domingo, 28 de noviembre de 2021

Las casas del Señor se están convirtiendo en centros culturales. ¿Qué hemos hecho?¿Qué podemos hacer?

 Esta mañana he leído que los planes de reconstrucción de la catedral de Notre Dame de Paris pretenden convertirla en “un Disneyland políticamente correcto”.  La noticia se ha esparcido por todas partes por ser París, pero no es novedad:  la Catedral Santa María de Vitoria básicamente se convertirá en un centro cultural donde se celebran misas, como se ve en el documental Abierto por obras.  Y aún es reciente la indignación en España por el alquiler de la Catedral de Toledo para rodar un video de un rapero y en Argentina por el uso de la Catedral de Bariloche para acoger un concierto de música inapropiada para un templo.  Estos son los casos que más llaman la atención, pero a poco que te pasees por las iglesias de tu ciudad, verás que la profanación de los templos, es decir el uso profano de recintos sagrados,  es algo habitual. Un ejemplo de cualquier zona turística, y sobre lo que ya he escrito,  es el uso de los templos como atracción. 

Es fácil rasgarse las vestiduras y echar la culpa a los párrocos y a los obispos. Pero en la Iglesia, todo está conectado. Una vez San Josemaría Escrivá, ante una queja de un grupo por la pobreza de sus sacerdotes, les contestó que si sus sacerdotes no eran santos era porque rezaban poco por ellos. Si nosotros los fieles no somos reverentes y cuidadosos con la Casa del Señor, hacemos la labor de nuestros obispos y párrocos mucho más difícil. Y por lo contrario, si amamos nuestros templos, ayudamos a nuestros obispos y sacerdotes a amarlos también.

Podríamos entrar en el juego de qué fue antes, si el huevo o la gallina. Es decir, si nuestras faltas vienen por el mal ejemplo de nuestros obispos, o si, por el contrario, los obispos no tienen capacidad y fuerza espiritual para llevar a cabo su labor por nuestra falta de fe.  Es un juego inútil ¿Qué más da quién fue primero o es más responsable? Eso se lo dejamos a Dios. Por nuestra parte, si hay cosas que podemos hacer, debemos hacerlas.

Podemos empezar por el vil metal. Creo que no nos damos cuenta que muchas parroquias no es que no tengan dinero para hacer mejoras, es que tienen dificultades en pagar las facturas básicas. Es una preocupación muy real en mi párroco. En muchas decisiones que toma la cuestión económica pesa mucho. Y él sabe que no debería ser así. Pero tiene las facturas delante y hay que pagarlas.  Sería mucho más fácil para nuestros sacerdotes y obispos rechazar la celebración de un concierto o convertir la catedral en una atracción turística si no tuvieran la presión económica que les atenaza.   

¿Por qué nuestros antepasados, mucho más pobres que nosotros, pudieron levantar todos estos maravillosos templos, mientras que nosotros apenas damos para que puedan operar? Quizá es que estamos acostumbrados desde hace muchos años a que sea el Estado el que dé dinero a la Iglesia, en estos momentos en España a través de la crucecita en la declaración de la renta. Creo que a largo plazo esto se ha demostrado un error estratégico al promover la despreocupación de los fieles. Quizá sea que la población que va a misa son generalmente jubilados que no nadan en la abundancia,. Pero comparas el nivel medio de los coches que tienen y las ropas que visten con el de la recaudación semanal y ves una discrepancia. Otro ejemplo: hace unos 20 años tocó aquí la lotería de Navidad. Se vieron coches nuevos y abrigos de pieles, pero la recaudación mensual por las obras de la parroquia no cambió. Nada. 

Dar a la Iglesia para que pueda satisfacer sus necesidades de culto y evangelización es un mandamiento de la Santa Madre Iglesia. Un mandamiento que no cumplimos. Con nuestra avaricia –¿de verdad que no podemos dar ni 5€ a la semana?– fomentamos que la Iglesia use los templos como objeto de recaudación. Pero esto no lo explica todo, pues esto se puede hacer bien (manteniendo lo más posible la reverencia debida) y mal (tratando el templo como si fuera un edificio cualquiera). Y desgraciadamente vemos muchas veces que se hace mal.

Otra vez, en vez de acusar a nuestros párrocos, mirémonos a nosotros mismos. Ayer estaba en mi parroquia. Tenemos la parroquia abierta por las mañana y estábamos dos rezando. Entró un grupo de gente, riendo y haciendo bromas. En cuanto nos vieron dijeron “Chisst” y callaron. No callaron por entrar en la Casa del Señor, sino porque nos vieron rezando y no quisieron molestar. No era reverencia ante el Señor, sino buenos modales. Lo peor es que eran “parroquianos viejos” que venían a preparar el templo para el adviento. Ni los comprometidos con la parroquia la consideran un lugar sagrado.

Y esta falta de respeto sagrado hacia el Templo se ve en mil detalles. Quizá el más obvio es que a nadie le importa la ausencia de agua bendita a las entradas. Nadie ve la necesidad de purificarse a la entrada de un lugar sagrado, la Casa de Dios. Yo tengo mi botellita con agua bendita y cuando se la ofrezco a otros se me quedan mirando con caras raras, se frotan las manos como si fuera hidrogel o me preguntan “¿Pero esto no lo eliminó el Vaticano II?” Y esto es gente que no falta a la misa dominical. 

También es habitual ver “tertulias” antes o después de misa. No es que crea que deba reinar el silencio absoluto en la iglesia, pero estar 10 minutos hablando, a veces en voz alta, que si el frío que hace, que si mi marido ayer me dijo, que si me he encontrado con Fulanito… este tipo de conversaciones no es apropiado en un templo. Como tampoco lo es saludar desde un lado a otro del templo “¡Hola buenas tardes!”.  Y no hablemos de los móviles. Me pone de mal humor ver comportamientos que no se aceptan en una sala de cine, pero no molestan lo más mínimo en una iglesia.

Si este es el ambiente que ser respira en el templo, si este es el ambiente que nosotros creamos en el templo, acabamos todos tratando a la Casa de Dios como si fuera un simple edificio profano y no el lugar sagrado que es. Y esto se trasmite a nuestra oración y a la de nuestros compañeros feligreses, y de ahí a los sacerdotes y a la jerarquía eclesiástica. Está en nuestra manos ayudar a cambiar esta penosa situación.

Si queremos que la iglesia sea la Casa de Dios, el Templo de Santísimo, un lugar sagrado, debemos tratarlo como tal y no como un edificio cualquiera. Hay muchas cosas sencillas que puedes hacer. Viste adecuadamente, al menos tan bien como si fueras a casa de tu jefe o a visitar el alcalde. Prepárate un instante antes de entrar, recordando dónde entras. Usa el agua bendita y purifícate a la entrada (si no hay agua bendita en las benditeras, pon un poco de agua en una botellita, pide a tu párroco que te la bendiga y llévala contigo).  Apaga el móvil, o mejor, déjalo en casa. Lo primero que debes hacer al entrar es ir al sagrario, arrodillarte un momento y presentarte ante el Señor (hay quién prefiere presentarse a la Virgen). Si por lo que sea tienes que moverte, cada vez que pases ante el sagrario o ante el altar, arrodíllate o haz una inclinación. No hables innecesariamente, y en todo caso que las conversaciones sean cortas (si se alargan, salid afuera para continuarlas).

Sólo he hablado de signos externos. Esto es por dos motivos. Uno es porque son los signos externos los que influyen directamente en los demás: si creamos un ambiente reverente, es más fácil para los demás el serlo; si el ambiente es ruidoso y profano, es mucho más difícil. Y el otro es que los signos externos mueven a los internos. Una actitud externa de presencia ante lo sagrado ayudará a que nuestras almas estén presentes ante Dios: es mucho más fácil distraerse si estamos escuchando una tertulia que si estamos de rodillas ante el sagrario. Ayuda a crear un ambiente de lugar sagrado y te ayudarás a ti mismo y a los demás a estar en contacto con Dios. Incluidos los que no se encuentran presentes en el Templo.

domingo, 21 de noviembre de 2021

Mi reino no es de este mundo

Hoy es la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. En el evangelio de la misa de hoy se lee la conversación entre Jesucristo y Pilatos en la que Cristo declara que Él es Rey, pero que su reino no es de este mundo. El concepto de Cristo como Rey es algo que me ha intrigado mucho tiempo, sobre la que he pensado una y otra vez y que creo que he interpretado incorrectamente mucho tiempo.

Más que de la declaración en sí lo que menos entendía era algo relacionado: la importancia que se da a la coronación de espinas. Yo lo veía, incorrectamente, como parte del sufrimiento de Cristo en su Pasión. Y no me encajaba, pues comparado con la flagelación, la carga de la Cruz hasta el monte Calvario o la crucifixión misma, el dolor debido a la corona de espinas me parecía insignificante. Incluso una vez cogí una zarza y me la apreté fuerte contra la frente y comprobé que, efectivamente, el dolor era mínimo. Me pregunté si el dolor era debido a la humillación por el hecho de la coronación y las mofas de los soldados, pero tampoco me sonaba bien. Hasta que un día, rezando el correspondiente misterio de dolor, me di cuenta de que el problema era que ponía el énfasis en las espinas, cuando había que ponerlo en la coronación. Jesús había rehusado ser un rey temporal (Jn 6, 15).  Aquí finalmente acepta ser Rey, pero no un rey como los demás, sino un Rey cuya Corona no es de oro, sino de espinas. Esto lo entendió muy bien Sor Cristina de la Cruz Arteaga en su poema-oración, Coronas.

Esta misma idea la vemos en la conversación con Pilatos cuando dice que si su reino fuese de este mundo, su guardia hubiera luchado para que no cayera en manos de los judíos. Yo esto lo interpretaba, infantilmente, como una cuestión espacial: su reino era de otro mundo y sus legiones estaban en ese otro mundo y por eso no venían. Pero eso no tiene sentido: sus ángeles habían venido a este mundo varias veces y no había motivo alguno para que no vinieran esta vez.  Como creo que hay que interpretarlo es siguiendo el mensaje final a sus Apóstoles en la  Última Cena (Lc 22, 25-26), al indicar que los reyes de este mundo los dominan, pero que ellos no lo tenían que hacer así. Es decir, su reino no es como los de este mundo. Si lo fuera, tendría legiones que vendrían a defenderlo, pero su reino funciona de otro modo. En su Reino, el Rey tiene que padecer y ser crucificado, tiene que entregarse por los hombres, tiene que morir.   

