miércoles, 21 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - VI a

Tiene más sentido la religión católica que la ortodoxa o las protestantes

Hasta aquí he expuesto por qué tiene más sentido la existencia de Dios que su inexistencia; por qué tiene más sentido que haya un sólo Dios que varios y por qué tiene más sentido el cristianismo que el judaísmo o el islam. Voy ahora a exponer por qué, entre las religiones cristianas, la católica es la que tiene más sentido. Hoy la compararé con la religión ortodoxa y en la próxima entrada lo haré con las denominaciones protestantes.

La mejor manera que conozco para entender lo que es la iglesia ortodoxa y sus diferencias con la católica es explicando la historia antigua del cristianismo. Vamos allá. 

En los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de S. Pablo e incluso el Apocalipsis, vemos cómo la Iglesia tuvo que dotarse de una organización y procedimientos de funcionamiento desde el principio. Prácticamente lo primero que hicieron los apóstoles fue elegir un sucesor a Judas Iscariote (Hechos 1, 15–26), estableciendo así que los apóstoles no son sólo los que Cristo eligió, sino que es un ministerio de la Iglesia que debe permanecer a lo largo de su historia. A eso se llama la sucesión apostólica y llega hasta nuestros días en los obispos, que son los sucesores de los apóstoles. Después, en cuanto la Iglesia creció un poco establecieron el ministerio de diácono (Hechos 6, 1–7), con responsabilidades diferentes a la de los apóstoles, estableciendo así una estructura jerárquica. 

En cuanto empezaron a evangelizar fuera de Jerusalén, los apóstoles establecieron iglesias, comunidades de creyentes. Por las dificultades de comunicación de aquellos tiempos, estas comunidades tenían que ser algo autónomas, pero los apóstoles ponían a alguien al “mando” de la Iglesia: en la primera carta a Timoteo vemos cómo S. Pablo dejó a Timoteo al mando de la iglesia de Éfeso y la carta son consejos a que le da para que pueda cumplir bien su labor. Además, los apóstoles mandaban cartas a las iglesias para aconsejarlas, guiarlas, a veces regañarlas. Esto lo vemos en todas las epístolas y el principio del Apocalipsis.

Vemos también en los Hechos que  cuando aparecían situaciones que exigían determinar la doctrina de la Iglesia, los apóstoles se reunían en concilio para discutir y decidir la cuestión. El primer concilio fue el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), en el que se determinó que los gentiles podían acceder al cristianismo sin tener que pasar primero por el judaísmo y que por lo tanto no estaban sujetos a las leyes y costumbres judías.

Al principio el centro del cristianismo estaba en Jerusalén, pero al expandirse, fue necesario crear otros centros de la Iglesia. En los Hechos mismos se habla de Antioquía, donde había profetas y doctores que guiaban al pueblo. Estos centros principales recibieron más adelante el nombre patriarcados. En el S. VII había cinco: Jerusalén, Antioquía, Roma, Alejandría y Constantinopla. A la cabeza de cada patriarcado había un patriarca. El patriarca de Roma era el Papa y, como sucesor de Pedro, tenía una primacía, al menos moral, sobre los demás.

Como he dicho antes, los patriarcados tenían mucha autonomía. Había una unión doctrinal, establecida y guiada por los diferentes concilios que se fueron celebrando, a las que los cinco patriarcados enviaban representantes. Donde sí había variaciones era en los procedimientos de actuación (lo que se llama la disciplina) y la liturgia. Por ejemplo, en las iglesias del este se permitía que hombres casados accediesen al sacerdocio, mientras que en el oeste se prefería que fueran solteros y célibes (Nota: nadie permite que un sacerdote se case; lo que algunos permiten es que hombres casados sean ordenados sacerdotes). También variaba el idioma usado en la liturgia: latín en Roma, y griego en los demás sitios.

En el S. VIII, debido a la invasión musulmana de Palestina y norte de África, sólo quedaron dos patriarcados: Roma y Constantinopla. En esos momentos el emperador del imperio romano residía en Constantinopla y era la gran ciudad del imperio. En cambio Roma era una ciudad muy venida a menos y que había sido atacada e incluso invadida por los bárbaros varias veces. El patriarca de Constantinopla tenía una estrecha relación con el emperador y el poder temporal, mientras que el Papa era mucho más independiente del poder temporal (quizá a la fuerza: no había ningún poder temporal fuerte en la zona). Las diferencias de disciplina iban creando tensiones. Además, el patriarca de Constantinopla tenía cada vez más problemas para admitir la primacía de Roma. No sólo estaba en la capital del imperio y era cercano al emperador, nótese que los primeros concilios (Nicea, Calcedonia, Constantinopla), se habían celebrado en el patriarcado de Constantinopla. 

Las tensiones fueron aumentando y apareció una primera diferencia doctrinal: la claúsula filioque. Casi lo podemos considerar un tecnicismo teológico: la cuestión es si el Espíritu Santo depende sólo del Padre (como defendían en el este) o si del Padre y del Hijo (filioque es “y del Hijo” en latín). Se llegó a un punto de ruptura y en 1054 el Papa y el Patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente, rompiendo la unión. Esto es el Gran Cisma de Oriente, que dividió a la Iglesia en dos: los Católicos (“universales”) y los Ortodoxos (“de recta doctrina”).

Como vemos, la ruptura tuvo lugar debido a diferencias de disciplina (procedimientos, liturgia, y sobre todo relación con el poder temporal), a un tecnicismo doctrinal, y a una agria discusión sobre si el poder de los patriarcas era inferior al del Papa o no. Visto desde la distancia más parece una trifulca familiar que una ruptura por cuestiones esenciales. Pero los odios y las divisiones familiares a veces llegan muy hondo y son muy difíciles de sanar. Han pasado mil años y no ha vuelto la unión. Recientemente han habido gestos de acercamiento: S. Juan Pablo II hizo entrega de las reliquias de S. Juan Crisóstomo y S. Gregorio Nacianceno (dos Padres de la Iglesia de origen oriental) que se guardaban en el Vaticano, para que pudieran ser venerados por la Iglesia Ortodoxa. Y en 2006 Benedicto XVI y el patriarca Bartolomeo I levantaron las excomuniones de 1054. 

La Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas tiene mucho en común: ambas mantienen la sucesión apostólica (el linaje de sus obispos desciende en ambos casos hasta los Apóstoles), tienen los siete Sacramentos, las diferencias doctrinales son mínimas (la claúsula filioque y poco más). La diferencia más visible es que hay una sola Iglesia Católica, mientras que hay 14 o 15 (según a quién preguntes) Iglesias Ortodoxas, cada uno con su patriarca. Los patriarcas son independientes uno de otro, y cada iglesia obedece sólo a su patriarca, aunque reconocen una primacía moral al patriarca de Constantinopla. 

¿Entonces, qué es lo que da más sentido a la Iglesia Católica que a las Ortodoxas? En el programa Pints with Aquinas Matt Fradd preguntó una vez a un converso al catolicismo (no me acuerdo de quién era el invitado y hay tantos programas que no lo puedo encontrar) si había considerado hacerse ortodoxo (Nota de 29/1/23: el converso era Scott Hahn. He aquí el clip con la respuesta del Dr. Hahn). Le respondió que sí, pero que lo que le inclinó al catolicismo era que uno no puede hacerse miembro de la Iglesia Ortodoxa sin adjetivo, sino que tiene que hacerse de alguna Iglesia Ortodoxa concreta: ortodoxo ruso, ortodoxo ucraniano, ortodoxo griego… y que él podía aceptar la doctrina ortodoxa sin problemas, pero no veía por qué tenía que aceptar a la vez costumbres nacionales que le eran ajenas. Aunque no lo puso así, si uno quiere hacerse ortodoxo “neutro”, lo más cercano es hacerse católico.

Y los problemas de este nacionalismo inherente en las Iglesias Ortodoxas la podemos ver ahora mismo debido a la guerra entre Rusia y Ucrania. No es que los patriarcas respectivos apoyen la guerra, pero al leer sus declaraciones ves que son iglesias nacionales y tienen que hacer encaje de bolillos para ser ortodoxo”, pero también  “ruso” o “ucraniano”. La Iglesia Católica, más alejada del poder temporal y de carácter universal, no tiene este problema: se busca la justicia y la paz y no la victoria de “los míos” (naturalmente, cada fiel, sacerdote u obispo sí que tiene su nacionalidad, pero se convierte en una cuestión personal y no de la Iglesia en sí).

En resumen, la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas se parecen mucho y su separación se asemeja más a una trifulca familiar que a diferencias esenciales irreconciliables. Pero la universalidad de la una Iglesia Católica marca la diferencia ante el nacionalismo inherente en las diferentes Iglesias Ortodoxas. Es por eso que la Iglesia Católica tiene más sentido que las Ortodoxas.


miércoles, 14 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - V b

 Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios

En la entrada anterior comparamos el concepto de Dios del cristianismo con el del islam. Pero si queremos comparar el cristianismo con el judaísmo no hemos de comparar dos conceptos de Dios, pues estamos hablando del mismo Dios, sino que hemos de comparar las dos visiones que tienen estas dos religiones de Dios. De esto trata esta entrada.

Está muy extendida la idea errada de que el judaísmo actual es el mismo que en tiempos de Cristo. Se piensa que el cristianismo se escindió del judaísmo mientras que éste siguió sin cambios.  No es así: en el año 70, con el asedio y la destrucción de Jerusalén y su templo por el general (y después emperador) Tito, el judaísmo sufrió un enorme golpe y prácticamente desapareció. Resurgió unos dos siglos después pero con cambios. Una prueba de ello es la escritura de un nuevo libro fundamental, el talmud, que son un conjunto de discusiones rabínicas sobre la ley, tradiciones, parábolas, etc. Este libro se escribió con este renacer, entre los siglos III y V. Por lo tanto el judaísmo actual tiene origen en el que existía en tiempos de Cristo, pero presenta cambios. Si se quiere distinguir entre ambos, al actual se le llama judaísmo talmúdico o judaísmo rabínico.

En el talmud se habla de Jesús y se niega su divinidad. Y esto es la clave que nos permite distinguir entre las dos visiones de Dios: ¿es Jesús el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, o no?

Una manera de abordar esta cuestión es la que usan C.S. Lewis y el Venerable Fulton Sheen. Leyendo los Evangelios y mirando lo que Jesús dijo de sí mismo sólo tenemos tres opciones: (a) Jesús es quien dice ser, el Hijo de Dios; (b) Jesús es un demente, con delirios de ser Dios; o (c) Jesús es un embaucador, que engaña a sus seguidores. No hay otra opción. En particular, Jesús no puede ser sólo un maestro, especialmente iluminado por Dios: Él mismo niega esta posibilidad. Por ejemplo, públicamente perdona pecados (Mc 2, 5–12), cosa que sólo Dios puede hacer. Y durante su juicio ante el Sanedrín guarda silencio ante todas las acusaciones excepto una: la de ser Hijo de Dios. Y ante Pilatos hace lo mismo, aunque cambia lo de Hijo de Dios por algo que Pilatos pueda entender: rey de los Judíos. 

Esta misma escena del juicio hace poco razonable que Jesús fuera un embaucador: un timador no sigue con sus engaños cuando claramente se juega ser torturado y morir en la cruz, la muerte más horrible que tenían. Tuvo muchas posibilidades de escapar de este destino y no lo hizo.

Nos queda la última posibilidad, que Jesús fuera un loco que deliraba. Pero hacía milagros, milagros que incluso sus enemigos reconocían, aunque los atribuían al demonio. Y tras su muerte, sus seguidores no se dispersaron.  Esto lo destaca en Hechos 5, 34–39 el fariseo y doctor de la ley Gamaliel, que aconseja no hacer nada contra los apóstoles, pues “si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; pero si viene de Dios, no podréis disolverlo”. Es el mismo argumento que usa Sto. Tomás de Aquino contra el Islam y que exponía en la entrada anterior: el que, bajo persecución, los apóstoles y sus descendientes difundieran el cristianismo a todo el mundo conocido en pocos años es una muestra de que es de origen divino.

