebración de la comunidad cristiana. Ya en el nuevo testamento nos hablan de los discípulos que se reúnen a partir el pan. La misa ha sido la liturgia central de la comunidad cristiana desde el principio. Y no ha cambiado mucho: en un cursillo sobre la misa nos mostraron una descripción de la misa del siglo II o III (lamento haberla perdido) y era esencialmente idéntico a lo que hacemos ahora. 

En una honda conversación sobre la misa con otro sacerdote especialista en liturgia nos contó que lo más importante de la misa no son las lecturas ni la comunión, sino que es la consagración. Y no es cuando el celebrante dice “Este es mi cuerpo…” o “Esta es mi sangre…”, sino unas cuantas frases antes, cuando el celebrante dice “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor”. Es decir, el celebrante pide que Dios haga santo, haga sagrado, el pan y el vino mediante la infusión del Espíritu en ellos, y que así se conviertan en cuerpo y sangre de Cristo (quizá os interese una explicación en detalle de este momento de la misa). En la Misa, en cada Misa, Dios baja otra vez al mundo y se hace carne para nosotros. No es una mera rememoración, un recuerdo de algo que pasó. Es algo que pasa en cada misa. Es el gran momento sagrado de la misa. El momento en que antes todos nos arrodillábamos en adoración. 

Es revelador que ahora no se arrodille casi nadie.   Yo no sé cómo ni quién inició esto, quizá fue una “iniciativa popular”, pero no encontró resistencia por parte de la jerarquía. Basta ver que han quitado los reclinatorios de los bancos de casi todas las iglesias. Los celebrantes no recuerdan que hay que arrodillarse. Bueno, ningún celebrante: recuerdo a D. Miquel, ya jubilado, que en cada misa antes de la consagración nos recordaba que nos debíamos arrodillar, y si por motivos de salud no podíamos hacerlo, nos debíamos sentar. No le hacían mucho caso, pero él lo seguía recordando a cada misa. Para mí hay una clara conexión: no nos arrodillamos porque ya no creemos que venga Dios al altar y nos hemos convertido de adoradores a meros espectadores. Y de pie se ve mejor. 

Hemos pasado de dar importancia a la consagración a darlo a las lecturas y a la comunidad. Y esto va en  la linea del mismo problema de siempre, el tema principal de este blog: hemos pasado de lo sagrado a lo racional, a lo meramente útil. La misa no es directamente útil: no damos de comer al hambriento, de beber al sediento ni atendemos a peregrinos o enfermos. Por lo tanto la misa no es realmente importante. Es una tradición que conservamos y poco más. 

¡Ay qué miope es esta visión! La misa “proviene de la vida y a la vida revierte” (una frase que nos repetían a menudo en el cursillo). Traemos a la misa nuestra vivencias y preocupaciones y Jesus las recoge, las filtra, las potencia, nos alimenta, nos da fuerzas y nos manda de nuevo al mundo.  Sin la misa confiamos en nuestras fuerzas; con la misa confiamos en las de Dios. Sin la misa somos ricos y soberbios; con la misa somos humildes y pobres. Sin la misa, queremos arreglar el mundo nosotros; con la misa queremos que lo arregle Dios a través nuestro. 


La misa no es un rito y una tradición. La misa es nuestra vida.