El Reino de Dios, aunque glorioso, no es un reino con coronas de oro y tronos grandiosos. En un Reino cuya Corona es de espinas y cuyo trono es la Cruz. El camino a ese reino es de sufrimiento y de entrega. Ese es el Rey del Universo que adoramos hoy.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Mover el mundo

Como dije en la primera entrada de este blog, su objetivo es explorar la importancia de lo sagrado en nuestras vidas y fomentar lo sagrado en este mundo tan profano en el que vivimos. En cierto modo escribo sobre la confrontación entre la Iglesia, que defiende lo sagrado, y el Mundo, que vive en lo profano. Pero a veces me pregunto si no tenemos al enemigo en casa.

El domingo pasado estuve mirando un programa del canal autonómico local IB3. El programa se llama Enfeinats, que se puede traducir como “Trabajando” y presentan diferentes profesiones curiosas. El fin de semana pasado mostraron tres profesiones: un cuchillero, el trabajo en un bar turístico en temporada alta y… un sacerdote. Presentaron el sacerdocio como una profesión y decir misa como una representación teatral. Tanto me llenó de tristeza que tuve que dejarlo antes del final. 

Entiendo que una cadena de televisión quiera presentar el sacerdocio como una profesión como cualquier otra, pero no entiendo que un sacerdote se apreste a ello. E imagino que lo notificó al obispado (eso si no fue el mismo obispado que puso en contacto al realizador del programa con el sacerdote). Tal y como lo presentaron, el sacerdote llega a la iglesia, enciende las luces, abre las puertas, prepara los papeles, se pone el vestuario, lidera cantos, recita textos… Ni una palabra del contenido religioso de la misa, de su importancia para nuestras almas. Nada que no fuera puramente profano.

¿Siendo tan profano, qué quería mostrar nuestro protagonista?¿Que un sacerdote es una persona normal y corriente? No lo es: es una persona consagrada por Dios. ¿Que la misa es como una representación cultural? Desgraciadamente no sería una excepción, como he escrito ya

Demos el beneficio de la duda: quizá el sacerdote sí dijo cosas, pero fueron eliminadas en edición. Pero aún suponiendo que fuera así, no le exculpa del todo: dijo suficientes cosas puramente profanas para poder montar el programa como lo hicieron. 

Otro ejemplo. Hace unas semanas fue el día del Domund. El programa Mosaic, producido por el obispado, hizo un reportaje sobre la acción organizada para la ocasión: una “carrera virtual solidaria”. Ya el título te rechina por el uso de las palabras tan de moda en el Mundo profano. Y las imágenes de un grupo de gente caminando todos vestidos con unas camisetas azules (incluido el obispo) tampoco ilusionan. Si querían llamar la atención, no lo consiguieron: parecían un grupo excursionista cualquiera. Cierto que en el reportaje se habla algo de evangelización, pero la locutora explica que el objetivo de la marcha era “hacer saber […] que la la Iglesia puede hacer una gran tarea social en gran parte del mundo”. Y aquí no podemos achacar nada a la edición, pues el programa es producido por el obispado.

De estos ejemplos se puede hacer la lectura de que fieles, sacerdotes, e incluso obispos, no ven una dimensión sagrada en su vida. La misa y la liturgia sería un soporte psicológico para las personas y una manera de crear comunidad. Las misiones son una “tarea social”. El Cristianismo sería una filosofía, una moral, y nada más. Esta idea implica que Cristo no es Dios, es decir, está muy emparentada con la herejía del arrianismo (que me sospecho no desapareció en el S. VI). Me es difícil creer que este sea el caso.

Otra lectura alternativa es que sí tienen un sentido de lo sagrado, pero prefieren ocultarlo. Supongo que creen que si dan importancia a los sagrado y trascendental se alejan de la gente y si quieren tener importancia e influencia en la sociedad deben rebajar lo más posible las cuestiones trascendentales y sagradas. No sería para siempre, sino que la idea es que cuando ya tienes “enganchada” a la gente usando cuestiones y métodos profanos, les introducirán a lo sagrado. Yo veo dos problemas a este enfoque: el primero es que así no se está enganchando a casi nadie. Más parece que se esté desilusionando a los que buscan algo más que lo que ofrece el Mundo. El segundo es que parece que nunca es el momento: los más “enganchados” supongo que somos los que vamos a misa, y allí raramente nos hablan del alma, del pecado, del cielo, de la salvación. Es una estrategia que se ha usado desde hace varias décadas y no ha dado frutos.

Hay que cambiar de estrategia. ¿Cómo hacerlo? Como en tantas otras cosas, Chesterton resumió en una frase cómo debe comportarse la Iglesia en sus relaciones con el Mundo:

No queremos, como dicen los periódicos, una Iglesia que se mueva con el mundo. Queremos una Iglesia que mueva al mundo. (We do not want, as the newspapers say, a church that will move with the world. We want a church that will move the world.)

Y mover el mundo empieza por lo sagrado y lo trascendente. Hay tantas almas qeu deben estar hambrientas de trascendencia. Y no se lo damos.

miércoles, 3 de noviembre de 2021

La familia como imagen del amor de Dios

Hay gente que se refiere a Dios como “madre” o como “padre y madre” a pesar de que Jesucristo explícitamente se refiere a la Primera Persona de la Santísima Trinidad como Padre. Si les preguntas por qué usan el término de “madre” argumentan que Dios no tiene sexo y que si Cristo lo llamó sólo “Padre” era porque vivía en una sociedad patriarcal. Infieren que en otro contexto hubiera actuado de forma diferente. Yo veo tres errores graves en este argumento.

El primero es la inmensa soberbia de creerse capaces de saber las intenciones de Cristo y lo que hubiera dicho o dejado de decir en otro contexto.

El segundo error es creer que Cristo, es decir Dios mismo, está limitado por el contexto. No tuvo problemas en llamar hipócritas a los fariseos o de derribar las mesas de los mercaderes del templo. Incluso llamar a Dios “Padre” fue escandaloso. Si leéis la Pasión según S. Marcos, la única acusación por la que lo condena el Sanedrín es por haberse llamado Hijo de Dios. No veo ningún motivo por el que Jesús no hubiera podido llamar a Dios “Madre” si lo hubiera querido hacer.

Y el tercer error es creer que Jesús “se encontró” un contexto determinado. Dios creó el contexto. Bueno, hasta cierto punto, pues hay que contar con la libertad del hombre. Por ejemplo, sabemos que Dios preparó el papel de la Virgen María en la derrota de Satanás, pues en el Jardín le indicó a la Serpiente que la mujer le heriría en la cabeza. Luego si todo estaba preparado, también lo estaba el que Jesús llamara a Dios “Padre” y no otra cosa.

No es que Jesús se preguntara “¿Cómo les explico a estos lo que es Dios?” y tras mucho pensar se dijera, “¡Ah claro! la idea de “padre” es una buena analogía”, sino que desde el principio supo que iba a usar el concepto del padre de familia para mostrarnos lo que era Dios. Por lo tanto parece lógico que preparara el papel del padre de familia para, entre otras cosas, ayudarnos a entender lo que era Dios Padre. Luego Dios Padre no es una analogía del padre de familia, sino que es al revés: el padre de familia es una imagen –incompleta, difusa, parcial– de Dios Padre. Y lo mismo con Dios Hijo. Y la relación entre ambos. No son una analogía de lo que pasa en la familia, sino que son imágenes –incompletas, difusas, parciales– de Dios Padre, Dios Hijo y su relación.

Y lo mismo pasa con las demás relaciones familiares: el amor entre los esposos sería, como nos explica S. Pablo, una imagen del amor entre Cristo y la Iglesia; el amor entre madre e hijo sería una imagen del amor entre la Virgen María y su Hijo; y el amor familiar sería una imagen del Espíritu Santo.

Y si aceptamos esta conclusión, entonces de las Escrituras obtenemos pistas de lo que es la familia, cómo debe ser la relación entre sus miembros y de sus papeles dentro de ella. Tenemos parábolas como las del hijo pródigo o las veces que Cristo dice que Él ha venido para hacer la voluntad del Padre. Y S. Pablo lo detalla todo en varias de sus cartas, especialmente en Col. 3, 18–21 y Ef. 5, 22–33. Y como estas relaciones son imagen de las relaciones de las Personas de la Santísima Trinidad, esas indicaciones de S. Pablo no son sólo para hace 2000 años, sino para siempre. No están desfasadas, aunque ahora sus palabras nos choquen. 

Es más, si ahora nos chocan estas palabras no es un problema de S. Pablo o de la sociedad de entonces, sino de la sociedad actual. Porque desde hace un siglo, o quizá más, hay un ataque contra la familia. Y si los amores en la familia son imágenes de los amores en la Santísima Trinidad, entonces un ataque contra la familia es directamente un ataque a Dios mismo. Sor Lucía de Fátima escribió que “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y la familia”. Y esto es completamente lógico si lo pensamos desde esta perspectiva de que el amor en la familia es una imagen del amor íntimo de Dios: el ataque final a Dios se hará a través de la familia.

Primero fue un ataque al amor entre esposos con el divorcio; después de la relación madre-hijo, con el aborto; y ahora de la relación hijos-padres con la eutanasia. Se rompen así las relaciones más similares al amor de Dios, y por lo tanto las relaciones más fundamentales y puras. Rotas estas relacione de familia, rotas este amor que es la imagen más cercana que tenemos al amor de Dios, quedamos perdidos, sin raíces que nos alimenten, sin nada a lo que agarrarnos. Y somos presa fácil del Demonio.

Uno de las causas de estar viviendo momentos difíciles es por el debilitamiento de la familia. Si queremos mejorar nuestra sociedad, o simplemente sobrevivir a estos malos tiempos, hemos de aferrarnos a la familia que Dios creó, tal y como Él la creó. Hijos: honrad, cuidad y defended a vuestros padres, aunque ya estén mayores y os den mucho trabajo. Padres: educad a vuestros hijos en la enseñanzas cristianas, aunque sea ir a contracorriente, y tened paciencia con ellos. Esposos: amad a vuestro cónyuge: ahora sois un sólo cuerpo y en los momentos difíciles tened tesón, generosidad y humildad. Amar es una cuestión de voluntad, no de hormonas. Padres: es vuestro deber tomar las decisiones difíciles, no seáis pusilánimes. Mujeres, debéis dar soporte a vuestros maridos: sólo así podrá cumplir la labor que Dios le encomendó. Y como madres os toca sufrir (recordad que Simeón dijo a la Virgen “a ti misma una espada te traspasará el alma”): no sobreprotejáis a vuestros hijos.

