miércoles, 14 de noviembre de 2018

Reflexión 3

Nadie ha hecho por los pobres del mundo lo que ha hecho la Iglesia Católica. Ninguna institución ni secular ni religiosa, ninguna otra religión, ninguna ideología, ninguna ONG, nadie. Es una de nuestras señas de identidad. Pero hoy en día, cuando se habla de pobres, se refiere uno exclusivamente a los pobres materiales, y eso me carga un poco. Algunas cosillas de las que me he dado cuenta.

  • En los Evangelios nunca aparece que Jesús aliviara la pobreza material de nadie. Lo que se acerca más es la multiplicación de los panes y los peces, pero era un hambre "coyuntural": Jesús les da de comer para que puedan seguir escuchándole y no tuvieran que irse a sus casas y a los pueblos cercanos a buscar comida, como sugerían los apóstoles. 
  • Indirectamente sí que se deduce que daban limosna a los pobres. El caso más claro lo vemos en el pasaje en el que María Magdalena le perfuma los pies. Judas, que guardaba la bolsa, indica que esto podría haberse usado para dárselo a los pobres y el Evangelista indica que lo que le importaba realmente era la bolsa. Luego del dinero que tenían, daban limosna.  Es interesante que Jesucristo le reprocha a Judas el comentario.
  • Como comparación, en los Evangelios aparece múltiples veces que Jesús sanaba a los enfermos, a los endemoniados y a los pecadores. Estos también son pobres, pero no pobres materiales, sino físicos y espirituales.
  • Sto. Tomás –y seguramente otros santos y teólogos– recalcan que la pobreza espiritual es mucho más importante que la material. Es más, la pobreza material ha sido abrazada por muchos santos y órdenes religiosas. S. Francisco, por ejemplo, hizo de la pobreza material fundamento de su vida y de la de su orden. 
  • Eso no quiere decir que nos podamos olvidar de los pobres materiales. Eso lo tenemos clarísimo en la descripción del Juicio Final (Mt. 25, 31–45). Jesús está en los pobres y ayudar a un pobre material es ayudar a Jesucristo mismo. 
  • Dedicarse a los pobres materiales no es un camino al cielo. Hablo algo de ello en la entrada Lucha espiritual. Un caso interesante, y que no creo que sea excepcional, lo encontramos en el documental Converso (que recomiendo que veáis): una de las protagonistas explica como ella y su marido entraron en la Iglesia para ayudar a los pobres materiales y acabaron en CCOO y el Partido Comunista (y alejados de la Iglesia).

Pobreza material en nuestro mundo hay poco. Pobreza espiritual, muchísima. Me pregunto si el diablo nos hace fijarnos tanto en lo material para que no pongamos remedio a lo espiritual. Esto entronca directamente con las tentaciones del diablo a Jesucristo. Naturalmente que hay que dar limosna a quien nos lo pida y dar dinero y alimentos a Cáritas. Pero al menos añade una oración.




jueves, 1 de noviembre de 2018

Reflexión 2

Creo que la gente confunde dos afirmaciones. Una es “Cristo vino a la Tierra y murió para salvarnos a todos” y la segunda es “Todos estamos salvados”. No son afirmaciones equivalentes. Quizá el silogismo que siguen es “Dios quiere que todos nos salvemos; Dios es omnipotente; luego todos estamos salvados”.  Pero mi reflexión no va sobre las diferencias de las dos afirmaciones o la falsedad de este silogismo (eso ya lo escribí con la ayuda de @Nour84_ en la trilogía ¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien?). Sino sobre otra concepción falsa que la gente tiene.
Al leer textos y escuchar conferencias y homilías, acabas con la impresión que la salvación de Dios es algo que se te aplica después de que te mueras, probablemente en el juicio individual (no confundir con el Juicio Final, que tendrá lugar al final de los tiempos). Vamos, que vives la vida como puedes o te da la gana, y al morir Dios te aplica los méritos de la muerte de Cristo. No te los va a negar: eres su hijo. Y por lo tanto te salvas.
Pero no es eso lo que la Iglesia enseña. La salvación está disponible desde que existes, es decir, desde la concepción (otro motivo por el que el aborto es tan abominable). Los sacramentos son fuentes de salvación: hay buen montón de salvación en el bautismo, en cada confesión, en cada misa, en cada comunión, en la unción de enfermos cuando se acerca la muerte. Y en la oración, la Sagrada Escritura, libros santos y en mil otras cosas.
La Iglesia también enseña que lo que se va a contar no son las herramientas de salvación que hayas usado, sino las que hayas tenido disponibles. O sea que tras la muerte Dios va a mostrar todas las veces que te ha ofrecido su salvación en vida y todas las veces que las has rechazado. Para el que las ha rechazado sistemáticamente no va a ser agradable.

Dios nos ofrece a todos la salvación mil veces. Pero si has rechazado la salvación en vida una y otra vez, ¿estás seguro que Dios te la va a volver a ofrecer tras la muerte?

Reflexión 1

Por recomendación de mi director espiritual, cada noche leo un fragmento de De la imitación de Cristo (y menosprecio del mundo) de Tomás de Kempis) (normalmente conocido como “el Kempis”). Este libro, de principios del S. XV es un pozo de sabiduría que ha instruido a santos y a fieles durante 500 años.
Ya desde el subtítulo queda claro que uno de los temas principales es que el mundo no es bueno para el alma y que tenemos que apartarnos de él. Y nosotros tenemos raíces en el mundo y por lo tanto estamos llenos de vanidad y de flaqueza, que no hay mérito alguno que podamos aducir para nuestra salvación, sino que sólo en Cristo podemos hacer algo. Y si lo hacemos, realmente el mérito no es nuestro, sino de Dios. Y yo sé que todo esto es cierto, pero si te pones a reflexionar sobre ello, no es difícil llegar a la conclusión que, si total haga lo que haga no tengo mérito, para qué hacer nada. Como en mi pequeñez no puedo aportar nada, pues no hay por qué esforzarse. Esta conclusión es obviamente falsa. ¿Dónde está mi error?
Un día, supongo que por no tener mi mente tan cerrada como de costumbre, recibí el poquito de iluminación que me ayudó a conectarlo con lo que ya sabía (véase Qué es (y no es) el éxito para un cristiano): mi mérito, mi único mérito, es la obediencia. Buscar en todo momento qué es lo que el Señor quiere de mí, e intentar hacerlo, ese es un mérito que es mío. Las consecuencias ya no son mérito mío sino de Dios. Por ejemplo, si Dios me pide rezar por un enfermo y lo hago, eso es mérito mío; pero si a consecuencia de mi oración sana, no lo es, sino que es mérito de Dios. O si veo a alguien en mala situación, noto que Dios me pide que le ayude, y lo hago, eso es mérito mío. Si por mi ayuda el hombre sale de su mala situación, eso ya no lo es.
Si uno se queda en la superficie de lo que he dicho, puede llevarse a engaño, creyendo que con un rápido Avemaría por un enfermo ya he cumplido. No. Cumplo cuando obedezco a todo lo que Dios me pide. Si es sólo un Avemaría, perfecto. Pero si es una oración y visitar al enfermo y consolar a la familia y… entonces el Avemaría no basta. No es hacer esto o aquello, sino estar atento y obedecer siempre. Y cuanto más haces, descubres que más te pide (y más gracia te da para ayudarte).

sábado, 21 de julio de 2018

Vivir la misa

Muy pocos católicos van a misa. Las cifras oficiales que he oído rondan el 25%. ¿Por qué las tres cuartas partes de los que se consideran a sí mismos miembros de la Iglesia Católica no van a misa más que para bautizos, primeras comuniones y ocasiones similares? En parte, como reflexioné en una entrada anterior, es porque no se sabe qué es ni cómo está estructurada una misa. Pero otra parte importante es porque se ve la misa como algo externo, del que soy un mero espectador, y después de haber visto la “representación” algunas veces, se vuelve aburrida: las mismas palabras semana tras semana.

En un cursillo sobre la misa a la que fui hace muchos años, D. Antonio, q.e.p.d, nos repetía una y otra vez “La misa proviene de la vida y a la vida revierte”. La misa no es sólo una reunión de comunidad a la que vamos. La misa es el acto en el que traemos y ofrecemos nuestra vida a Jesús y nos la volvemos a llevar fortalecida y renovada. Esto mismo es lo que dice el Venerable arzobispo Fulton Sheen en su homilía sobre la misa: si no traes algo tuyo a la misa, la misa no significa nada para ti.

