domingo, 30 de enero de 2022

¿De quién es la Misa?

Recientemente nos ha llegado a nuestra Unidad de Pastoral (una manera como otra cualquiera de convertir 6 parroquias en una) un nuevo sacerdote, el Padre Antonio. Es peruano y se ha quedado bastante sorprendido ante la forma, digamos laxa, en la que celebramos la liturgia. Un ejemplo: en nuestra parroquia se tiene la idea de que la respuesta al salmo debe ser cantada, y si no se sabe cantar la respuesta correspondiente al salmo del día, pues se canta otra respuesta (parecida si se puede, y si no, pues genérica). En las misas que él celebra ha puesto fin a esta práctica: si se sabe cantar la respuesta, se canta; si no, se recita. Pero de ninguna manera se usa una respuesta diferente de la que toca. Y así a muchas otras prácticas, a veces incluso parando la misa para corregirnos. 

Hace unos días estuve hablando con “su sacristana” sobre las “rarezas” del P. Antonio, sobre si hacía bien en ser tan riguroso o si era un tiquismiquis. Y esto me llevó a pensar más en general sobre la misa, sobre si era importante o no ser estricto. Llegué a la conclusión que todo depende en lo que es la misa, o de quién y para quién es la misa.

¿Qué es la misa? Creo que si preguntáramos a la mayoría de los asistentes habituales, no sabrían dar una respuesta clara. A veces te dicen que es “la asamblea de los fieles”; otras, que es  “compartir el pan” (variante:  “una cena compartida”). Y aunque ambas cosas son ciertas, la esencia de la misa no es ninguna de las dos. Si vamos al Catecismo que yo estudié de pequeño (Catecismo Nacional, Primer Grado), lo define claramente (pregunta 97): 

¿Qué es la Santa Misa? La Santa Misa es el sacrificio del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que se ofrece a Dios por ministerio del sacerdote en memoria y renovación del sacrificio de la Cruz.

Si vamos al Catecismo actual, la definición es más difícil de encontrar. Yo creo que debería estar al inicio de la sección de sacramento de la Eucaristía (1322 y ss.), pero allí no está.  Tenemos que bajar hasta el número 1382, donde dice:

1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

Es decir, no es que nosotros decidamos reunirnos para tener un recuerdo de lo que pasó en la Pascua de hace 2000 años, y de paso compartamos la Eucaristía, sino que es Cristo el que vuelve a sacrificarse en la Cruz por nosotros y nos da su Cuerpo como alimento, y nosotros podemos asistir a este milagro. Luego la Misa no es nuestra, sino de Él. Y está ordenada y recogida desde siempre por su Esposa, la Iglesia. Tan desde siempre, que la primera descripción que tenemos de la Misa, escrita por S. Justino hacia el año 155 DC, es marcadamente similar a la Misa actual (pueden leer esta descripción en el número 1345 del Catecismo). Llevamos 2000 años celebrando el Santo Sacrificio de la Misa de esencialmente la misma manera.

Como he dicho, es la Iglesia la que ordena y recoge cómo debe celebrase la Misa. Lo hace a través del Misal Romano y la Instrucción General del Misal. Es una exposición detallada de cada oración y cada gesto (Misal) y de los motivos y fundamentos (Instrucción General) de nuestra Misa. Y es lo que debemos seguir con rigurosa devoción, tal y como se indicó en el Concilio Vaticano II (Sacrosantum Concilium, núm. 22.3): “Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia.”

¿Pero es eso tan importante? ¡Qué más da si un sacerdote o una parroquia tiene su forma propia de hacer las cosas! Y a primera vista podría parecer que es ser inflexible exigir que todos sigan estrictamente el mismo libro. Pero llevo años observando las consecuencias de esta dejadez, y son graves.

Una primera consecuencia es que el fiel no sabe qué hacer en Misa. Por ejemplo, durante el ofertorio, ¿cuándo hay que ponerse en pie? Según el Misal Romano es cuándo el celebrante dice “Orad, hermanos, para que este sacrificio…”. Pero la gente, al menos aquí en Mallorca, en muchas iglesias se ha cogido la costumbre de hacerlo un poco más tarde, cuando el celebrante dice “El Señor esté con vosotros”… “Levantemos el corazón”.  O algunos recitan con el celebrante el “Por Cristo con Él y en Él…” mientras que otros, correctamente, no lo recitan. Y he de decir que buena parte de la culpa la tienen los sacerdotes. En mi parroquia un domingo el celebrante riñó a los fieles que recitaron el “por Cristo…”, y el domingo siguiente otro sacerdote distinto nos riñó porque no lo recitamos. Ante esta situación, la confusión de los fieles está casi garantizada.

Una segunda consecuencia es que ante esta situación los fieles, inconscientemente, llegan a la conclusión que esto de la Misa es algo misterioso que no hay forma de aprender. Lo que no ayuda a entrar y participar plenamente en la celebración, sino más bien te hace quedar como espectador. 

Hace unos días alguien dejó en la entrada de nuestra parroquia un misal de los años 1940, de la misa tridentina. Antes de entrar en la parte “práctica”, las respuestas de la Misa, había una sección de 3 ó 4 páginas en las que se describían las partes de la Misa, el motivo de cada una y se explicaba cómo todo encajaba en la liturgia. No he visto nada parecido para la Misa actual. Lo necesitamos.

Una tercera consecuencia es que los fieles llegan a la conclusión de que la Misa pertenece no a Dios, sino al celebrante o al pueblo. Ve que cada celebrante hace lo que quiere y concluye que tiene poder de rehacer la misa a su gusto. Y si el cura se lo monta a su manera, ¿por qué no yo? Y así me contó un matrimonio que a ellos les iba mal ir a Misa los fines de semana, y por lo tanto habían decidido ir los jueves. Total, van a Misa una vez por semana. ¿Qué más da el día? Y claro, aquí se pierde la importancia del domingo, el día que el Señor resucitó.

Y así llegamos a la cuarta consecuencia, la peor de todas: la Misa no es algo que proviene de Dios, sino que es algo creado por el hombre. Es una asamblea de fieles, una celebración comunitaria de la fracción del pan. En suma, una parte más de nuestra rutina de fin de semana. Lo sagrado se ha perdido. La presencia de Dios en nuestras vidas se desvanece. El Santo Sacrificio de la Cruz es algo que pasó y que vale la pena recordar, pero poco más.

No es que todo penda de que el celebrante siga a rajatabla el Misal Romano, pero es un clavo más en el ataúd. Nos falta formación, pero la laxitud en el seguimiento del Misal impide que entendamos lo que pasa durante la liturgia. Y esto hace que la Misa se convierta en una mera reunión de fieles y no un encuentro fundamental con Cristo. 

Hay un antiguo dicho latino: lex orandi, lex credendi, lex vivendi: así como oramos, así creemos, así vivimos.  La misa, que es nuestra oración fundamental, es de una laxitud preocupante. Y, desgraciadamente,  así es nuestra fe, y así nuestra vida.