viernes, 30 de junio de 2023

Buscando sentido a la vida. El sentido cristiano del sufrimiento.

No es difícil en estos tiempos ver a gente frustrada, desolada y herida porque no le encuentra sentido a lo que le pasa. Y me he dado cuenta últimamente que a mí eso no me pasa porque gracias a mi fe católica le encuentro sentido a todo. Dios le da sentido a todo. Y mi vida es mucho mejor, más plena y con más paz. Escribí un poco sobre esto en mi serie Por qué soy católico, pero ahora quiero explicarlo mejor y me voy a centrar en una cuestión: el sufrimiento.

Hay muchos escritos y videos sobre la perspectiva católica del sufrimiento. Si tenéis tiempo y sabéis inglés os recomiendo la conferencia de Jeff Cavins When you suffer. Esta entrada no es resumen de su conferencia, aunque cogeré algunas cosas de ella, sino que es una visión comparativa del sufrimiento desde el cristianismo y desde el ateísmo o la indiferencia. Empecemos.

Todos, cristianos y ateos, entendemos que el sufrimiento, aunque siempre desagradable, no es siempre malo, sino que a veces es necesario y beneficioso. Por ejemplo, nos encanta ver sufrir a los ciclistas, retorciéndose sobre la bicicleta al subir los grandes puertos. No somos sádicos: lo que nos gusta es ver cómo son capaces de sobreponerse a sus dolores físicos y siguen adelante: cómo el espíritu le puede al cuerpo. Nos ilumina ver cómo el que gana no es necesariamente el más fuerte, sino el que es capaz de sobreponerse mejor a su sufrimiento.

Esto es algo que todos vivimos: sufrimos para conseguir los objetivos que queremos. Sufrimos físicamente haciendo ejercicio o una dieta; estudiamos durante largas horas para sacar esa asignatura o aprobar esa oposición; nos privamos de esto y aquello para ahorrar y poder hacer ese viaje o comprar ese coche. Estamos dispuestos a sufrir para conseguir los objetivos que nos parecen deseables.

También todos, cristianos y ateos, estamos dispuestos a sufrir por otros. Nos sacrificamos por nuestros colegas en el trabajo para el bien común, o por nuestros amigos, o por nuestros padres, hijos o cónyuge. Nos parece mal el que sólo piensa en sí mismo y lo llamamos egoísta Cierto que los cristianos tenemos orden de sacrificarnos incluso por nuestros enemigos, pero la diferencia entre los ateos y nosotros no es esencial: todos estamos dispuestos a sacrificarnos para el beneficio de otros.

Donde hay una diferencia esencial es ante el sufrimiento que voy a llamar gratuito: el sufrimiento que no sirve para alcanzar un objetivo y no es en beneficio de otros. Se nos viene a la mente las grandes catástrofes: una enfermedad dolorosa y mortal, la muerte de un ser querido o la ruina debido a una catástrofe natural, pero pueden ser cuestiones no tan graves: una mala pasada de un compañero o una avería del coche. Ante el sufrimiento gratuito el ateo o indiferente tiene una tendencia a la desolación o a la ira que no tiene un cristiano sólido. Y no estoy hablando sólo del sufrimiento por causa grave. He visto a muchos amargarse profundamente ante el comentario injusto de alguien, el haber perdido el autobús cuando tenían prisa o porque su equipo ha perdido el partido. En cambio el cristiano puede encontrar paz e incluso alegría ante este sufrimiento. Y la diferencia no estriba en que el cristianismo sea una filosofía superior, sino es porque el cristiano le da una dimensión sagrada al sufrimiento.

La primera cuestión, que considero fundamental, es que Cristo, es decir Dios mismo, sufrió gratuitamente. Para empezar le traicionó un discípulo, le negó otro y le abandonaron los demás. También le traicionaron los sacerdotes de su pueblo elegido –a veces me pregunto que debió sentir Cristo al oír al sumo sacerdote gritar “No tenemos más rey que el César”– que no sólo le entregaron a la muerte, sino a la peor muerte que había. Y finalmente sufrió la tortura física y mental de la Cruz. Todo innecesario: nos pudo salvar por mil otros caminos menos dolorosos, pero eligió este. Luego cuando a nosotros nos llega un sufrimiento gratuito no estamos sino siguiendo un camino que Dios ya siguió. Quizá no lo entendamos, pero si Dios fue por aquí, ¿no vamos a ir nosotros? El sufrimiento gratuito nos une a Cristo.

