domingo, 28 de noviembre de 2021

Las casas del Señor se están convirtiendo en centros culturales. ¿Qué hemos hecho?¿Qué podemos hacer?

 Esta mañana he leído que los planes de reconstrucción de la catedral de Notre Dame de Paris pretenden convertirla en “un Disneyland políticamente correcto”.  La noticia se ha esparcido por todas partes por ser París, pero no es novedad:  la Catedral Santa María de Vitoria básicamente se convertirá en un centro cultural donde se celebran misas, como se ve en el documental Abierto por obras.  Y aún es reciente la indignación en España por el alquiler de la Catedral de Toledo para rodar un video de un rapero y en Argentina por el uso de la Catedral de Bariloche para acoger un concierto de música inapropiada para un templo.  Estos son los casos que más llaman la atención, pero a poco que te pasees por las iglesias de tu ciudad, verás que la profanación de los templos, es decir el uso profano de recintos sagrados,  es algo habitual. Un ejemplo de cualquier zona turística, y sobre lo que ya he escrito,  es el uso de los templos como atracción. 

Es fácil rasgarse las vestiduras y echar la culpa a los párrocos y a los obispos. Pero en la Iglesia, todo está conectado. Una vez San Josemaría Escrivá, ante una queja de un grupo por la pobreza de sus sacerdotes, les contestó que si sus sacerdotes no eran santos era porque rezaban poco por ellos. Si nosotros los fieles no somos reverentes y cuidadosos con la Casa del Señor, hacemos la labor de nuestros obispos y párrocos mucho más difícil. Y por lo contrario, si amamos nuestros templos, ayudamos a nuestros obispos y sacerdotes a amarlos también.

Podríamos entrar en el juego de qué fue antes, si el huevo o la gallina. Es decir, si nuestras faltas vienen por el mal ejemplo de nuestros obispos, o si, por el contrario, los obispos no tienen capacidad y fuerza espiritual para llevar a cabo su labor por nuestra falta de fe.  Es un juego inútil ¿Qué más da quién fue primero o es más responsable? Eso se lo dejamos a Dios. Por nuestra parte, si hay cosas que podemos hacer, debemos hacerlas.

Podemos empezar por el vil metal. Creo que no nos damos cuenta que muchas parroquias no es que no tengan dinero para hacer mejoras, es que tienen dificultades en pagar las facturas básicas. Es una preocupación muy real en mi párroco. En muchas decisiones que toma la cuestión económica pesa mucho. Y él sabe que no debería ser así. Pero tiene las facturas delante y hay que pagarlas.  Sería mucho más fácil para nuestros sacerdotes y obispos rechazar la celebración de un concierto o convertir la catedral en una atracción turística si no tuvieran la presión económica que les atenaza.   

¿Por qué nuestros antepasados, mucho más pobres que nosotros, pudieron levantar todos estos maravillosos templos, mientras que nosotros apenas damos para que puedan operar? Quizá es que estamos acostumbrados desde hace muchos años a que sea el Estado el que dé dinero a la Iglesia, en estos momentos en España a través de la crucecita en la declaración de la renta. Creo que a largo plazo esto se ha demostrado un error estratégico al promover la despreocupación de los fieles. Quizá sea que la población que va a misa son generalmente jubilados que no nadan en la abundancia,. Pero comparas el nivel medio de los coches que tienen y las ropas que visten con el de la recaudación semanal y ves una discrepancia. Otro ejemplo: hace unos 20 años tocó aquí la lotería de Navidad. Se vieron coches nuevos y abrigos de pieles, pero la recaudación mensual por las obras de la parroquia no cambió. Nada. 

Dar a la Iglesia para que pueda satisfacer sus necesidades de culto y evangelización es un mandamiento de la Santa Madre Iglesia. Un mandamiento que no cumplimos. Con nuestra avaricia –¿de verdad que no podemos dar ni 5€ a la semana?– fomentamos que la Iglesia use los templos como objeto de recaudación. Pero esto no lo explica todo, pues esto se puede hacer bien (manteniendo lo más posible la reverencia debida) y mal (tratando el templo como si fuera un edificio cualquiera). Y desgraciadamente vemos muchas veces que se hace mal.