Esto hace que la opción más razonables sea que Jesús era Hijo de Dios, y por lo tanto, a pesar de las dificultades intelectuales que introduce el concepto de la Santísima Trinidad, y que ya discutimos, tiene más sentido la visión cristiana de Dios, con sus tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que la visión judía.

He argumentado hasta el momento que Dios existe, que sólo hay un Dios, y que de las tres grandes religiones monoteístas, el cristianismo es el que tiene más sentido. Pero, desgraciadamente, hay divisiones entre los cristianos y tenemos los católicos, los ortodoxos y los protestantes. En las próximas entradas, ya las últimas de la serie, argumentaré por qué el catolicismo tiene más sentido que las otras dos opciones cristianas.


viernes, 2 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - V a

Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios

En este punto del recorrido hemos llegado a la conclusión que tiene más sentido que exista alguna deidad a que no exista y que tiene más sentido que exista un sólo dios a varios. También hemos visto que no es un problema no entender totalmente la esencia de Dios, pues Dios ha de ser más que lo que puede comprender el intelecto humano. Luego hay un sólo Dios. Tenemos 3 principales religiones monoteístas: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Vamos a comparar el cristianismo con las otras dos y veremos que tiene más sentido ser cristiano que de religión judía o musulmana. 

En esta entrada compararemos el cristianismo con el islamismo. Usaré dos argumentos, uno de William Lane Craig y otro de Sto. Tomás de Aquino.

El concepto de Dios

William Lane Craig es un apologista evangélico, que ha estudiado a fondo la existencia de Dios y lo expone brillantemente en conferencias y debates fácilmente obtenibles en YouTube. Hay un fragmento (en inglés) en el que responde a la pregunta de un musulmán sobre el concepto de Dios en ambas religiones. En ella expone que considera que el concepto cristiano de dios es de un dios superior al musulmán. Explica que Dios, tal y como nos lo mostró Jesucristo, es superior al concepto de Allah que aparece en el Corán. 

La diferencia esencial es que Jesucristo es un ser que ama de forma incondicional, imparcial y universal, mientras que el amor de Allah es parcial y condicional, debes ganártelo. Y no es universal, pues no ama a los pecadores. En el Corán se repite una y otra vez que Allah no ama a los infieles que no creen en él, que no ama a los pecadores, que no ama a los de dura cerviz, que sólo ama a sus fieles. Expone que el concepto de un Dios que ama de forma incondicional, imparcial y universal es superior, y concluye: “Creo que el concepto de Dios en Islam es moralmente inadecuado”.

La difusión de la religión

Otra forma de comparar Dios con Allah es a través de la difusión de la religión resultante. La mejor comparación que conozco entre ambas religiones la escribe Sto. Tomás de Aquino en el capítulo VI de su Summa contra Gentiles. Compara la difusión del catolicismo, y su concepto de Dios, con la del Islam, y su concepto de Allah. 

La idea básica es que la difusión de la religión católica, predicha por los profetas, hecha por gente inculta, entre peligros y persecuciones, sin prometer nada en este mundo ni de este mundo, es de inspiración divina, mientras que el del Islam, que no fue predicha, hecha esencialmente por las armas y que promete placeres carnales en este mundo y en el otro, tiene una pinta mucho más humana. Es una argumentación corta y contundente. Muestro aquí un resumen, pero recomiendo leer el capítulo entero: son sólo 4 párrafos.

Empieza describiendo como la religión católica se difundió de forma milagrosa “de tal manera que los ignorantes y simples, llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la máxima sabiduría y elocuencia.  En vista de esto, por la eficacia de esta prueba, una innumerable multitud, no sólo de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino en medio de grandes tormentos, en donde se da a conocer lo que está sobre todo entendimiento humano”. Añade “Y que esto no se hizo de improviso ni casualmente, sino por disposición divina, lo manifiestan muchos oráculos de los profetas […] en el que Dios predijo que así se realizaría”.

Esto lo compara con la difusión del Islam por Mahoma: “que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia.  […]  No presentó más testimonios de verdad que los que fácilmente y por cualquiera medianamente sabio pueden ser conocidos con sólo la capacidad natural. […] No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está interiormente inspirado.  En cambio, afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los ladrones y tiranos.  Más aún, ya desde el principio, no le creyeron los hombres sabios, conocedores de las cosas divinas y humanas, sino gente incivilizada, habitantes del desierto, ignorantes totalmente de lo divino, con cuyas huestes obligó a otros, por la violencia de las armas, a admitir su ley.  Ningún oráculo divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él.”

He visto otras comparaciones entre el cristianismo y el islamismo pero considero que estas dos bastan para mostrar con claridad que tiene más sentido el cristianismo y Dios, que el islamismo y Allah. 

En la próxima entrada compararemos dos visiones del mismo Dios, el que tiene los cristianos y los judíos.


miércoles, 23 de noviembre de 2022

Por que soy católico - IV

Tiene más sentido el misterio que entenderlo todo

Al final de la entrada anterior, hablando de la Santísima Trinidad, dejé dos preguntas que voy a responder ahora:

  • ¿El hecho de no entender la esencia misma de Dios, es un impedimento para creer en Él?
  • ¿Por qué Cristo mismo nos presentó a Dios así?¿No hubiera bastado dejarlo como en el Antiguo Testamento, un sólo Dios con una sola persona, sin entrar en detalles que no podemos comprender?

Empecemos por la primera. No entender cuestiones esenciales de Dios no es un impedimento para creer en Él. Todo lo contrario: Dios debe ser más que cualquier cosa que podamos concebir. No puede caber en nuestra mente: si cupiera, no puede ser Dios. Naturalmente, solamente tenemos una visión parcial de lo que Dios es. Y podría ser tan parcial que lo entendiéramos todo. Pero no es extraño pensar que a medida que se expande nuestra visión de Dios, se llega a sitios que no entendemos porque sobrepasan la comprensión humana. Es lógico que haya cuestiones que no entiendo de su ser y no es un impedimento para creer en esa concepción de dios. Todo lo contrario, un dios perfectamente comprensible, que pueda entender perfectamente tiene más pinta de ser una creación humana.

¿Pero cómo nos llegan concepciones de Dios que no podemos comprender? No puede ser por razonamiento; debe ser por revelación. Podemos razonar que Dios existe, podemos razonar que Dios es todopoderoso, podemos razonar que es la fuente de la justicia. Pero no podemos llegar por razonamiento a la Santísima Trinidad. Es un misterio que conocemos porque Cristo mismo nos lo reveló. Nos habló una y otra vez del Padre y de sí mismo, el Hijo, explicando su relación y cómo eran uno. Con menos frecuencia nos introdujo al Espíritu, enviado por el Padre y el Hijo. Luego la existencia de la Santísima Trinidad es revelada por Jesucristo. La descripción de su “estructura” –un Dios con 3 personas– sí que es una creación humana, para poder dotar de algún sentido a este misterio revelado.

Otra cuestión importante es que es una incomprensibilidad por extensión. Es decir, que es incomprensible porque va más allá de lo que podemos comprender. Un dios incomprensible que nosotros creemos lo será porque habrá alguna contradicción interna o porque desafíe a la lógica o porque sea ambiguo, etc. Lo podemos entender y entendemos que no tiene sentido. No es el caso del Dios del cristianismo. Por ejemplo, el Dios del Nuevo Testamento no es distinto del Dios del Antiguo Testamento, sino una descripción más detallada del mismo Dios. En el Nuevo Testamento en ningún momento se contradice al Dios del Antiguo Testamento, sino que se extiende. Y en el caso de la Santísima Trinidad, se extiende hasta más allá de nuestra comprensión.

Y llegamos a la segunda pregunta: ¿por qué hacer esta extensión, que genera problemas y dudas, y no dejar a Dios como lo conocían en el Antiguo Testamento?  A poco que pensemos, la respuesta es obvia: en el momento que Dios se encarna y se hace hombre es necesario revelar más de la esencia de Dios. Si no, aparecen preguntas mucho más difíciles: ¿Cómo pudo Dios –todo Dios– formarse dentro del seno de una mujer? ¿Cómo puede ser Dios –todo Dios– un bebé que no puede ni hablar? ¿Dios puede estar dormido? ¿Dios puede morir?  Estas preguntas dan lugar a muy serias dudas de que Jesucristo pueda ser Dios. Mucho más serias que lo que se desprende de la Santísima Trinidad. Había que dar alguna explicación, aunque fuera metida en el misterio, de cómo Jesucristo era Dios, y de ahí la revelación.

Un misterio relacionado es cómo puede Dios ser hombre también. ¿Cómo puede ser eso? Es otro misterio, revelado en la misma existencia de Cristo. Le damos sentido don la explicación de que Cristo es una persona, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, pero que tiene dos naturalezas: una humana y otra divina. Estas dos naturalezas están unidas en una unión hipostática (es decir, una unión de la esencia). La esencia de Dios-Hijo y la esencia de Jesús-hombre están unidas en su esencia: Cristo es completamente Dios y completamente hombre. 

Estos misterios no pueden entenderse, pero deben aceptarse. Si no los aceptas no eres Cristiano, eres otra cosa. Pero la existencia de estos misterios no es un motivo para pensar que el Cristianismo es falso. Cuando trascendemos, siempre acabamos con un misterio que no podemos entender. 

Y para mí tiene mucha más sentido que existan misterios, pensar que hay cuestiones de Dios que están más allá de mi comprensión, que entenderlo todo.

lunes, 7 de noviembre de 2022

Por qué soy católico - III

Tiene más sentido que haya un solo dios a que haya varios

En las entradas anteriores hemos explorado la existencia de un dios. Espero haber mostrado que tiene más sentido que exista un dios a que no exista ninguno. Ahora vamos a explorar la cuestión de si hay un solo dios o si puede haber varios. Debo decir que el politeísmo no es algo que haya estudiado. Lo que estoy más familiarizado es con la mitología grecorromana y sus dioses y a partir de ahí he creado mi razonamiento. Para escribir esta entrada he leído algo de otras religiones politeístas, por ejemplo el sintoísmo japonés, y mi razonamiento también es válido para este caso. Pero es posible que haya alguna religión politeísta para los que mis razonamientos no sirvan. Dicho esto, empecemos.

¿Qué es un dios?

La idea de dios que tenemos en el cristianismo –que es esencialmente el mismo que en el judaísmo y similar al musulmán– es un dios creador, todopoderoso, omnisciente. Pero esta no es la visión que tenían los griegos. No creo que haya ningún dios griego que se considere creador del mundo; unos dioses no podían oponerse directamente a lo decidido por otros; Zeus fue a menudo infiel a su mujer Hera y ella, si se enteró, fue a posteriori. Incluso pueden crearse dioses: Hércules empezó siendo humano, pero acabó siendo un dios o los emperadores romanos, al convertirse en emperadores se convertían también en dioses. 

Los dioses grecorromanos eran inmortales y tenían poderes especiales, pero por lo demás eran muy humanos con sus amores y odios, concupiscencias, venganzas. Yo diría que los dioses griegos son esencialmente lo que ahora llamamos superhéroes. Y naturalmente, puede haber multitud de superhéroes. Cada uno tiene su área de influencia o especialidad: Poseidón, el dios de los mares; Artemisa, la dios de la caza; Afrodita, la diosa de la belleza y el amor. 

El sintoísmo tiene un carácter diferente, pero su esencia no es muy diferente: los dioses son seres espirituales superiores, como los dioses del bosque o de los cielos.