La segunda cuestión es que no sólo Cristo sufrió gratuitamente, sino que eligió este sufrimiento gratuito como medio de nuestra redención. Con lo que nuestro sufrimiento no sólo nos une a Cristo, sino que también nos une a la redención de Cristo. Como dice S. Pablo “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24). Podemos hacer que nuestro sufrimiento sea redentor. No es que Cristo necesite de nuestro sufrimiento para completar su redención, sino que nos ofrece la posibilidad de unir nuestro sufrimiento al suyo y así colaborar en la redención de todos. Jeff Cavins tiene una frase muy acertada: Nuestro sufrimiento es dinero celestial, con el que podemos comprar aquello que no tiene precio.

Un ejemplo que cuenta el P. Jorge González Guadalix. Doña Asunción, debido a graves problemas óseos, sufría fuertes dolores de espalda. En una visita al médico, éste le propuso recetarle un analgésico potente para que la espalda le doliera menos. Ella se negó, pues sus dolores los tenía ofrecidos. Como le explicó al P. Guadalix: “Mira hijo, los médicos saben de dolores y medicinas, pero no saben nada o muy poco de lo que es ser abuela y madre y de la preocupación que yo tengo por mis hijos y mis nietos. Ya sabes que mis nietos apenas van a la iglesia, así que tengo ofrecidos todos mis dolores para que se encuentren con el Señor y sean buenos cristianos. Y va a venir ahora el médico a decirme que de eso nada, que mejor me los quita. Pues no. Yo sé el valor del sufrimiento regalado a Cristo y mi sufrimiento a mí no me lo quita nadie, porque es para mis nietos”.  Doña Asunción vivió para ver a sus nietos confirmados y convertidos en catequistas.

Un ateo no tiene esta manera de acercarse al sufrimiento. No puede darle sentido y el sufrimiento le desespera, le desola. Le amarga y amarga a los que viven con él. Al final quiere la muerte. Y lo que es peor, sus familiares también quieren su muerte. Porque no tiene “buena calidad de vida”. Y este concepto de la calidad de vida se puede estirar fuera de toda mesura –como han demostrado las sociedades “avanzadas” como Bélgica, Holanda o Canadá– y acabas matando a ancianos seniles, que no sufren y no quieren morir, pero que a ti te molestan. Llegando a aberraciones como en Canadá, donde se empiezan a alzar voces pidiendo la pobreza como causa suficiente para pedir la eutanasia.  Un mundo en el que no se encuentra sentido al sufrimiento se convierte en un mundo infernal.

El caso del sufrimiento es quizá el que más atrae nuestra atención, pero en muchos otros, cosas que no tienen sentido visto desde el materialismo y el mundo secular, visto desde el cristianismo, desde la doctrina católica y desde lo que nos enseña la Biblia, adquieren todo el sentido. Una sociedad loca que nos parece ininteligible se convierte en una sociedad alejada de Dios, que se entiende perfectamente. Duele pero no desespera. 

Desde el cristianismo, todo se entiende. Naturalmente, primero hay que entender el cristianismo. Luego para entender el mundo loco que nos rodea hemos de estudiar doctrina, leer la Biblia, rezar y meditar ante el Señor. Así llega la luz, vas viendo las cosas más claras y la esperanza, que recordemos es una virtud teologal, te llena y consuela. Con Dios, todo se entiende. Sin Él, todo está loco.


viernes, 23 de junio de 2023

Estampas de Santos: Sta. Faustina Kowalska

Los santos han de ser una gran inspiración para nosotros: nos dan ejemplo en el camino a seguir pero también nos muestran sus debilidades. Cuando era niño era normal encontrarte en revistas o en el libro de lecturas del colegio relatos y anécdotas de la vida de los santos. O ver películas de sus vidas por la televisión. Hoy, como tantas otras cosas, esto ha desaparecido. Es esta serie voy a contar pequeñas estampas de vidas de santos, algunos conocidos, otros prácticamente desconocidos, que me han ayudado. Empiezo con uno de Sta. Faustina Kowalska.