Siguiendo las líneas básicas de lo expuesto por el Venerable Sheen, voy a explicar qué hago yo para vivir la misa, y para que la misa revierta en la vida tras salir de la iglesia.
  • Empieza por purificarte: toma agua bendita y santíguate al entrar en el templo. Prepárate para ser parte del sacrificio de Dios. Esta purificación continua, ya dentro de la misa con una confesión de los pecados (sea el “Yo pecador” o alguna otra fórmula). Nota que hay una absolución al final de este rito. No sustituye a una confesión, pero te deja lista para participar en el resto. Si participas en esta parte –en vez de sólo atender y repetir las palabras– te sentirás limpio y preparado para lo que sigue.
  • Tras esta introducción empieza la Liturgia de la Palabra. Escucha la Palabra de Dios. Con atención, aunque casi te la sepas de memoria. La Palabra es Dios, como dice el inicio del evangelio de S. Juan: “Y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios”. Siempre viene algo bueno de escuchar la Palabra ya que escucharla es hacer que Dios entre en ti. 
  • Escucha el sermón. Sé que con algunos curas es difícil. En estos casos puedes preguntarte por qué no estas de acuerdo con él o cómo explicarías tú las lecturas. Lo que sea para que te ayude a reflexionar sobre lo que has oído.
  • Llega la liturgia de la Eucaristía. Empieza con el ofertorio. Como expliqué en la entrada sobre la estructura de la misa, al ofrecer el pan y el vino estamos ofreciendo nuestro trabajo y nuestro ser. Pues hazlo explícito: piensa en lo que eres y en lo que has hecho en la última semana y ponte sobre el altar. Todo: lo bueno y lo malo. No sólo ofreces cosas, sino te ofreces a ti mismo.
  • Con la consagración Jesús vuelve a morir, como lo hizo en el Calvario. Esta vez, tú mueres con Él. Te abrazas a la Cruz y tu cuerpo muere con el suyo y tu sangres se derrama con la suya. Todo tú mueres, lo bueno y lo malo.
  • Tras el Cordero de Dios, cuando el sacerdote tira un trozo de la hostia en el vino, Jesús vuelve a resucitar y tú con Él. Pero resucita lo bueno: lo malo queda muerto. 
  • En la Comunión al comer a Jesucristo vuelves a la vida. Y como recibes el cuerpo y la fuerza de Dios, vuelves a la vida más puro y más fuerte.
  • En la conclusión, cuando el sacerdote dice “Podéis ir en paz” te están dando el mandato de usar este yo más puro, fuerte y renovado para la santificación del mundo: lo que has recibido en la Eucaristía debe ahora revertir a la vida.
Si consigues esto –no es fácil, yo me sigo distrayendo demasiadas veces– te refuerzas con la Gracia de Dios y la vida a la salida de Misa ya no es lo que era uno hora antes. Al salir de la iglesia ya no eres el que eras una hora antes.

lunes, 16 de julio de 2018

Soldado de Cristo armado con un rosario

Ayer me sentía decaído: aunque hay algunas acciones prometedoras, parece que en casi todas partes –y muy especialmente en España– el cristianismo está en retirada, mientras que el mundo está en auge.  Se impone el aborto y la eutanasia, cada vez hay menos misas y con menos fieles, las cruces se derriban, hay atentados contra las iglesias. Y escuchando a nuestros sacerdotes y obispos no parece que estén muy preocupados. Cierto que no les gusta la situación, pero sus preocupaciones parecen ser otras. Y yo, que sí estoy muy preocupado, me preguntaba qué podía hacer. Que debía hacer. Y ante la visión de mi pequeñez ante la gravedad de la tarea, mi desazón crecía. Y entonces me vino una imagen que me dejó clara mi labor y me dio –algo– de tranquilidad.

Me vi como un soldado de Cristo montando guardia de noche y armado con mi rosario. Mi misión es doble: mantener al Maligno a raya en mi pequeña zona de responsabilidad y estar atento y dispuesto para pasar al ataque si se me requiere. Un rosario bien usado es una arma bien poderosa como atestiguan los santos y como dicen las escrituras: la Virgen aplastará la serpiente en la cabeza, cuando esta le ataque en el talón. Mi labor es la del soldado en el puesto de guardia: no desfallecer, no dormirse, estar siempre atento, tener el arma a punto y usarla con decisión siempre que sea necesario. Nunca retroceder y asegurarse que el Maligno no va a avanzar por tu puesto. No mientras yo esté de guardia.

Sé de mis tiempos en la mili que hacer guardia no es precisamente entretenido. Pero también sé que en tiempo de guerra el puesto de centinela es de enorme importancia.  Y el cristiano está en guerra espiritual constante; no es por nada que a la Iglesia en la Tierra se le llama la Iglesia Militante. Mi labor de centinela, enfrentándome al Maligno cuando sea menester, no es glamorosa, pero es lo que la Iglesia necesita de mi para la salvación de nuestras almas.


lunes, 25 de junio de 2018

Esencia y estructura de la misa

La Santa Misa es recrear la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.  No es un simple recuerdo o representación, sino revivir el momento cumbre del paso de Dios sobre la tierra. No es algo que pasó hace 2000 años y ya está.  Jesucristo ordenó que se hiciera frecuentemente: “Haced esto en memoria mía”.  Y a través de su Esposa la Iglesia lo formalizó en un sacramento, la Eucaristía, y una liturgia, la Misa.

¿Por qué van tan pocos católicos a misa?  No digo meramente bautizados, sino católicos que creen en Jesucristo, que incluso son “algo” practicantes, y que no van a misa. ¿Qué cosa se puede hacer un domingo que sea más importante?

La respuesta no la tengo, pero creo que influye el que no se conozca ni la esencia, ni la estructura de la misa.  Por eso quiero explicar en esta entrada una parte: la liturgia de la Eucaristía y el rito de Comunión.  Si sabéis inglés, más que leer esta entrada (o además de leer esta entrada) recomiendo estos dos videos del Venerable Arzobispo Fulton Sheen: The meaning of mass y Mateo 25:35-40.  Dios le dio a este gran hombre el don de la predicación y lo explica mucho mejor de lo que lo pueda hacer yo.

A veces se oye decir que la misa es “la reunión de la comunidad de creyentes” o “el compartir el pan” y otras bobadas similares.  Las celebraciones protestantes puede que sean eso, pero la misa católica es infinitamente más.  Ya he dicho antes que es revivir el sacrificio de Jesucristo en la cruz.  No es un recuerdo o una representación: es un nuevo sacrificio de Jesucristo para la salvación de nuestras almas, entroncado en el sacrificio primero.  En cada misa Jesucristo vuelve a bajar a la Tierra, vuelve a morir por nosotros y vuelve a resucitar para nuestra salvación.  Como dice el Venerable Arzobispo Sheen, la misa es coger con tus propias manos la cruz, con Cristo clavado en ella, y clavarla en tu ciudad o tu pueblo.  El altar se convierte por unos minutos en el monte Calvario y tú puedes ver con los ojos de la fe cómo Jesucristo muere por ti en vivo y en directo. Esa es la esencia.

