domingo, 18 de febrero de 2024

Colas en los confesionarios

En una entrada reciente titulada El huevo y la gallina comentaba que la solución al problema de la Iglesia es acercarse de nuevo a Dios con oración, penitencia y sacramentos. De aquí se deduce que una de las primeras señales que veremos cuando estemos saliendo del hoyo en el que estamos metidos es ver colas ante los confesionarios.

Y de momento estamos lejos: no sólo no hay colas ante los confesionarios, sino que generalmente están vacíos, sin un sacerdote dentro. E incluso hay iglesias que ni siquiera tienen confesionarios. No es cuestión de apuntar el dedo a los sacerdotes o a los fieles: es otra vez un caso del huevo y la gallina, va todo junto. Esta sociedad tiene demasiada soberbia para arrodillarse ante Dios ni ante nadie y pedir perdón; los sacerdotes piensan que hay maneras mejores de usar su escaso tiempo que pasarse horas en el confesionario si total no viene nadie; los fieles piensan que para qué pasar el mal trago de decir sus pecados a un sacerdotes si ellos ya se “confiesan” ante Dios, sin mediación de nadie; la jerarquía quiere hacer “más fácil” el ser católico y no promueve algo que los fieles encuentran desagradable. Nos hemos alejado todos juntos de este sacramento fundamental en la vida católica.   

He oído muchos testimonios de gente alejada de Dios que ha vuelto al seno de la Iglesia. Y siempre destacan que uno de los momentos fundamentales de su vuelta fue la confesión. Es mi caso. Y es un simple ejercicio de lógica darse cuenta que si la confesión ha sido un punto fundamental de la vuelta al Padre, la falta de confesión es un punto fundamental del alejamiento. Es también mi caso.

Fue por tanto una alegría ver que el pasado Miércoles de Ceniza no sólo estaban la misas a rebosar, sino que a la que yo fui había un sacerdote en el confesionario y desde media hora antes de la misa hasta el momento de la comunión, siempre que miré, había alguien confesándose. Hay mucha gente que siente necesidad de penitencia y conversión y es vital atender esta necesidad.

Por todo esto una buena manera de valorar la vitalidad de una parroquia es mirar el confesionario. ¿Hay un horario de confesiones? ¿Se puede encontrar el confesionario con un sacerdote sentado y esperando aunque sea antes o durante las misas? ¿Va la gente a confesarse? ¿Hay cola ante el confesionario? Una parroquia moribunda responderá que no a todas estas preguntas. Una bien viva, responderá que sí. No es el único punto, como comenta el P. Jorge en su blog, pero es un buen punto de partida.

Una comunidad católica viva se confiesa, una moribunda, no. Un sacerdote preocupado por las almas de sus fieles, promueve la confesión, uno preocupado por mil otras cosas, no. Y como he dicho antes, no es cosa de uno o de otro: es cosa de ambos. El sacerdote debe llevar a los fieles hacia el confesionario, pero los fieles también deben llevar al sacerdote hacia el confesionario.

Pide en tu parroquia que haya un horario de confesiones. Confiésate a menudo. Dale las gracias al sacerdote por estar allí, explicándole lo importante que es para ti poderte confesar. Así estarás haciendo tu parte en la salvación de tu alma, y en la recuperación de la Iglesia.



jueves, 15 de febrero de 2024

Miércoles de ceniza: la gente busca convertirse

 Ayer fue Miércoles de Ceniza. Yo fui a misa por la mañana y estaba lleno. Mucho más que cualquier domingo. Mi mujer y mi hijo fueron por la tarde, y también. Y por lo que me cuentan y he leído, esto es lo habitual no sólo en España sino también en el resto del mundo occidental. Por lo que vi ayer, más gente va a misa el Miércoles de Ceniza que por Navidad y probablemente incluso más que por Semana Santa. Pudiera ser que el Miércoles de Ceniza es el día en el que más gente va a misa en todo el año. Y eso que no es un día de precepto. 

Esto rompe algunas concepciones que se tienen y que marcan la vida litúrgica. La más obvia, que conviene mover ciertas solemnidades importantes, como la Ascensión y el Corpus, de jueves a domingo, para facilitar que la gente vaya a la misa. Pero vemos que los feligreses no tienen ningún problema en ir a misa en día laborable para una fiesta señalada. Dado que, sobre todo por la Ascensión, la asistencia a misa no es diferente de la de un domingo cualquiera, considero bastante probable que fuera más gente a misa si se dejara en jueves. 

