En griego antiguo hay dos palabras para el tiempo: chronos y kairos. Chronos es el tiempo físico, el que se mide con un reloj: meses, horas, segundos. Kairos, en cambio, es el tiempo que no se puede medir: el de las cosas que suceden cuando llega su momento. Lo que va con chronos se puede predecir –el tren llegará a las 14:45– pero lo que va con kairos, no: la rosa florecerá cuando llegue su momento. En la Biblia vemos que Dios va con kairos y no con chronos.
Lo podemos ver en todas partes. Por ejemplo en el Evangelio de ayer (Lc 14, 15–24) leemos “Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; cuando llegó la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados…”. En otros pasajes comenta sobre la impredecibilidad del tiempo “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. Podemos decir que kairos es el tiempo de Dios.
Una consecuencia es que las cosas toman su tiempo La Virgen y S. José estuvieron 3 días buscando al niño. Cristo mismo pasó 30 años de vida oculta. Cuando le dijeron que su amigo Lázaro estaba enfermo, esperó unos días antes de ir. No resucitó hasta el tercer día.
Y lo mismo después de resucitado. Yo me imagino que los Apóstoles, tras la resurrección, pensaban que llegaría la plenitud del Reino o pasaría algo grande. No parece que pasara nada durante los 40 días hasta la Ascensión. Y después hubo que esperar 10 días a la llegada del Espíritu Santo. Pocas cosas suceden inmediatamente. Hay que saber tener paciencia y esperar.
Jesús mismo nos advierte de esto en muchas ocasiones. En muchas parábolas hay que esperar al amo o al esposo. Y tenemos que velar y perseverar pues no sabemos cuándo vendrá. Esto es difícil para nosotros que vivimos en el chronos. Y quizá más ahora, que medimos el tiempo en segundos con nuestros relojes digitales, que años atrás que lo medían en horas, con el sol.
Y aunque quizá es más difícil ahora, siempre ha sido difícil. Lo leemos en la segunda carta de S. Pedro. En el último capítulo explica que el Dios no mide el tiempo con un reloj: “Mas no olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día” y da una razón de por qué es así: “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión”. Nos recuerda que “la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación” y nos advierte “ya que estáis prevenidos, estad en guardia para que no os arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga vuestra firmeza”. Tener paciencia y esperar es una virtud fundamental del cristiano. Como decía Sta. Teresa, “la paciencia todo lo alcanza”.
Somos impacientes. Rezamos y si a los dos o tres días no vemos un cambio, empezamos a dudar de que rezar sirva de nada. ¡Qué falta de fe!: Dios responde siempre, pero a su tiempo. Quizá ahora no es el momento y te responderá más adelante. O quizá quiera ver si realmente te importa lo que pides y estás dispuesto a seguir rezando durante meses o durante años (recordemos la parábola del juez injusto). O quizá no veas los resultados: quién sabe si el resurgir de la Iglesia en África es debido a las oraciones de los desolados europeos. Lo que estamos seguros es que si pedimos, se nos dará.
Paciencia, perseverancia y fe. Con eso, todo se consigue.
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