lunes, 22 de junio de 2020

Problemas y síntomas, o el nefasto activismo

Yo soy profesor de universidad, y en muchas reuniones se abordan cuestiones como la baja tasa de aprobados en primero. El objetivo es buscar soluciones a este “problema”. Y cada vez –mis colegas deben estar ya hartos de oírme– indico que la baja tasa de aprobados no es el problema, sino que es un síntoma. Si fuera el problema, con dar un aprobado general, lo tendríamos resuelto. Y como, obviamente, dar un aprobado general no es una solución, la tasa de aprobados no es el problema. Si queremos aumentar la tasas de aprobados debemos primero identificar cuál es el problema y después intentar resolverlo. Si no, es dar palos de ciego. Y los palos de ciego sirven de poco, pues llevamos años probando soluciones sin éxito. Nadie niega que lo que digo tiene sentido, pero antes de acabar la reunión ya han propuesto otro palo de ciego en vez de intentar averiguar el verdadero problema.

¿Por qué esta forma de actuar? Se me ocurren varios motivos. Un primer motivo es que no sabemos qué hacer para identificar el problema. Los problemas sociales no son simples y haría falta trabajo, tiempo y dinero que no tenemos. Hay otros motivos, pero después llega el que creo más interesante: el activismo, el “tenemos que hacer algo”. Y ese algo tiene que ser algo que podamos mostrar: intentar determinar cuál es el problema no sería “hacer algo”.  No es que no se quiera resolver el problema, pero la apariencia de actividad es más importante que la eficacia de la solución. 

Este es un desorden de nuestra sociedad: meditar, pensar, reflexionar no están bien vistos, lo consideran inmovilismo. Si no hay acción, no hay un plan, no hay medidas o decretos, no hay nada. 

Como contraste tenemos la virtud cardinal de la prudencia. Es la primera y principal virtud cardinal: las demás se apoyan en ella. La prudencia no significa alejarse del peligro: eso es pusilanimidad. Tampoco significa lanzarse al peligro sin pensar: eso es ser temerario. La prudencia exige estudiar a fondo el problema o la situación, tomar la decisión de qué es lo mejor y después hacerlo. La prudencia exige acción, pero sólo después de tener claro cuál es el problema y qué es lo que hay que hacer.

Desgraciadamente en la Iglesia no sigue su propia sabiduría, dan la espalda a esta virtud cardinal y vemos los mismos defectos que veo en mi universidad: el nefasto activismo. Una analogía al problema de los suspensos de primero es la poca gente que va a misa. Poca gente va a misa, ¿cómo resolvemos este problema? Y otra vez, no es un problema, es un síntoma. El problema es otro. Pero no nos planteamos eso sino que buscamos “soluciones”, porque hay que hacer algo. Por ejemplo, misas-espectáculo por Navidad, para que vengan los padres a ver a sus niños y se llene el templo, o coros y guitarras u homilías poco controvertidas.

Por suerte, a diferencia de los suspensos de primero en la universidad, sabemos perfectamente cuál es el problema: nos hemos alejado de Dios. Pero si en vez de buscar volver a Dios, buscamos ser “activos”, llegamos a las soluciones indicadas, que no hacen nada por acercarnos a Dios. Más bien todo lo contrario. Y vemos templos cada vez más vacíos.

No es fácil saber en qué nos hemos alejado de Dios, pero no importa, en las Escrituras hay muchos ejemplos y el camino de conversión es siempre el mismo: arrepentimiento, oración, ayuno, mortificación. Pero no es el camino que se sigue, porque no es actividad, no da lugar a una mejora medible, a unas estadísticas que podamos enseñar. En serio: me he encontrado con algún sacerdote que cree que rezar no es hacer nada.

Consideremos el Domund, el día de Seminario o cualquier otro día en el que queremos trabajar en la “solución de un problema”. Lo que hacemos ahora es lo siguiente: la semana anterior te dirán que la semana que viene es el día en cuestión, después en la misa se recordará al inicio que tenemos una intención especial, en la homilía se le dedicarán unos minutos, en las peticiones se hará una o dos preces específicas, se recordará antes de la colecta que se recoge el dinero para esa intención y a la semana siguiente te dirán cuánto se ha recogido en la colecta. Incluso cuando se hace un ayuno, como el día del ayuno voluntario en la campaña contra el hambre, se conecta el ayuno con la colecta, recomendando que des lo que te ahorres de comida. Lo que queda al final en la mente del fiel es la colecta y poco más. Es una visión materialista de los problemas, que no los resuelven, pues se quedan en los síntomas.

