viernes, 26 de mayo de 2023

Necesitamos indignarnos

Cuentan la siguiente anécdota del dramaturgo inglés Bernard Shaw. Estaba en una fiesta de la alta sociedad londinense de su época y le preguntó a una mujer

– “Señora, ¿se acostaría usted conmigo si le diera un millón de libras?”
– “Bueno, supongo que sí” – contestó ella.
– “Se acostaría usted conmigo si le diera una libra?” – inquirió.
– “¡Señor! ¿Por quién me ha tomado?” – contestó airada.
– “Eso ya ha quedado claro. Ahora sólo estamos discutiendo el precio”.

He pensado a menudo en esta anécdota, sobre todo, en cuál debería haber sido la primera respuesta de la señora. He llegado a la conclusión que sólo hay una respuesta posible y no es la de simplemente decirle que no. Como ya he argumentado en una entrada anterior, decirle que no implica aceptar su planteamiento de la situación: que acostarse o no con él es una propuesta debatible. Quizá no basta con un millón de libras, o quizá no es cuestión de dinero sino de otras cosas, pero podemos hablar civilizadamente de ello. El resultado es que ya has perdido. 

Creo que la única respuesta posible de la señora era la indignación. En estos casos no basta con palabras, sino que hacen falta gestos claros de la revulsión que le provoca su propuesta: abofetearle, echarle un vaso de agua a la cara, exigir a grandes gritos que echaran a esa sabandija inmunda de la fiesta…

Uno podría pensar que esto no es una respuesta cristiana, pero encontramos ejemplos similares en el Evangelio. En particular lo vemos en la expulsión de los mercaderes del templo. Hay un detalle, que sólo aparece en el Evangelio según S. Juan (Jn 2, 13–25), que me parece especialmente interesante: al encontrar el templo lleno de mercaderes se paró primero a hacer un azote con una cuerdas. Es decir, no fue un pronto, sino que la indignación de Cristo ante la situación fue una respuesta meditada. Simplemente decir que no le parecía bien lo que veía no bastaba: era necesario demostrar con gestos intensos lo mal que le parecía el ver el templo invadido de mercaderes.

Tenemos ejemplos similares en santos. Por ejemplo, S. Nicolás dejó KO de un puñetazo a Arriano en el concilio de Nicea cuando éste defendía su herejía: no bastaba con decir que no estabas de acuerdo. O S. Juan Crisóstomo, doctor de la Iglesia, indicaba que ante una blasfemia había primero que reprender al blasfemo, pero que si insistía, había que partirle los dientes.

Porque en la comunicación se leen los gestos y no sólo las palabras: si lo dices de buenas parece que, aunque no te guste, realmente no te importa mucho. Esto está incluido en el lenguaje popular: cuando no estamos de acuerdo en algo que no es realmente importante decimos “No nos vamos a pegar por esto”.  Las palabras solas sólo llegan hasta un cierto punto. Ante algo indigno es necesario mostrar tu indignación con más.

En el caso de una comunicación escrita no puede haber gestos, pero el lenguaje usado puede manifestar la indignación y esto normalmente está acompañado por un llamado a acciones concretas. En las epístolas de S. Pablo hay multitud de ejemplos. Muy conocido es el de la Segunda Epístola a los Tesalonicenses donde indica que “algunos viven desordenadamente, sin trabajar, antes bien metiéndose en todo”. Y recomienda que “si alguno no quiere trabajar, que no coma”. Más enérgico es en la Primera Epístola a los Corintios, capítulo 5: “Se oye decir en todas partes que hay entre vosotros un caso de inmoralidad; y una inmoralidad tal que no se da ni entre los gentiles: uno convive con la mujer de su padre. ¿Y vosotros seguís tan ufanos?” Y recomienda “entregar al que ha hecho eso en manos de Satanás; para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el día del Señor”. 