Si un dios es simplemente algo que trasciende a la experiencia terrena o al control del hombre, y no se le asignan capacidades como el ser creador o todopoderoso, podemos tener varios dioses. Pero la idea de dios a la que hemos llegado en las entradas anteriores es la de un dios creador, todopoderoso, omnisciente, fuente de la justicia y la bondad. Y un dios así tiene que ser único.

Por ejemplo, la única manera que hubiera dos dioses todopoderosos es que estuvieran siempre absolutamente de acuerdo en todo lo que hacen.  Y lo mismo pasaría con la idea de dios fuente de la justicia: tiene que tener ambos siempre exactamente el mismo concepto de lo que es justo.  Es decir, tendrían que ser absolutamente idénticos. Y eso quiere decir que son un sólo dios.

Alguno podría decir “¡Un momento! Que sean idénticos en todo no quiere decir que sean únicos. Por ejemplo, yo puedo tener dos monedas que sean absolutamente idénticas: mismo peso, tamaño, forma, color, etc.” La respuesta es que esas dos monedas tienen el mismo aspecto y medidas, pero no son completamente idénticas: hay cosas que las diferencian. Por ejemplo, una de ellas está formada por unos átomos, y la otra, por unos átomos diferentes. O una está en tu mano izquierda, y la otra en tu mano derecha. O puedo hacer una marca en una sin marcar la otra. No son idénticas en todo.

Pero los dioses no son materiales, no son físicamente distintos. Son pura esencia y esta esencia debe ser idéntica en todo, luego son el mismo dios.

Este razonamiento que he presentado de la existencia de un solo dios es la base del argumento metafísico de que dios es único. Como vimos, por argumentos metafísicos se puede llegar a la conclusión de que existe un dios. Por argumentos metafísicos que no expliqué se puede deducir que este dios debe ser todopoderoso, omnisciente, fuente de la justicia, etc.  Y por argumentos metafísicos se deduce que este dios debe ser único.

Luego, dado nuestro concepto de dios, tiene más sentido que haya un sólo dios a que haya varios.

¿Y la Santísima Trinidad?

¿Cuántos dioses tenemos los cristianos? La doctrina dice que es un solo Dios, pero que tiene tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Pero hay muchos que, muy comprensiblemente, consideran que esto es palabrería ininteligible, que o es un dios o son tres pero que no puede ser ambas cosas. Que el cristianismo es politeísta y que lo de las tres personas es una manera chapucera de intentar casar lo incasable.

Yo tampoco entiendo lo que es la Santísima Trinidad. Creo que no lo entiende nadie. Es famosa la historia de S. Agustín, uno de los grandes sabios de la Iglesia universal, que estaba meditando sobre la Santísima Trinidad mientras paseaba por la playa. Allí vio a un niño que iba cogiendo con una concha agua del mar y lo vertía en un hoyo en la arena. El santo preguntó al niño que qué hacía y este le contestó que estaba metiendo toda el agua del mar en el hoyo. “¡Pero eso es imposible!” exclamó. El niño le respondió “Es más posible que entender eso que estás meditando”. Fue entonces que se dio cuenta que el niño era un ángel enviado por Dios. 

Como digo, yo tampoco entiendo lo que es la Santísima Trinidad. Creo que a veces lo considero como tres dioses interconectados; otras veces, como tres facetas diferentes de un sólo Dios. Sé que no es ninguna de las dos cosas, pero no sé lo que es. Pero a pesar de que no lo entiendo, lo creo, porque es como Cristo mismo nos lo reveló y como la Iglesia ha desarrollado. Es incomprensible, pero no es contradictorio. El concepto de persona se desarrolló en teología y filosofía precisamente para mostrar que no rompe la lógica el tener un Dios que es “uno y trino”. 

Ante esto, se me ocurren dos preguntas:

  • ¿El hecho de no entender la esencia misma de Dios, es un impedimento para creer en Él?
  • ¿Por qué Cristo mismo nos presentó a Dios así?¿No hubiera bastado dejarlo como en el Antiguo Testamento, un sólo Dios con una sola persona, sin entrar en detalles que no podemos comprender?

Responder a estas preguntas aquí me desviaría del tema de esta entrada y lo dejo para la siguiente entrada.

Conclusión

Aceptando que existe al menos un dios, podemos preguntarnos si es único o no. Esto depende del concepto que tengamos de dios. Si es un “dios superhéroe” del estilo de los dioses griegos, sí que puede haber varios. Pero si es un dios creador, todopoderoso, omnisciente, fuente de la bondad y de la justicia, no es difícil argumentar que sólo puede existir uno: si fueran varios, tendrían que ser idénticos en todo.

El dios que hemos argumentado que existe, el dios al que se llega por argumentos metafísicos, y el dios de las grandes religiones monoteístas es un dios creador, todopoderoso, omnisciente, fuente de la bondad y la justicia. Luego tiene más sentido creer que existe un solo dios a que existan varios. 

Aunque el Dios cristiano es uno, tiene tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es imposible entender verdaderamente este concepto de la Santísima Trinidad. No es contrario a la lógica, pero es más de lo que podemos entender. Por eso es una verdad revelada por Dios mismo y no una verdad a la que podamos llegar con nuestros razonamientos. En ciertos aspectos fundamentales, nuestro Dios es incomprensible. En la próxima entrada veremos como eso no impide que creamos en Él.

domingo, 16 de octubre de 2022

Por qué soy católico II-d

Tiene más sentido que exista dios a que no exista

Los ateos tienen sus razones

En las entradas anteriores hemos estado estudiando la cuestión de la existencia de un dios. Pero al releerlo me he dado cuenta que lo he hecho desde el punto de vista del creyente. Sin ser mi intención, posiblemente he dado la impresión de que si uno no acaba creyendo que dios existe es porque o no se lo ha pensado en serio o porque no tiene luces. En esta entrada voy a intentar corregir esta impresión incorrecta que he podido dar.

Sí que creo que la mayoría de la gente no se plantea seriamente el tema de la existencia de dios. Hace 100 años esto significaba en el mundo occidental que casi todo el mundo era cristiano porque sí; ahora significa que casi todo el mundo es ateo porque también. Esta mayoría no es que sean cristianos o ateos, más bien son indiferentes. Pero sí que hay ateos que se han tomado en serio y se han pensado bien su opción por el ateísmo y lo explican. Por ejemplo, es bien conocido el debate sobre la existencia de Dios entre el creyente William Lane Craig y el ateo Christopher Hitchens. 

No es mi intención entrar en todos los motivos que los ateos tienen para no creer en la existencia de dios, sino solamente en motivo principal, el que probablemente empuja a más gente hacia el ateísmo: el problema del mal. Hitchens mismo (no me acuerdo si en el debate enlazado arriba o en otro) enunció este problema más o menos así: Vemos sufrimiento en el mundo: hambres, guerras, enfermedades, crímenes atroces. Pero se nos dice que sobre nosotros hay un dios todopoderoso y bondadoso. Esto no tiene sentido. Tiene más sentido pensar que no hay dios que pensar que un dios todopoderoso y bondadoso nos ha creado y nos ha traído al mundo para sufrir.

Nótese que este argumento es realmente contra la existencia del Dios cristiano: en la mitología nórdica tenemos a Loki, que era capaz de grandes maldades. En la mitología griega-romana prácticamente todos los dioses hacían sufrir a un humano que les cayera mal sin pensárselo dos veces. Pero a pesar de esta cuestión lógica, es un problema que ha llevado a muchos hacia el ateísmo. Por lo tanto vamos a abordarlo.

Vamos a mostrar que es compatible la idea de un Dios todopoderoso y bondadoso con la existencia del mal y del sufrimiento.

En su soberbia, el hombre moderno se cree que es un problema nuevo, que no se le había ocurrido a nadie antes, pero realmente es muy antiguo. Por ejemplo el libro de Job, en el Antiguo Testamento está escrito para tratarlo. Los argumentos que yo voy a usar provienen mayoritariamente de Santo Tomás de Aquino, del S. XIII, aunque les he dado una vuelta para hacerlos más comprensibles para mí, y espero que para ustedes.

Voy a dividir el problema del mal en dos, porque realmente son dos, dependiendo de la procedencia del mal, y reciben tratamientos diferentes. Voy a llamarlos el problema de la maldad, si la causa del mal proviene del hombre, y el problema del sufrimiento, si la causa proviene de la naturaleza. 

El problema de la maldad

En el mundo hay gente perversa que mata, viola, roba, provoca guerras. Gente que con tal de obtener un beneficio no le importa la miseria que crea. ¿Cómo puede un dios todopoderoso permitir esto?

Para atacar este problema, Santo Tomás empieza estableciendo que la maldad no existe, sino que es la ausencia de bien. Esto, que parece tan extraño, es lo mismo que pasa con la oscuridad: la oscuridad no existe, es sólo la ausencia de luz. La luz sí existe: son ondas electromagnéticas, fotones. Pero la oscuridad no es nada: es sólo la ausencia de luz. Pues lo mismo pasa con la bondad y la maldad. La bondad existe mientras que el mal no existe, es lo que aparece si bloqueamos el bien.

Yo noto esta diferencia entre el bien y el mal en mí mismo: tengo que trabajar para hacer el bien, pero tengo que resistirme para no cometer el mal. Es decir, el bien requiere una fuerza, una presencia; en cambio el mal, requiere una ausencia, es lo que pasa si no te esfuerzas.

Dada esta diferencia entre bien y mal, vemos que el bien viene de Dios, puesto que Dios es bondad. Pero que si lo alejamos, lo apartamos de nosotros, el bien desaparece y obtenemos lo que llamamos el mal. Una consecuencia es que Dios no provoca el mal, sino que es una consecuencia de nuestra libertad para bloquear su presencia.

Una explicación más detallada de esto la hace Dante Urbina, utilizando un argumento de C.S. Lewis. Imaginemos que alguien le tira una piedra a otro con la intención de quebrarle la cabeza. Dios podría convertir la piedra en plumas y así evitaría el daño. Pero no hubiera impedido la maldad, ya que la persona tiró la piedra con intención de causar un grave daño. Se han impedido las consecuencias del mal, pero no el mal en sí. Demos un paso atrás. Digamos que Dios inmoviliza el brazo del malo para impedir que pueda tirar la piedra. Sigue sin haber impedido la maldad, pues la persona decidió cometer la maldad. El único camino de Dios para impedir la maldad de tirar la piedra es impedir que pueda decidir tirarla.  Es decir, que la única manera que tiene Dios para impedir la maldad es impedir que las personas puedan decidir cometer maldades, es decir, eliminando nuestra libertad. 

Si no tenemos libertad somos autómatas, muñecos; si tenemos libertad, somos personas. En el momento que Dios creó personas, creó la posibilidad que éstas decidieran bloquearle y por lo tanto la aparición de la maldad. La maldad potencial es intrínseca a la libertad. O libertad y posibilidad de maldad o ni libertad ni maldad. No hay otra opción.

Vayamos con el problema del sufrimiento: situaciones dolorosas que no son causadas por la maldad de otro.

El problema del sufrimiento

Vemos continuamente que hay sufrimiento sin intervención humana. Sufrimiento, a veces desgarrador, por enfermedades, accidentes, catástrofes naturales, etc ¿Cómo puede un dios todopoderoso y bondadoso permitirlo? Lo podría evitar si quisiera, sin tocar nuestra libertad. ¿Por qué no lo hace?

Sto. Tomás declaraba que esto era un misterio. Realmente, no sabemos por qué dios actúa así, pero sí podemos pensar en motivos razonables que puede tener. Para empezar, Sto. Tomás establece que si un dios todopoderoso y bondadoso permite estos sufrimientos tiene que ser porque de este dolor puede salir un bien mayor que el sufrimiento soportado.

