domingo, 20 de febrero de 2022

Devociones

La Iglesia Católica es rica en devociones: el Rosario, el Ángelus, las novenas, la Adoración Eucarística, los Nueve Primeros Viernes de mes, los Siete Domingos de S. José, la Coronilla de la Divina Misericordia… Estas devociones han sido para generaciones de católicos un camino fundamental hacia la virtud y la santidad. Las han seguido los obispos en las catedrales y la gente sencilla en los pueblos. Pero en las últimas décadas están siendo despreciadas tanto por laicos como, desgraciadamente, por sacerdotes como una reliquia de tiempos antiguos y oscuros, que ya no son necesarias en nuestros tiempos modernos e iluminados. Cumplieron su labor con nuestras abuelas, pero ya no son necesarias. Y las gracias e indulgencias asociadas a las devociones son poco más que supersticiones. 

Hace unos días un sacerdote con el que mantenía una conversación ridiculizó el uso del escapulario del Carmen. En el momento no supe qué contestar, pero me dio pie a reflexionar sobre el tema. Y llegué a la conclusión que que las devociones no son tonterías antiguas que ya no tienen lugar. Siguen siendo un camino importantísimo para  conseguir la virtud y la santidad y la salvación de nuestras almas. El que ya no se sigan son una gran pérdida para cada alma y para la Iglesia entera. Y el que las ridiculiza, es que no las entiende. Es más, es que no entiende principios fundamentales del catolicismo.

Como expliqué en una entrada anterior sobre la devoción de los Nueve Primeros Viernes de mes, las devociones, y sus gracias asociadas, son formalmente muy diferentes a una superstición. Por ejemplo, existe la superstición que llevar una pata de conejo en el bolsillo da buena suerte. ¿Cuál es el origen de esta superstición? No se sabe. ¿Qué significa exactamente “tener buena suerte”: sólo te van a pasar cosas buenas, te van a pasar cosas buenas de cuando en cuando, vas a ganar la lotería? No se sabe. ¿Quién es el garante de esta buena suerte, es decir, quién te va a dar esta buena suerte? No se sabe. En cambio, ¿cuál es el origen de la devoción de los Nueve Primeros Viernes? De las revelaciones recibidas por Sta. Margarita María de Alacoque, revelaciones comprobadas y aceptadas por la Iglesia. ¿Qué te va a pasar si cumples la devoción? Que “no morirás en desgracia ni sin recibir los sacramentos”. ¿Quién es el garante? Jesucristo mismo. Una superstición y una devoción tienen formas muy diferentes. 

En lo que uno pudiera pensar que se parecen es que por hacer algo puramente arbitrario se recibe una gran recompensa. Pero este parecido es superficial y desaparece si lo estudiamos un poco. Llevar una pata de conejo no tiene mérito alguno: son fáciles de conseguir y fáciles de llevar en el bolsillo, en el bolso o colgados del cuello. En cambio, comulgar durante nueve primeros viernes de mes consecutivos sí que tiene una exigencia de virtud. Por un lado, para poder comulgar, uno debe estar en estado de gracia (Catecismo de la Iglesia Católica, número 1415). Si no estés en estado de gracia, la comunión no es válida. Esto obliga a ir a misa todos los domingos, pues no ir a misa en domingo (sin motivo justificado) es un pecado grave (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2181). Además, para seguir en estado de gracia debes vivir según los mandamientos, cosa que no es tan fácil. Por ejemplo, en nuestra sociedad hipersexualizada, no pecar contra el Sexto o Noveno mandamientos requiere atención constante. Y cuando caes, debes ir a confesarte. 

Luego la devoción no es simplemente un ritual de aparecer por alguna iglesia nueve veces, que justamente han de ser primeros viernes de mes, sino esforzarte durante nueve meses seguidos para vivir en virtud y santidad. Tiene mucho mérito. Con esta devoción Jesucristo –y la Iglesia– nos incitan a vivir santamente durante nueve meses. Esto es bueno en sí mismo. Además, si lo conseguimos durante nueve meses tenemos mucho ganado para seguir viviendo así el resto de nuestras vidas. Y si por lo que fuera caemos y nos alejamos de la comunión con la Iglesia, Jesucristo mismo nos promete que en recuerdo de nuestro esfuerzo sincero y prolongado,  vendrá a nuestro rescate en la hora de nuestra muerte.

Y es lo mismo con las demás devociones. Por ejemplo, rezar el Rosario no es soltar ráfagas de Avemarías mientras la mente está tranquilamente en otro sitio. Es recitar con intención mientras se meditan, en presencia y con la ayuda de la Virgen, los misterios de la vida de Jesús. La entonación mecánica de unas palabras no nos lleva a ningún sitio; la meditación perseverante de la vida de Jesucristo nos hace crecer y nos ayuda en nuestra lucha espiritual. Ya decía el Padre Pío que el Rosario era su arma.

Estamos en una época en la que en nuestras iglesias se ha apartado delicadamente cualquier mención al pecado, sobre todo el mortal, o a la condenación de las almas. En la que no es difícil escuchar una homilía en la que el sacerdote asevera directa o indirectamente que todos nos salvamos: basta ir a un funeral. En la que parece que ya no es necesario esforzarse en llevar una vida virtuosa y seguir la doctrina de la Iglesia. Esto ha dado lugar a una indiferencia mortal que ha vaciado las iglesias y que ha dado lugar a una sociedad deshumanizada, con un terror a la enfermedad y a la muerte, que está a merced de los vientos y las olas con que nos manipulan desde la televisión y el móvil.

En estos momentos necesitamos las devociones más que nunca. Y desgraciadamente vemos como las ridiculizan desde fuera de la Iglesia, y lo que es peor, también desde dentro. En el pasado las devociones han sido el instrumento que han seguido santos consagrados y humildes santos de esos que se sientan casi invisiblemente en los bancos de las parroquias. 

Escoge una o unas pocas devociones: las que te gusten más, las que sean más adecuadas a tu forma de vida. No han de ser una carga. Escógelas y aférrate a ellas. Son el ancla que te mantendrá firme en el oleaje y el camino que te llevará hacia una vida de virtud y santidad. Tú lo necesitas. Y la Iglesia, también.

1 comentario:

  1. Prefiero no desearle nunca suerte a nadie, en lugar de eso mejor decirle "te deseo lo mejor". En una ocasión tuve que presentarme a un examen de matemáticas en septiembre, por circunstancias, un accidente de tráfico. Había estudiado todos los temas excepto uno sobre estadísticas que no parecía tener relación con los demás. Pensé "sería mala suerte que cayera una pregunta de aquí". El examen cinco preguntas o problemas, uno de la lección de estadística, nota obtenida un 8. Muy bien y mejor aún porque entendí para siempre que nunca debería volver a confiar en la suerte.
    Totalmente de acuerdo con lo demás, no imaginamos de cuántos peligros nos libra el Señor gracias a las oraciones y devociones. Sin Él nada somos y nada podemos.

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