Todo esto es difícil y requiere voluntad y esfuerzo: cuando llega la cuesta arriba es más fácil abandonar que seguir. Y ese es el camino que preconiza la sociedad. Pero el camino fácil no te hace crecer. Y no llega a las alturas. Si lo sigues, te quedas débil, solo y en una hondonada. Lejos de Dios y al acecho del Maligno.

Todos –padres, madres, hijos, esposos– debemos contribuir para crear familias fuertes.  Nos enseña y nos acerca a lo que es el amor de Dios. Y con la fuerza que nos da este amor de dios que recibimos a través de la familia nos va a ser mucho más fácil caminar, juntos, hacia Él. Y especialmente en los tiempos duros.


viernes, 22 de octubre de 2021

Amar a los enemigos

Hay una iniciativa llamada 40 días por la vida. Dos veces al año se hace una campaña de 40 días de oración frente a los abortorios para luchar así contra esta enorme perversión. No hay ninguna campaña en mi ciudad, luego yo contribuyo rezando un rosario diario por ellos y el fin de esta eliminación de los hijos concebidos. La primera vez que lo hice, hace unos 3 o 4 años, dedicaba cada misterio del rosario a diferentes “protagonistas”: las madres que mataban a sus hijos, los parientes que las empujan, los médicos y enfermeras que lo realizaban, los dueños de los abortorios, etc. Cuando llevaba unos 30 días de los 40 me vino a la mente una imagen (decir que tuve una visión sería exagerado): estábamos en una cola para ir al cielo y por delante mío había mujeres, parientes, médicos, etc. Entonces me di cuenta que yo había rezado todos esos rosarios para que toda esta gente me precediera en el camino al cielo.

Me sentó fatal.

Lo que “me pedía el cuerpo” es que toda esta gente que contribuía al vil asesinato de bebés inocentes se pudriera en el infierno. Y aquí estaba yo esforzándome no sólo para que fueran al cielo, sino que me precedieran en el camino. Los últimos rosarios que me quedaban me costó mucho rezarlos. Es cuando entendí –aunque no me di cuenta en aquel momento– lo que significaba el mandato de “amar a tus enemigos”.

Nos creemos que amar es un sentimiento y que amar a nuestros enemigos significa que sintamos cariño y nos caiga bien gente perversa o que nos quiere mal. Quizá la idea de amor como sentimiento provenga del romanticismo, no lo sé, pero Sto. Tomás de Aquino ya explica que amar no es un sentimiento, sino querer el bien de otro. No se basa en una emoción –que es algo que no podemos controlar– sino en la voluntad. Podemos amar a alguien que nos cae mal, podemos amar a alguien por el que no sentimos ningún cariño, podemos amar a alguien con el que en la vida iríamos a tomar un café.

El mayor bien que podemos desear a alguien es la salvación de su alma, luego rezar por un enemigo puede ser un primer acto de amor. Y no olvidemos que Ntra. Sra. de Fátima nos recordó que hay muchos pecadores que se condenan por no tener quién rece por ellos. Uno puede pensar que esto es fácil, pero rezar de corazón por un enemigo, especialmente si es alguien a quién conoces y que te ha hecho daño a ti, no es nada fácil. A mí me ayuda pensar que no estoy rezando para que sigan siendo malos pero a pesar de todo se salven, sino para que se arrepienten y se conviertan y así se salven. 

Un segundo paso es hacer penitencia por ellos, para ayudar a su conversión. Otra vez, no es fácil pasar hambre o frío por la salvación del estafador que me despojó de 400€ (para no hablar del enfado de mi mujer que tuve que soportar). Pero es cuestión de voluntad, luego es algo que está en nuestro poder.

Y si es alguien que tenemos cercano podemos hacer algún favor o defenderle ante otros (en lo que sea de justicia, no es cuestión de defender maldades). No importa si nos rechinan los dientes mientras lo hacemos.

Podemos incluso apadrinar a un pecador, haciendo una semana de oración y penitencia para alguien concreto que lo necesita.

Quizá nos preguntemos si todo esto sirve de algo. Es cuestión de fe. Por un lado es hacer lo que Cristo mismo nos pidió (Mt. 5, 44) y que S. Pablo nos recuerda (Rm 12, 14). Y tenemos que pensar que todo lo que hagamos Cristo y Ntra. Señora lo usarán para bien. Nada se perderá. Aunque quizá nosotros no lo veamos.

Y yo he notado otro gran bien: estos odios y resquemores que tenemos hacia nuestro enemigos nos hacen mucho mal a nosotros mismos. Si rezamos y hacemos penitencia por ellos, si buscamos su bien, desaparecen (o al menos se reducen). Y esto te da una enorme paz. Amar a nuestros enemigos no sólo es bueno para ellos: lo es para nosotros mismos.

sábado, 9 de octubre de 2021

¿Dónde están los jóvenes?¿Dónde está todo el mundo?

Hace unos días tuvimos la reunión de inicio de curso de nuestra unidad de pastoral (6 parroquias con un sólo párroco). En un momento dado nos reunimos por grupos para preparar el curso. Todos éramos de una edad más o menos avanzada y saltó la pregunta “¿Dónde están los jóvenes?¿Cómo conseguimos que vengan?”

Tras reflexionar sobre esto algunos días me di cuenta de que la pregunta es más bien ¿Dónde está todo el mundo? Porque apenas hay jóvenes, pero tampoco gente de 30 años, ni de 40, ni de 50 ni de 60. Casi todos los  que vienen a misa tienen 70 o más. Las alarmas tenían que haber empezado a sonar hace 30 años, y el “estado de emergencia” debería haber empezado hace al menos 20. Pero aquí no pasa nada.

Casi más descorazonador que las iglesias vacías es la respuesta que vemos de la jerarquía: vamos a cerrar templos. Como he dicho, lo que hace pocos años eran 6 parroquias, ahora es una unidad de pastoral con un sólo párroco (y medio sacerdote de ayuda). En la mayoría de los templos de mi unidad sólo se dicen misa los domingos. Y ya nos han avisado que las cosas van a ir a peor. Y no sólo es en Mallorca. En Barcelona la situación es similar. Y leí hace unos días que en la archidiócesis de Cincinnatti, USA, han empezado un plan multianual para cerrar la mayoría de sus 208 parroquias.

Esto es descorazonador por lo mundano de la actuación. Se trata a la Iglesia como si fuera un negocio cualquiera: si no hay clientes, pues habrá que cerrar tiendas. Incluso se utiliza este lenguaje, empresarial indicando que no es económicamente viable tener tantos templos para tan poca gente. O en el artículo de Cincinnatti, indican se alaba a su arzobispo Schnurr por ser un gran administrador.

¿Qué pasa con las almas de todos los que no van a misa, que están apartados de los sacramentos? Sin la ayuda de la comunión nos quedamos sin fuerzas y cunde el desánimo. Sin la penitencia, el reconocimiento de tus males y la alegría de ser perdonado, abunda la ira, como vemos por las calles. Sin la confirmación nos falta seguridad en nuestra fe y vivimos perdidos y arrastrados por las olas del mundo. Sin la ayuda del sacramento de matrimonio cunde la violencia doméstica, las separaciones y divorcio, con el enorme daño que esto causa en los hijos. Sin la ayuda de la unción de los enfermos nos aterra la enfermedad y la muerte, como hemos visto en este último año. Y sin todo esto, nuestra salvación eterna está en peligro.

¿Pero quién ha oído hablar en los últimos años de salvación, almas, pecado, cielo, infierno, gracia de Dios? Sin el concepto de salvación de las almas, salvación del pecado, todo se convierte en un buenismo insulso que lleva a la indiferencia, y de ahí al ateísmo. Un libro muy bueno que explica este camino es Deadly indifference, de Eric Sammons (con prefacio del Msr. Athanasius Schneider). Una Iglesia, como la que estamos viendo, que parece más preocupada por la salvación del planeta que por la salvación de las almas ya no es cristiana, sino que es un mero deísmo moralista y terapéutico. Estamos en malos tiempos, pero Dios nos ha escogido para vivir y luchar en estos tiempos. 

¿Y cómo luchamos? Hay que volver a los fundamentos: la oración, la penitencia, el ayuno, los sacramentos. En la reunión yo propuse que, además de cualquier otra iniciativa que se nos pudiera ocurrir, deberíamos tener jornadas de oración y ayuno, porque sin eso, sin los fundamentos, no vamos a conseguir nada. El Padre Dwight Longenecker –que por cierto pastorea una parroquia que está creciendo en una diócesis que está creciendo– propone usar lo que llama las Espadas del Espíritu: los sacramentos, las Escrituras, el sacrificio, la sencillez, lo sobrenatural, el silencio…

El hecho de las iglesias vacías no son un inconveniente para la Iglesia Católica, una caída en la cuenta de resultados. Es una tragedia para tanta alma necesitada de salvación. En las últimas décadas el Pueblo de Dios se ha alejado de los fundamentos que han sostenido la fe durante dos milenios. El Mensaje de Cristo se ha debilitado, y sin este Mensaje nuestras almas, y la sociedad entera, camina a la perdición. Necesitamos las iglesias llenas. Hay que llenarlas, no cerrarlas. Pero esta vez me parece que no son los obispos y sacerdotes los que nos van a liderar hacia Cristo, sino que hemos de ser nosotros los que los lideremos a ellos. 

miércoles, 15 de septiembre de 2021

Las sutiles asechanzas del diablo

 CS Lewis es popular sobre todo por su serie Las Crónicas de Narnia, pero la parte principal de su obra son sus libros de apologética cristiana. El había sido ateo, pero con las influencias de su colega en la U. de Oxford JRR Tolkien y de GK Chesterton, ambos católicos, fue acercándose a Dios y acabó siendo Anglicano. Tanto Tolkien como Chesterton sintieron mucho que no diera un paso más y llegara al Catolicismo. Escribió muchas obras de apologética cristiana. Procuraba centrarse en lo que los cristianos tenemos en común y alejarse de lo que nos divide. Y de ahí surge el título de una de sus obras más conocidas: Mero Cristianismo (Mere Christianity), es decir, hablar de lo que es el cristianismo común, el cristianismo sin etiquetas.

Este libro parte de una serie de programas que dio en la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. Reescribió sus charlas y las convirtió en un libro. Al provenir de programas de radio, está dirigido al público general, no a especialistas o aficionados a la teología, y usa un lenguaje llano muy fácil de entender. Además, está escrito con la sencillez del que entiende profundamente del tema. Es un gran libro.