Veamos como se desarrolla esto en cada misa.  La riqueza es tremenda. Cada detalle es un tesoro.  Empecemos por la Liturgia de la Eucaristía.  Esta parte empieza tras el Credo, con el ofertorio.
  • Primero ofrecemos a Dios lo que tenemos: pan y vino.  Realmente, tampoco tenemos esto: el pan y vino nos lo ha dado Dios antes.  Fijaos que en el ofertorio damos gracias a Dios por darnos el pan y el vino.  En el fondo, ofrecemos nuestro trabajo, nuestro ser: “fruto de la Tierra y del trabajo del hombre…”.
  • Después nosotros, la Iglesia Militante (la que está en la tierra), nos unimos toda con la Iglesia Triunfante (la que está en el cielo) y con los ángeles, arcángeles y todos los coros celestiales en alabanza a Dios. Es el Santo.  Es decir la misa la celebra no sólo los que están presentes en ese momento, sino la Iglesia entera, la del Cielo y la de la Tierra.
  • Tras el Santo empieza la consagración. Primero el sacerdote invoca al Espíritu Santo: “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor”.  En este momento el Cielo se abre y se une con la tierra. En cierto modo el altar se convierte en un trozo del cielo. El Misal indica que hemos de arrodillarnos. Me sorprende que ante tal maravilla, tal milagro, se pueda estar en pie. La única explicación que se me ocurre es que no saben lo que está pasando en el presbiterio.
  • Jesucristo baja.  Baja realmente, no simbólicamente.  Y baja a morir otra vez en la cruz por nosotros. Primero se consagra el pan “Este es mi cuerpo”, y acto seguido Él se ofrece en sacrificio al Padre en redención de nuestros pecados: es el alzamiento de la Hostia Consagrada.  No se alza para que la veamos, sino que es el ofrecimiento de Jesucristo en sacrificio.  Esto quedaba más claro en la Misa Tridentina, donde el sacerdote y el pueblo miran ambos hacia el altar:
  • Después, se consagra el vino y se convierte en la sangre de Cristo “Esta es mi sangre” y también se alza y se ofrece en sacrificio.  Una cuestión fundamental es que el cuerpo y la sangre de Cristo no se consagran juntos.  Como en el Calvario, tras la lanzada en el costado, el Cuerpo y la Sangre de Cristo están separados: Cristo ha muerto.  Realmente muerto, aunque de forma incruenta.
  • Acaba la consagración con la aclamación solemne del pueblo: “Anunciamos tu muerte…”. Y ahora nos podemos volver a poner de pie.
  • A continuación el sacerdote recita un memorial y ofrenda (“Así, pues Padre, al celebrar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo…”), una segunda invocación al Espíritu (“Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad…”), plegarias de intercesión por el Papa, el obispo, los difuntos y nosotros y acaba con la aclamación final de alabanza (“Por Cristo con Él y en Él…”) a la que el pueblo responde “Amén”.  Aquí acaba la liturgia de la Eucaristía y empieza el Rito de Comunión.
  • Este rito empieza con nuestra preparación para recibir a Cristo: recitamos el Padre Nuestro y nos ponemos en paz con nuestros hermanos.
  • Después se fracciona el pan mientras entonamos el Cordero de Dios.  Y aquí un detalle muy importante que pasa inadvertido: el Sacerdote coge un trozo del Cuerpo de Cristo y lo añade al cáliz, uniéndolo con la Sangre de Cristo.  El Cuerpo y la Sangre vuelven a estar unidos.  Entiendo que esto simboliza la Resurrección de Cristo: lo que nosotros comemos es el Cuerpo y Sangre de Cristo Resucitado.
  • Tras el Cordero de Dios el sacerdote nos muestra este Cuerpo y Sangre de Cristo (“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”).  En esta ocasión sí que se levanta el Cuerpo y la Sangre  para que la veamos (otra vez, en la misa tridentina queda más claro: el sacerdote se vuelve al pueblo y levanta la hostia y el cáliz). Respondemos declarándonos indignos de recibir tan gran don de Dios (“Señor, no soy digno…”).  Según el Misal Romano, cuando el sacerdote nos muestra a Cristo nos deberíamos arrodillar y permanecer arrodillados hasta levantarnos para comulgar, pero los obispos pueden dispensar de este gesto en su diócesis.  He oído de algunos obispos en USA que han retirado la dispensa y requieren que los fieles se arrodillen otra vez para así aumentar la devoción a la Eucaristía.  Yo me arrodillo y recomiendo a todos hacerlo.
  • Y ya nos levantamos y vamos a recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo.  En cualquiera de las dos especies está Cristo entero en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad (recordad, en el Cordero de Dios se ha unido el Cuerpo con la Sangre).  Según el Misal Romano, nos deberíamos arrodillar y recibir la Sagrada Comunión en la boca.  Pero, otra vez, el obispo puede promulgar una dispensa y permitir que los fieles lo reciban de pie y si quieren en la mano.
  • Y tras la comunión volvemos a nuestro bancos para en silencio reflexionar en este momento tan especial en el que tenemos en nosotros a Dios mismo.
Todo esto lo he ido aprendiendo un poquito aquí, leyendo un libro allá, yendo a una conferencia acullá… No me lo han explicado en mi parroquia. No entiendo por qué esto no es parte fundamental de la catequesis tanto infantil, como de jóvenes y de adultos. Al menos yo lo veo como esencial y ha cambiado mi forma de estar en misa, vivir la misa y aprovechar la misa.

Y espero que a vosotros también os ayude.


domingo, 10 de junio de 2018

Apadrine a un pecador

La Virgen dijo a los pastorcillos en Fátima «Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores; si hay tantas almas que perecen en el infierno es porque nadie reza ni se sacrifica por ellas».

Yo tengo una vocación de oración.  Y más que la pobreza y los males físicos, me preocupa la miseria moral que tiene nuestra sociedad.  Naturalmente, ayudo a los pobres, colaboro ocasionalmente en Cáritas y doy limosna, pero lo que me quita el sueño son los pecadores.  Tenemos muchos y de todo tipo: aquellos que insultan y blasfeman al Señor y la Virgen, como Willy Toledo o el alcalde de Santiago; los que destruyen cruces como las alcaldías de Callosa del Segura y Vall d'Uxo; los que matan niños nonatos por dinero o porque no son perfectos; los que promueven destrozar con hormonas la vida de niños y jóvenes de sexualidad aún confusa para avanzar su agenda destructiva; los que consideran que los ancianos ya no son útiles y están mejor muertos… (me entra una desazón terrible sólo de escribir estas lineas).

 Ayer, tras leer alguna nueva barbaridad contra Cristo, empecé a rezar por el blasfemo.  A mitad de oración me di cuenta que no era bastante y dije al Señor que estaba dispuesto a soportar cualquier tribulación para ayudar a salvar el alma de esta persona.  Y pensando un poco más, pensé que más que una acción individual, lo que tenía que organizar era una cruzada de oración por los enemigos de la Iglesia y los pecadores en peligro de condenación.  Una cruzada de un mes cada año en el que un grupo de personas apadrinara cada uno a un pecador con oración y penitencia. Y tuve claro que no hay que hacerlo a escondidas: el pecador debe saberlo, el padrino debe hacerle llegar el mensaje “Todo este mes estoy rezando y haciendo penitencia para la salvación de tu alma”.

 Rezar por un pecador es difícil.  Dentro de la campaña 40 días por la vida recé por el aborto un rosario todos los días durante una cuaresma.  Rezaba un misterio por las madres, otro por los familiares que empujaban a a la madre a abortar, otro por los médicos y enfermeras que asesinaban a los niños… A mitad de cuaresma me di cuenta que estaba rezando para conseguir que estos asesinos vinieran al cielo conmigo.  Se me hizo mucho más difícil seguir rezando por ellos: el cuerpo me pedía verlos arder en el infierno.  Seguí rezando el rosario diario, ahora más consciente de lo que estaba pidiendo.  Y al final descubrí que me había vuelto más misericordioso con el mal ajeno.  Lo que busco es su conversión, que se arrepientan de sus males, encuentren a Dios y le sirvan (aunque si no se convierten, no me dolerá verles arder en el infierno.  Aún me queda camino que recorrer).

 Y en este punto estoy, con la idea vaga de apadrinar a pecadores con oración y penitencia.  Queda mucho por hacer.

  • Por ejemplo, ¿qué nombre le damos?  Yo soy muy malo para nombres.  El título provisional es “apadrina a un pecador” pero estoy seguro de que los hay mejores.  Y no estoy seguro si usar el término cruzada es adecuado.
  •  ¿Qué mes?  Creo que el ideal sería junio, més del Sagrado Corazón.  Ya es tarde para el del 2018, pero se puede hacer un ``ensayo'' en octubre (o por Adviento) y lanzarlo “de veras” en junio de 2019.
  •  También habría que pensar en cómo se organiza todo.  ¿Hay un perfil de pecador, por ejemplo enemigos de la Iglesia, o que cada uno elija a su pecador favorito?  Me preocupa que, en vez de ser una cruzada contra el pecado, se convierta en una guerra de “tradicionalistas” contra “modernistas”.
  • Necesitamos una guía espiritual.  Por mucho que estoy dispuesto a dedicar tiempo de organización, necesitamos un sacerdote o alguna organización que nos ayude para no caer en errores doctrinales con la mejor de las intenciones.
  • Debería haber una página web donde se explica bien todo, donde los “orantes y penitentes” nos registremos, quede constancia de los pecadores por los que rezamos y hacemos penitencia, haya sugerencias de oraciones y mortificaciones, se den medios para llegar a los pecadores por los que oramos, se puedan responder preguntas.
  • ¿Cómo se le da publicidad?  Yo sólo tengo una cuenta en Twitter con un centenar de seguidores.  Necesitamos otros canales.  La verdad es que esto es lo que menos me preocupa: si Dios quiere que esto tenga éxito, ya lo convertirá en viral.

En fin, si lees esto y te interesa participar en esta cruzada, escríbeme a adoptaunpecador@gmail.com.

