domingo, 23 de junio de 2019

Reflexión 7: Ofreciendo la otra mejilla

Esta mañana, no sé por qué, me he puesto a reflexionar sobre qué quería decirnos Jesús con eso de ofrecer la otra mejilla.

Una primera interpretación es que nos está pidiendo que nos dejemos pegar, que no nos enfrentemos al violento. No puedo aceptar que sea esto. No puede pedirnos que seamos pusilánimes y no nos enfrentemos al mal, que lo dejemos correr libremente, que dejemos que se envalentone. No puede ser esto.

Una segunda interpretación es que seas miedoso: no te opongas y a lo mejor sólo te llevas una segunda bofetada. Porque si te opones, a lo mejor la paliza es mayor. Otra vez, no puede ser esto.

Una tercera interpretación es que seas más fuerte, tan fuerte, que en vez de enfrentarte y vencerle, te dejas pegar. Suena un poco mejor, pero tampoco acababa de ser satisfactorio del todo:¿Por qué dejarte pegar es ser más fuerte?

La cuarta (y última) interpretación que se me ocurrió es una evolución de esta tercera: Sé más fuerte que él. No físicamente más fuerte, sino más fuerte en el amor. Ama al que te pega y, por amor, déjate pegar. Tú no quieres vencer a la persona, quieres vencer a su mal, y lo vas a vencer con abundancia de bien. Déjate pegar y abrázale después.

¿Qué se deduce de esta reflexión? Pues que dejarse pegar por pusilanimidad o por miedo no es bueno.   Hay que enfrentarse al mal. Si sólo lo podemos hacer con fuerza, confrontándonos a él, pues sea, pero debemos tratar de hacerlo con amor, dejándonos pegar otra vez si es necesario.

Estos últimos días he estado ocupado en la organización de un evento y he intercambiado muchos correos electrónicos sobre cuestiones en los que había discrepancias. Y algunas veces me han “pegado” en alguno. Mi primera reacción era responderles «como se merecían». Incluso tenía el correo escrito, pero lo he borrado y he escrito otro en el cual me disculpaba y me atribuía culpas, por ejemplo responsabilizándome del exabrupto del otro. Podemos decir que ofrecía la otra mejilla. Los resultado han sido muy buenos. Cierto que no me he enfrentado con enemigos, ni con gente que me quería mal, sino sólo con gente que tenía  visiones diferentes o intereses propios a defender. Pero me he dado cuenta, que siendo débil, he sido fuerte.

Para acabar, una anécdota de S. Felipe Neri. Él recogía a niños que estaban en la miseria y les daba un hogar y les educaba. Solía pedir a los ricos de Roma para tener con qué cuidar a sus niños. Una vez, tras pedir a un rico, este le dio una bofetada. S. Felipe le respondió sonriendo “Esto es para mí y os lo agradezco. Ahora dadme algo para mis chicos”.


martes, 18 de junio de 2019

Cómo no argumentar con el Mundo

Desde siempre la vida es una batalla espiritual, en la que luchamos contra el Mundo. Ese Mundo del que Jesucristo habla en Jn 15, ese Mundo que odia a Jesucristo y sus discípulos, del cual no somos parte y cuyo príncipe es Satanás. Ese Mundo intenta convencerte de sus argumentos y tiene una forma de presentarlos y de empezar la discusión que hace fácil que caigas en sus garras, incluso si crees que les estás rebatiendo. No es que acabes dándoles la razón, es que acabas enredado en su forma de pensar y de comportarse. Yo caigo siempre y por eso rehuyo discutir con ellos. Pero hoy, meditando sobre esto, me he dado cuenta de cuál es mi error. Veamos un ejemplo.
«Supón que aterriza una nave espacial y sale de ella una extraterrestre sexy y guapísima y quiere acostarse contigo. En cuanto acabe, volverá a su nave y se marchará para siempre. ¿Lo harías?»
Este es un dilema moral clásico que he visto planteado por ahí. Posibles respuestas para decir que no lo harías son «Seguro que no es tan guapa», «Siempre acaba apareciendo alguien y se acaba sabiendo», «¿Y si vuelve?», «No creo que se pueda tener relaciones sexuales con una extraterrestre», «Me daría asco», etc. Si das cualquiera de estas respuestas, puedes creer que te estás oponiendo al Mundo, pero en realidad ya has caído en sus garras, pues estás aceptando que la belleza y las consecuencias son cuestiones a considerar en la cuestión de acostarte o no con una mujer. E implícitamente estás aceptando que si es lo suficientemente bella y las consecuencias son lo suficientemente llevaderas o improbables, te acostarías con una desconocida. Has perdido la discusión en la primera frase y ya no hay recuperación.

Lo que me he dado cuenta hoy es que caer en la trampa es inevitable si aceptas el planteamiento que te proponen. Astuta y malévolamente te han puesto delante la belleza y las consecuencias para que ataques esas premisas. Que es precisamente lo que quieren. Fijaos en cómo han conseguido que se acepte el aborto. Primero plantearon el aborto en casos extremos: violación, deformaciones del feto o peligro para la salud de la madre. Me acuerdo perfectamente a mi profesor de religión, el P. Fermín, diciéndonos que el aborto en estos casos está mal, pero no tan mal como en otros. Ya había perdido la batalla. Porque la discusión ya no era si el aborto es moralmente bueno o malo, sino bajo qué condiciones es deplorable pero aceptable. Y a partir de aquí, todo es fácil para el Mundo: el aborto es aceptado y sólo es cuestión de ir modificando poco a poco las condiciones y los plazos, hasta llegar al aborto libre, gratuito y hasta el momento del nacimiento. O incluso más allá, pues ya hay quien plantea el aborto post-parto, es decir, el asesinato de niños ya nacidos. Sólo bajo ciertas condiciones extremas, por supuesto.