He estado releyéndolo estos días y en un par de sitios habla de las sutiles estrategias del diablo para engañar a los creyentes y llevarles hacia su terreno. Aquí sólo lo toca de pasada, pero escribió un libro entero de este tema: Cartas de un Diablo a su Sobrino (The Screwtape Letters). Es otro gran libro que recomiendo leer.

El diablo es sutil. No te dice “Ese te ha quitado el aparcamiento. ¡Atropéllale!” porque sabe que no lo vas a hacer. No. Te va engañando, normalmente haciéndote creer que estás haciendo un bien cuando, en realidad, estás cayendo en sus redes. No olvidemos que Satanás es el Padre de la Mentira. Veamos los dos ejemplos que nos pone Lewis.

El primero lo encontramos en el capítulo “El gran pecado”, que trata de la soberbia. En él explica cómo la soberbia es el pecado principal y cómo otros vicios suelen estar alimentados por la soberbia. Estos otros vicios menores, como la avaricia o la lujuria, provienen de nuestra naturaleza animal, mientras que la soberbia es puramente espiritual. Por eso una táctica del diablo es utilizar la soberbia, el pecado mayor, para amortiguar estos vicios más simples.  Lewis concluye:

“El diablo se ríe. Está perfectamente satisfecho de verte casto y valiente y controlando tu ira siempre y cuando, al mismo tiempo, está instalando en ti la Dictadura de la Soberbia –del mismo modo que estaría contento de ver cómo te curabas de tus sabañones si se le permitía a cambio darte cáncer. Pues la Soberbia es cáncer espiritual: se come la posibilidad misma de amor o satisfacción o incluso del sentido común.”

Nótese que es el peligro del que Jesús nos advierte en la parábola del publicano: el fariseo ayunaba y oraba y daba el diezmo, pero eso no le justificaba, pues lo hacía para no ser como el publicano. El diablo nos ayuda encantado a conseguir un bien, si el resultado es hacernos caer en un mal mayor.

El segundo ejemplo está hacia el final del libro en el capítulo titulado “Dos notas”. En él explica cómo los cristianos somos como un organismo, todos juntos con un mismo fin, pero cada uno es un órgano, con sus ideas y talentos propios. Y nos advierte que si nos olvidamos de que nuestros prójimos pertenecen al mismo organismo que nosotros caemos en el error del individualismo, mientras que si nos olvidamos que son órganos distintos que nosotros, si queremos suprimir las diferencias para ser todos iguales, caemos en el error de totalitarismo. Pero los cristianos no debemos ser ni individualistas, ni totalitarios. Y concluye:

“Siento un fuerte deseo de decirte –y supongo que tú sientes un fuerte deseo de decirme– cuál de estos dos errores es el peor. Eso es el diablo, entrando en nosotros. Siempre manda los errores al mundo por parejas –parejas opuestas–. Y siempre nos anima a que dediquemos mucho tiempo a pensar cuál es el peor. ¿Ves por qué? Confía en que tu gran antipatía por uno de los errores te lleve gradualmente hacia el opuesto. Pero no debemos dejarnos engañar. Debemos mantener nuestros ojos fijos en la meta y pasar rectos entre los dos errores.”

Y este tipo de actuación del diablo es muy fuerte en estos momentos. Es el caso de los errores del  tradicionalismo y el modernismo: que si la Misa Tridentina o la Novus Ordo; que si el Vaticano II es inválido o que si permite olvidarnos de todos los concilios anteriores; que si la evangelización tradicional o la Nueva Evangelización. No hemos de dejarnos arrastrar por ninguno de estos dos errores.

En resumen,  hay que tener los ojos fijos en el bien, en Dios, y  vencer el mal a base de hacer el bien. En cambio, si nos fijamos en el mal y lo que buscamos es evitarlo, sin buscar el bien, el diablo muy contento nos ayudará a salir de nuestros pequeños vicios y errores para empujarnos hacia otros mucho peores. Si nos obsesionamos con el mal, estamos haciéndole el caldo gordo al diablo.


lunes, 6 de septiembre de 2021

Por la belleza hacia Dios

Conozco gente a quien le gusta ver las retransmisiones de ciclismo no por el deporte, sino para poder ver paisajes y monumentos. En esto días, en las retransmisiones de la Vuelta Ciclista a España, he podido ver muchos edificios de pueblos y ciudades y es difícil no notar que todos los edificios antiguos, sean iglesias, castillos, ayuntamientos, casonas, son bellos. A veces son serenos, otras fastuosos; quizá sean sencillos o quizá grandiosos. Pero siempre son bellos. En cambio, siempre que enfocan un edificio moderno, digamos de mediados del siglo XX en adelante, veo que son feos. Pueden ser funcionales, impactantes, eficientes o lo que sea. Pero bellos no son. En general son moles de hormigón y cristal, sin ninguna característica que les redima. 

Y lo mismo que podemos decir de la arquitectura lo podemos decir de, por ejemplo, el vestir. ¿Qué es lo que más se ve? Gente vestida con camisetas y vaqueros. Incluso en lugares y momentos en que la imagen es importante. Si ves fotos de actos de los años 20 o 30, ves hombres y mujeres cuidadosos en su vestir. Hoy alguno hay, pero pocos. Hace unos días en una cena escuchaba a la suegra de mi hermana, modista e hija de modista, que comentaba que le era muy difícil ir a comprar ropa, pues, incluso en tiendas buenas, todo era tan feo y mal hecho.

No hablemos de pintura y escultura. Hoy el artista busca que su obra sea innovadora, perturbadora, iconoclasta, pero no bella. Quizá sea porque es mucho más fácil crear una obra diferente o insultante que una obra bella, pero creo que es algo más profundo que eso.

No es que antes todo fuera bello. Seguramente se crearon muchos bodrios que han sido misericordiosamente borrados. Y tampoco es que antes no se buscara ser diferente e impactante. Por ejemplo Beethoven y Van Gogh fueron ambas cosas. La diferencia es que ahora apenas se hace nada que sea bello. Mira los edificios de tu ciudad que tengan 50 años o menos. ¿Hay alguno que merezca ser conservado? Ahora no se busca la belleza. ¿Por qué?

He leído algún artículo sobre esto y seguramente hay sesudas tesis doctorales del tema. Pero yo le voy a dar un enfoque sagrado, sobrenatural, como corresponde a este blog. La belleza, o la capacidad de apreciación de la belleza, reside en el alma, es decir, la belleza proviene de Dios. Una sociedad que rechaza a Dios, que rechaza el alma, rechaza también la belleza. No es que se busque más aspectos materialistas, como la eficiencia, que la belleza. Es que se rechaza la belleza. En arquitectura este movimiento tiene un nombre adecuado: brutalismo.

Esto nos lleva a una situación como el del huevo y la gallina: una sociedad alejada de Dios crea un mundo feo; un mundo en donde impera la fealdad nos aleja de Dios. Pero como católicos, sabemos que aunque vivimos en el Mundo, no hemos de ser parte del Mundo. Y en esta instancia, luchar contra el Mundo es buscar la belleza y rechazar la fealdad. Buscando la belleza nos mejoramos nosotros y mejoramos nuestro entorno. Y no es difícil, aunque exige algún sacrificio.

Escucha música bella; no escuches la música horrible que tanto impera. Deléitate ante un cuadro bello; no vayas a un museo de arte moderno. Compra muebles bonitos; rechaza los muebles funcionales que no tienen alma. Viste bien incluso si sólo sales a pasear; guarda las camisetas y los pantalones raídos para pintar la casa o trabajar en el jardín o el huerto. 

En el fondo lo que quiero decir es que busques la belleza siempre, pues Dios está en ella. Arréglate antes de salir de casa; escribe con buena letra; pon un poco de cuidado al cocinar y presenta bien los platos; no leas artículos y novelas que no busquen elevar el alma; no mires los programas que buscan el escándalo y la maledicencia… Busca que haya más belleza en tu vida por la noche que la que había por la mañana. Y así tú y tu entorno estaréis más cerca de Dios por la noche de lo que lo estabais por la mañana.

martes, 3 de agosto de 2021

Las Espadas del Espíritu

En la entrada anterior de este blog comenté una entrevista al P. Dwight Longenecker. A raíz de ella compré su último libro, Immortal Combat. Un libro muy interesante y que quizá un día traduzcan al Español. En él explica lo que es el Pecado del Mundo, que no son las maldades cotidianas que cometemos sino algo mucho más profundo, y cómo Cristo ha quitado el Pecado del Mundo, venciendo a Satanás. Esta victoria de Cristo sobre el mal es total y definitiva, pero si queremos participar en ella debernos unirnos a Él y entrar en el combate inmortal contra el demonio. En el último capítulo del libro describe la diez Espadas del Espíritu, diez armas efectivas que podemos usar para este combate.

La primera Espada son los sacramentos. Cada uno de los sacramentos es una participación en la Cruz y resurrección de Cristo. El Bautismo, en el que renacemos con Él, la Eucaristía con la que traemos al presente la victoria de la Cruz, y nos alimentamos con su Cuerpo y su Sangre, la Confesión con la que sanamos nuestra alma. Los Siete Sacramentos son la primera Espada del Espíritu con la cual nos unimos al Crucificado y vivimos su vida en el mundo.

La segunda Espada es la Sagrada Escritura, que es una fuerza dinámica en la batalla. Hemos de leer la Biblia cada día y tener siempre presentes algunos fragmentos, pues las palabras de la Sagrada Escritura son armas poderosas en la batalla espiritual.

La tercera Espada es ser pequeño. Pequeño como un niño; pequeño como lo fue la Virgen. Queremos trabajar a lo grande, pero la única forma de llegar a ser grande para Dios, es empezar siendo pequeño. Si queremos repetir la victoria de Cristo, nuestra obra debe ser pequeña.  Si es pequeña, será humilde. Si es pequeña, será poderosa. La manera de ser pequeño y permanecer pequeño es desarrollando una devoción por la Virgen. Reza el Rosario, conságrate al Corazón de María, deja que la Sencilla Señora de Nazaret esté a tu lado.

La cuarta Espada es el secreto. Esta Espada es un recordatorio de que las apariencias exteriores son una ilusión: la obra de Dios en el mundo sigue siendo secreta. Nuestras obras pueden tener una fachada pública, pero la mueven una vida secreta de oración y sacrificio. 