Gracias

Joe Miró

sábado, 31 de marzo de 2018

¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien? – y 3ª parte

Primera parte: ¿Existe el infierno?
Segunda parte: ¿Hay alguien en el infierno?
Tercera parte: La pedagogía del infierno



Mi agradecimiento a @Nour84_ por su ayuda en la redacción y documentación de este escrito. Si os gusta, es en buena parte debido a ella.

En las dos primeras partes he mostrado que hay motivos abundantes para pensar que el infierno existe y no está vacío.  Entonces, ¿por qué no se habla ya de él ni de la posibilidad de la condenación eterna?  Exploraremos en esta tercera y última parte el valor pedagógico del infierno en las enseñanzas cristianas.

La pedagogía del infierno

He hablado con sacerdotes sobre la “desaparición” del infierno de homilías y enseñanzas. Parece ser que hay una especie de acuerdo de que no es algo de lo que se deba hablar. Al principio uno piensa que son órdenes del obispo, pero no debe ser así, pues pasa en todas las diócesis. Quizá sea cosa de la Conferencia Episcopal, pero tampoco porque pasa en todos los países (al menos los occidentales). Tampoco es una cosa del Papa, pues hace muchos años –y varios papas– que el tema ha desaparecido de la vida católica habitual. Sólo se me ocurre que es porque estamos en una sociedad que sólo quiere lo bueno y agradable y la Iglesia se pliega por temor a que la gente no venga si les hablan del infierno.  Una forma de pensar muy poco evangélica: las escrituras están llenas de imágenes desagradables.  Recordemos el capítulo 6 del Evangelio de S. Juan, cuando le dijeron a Jesucristo: “Son duras estas palabras, ¿quién puede escucharlas?”

Es cierto que en el pasado se abusó del tema. Conozco gente ya mayor que en catequesis les aterrorizaron con imágenes del infierno.  Hace poco hablé con una señora que me contaba que de niña tenía problemas para dormir del pavor que le habían infundido con el infierno y la condenación.  Y además el razonamiento “tienes que ser bueno por temor al infierno” no es ni muy edificante ni cristiano.

Y con esto llegamos a la verdadera cuestión de estas entradas, que no es si el infierno existe o no o si hay gente o no.  La cuestión es ¿es pedagógico hablar del infierno?  Es decir, ¿ayuda a salvar almas?

El infierno es pedagógicamente útil. Idealmente los cristianos debemos actuar sólo por amor, pero muy pocos lo consiguen. Todos sabemos que no queremos hacer el mal por amor a nuestros padres, conyuges o seres queridos, pero que no basta.  Si sabemos que hay un castigo, o una bronca, tenemos un incentivo adicional, y poderoso, para evitar el mal.  Seamos sinceros: cedemos más a menudo ante una tentación si creemos que no nos van a pillar.  El amor nos mueve, pero el temor al castigo también.  A menudo más.

Y la doctrina católica de toda la vida recoge esta verdad.  Hay la contrición perfecta, que es el dolor de los pecados ocasionado por haber ofendido a Dios, y la contrición imperfecta, que es el dolor por el temor al infierno.  Como dice el acto de contrición:
Porque os amo sobre todas las cosas me duele de todo corazón haberos ofendido. También me duele porque podéis castigarme con las penas del infierno.
La contrición perfecta es mejor y preferible y debemos buscarla, pero el eliminar el infierno de nuestra vida nos elimina el camino de la contrición imperfecta. En otras palabras, se nos dice que es mejor pecar que no hacerlo por temor al castigo. Y eso es una barbaridad.

Aparte de estas reflexiones mías, ¿cómo sé que hablar del infierno es necesario? Porque es lo que hicieron Jesús y los santos.

Ya hemos visto en las dos primeras partes la abundancia de referencias al infierno que hay en los Evangelios. Es inconcebible que Jesucristo nos hablara tanto del infierno si no es una manera útil de llevarnos a la salvación. A lo mejor yo hablo del infierno porque no soy muy inteligente y quizá tenga aires de justiciero y no se me ocurre otro método mejor, pero Él no tenía esas limitaciones. Si hubiera otros caminos mejores, los usaría.

Y tenemos 2000 años de historia que sostienen el beneficio de predicar sobre el infierno y tenerlo presente, con las múltiples vidas ejemplares de santos, desde los Padres de la Iglesia hasta los santos del s. XX.,  que nos han dejado buena muestra, mediante sus escritos, de lo mucho que reflexionaban sobre esta cuestión en particular. No repetiré los ejemplos que ya he mostrado en las dos primeras entradas. Al que esté interesado, que busque un poquito por Internet y encontrará centenares más de escritos de santos sobre el tema.

El infierno no debe usarse para amenazar, ni debe ser el motivo principal que rija nuestro comportamiento, pero tras lo expuesto, no veo otra opción sino concluir que es nuestra obligación dejar bien claro que existe y que es una posibilidad acabar en él, sobre todo si no llevas una vida dedicada a Dios. No hay que mentarlo en cada sermón, pero sí con la suficiente frecuencia para que a
nadie se le olvide de que existe. Eso es mucho mejor que relegarlo al olvido, como si fuera una fase que nosotros los modernos ya hemos superado.

Porque, como dijo Sta. Faustina Kowalska, la apóstol de la Divina Misericordia, “La mayor parte de las almas que allí están son las que no creían que el infierno existe.”






miércoles, 21 de marzo de 2018

¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien? – 2ª parte

Primera parte: ¿Existe el infierno?
Segunda parte: ¿Hay alguien en el infierno?
Tercera parte: La pedagogía del infierno

Mi agradecimiento a @Nour84_ por su ayuda en la redacción y documentación de este escrito. Si os gusta, es en buena parte debido a ella.

Desde hace décadas es inusual que se mencione el infierno en homilías o textos católicos.  Tanto es así que en un retiro al que asistí el adviento pasado uno de los presentes le preguntó al sacerdote agustino que nos daba el retiro si aún se pensaba que el infierno existía.  Como si el infierno fuese una cosa de esas de antes pero que ya hemos superado.  En la primera parte de este ensayo mostramos que el infierno indudablemente existe porque así está en los Evangelios, porque es lo que nos enseñan los santos y es lo que se ha revelado en muchas apariciones angélicas, de la Virgen y de Nuestro Señor.  En esta segunda parte veremos que la condenación de nuestras almas a vivir y sufrir eternamente en el infierno es bien posible.


¿Hay alguien en el infierno?

En el retiro, tras la pregunta de si el infierno existía, y la respuesta del sacerdote que indudablemente sí, vino una segunda pregunta.  “¿Pero hay alguien en el infierno?” insistió el hombre.  “Eso ya no está tan claro” dijo el sacerdote.  Sobre este particular he oído creencias de todo tipo.  Una es que el infierno está vacío, que nadie se ha condenado ni se condenará jamás.  Incluso el Papa Francisco ha hecho alguna declaración en esas líneas.  Una segunda opinión es que sólo se ha condenado Judas, ya que Jesús dijo en la Última Cena “El que moja la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar.  Ciertamente el Hijo del Hombre se va, según está escrito sobre él; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado el Hijo del Hombre!  Más le valdría a ese hombre no haber nacido.” (Mt 26, 23-24).  Una tercera es que es muy difícil condenarse.  Las únicas almas que estarían en el infierno serían las de Hitler, que para eso es muy “apañao”, algún asesino en serie especialmente cruel y poco más.  Y después están los que opinamos que no es tan difícil acabar en el infierno, que puede ser incluso más fácil que ir al cielo. 

Yo entiendo que la cuestión de la condenación eterna es muy dura.  Que amigos, familiares, seres queridos puedan estar condenados a sufrir eternamente es algo en lo que no queremos pensar.  Pero si lo miramos con los ojos de la razón, yo no veo otra posibilidad que aceptar que hay almas en el infierno.

El argumento habitual de que no hay almas en el infierno es el siguiente: ¿cómo puede Dios, que es infinitamente misericordioso, condenar a nadie al sufrimiento eterno?  Esta pregunta no es nueva.  Ya la respondió el profeta Ezequiel: “Escucha, casa de Israel, ¿es injusto mi proceder?¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto?” (Ez.  cap 18, en particular 21-32).  Voy a responder a esta pregunta en dos partes.  Primero explicaré qué es el infierno, y segundo qué es la misericordia del Señor.

