sábado, 31 de agosto de 2019

Don y fruto

Cuando oigo hablar de los pobres en la televisión o incluso en la iglesia, casi siempre me pongo de mal humor. Y eso me ha tenido muy preocupado, pues la opción por los pobres es una de las grandes señas de identidad de la Iglesia Católica. Es parte de su doctrina que Jesucristo está en los pobres (“Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”). Por lo tanto, despreciar a los pobres es despreciar a Jesucristo mismo, un pecado gravísimo. Cierto es que no despreciaba a los pobres, sino al tema de la pobreza, pero eso no me aliviaba mucho. Acudí a las Escrituras, a mi director espiritual, a libros varios, a la oración. Tras todo este proceso creo que ahora sé por qué me pone de tan mal humor cada vez que oigo hablar de los pobres. Y, más importante, creo que mi mal humor está justificado, pues proviene de que la manera de tratar a la pobreza es una clara señal del materialismo de la sociedad, y que ha infectado a mi querida Iglesia Católica.

Quizá alguno se pregunte cómo puede ser materialismo ocuparse de los pobres. Materialismo no es el deseo de riquezas: eso es avaricia. Materialismo es dar prioridad a lo material sobre lo espiritual y, en caso extremo, que lo espiritual ni siquiera existe. Un materialista puede ser austero y pobre o muy generoso. Por lo tanto, no es una contradicción que un materialista se preocupe mucho en dar de comer a los pobres.

Pero los cristianos sabemos que el espíritu no sólo existe, sino que es superior a la materia. El alma es superior al cuerpo. Esto lo repitió Jesucristo una y otra vez:  “¿No vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?”, “No amontonéis tesoros en la Tierra […] amontonadlos en el Cielo”, “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo […] temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno.”

Lo malo del materialismo es que se preocupa mucho de dar de comer al cuerpo y nada de alimentar al alma. Y es tristísimo es que la Iglesia tenga cambiadas sus prioridades. Quizá no debiera extrañarnos, la primera tentación del Diablo a Cristo, como analiza Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret (Vol. 1, Cap 2) fue precisamente esta: “haz que las piedras se conviertan en pan”, es decir, “dales de comer y no te preocupes de sus almas”. Pero en otro tiempo habíamos sabido superar esta tentación. En el blog del P. Jorge González Guadalix hay una preciosa entrada sobre cómo se ocupaban de los cuerpo y almas de los pobres en el S. XVIII. Como muy bien dice, al comparar lo que se hacía entonces con lo que se hace ahora: “La mayor pobreza es la ausencia de Dios, y la peor caridad la que se limita a lo material.”

¿Por qué digo que la Iglesia se ha vuelto material? Algunos ejemplos recientes.
  • Una mujer, con preocupaciones similares a las aquí expuestas, me contó que fue a un comedor social aquí en Palma y se ofreció a ayudar. Dado que el comedor lo llevaba una orden religiosa, indicó que quería añadir un contenido espiritual al proceso (hacer un momento de oración o algo así, no me acuerdo exactamente).  Digamos que se dieron bastante prisa en enseñarle la salida.
  • En la fiesta del Carmen, patrona de mi parroquia, se hacía una ofrenda floral a la Virgen. Ahora se ha sustituido por una recogida de alimentos para los pobres. Aprovechar las fiestas para  recogidas de alimentos está muy bien: cala más en la gente y se recoge más. Pero sustituir la ofrenda floral por unas latas de atún… Estamos insinuando que los pobres son reales y la Virgen no. O a lo más, que vivió hace dos mil años y ahora reside en un cielo muy, muy lejano. Nos olvidamos que a la Virgen, como a todas las madres, le gusta que sus hijos le regalen flores. Si alguien no se lo cree, que lea la anécdota de S. Juan María Vianney titulada “Su marido se ha salvado”)
  • En la publicación de La Misa de cada día de la editorial Claret, leemos en la reflexión del evangelio del 22 de julio de 2019:  “A Cristo sólo lo encontramos en el servicio a los hermanos”. Cierto que a Cristo se le encuentra en el servicio a los demás, pero ¿sólo en el servicio? ¿No está en la misa, no está en la Eucaristía, no está en la oración? Vamos, que si no hay algo material y tangible que mostrar, no está el Señor. Ridículo.
  • El pasado 23 de julio era el día de Sta. Brígida, patrona de Europa. En el inicio de la misa de la basílica de S. Miguel el sacerdote pidió “Por Europa, que en estos momentos difíciles se preocupe por la pobreza”. Hacía poco más de una semana que había fallecido en Francia Vincent Lambert a quienes los médicos, con permiso de la justicia,  habían matado de hambre y sed a pesar de no correr peligro su vida, no necesitar cuidados especiales y que sus padres estaban dispuestos a cuidarle. La indigencia moral de Europa es enorme: aborto, eutanasia, destrucción de la familia…  Me es muy difícil pensar que lo más preocupante y urgente que pedir al Señor es que Europa se preocupe, aún más, por la pobreza.
Podría seguir, pero ¿para qué? Creo que está claro y cualquiera que abra un poco los ojos y los oídos lo verá en su entorno.

Nos despreocupamos de las almas de los pobres porque nos hemos contagiado del materialismo del mundo. Esto es malo para los pobres, pero también lo es para nosotros. El Venerable Arzobispo Fulton Sheen, en su libro Peace of Soul (Paz en el Alma), en el capítulo titulado ”¿Es Dios difícil de encontrar?” explica que uno de las cosas que nos aleja de Dios es que queremos ser salvados, pero no de nuestro pecado. Queremos ser salvados del hambre y de las guerras pero tememos que Jesús quiera salvar también nuestras almas. Esto es lo que hace que Cristianismo social sea tan popular. Es, dice, un tipo de religión muy cómodo, pues no remueve nuestras conciencias. Damos de comer a los pobres, pero nuestras almas ni se enteran, ni se benefician.

Esta idea no es nueva, sino que ya está en los principios de la Iglesia. La encontramos en S. Pablo, y también en S. Agustín que reflexiona sobre la diferencia entre dones y frutos (Confesiones, Libro XIII, Cap. 26). Los dones son lo que damos, los frutos son lo que nuestras almas obtienen a partir de este gesto. Los dones son materiales, los frutos son espirituales. Los dones pueden ser necesarios, los frutos son imprescindibles. Hemos olvidado esta distinción y nos hemos quedado con los dones, lo más visible pero menos importante. Y sólo con los dones, ni nos vamos a salvar nosotros,  ni salvaremos a los pobres. A veces pienso que Satanás debe estar muy contento con esta preocupación nuestra de dar de comer a los cuerpos pero no hacer nada por las almas: le llegarán muchas almas al infierno, y además, gorditas.

Cuidarnos de los cuerpos y las almas de los pobres es la voluntad de Dios; cuidarnos sólo de sus cuerpos, olvidando las almas,  es lo que quiere el Diablo. Lo material es necesario, pero preocuparnos sólo de ello no acerca a la salvación ni a los pobres ni a nosotros. Como dice S. Pablo, “Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía.” (1Cor 13, 3) Dones solos no bastan. Si no nos preocupamos de los frutos ni salvamos, ni nos salvamos.