Ayer me sentía decaído: aunque hay algunas acciones prometedoras, parece que en casi todas partes –y muy especialmente en España– el cristianismo está en retirada, mientras que el mundo está en auge. Se impone el aborto y la eutanasia, cada vez hay menos misas y con menos fieles, las cruces se derriban, hay atentados contra las iglesias. Y escuchando a nuestros sacerdotes y obispos no parece que estén muy preocupados. Cierto que no les gusta la situación, pero sus preocupaciones parecen ser otras. Y yo, que sí estoy muy preocupado, me preguntaba qué podía hacer. Que debía hacer. Y ante la visión de mi pequeñez ante la gravedad de la tarea, mi desazón crecía. Y entonces me vino una imagen que me dejó clara mi labor y me dio –algo– de tranquilidad.
Me vi como un soldado de Cristo montando guardia de noche y armado con mi rosario. Mi misión es doble: mantener al Maligno a raya en mi pequeña zona de responsabilidad y estar atento y dispuesto para pasar al ataque si se me requiere. Un rosario bien usado es una arma bien poderosa como atestiguan los santos y como dicen las escrituras: la Virgen aplastará la serpiente en la cabeza, cuando esta le ataque en el talón. Mi labor es la del soldado en el puesto de guardia: no desfallecer, no dormirse, estar siempre atento, tener el arma a punto y usarla con decisión siempre que sea necesario. Nunca retroceder y asegurarse que el Maligno no va a avanzar por tu puesto. No mientras yo esté de guardia.
Sé de mis tiempos en la mili que hacer guardia no es precisamente entretenido. Pero también sé que en tiempo de guerra el puesto de centinela es de enorme importancia. Y el cristiano está en guerra espiritual constante; no es por nada que a la Iglesia en la Tierra se le llama la Iglesia Militante. Mi labor de centinela, enfrentándome al Maligno cuando sea menester, no es glamorosa, pero es lo que la Iglesia necesita de mi para la salvación de nuestras almas.
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