Otra vez, en vez de acusar a nuestros párrocos, mirémonos a nosotros mismos. Ayer estaba en mi parroquia. Tenemos la parroquia abierta por las mañana y estábamos dos rezando. Entró un grupo de gente, riendo y haciendo bromas. En cuanto nos vieron dijeron “Chisst” y callaron. No callaron por entrar en la Casa del Señor, sino porque nos vieron rezando y no quisieron molestar. No era reverencia ante el Señor, sino buenos modales. Lo peor es que eran “parroquianos viejos” que venían a preparar el templo para el adviento. Ni los comprometidos con la parroquia la consideran un lugar sagrado.

Y esta falta de respeto sagrado hacia el Templo se ve en mil detalles. Quizá el más obvio es que a nadie le importa la ausencia de agua bendita a las entradas. Nadie ve la necesidad de purificarse a la entrada de un lugar sagrado, la Casa de Dios. Yo tengo mi botellita con agua bendita y cuando se la ofrezco a otros se me quedan mirando con caras raras, se frotan las manos como si fuera hidrogel o me preguntan “¿Pero esto no lo eliminó el Vaticano II?” Y esto es gente que no falta a la misa dominical. 

También es habitual ver “tertulias” antes o después de misa. No es que crea que deba reinar el silencio absoluto en la iglesia, pero estar 10 minutos hablando, a veces en voz alta, que si el frío que hace, que si mi marido ayer me dijo, que si me he encontrado con Fulanito… este tipo de conversaciones no es apropiado en un templo. Como tampoco lo es saludar desde un lado a otro del templo “¡Hola buenas tardes!”.  Y no hablemos de los móviles. Me pone de mal humor ver comportamientos que no se aceptan en una sala de cine, pero no molestan lo más mínimo en una iglesia.

Si este es el ambiente que ser respira en el templo, si este es el ambiente que nosotros creamos en el templo, acabamos todos tratando a la Casa de Dios como si fuera un simple edificio profano y no el lugar sagrado que es. Y esto se trasmite a nuestra oración y a la de nuestros compañeros feligreses, y de ahí a los sacerdotes y a la jerarquía eclesiástica. Está en nuestra manos ayudar a cambiar esta penosa situación.

Si queremos que la iglesia sea la Casa de Dios, el Templo de Santísimo, un lugar sagrado, debemos tratarlo como tal y no como un edificio cualquiera. Hay muchas cosas sencillas que puedes hacer. Viste adecuadamente, al menos tan bien como si fueras a casa de tu jefe o a visitar el alcalde. Prepárate un instante antes de entrar, recordando dónde entras. Usa el agua bendita y purifícate a la entrada (si no hay agua bendita en las benditeras, pon un poco de agua en una botellita, pide a tu párroco que te la bendiga y llévala contigo).  Apaga el móvil, o mejor, déjalo en casa. Lo primero que debes hacer al entrar es ir al sagrario, arrodillarte un momento y presentarte ante el Señor (hay quién prefiere presentarse a la Virgen). Si por lo que sea tienes que moverte, cada vez que pases ante el sagrario o ante el altar, arrodíllate o haz una inclinación. No hables innecesariamente, y en todo caso que las conversaciones sean cortas (si se alargan, salid afuera para continuarlas).

Sólo he hablado de signos externos. Esto es por dos motivos. Uno es porque son los signos externos los que influyen directamente en los demás: si creamos un ambiente reverente, es más fácil para los demás el serlo; si el ambiente es ruidoso y profano, es mucho más difícil. Y el otro es que los signos externos mueven a los internos. Una actitud externa de presencia ante lo sagrado ayudará a que nuestras almas estén presentes ante Dios: es mucho más fácil distraerse si estamos escuchando una tertulia que si estamos de rodillas ante el sagrario. Ayuda a crear un ambiente de lugar sagrado y te ayudarás a ti mismo y a los demás a estar en contacto con Dios. Incluidos los que no se encuentran presentes en el Templo.

domingo, 21 de noviembre de 2021

Mi reino no es de este mundo

Hoy es la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. En el evangelio de la misa de hoy se lee la conversación entre Jesucristo y Pilatos en la que Cristo declara que Él es Rey, pero que su reino no es de este mundo. El concepto de Cristo como Rey es algo que me ha intrigado mucho tiempo, sobre la que he pensado una y otra vez y que creo que he interpretado incorrectamente mucho tiempo.