Otra mala costumbre que se tiene y que queda en entredicho es la reducción de días de precepto. Yo sólo me enteré hace unos pocos años. Cada año el Obispo saca un decreto en el cual dispensa en su diócesis del precepto de ir a misa en algunas solemnidades. Por ejemplo, en 2022 el Obispo de Mallorca dispensó los preceptos de los días de San José y de Santiago Apóstol. El motivo alegado fue que eran días laborables. 

Como argumento en mi entrada sobre el calendario litúrgico, este sometimiento del calendario litúrgico al laboral da subliminalmente la idea de que sólo hay que ir a misa si es cómodo y conveniente. Esto hace disminuir la presencia e importancia que la gente le da, no sólo a las fiestas que se mueven o se dispensan, sino a toda fiesta religiosa. 

Cada Miércoles de Ceniza el feligrés demuestra que va con gusto a una misa, que ni siquiera es de precepto, en un día laborable. Claramente, estas dos costumbre de mover o dispensar grandes fiestas religiosas, son malas costumbres.

Una segunda cuestión que se me ocurrió al ver la gran cantidad de gente en misa fue preguntarme por qué gente que no va a misa los domingos, y probablemente casi nunca, tiene tan gran afecto por la misa del Miércoles de Ceniza. Llegué a la conclusión que la gente, en su interior, tiene un hambre de Dios. Y como ve que Dios no está en su vida, se da cuenta de que debe convertirse. Y el Miércoles de Ceniza le da una respuesta a esta necesidad.

Y si mi conclusión es correcta, entonces hay mucha gente que tiene hambre de conversión y penitencia. Y el decirles que “Dios te quiere como eres” o que todos vamos al cielo no les satisface, pues en su interior saben que no es así. El mensaje buenista, que es prácticamente el único que se recibe en las iglesias estos días, no les atrae, más bien lo contrario, lo encuentran falso y les aleja.

El mensaje de Cristo –y esto se ve claramente en los Evangelios– es el del Miércoles de Ceniza: “conviértete y cree en el Evangelio”. Cristo nos muestra el cielo, pero tras la conversión. Predica que Dios nos perdona, pero que debemos arrepentirnos primero. Que existe el camino del cielo, pero también el del infierno. Y esto Dios lo ha metido en nuestros corazones: lo sabemos profundamente. Necesitamos el mensaje del cielo y también el del infierno. Si sólo nos dan uno, notamos a faltar el otro.

El camino de la salvación es un camino duro. Gozoso, sí, pero duro: es el camino de la cruz.  Las misas a rebosar del Miércoles de Ceniza nos muestra que la mayoría de los fieles estamos dispuestos a las liturgias en día laborable y a la penitencia y la conversión. No es cuestión de añadir dificultades innecesarias, pero buscar lo fácil –que en el fondo es arrinconar la Cruz– es falso y causa rechazo. 


domingo, 11 de febrero de 2024

El huevo y la gallina

Un blog que sigo y recomiendo es Espada de doble filo, de Bruno Moreno, en el portal Infocatólica. Hace unos días escribió una entrada llamada Veinte años en la archidiócesis de Boston, en la que comentaba un artículo del Boston Globe, sobre los veinte años del cardenal O'Malley al frente de la archidiócesis. Una de las cuestiones que destacaba es que, a pesar de todos los males que aquejan a su archidiócesis –falta de vocaciones, alarmante descenso del número de católicos, cierre de parroquias y colegios católicos– no había ningún rastro de admisión de responsabilidad por esta mala situación. Y no es un caso excepcional: en España la situación es igualmente mala y tampoco he oído a ningún obispo admitir responsabilidad alguna. Es más he oído a mi obispo decirnos que en nuestra diócesis de Mallorca ve detalles preciosos y hay buen motivo para vivir esperanzados.

Entonces, si no hacemos nada mal, ¿por qué esta situación? La explicación que he oído más a menudo es que estamos en una mala época, en un mundo muy secular. Que la culpa es del entorno.

Esa es una visión mundana del problema. Tratan a la Iglesia como si fuera una institución o una empresa y consideran los problemas desde esa perspectiva. Y las soluciones que proponen también se adecúan a esta situación: reunión de parroquias en “unidades pastorales”, plan de cierre de parroquias, disminución del número de misas celebradas, cierre gradual y programado de seminarios, etc. Hasta aquí nada que no se haya dicho muchas veces.