Tenemos una idea del infierno de un lugar rojo y caliente con pobres almas en pucheros y demonios alimentando el fuego.  Una visión claramente infantil.  Una visión más teológica se explica en el podcast de Pints with Aquinas que mencioné en la primera parte.  Esta visión coincide con la idea que expone C.S. Lewis en The great divorce (El gran divorcio).  El infierno no es un lugar donde pobres almas que han cometido un desliz son atormentadas por el demonio.  Las almas que van al infierno no son «pobres almas»: son almas que primero han cometido pecados graves, es decir han causado graves daños, y segundo, no están arrepentidas y no tienen ningún problema en seguir pecando y causando daño.  Un tercer elemento es que al infierno no llega la gracia de Dios.  Esto implica que estas almas malvadas no tienen ningún freno a su maldad y pecan y causan dolor con desenfreno.  Yo lo imagino como un sistema realimentado: el mal causa daño que causa más maldad que causa más daño que causa más maldad… Y esto lleva a maldad pura y dolor absoluto.  El infierno estaría lleno de dolor inenarrable incluso sin los tormentos de los demonios.  Notad que este dolor no lo causa Dios, sino la ausencia de Dios.  Es el destino natural de los que quieren vivir sin Dios.

Esta visión del infierno ya muestra que la condenación no es una falta de misericordia de Dios, sino más bien una consecuencia de las decisiones libres de los hombres.  Pero además hay una idea equivocada de lo que es la misericordia infinita del Señor.  Que el Señor es infinitamente misericordioso quiere decir que por malo que uno haya sido, por tremendos y numerosos los pecados que haya cometido, si se arrepiente y se convierte, el Señor le perdonará.  Una vida entera de maldad se puede perdonar por un instante final de arrepentimimento sincero: incluso los que van a la última hora a la viña del Señor reciben la paga completa (Mt 20, 1-16).  Pero es requisito indispensable este arrepentimiento final: no nos va a perdonar todos los pecados sin nosotros hacer nada.  El que peca pensando que no hay problema, que Dios ya le perdonará, no está pensando “Dios es misericordioso” sino que está pensando “Dios es tonto y le puedo engañar”.  Y esta es una visión que nos viene del diablo, como nos indica en una homilía San Alfonso María de Ligorio (doctor de la Iglesia, no lo olvidemos).  Si uno se arrepiente de sus maldades, se convierte y se confiesa, Dios le perdonará.  Todo.  Pero si no se arrepiente y no se confiesa, si está dispuesto a seguir pecando si hay ocasión, no está pidiendo perdón y Dios no le va a perdonar.  Quizá alguno se esté preguntando “¿Es obligatorio lo de la confesión?” Si no estás dispuesto a confesarte, ¿realmente estás arrepentido?

Luego hemos visto que el infierno es un lugar donde hay llanto y crujir de dientes por la ausencia de Dios y que la misericordia de Dios quiere decir que perdonará a un alma arrepentida –verdaderamente arrepentida– haya hecho lo que haya hecho, pero no que va a haber perdón automático a todo el mundo.  Pero esto es teoría.  ¿Hay alguna evidencia que se haya condenado a alguien?  Podemos seguir las mismas tres vías que para demostrar que el infierno existe: las Escrituras, los escritos de los santos y las visiones y apariciones.

Como vimos en la primera parte Jesucristo menciona el infierno a menudo.  Cierto que en algunos casos se podría pensar que es algo metafórico.  Un buen ejemplo de esto es la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón (Lc 16, 19-31), en el que es defendible sostener que usa el infierno para explicar otra cosa.  Pero eso es más difícil de sostener en la descripción del Juicio Final (Mt 25, 31-46).  Y hay sitios donde indica que el camino del infierno es muy transitado: “Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella.  ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!” (Mt 7, 13-14).

Muchos santos se han tomado estos pasajes evangélicos de forma literal.  Por ejemplo S. Juan de la Cruz dice “Mira que son muchos los llamados y pocos los escogidos, y que, si tú de ti no tienes cuidado, más cierta está tu perdición que tu remedio, mayormente siendo la senda que guía a la vida eterna tan estrecha”.  Ni siquiera los obispos tienen la salvación asegurada, como dice S. Juan Crisóstomo: “No creo que haya muchos entre los obispos que se salven, pero muchos más que perecen”.  No es un mensaje para dar miedo, sino más bien para inculcar el santo temor de Dios.  S. Anselmo, doctor de la Iglesia, nos recomienda: “Si quieres estar seguro de estar en el número de los elegidos, esfuérzate de ser uno de los pocos, no de la mayoría.  Y si quieres estar seguro de tu salvación, esfuérzate de estar entre la minoría de los pocos […] No sigas a la gran mayoría de la humanidad, sino sigue a los que entran por la senda estrecha, que renuncian al mundo, que se entregan a la oración, y que nunca relajan sus esfuerzos, ni de día ni de noche, para poder alcanzar la bienaventuranza eterna”.  El camino del infierno es más ancho y es cuesta abajo, pero el estrecho y duro camino del cielo está abierto a todos.

Y finalmente tenemos las visiones.  Ya hablamos en la primera parte del sueño de S. Juan Bosco, de los mensajes de la Virgen de Fátima y de la visión del infierno de Sta.  Faustina Kowalska.  Puedo añadir alguna más, como la de Sta.  Teresa de Jesús, que tuvo una visión en la que vio el lugar reservada para ella en el infierno.  Y varias que tuvo Sta.  Faustina Kowalska en las que vio a Satanás completamente enrabiado.  Jesús le hizo saber que eso era porque muchas almas destinadas al infierno se habían salvado por ella.  Si estaba tan enrabiado era porque le habían quitado unas almas que ya consideraba suyas.

Las escrituras, los santos, las apariciones de la Virgen.  Todo lleva a que existe la condenación eterna y que muchas almas se condenan.  Quizá incluso la mayoría.  Entonces, ¿por qué se habla tan poco del infierno, del pecado y de la condenación eterna en nuestras iglesias?  Reflexionaremos sobre ello en la tercera parte.

martes, 20 de marzo de 2018

¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien? - 1ª parte

Primera parte: ¿Existe el infierno?
Segunda parte: ¿Hay alguien en el infierno?
Tercera parte: La pedagogía del infierno

Mi agradecimiento a @Nour84_ por su ayuda en la redacción y documentación de este escrito. Si os gusta, es en buena parte debido a ella.

Prólogo

Desde hace décadas es inusual que se mencione el infierno en homilías o textos católicos.  Tanto es así que en un retiro al que asistí el adviento pasado uno de los presentes le preguntó al sacerdote agustino que nos daba el retiro si aún se pensaba que el infierno existía.  Como si el infierno fuese una cosa de esas de antes pero que ya hemos superado.  En esta entrada en tres partes vamos a demostrar desde una argumentación católica primero que el infierno existe, después que no está vacío, es decir que la condenación eterna es una posibilidad real para todos nosotros y finalmente vamos a explorar el valor pedagógico del infierno en la catequesis y doctrina católicas y cómo es una pérdida para nuestra vida que se haya dejado de hablar de él.

Como en esta entrada van a salir visiones de santos y apariciones de la Virgen, conviene tener claro la postura de la Iglesia en esta cuestión.  La Palabra de Dios es la Biblia y nada más.  No lo son las visiones que hayan tenido personas, aunque hayan sido declarados santos y sean venerados.  Lo mismo pasa con las apariciones de la Virgen.  Estas visiones y apariciones se consideran privadas y todo fiel puede creer en ellas o no, hacerles caso o no, tanto si han sido aceptadas por la Iglesia como si aún no se ha pronunciado sobre ellas (es un proceso complejo y concienzudo y puede llevar décadas aprobar una revelación).  Lo que sí es obligación de los fieles es rechazar todas aquellas visiones y apariciones que han sido declaradas falsas.  Personalmente, soy cauto con todas las apariciones y visiones hasta que hayan sido aprobadas.

Desgraciadamente no hay una «lista oficial» (o al menos yo no la he encontrado) de visiones y apariciones aprobadas y rechazadas por la Iglesia. Hay una lista no oficial que parece hecha con cuidado en la web de la Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María, pero en general Internet es una fuente de confusión.  Si una revelación a un santo o una aparición de la Virgen te ayuda, úsala. Si no, sé respetuoso con ella pero no hace falta que te la creas.


¿Existe el infierno?

Sí, el infierno existe, aunque últimamente no se hable de él.  Es más, nunca se ha dudado de su existencia.  No ha hecho falta un concilio ni una declaración dogmática de la cuestión pues Jesucristo mismo dejó claro en los Evangelios que Satanás, y el infierno donde mora, son reales.

Pero si queremos formalizar su existencia podemos usar tres vías: las Sagradas Escrituras, las declaraciones de los santos y las apariciones de la Virgen y Jesucristo.