Más que de la declaración en sí lo que menos entendía era algo relacionado: la importancia que se da a la coronación de espinas. Yo lo veía, incorrectamente, como parte del sufrimiento de Cristo en su Pasión. Y no me encajaba, pues comparado con la flagelación, la carga de la Cruz hasta el monte Calvario o la crucifixión misma, el dolor debido a la corona de espinas me parecía insignificante. Incluso una vez cogí una zarza y me la apreté fuerte contra la frente y comprobé que, efectivamente, el dolor era mínimo. Me pregunté si el dolor era debido a la humillación por el hecho de la coronación y las mofas de los soldados, pero tampoco me sonaba bien. Hasta que un día, rezando el correspondiente misterio de dolor, me di cuenta de que el problema era que ponía el énfasis en las espinas, cuando había que ponerlo en la coronación. Jesús había rehusado ser un rey temporal (Jn 6, 15).  Aquí finalmente acepta ser Rey, pero no un rey como los demás, sino un Rey cuya Corona no es de oro, sino de espinas. Esto lo entendió muy bien Sor Cristina de la Cruz Arteaga en su poema-oración, Coronas.

Esta misma idea la vemos en la conversación con Pilatos cuando dice que si su reino fuese de este mundo, su guardia hubiera luchado para que no cayera en manos de los judíos. Yo esto lo interpretaba, infantilmente, como una cuestión espacial: su reino era de otro mundo y sus legiones estaban en ese otro mundo y por eso no venían. Pero eso no tiene sentido: sus ángeles habían venido a este mundo varias veces y no había motivo alguno para que no vinieran esta vez.  Como creo que hay que interpretarlo es siguiendo el mensaje final a sus Apóstoles en la  Última Cena (Lc 22, 25-26), al indicar que los reyes de este mundo los dominan, pero que ellos no lo tenían que hacer así. Es decir, su reino no es como los de este mundo. Si lo fuera, tendría legiones que vendrían a defenderlo, pero su reino funciona de otro modo. En su Reino, el Rey tiene que padecer y ser crucificado, tiene que entregarse por los hombres, tiene que morir.   

El Reino de Dios, aunque glorioso, no es un reino con coronas de oro y tronos grandiosos. En un Reino cuya Corona es de espinas y cuyo trono es la Cruz. El camino a ese reino es de sufrimiento y de entrega. Ese es el Rey del Universo que adoramos hoy.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Mover el mundo

Como dije en la primera entrada de este blog, su objetivo es explorar la importancia de lo sagrado en nuestras vidas y fomentar lo sagrado en este mundo tan profano en el que vivimos. En cierto modo escribo sobre la confrontación entre la Iglesia, que defiende lo sagrado, y el Mundo, que vive en lo profano. Pero a veces me pregunto si no tenemos al enemigo en casa.

El domingo pasado estuve mirando un programa del canal autonómico local IB3. El programa se llama Enfeinats, que se puede traducir como “Trabajando” y presentan diferentes profesiones curiosas. El fin de semana pasado mostraron tres profesiones: un cuchillero, el trabajo en un bar turístico en temporada alta y… un sacerdote. Presentaron el sacerdocio como una profesión y decir misa como una representación teatral. Tanto me llenó de tristeza que tuve que dejarlo antes del final. 

Entiendo que una cadena de televisión quiera presentar el sacerdocio como una profesión como cualquier otra, pero no entiendo que un sacerdote se apreste a ello. E imagino que lo notificó al obispado (eso si no fue el mismo obispado que puso en contacto al realizador del programa con el sacerdote). Tal y como lo presentaron, el sacerdote llega a la iglesia, enciende las luces, abre las puertas, prepara los papeles, se pone el vestuario, lidera cantos, recita textos… Ni una palabra del contenido religioso de la misa, de su importancia para nuestras almas. Nada que no fuera puramente profano.

¿Siendo tan profano, qué quería mostrar nuestro protagonista?¿Que un sacerdote es una persona normal y corriente? No lo es: es una persona consagrada por Dios. ¿Que la misa es como una representación cultural? Desgraciadamente no sería una excepción, como he escrito ya

Demos el beneficio de la duda: quizá el sacerdote sí dijo cosas, pero fueron eliminadas en edición. Pero aún suponiendo que fuera así, no le exculpa del todo: dijo suficientes cosas puramente profanas para poder montar el programa como lo hicieron. 