Esto no es tan extraordinario y lo saben bien todos los que intentan mejorar su forma física: en los entrenamientos tienes que sufrir; si no, no vas a mejorar. En Estados Unidos lo resumen con el dicho No pain, no gain (sin dolor, no hay ganancia). Pues de la misma manera que nuestro cuerpo necesita del sufrimiento físico para mejorar, nuestros espíritus necesitan del sufrimiento espiritual. Esto está reconocido por la mayoría de las religiones y está introducido en forma de ayunos y mortificaciones. El sufrir hambre voluntariamente fortalece tu espíritu de una forma que sin este sufrimiento no lo podrías conseguir.

Pero hay sufrimientos que no pueden ser voluntarios, por ejemplo, una enfermedad. La película El milagro del Padre Stu cuenta la historia del sacerdote Stuart Long, que sufrió una enfermedad muscular degenerativa de la que acabó muriendo. Mark Wahlberg, el productor y protagonista de la película, cuenta que al estudiar el personaje le impresionó ver cómo la degeneración física del Padre Stu iba acompañado de un enorme crecimiento espiritual. En cierto modo la degeneración física provocó el crecimiento espiritual.

Esta es una experiencia que todos hemos tenido, normalmente en menor grado. Yo, por ejemplo, he tenido que cuidar un padre enfermo, y ahora a una madre con demencia senil. Y ante las muestras de conmiseración que recibo, siempre contesto lo mismo: el poder cuidar de tus padres enfermos es un don de Dios. Sí, pierdo horas de sueño, hay días que tengo que correr de un lado para otro, hay mucho cansancio, preocupaciones persistentes, ratos de angustia.  Pero he recibido mucho más. No es que quiera pasar por este trago, pero una vez pasado ves que has ganado más de lo que te ha costado.

Y esto que hemos experimentado de forma individual, también se experimenta de forma social o colectiva. Por ejemplo, cuando hay una catástrofe natural, vemos como la sociedad se vuelva en ayudar a los afectados. Mientras todo va bien, yo diría que somos una sociedad tirando a egoísta. Pero cuando hay un problema, se nos enciende la llama solidaria. Cuando todo va bien mostramos nuestro lado malo; es cuando las cosas van mal que mostramos lo mejor que tenemos. Un mundo en el que nunca hubiera una crisis humanitaria estaría lleno de sociedades egoístas y distópicas. Sería un mundo horrible. 

Pensado así, es lógico que un dios todopoderoso y bondadoso permita que suframos, pues nos ayuda a crecer espiritualmente y hace que nosotros y el mundo sean mejores. El sufrimiento no es agradable, pero es bueno.

El sentido del sufrimiento

Vemos, pues, que la existencia de la maldad y la existencia del sufrimiento no tienen por qué ser un motivo a favor del ateísmo, sino que es compatible con la existencia de un dios todopoderoso y bondadoso. Pero vemos también que esta existencia de dios da un sentido al mal y al sufrimiento que no existe si pensamos que no hay dios. Ya vimos que la existencia de dios da una trascendencia a la materia, a la vida y al hombre. Lo mismo pasa aquí: el mal y el sufrimiento obtienen una faceta trascendente que nos ayudan a entenderlo. La maldad y el sufrimiento porque sí, son descorazonadores. La maldad por alejamiento de dios y el sufrimiento como camino de perfección nos ayudan a soportarlos y a vivir mejor.


miércoles, 21 de septiembre de 2022

Por qué soy católico - II c

Tiene más sentido que exista dios a que no exista

 Metafísica

En las dos entradas anteriores he explorado la existencia de un dios de forma comparativa. En la primera empecé por estudiar la creación suponiendo que no existía ningún dios. Había tres grandes problemas –la materia, la vida y el hombre– para los que no hay explicación en estos momentos y fundadas dudas que pueda existir alguna nunca. Pero si introducimos el concepto de un dios creador, tenemos una explicación a las tres cosas. Además, la existencia de dios añade trascendencia a la materia, a la vida y al hombre. Mirando la creación tiene más sentido que exista un dios a que no exista.

En la segunda entrada estudié la cuestión de los milagros. Consideramos que los milagros eran hechos que no hay duda que acaecieron y para los que no hay explicación natural. Mostré como para este tipo de milagros no hay explicación natural alguna, ni actual ni futura. O para ser más preciso, la única explicación natural es que la naturaleza no sigue ley alguna y es por lo tanto incomprensible. Tiene mucho más sentido considerar que existe un dios que utiliza los milagros como signos de su existencia a considerar que no existe y la naturaleza es incomprensible.

Pero además de estos caminos comparativos, en el que se da más valor a una explicación que a otra, hay una manera deductiva para llegar a la existencia de dios. Es decir, podemos razonar que debe existir un dios. Para ello hemos de usar la metafísica. Como indica la misma palabra, la metafísica es el área de estudio de aquello que está más allá de la naturaleza (mas allá de lo físico) y entre otras cosas estudia la existencia (o inexistencia) de dios. Y de esto va a tratar esta entrada.

La metafísica es muy abstracta y los razonamientos metafísicos no son simples ni evidentes. No es mi intención dar un razonamiento riguroso y detallado de la existencia de dios, pues eso necesitaría de un libro, como Five proofs of the existence of God, de Edward Feser. Es más bien mostrar que existen estos tipos de razonamientos, la forma que tienen y lo que se puede deducir de ellos. Mis razonamientos van a ser simplistas y con algunas pequeñas trampas. Así los puedo hacer breves y comprensibles. El que quiera ver el razonamiento completo, que vaya al libro que he recomendado u otros que haya sobre el tema.

Dios no es material

Mi primer razonamiento no es para demostrar la existencia de dios, sino una característica fundamental que debe tener. Y nos servirá, además, para mostrar tipos de razonamiento que no pueden usarse cuando tratamos de dios. Empecemos.

¿Qué es dios?¿Cuando hablamos de “dios”, a qué nos referimos? Una definición de dios que nos es útil es decir que dios es un ser que no necesita de ningún otro ser para existir (“ser” no se refiere sólo a un ser vivo, sino a cualquier cosa que existe; una piedra, un río, un átomo). Nosotros hemos necesitado de nuestros padres para ser concebidos y ahora necesitamos de agua, aire y alimento para permanecer vivos. Más fundamentalmente, necesitamos de los átomos que nos constituyen. Dios no puede depender de otros seres, pues si fuera así, podría dejar de existir si desaparecieran los seres de los que depende, y si depende de otros para su misma existencia, no sería un dios.  En la jerga, se dice que dios es el “ser subsistente”. 

Pues si dios no depende de ningún ser, en particular no depende de la materia. De esto se deduce que dios no puede ser material. Debe ser puramente espiritual.  Y es más, al no ser material, no depende de las leyes de la materia y en particular no depende del espacio ni del tiempo. Un dios vive fuera del espacio y del tiempo.

Conviene hacer notar que estamos diciendo que un dios no necesita de la materia, del espacio y del tiempo. Pero puede tomar aspecto material y puede entrar en el espacio y el tiempo. Puede hacerlo si es su voluntad, pero no lo necesita. En concreto, el que Jesucristo tomara un cuerpo material y viniera a un espacio y tiempo concretos, no implica que no fuera Dios. Sólo implica que no vino por necesidad, sino porque así lo quiso.

Una consecuencia de esto es que no se puede demostrar la existencia o inexistencia de dios con razonamientos físicos. Por ejemplo el argumento “Nadie ha visto a dios, luego dios no existe” exige un dios material, un dios que se puede ver. No es un razonamiento válido. Muchos razonamientos de científicos suelen ser igualmente inválidos: supongo que un científico material tiene el espacio y el tiempo “metido en los huesos” y no puede desprenderse de ellos ni aunque quisiera. Por ejemplo, hace unos años leí un análisis de un razonamiento de Stephen Hawking de la inexistencia de dios. Algunos de los pasos de su razonamiento implícitamente exigían la existencia del tiempo y por lo tanto era inválido.

Es necesario el uso estricto de razonamientos metafísicos para demostrar la existencia o inexistencia de dios. Eso los hace especialmente difíciles para los no acostumbrados a ellos. 

Veamos ahora dos razonamientos metafísicos para la existencia de una deidad.

El motor inmóvil

Este primer argumento proviene de Aristóteles y después fue reescrito por Sto. Tomás de Aquino. Se le conoce por el nombre del motor inmóvil y también como la primera vía de Sto. Tomás. Lo que muestro aquí es una versión reducida y simplificada.

Todos vemos que hay cambios a nuestro alrededor: pasamos de estar sentado a estar de pie; una toalla, que estaba seca, pasa a estar mojada; el cielo que era negro, pasa a ser azul. Pero si nos fijamos, para que algo cambie, debe haber otra cosa que provoca el cambio. Nuestras piernas se estiran y nos ponemos de pie; ha llovido y la toalla se ha mojado; ha salido el sol y el cielo pasa a ser azul. Pero si nos fijamos aún más, esa cosa que ha provocado el cambio a su vez ha cambiado: las piernas han pasado de escogidas a estiradas; ha pasado de no llover a llover; el sol ha salido. Esto significa que algo debe haber provocado ese cambio. Pero ese algo también ha cambiado… y así sucesivamente. Esta cadena de cambios no puede extenderse infinitamente, por lo tanto debe haber algo que inicia esta cadena, que provoca cambios sin cambiar él. A este algo, este motor inmóvil, esta causa primera,  es a lo que llamamos dios.

Seguramente esta demostración no te parece muy satisfactoria, e incluso es probable que le hayas encontrado algunos defectos. Esto es porque lo que yo he escrito es una versión muy simplificada. Le he dedicado un párrafo, mientras que el libro de Feser mencionado arriba le dedica 52 páginas explicándolo con todo detalle y refutando las objeciones más conocidas. Aunque mi párrafo no lo sugiera, este es un argumento sólido, que lleva 2300 años sin ser refutado.

Pasemos a otro argumento.

El fundamento del bien

¿Cómo sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es moral e inmoral? Algunos argumentan que la moral actual es producto de la evolución y la selección natural, como lo es el que tengamos dos ojos. Consideremos la violación, que es algo universalmente aceptado como inmoral. Según esta teoría evolutiva de la moral, las sociedades en que la violación era considerada moral (o al menos ni bueno ni malo) perdieron en la carrera evolutiva: por algún motivo la violación no ayuda a la procreación de la especie y estas sociedades desaparecieron.

Pero eso quiere decir que si las circunstancias cambian y la violación pasa a representar una ventaja evolutiva, entonces la violación se irá convirtiendo en algo moral y deseable. Por ejemplo, digamos que una ciudad en donde hay mucha violación, prospera. Entonces, según esta teoría, la violación se irá viendo como algo deseable. Los violadores de las ciudades de los alrededores se desplazarán a esa ciudad. Y habrá cada vez más mujeres que quieran ir a esa ciudad con el deseo de ser violadas. Esta situación no la considero posible. Incluso la considero repugnante. Pero la visión evolutiva de la moral no es la única.

Otra visión conocida es que la moral es un contrato social: lo que es moral es lo que los ciudadanos decidan que es moral. Esto quiere decir que si un parlamento legítimamente constituido decidiera que la violación era moral, la violación se convierte en moral. Nótese que si consideramos que ese parlamento ha hecho una barbaridad, estamos negando el contrato social como fundamento de la moral. Hemos de considerar que la violación es convierte en algo bueno (o al menos aceptable). Claramente no puede ser así.

Aunque algunas costumbres sociales se rigen por cuestiones ambientales-evolutivas –por ejemplo la edad de los matrimonios– o por contrato social –por qué lado conducimos– no todo puede provenir de estas causas. Como bien argumenta W.M. Briggs en su blog, la moral no puede ser una cuestión científica, sino filosófica y religiosa.

Y esto significa que el fundamento del bien y del mal, de lo que es moral o no, no proviene de los hombres, sino que es algo trascendente: proviene de un ser por encima del hombre. Y a este ser lo llamamos dios.