La quinta Espada es precisamente el sacrificio.  Satanás no puede entender el autosacrificio, la mortificación. Así, cualquier acción de mortificación, no importa lo menuda, es una espada insertada en el corazón de Satanás. Este es el fundamento del ayuno y sobre el que se construyen las obras de misericordia corporales y espirituales. No hacemos estas cosas sólo porque el hambriento necesita ser alimentado sino porque estamos viviendo la victoria de la Cruz. Cada acción de mortificación es un golpe más de la espada del sacrificio en esta batalla eterna.

La sexta Espada es la sencillez. Podemos empezar con la sencillez en el hablar: no mentir nunca, ni siquiera una mentira piadosa. Esto trae consigo la sencillez en el vivir, estimando todo lo que tenemos en función de su valor. Esto no es buscar la pobreza para sentirnos superiores, sino estar  desconectado de todo lo que poseemos. Y esto acaba con la sencillez de la persona, que es ser lo que Dios quiere que seamos. Como dijo S. Francisco de Sales: “Sé tú mismo, y sélo bien”.

La séptima Espada es la firmeza. Es una batalla larga y debemos ser firmes, sobre todo en los momentos difíciles y ante los fracasos. Un santo nunca se rinde. Puede estar casi sin fuerzas y en la completa oscuridad, pero sigue adelante, aunque sea arrastrándose.

La octava Espada es el silencio. No siempre se puede “dialogar”: cuando la discusión se vuelve irracional, el silencio es nuestro único recurso. Satanás y sus hijos no usan el lenguaje para descubrir y explorar la verdad sino  para evitarla y retorcerla. Usan la argumentación para amedrentar y manipular a la gente. Cuando te das cuenta de que eso es lo que está pasando, el silencio es tu arma. Y también necesitamos el silencio en la oración contemplativa: es la respuesta del alma cuando la oración se ha trasladado más allá del lenguaje, allá donde la comunicación es sin palabras.

La novena Espada es lo sobrenatural. La batalla tiene lugar en el ámbito sobrenatural y se combate con dones de gracia sobrenaturales. Como dice S. Pablo, “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef.  6, 12). Al ser una batalla en el terreno sobrenatural, es de importancia eterna. Estamos consiguiendo cosas en el terreno eterno y también nuestra recompensa será eterna. Y no debemos olvidar que si la batalla es sobrenatural no podemos hacer nada con nuestras propias fuerzas.  Es sólo por los dones de gracia sobrenaturales que podemos presentar batalla. No debemos olvidarlo, pues el error de intentar caminar el camino del guerrero cristiano usando sólo nuestras fuerzas lleva al desastre.

La décima y última Espada es el sufrimiento. Todos acabaremos sufriendo en algún momento, ya sea físicamente, ya sea moralmente, ya sea espiritualmente. Al contrario de lo que piensa el Mundo, el sufrimiento es una bendición, pues en medio del sufrimiento nos identificamos con el Crucificado. Es el sufrimiento lo que nos permite estar más unidos a Él.

Acabo con el final del libro:

Si caminamos en el Camino del Cordero –el camino del guerrero cristiano–experimentaremos, en lo más profundo de nuestro ser, la transformación que se nos prometió.  Entonces habremos dado respuesta a la pregunta planteada al principio de este libro: “¿Qué significa que Jesús murió para quitar el Pecado del Mundo?”

 No sólo conoceremos la respuesta con nuestras mentes sino también con nuestros corazones –y no sólo con nuestros corazones sino también con cada fibra de nuestro ser–.  En ese momento cantaremos con S. Pablo “No conozco sino a Cristo, y este crucificado” y “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí.  Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”.

domingo, 6 de junio de 2021

La gran herejía actual

Hace unas semanas apareció en Religión en Libertad un reportaje sobre la comunidad de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, en Greenville, Carolina del Sur, al sureste de USA. En el artículo se cuenta cómo hay familias católicas dispuestas a mudarse desde el otro extremo del país para ir a vivir su vida y su fe en esa parroquia. El parroco es el P. Dwight Longenecker, un ex-pastor anglicano, autor de una veintena de libros. Fue entrevistado hace unos días por la revista Crisis (en inglés). La entrevista está también disponible en YouTube. Toda la entrevista es muy interesante, pero hay un punto que me hizo pensar mucho.  

Le preguntaron (minuto 10 del video) sobre la desazón en muchos católicos americanos al ver como el Presidente Biden y la presidenta del Congreso Nancy Pelosi, se declaran devotos católicos, pero a la vez activamente proabortistas y sin que esto conlleve una respuesta contundente de los obispos. Su respuesta (min 11) es que esto es el síntoma de algo mucho más profundo: en la iglesia cristiana de hoy (tanto católica como protestante) se está viviendo un momento histórico similar al de la herejía arriana en los S. III a VI, en los que una gran proporción de los cristianos y de sus líderes no creen en la religión cristiana, sino en otra cosa, que él llama un deísmo moralista y terapéutico. En esta herejía se reduce a Dios a una deidad que no está presente, sino que vive tras alguna nube sin preocuparse de los hombres, y se reduce la salvación que Dios nos trajo a través de la muerte y resurrección de su Hijo a una moralidad, es decir, unas normas para ser “buena gente” y a una terapia que nos ayuda a mejorar y sentirnos bien con nuestra existencia, nuestro matrimonio, nuestro trabajo. Esta herejía ha socavado la fe cristiana y católica, dando lugar a una falta de creencia en algo sobrenatural, y, sin una base divina, nos hacemos nuestras propias religiones a nuestro gusto. Una consecuencia es que en esta situación los líderes religiosos no se ven con autoridad para promover una disciplina cristiana y, por ejemplo, amonestar a aquellos que públicamente no están siguiendo la Verdad de Cristo.

Lo que me impactó no es la novedad de lo que dice –en este blog y muchos otros se han tratado estos temas– sino el contexto, asimilándolo al gran problema de la herejía arriana en los primeros siglos de la Iglesia, a su precisa descripción de la herejía como un deísmo moralista y terapéutico y a su argumentación de cómo muchos problemas actuales derivan de esta forma de ver el cristianismo. Ilumina en 3 minutos el gran problema de la religión cristiana de los últimos años.

La gran pregunta que a cualquiera se le ocurre es ¿y qué se puede hacer? y a esto responde un poco más adelante (min 17): no es atacar, no es acomodarse al mundo, sino que es vivir el Evangelio y la vida cristiana de forma radical y fundamental, con la liturgia, la oración, los sacramentos, llevando todo esto a la vida familiar y laboral. Volver a los fundamentos cristianos nos convertirá en la luz que nuestra sociedad necesita. Más adelante explica ejemplos de cómo trabajan esto en su parroquia de Ntra. Sra. Rosario en Greenville, en el sureste de USA. De particular interés es el colegio adscrito a la parroquia.

Toda la entrevista es de gran interés. Hacia el final le preguntan qué podemos hacer en nuestro entorno (min 37), cuando posiblemente no tengamos una parroquia alrededor que nos dé soporte. Cuenta que al convertirse al catolicismo se preguntaba cómo llevar a cabo sus ideas e inquietudes y recibió este consejo de un amigo: “Ahora eres católico. No esperes a que te pidan hacer algo. Y no esperes que te lo agradezcan”.  Si quieres hacer algo habla con gente, monta un grupo, sugiere ideas a tu párroco, sé positivo, sé acogedor, ponte a ello. Y, si es algo agradable al Señor,  poco a poco irás creciendo. 

Es una gran entrevista de un personaje muy interesante. Como he dicho, ha escrito muchos libros, aunque ninguno está traducido al Español. Si tienes la suerte de poder entender el inglés, míratela.

martes, 1 de junio de 2021

¿Qué es el infierno? Una visión diferente

Una de las ideas recientes que se están propagando por la Iglesia es la de Universalismo: la idea de que todo el mundo se salva, que el infierno está vacío. Esto se manifiesta en muchos funerales en el que el sacerdote dice “Y rezamos por Fulanito que nos está viendo desde el Cielo”. Esta frase es perturbadora en dos sentidos: una es por la idea de que todo el mundo va directamente al Cielo, sin siquiera pasar por el Purgatorio. Y la segunda, para mí más grave, es por el desconocimiento teológico profundo que muestra: no tiene ningún sentido rezar por un alma que ya está en el Cielo.

Escribí hace tiempo una entrada en la que explicaba cómo la existencia del Infierno y la condenación de las almas está basada en las Escrituras, el Magisterio de la Iglesia, revelaciones de la Virgen y los escritos de muchos santos y Doctores de la Iglesia. Pero a pesar de esta abrumadora evidencia a la gente le resulta muy incómodo hablar de la condenación y rechaza la idea del infierno.

Quizá sea debido a esta visión del infierno como lugar lleno de fuego y azufre, donde los condenados sufren eternamente sobre las llamas. Quizá lo veamos como excesivamente melodramático, incluso infantil, y no entendemos cómo Dios nos puede castigar a esta barbaridad sólo por ser un poco laxo en cuestiones de sexo y dinero. Y es cierto que esta visión tan tremenda parece burda y anticuada. Probablemente fuera efectiva en otras épocas, pero quizá debamos sustituirla por otra que nos haga en esta época más vívido el horror de la condenación y nos mueva a la búsqueda del Cielo.  Hace unos días me apareció en mi mente otra visión del Infierno que quizá sea útil. No sé quien puso esta semilla en mí, pero no debo guardármela.

Supongamos un hombre cuya pasión es el fútbol. Cumple en su trabajo, pero su corazón no está ahí. No tiene abandonada a su familia, pero tampoco tiene ahí su corazón. Su vida y su pasión es el fútbol. Mira todos los partidos y en verano se apasiona con el mercado de fichajes. Al morir, ya que el fútbol era toda su vida, Dios le “concede” que se pase la eternidad inmerso en el fútbol. Y eso es todo lo que va a hacer en toda la eternidad: ver partidos de fútbol.

Y claro, lo que en este mundo podía ser un escape ante una vida gris y sin ilusiones, se convierte en un enorme vacío. Tu alma no tiene nada, y no la vas a poder llenar jamás. Y ahora que es espíritu puro, el hombre se da cuenta de lo vacío que está su alma y la vacía que se presenta su eternidad. Ahora tiene sed de la Verdad, y no hay Verdad cerca; tiene sed de Amor, y no hay amor a la vista. Está solo, y no hay nada ni nadie que esté con él. Y lo que es peor, sabe que esto va a ser así para siempre y que ya no hay nada que pueda hacer para salir de esta situación. Lo único que tiene es un futbol que no llena, ni siquiera un poquito, a su alma vacía. No me puedo imaginar la desesperación de esa alma. Vive en el infierno, un infierno que es consecuencia natural de la vida que ha elegido vivir.