¿Entonces qué se debe hacer? No tengo experiencia, sólo la revelación de hoy. Lo fundamental es darse cuenta que su objetivo no es llegar a la conclusión que ellos quieren –eso no les importa– sino aceptar implícitamente sus premisas. Hay que saltarse sus planteamientos e ir directamente a la situación moral absoluta: «No se debe uno acostar con una mujer que no sea tu esposa bajo ningunas circunstancias». Incluso negarse a discutir el tema es mejor que hacerlo bajo sus términos.
Pero aunque se sepa cómo es, salir de su trampa no es nada fácil, porque estamos acostumbrados –más bien condicionados– a rebatir los planteamientos que nos dan, para no ser tachados de intolerantes o dogmáticos y además las condiciones están escogidas para que puedas rebatirlas. Te ponen el cebo delante y es muy difícil no morder. Es un reflejo que nos es muy difícil perder.

Se me ocurren dos soluciones. Para perder un reflejo hay que practicar y practicar. En este caso practicar en replantear el problema en un marco moral y en términos absolutos. Algo así como «Tú estás planteando si es moralmente lícito tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Podemos estudiarlo.» Y durante la argumentación nunca entrar en casos, sino en absolutos. Esto exige una capacidad de abstracción que no en general no tenemos, pero que se puede adquirir.

La segunda solución es más divertida: consiste en cambiar el dilema a algo que les moleste. Se puede empezar indicando que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son inmorales siempre, pero si insisten se les puede preguntar «Entonces, dime, ¿bajo qué condiciones es lícito devolver a su país a los inmigrantes ilegales?» o «¿Cuáles crees tú que son las condiciones que hacen lícito contratar a alguien por menos que el salario mínimo?» Y pincharles para que te contesten. Quizá no consigas que den una respuesta, pero sí conseguirás que te dejen en paz.

Y con suerte también conseguirás que te odien. Se esto pasa, recuerda que «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí.  Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia.» (Jn 15, 18-19)




sábado, 8 de junio de 2019

¿Dios te quiere como eres?

En los últimos años he oído a menudo la frase “Dios te ha hecho así y te quiere como eres”, generalmente relacionado con la homosexualidad. A primera vista parece difícil ir contra esta frase, pero, si reflexionamos un poco, vemos que todo depende de la interpretación que demos al verbo ser.

Dios Padre me ha creado. Él solo. Nada de lo que es mi ser ha sido creado por nadie más: Dios me ha hecho. Además, me ha hecho único. Me ha dado una esencia que no comparto con nadie: hay un papel en la Tierra –y un lugar en el cielo– sólo para mí. Si no hago mi papel, se va a quedar sin hacer; si no voy al cielo, ese hueco se quedará vacío para la eternidad. Por lo tanto Dios me ha hecho como soy, en el sentido que me ha dado una esencia, y me quiere precisamente con esa esencia.

Pero el verbo ser tiene muchas acepciones no relacionados con la esencia del hombre y no todo lo que “soy” es obra de Dios. Por ejemplo, puede referirse a una cuestión temporal. No tiene sentido decir “Dios me ha hecho joven y me quiere así”. O a una profesión, y aunque diga “soy funcionario”, eso no me define, especialmente si estoy contando los días para la jubilación y poder dejar de “ser” funcionario.

Y otros usos del verbo indican atributos que son contrarios al deseo de Dios. Por ejemplo, soy pecador. Inevitablemente pecador. Pero Dios no me ha hecho pecador y no me quiere pecador. Más bien lo contrario: quiere que deje de serlo.

Imaginemos que un hombre va a un sacerdote y le dice que es un asesino. Que siente deseos profundos, íntimos e irreprimibles de matar y a veces sucumbe y mata. Estoy seguro que no le diría “Dios te ha hecho así y te quiere como eres”. Entonces, si les viene un homosexual, ¿por qué sé se lo dicen? Sí, lo sé, el asesinato y la homosexualidad no es lo mismo. Pero ambos son pecados graves. La homosexualidad –Catecismo de la Iglesia Católica número 2358– es una inclinación “objetivamente desordenada”.  Es un error grave decirles que “Dios los ha hecho así”: Dios no les puede haber dado una inclinación objetivamente desordenada, luego no los ha hecho homosexuales. Y, aunque les quiere en su esencia, no les quiere homosexuales.

Esto también quiere decir que, aunque la homosexualidad es una depravación,  el homosexual en esencia es una criatura de Dios, y por lo tanto no es en esencia depravado. Es una persona que vive un infierno, aunque quizá no lo sepa.  A los homosexuales, como a todos los pecadores,  hay que acogerles y ayudarles a salir de ese infierno en el que están metidos. Pero eso no se consigue haciéndoles creer que “son así” y que todo va bien. Eso es precisamente lo que quiere el Mundo (y me refiero al Mundo del que Satanás es príncipe): que sigan donde están. Por eso alaba la homosexualidad y la hace ver como una “opción” que poder escoger libremente, es más, una opción moderna, superior. 

La Iglesia debe ayudarles a salir del infierno. En este sentido ha sido famoso el reciente discurso de Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá. Y muy ilustrativo cómo se ha revuelto el Mundo contra él. Y hay programas muy santos, como Courage, que desde hace años ayuda a los que sienten atracción hacia los del mismo sexo y les ayuda a ser fieles seguidores de Cristo, precisamente diciéndoles que que la homosexualidad no es parte de su esencia y que Dios les ayudará a combatirla.

Es más, como también dice el Catecismo de la Iglesia Católica, los homosexuales pueden “unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” Y esto puede ser para ellos el camino a la santidad.