¿Pero son el mismo dios?

Hemos hablado de dios como ser subsistente, que no necesita de ningún otro para existir; como motor inmóvil, causa primera de los cambios; y como fundamento del bien y de la moral. ¿Nos estamos refiriendo al mismo dios o tenemos tres dioses? No voy a exponer el argumento, pero se puede demostrar metafísicamente que estos son tres atributos del mismo dios. Es decir, que razonando sobre la existencia de dios desde diferentes puntos de partido, llegamos a diferentes facetas de la deidad, pero es de la misma deidad. En una entrada posterior entraré en más detalles sobre por qué tiene más sentido que haya un dios que varios.

Resumen

Si queremos razonar directamente sobre la existencia de dios, hemos de utilizar la metafísica. Es un campo abstracto y al que no estamos acostumbrados, lo que hace que los razonamientos no sean obvios y que necesiten trabajo para entenderlos. 

Hemos visto primero que a través de la metafísica podemos darnos cuenta que dios no puede ser material y que debe existir fuera del espacio y del tiempo. Después hemos llegado a la existencia de dios a través de dos caminos. Por un lado, partiendo simplemente del hecho que existe cambio en el mundo, hemos llegado a la conclusión de que debe haber algo que cambie sin ser cambiado, el llamado motor inmóvil o causa primera. Este es un primer atributo de dios. 

Por otro lado, partimos del hecho que si el fundamento del bien, de lo moral, parte del hombre, entonces que algo sea moral o no es una cuestión arbitraria, ya sea por un proceso evolutivo o de contrato social. Algo que consideramos absolutamente vil, como es la violación, puede convertirse en aceptable o virtuoso si así conviene evolutivamente o socio-políticamente. Pero internamente sabemos que no es arbitrario, luego debe haber un ser trascendente que sea el fundamento del bien y la moral. Este es otro atributo de dios.

Hemos visto que razonadamente podemos demostrar la existencia de dios. Hemos visto dos caminos, pero existen muchos más. La razón nos dice que dios existe.


domingo, 17 de julio de 2022

Por qué soy católico - II b

Tiene más sentido que exista dios a que no exista

Milagros

En la entrada anterior usamos la creación para preguntarnos sobre la existencia de una deidad. Y vimos que considerar que existe un dios que crea la materia, la vida y el hombre tiene más sentido que pensar que todo surgió de la nada, sin motivo y por azar. Y también, la existencia de un dios da más sentido a la materia, a la vida y al hombre. Pero la existencia de dios es una gran y compleja pregunta, incluso podríamos decir que es la pregunta más importante de todas. Por lo tanto es adecuado trabajarla por cuantos más frentes mejor. Tras llegar a dios por la creación, vamos a llegar por otro camino, que se usa poco, pero que a mí me parece muy iluminativa: los milagros.

¿Qué es un milagro?

Deberíamos empezar por definir qué es un milagro. Hay una excelente entrada que estudia los milagros en el blog de Bruno Moreno, en Infocatólica. Voy a basar muchas cosas en su entrada, pero como mi objetivo es diferente, el enfoque también lo será.

Una primera definición de milagro podría ser que un milagro es una intervención de una deidad. Pero si un dios ha creado todo el Universo, incluyendo sus leyes físicas, entonces interviene en todo lo que pasa y por lo tanto todo es un milagro. Para aceptar esto ya tenemos que creer de partida en una deidad creadora. Luego esta concepción de los milagros nos puede ayudar a aumentar nuestro agradecimiento a dios y a tenerlo más presente en nuestras vidas, pero no nos ayuda a creer en la existencia de las deidades.

Una segunda definición sería que un milagro es una intervención sobrenatural de una deidad, es decir, una intervención que rompe las leyes naturales. Pero podría pasar que no fuera posible saber si algo es sobrenatural o no. Por ejemplo, ante una sequía se organizan ceremonias religiosas para pedir la lluvia. Y una o dos semanas después se pone a llover. ¿Ha sido una intervención sobrenatural de una deidad o ha sido la evolución atmosférica natural? Otro ejemplo. Supongamos un padre que el día anterior a la boda de su hija tiene fiebre, nauseas y vómitos. Ruega a su dios para estar bien al día siguiente y, efectivamente, a la mañana siguiente la fiebre y las nauseas han desparecido. ¿Ha sido una respuesta a sus plegarias o la evolución natural de su enfermedad? O quizá no había tal enfermedad, sino que todo eran los nervios previos a la boda. Milagros de este tipo pueden mejorar tu devoción y la confianza en tu dios y tu religión, pero no ayudan a creer en la existencia de una deidad.

Hay una tercera concepción del milagro, que es el milagro como signo. Los vemos en los Evangelios: Cristo hace milagros para mostrar a la gente que Él es Dios y ayudarles a creer en Él y su poder. Él mismo lo dice: «Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”» (Lc 5, 24). En el Evangelio de S. Juan se utiliza la palabra griega semeia, signo, para referirse a estos milagros. 

Dado el objetivo de estos milagros, son muy visibles, casi diría que espectaculares, y no deben caber dudas de su aspecto sobrenatural. Por ejemplo, en la resurrección de Lázaro (Jn 11), Jesús, aunque sabe que Lázaro está muy enfermo,  espera antes de ir, para que no hubiera duda alguna de que estaba muerto: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». Así quedaba claro que Él había resucitado a Lázaro y no era un error de los médicos al declararlo muerto precipitadamente.

Estos milagros como signos siguen produciéndose en nuestros días y son para mí una manera muy clara de hacer patente la existencia de Dios. Veamos algunos casos.

Curaciones

Los casos más controvertidos son las curaciones: el cuerpo humano es muy complejo y todos tenemos experiencia de cambios bruscos de salud que no explicamos.  ¿Cómo podemos saber si una curación es natural o sobrenatural? 

Una objeción habitual ante estas curaciones inexplicables es que nuestro conocimiento es incompleto: el que no haya explicaciones naturales ahora no significa que no las haya en el futuro. Esto puede ser en algún caso, pero no siempre. Digamos que entramos en una habitación y nos preguntan si hay algún animal dentro. No podremos asegurar que no haya un insecto o un ratón, pero sí que podremos asegurar que no hay un caballo. Y no sólo es el tamaño; también podremos asegurar que no hay peces, pues no hay agua. Hay casos que no podemos explicar de forma natural, pero también los hay que sabemos son imposibles. 

¿Puede acaso haber explicación alguna al cojo de Calanda? Es el caso de Miguel Pellicer, que sufrió la amputación de una pierna en el hospital de Zaragoza. Pasó a ser un mendigo a la puerta de la basílica del Pilar. Decidió al cabo de un tiempo regresar a Calanda y en la noche del 29 de marzo de 1640, tras encomendarse a la Virgen del Pilar con especial devoción, su pierna le fue reimplantada. No fue un crecimiento gradual, sino que instantáneamente volvió a tener su pierna. No es una leyenda: fue un caso tan popular, que se envió al Notario Real a investigar. Todo está documentado. No hubo explicación entonces, ni la hay ahora, ni la habrá nunca. Basta hacerse una pregunta: ¿de dónde salió la materia de la pierna recreada?  Si creció por algún proceso natural, esos 3 o 4 Kg de hueso, piel y carne vinieron de alguna parte. ¿De dónde? 

Esta curación de Miguel Pellicer es totalmente imposible por un proceso natural. Para determinar si se da esta misma imposibilidad en otras curaciones, en Lourdes y en los procesos de los santos se usan siete criterios médicos:

  1. Debe haber un diagnóstico seguro;
  2. La enfermedad debe ser grave;
  3. La cura debe haber sucedido de forma inesperada, sin signos premonitorios;
  4. La cura debe haber sido instantánea;
  5. La cura debe haber sido completa;
  6. La cura ha sido duradera: pasados los años, la enfermedad sigue sin detectarse;
  7. No debe haber explicación médica alguna para la curación.
Y además, las autoridades eclesiásticas deben comprobar que hubo algún recurso a la fe: una petición, alguna devoción, algo.

Sólo si están muy seguros de que es sobrenatural lo declaran un milagro. Por ejemplo, en Lourdes hay miles de casos de sanaciones inexplicables, pero sólo en una setentena de casos se han declarado milagrosas. Pequeñas variaciones sobre lo que esperamos pueden ser naturales y debidas a nuestra ignorancia de la ciencia, pero grandes desviaciones son imposibles. Las sanaciones que se declaran milagrosas son de tal magnitud (diagnóstico seguro, caso grave, cura inesperada e inmediata), que podemos descartar que sea por alguna causa aún desconocida.  Tiene más sentido pensar que milagros tan visibles y sin explicación natural son señales de un dios a pensar que son procesos naturales no sólo desconocidos, sino que rompen completamente el conocimiento científico.

Quizá no podamos presenciar nunca una curación milagrosa, pero hay otros milagros que si podemos ir a visitar: son los cuerpos incorruptos.

Cuerpos incorruptos

Hace muchos años un amigo mío médico (y creyente) me dijo: “Se tiene una explicación científica de los cuerpos incorruptos”.  Se habían encontrado multitud de cuerpos incorruptos en los fondos de las fosas comunes multitudinarias que se habían cavado en las distintas guerras del S. XX. Si la fosa es muy profunda, el oxígeno no llega al fondo, y por lo tanto tampoco las bacterias que descomponen la carne. Esos cuerpos quedan incorruptos. Sólo hay un problema: los cuerpos incorruptos de santos no estaban en el fondo de fosas comunes sino en tumbas habituales. En algunos casos se ha visto que, salvo el cuerpo del santo, todo a su alrededor estaba podrido. 

Otras veces se aplica incorrectamente el adjetivo de incorrupto a cuerpos que están momificados. Son casos en el que la piel del cadáver se vuelve como cuero, pero el músculo y las vísceras han desparecido. Es un proceso natural. Una vez hubo que hacer unos cambios en la tumba familiar y yo asistí a la exhumación de los cadáveres de mis abuelos. Ya me advirtieron los operarios del cementerio que seguramente estarían momificados. Se ve que en esa zona del cementerio hay condiciones de temperatura, humedad o lo que sea que dan lugar a la momificación, mientras que en otras zonas del cementerio, me dijeron, casi nunca pasa. Y efectivamente, mis abuelos estaban momificados. Pero los cuerpos incorruptos de los santos no están momificados, pues conservan el músculo y las vísceras. Son cuerpos incorruptos y para ello no hay explicación.

Aquí en Palma de Mallorca tenemos el cuerpo incorrupto de Sta. Catalina Thomás. Está en la Iglesia del convento de la Magdalena, donde pasó su vida, y se puede ir a visitar. Además del signo de su cuerpo incorrupto, tenemos otro: el pañuelo que tapa su cara. 

Cuando estaba ya cerca de la muerte, en 1574, Sta. Catalina dijo a sus hermanas monjas que tras su muerte no la debían tapar ni con un sudario ni con nada. Pero una de las monjas sintió tanta pena que puso un pañuelo sobre su cara. Y ahí sigue el pañuelo, 450 años después: quedó pegada a su cara y nunca lo pudieron quitar. ¿Qué explicación científica puede haber para este pañuelo?

Y finalmente hay otro cuestión: todos los casos de cuerpos incorruptos que se conocen, son de santos católicos. Si es un proceso natural, sea el que sea, ¿cómo es que depende de la religión de la persona?

Tiene mucho más sentido creer que es Dios el que decide conservar los cuerpos de personas especialmente santas como un signo para que creamos en Él, que pensar que por algún proceso desconocido, el cuerpo de algunas personas, pero sólo de una determinada religión, a veces no se corrompen tras la muerte.

Pero la vida y los seres humanos son muy complejos y a veces es difícil disipar las dudas, incluso en los casos más extraordinarios. Vayamos pues a algo mucho más simple: un trozo de pan.