Otro ejemplo. Hace unas semanas fue el día del Domund. El programa Mosaic, producido por el obispado, hizo un reportaje sobre la acción organizada para la ocasión: una “carrera virtual solidaria”. Ya el título te rechina por el uso de las palabras tan de moda en el Mundo profano. Y las imágenes de un grupo de gente caminando todos vestidos con unas camisetas azules (incluido el obispo) tampoco ilusionan. Si querían llamar la atención, no lo consiguieron: parecían un grupo excursionista cualquiera. Cierto que en el reportaje se habla algo de evangelización, pero la locutora explica que el objetivo de la marcha era “hacer saber […] que la la Iglesia puede hacer una gran tarea social en gran parte del mundo”. Y aquí no podemos achacar nada a la edición, pues el programa es producido por el obispado.

De estos ejemplos se puede hacer la lectura de que fieles, sacerdotes, e incluso obispos, no ven una dimensión sagrada en su vida. La misa y la liturgia sería un soporte psicológico para las personas y una manera de crear comunidad. Las misiones son una “tarea social”. El Cristianismo sería una filosofía, una moral, y nada más. Esta idea implica que Cristo no es Dios, es decir, está muy emparentada con la herejía del arrianismo (que me sospecho no desapareció en el S. VI). Me es difícil creer que este sea el caso.

Otra lectura alternativa es que sí tienen un sentido de lo sagrado, pero prefieren ocultarlo. Supongo que creen que si dan importancia a los sagrado y trascendental se alejan de la gente y si quieren tener importancia e influencia en la sociedad deben rebajar lo más posible las cuestiones trascendentales y sagradas. No sería para siempre, sino que la idea es que cuando ya tienes “enganchada” a la gente usando cuestiones y métodos profanos, les introducirán a lo sagrado. Yo veo dos problemas a este enfoque: el primero es que así no se está enganchando a casi nadie. Más parece que se esté desilusionando a los que buscan algo más que lo que ofrece el Mundo. El segundo es que parece que nunca es el momento: los más “enganchados” supongo que somos los que vamos a misa, y allí raramente nos hablan del alma, del pecado, del cielo, de la salvación. Es una estrategia que se ha usado desde hace varias décadas y no ha dado frutos.

Hay que cambiar de estrategia. ¿Cómo hacerlo? Como en tantas otras cosas, Chesterton resumió en una frase cómo debe comportarse la Iglesia en sus relaciones con el Mundo:

No queremos, como dicen los periódicos, una Iglesia que se mueva con el mundo. Queremos una Iglesia que mueva al mundo. (We do not want, as the newspapers say, a church that will move with the world. We want a church that will move the world.)

Y mover el mundo empieza por lo sagrado y lo trascendente. Hay tantas almas qeu deben estar hambrientas de trascendencia. Y no se lo damos.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

La familia como imagen del amor de Dios

Hay gente que se refiere a Dios como “madre” o como “padre y madre” a pesar de que Jesucristo explícitamente se refiere a la Primera Persona de la Santísima Trinidad como Padre. Si les preguntas por qué usan el término de “madre” argumentan que Dios no tiene sexo y que si Cristo lo llamó sólo “Padre” era porque vivía en una sociedad patriarcal. Infieren que en otro contexto hubiera actuado de forma diferente. Yo veo tres errores graves en este argumento.

El primero es la inmensa soberbia de creerse capaces de saber las intenciones de Cristo y lo que hubiera dicho o dejado de decir en otro contexto.

El segundo error es creer que Cristo, es decir Dios mismo, está limitado por el contexto. No tuvo problemas en llamar hipócritas a los fariseos o de derribar las mesas de los mercaderes del templo. Incluso llamar a Dios “Padre” fue escandaloso. Si leéis la Pasión según S. Marcos, la única acusación por la que lo condena el Sanedrín es por haberse llamado Hijo de Dios. No veo ningún motivo por el que Jesús no hubiera podido llamar a Dios “Madre” si lo hubiera querido hacer.

Y el tercer error es creer que Jesús “se encontró” un contexto determinado. Dios creó el contexto. Bueno, hasta cierto punto, pues hay que contar con la libertad del hombre. Por ejemplo, sabemos que Dios preparó el papel de la Virgen María en la derrota de Satanás, pues en el Jardín le indicó a la Serpiente que la mujer le heriría en la cabeza. Luego si todo estaba preparado, también lo estaba el que Jesús llamara a Dios “Padre” y no otra cosa.