El hombre y el fútbol es una visión quizá simple y estereotípica. Pero no es difícil imaginar otras metas vacías en vida que te llevan a un infierno similar: el poder, el dinero, la fama, el ser popular.

Lo poderoso de esta representación del infierno es que en cierto modo no eres “castigado” al infierno, sino que tu condenación es la consecuencia natural de tu vida: tu corazón estaba en el fútbol y tu eternidad es ver un poco de aire forrado de cuero dando vueltas por un estadio; tu corazón estaba en el poder y ahora tienes todo el poder que quieras para mandar sobre nada; tu corazón estaba en la fama y lo único que recibirás durante toda la eternidad son adulaciones vacías de almas vacías. Recibes aquello por lo que tanto has luchado. Como leemos en  Mt. 6, 19–23 “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Y también “si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!” 

Esta representación del Infierno que es menos tremebunda creo que es más efectiva, pues no ves el Infierno como algo lejano y medieval, como un cuento para asustar, sino como algo lógico, y ves que para salvarte no basta con no ser un asesino sádico que disfruta descuartizando viejecitas, sino que basta con poner tu corazón en lo mundano y simple en vez de en Cristo. Un Cristo mucho más exigente, pero que es el único que tras la muerte va a llenar tu alma de plenitud eterna.

domingo, 9 de mayo de 2021

Cómo reaccionar ante la generosidad de Dios

Yo tengo un pequeño huerto en “el pueblo” con una veintena de árboles frutales, la mayoría plantadas por mi abuelo. Voy poco, cada 2 o 3 semanas. Hace más de un mes, al abrir la verja, me encontré con una gallina con polluelos. Supuse que se le había escapado al vecino de enfrente, pero no estaba, y hasta hoy no hemos coincidido. Nunca había hablado con él. La conversación ha sido más o menos la siguiente

– Hay una gallina con polluelos en mi huerto. Posiblemente es tuya.

– Sí, a veces se me escapan. Y son difíciles de coger. ¿Te molesta?

– No, en absoluto. Solamente que sepas que están allí y puedes ir a por ellas cuando quieras.

– Te la puedes quedar. Si quieres, te echo otra por encima de la cerca.

– No, no, que no las puedo cuidar.

– Espera un poco. 

Y al cabo de un par de minutos ha aparecido con media docena de huevos.

Este intercambio no es extraordinario, sino que en mi experiencia es muy habitual en el campo: amigos o vecinos, incluso gente con la que apenas tienes trato, generosamente te da de lo que tiene. Esto, en cambio, es extraordinario en la ciudad. ¿Por qué?

Llevo todo el día reflexionando sobre ello y creo que es la aceptación de la generosidad de Dios en la naturaleza. Esto no quiere decir que los campesinos son todos creyentes y fieles cristianos. Pero basta fijarse en el lenguaje. Tú “cuidas” un árbol y el árbol “te da” naranjas. Los animales “crían”, tú, no. Lo polluelos “son” de la gallina, no tuyos. Los economistas hablan de la “producción” de unas tierras, pero no los campesinos. Quizá no lean la Biblia a menudo, pero saben perfectamente que “El cielo nos dará su lluvia y la Tierra nos dará su fruto”. Y cuando ven un árbol con fruto o una vaca con su ternero, se maravillan interiormente de una creación que no es suya, pero de la que comen y viven.

Y creo que es por eso que son generosos con lo que tienen. Pues, aunque quizá no lean la Biblia a menudo, saben perfectamente que “gratis lo recibisteis, dadlo gratis”.

sábado, 17 de abril de 2021

Volver a los fundamentos

En baloncesto hay un dicho que, cuando las cosas no funcionan, lo que tienes que hacer es volver a los fundamentos. Por ejemplo, si no te entra el tiro, debes centrarte en las cuestiones básicas y fundamentales: cuadrar bien los hombros a la canasta, plantar firmemente los pies en el suelo, coger bien la pelota con las puntas de los dedos, realizar el movimiento de tiro extendiendo el brazo hasta el final… Centrándote en los fundamentos, tu tiro volverá.

Y este principio de volver a los fundamentos es algo que puede aplicarse a muchos ámbitos de la vida. ¿De repente te llevas mal con alguien? No te preguntes “¿qué le habré hecho?” o “¿qué mosca le ha picado?” Salúdale, pregunta como está su familia, felicítale por algo, sonríe, vete a tomar un café con él… todas esas cosas básicas de la amistad. Verás como pronto te dejas de llevar mal.

Es un buen consejo, pues te da algo útil que hacer ante un problema que te sobrepasa. Y al construir o reconstruir desde los cimientos hacia arriba, arreglas realmente el problema y no le pones un parche temporal.

Ya hace algún tiempo tenemos un grave problema en la Iglesia. En esto días se ha manifestado claramente con la rebelión abierta y pública de algunos sacerdotes alemanes y austríacos indicando que van a bendecir uniones homosexuales y además lo van a difundir por Internet. Y además el obispo de Essen, en vez de intentar impedirlo, informa que no tomará medida contra ellos. Y este es sólo uno de los síntomas de un estado de descomposición de la Iglesia. 

Yo, y por lo que leo muchos otros, nos sentimos abandonados, escandalizados, heridos. La situación nos sobrepasa. No podemos quedaros de brazos cruzados, pero no sabemos qué hacer. Esta es la típica situación en la que hemos de volver a los fundamentos.

¿Y cuáles son los fundamentos del catolicismo? Los sacramentos, la oración, la penitencia y la perseverancia. 

Esto es lo que debemos hacer:

  • Ir a misa. No sólo los domingos y fiestas de guardar, sino también alguna vez entre semana. Y si es más mejor. Ofrece la misa por la unidad de la Iglesia, el Papa, o lo que creas más necesario.
  • Confesarse periódicamente. Cada uno tendrá su frecuencia adecuada. En mi caso, cada 3 semanas. Si hace mucho que no te confiesas, vé mañana mismo. Es muy importante.
  • Rezar todos los días. Por la mañana y por la noche. Y si puedes rezar un rosario diario, mejor. Comprométete formalmente ante Dios a rezar un cierto tiempo cada día: una hora, media hora, lo que sea. Y cumple lo prometido. No te olvides de rezar por tus enemigos. Por ejemplo, por los sacerdotes alemanes.
  • Leer y meditar la Biblia. Debes hacerlo diariamente (puedes considerarlo parte de tu compromiso de oración). Una manera fácil de hacerlo es leer las lecturas de la misa diaria. Si te gusta leer en papel, hay varias publicaciones que son bastante baratas con la misa de cada día. Yo estoy suscrito a, Magnificat. Si lo prefieres por Internet, hay multitud de sitios que te las ofrecen gratuitamente. Mi mujer las lee en el sitio web de los Dominicos.
  • Adorar al Santísimo Sacramento. Si en tu ciudad tienes una capilla de adoración perpetua, ve semanalmente. O si no, quizá en tu parroquia o alguna cercana tengan sesiones de adoración semanales o mensuales. 
  • Mortificarse. Jesucristo quiere que le ayudes en la salvación del mundo añadiendo tus dolores a los suyos. Levántate temprano para rezar, ayuna una vez a la semana, apaga tu móvil los domingos, toma duchas frescas… Pero no te sacrifiques porque sí: ofrece tus dolores e incomodidades por el bien de la Iglesia. 
  • Tener paciencia y perseverancia. No es cuestión de rezar hoy, que acabo de ver la noticia, un rosario y ya está. Como dice Sta. Teresa de Jesús, “la paciencia todo lo alcanza”. No es simplemente “hacer algo” es cambiar nuestra vida. Esto va para largo y se nos necesita hasta el final.
Alguno podría pensar que resolver estos problemas es cosa del Papa y de los obispos. Tienen su responsabilidad, desde luego, pero esto no es cosa de todos. Ellos necesitan de tu oración. Sin ella, poco pueden. Como dice Sta. Teresa:
Toda mi ansia era y es, que pues tiene el buen Jesús tantos enemigos y tan pocos amigos, que esos fueren buenos.
Todas ocupadas en oración por los que son defensores e la Iglesia o predicadores. Ayudemos en lo que pudiéremos a este Señor mío.

¿Y esto va a funcionar? Sí. ¿Cómo lo sé? Por un lado, porque es el camino propuesto por la Biblia: siempre que Israel (u otros, como los ninivitas) se acercan a la destrucción han vencido con oración ayuno y penitencia. Y por otro lado, todos estos males nos vienen precisamente porque hemos abandonado estos fundamentos y nos hemos alejado de Dios. ¿Qué otro camino hay? 

La solución de los males de la Iglesia está (parcialmente) en tus manos. Frecuenta la Iglesia y los sacramentos, ora, haz penitencia y ten fe y esperanza.  Y si flaqueas, recuerda lo que dice el Salmo 80:

¡Ojalá me escuchase mi pueblo,
y caminase Israel por mi camino!:
en un momento humillaría a sus enemigos
y volvería mi mano contra sus adversarios.


domingo, 11 de abril de 2021

¡Prefiero el paraíso!

 Hace unos días leí una entrevista al Cardenal Brandmüller sobre la crisis de la Iglesia en Alemania. Al final de la entrevista la periodista entró en la cuestión del papel de la mujer en la Iglesia. Y quedé muy sorprendido por la respuesta tan mundana del cardenal discutiendo qué cargos puede ocupar la mujer en la Iglesia. Como si los cargos fueran lo más importante. Los que piden mayor prominencia de la mujer, lo que están pidiendo es visibilidad, cargos, prebendas. En suma, poder.  No es algo a lo que debamos aspirar ni las mujeres ni los hombres. Algunos cargos son necesarios y alguien tiene que ocuparlos, pero el tener un cargo y poder en general no ayuda ni al que lo ocupa ni a la Iglesia.

Empecemos por lo obvio: visto desde el Reino de Dios y quitando a Jesucristo ¿quién es la persona más grande que ha habido? La respuesta es obvia: la Virgen María. No tuvo cargos, ni evangelizó, ni dio conferencias sobre la niñez de Jesús. Si quitamos el nacimiento de Cristo, apenas aparece en los Evangelios. Por ejemplo, en el Evangelio de Marcos no aparece nunca y sólo se la menciona dos veces: “Mira, tu madre tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera” (Mc, 3, 32) y “¿No es este el artesano, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Pero a pesar de no tener cargos ni visibilidad, su papel en la Iglesia fue fundamental. Por ejemplo, en la evangelización de España, al aparecerse a Santiago en Zaragoza, para darle ánimos.