Milagros eucarísticos

Un milagro eucarístico es uno que ocurre en relación con una hostia consagrada. La materia de la hostia es pan ázimo, es decir, harina y agua, sin levadura. Algunos milagros eucarísticos son visiones que se han tenido durante la misa o en presencia de la hostia; otros son preservaciones de la hostia durante años (a veces cientos de años) sin que se corrompan y otros son la aparición de sangre sobre la hostia o la conversión de la hostia en sangre. Nos centraremos en este tercer tipo. El que quiera saber más de los milagros eucarísticos puede ir a la página web ideada y realizada por el beato Carlo Acutis.

Mirando la lista de milagros en esta página, vemos que han sucedido en todas partes del mundo y en todas las épocas: algunos sucedieron hace más de mil años, otros, hace menos de diez. De la larga lista de milagros, describiré dos.

Uno es un milagro que me contaron cuando era niño: sucedió en Gorkum, Holanda en 1572, aunque la hostia se conserva en el Escorial. Unos mercenarios protestantes entraron en una iglesia católica en Gorkum y la empezaron a saquear. Uno de ellos cogió la hostia consagrada que estaba en la custodia y la pisó. La perforó con los clavos de su bota en tres sitios. Por esos tres agujeros empezó a manar sangre. Uno de los asaltantes, maravillado, avisó a un sacerdote, que pudo recuperar la hostia. Ahora se encuentra en El Escorial y se puede ver.

Como uno puede dudar de cosas que pasaron hace cientos de años, veamos a uno que sucedió en en este mismo siglo XXI, en 2008, en Legnica, Polonia. Durante una misa, una hostia cayó al suelo. Como está mandado para estos casos, se colocó la hostia en agua, para que se disolviera, y se metió en el sagrario. Cuando lo volvieron a sacar había aparecido una mancha roja, con algo que parecía un tejido animal. El obispo de Legnica mandó analizar el tejido y la comisión estableció que era un tejido de corazón humano en agonía.

¿Qué explicación natural hay a todos estos milagros? ¿Cómo puede un trozo de pan convertirse en sangre o tejido de corazón humano? ¿Por qué sólo pasa en hostias y no en el pan que compramos en la panadería? ¿Por qué sólo pasa si la hostia ha sido consagrada, esto es, se ha convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo?

Preguntémonos: ¿Qué tiene más sentido, pensar que esto es un proceso natural desconocido, o que es un signo de Dios?

Conclusión

Hay sucesos que han sucedido a lo largo de los siglos que desafían nuestro conocimiento de la naturaleza. Hemos visto aquí tres tipos: curaciones inexplicables, cuerpos incorruptos y pan que se convierte en sangre y tejidos humanos. No hay duda alguna que esto sucesos han ocurrido, pero alguno puede dudar que sean sobrenaturales y considerar que debe haber una explicación natural. Pero muchos de estos sucesos son tales que no es que no tengamos explicación es que nuestro conocimiento nos demuestra que son imposibles. Entonces, sólo tenemos dos opciones: o aceptamos que son sobrenaturales –signos de la existencia de un dios– o aceptamos que no existen leyes de la naturaleza, pues pueden ser rotas de forma brutal y sin explicación posible. Para mí tiene mucho más sentido pensar que existe un dios a que no existan leyes naturales.

Hemos llegado a la existencia de un dios a través de la observación del mundo –de la materia, la vida y el hombre– y también de la observación de milagros: casos extraordinarios que no tienen explicación natural.  Pero también podemos llegar a concluir que debe existir un dios a partir de puro razonamiento. De esto se ocupa la metafísica y entraremos en ello en la próxima entrada.

miércoles, 6 de julio de 2022

Por qué soy católico - II a

Tiene más sentido que exista dios a que no exista

La existencia de dios es un tema muy complejo y del que se ha escrito muchísimo. Probablemente se puede montar una biblioteca mediana con los libros que hay sobre este tema. Mi intención no es hacer un resumen de lo que he leído de la existencia de dios, ni una recopilación de los argumentos a favor y en contra, sino explicar por qué yo le veo mucho más sentido a que exista un dios que a que no exista. Aún así, es una cuestión extensa y una entrada no va a bastar: van a ser al menos tres. 

Si alguien quiere profundizar más, recomiendo dos libros. El primero es ¿Dios existe? de Dante A. Urbina, un libro en español que es simple y claro. El segundo está en inglés: Five proofs of the existence of God, de Edward Feser. Trata la cuestión de forma profunda y rigurosa. Detalla cinco pruebas de la existencia de Dios que se han desarrollado a lo largo de la historia, desde Aristóteles a Leibniz, explicando los argumentos, y exponiendo y refutando las objeciones habituales a los mismos. Aunque no es imprescindible tener conocimientos básicos de metafísica, sin ellos la lectura es muy dura.

Hay materia

Todo el mundo ha oído hablar del Big Bang: es la teoría que mejor explica el nacimiento del universo. Pero hasta finales de los 1960, esta teoría coexistió con otra, la del estado estable, que proponía que el universo siempre había presentado el mismo aspecto.  Como el universo se expande, un estado estable implica que se tiene que ir creando materia de forma continua: de tanto en cuanto tiene que aparecer espontáneamente, de la nada, un átomo de hidrógeno –el átomo más simple que hay–. Y esta aparición espontánea de materia fue  el punto principal de ataque a esta teoría por los defensores del Big Bang. La ironía de esta objeción no se le escapó al principal defensor de esta teoría, el afamado astrónomo británico Fred Hoyle: aquellos a los que les parecía inconcebible que apareciera de la nada, de tanto en cuanto, un simple átomo de hidrógeno, no tenían ningún problema en aceptar la aparición de la nada, en el inicio, no de un simple átomo sino de toda la materia del universo.

Mira a tu alrededor: animales, plantas, tierra, mar, aire, nubes, estrellas. ¿Todo esto apareció de la nada? Es decir, existe, pero no hay causa alguna para su existencia. ¿Cómo puede ser eso? Materia que existe porque sí, sin motivo ni explicación alguno: no había nada, y de repente, sin nada que lo provocase, hubo una explosión y apareció el universo. Cuando intento pensar en ello mi cerebro se rebela. No tengo palabras para exponer lo inconcebible que me parece esta situación. Tiene mucho más sentido pensar en un dios que crea el universo que en un universo que aparece de la nada.

Hay vida

Pero hay gente mucho más inteligente que yo que no tiene problemas en aceptar la aparición espontánea del universo. Por lo tanto, postulemos que existe la posibilidad de que el Big Bang apareciera sin causa y de la nada. ¿Cómo explicamos la vida?¿Y cómo explicamos los lirios del campo, que ni cosen ni hilan, pero que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos?¿Y cómo explicamos el hombre, inteligente y con consciencia de sí mismo?

La respuesta que se da en el supuesto que ningún dios existe es que al azar los átomos se encuentran y se convierten en compuestos químicos cada vez más complejos. Más adelante, una reacción al azar de estos compuestos químicos se convierten en un organismo vivo y después, mediante la evolución, cambios al azar en compuestos químicos de los organismos sobreviven y se transmiten si dan lugar a organismos mejor adaptados a su entorno. Se consigue así que aparezcan organismos cada vez más complejos y “avanzados”. Uno de estos cambios fue tal que dio lugar a un ser inteligente y consciente de sí mismo. Es decir, el hombre.

Hay alguna evidencia que soporta este argumento. Por ejemplo, se ha conseguido en el laboratorio crear aminoácidos, que son los bloques fundamentales que forman las proteínas, a partir de compuestos químicos simples, que se supone existían en la Tierra primigenia, y energía en forma de descargas eléctricas, es decir, rayos. Pero nunca se ha conseguido crear un organismo vivo a partir de interacciones al azar. Y se ha intentado. El hecho de que más de una vez se ha lanzado la conjetura de que la vida llegó a la Tierra desde el espacio sobre un meteorito o un cometa me hace pensar que no se considera posible crear vida mediante reacciones al azar. Naturalmente, esta conjetura espacial no soluciona nada y sólo empuja el problema, alejándolo: ¿cómo llegó la vida al cometa? 

Aceptemos de todas formas que apareciera la vida. Los seres vivos, mediante mutaciones al azar, van diversificándose y convirtiéndose en más complejos y adaptados al entorno. Es la teoría de la evolución. Una teoría fundamental para entender los cambios biológicos en la Tierra. Explica muchas cosas, pero no lo explica todo. Existe una excelente entrada en el blog de Fred Reed en donde se exponen varios problemas serios de la teoría estándar de la evolución. Pero digamos que explica lo suficiente.

Evolucionando, evolucionando, llegamos al homínido que se convierte en hombre, es decir, que adquiere inteligencia, voluntad y consciencia de sí mismo. ¿Cómo pasó esto? No se sabe. Es más, cuando se intenta encontrar la inteligencia y voluntad en el cerebro –normalmente a través de resonancias magnéticas funcionales (fMRI)– no encuentran nada. Y así encontramos noticias del estilo “Científicos demuestran que no existe la voluntad”. Es otra gran ironía: usando inteligencia y voluntad se hace un estudio cuya conclusión es que no existe ni la inteligencia ni la voluntad.

Incluso hay problemas teóricos. En su libro Uncertainty W.M. Briggs explica cómo la inducción, la obtención de reglas generales a partir de casos particulares, que es la forma principal de aprendizaje abstracto, no es mecanizable, es decir, no puede ser consecuencia de un proceso neurológico. En otras palabras, no puede residir en el cerebro. ¿Cómo creamos entonces las leyes que son el fundamento de la física y las ciencias?

Resumiendo. Suponiendo que no existe un dios, podemos explicar razonablemente bien el camino desde el inicio de los tiempos hasta la actualidad con la excepción de tres pasos: la aparición de la materia, la aparición de la vida y la aparición del hombre.  Estos tres grandes hitos son misterios para los que no tenemos explicación, ni aproximada. 

Uno podría argumentar que no tenemos explicación todavía. Pero al igual que cuando se buscan una llaves en el bolso, cuanto más se busca sin encontrarlas, más cierta parece la conclusión de que las llaves no están en el bolso. Si, a pesar de todos los esfuerzos, no hemos avanzado nada en estos tres misterios, quizá no haya explicación.

Si existe un dios todo queda más claro: podemos seguir aceptando todo lo que podemos explicar, pero es dios el que crea la materia, crea la vida y crea al hombre. Nótese que estos son los tres pasos trascendentes de todo el proceso: dios interviene explícitamente en los tres únicos pasos que redefinen la creación. O si se quiere, da respuesta a las tres preguntas trascendentales: ¿qué es la materia?, ¿qué es la vida? y ¿qué es el hombre? En todo lo demás también interviene, naturalmente, pero su intervención puede ser indirecta.

También es importante notar que no es que usemos a dios como comodín para explicar aquello que no podemos explicar de otra manera. Ya en el el relato de la creación del Génesis se muestra cómo Dios interviene en estros tres pasos, y en este mismo orden: primero crea la materia, después crea la vida, y finalmente crea al hombre. Primero vino el relato del Génesis –verdad revelada– y milenios después resulta que lo que hemos descubierto con el razonamiento científico encaja con este relato. 

Mirando al mundo a nuestro alrededor, a las estrellas, a los seres vivos y al hombre, y estudiando cómo hemos llegado hasta aquí, tiene para mí mucho más sentido creer en la existencia de dios, que creer que no existe. Es más, la existencia de dios es precisamente la que da sentido a la materia, a la vida y al hombre.  La creación da sentido al concepto de dios y dios da sentido al mundo.

