Es época de primeras comuniones. Hace dos semanas fui a la del hijo de una amiga. Fue muy cuidada: silencio y devoción, bien leídas las lecturas, todos bien vestidos, un coro que cantó bastante bien, que no cantó canciones ramplonas sino una misa (¡en latín!), con una ofrenda a la Virgen al final. Como digo, muy pensada y cuidada. Se notaba que la comunión no era una mera excusa para tener una fiesta. Y, sin embargo, me dejó con una gran desazón. Yo soy muy lento y, aunque me di cuenta de algunos de los motivos de la desazón casi inmediatamente, no lo he conseguido enfocar del todo hasta hace unos días.
Empecemos por el final. Unos días después de la primera comunión mi amiga nos hizo llegar el recordatorio. Yo tengo una colección bastante grande de estampas y recordatorios, alguno de más de 100 años. Por ejemplo, tengo un recordatorio de una primera comunión de 1946. Por delante hay un dibujo de la Virgen sentada con el niño Jesús sobre su regazo. El Niño tiene una hostia en su mano y la está enseñando a un grupo de niñas que están arrodilladas delante de Él, adorándolo. Por detrás hay un cáliz, un Sagrado Corazón y el Espíritu Santo en forma de paloma. Si lo abres, hay una imagen de un ángel y la inscripción “Recuerdo de la comunión solemne de Juana S. P. celebrada en la Iglesia Parroquial de S. Juan Bautista” y el lugar y la fecha. Finalmente, bajo la inscripción hay una coplilla:
Por lo mucho que me distéis
¿qué os daré yo, Jesús mío?
Pues para amaros me hicisteis
por vuestro amor daré el mío
Vayamos ahora con el recordatorio del hijo de mi amiga. Por delante hay una foto del niño en su traje de primera comunión. Por detrás hay otra foto del niño en su traje de primera comunión. Si lo abres hay una tercera foto del niño en su traje de primera comunión y la inscripción “Recuerdo de mi Primera Comunión Juan O. M.” y el lugar y la fecha.
Y a la luz de esto vas recordando frases del sacerdote “Celebramos que vas a entrar en la comunidad de los seguidores de Jesús” o “Tú eres amigo de Jesús” o como hizo subir al niño al presbiterio para estar junto al altar en ciertos momentos de la misa. En ningún momento se presenta la idea de que es Jesús el que te llama primero, que es Jesús el que muere por ti para que puedas comer su carne, es Jesús el que te ofrece su amistad que tú puedes aceptar. Y ese es el motivo de mi desazón: hemos trasladado el protagonismo de la Comunión –y de toda la vida litúrgica– desde Jesucristo al fiel.
Y, claro, si Dios ya no es el centro de todo, pues cualquier ocurrencia que pueda tener es importante, incluso en cuestión de Doctrina. Es lo que llamaba en una entrada anterior, la metaherejía. Esa frase, para mi nefasta, de que “soy amigo de Jesús” alimenta esta metaherejía, pues nos pone a la par de Él. Jesús tiene sus ideas y yo las mías, pero como somos amigos, no nos vamos a enfadar. No. Yo no quiero ser “amigo” de Jesús: yo quiero ser su discípulo fiel.
Paradójicamente, fue el cuidado puesto en esta celebración lo que me permitió ver el fondo tan oscuro de nuestra liturgia. No podemos cambiar la misa, ni lo que hacen los sacerdotes, ni mover los sagrarios al lugar del que nunca debieron marchar –aunque en los últimos años he visto en más de una iglesia que han vuelto a trasladar el sagrario al altar mayor–. Pero si podemos cambiar nuestra actitud interior, que ha sido contaminada por esta atmósfera del “yo soy el centro”. Mudemos nuestra atención de nosotros a Dios. Y este cambio interior, poco a poco se irá difundiendo hacia los demás –otros fieles, sacerdote y obispos– y darán lugar a una liturgia y una vida mucho más sanas.
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