Pero hay un aspecto de esta visión mundana de la Iglesia que no he visto comentado. Una empresa es un ente propio, separado. Es sólo parte de la sociedad. Puede tener más o menos influencia pero no es parte necesaria de la sociedad: puede aparecer o desaparecer sin más. Las empresas desaparecen, pero la sociedad sigue. “Unas viene y otras se van, la vida sigue igual”, como dice la canción. No es el caso de la Iglesia.

Dios está en el mundo desde el momento que existe el primer hombre, la primera familia, la primera comunidad. La presencia de Dios es un aspecto necesario de la sociedad. Y esa presencia se articula ahora especialmente a través de la Iglesia Católica. Por lo tanto la Iglesia es parte esencial y necesaria de la sociedad. Si desapareciera, desaparecería la sociedad.

Naturalmente el hombre le da la espalda a Dios muy a menudo. Eso es el pecado original. Y quiere crear una sociedad sin Dios, que es algo que no puede existir. Y cuando eso pasa, la sociedad vuelve a la barbarie. Y eso es lo que vemos con el aborto, la eutanasia, la destrucción de las familias, los problemas de falta de identidad propia (que se manifiestan más notablemente en problemas de falta de identidad sexual), el totalitarismo creciente en los gobiernos, la Agenda 2030, el NOM, etc. 

Todo esto que vemos son síntomas de un único problema: la Iglesia y la sociedad le han dado la espalda a Dios. No es que la sociedad se haya secularizado y la Iglesia deba adaptarse a esta nueva situación, reduciendo su influencia. Ni es que la Iglesia haya perdido el norte y por eso la sociedad se ha secularizado. Pensar de esa manera es plantearse la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Es una pérdida de tiempo. La Iglesia y la sociedad son uno y o ambas van bien o ambas van mal.

Vemos muchos síntomas, pero el problema es uno, el de siempre: nos hemos alejado de Dios. La suerte es que, identificado el problema, debería quedar clara cuál es la solución: volver a Dios. Haciendo esto resolveremos los problemas de la Iglesia y a la vez los de la sociedad, pues ambos son uno.

Y no es que no sepamos cómo volver a Dios. Todos lo sabemos es cuestión de penitencia y ayuno, oración y sacramentos. Es el único camino. Esto lo intuye Bruno Moreno en su entrada, cuando escribe “Tiendo a creer que, mientras no se proclame una ‘gran penitencia’ de toda la Iglesia, las cosas no podrán cambiar a mejor”. Ojalá.

Mis aspiraciones son más modestas. Me gustaría que mi obispo aceptara el problema, explicara cuál es la única solución y proclamara un acto penitencial permanente. No una semana o un mes o una cuaresma. Permanente. Por ejemplo, que cada viernes, en al menos una iglesia de Mallorca, se hiciera por la tarde una misa penitencial, seguido de 24 horas de exposición del Santísimo y un llamado al ayuno. Durante este tiempo, además de amplio tiempo de silencio,  se haría lo que antes se llamaba una misión: una serie de predicaciones exponiendo nuestros pecados y llamando a la conversión. Habría siempre un sacerdote en el confesionario. Se acabaría con una oración penitencial y la misa vespertina del Domingo. Se debería explicar que esto no es algo preparado para los mas piadosos o ciertos grupos, sino que es un acto en el que debe participar toda la diócesis: los que puedan acercarse a la iglesia aunque fuera una hora, deben hacerlo; si no, debes participar en lo que puedas desde tu casa ya sea rezando el rosario, leyendo la Biblia, ayunando, yendo a misa y a confesar a tu parroquia. Todos nos hemos alejado de Dios, todos debemos pedir perdón.