Quizá no todo el mundo obtenga sentido de dios a partir de la creación. No importa, pues no es la única forma de llegar a la conclusión de que existe un dios. En la próxima entrada expondré mi forma favorita: los milagros.

miércoles, 29 de junio de 2022

Por qué soy católico - I

Introducción

Cuando nacemos recibimos de nuestros padres, nuestra comunidad y nuestro país un idioma, unos hábitos alimenticios, una forma de vestir, unas costumbres y una religión (en sentido amplio: en este escrito considero el ateísmo como una religión). Y así los españoles hablamos español, comemos paella, nos gusta el fútbol y somos católicos. Mientras que en la India hablan hindi, comen curry, les gusta el cricket y son hindúes. 

De toda esta cultura la religión es la única que trasciende esta vida. No nos vamos a pasar buena parte de nuestra vida reflexionando sobre las paellas de los domingos pero sí que deberíamos reflexionar profundamente sobre nuestras creencias religiosas. Desgraciadamente, para muchos su religión es una “manifestación cultural” más, sin mayor importancia, y aceptan por defecto la que les viene de nacimiento. No se dan cuenta que esta vida, y sobre todo la que viene después de la muerte, dependen de de como su religión marca su vida.

La forma más natural de reflexionar sobre las religiones consiste en profundizar en los principios de tu “religión de cuna”. Primero, a través de la catequesis infantil, siguiendo con los libros sagrados de tu religión y otros libros o conferencias sobre aspectos concretos. En el caso de un católico esto incluye conversaciones con sacerdotes y la lectura de la Biblia, del Catecismo, de libros de teología y de libros de vidas de santos. Estas reflexiones te llevarán a confirmar tu religión de partida o puede llevarte a cambiar de ella.

Este proceso no es necesariamente premeditado.  En mi caso, tras la catequesis de primera comunión y las clases de religión del colegio, empezó con el ingreso en un grupo de jóvenes de la parroquia, a atender cursillos y conferencias que se iban dando en mi zona, a largas conversaciones con sacerdotes y a la lectura de libros muy variados. Tras una “travesía del desierto” de más de 30 años en el que sólo iba a misa los domingos (ni siquiera rezaba), la Virgen me hizo darme cuenta de la desolación de mi alma y volví al estudio del catecismo, la lectura de libros y a atender charlas (ahora mayoritariamente videos de Internet).

Yo soy católico de nacimiento pero no católico como opción por defecto: mis experiencias personales y mis reflexiones me han confirmado en la idea de que el Catolicismo es la única religión verdadera. No soy un “católico cultural” sino un católico convencido. Pero era un convencimiento interno: si alguien me hubiera pedido que le explicara por qué soy católico, no hubiera sabido qué contestar. Y eso está mal, pues S. Pedro nos dice “Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza,” (1 Pe 3, 15).

Por eso, desde hace unos meses he estado intentando explicarme razonadamente por qué soy católico y lo tengo ya suficientemente maduro para hacer una serie de entradas en este blog con mi respuesta. Es una respuesta razonada, que acude a la razón. Probablemente soy católico más por mi experiencia de Dios, por cómo responde a mis oraciones, por lo que pasa dentro de mí en las horas que paso ante el sagrario y la custodia. Eso no se puede explicar. Pero la respuesta razonada a mi fe no es un motivo secundario, sino el que complementa, refuerza y ancla mis sentimientos y experiencias.

Entonces, ¿por qué soy católico? Soy católico porque de todas las opciones que hay, el catolicismo es la que tiene más sentido. Esto requiere muchas explicaciones. En particular detallaré que:

  1. Tiene más sentido que exista dios a que no exista
  2. Tiene más sentido que haya un sólo dios a que haya varios
  3. Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios
  4. Tiene más sentido la religión católica que la ortodoxa o las protestantes
y también, aunque no sé muy bien dónde ponerlo:
  • Tiene más sentido el misterio que entenderlo todo
¿He estudiado todas las demás religiones para asegurar que el catolicismo es la única verdadera? No. Pero tampoco es necesario.  Por ejemplo, no sé casi nada del dragón de Komodo: no sé qué come, cuánto vive, cuánto pesa, si puede nadar o no, pero lo sé distinguir sin dificultad alguna de un antílope, una vaca, un atún o un águila. No estamos hablando de pequeñas variaciones de matiz. Hay tanta o más diferencia entre el catolicismo y el animismo que entre un dragón de Komodo y una jirafa. Las respuestas a las preguntas que he indicado me bastan para llegar a la conclusión. 

Comencemos, pues, este camino que me llevará a dar explicación de una razón de mi esperanza.

domingo, 12 de junio de 2022

Abriendo y cerrando puertas a Satanás

Una vez escuché una entrevista a un exorcista y comentaba que ahora es mucho más difícil expulsar a un demonio que lo era antes. Explicaba que el poder del exorcista proviene de la Iglesia y que en esta época en que hay poca virtud y mucho pecado se suelen necesitar muchas sesiones cuando antes bastaba con una o dos.

No nos suelen hablar de la componente comunitaria del pecado: somos parte del Cuerpo Místico de Cristo, por lo tanto cuando pecamos no sólo causamos daño a nuestra propia alma, sino que dañamos todo el Cuerpo Místico. Para hablar de lo más llamativo: la guerra de Ucrania no es sólo culpa de Putin (o de quién sea) sino que nosotros, a través de nuestro pecado y falta de virtud, también contribuimos. Como también somos parcialmente responsables de la locura colectiva de la “identidad sexual” que padecemos, de las matanzas en Nigeria o de las declaraciones escandalosas de los obispos alemanes. 

Una manera de verlo es que cada vez que pecamos abrimos una puerta a Satanás para que entre y devaste nuestro mundo y nuestras vidas. Cuando miras pornografía, estás abriendo una puerta a Satanás; cuando calumnias o insultas con malos modos a alguien, estás abriendo una puerta a Satanás;  cuando defiendes que una mujer tenga “derecho a elegir”, estás abriendo una puerta a Satanás; cuando das más importancia al dinero que a la justicia, estás abriendo una puerta a Satanás. Y con tantas puertas que hemos estado abriendo a Satanás, no es de extrañar que campe a sus anchas en este mundo de hoy. Cuando te apenes o escandalices por mal que hay en el mundo, recuerda que tú has contribuido a él con tu pecado.

Pero al igual que podemos abrir puertas, también las podemos cerrar. Cada vez que rezas un rosario o que vas a misa, estás cerrando un puerta a Satanás. Cada vez que haces un día de ayuno y penitencia, estás cerrando una puerta a Satanás. Si vas a visitar a los ancianos de una residencia, además de alegrarles el día, estás cerrando una puerta a Satanás. Los voluntarios de Cáritas no sólo reparten comida, sino que cierran puertas a Satanás. Los catequistas que donan su tiempo para enseñar la doctrina Católica a los niños y jóvenes, además de formarles, cierran puertas a Satanás. Las monjas de clausura tapian enormes boquetes a Satanás. 

Quizá pienses que ni los pecados ni las virtudes de una sola persona puedan cambiar nada. Pero Dios no mira los números. Por ejemplo, prometió a Abraham no destruir Sodoma y Gomorra si encontraba diez justos. Sólo diez justos hubieran bastado para salvar las dos ciudades. No los encontró y las ciudades fueron destruidas. Cristo no buscó multitudes, sino sólo doce rudos hombres de Galilea para diseminar el Evangelio. O tenemos el caso de  Sta. Gemma Galgani a quien Cristo pidió que fuera una víctima que sufriera por la Iglesia. Y ella aceptó. No llamó a una comunidad entera, sino a una jovencita. Dios no necesita ejércitos, sino que te necesita a ti. Tu contribución es fundamental.

Con tu pecado abres puertas a Satanás y contribuyes al mal del mundo. Por el contrario, con tu oración, penitencia y virtud cierras puertas a Santidad y contribuyes a su salvación. ¿Qué vas a hacer?

sábado, 4 de junio de 2022

Primeras comuniones

Es época de primeras comuniones. Hace dos semanas fui a la del hijo de una amiga. Fue muy cuidada: silencio y devoción, bien leídas las lecturas, todos bien vestidos, un coro que cantó bastante bien, que no cantó canciones ramplonas sino una misa (¡en latín!), con una ofrenda a la Virgen al final. Como digo, muy pensada y cuidada. Se notaba que la comunión no era una mera excusa para tener una fiesta.  Y, sin embargo, me dejó con una gran desazón. Yo soy muy lento y, aunque me di cuenta de algunos de los motivos de la desazón casi inmediatamente, no lo he conseguido enfocar del todo hasta hace unos días. 

Empecemos por el final. Unos días después de la primera comunión mi amiga nos hizo llegar el recordatorio. Yo tengo una colección bastante grande de estampas y recordatorios, alguno de más de 100 años. Por ejemplo, tengo un recordatorio de una primera comunión de 1946. Por delante hay un dibujo de la Virgen sentada con el niño Jesús sobre su regazo. El Niño tiene una hostia en su mano y la está enseñando a un grupo de niñas que están arrodilladas delante de Él, adorándolo. Por detrás hay un cáliz, un Sagrado Corazón y el Espíritu Santo en forma de paloma. Si lo abres, hay una imagen de un ángel y la inscripción “Recuerdo de la comunión solemne de Juana S. P. celebrada en la Iglesia Parroquial de S. Juan Bautista” y el lugar y la fecha. Finalmente, bajo la inscripción hay una coplilla: 

Por lo mucho que me distéis
¿qué os daré yo, Jesús mío?
Pues para amaros me hicisteis
por vuestro amor daré el mío

Vayamos ahora con el recordatorio del hijo de mi amiga.  Por delante hay una foto del niño en su traje de primera comunión. Por detrás hay otra foto del niño en su traje de primera comunión. Si lo abres hay una tercera foto del niño en su traje de primera comunión y la inscripción “Recuerdo de mi Primera Comunión Juan O. M.” y el lugar y la fecha. 

Y a la luz de esto vas recordando frases del sacerdote “Celebramos que vas a entrar en la comunidad de los seguidores de Jesús” o “Tú eres amigo de Jesús” o como hizo subir al niño al presbiterio para estar junto al altar en ciertos momentos de la misa. En ningún momento se presenta la idea de que es Jesús el que te llama primero, que es Jesús el que muere por ti para que puedas comer su carne, es Jesús el que te ofrece su amistad que tú puedes aceptar. Y ese es el motivo de mi desazón: hemos trasladado el protagonismo de la Comunión –y de toda la vida litúrgica– desde Jesucristo al fiel.

Uno podría pensar que no es demasiado grave que a los niños, en el día de su primera comunión, se les dé un protagonismo, quizá un poco excesivo. No es lo mejor, pero tampoco es para tanto.  Y si sólo fuera eso, pues es cierto. Pero lo que se mostró en esta primera comunión es consecuencia de lo que pasa en toda la liturgia y en el pensamiento dominante en la Iglesia católica actual.

No lo decimos con palabras, pero si miramos nuestras liturgias nos creemos el origen de todo. Vamos, que en vez de estar nosotros contentos y honrados de que Dios nos ame hasta la muerte, debería ser Él el que nos estuviera agradecidos por ir misa de cuando en cuando. Nos creemos que la misa la hacemos entre el sacerdote y nosotros. Lo tenemos al revés: nada empieza en ti. La misa es el sacrificio de Cristo, sacrificio que tiene lugar tanto si estamos como si no. Todo parte de Él y nosotros sólo podeos dar algo en función de la muerte y resurrección que Él nos ha dado primero. Fijaos que esto está imbuido en la coplilla del recordatorio de 1946: Jesús nos ha dado primero, Jesús nos ha hecho para amar y por eso podemos darle nuestro amor.