Empecemos por los Evangelios.  Están plagadas de referencias a Satanás y al infierno.  Tenemos el relato del Juicio Final (Mt 25, 31-46): “Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles»”.  Justo antes está la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30) que acaba “En cuanto al siervo inútil, arrojadlo a las tinieblas de afuera: allí habrá llanto y rechinar de dientes”.  Y hay muchos más, como el del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), la parábola de los invitados a las bodas (Mt 22, 1-14) la de las vírgenes necias y prudentes (Mt 25, 1-13).  En otros lugares se menciona a Satanás sin referencia directa al infierno, como por ejemplo en la parábola del sembrador (Mc 4, 1-20): “Los que están junto al camino donde se siembra la palabra son aquellos que, en cuanto la oyen, al instante viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos.” La existencia de Satanás implica la existencia del infierno.

El infierno y Satanás aparece abundantemente en los Evangelios.   He oído decir que aparece incluso más que el cielo.  No me parece descabellado, aunque no lo he comprobado. 

Sigamos con los testimonios de los santos.  No he visto ningún escrito de ningún santo en el que se diga que todo el mundo se salva.  En cambio hay muchísimos hablando de la condenación.  Podemos empezar con esta cita de Sto. Tomás de Aquino que cita a los Padres de la Iglesia S. Gregorio y S. Agustín:
“Del fuego con que serán atormentados los cuerpos de los condenados después de la resurrección es preciso decir que es corpóreo porque al cuerpo no puede adaptarse convenientemente la pena, si no es corpórea.  Por lo cual San Gregorio prueba que el fuego del infierno es corpóreo por lo mismo que los réprobos después de la resurrección serán arrojados en él.  También San Agustín, manifiestamente confiesa que aquel fuego con que serán atormentados los cuerpos es corpóreo.”
Para más detalles de lo escrito por Sto. Tomás os aconsejo escuchar el episodio del podcast (en inglés) de Pints with Aquinas (traducible como «De vinos con Aquino») sobre el tema. 

Y Sto.  Tomás no es el único santo que habla del infierno.  Así, de memoria, recuerdo cosas de S. Juan María Vianney, Sta.  Teresa de Jesús, Sta.  Margarita María de Alacoque, S. Alfonso María de Ligorio, S. Luis Gonzaga, S. Juan Bosco, S. Pío X, Sta.  Faustina Kowalska… Si Sto.  Tomás, uno de los más grandes intelectos que jamás ha habido, opina que la condenación es posible, yo no necesito más.

Y acabemos con las visiones y apariciones.  En las apariciones de la Virgen una y otra vez habla de los condenados al infierno.  Por ejemplo recuerdo que en una de las de Fátima dijo que muchas almas acababan en el infierno porque nadie rezaba por ellas.  San Juan Bosco relata un terrorífico sueño en el que llegó a las puertas del infierno.  Probablemente fue más que un sueño: le obligaron a tocar una de las paredes del infierno y al despertar tenía la mano quemada.  Sta.  Faustina Kowalska tuvo una visión a finales de octubre de 1936 que descrició en su diario (segundo cuaderno, número 741) y en el que dice “Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”.

Vemos que tanto por las mismas palabras de Jesucristo, como por las enseñanzas de los santos, que han vivido bien cercanos al espíritu de Dios, como por las visiones y revelaciones, no se puede dudar de la existencia del demonio y del infierno.

¿Pero además de Satanás y sus huestes, hay alguien en el infierno?  Es decir, es posible la condenación de nuestras almas al martirio eterno?  ¿Puede permitir eso un Dios misericordioso?  Es lo que trataremos en la segunda parte.

domingo, 25 de febrero de 2018

Sobre la comunión en la mano

El Cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha escrito el prefacio de un libro que acaba de aparecer en Italia sobre la comunión en la mano: La distribuzione della comunione sulla mano.  Profili storici, giuridici e pastorali (La distribución de la comunión en la mano: una visión histórica, jurídica y pastoral) de D. Federico Bortoli.  Diane Montagna, en la web LifeSite News ha escrito un artículo sobre este texto y ha traducido al inglés partes de él.

Por su interés e importancia, lo he traducido al Español.  Es una traducción de una traducción (y si Sarah no lo escribió originalmente en italiano, una traducción de una traducción de una traducción).  Aunque he intentado ser lo más fiel posible al texto en inglés, y también he consultado el original italiano (idioma que no domino), hay que ir con cuidado: lo que hay escrito aquí puede alejarse un tanto de lo que escribió el Cardenal Sarah originalmente.  En caso de duda os recomiendo consultar el original en italiano.



La providencia, que dispone de todas las cosas con sabiduría y dulzura, nos ha ofrecido el libro La distribución de la comunión en la mano: una visión histórica, jurídica y pastoral, de Federico Bortoli, justo después de celebrar el centenario de las apariciones de Fátima.  Antes de la aparición de la Virgen, en la primavera de 1916, el Angel de la Paz se apareció a Lucía, Jacinta y Francisco y les dijo: «No os asustéis, soy el Ángel de la Paz.  Rezad conmigo».  […] En la primavera de 1916, en la tercera aparición del Ángel, los niños se dieron cuenta que el Ángel, que siempre era el mismo, sostenía en su mano izquierda un cáliz sobre el cual estaba suspendido una hostia.  […] Le dio la Hostia a Lucía y la Sangre del cáliz a Jacinta y Francisco, que permanecieron de rodillas, diciendo: «Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, tremendamente ultrajado por la ingratitud de los hombres.  Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios».  El Ángel se postró en el suelo otra vez, repitiendo esta pregaria tres veces con Lucía, Jacinta y Francisco.

El Ángel de la Paz nos muestra, pues, como deberíamos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.  La pregaria de reparación dictada por el Ángel, desfortunadamente es cualquier cosa menos obsoleta.  ¿Pero cuáles son los ultrajes que recibe Jesús en la santa Hostia, por las cuales debemos hacer reparaciones?  En primer lugar, están los ultrajes contra el Sacramento mismo: las horribles profanaciones, algunas de las cuales algunos ex-satanistas conversos han relatado ofreciendo descripciones espantosas.  Comuniones sacrílegas, recibidas no estando en estado de gracia ante Dios o no profesando la fe católica (me refiero a algunas formas de las llamada «intercomuniones»), también son ultrajes.  En segundo lugar, todo lo que puede prevenir la fructificación del Sacramento, especialmente los errores sembrados en las mentes de los fieles de manera que ya no crean en la Eucaristía, es un ultraje a Nuestro Señor.  Las terribles profanaciones que tienen lugar en las llamadas “misas negras” no hieren directamente a Aquel que en la Hostia es ultrajado, acabando sólo como accidentes de pan y vino.

Naturalmente, Jesús sufre por las almas de aquellos que le profanan, y por los cuales Él derramó su Sangre que ellos desprecian de forma tan mísera y despreciable.  Pero Jesús sufre aún más cuando el regalo extraordinario de su Presencia Eucarística divina-humana no puede llevar sus efectos potenciales a las almas de los creyentes.  Y así podemos entender que el más insidioso ataque diabólico consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y favoreciendo una forma inapropiada de recibirla.  Realmente la guerra entre Miguel y sus Ángeles por un lado y Lucifer en el otro, continua en el corazón de los creyentes: el objetivo de Satanás es el Sacrificio de la Misa y la Presencia Real de Jesucristo en la Hostia consagrada.  Este intento de robo sigue dos vías: la primera es la reducción del concepto “presencia real”.  Muchos teólogos no cesan de mofarse y desdeñar –a pesar de las constantes referencias al Magisterio– el término “transubstanciación”.  […]

Veamos ahora como la fe en la presencia real puede influir en la manera en la que recibimos la Comunión y viceversa.  Recibir la Comunión en la mano implica sin duda alguna una gran dispersión de fragmentos; por el contrario, la atención a la más pequeña migaja, el cuidado al purificar los vasos sagrados, no tocar la Hostia con manos sudadas, todo esto se convierte en profesiones de fe en la presencia real de Jesús, incluso en la más pequeña parte de las especies consagradas: si Jesús es la sustancia del Pan Eucarístico, y si las dimensiones de los fragmentos son accidentes sólo del pan, ¡es de muy poca importancia lo grande o pequeña que sea el tamaño de un trozo de la Hostia!¡La sustancia es la misma!¡Es Él!  Por el contrario, la falta de atención a los fragmentos nos hace perder de vista el dogma.  Poco a poco puede prevalecer el pensamiento: «Si ni siqueira el párroco le presta atención a los fragmentos, si administra la Comunión de tal forma que los fragmentos pueden dispersarse, eso quiere decir que Jesús no está en ellos, o que está “hasta cierto punto”.».