Ojalá esto llegara. Pero si no llega, nada nos impide a nosotros hacer penitencia por la Iglesia: es más fácil y llevadero si lo hacemos todos y guiados por nuestro pastor. Pero me parece que estamos en tiempos heroicos y debemos actuar acordemente. Por ejemplo podemos

  • Ayunar una vez a la semana, haciendo sólo una comida en el día, y no demasiado abundante.
  • Meditar la Biblia y estudiar el Catecismo diariamente. Aunque sea leyendo despacio las lecturas de la misa del día y dedicando 15 minutos al Catecismo.
  • Rezar el rosario o la liturgia de las horas o lo que sea te llene más.
  • Ir a misa a diario o al menos alguna vez entre semana.
  • Confesarte con cierta frecuencia (una vez al mes, por ejemplo)
  • Ir a la Adoración del Santísimo. Puede que tengas alguna capilla de Adoración Perpetua cerca o en alguna iglesia de tu zona se hagan Exposiciones del Santísimo semanales (típicamente los jueves).
  • Levantarte en medio de la noche para rezar. No es rezar en la cama, sino tener alguna imagen e ir a ella para rezar media hora o una hora. Lo recomiendo muchísimo.
Quizá veamos los frutos de nuestra penitencia. Quizá no. Los tiempos de Dios no son los nuestros. Debemos perseverar, pues “la paciencia todo lo alcanza”.

Este es el único camino de salida de la situación de la Iglesia y de la sociedad. Vamos juntos pues somos lo mismo: la comunidad que Dios creó. Además, si no hacemos la penitencia voluntariamente, nos vendrá forzosa.

jueves, 8 de febrero de 2024

Sobre la omnipotencia de Dios (¿Puede Dios crear una piedra…?)

 Hay una pregunta bastante conocida, cuyo objetivo es demostrar que Dios no puede existir. Es la siguiente: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? El argumento es que si la respuesta es “sí”, entonces Dios no es omnipotente pues no puede levantar la piedra. Si la respuesta es “no”, Dios no es omnipotente porque no puede crear la piedra. Sea como sea, Dios no es omnipotente. Como Dios, si existe, debe ser omnipotente, la conclusión es que Dios no existe.

He visto muchas respuestas a esta pregunta y ninguna me ha satisfecho del todo. He acabado creando la mía. Hay un punto crucial en la respuesta. Para que se entienda bien, voy a empezar desde muy lejos e ir despacio hasta llegar a este punto. Vamos allá.

Vamos a ir haciendo preguntas que se vayan acercando a la que queremos responder. La primera es ¿Puede Dios lkaxdfjae ls ajolkjd? La respuesta es no, Dios no puede hacer eso. No es que Dios no sea omnipotente, es que la pregunta no tiene sentido: “lkaxdfjae ls ajolkjd” ni siquiera son palabras. 

Refinemos un poco el argumento con una segunda pregunta: ¿Puede Dios California la de pimiento un? Otra vez, la respuesta a esta pregunta es no, Dios no puede hacer eso. Y otra vez no es porque Dios no sea omnipotente, sino porque la pregunta no tiene sentido. Ahora todas las palabras de la frase existen, pero la frase no es gramaticalmente correcta y no significa nada. Sigamos.

Nuestra tercera pregunta es ¿Puede Dios hacer que el amarillo sea cinco? Esta vez la pregunta consta de palabras existentes y la frase es gramaticalmente correcta. Pero Dios no puede hacer eso porque, otra vez, la frase no tiene sentido. Dios puede pintar de amarillo una imagen del número “5”; también puede crear cinco objetos amarillos. Ni siquiera hace falta ser Dios para eso: puedo hacerlo yo. Pero no es eso lo que se pide. Lo que se pide es que de alguna manera el concepto “amarillo” se convierta en el concepto “cinco”. Eso no tiene sentido: son conceptos completamente diferentes, pues unos es un color y el otro un número, una cantidad.

Este es el punto crucial, entender que esta pregunta no tiene sentido porque no se pueden casar dos conceptos incompatibles. Porque a partir de ahora iremos viendo que, aunque sea más difícil de darse de ello, las preguntas estarán pidiendo casar conceptos incompatibles y por lo tanto no tendrán sentido.

Siguiente pregunta: ¿Puede Dios hacer que un triángulo sea un cuadrado? No estamos preguntando si Dios puede transformar un objeto que tiene forma de triángulo a tener forma de cuadrado –eso lo puedo hacer cualquiera– sino que case los conceptos de triángulo y de cuadrado. Ambos conceptos son de geometría, pero son incompatibles. Luego Dios no puede hacer eso, pero no por cuestiones de omnipotencia, sino porque la pregunta es del mismo tipo que la del amarillo y del cinco. Carece de sentido. Vamos con otra.