¿Y la segunda persona más grande? S. Juan Bautista: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista” (Mt, 11, 11). Sí, fue un profeta, pero si uno piensa en profetas “grandes” lo que te viene a la mente es Isaías, Elías, Daniel, incluso Jonás. No Juan Bautista, que no ha escrito ningún libro y no aparece gran cosa en los Evangelios. ¿Por qué el más grande figura tan poco? Él mismo da la clave: “Es importante que Él crezca, pero que yo mengüe” (Jn 3, 30).

Y podríamos seguir con S. José, que aparece aún menos que la Virgen en los Evangelios (y no aparece ni una sola palabra suya).

Y esto es una constante a lo largo de la vida de la Iglesia: los más grandes santos raramente tuvieron cargos. Por ejemplo, dado que hoy es el Domingo de la Divina Misericordia, nos podemos detener en Sta. Faustina Kowalska, una monja casi analfabeta en un pequeño convento en Varsovia. No llegó a Madre Superiora, ni tuvo cargo alguno. Es más, sufrió mucho por la incomprensión y las burlas de sus compañeras de convento. Visto desde el mundo, no fue nadie. Visto desde el Reino, es el Apóstol de la Divina Misericordia.

Y no olvidemos que hay muchísimos santos de los que no sabemos absolutamente nada, pero que no obstante celebramos su grandeza en la fiesta de Todos los Santos.

Pasemos a los que sí tuvieron cargos. Por ejemplo Judas Iscariote, que fue apóstol. O el hereje Arriano, que fue obispo (casi todas las grandes herejías fueron promovidas por uno o varios obispos). O todos los obispos de Inglaterra en tiempos de Enrique VIII menos uno, S. Juan Fisher, que pasaron de la sumisión al Papa a la sumisión al rey, precisamente para mantener sus cargos y su poder (y acto seguido se pusieron a perseguir a los que se mantenían fieles a Roma).  Mucha razón tenía S. Juan Crisóstomo que dijo que el infierno está empedrado con cráneos de obispos.

Pasemos a la actualidad. ¿Quiénes son el gran sostén de la Iglesia en estos tiempos tan difíciles? No son los obispos y los cardenales, que más bien son los que hacen que los tiempos sean difíciles. Sobre todo algunos, que parecen empeñados en destruir la Iglesia. No son los que tiene visibilidad, cargos, prebendas y poder. El gran sostén de la Iglesia en estos días son las monjas de clausura, los monjes, las mujeres y hombres que van por las tardes a iglesias casi vacías a rezar el rosario y asistir al gran Sacrificio del Señor. Las abuelas que enseñan el Padre Nuestro a sus nietos. Ellas, porque son en su mayoría mujeres, son el sostén de la Iglesia. Su papel es inmenso. Eso es lo que debería haber respondido el cardenal.

Lo que es grave es que este movimiento hacia la prominencia, la visibilidad, los cargos, detrae de este papel de sostén de la Iglesia. Porque, como S. Juan Bautista, para que la Iglesia crezca nosotros tenemos que menguar. Cuanto más pequeños seamos, mejor. Esto lo entendió muy bien S. Felipe Neri, que cuando el Papa Sixto V le propuso el cargo de cardenal, lo rechazó diciendo “Prefiero el paraíso”.



viernes, 2 de abril de 2021

El sufrimiento de Cristo en la Pasión

Hoy es Viernes Santo, día de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia enseña y los santos nos cuentan que nadie ha sufrido tanto como sufrió Cristo. Y yo he tenido muchos problemas con esa afirmación. Crucificados ha habido miles antes de Cristo y después de Él. Incluso, a la vez de Cristo crucificaron a dos ladrones. Y a ellos les quebraron las piernas y les dejaron morir así, mientras a Cristo “sólo” le atravesaron el corazón con una lanza. Y ha habido miles de torturados, con torturas refinadamente crueles, tanto mentales como físicas, que pueden durar días o meses. Mirado objetivamente, la Pasión de Cristo no parece peor que muchas otras. ¿Por qué dicen que sufrió más que nadie?

Hace unos días, en el Catecismo para Adultos del P. Leonardo Castellani, leí que había tres misterios en la Redención, el segundo de los cuales era “la inmensidad de los dolores de la Pasión de Cristo”. Esa frase me consoló: mis dudas y objeciones no implican una falta mía pues el por qué la Pasión implicó tanto sufrimiento es un misterio. Yo llevo ya algunos años dando vueltas a este asunto y voy a escribir en esta entrada mis reflexiones, por si ayudan a alguien.

Para empezar, voy a distinguir entre dolor y sufrimiento. Voy a definir dolor como algo puramente fisiológico: si te pinchan, te duele y eso es algo común yo diría a todo ser vivo: hasta un protozoo se aleja de los estímulos que le resultan molestos. En cambio el sufrimiento es algo específicamente humano, pues interviene la mente. El ser consciente del dolor, de por qué lo sentimos, de si durará más o menos, puede amplificarlo o atenuarlo. Si nos dan una bofetada, nos duele y sufrimos. Pero si nos dan una bofetada injusta, nos duele igual, pero sufrimos más. Si sabemos que un dolor es necesario para nuestra salud, por ejemplo si nos limpian una herida con alcohol, sufrimos menos que si sabemos que es parte de una enfermedad de resultado incierto. Con esta distinción, podemos decir que el dolor de la Pasión de Cristo fue similar al de cualquier otro, pero que su sufrimiento fue inconmensurablemente mayor.

Esta distinción entre dolor y sufrimiento nos da un camino de salida al problema. Pero, ¿por qué sufrió más que otros crucificados? Hay dos motivos. Uno lo leí en una meditación de S. John Henry Newman. Como el alma de Cristo, y por lo tanto su mente, es tan superior al nuestro, su capacidad de entender el motivo y alcance de su dolor es también enormemente superior, y de ahí que ante el mismo dolor, su sufrimiento es muy superior al que hubiéramos tenido nosotros. He oído a alguno comentar que porque Cristo era Dios, debió sufrir menos. El argumento de S. John Henry Newman es el contrario: precisamente por ser Dios, sufrió mucho más.

El segundo motivo lo argumenta el Venerable Fulton Sheen en su obra Vida de Cristo. Cristo, en su Pasión, tomó sobre sí todos nuestros pecados. Nuestros pecados nos hacen sufrir, aunque a veces no lo notemos, y Él tomó sobre sí todo ese sufrimiento en su Pasión. Lo hizo en Getsemaní, y por eso en la Oración del Huerto tuvo sufrimientos de muerte: sufrió tanto o más que en la Cruz. En un retiro de cuaresma, el sacerdote nos dijo esto mismo de otra manera: en el Huerto, Jesús tomó sobre sí toda la ira del Padre ante el pecado del mundo.

Y es importante notar que no es el pecado cometido hasta entonces o el pecado presente en el mundo en ese momento sino todo el pecado de todos los tiempos. Dios vive fuera del tiempo y nuestros pecados de ahora son tan presentes para Él como los de Sodoma y Gomorra. S. Juan Mª Vianney lo decía: que cada pecado que cometes aumenta los sufrimientos de Cristo en su Pasión. Y cada pecado que no cometes, se lo reduce. Cómo llevo mi vida, la mía, aquí y hoy, aumenta o reduce los sufrimientos de Cristo en la Cruz.

A pesar de mis reflexiones, sigo sin asimilar cómo Cristo pudo sufrir tanto, cómo su sufrimiento pudo ser mucho mayor que el de cualquier otro torturado o crucificado. Y como es un misterio, nunca lo voy a entender por mí mismo. Pero o importa: acepto que Dios sufrió por mí, que mis males aumentan su sufrimiento y mis bondades se lo atenúan. Ahora es cuestión de actuar en consecuencia.

domingo, 21 de marzo de 2021

Cortar cabezas no es la solución

 Siguen las reacciones a la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe  sobre la bendición a parejas homosexuales. Muchos piden la intervención drástica del Vaticano ante la rebelión de los sacerdotes alemanes y austríacos y la declaración de algunos obispos. Y no sólo laicos escandalizados, sino incluso obispos, como Monseñor Egan, de Portsmouth (GB).

Por un lado no es agradable ver esta furia; por otro, es un alivio ver que estamos vivos y que nos importa el estado de la Iglesia. Ante declaraciones públicas contrarias a la doctrina es necesario, fundamental, que haya una acción pública de la Jerarquía, no tanto por una cuestión de justicia, como para proteger a las almas de los fieles, sobre todo los que están bajo la autoridad de tales pastores. “Hirieron al pastor y se dispersaron las ovejas” dice la Escritura. Ahora no es que hayan herido al pastor, sino que el pastor se ha declarado lobo. El peligro no es que se dispersen las ovejas, sino que el pánico nos lleve al abismo.

Pero aunque es imperativa una intervención pública ajustada al escándalo, eso no basta. El problema no es un obispo rebelde o unos sacerdotes desobedientes. El problema es mucho más hondo. Estamos en un pozo profundo, que llevamos muchos años cavando. No empezó en el Vaticano II, sino antes. Algunos ponen el inicio en la Ilustración y la Revolución Francesa, otros en la Primera Guerra Mundial. Es igual. Han sido necesarios muchos años para llegar tan hondo y van a ser necesarios otros tantos para salir.

Y aunque los obispos y el Papa tiene una mayor responsabilidad en guiar el camino, no es cosa sólo de ellos. Ni siquiera principalmente de ellos. La historia del catolicismo nos muestra cómo las grandes reformas son lideradas a menudo por religiosos con muy poca autoridad eclesial, como S. Francisco, Sta. Catalina de Siena, Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, S. Ignacio de Loyola o Sta. Teresa del Niño Jesús. Ahora los veneramos como grandes santos y admiramos su influencia, pero ellos empezaron siendo monjas y frailes en pequeños conventos de pueblos y ciudades de provincias. Y otras monjas, frailes y seglares, muchos ya olvidados, fueron sus primeros sostenes y valedores. Las jerarquías se unieron después. ¿Queremos salir del pozo? Pues tenemos que ponernos a ello. No necesitamos una invitación personal de nuestro obispo.

¿Qué podemos hacer? Lo primero que podemos hacer es lo que ha hecho la Iglesia siempre: rezar, ir a misa, ayunar, mortificarnos, ofrecer nuestros sacrificios al Señor. Es importante que lo hagas, pero no lo hagas por hacer: como decía S. Juan de la Cruz, cuyas mortificaciones eran legendarias, sufrir sin sentido nos convierte en animales. Si un día no desayunas o bajas la temperatura de la ducha, no te olvides de ofrecer este sacrificio al Señor para reparación de los males de la Iglesia. Y lo mismo al rezar o ir a misa: ofrece el rosario o la misa por la Iglesia o el Papa o tu obispo. Hazlo todo con sentido.