La segunda vía sobre la que corre el ataque contra la Eucaristía es el intento de eliminar el sentido de lo sagrado de los corazones de los fieles.  […] Mientras que el término “transubstanciación” nos apunta a la realidad de la presencia, el sentido de lo sagrado nos permite entrever su absoluta peculiaridad y santidad.  ¡Qué desgracia sería perder el sentido de lo sagrado precisamente en lo que es más sagrado!  ¿Y cómo es esto posible?  Recibiendo la comida especial de la misma manera que la comida ordinaria.  […]

La liturgia está compuesta de muchos pequeños rituales y gestos –cada uno de ellos capaz de expresar estas actitudes llenos de amor, respeto filial y adoración hacia Dios–.  Eso es precisamente por qué es apropiado promover la belleza, la propiedad y valor pastoral de la práctica desarrollada durante la larga vida y tradición de la Iglesia, esto es, el acto de recibir la Sagrada Comunión en la lengua y de rodillas.  La grandeza y nobleza del hombre, como también la máxima expresión de su amor a su Creador, consiste en arrodillarse ante Dios.  Jesús mismo rogaba de rodillas en la presencia del Padre.  […]

A tal propósito querría proponer el ejemplo de dos grandes santos de nuestros tiempos: S. Juan Pablo II y Sta.  Teresa de Calcuta.  La vida entera de Karol Wojtyla estaba marcada por un profundo respeto por la Santa Eucaristía.  […] A pesar de estar exhausto y sin fuerzas […] siempre se arrodillaba ante el Sagrado Sacramento.  Era incapaz de arrodillarse y levantarse solo.  Necesitaba de otros para doblar sus rodillas y para levantarse.  Hasta sus últimos días quiso ofrecernos su testimonio de reverencia por el Santísimo Sacramento.  ¿Por qué somos tan orgullosos e insensibles a los signos de que Dios mismo se ofrece para nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación íntima con Él?¿Por qué no nos arrodillamos para recibir la Sagrada Comunión a ejemplo de los santos?¿Es realmente tan humillante inclinarse y permanecer de rodillas ante el Señor Jesucristo?  Sin embargo, «Él, el cual, siendo de condición divina,[…] se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.» (Fil 2, 6–8)

La Madre Teresa de Calcuta,  una religiosa excepcional que nadie osaría considerar una tradicionalista, fundamentalista o extremista, cuya fe, santidad y entrega a Dios y a los pobres son conocidas de todos, tenía un respeto y una absoluta devoción al Cuerpo Divino de Jesucristo.  Ciertamente, ella cada día tocaba la “carne” de Cristo en los cuerpos deteriorados y sufrientes de los pobres entre los pobres.  Y sin embargo, llena de asombro y veneración respetuosa, la Madre Teresa se abstenía de tocar el Cuerpo transubstanciado de Cristo.  Mas bien le adoraba y le contemplaba en silencio, permanecía de rodillas y prostrada ante Jesús en la Eucaristía.  Aún más, recibía la Santa Comunión en la boca, como un niño pequeño que humildemente se dejaba alimentar por su Dios.

La santa se entristecía y apenaba cuando veía a los Cristianos recibir la Santa Comunión en sus manos.  Además, decía que por lo que ella sabía, todas sus hermanas recibían la Comunión sólo en la lengua.  ¿Es acaso esta la exhortación que Dios mismo nos comunica: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto.  Abre bien tu boca y Yo la llenaré.»?  (Sal 81, 11)

¿Por qué nos obstinamos en recibir de pie y en la mano?¿Por qué esta actitud de falta de sumisión a los signos de Dios?  Que ningún sacerdote ose imponer su autoridad en esta materia rehusando o maltratando a aquellos que desean recibir la Comunión de rodillas y en la lengua.  Acerquémonos como niños y recibamos humildemente el Cuerpo de Cristo de rodillas y en la lengua.  Los santos nos dan ejemplo.  ¡Ellos son los modelos a imitar que Dios nos ofrece!

¿Pero cómo ha podido hacerse tan habitual la práctica de recibir la Comunión en la mano?  La respuesta nos la da –y es sostenida por documentos nunca antes publicados que son extraordinarios en su calidad y cantidad– por don Bortoli.  Ha sido un proceso que fue cualquier cosa menos claro, una transición de lo que la instrucción Memoriale Domini concedía a lo que es una práctica difundida hoy en día.  Desafortunadamente, como con el Latín, así también con la reforma litúrgica que debía haber sido homogénea con los ritos precedentes, un permiso especial se ha convertido en la ganzúa para forzar y vaciar la caja fuerte de los tesoros litúrgicos de la Iglesia.  El Señor guía a los justos a lo largo de “caminos rectos” (cf.  Sb 10:10), no mediante subterfugios.  Por lo tanto, además de por los motivos teológicos mostrados anteriormente, también por la manera en que la práctica de la Comunión en la mano se ha diseminado parece haber sido impuesto no siguiendo los caminos de Dios.

Que este libro anime a aquellos sacerdotes y fieles que, movidos también por el ejemplo de Benedicto XVI –que en los últimos años de su pontificado quiso que se ditribuyera la Eucaristía en la boca y de rodillas– deseen administrar o recibir la Eucaristía de este modo, que es el modo más adecuado al Sacramento mismo.  Espero que pueda haber un redescubrimiento y promoción de la belleza y valor pastoral de esta modalidad.  En mi opinión y juicio esta es una cuestión importante sobre la que hoy la Iglesia debe reflexionar.  Este es un acto adicional de adoración y amor que cada uno de nosotros puede ofrecer a Jesucristo.  Me alegra mucho ver a tantos jóvenes que eligen recibir a nuestro Señor con tanta reverencia de rodillas y en sus lenguas.  Que el trabajo del Padre Bortoli favorezca un repensar en la manera en que es distribuída la Santa Comunión.  Como dije al principio de este prefacio, acabamos de celebrar el centenario de Fátima y estamos animados a esperar por el seguro triunfo del Inmaculado Corazón de María: al final, la verdad sobre la liturgia también triunfará.

Cardenal R. Sarah


sábado, 17 de febrero de 2018

Ayunar de pan y ayunar de maldad

En este inicio de Cuaresma la mayoría de las lecturas tratan del ayuno y del sacrificio. Y es también tema habitual de homilías, entradas de blogs, tweets, etc. Yo mismo escribí sobre ello hace dos años en este blog.

Ayer (viernes después del miércoles de ceniza) fui a misa. La primera lectura de ayer era Isaías 58, 1-9a. En ella describe el verdadero ayuno agradable a Dios:
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos.
A partir de aquí el cura hizo una buena homilía distinguiendo entre lo que voy a llamar «ayuno de pan» –no comer e incluyo la abstinencia de no comer carne– y el «ayuno de maldad» –hacer el bien y no el mal, como se describe en este pasaje de Isaías–. Acertadamente decía que lo importante es el ayuno del mal y no el de pan.

También ayer escuché una tertulia en Church Militant. Al empezarla recordaron, acertadamente también,  que era viernes y que era muy importante recordar que era día de abstinencia y que no se debía consumir carne. La Iglesia lo mandaba y no podemos desobedecer sin más los preceptos eclesiales.

Lo que echo a faltar es que se comente la relación que hay en ambos ayunos. No es una cosa u otra. No es que una sea importante y la otra no. Las dos van juntas: ayunamos de pan para poder ayunar de maldad.

El ayuno de pan tiene dos beneficios. Una es la obediencia a los mandatos de la Iglesia. Vivimos en una época, y nos hemos acostumbrado, a obedecer sólo si nos parece bien, si estamos de acuerdo.  He oído decir (y he dicho yo mismo) «Esto no lo hago porque no lo veo». Pero si lo piensas un poco, esto es simplemente hacer mi voluntad y no la voluntad de Dios que nos llega a través de su Esposa la Iglesia. Por eso, como decían en la tertulia, es tan importante obedecer incluso si no lo vemos. Mejor dicho, especialmente si no lo vemos.

Además, si no obedecemos en lo pequeño y simple, ¿vamos a obedecer en lo duro y difícil?

El segundo beneficio del ayuno de pan es que somete el cuerpo al espíritu. Con esto logramos aumentar nuestra fuerza espiritual, lo que nos permitirá enfrentarnos con más armas cuando ayunemos de maldad. Desgraciadamente, como decía en mi entrada de hace dos años, el ayuno y abstinencia que pide la Iglesia es poca cosa para esto y conviene aumentarla con alguna mortificación adicional.