No es que Jesús se preguntara “¿Cómo les explico a estos lo que es Dios?” y tras mucho pensar se dijera, “¡Ah claro! la idea de “padre” es una buena analogía”, sino que desde el principio supo que iba a usar el concepto del padre de familia para mostrarnos lo que era Dios. Por lo tanto parece lógico que preparara el papel del padre de familia para, entre otras cosas, ayudarnos a entender lo que era Dios Padre. Luego Dios Padre no es una analogía del padre de familia, sino que es al revés: el padre de familia es una imagen –incompleta, difusa, parcial– de Dios Padre. Y lo mismo con Dios Hijo. Y la relación entre ambos. No son una analogía de lo que pasa en la familia, sino que son imágenes –incompletas, difusas, parciales– de Dios Padre, Dios Hijo y su relación.

Y lo mismo pasa con las demás relaciones familiares: el amor entre los esposos sería, como nos explica S. Pablo, una imagen del amor entre Cristo y la Iglesia; el amor entre madre e hijo sería una imagen del amor entre la Virgen María y su Hijo; y el amor familiar sería una imagen del Espíritu Santo.

Y si aceptamos esta conclusión, entonces de las Escrituras obtenemos pistas de lo que es la familia, cómo debe ser la relación entre sus miembros y de sus papeles dentro de ella. Tenemos parábolas como las del hijo pródigo o las veces que Cristo dice que Él ha venido para hacer la voluntad del Padre. Y S. Pablo lo detalla todo en varias de sus cartas, especialmente en Col. 3, 18–21 y Ef. 5, 22–33. Y como estas relaciones son imagen de las relaciones de las Personas de la Santísima Trinidad, esas indicaciones de S. Pablo no son sólo para hace 2000 años, sino para siempre. No están desfasadas, aunque ahora sus palabras nos choquen. 

Es más, si ahora nos chocan estas palabras no es un problema de S. Pablo o de la sociedad de entonces, sino de la sociedad actual. Porque desde hace un siglo, o quizá más, hay un ataque contra la familia. Y si los amores en la familia son imágenes de los amores en la Santísima Trinidad, entonces un ataque contra la familia es directamente un ataque a Dios mismo. Sor Lucía de Fátima escribió que “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y la familia”. Y esto es completamente lógico si lo pensamos desde esta perspectiva de que el amor en la familia es una imagen del amor íntimo de Dios: el ataque final a Dios se hará a través de la familia.

Primero fue un ataque al amor entre esposos con el divorcio; después de la relación madre-hijo, con el aborto; y ahora de la relación hijos-padres con la eutanasia. Se rompen así las relaciones más similares al amor de Dios, y por lo tanto las relaciones más fundamentales y puras. Rotas estas relacione de familia, rotas este amor que es la imagen más cercana que tenemos al amor de Dios, quedamos perdidos, sin raíces que nos alimenten, sin nada a lo que agarrarnos. Y somos presa fácil del Demonio.

Uno de las causas de estar viviendo momentos difíciles es por el debilitamiento de la familia. Si queremos mejorar nuestra sociedad, o simplemente sobrevivir a estos malos tiempos, hemos de aferrarnos a la familia que Dios creó, tal y como Él la creó. Hijos: honrad, cuidad y defended a vuestros padres, aunque ya estén mayores y os den mucho trabajo. Padres: educad a vuestros hijos en la enseñanzas cristianas, aunque sea ir a contracorriente, y tened paciencia con ellos. Esposos: amad a vuestro cónyuge: ahora sois un sólo cuerpo y en los momentos difíciles tened tesón, generosidad y humildad. Amar es una cuestión de voluntad, no de hormonas. Padres: es vuestro deber tomar las decisiones difíciles, no seáis pusilánimes. Mujeres, debéis dar soporte a vuestros maridos: sólo así podrá cumplir la labor que Dios le encomendó. Y como madres os toca sufrir (recordad que Simeón dijo a la Virgen “a ti misma una espada te traspasará el alma”): no sobreprotejáis a vuestros hijos.

Todo esto es difícil y requiere voluntad y esfuerzo: cuando llega la cuesta arriba es más fácil abandonar que seguir. Y ese es el camino que preconiza la sociedad. Pero el camino fácil no te hace crecer. Y no llega a las alturas. Si lo sigues, te quedas débil, solo y en una hondonada. Lejos de Dios y al acecho del Maligno.

Todos –padres, madres, hijos, esposos– debemos contribuir para crear familias fuertes.  Nos enseña y nos acerca a lo que es el amor de Dios. Y con la fuerza que nos da este amor de dios que recibimos a través de la familia nos va a ser mucho más fácil caminar, juntos, hacia Él. Y especialmente en los tiempos duros.