Una segunda cosa que podemos hacer es estudiar. Nos quejamos del mal conocimiento de la Doctrina, pero ¿cuál es tu nivel? Estudia el Catecismo de la Iglesia Católica, o al menos el Compendio. No basta con una lectura, sino que es necesario el estudio. Además hay blogs, canales de YouTube, etc. con explicaciones de grandes maestros presentes y pasados. 

Estudia la Biblia. Otra vez, no basta con leerla. Mi director espiritual me recomendó leer los comentarios de S. Agustín, S. Juan Crisóstomo u otros Padres de la Iglesia. Le esto muy agradecido por tan gran recomendación.

Y con la fuerza que nos venga de la oración y el estudio, debemos actuar. Primero en nuestras familias. Por ejemplo, mi hijo, como tantos otros, convive sin estar casado. Además de rezar por él, y por ella, cuando veo un buen video sobre el matrimonio católico, se lo mando; le he regalado el libro Son tres los que se casan, del Venerable Fulton Sheen; cuando viene de visita por vacaciones, hablo con él y le pido que se case; y si vienen los dos, duermen en habitaciones separadas. Lanzo semillas, rezo y espero que el Señor, la Virgen, S. José y todos los santos a los que los he encomendado, ayuden a que germinen y florezcan. Y, según nuestras fuerzas y habilidades, podemos tener actuaciones similares en nuestras parroquias, trabajo, grupos de amigos. 

Yo no estoy llamado a grandes cosas. Como dice el S. 130 “no pretendo grandezas que superan mi capacidad”. Me conformo con las pequeñas. Pero estas pequeñas hay que hacerlas. Si no, no mejoraremos, y será, en parte, por mi culpa.



viernes, 19 de marzo de 2021

Bendiciones a la carta

 En estos últimos días hemos tenido la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe indicando que la Iglesia no puede bendecir la unión entre homosexuales, pues Dios no puede bendecir algo que siempre ha sido, es y siempre será, un pecado grave. Algunos, como el Padre Jorge González Guadalix, ha comentado que la nota de la Congregación no ha hecho más que detallar lo que es evidente. Pero ha habido airadas reacciones, como la de Mons. Johan Bonny, obispo de Amberes, diciendo que se siente avergonzado de la Iglesia, o la de un grupo de sacerdotes alemanes y austríacos, indicando que lo van a seguir haciendo.

Yo no entiendo estas dos reacciones. No entiendo la de Mons. Bonny, pues parece que cree que el Magisterio de la Iglesia es algo que puede modificarse según el sentimiento de la sociedad. Y no entiendo la de los sacerdotes alemanes pues parece que creen que pueden forzar a Dios a bendecir una unión porque a ellos les parece bien. Yo no soy teólogo y quizá esté muy equivocado, pero lo veo clarísimo. 

Dios quiere el bien del hombre y las Leyes de Dios son las que nos llevan a la vida. El hombre de hace 2000 años es el mismo que el de ahora, su cuerpo es el mismo, su cerebro es el mismo, sus ansias son las mismas, sus instintos son los mismos.  Por lo tanto lo que era bueno, lo que le llevaba a la vida, hace 2000 años es lo mismo que lo que le lleva a la vida ahora. En cambio, la sociedad es un conjunto de hombres y como tal no busca nuestro bien y nuestra vida. Basta leer un poco de historia: la sociedad ha fomentado corrupciones, concupiscencias, desenfrenos, muerte, esclavitud. Si la sociedad ha cambiado y te empuja hacia objetivos distintos a los que Dios te ha puesto a través de las Escrituras, la Tradición y el Magisterio, ¿cómo vas a seguir a la sociedad?

Y después está la enorme soberbia de aquellos que creen que todos los anteriores a ellos, todos los santos, todos los Doctores de la Iglesia, estaban equivocados. Durante 2000 años estaban todos ciegos, y no entendían de moral, de las necesidades humanas, del bien y del pecado. Parece que piensan “Menos mal que hemos llegado nosotros, que por fin vemos las cosas con claridad divina”. Tanta estupidez me abruma.

Y después los sacerdotes alemanes y austriacos, que al menos hay que alabarles la honestidad de decir las cosas públicas y claras. Dicen que van a seguir bendiciendo estas uniones homosexuales. Pueden seguir diciendo las palabras y haciendo los gestos y siguiendo los ritos, ¿pero se creen que Dios va a bendecir el pecado? ¿Qué Dios va a hacer lo que ellos le ordenen? Se bendice para conseguir una gracia de Dios, un bien. ¿No ven que no van a conseguir bien alguno, que la pobre pareja no va a conseguir ninguna gracia sobrenatural, sino todo lo contrario, que él y ellos van a dar un gran paso hacia la condenación de sus almas? 

¿Cómo no lo ven?

La única explicación que se me ocurre es que no tienen ningún sentido de los sobrenatural y lo sagrado, que la misión de la Iglesia es puramente temporal. No hay gracia de Dios, quizá no ni siquiera crean que existe el alma. Así,  la bendición no es más que un signo mundano para que los sujetos se sientan bien y para señalar a “la sociedad” que la institución (en minúscula), aprueba de su compromiso y forma de vida y les desea parabienes. No sé si creen que Dios existe, o si sólo creen que está muy lejos y no interviene en las cosas de la tierra. No me extrañaría que en el fondo consideraran a Cristo simplemente como un guía espiritual, un filósofo y buen hombre. Desde luego actúan como si así fuera.

Y también queda patente que la mala catequesis, que ha dado lugar a un bochornoso desconocimiento de los fundamentos de la Doctrina Católica, no es algo que sufren sólo los laicos. Muchos sacerdotes y obispos parecen desconocer –o despreciar– lo más básico del Catecismo de la Iglesia Católica.

Lo único que se me ocurre es pedir que roguemos por el Papa y la Iglesia. Como dice la epístola de Santiago, “mucho puede la oración intensa del justo”. A mí no se me puede considerar justo, pero mi oración intensa, que no falte.

domingo, 31 de enero de 2021

Indiferencia: el camino hacia el ateísmo

David Wood era de joven un ateo convencido. No era un estúpido y llegó a la lógica conclusión que si Dios no existía, tampoco existían ni el bien ni el mal. Eso le llevó a una vida en la que no hacía más que entrar y salir de cárceles y sanatorios. Hasta que tuvo un compañero de celda que era cristiano profundo y que supo responder a sus burlas al cristianismo. Eso le picó y se puso a estudiar la Biblia para poder reventar las convicciones de ese cristiano tozudo. Lo que pasó es que cuanto más estudiaba la Biblia, más convencido quedaba de que Dios sí existía. Eso le cambió la vida. Ahora es un apologista cristiano. Lo cuenta con mucho más detalle en su video (en inglés) Why I am a Christian 

Otro caso de conversión es el de María Arratíbel, que explica en la película-documental Converso. Ella, que se proclamaba atea, recibe una revelación y comenta que si antes ella creía que Dios no existía y ahora sabe que existe, su vida tiene que cambiar, no puede ser la misma.

Ahora, al menos en el mundo occidental, casi todo el mundo parece ser ateo. Pero no vemos apenas gente del estilo del joven Wood, convencida de la inexistencia del mal. Más bien vemos lo contrario al caso de Arratíbel, gente que al no notar la influencia de Dios en su vida, llega a la conclusión de que Dios no existe. Más que ateos, en el fondo ni siquiera se plantean seriamente la existencia de Dios. Son indiferentes.

Hace unos meses me puse a pensar cómo plantear el cristianismo a un indiferente. No es convencerles de una manera u otra de la existencia de Dios, pues les da igual. Te pueden contestar, “Vale, te acepto que Dios existe. ¿Y qué?”. Tampoco es convencerles de la superioridad de la moral cristiana a la secular, pues eso sería convertir el cristianismo en otra filosofía, rebajar el cristianismo a parte del Mundo. Y te puede preguntar, además, que dónde está esa moral tan superior, que él no ve que los cristianos la practiquen.

Después de dar vueltas y vueltas llegué a la conclusión que la única diferencia fundamental entre ser ateo o ser creyente es la salvación del alma. Si no crees que tienes un alma que puede salvarse o condenarse para toda la eternidad, y que si no luchas cada día para mantenerte en el camino hacia Dios la pones en grave peligro, entonces, no tienes ningún motivo esencial para creer en Dios, acercarte a los sacramentos y vivir el cristianismo. Naturalmente, este es el punto de llegada, no la manera cómo convencer a alguien para hacerse católico, o al menos cristiano. ¿Y cómo se empieza, cómo se aborda a un ateo? Ese es otra pregunta para la que no tengo respuesta.

Pero me di cuenta inmediatamente de que no hablar de la salvación, del pecado y del infierno ayuda a crear indiferentes. La idea que tantas veces oigo, sobre todo en los funerales, de que todos estamos salvados, ayuda a crear indiferentes. Si no se nos empuja hacia la Eucaristía, la confesión y los sacramentos como camino de salvación de nuestras almas, como una manera de evitar el infierno, se nos empuja hacia la indiferencia. Abandonar el concepto del santo temor de Dios nos empuja a la indiferencia. Y la indiferencia es el camino del ateísmo.

Intentar mover a la gente principalmente por miedo es una mala idea. Pero el miedo es un motor poderoso y eliminarlo lleva a reducir el catolicismo a una religión ñoña e inefectiva. El querer presentar el catolicismo como una religión de amistad y de concordia, en el que todos somos amables y aceptamos todo, en el que nunca nos enfadamos con nadie, en el que no se juzga ni a las personas ni a los actos que cometen, en el que todos nos vamos a salvar porque Dios es muy bueno, no lleva al cielo, sino que promueve la indiferencia. Y la indiferencia nos lleva al ateísmo y a esta sociedad material y mundana en el que vivimos.

Dios es amor, pero no es amable.  Dios te quiere perfecto y no como eres.  Dios te ha abierto el cielo, pero el infierno existe y está habitado. Ocultar estas, y otras, verdades desagradables ni hace atractivo el catolicismo, ni ayuda a la gente a creer en Dios. Todo lo contrario: hace a la gente indiferente y la aleja de Dios y del camino de la salvación. Cuanto antes nos demos cuenta de ello, mejor.