Esta indignación ya no se usa y la echo en falta. Tenemos por ejemplo la reciente nota de prensa de la Conferencia Episcopal ante la sentencia de la Ley del Aborto del Tribunal Constitucional. La Ley era indignante; el comportamiento del Tribunal Constitucional, retrasando la sentencia trece años era indignante; la sentencia es indignante, y la respuesta del PP aceptando los plazos para el aborto es indignante. ¿Se muestra indignación en esta nota de prensa? En absoluto. Es una nota académica con muchas notas a pie de página. Explica que está en contra, pero no hay indignación alguna. Han hecho lo que se esperaba que iban a hacer (sólo faltaría decir que lo aceptan o no decir nada), pero como si no les importara gran cosa. Total, ya estamos todos acostumbrados a estas cosas. Y su llamada a la acción, también muy tibia con verbos como invitamos, animamos…  Estando en periodo pre-electoral, al menos podrían recordar a los fieles que un católico no puede votar a quien promueve el aborto. Pero no.  Como dijo el P. González Guadalix en su blog, “La nada con un toque de sifón. O sin sifón. Qué mas da”.

Muy civilizados, muy comedidos, muy tibios. Y como dice el Apocalipsis (otro escrito donde la indignación se muestra claramente) “Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca.” (Ap 3, 16) 

No es cuestión de indignarse siempre: la indignación permanente denota problemas emocionales y además es aburrida. Pero ante hechos indignantes indignémonos sin miedo. Seamos menos modositos. Es la respuesta cristiana y lo necesitamos.


sábado, 20 de mayo de 2023

Sobre el futuro papel de los laicos en la Iglesia (y 3)

Esta es la tercera y última entrada de reflexión sobre el papel que los laicos van a tener en el futuro en la Iglesia. Mucho conocimiento quizá no tenga pero mucha experiencia, sí, y desde ella hablo (Más sabe el diablo por viejo…). 

Tras hablar del reclutamiento y extensamente sobre la formación llega el momento de tratar los dos últimos puntos: la alimentación espiritual que deben recibir los colaboradores y cómo no perderlos.

Alimentación.  Por alimentación no me refiero al reconocimiento. La caja de bombones por Navidad se agradece, y que no falte, pero no es eso. Me refiero a la alimentación espiritual que todo el que realiza un ministerio en la Iglesia necesita recibir. Ayudar en tu parroquia es ser voluntario de la Iglesia y eso es esencialmente distinto que ser voluntario en una biblioteca o un hospital.  Para trabajar en la biblioteca te basta con tener formación, pero para trabajar en la Iglesia además de la formación necesitas una alimentación de tu alma. Estás trabajando para Dios y eso te convierte en mayor o menor grado en un guía espiritual de los demás. 

Esto es obvio en algunos ministerios: un catequista es un guía espiritual de sus catecúmenos. Pero también el que limpia el templo es guía: una iglesia limpia, con el altar bien dispuesto y ornamentado eleva el alma de una manera que una iglesia sucia, con el altar vestido con manteles arrugados y flores mustias no hace. Desde el monitor al sacristán todos necesitamos una gracia especial de Dios para que nuestra labor no sea un simple hacer material, sino una ayuda a los feligreses en su camino al cielo.

Esta alimentación espiritual proveerá a los laicos ayudantes de la gracia que necesitan. No deben ser acciones abiertas a todos los fieles, sino especialmente dirigidos a ellos: “Esto es para vosotros, porque vosotros lo necesitáis”. Así, además, les hará tener una conciencia más clara de la característica sobrenatural de su labor. 

Puede tomar muchas formas: dirección espiritual, grupos de oración, un retiro por cuaresma o adviento, una misa a principio o final de curso… Lo fundamental es explicar a los ayudantes que esto no es un servicio que se les hace, sino que es algo que necesitan para realizar su labor: sin una gracia especial de Dios no puedes leer las lecturas como Dios quiere, no puedes cantar como Dios quiere, no puedes tener el templo abierto como Dios quiere. Cualquier cosa que haces por la Iglesia es algo trascendental, no estás ayudando al párroco, que es tan simpático, sino que trabajas directamente para Dios, ayudando a los fieles a llegar al cielo.