¿Puede Dios construir un triángulo cuyos ángulos no sumen 180º? (Nota para gente más entendida: estoy considerando sólo la geometría euclídea. En otras geometrías ya sé que se puede construir.) En este caso no es obvio, pero estamos otra vez casando conceptos incompatibles. Para darse cuenta de ello hay que saber suficiente geometría para saber no sólo que los ángulos de un triángulo suman 180º, sino que es una necesidad lógica que esto sea así. Es parte de la esencia del triángulo que sus ángulos sumen 180º. Es imposible que sea de otra manera. Luego la pregunta contiene el concepto de triángulo y el de objetos que necesariamente no son triángulos. La pregunta pide casar conceptos incompatibles, luego es del tipo “amarillo es cinco” y no tiene sentido.

Una vez puestos los cimientos, ataquemos la pregunta original: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? Para ver que la pregunta no tiene sentido exploremos los conceptos “pesado” y “levantar”. El concepto de peso tiene que ver con la fuerza de atracción que la Tierra ejerce sobre el objeto. Cuando levantamos algo lo que queremos decir que la alejamos de la superficie de la Tierra. Vemos, pues, que estamos usando la Tierra como referencia.

Supongamos que tengo una piedra sobre la superficie de la Tierra y que puedo levantarla sin problemas. La voy haciendo crecer y cada vez se hace más pasada y me cuesta más levantarla. Sigue creciendo más y más, tanto que se hace más grande y “pesada” que la Tierra (La Tierra hubiera quedado destruida por las fuerzas gravitatorias bastante antes, pero obviemos este detalle). Si muevo la piedra respecto a la Tierra ¿estoy levantando la piedra?¿Estoy levantando la Tierra?¿No estaríamos hablando del peso de la Tierra y no del de la piedra? Lo que quiere decir la pregunta ya no está muy claro. Y cuanto más grandes son los objetos, menos sentido tiene. Obviamente Dios puede crear el Universo (ya lo ha hecho), pero ¿puede levantar el Universo? Si pensamos un poco nos preguntamos qué quiere decir “levantar el Universo”.¿Levantarlo sobre qué? Y podríamos parar aquí: Dios no puede hacer esto porque la pregunta no tiene sentido. Pero se puede explorar un poco más (estudié ciencias físicas y no me puedo resistir a ir más allá…)

Intentemos precisar más la pregunta. Nos tenemos que forzosamente poner técnicos: ¿Puede Dios crear dos objetos tan masivos que no pueda cambiar la distancia entre sus centros de masas? Un objeto tan masivo tiene que ser un agujero negro. El caso que exige más fuerza para separarlos es tenerlos muy cerca uno de otro. Dos piedras pueden tocarse y siguen siendo dos piedras, pero si dos agujeros negros “se tocan” se convierten en un único objeto indivisible. Es más, “dentro” de un agujero negro hay una singularidad del espacio-tiempo y no tiene sentido hablar de distancias. Luego en el fondo, “objeto muy masivo” y “distancia” son dos conceptos incompatibles que no se pueden casar. La pregunta no tiene sentido.

Responder a esta pregunta tiene una parte de “divertimento”. Al menos a mí me ha divertido explorar la respuesta. Pero hay algo más serio: ¿Tiene límites la omnipotencia de Dios? Es decir, ¿hay algo que Dios no pueda hacer?

Y en cierto modo sí, hay cosas que Dios no puede hacer. Cada mañana procuro estudiar un rato el catecismo. Esta mañana he reflexionado sobre la pregunta ¿Qué quiere decir la palabra «Creo»? La respuesta: “La palabra «Creo» quiere decir: acepto firmemente las verdades reveladas por Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos.” Aquí vemos que Dios no puede engañar ni a nosotros ni a sí mismo. Pero ¿por qué no puede Dios engañarnos? Nótese que no dice que Dios no quiere engañarnos –eso se entiende fácil– si no que no puede. Y mi reflexión me ha llevado a la conclusión que Dios no puede engañarnos porque, si lo hiciera, no sería Dios: Dios es la Verdad y si pudiera engañar no sería la Verdad y por lo tanto no sería Dios. Es decir, que esto nos lleva al mismo caso del “amarillo es cinco”: Dios y engañar son dos conceptos incompatibles y por eso la pregunta ¿Puede Dios engañar? en el fondo no tiene sentido.

Dios no puede engañar; Dios no puede mentir; Dios no puede pecar; Dios no puede ignorar; Dios no puede contravenir la lógica. Pero esto no quiere decir que Dios no sea omnipotente: Dios puede hacerlo todo. Todo lo que tiene sentido en un Dios.