sábado, 4 de junio de 2022

Primeras comuniones

Es época de primeras comuniones. Hace dos semanas fui a la del hijo de una amiga. Fue muy cuidada: silencio y devoción, bien leídas las lecturas, todos bien vestidos, un coro que cantó bastante bien, que no cantó canciones ramplonas sino una misa (¡en latín!), con una ofrenda a la Virgen al final. Como digo, muy pensada y cuidada. Se notaba que la comunión no era una mera excusa para tener una fiesta.  Y, sin embargo, me dejó con una gran desazón. Yo soy muy lento y, aunque me di cuenta de algunos de los motivos de la desazón casi inmediatamente, no lo he conseguido enfocar del todo hasta hace unos días. 

Empecemos por el final. Unos días después de la primera comunión mi amiga nos hizo llegar el recordatorio. Yo tengo una colección bastante grande de estampas y recordatorios, alguno de más de 100 años. Por ejemplo, tengo un recordatorio de una primera comunión de 1946. Por delante hay un dibujo de la Virgen sentada con el niño Jesús sobre su regazo. El Niño tiene una hostia en su mano y la está enseñando a un grupo de niñas que están arrodilladas delante de Él, adorándolo. Por detrás hay un cáliz, un Sagrado Corazón y el Espíritu Santo en forma de paloma. Si lo abres, hay una imagen de un ángel y la inscripción “Recuerdo de la comunión solemne de Juana S. P. celebrada en la Iglesia Parroquial de S. Juan Bautista” y el lugar y la fecha. Finalmente, bajo la inscripción hay una coplilla: 

Por lo mucho que me distéis
¿qué os daré yo, Jesús mío?
Pues para amaros me hicisteis
por vuestro amor daré el mío

Vayamos ahora con el recordatorio del hijo de mi amiga.  Por delante hay una foto del niño en su traje de primera comunión. Por detrás hay otra foto del niño en su traje de primera comunión. Si lo abres hay una tercera foto del niño en su traje de primera comunión y la inscripción “Recuerdo de mi Primera Comunión Juan O. M.” y el lugar y la fecha. 

Y a la luz de esto vas recordando frases del sacerdote “Celebramos que vas a entrar en la comunidad de los seguidores de Jesús” o “Tú eres amigo de Jesús” o como hizo subir al niño al presbiterio para estar junto al altar en ciertos momentos de la misa. En ningún momento se presenta la idea de que es Jesús el que te llama primero, que es Jesús el que muere por ti para que puedas comer su carne, es Jesús el que te ofrece su amistad que tú puedes aceptar. Y ese es el motivo de mi desazón: hemos trasladado el protagonismo de la Comunión –y de toda la vida litúrgica– desde Jesucristo al fiel.

Uno podría pensar que no es demasiado grave que a los niños, en el día de su primera comunión, se les dé un protagonismo, quizá un poco excesivo. No es lo mejor, pero tampoco es para tanto.  Y si sólo fuera eso, pues es cierto. Pero lo que se mostró en esta primera comunión es consecuencia de lo que pasa en toda la liturgia y en el pensamiento dominante en la Iglesia católica actual.

No lo decimos con palabras, pero si miramos nuestras liturgias nos creemos el origen de todo. Vamos, que en vez de estar nosotros contentos y honrados de que Dios nos ame hasta la muerte, debería ser Él el que nos estuviera agradecidos por ir misa de cuando en cuando. Nos creemos que la misa la hacemos entre el sacerdote y nosotros. Lo tenemos al revés: nada empieza en ti. La misa es el sacrificio de Cristo, sacrificio que tiene lugar tanto si estamos como si no. Todo parte de Él y nosotros sólo podeos dar algo en función de la muerte y resurrección que Él nos ha dado primero. Fijaos que esto está imbuido en la coplilla del recordatorio de 1946: Jesús nos ha dado primero, Jesús nos ha hecho para amar y por eso podemos darle nuestro amor.

Hace unos días se hizo público la segunda parte de la trilogía The Mass of the Ages (La Misa de los Tiempos). Es un documental sobre la Misa Tridentina muy bien hecho y que recomiendo ver. Una cosa que se muestra es que antes el sagrario estaba elevado al fondo del presbiterio (o lo que se solía llamar el “altar mayor”). Bajo el sagrario estaba el altar. Después estaba el celebrante mirando el altar y el sagrario, es decir, a Dios (y no “de espaldas al pueblo”). Y más abajo, los fieles, mirando al celebrante, el altar y el sagrario. Tras la creación de la nueva misa, y por orden del Vaticano y los obispos, se quitaron los altares de sus sitios y se sustituyeron por una mesas en el centro del presbiterio. Ahora tenemos el celebrante a un lado del altar y a los fieles al otro lado. Y se miran entre ellos. ¿Y Cristo dónde está? Apartado, pues los sagrarios se movieron a alguna capilla lateral, para que no molestaran. El centro de atención ya no es Dios. Ahora es una relación entre el sacerdote y los fieles.

Y, claro, si Dios ya no es el centro de todo, pues cualquier ocurrencia que pueda tener es importante, incluso en cuestión de Doctrina. Es lo que llamaba en una entrada anterior, la metaherejía. Esa frase, para mi nefasta, de que “soy amigo de Jesús” alimenta esta metaherejía, pues nos pone a la par de Él.  Jesús tiene sus ideas y yo las mías, pero como somos amigos, no nos vamos a enfadar. No. Yo no quiero ser “amigo” de Jesús: yo quiero ser su discípulo fiel.

Paradójicamente, fue el cuidado puesto en esta celebración lo que me permitió ver el fondo tan oscuro de nuestra liturgia. No podemos cambiar la misa, ni lo que hacen los sacerdotes, ni mover los sagrarios al lugar del que nunca debieron marchar –aunque en los últimos años he visto en más de una iglesia que han vuelto a trasladar el sagrario al altar mayor–. Pero si podemos cambiar nuestra actitud interior, que ha sido contaminada por esta atmósfera del “yo soy el centro”.  Mudemos nuestra atención de nosotros a Dios. Y este cambio interior, poco a poco se irá difundiendo hacia los demás –otros fieles, sacerdote y obispos–  y darán lugar a una liturgia y una vida mucho más sanas.

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