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Sta. Faustina Kowalska es una santa polaca que nació en 1905 y murió de tuberculosis en 1938. Entró en el convento de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia en 1925. Desde niña oía a Dios y ya de monja tenía frecuentes visiones y conversaciones con Jesucristo. Él le ordenó que escribiese un diario para apuntar lo que le fuera diciendo. Sus visiones no le granjearon favores, sino más bien incomprensión e incluso envidias. Tuvo, sin embargo, el apoyo de sus confesores, que trabajaron mucho para fomentar la devoción al Cristo de la Divina Misericordia. Entre otras cosas consiguieron pintar un cuadro que representara una visión que ella tuvo. De ese cuadro sale la imagen, hoy muy conocida,  del Cristo de la Divina Misericordia:


Después de muerta tuvo la ayuda de otros sacerdote polaco, Karol Wojtyla, que estuvo al mando de la comisión para su beatificación. Una vez convertido en el papa Juan Pablo II, la hizo santa y dispuso que  el domingo después de Pascua fuera la fiesta de la Divina Misericordia.

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La estampa que quiero comentar tuvo lugar cuando aún era novicia y está descrito en su diario, en el número 28. En una de sus conversaciones con Jesús éste le dijo que fuera a ver a la Madre Superiora y le pidiera permiso para ponerse un cilicio durante una semana. Ya sea porque no le atraía la idea del cilicio o porque le diera apuro pedírselo a la Madre Superiora, no fue. Jesús al final le tuvo que preguntar “¿Hasta cuándo lo vas a aplazar?” Y resolvió ir al día siguiente.

Este es el primer punto que llama la atención. Una santa, que había recibido una visión directa de Jesús donde le daba una orden, la fue posponiendo todo lo que pudo. Esta estampa me da un cierto consuelo cuando yo, que no tengo visiones y no soy santo, voy posponiendo cosas que creo que Jesús quiere que haga. No es que diga que posponer las cosas que Dios quiere que hagamos está bien, sino que es algo natural, que le pasa hasta a los santos. Nos puede llevar tiempo conseguir la fuerza y el coraje para obedecer a Dios. Lo importante es que al final lo hagamos, como Cristo mismo nos enseña en la parábola de los dos hijos que el padre manda a trabajar a la viña (Mt. 21, 28–32). Sigamos con la estampa.

Al final Sta. Faustina fue a ver a la Madre Superiora y le pide ponerse el cilicio. La Madre Superiora no se lo permite. Al salir de la reunión ve a Jesús y le pregunta por qué le ha hecho asar por esto si total no iban a dejar que se pusiera el cilicio y Jesús le contesta: “No exijo tus mortificaciones, sino la obediencia. Con ella me das una gran gloria y adquieres méritos para ti.”

Y este es el segundo punto que me llama la atención. Dios no va a mirar las cosas que hagamos, sino la obediencia que tengamos. Esto lo he leído en otros sitios. Por ejemplo en el libro de S. Alfonso María de Ligorio Conformidad con la voluntad de Dios. Nos solemos preguntar ¿Qué puedo hacer? Esa no es la pregunta correcta. La pregunta correcta es ¿Cuál es la voluntad de Dios? Quizá sea hacer “algo”, o quizá no. O quizá el algo no es lo que nos gustaría. Quizá queremos tocar el piano, y Dios quiere ue el pianista sea otro y lo que nos manda a nosotros es pasarle las páginas. Y esto nos molesta, sobre todo si el otro toca mucho peor que nosotros. No hemos de buscar la acción, sino cumplir la voluntad de Dios.

Esto se explica muy bien en el poema de Sta. Teresa en su poema Vuestra soy, para vos nací, por ejemplo en el verso que dice:

Si queréis que esté holgando
Quiero por amor holgar;
Si me mandáis trabajar
Morir quiero trabajando.
Decid dónde, cómo y cuándo.
Decid, dulce Amor, decid.
¿Qué mandáis hacer de mí?

Naturalmente, hay un peligro. A diferencia de Sta. Faustina o Sta. Teresa, no recibimos visiones con órdenes claras, sino que tenemos que discernir qué es lo que Dios quiere y es fácil confundir lo que Dios quiere con lo que nosotros queremos. Hay que orar y meditar diariamente, escuchar, ser honestos (en el fondo sabemos que esto es cosa nuestra y no de Dios). Y, como escribí hace algún tiempo, podemos practicar un ejercicio para saber si estamos cumpliendo la voluntad de Dios.

Y leer vidas de santos, que nos muestra cómo lo hicieron ellos.