En baloncesto hay un dicho que, cuando las cosas no funcionan, lo que tienes que hacer es volver a los fundamentos. Por ejemplo, si no te entra el tiro, debes centrarte en las cuestiones básicas y fundamentales: cuadrar bien los hombros a la canasta, plantar firmemente los pies en el suelo, coger bien la pelota con las puntas de los dedos, realizar el movimiento de tiro extendiendo el brazo hasta el final… Centrándote en los fundamentos, tu tiro volverá.
Y este principio de volver a los fundamentos es algo que puede aplicarse a muchos ámbitos de la vida. ¿De repente te llevas mal con alguien? No te preguntes “¿qué le habré hecho?” o “¿qué mosca le ha picado?” Salúdale, pregunta como está su familia, felicítale por algo, sonríe, vete a tomar un café con él… todas esas cosas básicas de la amistad. Verás como pronto te dejas de llevar mal.
Es un buen consejo, pues te da algo útil que hacer ante un problema que te sobrepasa. Y al construir o reconstruir desde los cimientos hacia arriba, arreglas realmente el problema y no le pones un parche temporal.
Ya hace algún tiempo tenemos un grave problema en la Iglesia. En esto días se ha manifestado claramente con la rebelión abierta y pública de algunos sacerdotes alemanes y austríacos indicando que van a bendecir uniones homosexuales y además lo van a difundir por Internet. Y además el obispo de Essen, en vez de intentar impedirlo, informa que no tomará medida contra ellos. Y este es sólo uno de los síntomas de un estado de descomposición de la Iglesia.
Yo, y por lo que leo muchos otros, nos sentimos abandonados, escandalizados, heridos. La situación nos sobrepasa. No podemos quedaros de brazos cruzados, pero no sabemos qué hacer. Esta es la típica situación en la que hemos de volver a los fundamentos.
¿Y cuáles son los fundamentos del catolicismo? Los sacramentos, la oración, la penitencia y la perseverancia.
Esto es lo que debemos hacer:
- Ir a misa. No sólo los domingos y fiestas de guardar, sino también alguna vez entre semana. Y si es más mejor. Ofrece la misa por la unidad de la Iglesia, el Papa, o lo que creas más necesario.
- Confesarse periódicamente. Cada uno tendrá su frecuencia adecuada. En mi caso, cada 3 semanas. Si hace mucho que no te confiesas, vé mañana mismo. Es muy importante.
- Rezar todos los días. Por la mañana y por la noche. Y si puedes rezar un rosario diario, mejor. Comprométete formalmente ante Dios a rezar un cierto tiempo cada día: una hora, media hora, lo que sea. Y cumple lo prometido. No te olvides de rezar por tus enemigos. Por ejemplo, por los sacerdotes alemanes.
- Leer y meditar la Biblia. Debes hacerlo diariamente (puedes considerarlo parte de tu compromiso de oración). Una manera fácil de hacerlo es leer las lecturas de la misa diaria. Si te gusta leer en papel, hay varias publicaciones que son bastante baratas con la misa de cada día. Yo estoy suscrito a, Magnificat. Si lo prefieres por Internet, hay multitud de sitios que te las ofrecen gratuitamente. Mi mujer las lee en el sitio web de los Dominicos.
- Adorar al Santísimo Sacramento. Si en tu ciudad tienes una capilla de adoración perpetua, ve semanalmente. O si no, quizá en tu parroquia o alguna cercana tengan sesiones de adoración semanales o mensuales.
- Mortificarse. Jesucristo quiere que le ayudes en la salvación del mundo añadiendo tus dolores a los suyos. Levántate temprano para rezar, ayuna una vez a la semana, apaga tu móvil los domingos, toma duchas frescas… Pero no te sacrifiques porque sí: ofrece tus dolores e incomodidades por el bien de la Iglesia.
- Tener paciencia y perseverancia. No es cuestión de rezar hoy, que acabo de ver la noticia, un rosario y ya está. Como dice Sta. Teresa de Jesús, “la paciencia todo lo alcanza”. No es simplemente “hacer algo” es cambiar nuestra vida. Esto va para largo y se nos necesita hasta el final.
Toda mi ansia era y es, que pues tiene el buen Jesús tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fueren buenos.
Todas ocupadas en oración por los que son defensores e la Iglesia o predicadores. Ayudemos en lo que pudiéremos a este Señor mío.
¡Ojalá me escuchase mi pueblo,
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios.
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