Hace unos días se hizo público la segunda parte de la trilogía The Mass of the Ages (La Misa de los Tiempos). Es un documental sobre la Misa Tridentina muy bien hecho y que recomiendo ver. Una cosa que se muestra es que antes el sagrario estaba elevado al fondo del presbiterio (o lo que se solía llamar el “altar mayor”). Bajo el sagrario estaba el altar. Después estaba el celebrante mirando el altar y el sagrario, es decir, a Dios (y no “de espaldas al pueblo”). Y más abajo, los fieles, mirando al celebrante, el altar y el sagrario. Tras la creación de la nueva misa, y por orden del Vaticano y los obispos, se quitaron los altares de sus sitios y se sustituyeron por una mesas en el centro del presbiterio. Ahora tenemos el celebrante a un lado del altar y a los fieles al otro lado. Y se miran entre ellos. ¿Y Cristo dónde está? Apartado, pues los sagrarios se movieron a alguna capilla lateral, para que no molestaran. El centro de atención ya no es Dios. Ahora es una relación entre el sacerdote y los fieles.

Y, claro, si Dios ya no es el centro de todo, pues cualquier ocurrencia que pueda tener es importante, incluso en cuestión de Doctrina. Es lo que llamaba en una entrada anterior, la metaherejía. Esa frase, para mi nefasta, de que “soy amigo de Jesús” alimenta esta metaherejía, pues nos pone a la par de Él.  Jesús tiene sus ideas y yo las mías, pero como somos amigos, no nos vamos a enfadar. No. Yo no quiero ser “amigo” de Jesús: yo quiero ser su discípulo fiel.

Paradójicamente, fue el cuidado puesto en esta celebración lo que me permitió ver el fondo tan oscuro de nuestra liturgia. No podemos cambiar la misa, ni lo que hacen los sacerdotes, ni mover los sagrarios al lugar del que nunca debieron marchar –aunque en los últimos años he visto en más de una iglesia que han vuelto a trasladar el sagrario al altar mayor–. Pero si podemos cambiar nuestra actitud interior, que ha sido contaminada por esta atmósfera del “yo soy el centro”.  Mudemos nuestra atención de nosotros a Dios. Y este cambio interior, poco a poco se irá difundiendo hacia los demás –otros fieles, sacerdote y obispos–  y darán lugar a una liturgia y una vida mucho más sanas.

jueves, 14 de abril de 2022

La obediencia, camino de santidad

Hace unos años, rezando ante el Sagrario, entró en mí un algo que me pedía que hiciera formalmente una promesa de obediencia permanente al Señor. Me entró bastante miedo: ¿En qué me estaba metiendo?¿Sería capaz de cumplir mi promesa? Como las otras (muy pocas) veces que me había había llegado un algo semejante, me había lanzado y me había ido bien, decidí hacer la solemne promesa. Y en la primera oportunidad fui a consultar a mi director espiritual.

Después empezaron las dudas y problemas: yo estaba dispuesto a obedecer a Dios en todo lo que me mandara, ¿pero qué me mandaba? Evidentemente no iba a recibir una carta o un correo electrónico con instrucciones. 

Una primera idea es obedecer en todo a tu párroco y tu obispo. Pero el párroco te pide que le ayudes a dar la Sagrada Comunión en una misa de diario con una docena de fieles (soy Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión), y el documento Immensae Caritatis, donde se describe bajo qué circunstancias un Ministro Extraordinario puede dar la comunión, no incluye este caso. ¿Qué haces? O el obispo prohibe la comunión en la boca y lees varios documentos y escritos de canonistas, liturgistas y del Cardenal Sarah, que era  Prefecto Emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, indicando que los obispos no tienen la potestad de prohibir esto. ¿Qué haces? 

Desconfiar de tus superiores y filtrar sus mandatos por tu conciencia es peligroso: es tan fácil insertar tus querencias e intereses y desplazar los de Dios. Y el demonio te anda confundiendo: incluso santos (me viene a la memoria Sta. Catalina de Siena y S. Ignacio de Loyola) tuvieron visiones o inclinaciones que pensaban provenían de Dios para aprender después que venían de Satanás. ¿Qué hacer?

Naturalmente, hay que rezar para pedir a Dios que te ilumine y te dé fuerzas. Incluso compuse una breve oración de conclusión para ello,  que rezo todos los días:

Señor, ilumina nuestras mentes 
y derrama tu gracia en nuestras almas
para que sepamos cuál es tu voluntad
y, siguiendo el ejemplo de la Virgen María,
la cumplamos obedientemente.
Te lo pedimos por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor.

Un avance en mi búsqueda de qué es lo que Dios me manda me ha llegado recientemente desde un lugar inesperado. Como tantos otros estoy preocupado y escandalizado por las declaraciones de los cardenales y obispos alemanes. Por ejemplo la del Cardenal Hollerich indicando que las enseñanzas de la Iglesia sobre moral sexual deben cambiar porque el “fundamento sociológico-científico de esta enseñanza ya no es correcto”. Es decir, que no es Dios sino las creaciones humanas de la sociología y la ciencia las que marcan las enseñanzas de moral. O las del Cardenal Marx diciendo que las enseñanzas del Catecismo no están “talladas en piedra”. En otras palabras, si no nos gusta lo que enseña el Catecismo, pues se cambia y ya está.

Mi primera impresión fue que estas declaraciones delataban una enorme soberbia: durante 2000 años las enseñanzas de la Iglesia estaban equivocadas, pero menos mal que ahora ellos nos iban a iluminar a todos. Pero después me di cuenta que además de la soberbia estaba el viejo “Non serviam” de Lucifer: se niegan a obedecer lo que Dios les indica a través de la Doctrina, de la Tradición, del Catecismo de la Iglesia. Y de repente me di cuenta de lo que visto a posteriori es tan obvio: obedecer a Dios es, sobre todo obedecer su Ley: los Mandamientos y la Doctrina de la Iglesia Católica.

No sé por qué tardé tanto en darme cuenta. No es que esto no esté en las Escrituras:  

El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. (Mt 5,19)

La obediencia no es sólo no matar a nadie, que eso lo hacemos casi todos. Sino que nos pide la obediencia total, hasta el último precepto menos importante.  Es no mentir jamás, ni siquiera una mentirijilla blanca. Es no murmurar ni hablar mal de nadie, nunca. Es no hacer una fotocopia personal en la fotocopiadora de la empresa. Es ir a Misa todos los Domingos y fiestas de guardar. Es confesarse al menos una vez al año. Es arrodillarse durante la Consagración. Y también es obedecer a tus superiores, con los límites marcados por la Doctrina y el Derecho Canónico.

Esto implica conocerse la Doctrina. No toda, pues es una obra tan magna que saberla entera está al alcance de muy pocos. Pero si estar familiarizado con los catecismos pequeños (el Compendio, el de S. Pío X o los catecismos que aprendimos de niños los que ya tenemos una cierta edad) y consultar cuando sea necesario el Catecismo completo. Y recordar que no hay ningún “precepto menos importante” que no importa cumplir si no nos gusta (o no nos conviene).

Y esta obediencia es camino de santidad. Yo diría que es el camino de santidad. 

Ahora, a cumplir mi promesa. Con la ayuda de Dios.


domingo, 10 de abril de 2022

Prioridades

Hace un par de semanas me encontré en el supermercado con una señora que hacía mucho que no veía. La solía ver en misa, pero me dijo que ahora ya no va porque tiene miedo de contagiarse de Covid. Pocos días después la Congregación para el Culto Sagrado y la Disciplina de los Sacramentos sacaba una nota en la que indicaba que los obispos se prepararan para la Semana Santa usando la experiencia que habían adquirido durante los dos últimos años, teniendo en cuenta las normas de las autoridades civiles y invitando “a todos a la prudencia, evitando gestos y comportamientos que podrían conllevar riesgos”.

El contenido de la nota, sobre todo al leerla a los pocos días de la conversación del supermercado, me resultó chocante. ¿Acaso no les preocupa el caso de esta mujer y de tantos otros que han dejado de ir a misa y atender a los sacramentos tras los cierres de templos y las demás restricciones que nos han impuesto? Claro que les preocupa, pero es una cuestión de prioridades.

Todos tenemos muchas cosas que nos interesan y a las que nos gustaría dedicarle tiempo y esfuerzo, pero somos limitados y acabamos haciendo aquellas a las que asignamos mayor prioridad. Es lógico y razonable que esto sea así. ¿Y a cuántas cosas podemos dedicar nuestra atención? A media docena, más o menos, las que podemos hacer bien. Las demás no es que no nos interesen, simplemente, si cogemos más cosas, las vamos a hacer a medias, de mala manera, y eso no es bueno para nadie.

¿Cuáles son las prioridades de la Congregación para el Culto Sagrado y la Disciplina de los Sacramentos? Primero de todo, hace dos años hubo una emergencia y nadie sabía bien qué hacer. No podemos sacar conclusiones con las decisiones tomadas entonces. Pero esta nota ha sido redactada ahora, cuando hemos visto las consecuencias de las decisiones tomadas y sabemos mucho mejor cuál es la situación sanitaria y política. ¿Qué podemos deducir de la nota?

Lo primero que noto es que no se hace crítica alguna de las acciones tomadas por el Vaticano y las Conferencias Episcopales. Casi parece como que se aprueban estas decisiones: el cierre de los templos, las restricciones de acceso a los sacramentos y todas las demás normas que ahora sabemos han creado miedo y alejado a tantos de la Iglesia. Lo segundo, que se ponen en una situación de dependencia del poder político. Naturalmente no han de promover la desobediencia, pero hemos visto en estos dos años que los estados occidentales son enemigos de la Iglesia imponiendo restricciones al culto que no han puesto a otros actos. Basta ver el diferente trato a manifestaciones y procesiones.  No hemos de ser serviles ante el enemigo. Y finalmente me chirría la frase que invita a la prudencia y a evitar riesgos. Esta actitud ha causado graves daños. Un ejemplo quizá tonto: cuando llega la gente a misa se saluda, se da la mano, incluso se abraza, pero en el momento de dar la paz, sólo una inclinación de cabeza y a distancia. Cuando yo les ofrezco la mano se me quedan mirando con una mezcla de consternación y asombro. Me han dado un abrazo hace media hora ¿y ahora no quieren mi mano? Y lo mismo en el momento de la Comunión o con el agua bendita. Han conseguido un miedo no ante el contacto entre personas, sino ante el contacto dentro de las celebraciones litúrgicas. Nos han metido en la cabeza de forma subliminal que los templos y las misas son especialmente peligrosas. De ahí la señora que no tiene miedo de ir al supermercado, pero sí de ir a misa.

¿A qué conclusión llego? Que la primera prioridad de la Congregación para el Culto Sagrado y la Disciplina de los Sacramentos es que las autoridades temporales no puedan culparlas de crear un “peligro sanitario”. Esta prioridad a protegerme y que no echen la culpa de algo no es exclusivo de la Iglesia. Por ejemplo es claramente visible en la Universidad, que se ha preocupado más de seguir los protocolos que de educar a los alumnos. Pero si en este caso es triste, en el de la Iglesia es mucho peor, porque la primera prioridad de la Iglesia es salvar las almas y la salvación de las almas es una cuestión infinitamente más importante que una educación algo mejor o peor. Además, es un mandato divino. Esta nota ha sido creada por burócratas y administradores y no por pastores. Yo me he sentido desolado y abandonado por la Iglesia en estos dos años y esta nota aumenta esta sensación.

Hay otra explicación: que crean, contraviniendo la Doctrina de la Iglesia y lo que nos enseñan los santos, que la Santa Misa y los sacramentos no son importantes, sino una mera conveniencia. Que nos podemos salvar perfectamente sin acceso a ellos. Si es así, no siento desolación, sino pavor.

Estamos en una época en el que de Roma no nos llegan certezas, sino confusión.  Sus prioridades parecen más alineadas con las necesidades del Mundo que con las del Reino. Por suerte, la salvación de nuestras almas no depende de las notas del Vaticano. Si Roma te confunde céntrate en las Escrituras, en el Catecismo, en los Sacramentos, en las vidas de los santos. Tu sentido común y sentido eclesial te guiarán.