¿Cómo me gustaría que se hiciera? Se expone el problema como un problema espiritual, de alejamiento de Dios, de pecado. Y de pecado nuestro, no de los demás: tú tienes que rezar, ayunar y arrepentirte de tus pecados. Se puede empezar con antelación con una novena. Llegado el día, se dedica todo el fin de semana, y no sólo la misa, a la intención. El sábado es día de ayuno y hay una exposición del Santísimo desde las 9:00 a las 21:00, con sacerdotes confesando (no olvidemos la parte de conversión y arrepentimiento). Durante estas 12 horas hay tiempo de sobra para hacer meditaciones orientadas a la cuestión, oraciones, peticiones, etc. El domingo se acaba con una misa solemne de petición y acción de gracias. Y sí, hay una colecta especial, pero el objeto de la colecta es de desprendimiento, de ofrenda, de limosna penitencial, no de mera recogida de fondos. Imaginaos la fuerza de una actuación así de una comunidad. Y el mensaje que daría, tanto dentro de la Iglesia como a los de fuera.

No conozco ninguna parroquia que tenga un programa de actuación como este. Me imagino que incluso dentro de círculos diocesanos si un párroco indica que para el Domund va a hacer un día de Exposición del Santísimo, oración, ayuno y conversión le mirarán con cara rara y le recordarán que está muy bien, pero que no se olvide de hacer algo útil. 

Y aunque lo ideal es que se hiciera en comunidad, desde la institución, lo bueno es que no es necesario que lo convoque nadie: no necesitas permiso para rezar la novena, hacer una jornada de oración, ayuno y conversión para cualquier intención que quieras. Puedes hacerlo tranquilamente en tu casa. Así que, si te parece bien esta idea, no esperes a la parroquia o a la diócesis. Ya sabes lo que tienes que hacer.
 

domingo, 14 de junio de 2020

¿Cómo sé si voy por el buen camino?

Hace unos días vi un tweet de @Manoletinaiole haciéndose una pregunta que yo me he hecho muchas veces: ¿Cómo puede ser que una persona piadosa, que va a Adoración, reza el rosario diariamente, considere adecuadas, o incluso admirables, ciertas actitudes o acciones poco cristianas? 

Posiblemente lo más sano es primero darle la vuelta a la observación: si yo pienso eso de otros, seguramente hay otros que piensan lo mismo de mí. Luego me replanteo la pregunta: ¿es posible que a pesar de ir a misa frecuentemente, a Adoración, rezar el rosario diariamente, etc no esté yendo por el camino que lleva a la Salvación? Y no me refiero a caer por debilidad. Eso lo hacemos todos y lo seguiremos haciendo. Me refiero a ir voluntariamente, esforzándome, por un camino que no es el estrecho camino del Cielo.

Está claro que esto es posible. Jesucristo mismo trató este tema, por ejemplo en la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18, 9–14): ambos rezaban, pero sólo uno quedó justificado. O en ese fragmento que me hace temblar,  cuando habla de los que le preguntarán “ Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre y en tu nombre no expulsamos demonios?” y les responderá “¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!” (Mt 7, 21–23)  Es decir, es fácil ensañarnos a nosotros mismos. ¿Qué podemos hacer?

Este mismo pasaje nos da una pista: “No todo el que diga Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial.” El origen del engaño es sustituir la voluntad del Padre por la nuestra. No basta con rezar: podemos hacer lo del fariseo y rezar con vanidad, para dar gracias de lo buenísimos que somos. Rezar sin provecho. Algunas sugerencias: en el Padre Nuestro debemos dedicar especial énfasis a la frase “Hágase tu voluntad así en el tierra como en el Cielo”. O podemos rezar alguna vez la oración de Carlos de Foucauld, Padre, me pongo en tus manos. También podemos, con un ejercicio, ir comprobando si estamos haciendo nuestra voluntad o la del Padre

Otra manera para asegurarnos que estamos en el buen camino, y para redirigir nuestros pasos si no lo estamos, es conocer y seguir la doctrina de la Iglesia Católica. Sí, eso tan contrario a los dictados del Mundo. Seguir la Doctrina es ser obedientes con la Iglesia, y eso es ser obedientes a Dios. Tengo una amiga, de misa frecuente, que está “casada” con otra mujer. Y muy a gusto. También conozco a proabortistas que van frecuentemente a misa. Si estás tan en contra de cuestiones fundamentales de la Doctrina, te has desviado del camino de la Salvación a pesar de toda tu piedad.

El documento principal para conocer la Doctrina es el Catecismo de la Iglesia Católica. Es un libro muy gordo, un “tocho”, quizá no lo más adecuado como punto de partida. Yo sólo lo uso para profundizar en cuestiones concretas. Un punto de entrada mejor es el Compendio del Catecismo, más corto, simple y al alcance de todos. O si eres más tradicional y te gusta el método pedagógico de preguntas y respuestas, está el Catecismo de S. Pío X, o los que estudiaban nuestros padres: el Astete, el Ripalda o los catecismos nacionales (los quitaron cuando era niño y no llegué a estudiarlos).  Seguir la Doctrina, toda la Doctrina, es duro, pero seguro.