Ahora bien, conformarnos con ayunar de pan, creer que con comer un poquito menos ya hemos cumplido, no es lo que Dios quiere, como escribía Isaías y decía el cura en su homilía. La fuerza espiritual que conseguimos con el ayuno debemos emplearla en combatir el mal. ¿Y qué mal? No lo que la sociedad o la prensa cree que es malo –por ejemplo los “derechos” de los LGBT–, sino lo que la Iglesia nos señala que es malo –por ejemplo el aborto–. Independientemente de lo que nosotros pensemos y aunque eso obligue a ir contracorriente.

El que sólo ayuna de pan tendrá una mayor fuerza espiritual y seguramente combata el mal, pero al no hacerlo encauzadamente será poco eficaz. El que sólo ayuna de maldad atacará el mal con pocas fuerzas y sin guía. No basta uno de los ayunos: son necesarios ambos.


domingo, 28 de enero de 2018

Indulgencias

Ante la palabra “indulgencia” las reacciones más probables son de ignorancia («Nunca he entendido qué es eso de las indulgencias») o  pensar que es una cosa de antes del Vaticano II y que ya hoy en día esto está superado. Esto demuestra una falta de catequesis que es preocupante, pero que no trataré ahora. En esta entrada explicaré qué es una indulgencia, cómo se consigue y por qué obtener indulgencias es de buen católico. Tocaré los puntos más importantes. Hay más información sobre la confesión y las indulgencias en el Catecismo de la Iglesia Católica, una lectura siempre recomendable.


Qué es una indulgencia

Supongamos que tienes un coche precioso que quieres llevar a una exhibición. Un día lo conduces con unas cuantas copas de más y tienes un accidente, por suerte sin víctimas, pero que ha dañado el coche. La policía te pone una multa y se lo lleva. Primero tienes que pagar la multa para que te devuelvan el coche y después tienes que repararlo para poderlo llevar a la exhibición. Pues con un pecado, sobre todo si es grave, pasa lo mismo: tienes por una parte la culpa (el delito, que se redime con la multa) y por otra, la pena temporal (los golpes en el coche). Mediante la confesión se te perdona la culpa, pero después aún tienes que redimir la pena temporal, purificar tu alma dañada.

Una forma de purificarla es con obras de misericordia y otras buenas obras. También la puedes purificar con penitencias y mortificaciones. Asímismo lo puedes hacer aceptando con serenidad y alegría las tribulaciones que el Señor te mande. Si al morir –estando en gracia de Dios– no has redimido todas tus penas temporales, pasas al purgatorio para acabar de purgar tu alma antes de llegar al cielo.

Pero además de este camino, se pueden redimir las penas de los pecados obteniendo gracias puestas a tu disposición por Jesucristo, la Virgen y los santos. Eso son las indulgencias. Estas gracias, formadas por las buenas obras de los santos y de la Virgen y la sobreabundancia infinita de la gracia creada en la Pasión de Cristo, forman el tesoro de la Iglesia. Nosotros, mediante ciertas acciones, podemos solicitar el uso de parte de este tesoro para redimir las penas temporales ya sea de nuestros pecados o de las de alguna alma que esté en el purgatorio.

Porque una de las cosas más bonitas de las indulgencias es que no sólo te las puedes aplicar a ti, sino también a cualquier alma del purgatorio que tú quieras. Puede ser un alma concreta, puede ser una petición general (por ejemplo, el alma del familiar que más lo necesite) o incluso lo puedes mandar a un “fondo común”  y dejar que la Virgen lo administre como lo considere oportuno. Mediante las indulgencias se puede ayudar a los miembros de la Iglesia que nos han precedido.

Tipos de indulgencias

Hay dos tipos de indulgencias. Las plenarias redimen todas las penas temporales que se tengan. Las parciales redimen una parte de las penas. Por motivos históricos las indulgencias temporales se miden en días. Hoy, estos días (o años) no significan nada en sí. Una oración que te dé tres años de indulgencias (por ejemplo la Oración al Santísimo Sacramento de Sto. Tomás de Aquino) tiene unas 10 veces más “potencia redentora” que santiguarse diciendo «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», que tiene 100 días. Ahora bien, cuántos días de indulgencia se necesitan para redimir las penas de un pecado concreto sólo lo saben en el Cielo.

Cómo se obtienen las indulgencias

Para poder obtener una indulgencia hay dos condiciones previas. La primera es estar en gracia de Dios, al menos al terminar el proceso. Por un lado, esto parece que excluye a todos los católicos no practicantes (no ir a misa en Domingo es un pecado mortal, como establece el Catecismo de la Iglesia Católica (número 2181)). Pero por otro, como confesarse es una de las condiciones, al concluir  el proceso se está en gracia de Dios y se obtiene la indulgencia. La segunda condición previa es realizar la actividad en cuestión con el objeto de obtener la indulgencia. Por ejemplo, todas las veces que te has santiguado sin saber que tenía una indulgencia asociada no te obtienen redención alguna, por mucho que cumplas todas las demás condiciones. Las indulgencias no se dan automáticamente sino que tienes que querer obtenerlas. Y no olvidemos que sólo se pueden redimir las penas de los pecados de los cuales ya has recibido el perdón. No se pueden redimir las penas de los pecados por los que aún no te has confesado.

Cumplidas las condiciones previas, la indulgencia se obtiene con alguna acción concreta. Las típicas son el rezo de alguna oración o jaculatoria o la visita a algún templo. Por ejemplo, en este año 2018 se cumplen los 800 años de la constitución de la orden de los Mercedarios y este año se puede obtener una indulgencia plenaria visitando un templo de la orden. A veces la acción debe hacerse en algún día concreto. Un caso es el del día de todos los Santos y el día de Difuntos, en los que se puede obtener indulgencia plenaria para un alma del purgatorio, no para ti, yendo a cualquier templo y rezando una oración.

Una vez cumplidas las condiciones previas y realizada la acción, se acaba el proceso con tres actividades que se conocen como las condiciones habituales. Son comulgar, confesarse y rezar por las intenciones del Papa. Estas tres condiciones se pueden realizar el día anterior o en los 15 días posteriores a la acción de la indulgencia y no tienen por qué realizarse las tres el mismo día.

Hay algunos detalles prácticos adicionales. Sólo se puede obtener una indulgencia plenaria al día, pero no hay límite para las indulgencias temporales. Cada indulgencia plenaria exige una comunión y una oración por las intenciones del Papa, pero una confesión puede abarcar varias. Es decir, si obtienes cinco indulgencias plenarias en una semana, debes comulgar cinco veces y orar por las intenciones del Papa cinco veces, pero basta que te confieses una.

Obtener indulgencias es de un buen católico

Es cierto que en las indulgencias hay un cierto “tufillo” de avaricia pues puedes obtener muchas y las puedes acumular. Pero eso desaparece al entender lo que son: ¿para qué vas a querer más de una indulgencia plenaria para ti? Si consigues varias, van a ser para los difuntos. Yo, para evitar este fleco de avaricia, pongo todas las indulgencias parciales que obtengo a los pies de la Virgen para que ella los gestione. Las plenarias sí que las aplico para mis familiares y amigos difuntos.

Pero, más allá de este pequeño peligro, hay varios motivos por los que un buen católico no sólo puede, sino que debe querer obtener indulgencias.

Uno es que así reconocemos más que la salvación viene de Dios y nos abrimos a su misericordia. El que uno quiera redimir sus propias penas tiene un tinte a soberbia. Además te acerca a la herejía del Pelagianismo («yo me salvo a mí mismo»).

Otro es que nos hace más conscientes de nuestro pecado y nos mueve a confesarnos más a menudo. Nos mueve por dos motivos: uno es que sólo podemos redimir nuestros pecados después de que nos hayan perdonado la culpa; el otro es que la confesión es parte del proceso. En estos tiempos en el que la confesión es el sacramento olvidado, cualquier cosa que nos induzca a confesarnos es bueno.

Además, si nos preocupamos por las indulgencias es que nos preocupa la salvación de nuestra alma. Y esta preocupación causará un sinfín de buenas influencias en nuestra vida.

Finalmente, el proceso de las indulgencias interconecta las tres Iglesias que forman la Comunión de los Santos: la Iglesia Triunfante,  la Iglesia Militante y la Iglesia Purgante. La Iglesia Triunfante (los santos en el cielo) mantienen el tesoro de la Iglesia; nosotros, la Iglesia Militante, usamos de ese tesoro para redimir nuestras penas y las de la Iglesia Purgante, las almas del purgatorio. Nos interconecta con nuestros hermanos en Cristo, tanto los pasados como los futuros, tanto los santos como los que están en el purgatorio. Y no olvidemos que las almas del purgatorio no pueden rezar, no pueden ayudarse a sí mismas, no pueden hacer nada más que padecer. Rezar por ellas y obtener indulgencias por ellas es una enorme caridad.