En una entrada reciente titulada El huevo y la gallina comentaba que la solución al problema de la Iglesia es acercarse de nuevo a Dios con oración, penitencia y sacramentos. De aquí se deduce que una de las primeras señales que veremos cuando estemos saliendo del hoyo en el que estamos metidos es ver colas ante los confesionarios.
Y de momento estamos lejos: no sólo no hay colas ante los confesionarios, sino que generalmente están vacíos, sin un sacerdote dentro. E incluso hay iglesias que ni siquiera tienen confesionarios. No es cuestión de apuntar el dedo a los sacerdotes o a los fieles: es otra vez un caso del huevo y la gallina, va todo junto. Esta sociedad tiene demasiada soberbia para arrodillarse ante Dios ni ante nadie y pedir perdón; los sacerdotes piensan que hay maneras mejores de usar su escaso tiempo que pasarse horas en el confesionario si total no viene nadie; los fieles piensan que para qué pasar el mal trago de decir sus pecados a un sacerdotes si ellos ya se “confiesan” ante Dios, sin mediación de nadie; la jerarquía quiere hacer “más fácil” el ser católico y no promueve algo que los fieles encuentran desagradable. Nos hemos alejado todos juntos de este sacramento fundamental en la vida católica.
He oído muchos testimonios de gente alejada de Dios que ha vuelto al seno de la Iglesia. Y siempre destacan que uno de los momentos fundamentales de su vuelta fue la confesión. Es mi caso. Y es un simple ejercicio de lógica darse cuenta que si la confesión ha sido un punto fundamental de la vuelta al Padre, la falta de confesión es un punto fundamental del alejamiento. Es también mi caso.
Fue por tanto una alegría ver que el pasado Miércoles de Ceniza no sólo estaban la misas a rebosar, sino que a la que yo fui había un sacerdote en el confesionario y desde media hora antes de la misa hasta el momento de la comunión, siempre que miré, había alguien confesándose. Hay mucha gente que siente necesidad de penitencia y conversión y es vital atender esta necesidad.
Por todo esto una buena manera de valorar la vitalidad de una parroquia es mirar el confesionario. ¿Hay un horario de confesiones? ¿Se puede encontrar el confesionario con un sacerdote sentado y esperando aunque sea antes o durante las misas? ¿Va la gente a confesarse? ¿Hay cola ante el confesionario? Una parroquia moribunda responderá que no a todas estas preguntas. Una bien viva, responderá que sí. No es el único punto, como comenta el P. Jorge en su blog, pero es un buen punto de partida.
Una comunidad católica viva se confiesa, una moribunda, no. Un sacerdote preocupado por las almas de sus fieles, promueve la confesión, uno preocupado por mil otras cosas, no. Y como he dicho antes, no es cosa de uno o de otro: es cosa de ambos. El sacerdote debe llevar a los fieles hacia el confesionario, pero los fieles también deben llevar al sacerdote hacia el confesionario.
Pide en tu parroquia que haya un horario de confesiones. Confiésate a menudo. Dale las gracias al sacerdote por estar allí, explicándole lo importante que es para ti poderte confesar. Así estarás haciendo tu parte en la salvación de tu alma, y en la recuperación de la Iglesia.
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