Una tercera comprobación me la dio mi director espiritual: vas por el buen camino si estás aumentando en virtud. Si no lo estás haciendo, no vas bien. El método que uso yo, y me da buen resultado, es mantener un cuaderno donde escribo los resultados de mis exámenes de conciencia. Porque tienes que hacer examen de conciencia frecuente, idealmente diario. Este cuaderno es la base de mi preparación para la confesión. Y al repasarlo vas viendo tu evolución: los pecados que cometías y ya no cometes, los pecados que ahora ves y que ante no veías, lo que te preocupaba hace años y lo que te preocupa ahora. Con este cuaderno me es fácil ver si estoy aumentando en virtud o no y cómo está entrando Dios en mi vida.

Es necesario rezar, ir a misa, confesarse frecuentemente. Pero puede no bastar: nos podemos estar engañando y y estarnos esforzando para seguir un camino que no lleva al Cielo. Buscando la voluntad del Padre, conociendo la Doctrina de la Iglesia y estudiando si vas aumentando en virtud a través del examen de conciencia diario (y un cuaderno), te ayudará a coger buen rumbo. Y saberlo.

lunes, 1 de junio de 2020

Pentecostés, o solos no podemos nada

Ayer fue Pentecostés. Hace años, un día de Pentecostés me di cuenta de una cosa. Los apóstoles, y especialmente Pedro, Santiago el Mayor y Juan, habían estado con Jesucristo desde el principio; habían recibido enseñanzas directamente de Él, algunas específicas para ellos; habían visto muchos milagros, como las dos multiplicaciones de los panes, incluso habían hecho milagros ellos mismos; habían visto la resurrección de la hija de Jairo y de Lázaro; habían estado presentes en la Transfiguración; habían visto a Jesucristo resucitado y le habían visto ascender a los cielos; le habían oído decir que no tuvieran miedo pues estaría con ellos hasta el fin de los tiempos… y a pesar de todo esto, estaban en el Cenáculo encerrados, asustados. Pero en cuanto se llenaron del Espíritu Santo, se acabó el miedo, abrieron las puertas y salieron a predicar, convirtiendo a unos 3000 en poco tiempo.

Yo saco de esto que no importa lo que hayas visto, no importa lo que hayas leído y entendido, no importa lo que hayas experimentado, sin la fuerza del Espíritu, no puedes nada. Esto no quiere decir que no haya que estudiar, leer y meditar las Escrituras, empaparse de la doctrina Católica, rezar mucho. El Espíritu se valdrá de todo esto. Pero si creemos que a base de estudiar y meditar vamos a conseguir algo –que, por cierto, es la base de la herejía del pelagianismo– estamos bien equivocados. Nada hay que podamos conseguir sólo con nuestras fuerzas.

Es interesante ver que en la constitución dogmática Dei Verbum, del Vaticano II, recoge esta idea:
La Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo, bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.» (DV 10, §3)
Es decir, sin la acción del Espíritu Santo, la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia son meras palabras sabias, que no nos hacen llegar muy lejos. La Biblia, tomado únicamente como un antiguo libro de sabiduría popular, o las enseñanzas de un gran hombre, no nos llevan a la salvación. El Cristianismo, tomado como una filosofía, una forma de vida, unos dictados morales interesantes, no nos llevan a la salvación. Sin comprometernos con el misterio, con lo sagrado, con la presencia real de Cristo en el Eucaristía, con la Cruz, no daremos sino unos pocos pasos. Y pequeños.

Es por eso que perturba tanto ver que casi nadie va al Sagrario a saludar a Cristo al entrar a la iglesia, la falta de confesiones, la falta de respeto al ir a comulgar –empezando por los que van a comulgar sin pensar siquiera si están en gracia de Dios o no–, la idea generalizada de que ir a misa está bien, pero que tampoco pasa nada si no vas, la idea “moderna” que la meditación tipo oriental es mejor que el rosario. Todo esto, que lleva muchos años cociéndose, ha dado lugar a lo que hemos visto en estos meses pasados: supermercados abiertos e iglesias cerradas.

En muchos aspectos la Iglesia se ha convertido en una institución mundana: los estados han decidido cuándo se abren, cuándo se cierran, cuánta gente puede ir. Que el estado lo intente, lo entiendo, pero que las jerarquías eclesiásticas lo acepten, no. ¿Dónde está el Espíritu? ¿Cómo es que le hemos dado la espalda?

Tenemos que volver al Cenáculo, estar allí en ayuno y oración y abrir nuestras almas para que el Espíritu Santo vuelva a ellas. Cuando eso suceda saldremos sin miedo y convertiremos al mundo. Otra vez.