Retención. Llega un nuevo colaborador lleno de entusiasmo y se mete a lector, y monitor y sacristán y a todo lo que le pidan. O se necesita un monitor y se lo piden a Fulano que ya es lector y sacristán y está todo el día aquí y nunca dice que no.  Sea cual sea el camino seguido, el resultado más frecuente es el mismo: el colaborador acaba quemado y se va. Me ha pasado a mí varias veces y lo he visto pasar a otros. 

Es un problema que un colaborador coja demasiadas responsabilidades, ya sea voluntariamente o invitado por otros. Además del problema ya descrito de estrujarlo hasta  quemarlo y perder un colaborador valioso, es que tener alguien que se ocupa de todo cierra los caminos a otros: si los monitores leen las lecturas, ya no buscamos lectores. Y como ya dije en la primera entrada de la serie, da la impresión que los ministerios de la Iglesia son un coto cerrado.

Las exigencias de formación ayudan a reducir el problema ya que si uno quiere hacerlo todo, tendrá que hacer todos los cursillos, lo que lo para un poco. Y también se hace más difícil pedir a uno que coja un ministerio más si sabes que eso exige hacer un cursillo nuevo.

Cuando tenemos un buen colaborador hay que cuidarlo y esto incluye no exigirle demasiado –ni permitir que se exija demasiado a sí mismo–. Esto redunda no sólo en el bien de la persona, sino en el bien de la parroquia.


Resumen.  En el futuro próximo la Iglesia va a tener que depender y confiar cada vez más en los laicos. Esto no puede conseguirse simplemente extendiendo lo que ya se está haciendo, sino que va a tener que crearse un modelo nuevo. En este nuevo modelo es esencial tener en cuenta el espíritu trascendental de la Iglesia. Esto no es como ser voluntario en una biblioteca o un hospital, pues los colaboradores de la Iglesia no sirven al sacerdote o a la comunidad, sino a Dios mismo. 

Para el buen funcionamiento no puede escogerse gente a dedo en momentos de apuro, que así no se escoge bien, sino tener abierta una convocatoria para que todo el que sienta esta llamada de servicio a Dios pueda presentarse. A los que se presentan hay que formarlos de forma específica, extensa y rigurosa: cada ministerio debe tener su propia formación;  no es una mera charla de una hora sino que es un cursillo en el que se tocan los aspectos de base del catolicismo (el catecismo, vamos), y aspectos específicos del ministerio; y no es una sugerencia voluntaria, sino que es obligatoria y el aspirante debe demostrar que ha entendido las cuestiones tratadas ya sea mediante un examen o de alguna otra manera.

Estos colaboradores, debido a su misión trascendental en la Iglesia, deben recibir una alimentación espiritual con retiros, dirección espiritual, grupos de oración, etc. Sólo así podrán ser guías de la comunidad, cada uno en su papel.

Finalmente, hay que cuidar a los colaboradores y no estrujarlos –ni dejar que se estrujen– y acabar con personas quemadas que abandonan. Nadie debe cargar más de lo que puede llevar de forma continua. Además, si hay unos pocos que lo hacen todo, cierran las puertas a otros que puedan estar interesados a servir a Dios de esta manera.


Los cambios que van a tener lugar en el papel de los laicos en la Iglesia son muchos y profundos y se va a necesitar mucho tiempo y esfuerzo. A partir de mi experiencia de muchos años, lugares y ministerios, he indicado algunos aspectos y he realizado algunas sugerencias. Pero hay mucho más trabajo a hacer si se quiere crear algo que sea más que un mero remiendo temporal para ir pasando.