jueves, 3 de noviembre de 2016

Primer viernes de mes

Pasado mañana es primer viernes de mes. Cuando yo era niño eso era algo muy importante: nos decían que ir a misa nueve primeros viernes de mes seguidos te aseguraba poder morir en gracia de Dios. Después fue perdiendo importancia. Cuando se acercaba el primer viernes ya no te lo recordaban y en la actualidad parece que se ha olvidado completamente o a lo más se considera una superstición anticuada buena sólo para beatas.

Hace algo más de un mes encontré un devocionario de mi abuelo. En él aparece la devoción de los nueve primeros viernes de mes junto con muchas otras: los siete domingos de S. José, los trece martes en honor de S. Antonio, la novena a S. Ignacio de Loyola, etc. Me entró la curiosidad y me puse a investigar esta devoción y en pensar si era lógico que fuera una mera superstición.

A primera vista tiene pinta de superstición: formalmente no se diferencia mucho, por ejemplo, echarse sal sobre el hombro izquierdo para no tener mala suerte con comulgar nueve primeros viernes para no condenarse. Pero si lo miramos más a fondo, vemos que sí que hay diferencia. Veamos 3 cosas: de dónde procede, qué te promete y quién te garantiza la promesa.

Empezamos con la superstición de echarse sal sobre el hombro. Procede de no se sabe dónde, de alguna acción sin fundamento que por lo que fuera se volvió popular. Según la fuente que encuentres, está relacionado con la brujería o con el demonio que te acecha por la espalda o no se sabe con qué. Te promete librarte de la mala suerte, algo inconcreto pero terrenal: gracias a la sal no se te caerá una piedra encima o no se te romperá el coche o no se retrasará tu avión. Y no hay ningún garante de la promesa: nadie sujeta la piedra para que no se caiga o arregla el coche o empuja el avión. Simplemente pasa.

En cambio sabemos perfectamente de dónde procede la promesa de los nueve primeros viernes de mes: de una aparición de nuestro Señor Jesucristo a Sta. Margarita María de Alacoque, una gran santa cuyo cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de Paray-le-Monial, Francia (por cierto, este fenómeno de los cuerpos incorruptos parece exclusivo de los santos católicos. Da que pensar). Y en contra de lo que los foráneos creen, la Iglesia no acepta las apariciones así como así. Esta es una aparición real y no alucinaciones de una mujer sobreexcitada. La promesa es concreta. Jesús le dijo a Sta. Margarita María:

"En el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento."

La promesa no es nada material ni terrestre. Prometió la oportunidad de la salvación eterna. Y está claro quién es el garante de la promesa: Jesús mismo.

La superstición de la sal, o cualquiera otra, y esta promesa son bien diferentes. Una es inconcreta en su origen y garantía y de alcance terreno, mientras que la otra es concreta, garantizada por el mismo Dios y de alcance divino.

Y si es así, ¿por qué los creyentes hemos apartado esta devoción y la tratamos como una superstición? Mi única explicación es que nos hemos vuelto terrenales y mundanos y hemos dado la espalda a lo sagrado y divino. Y si lo miramos con ojos terrenos, sólo vemos una superstición.

Gran lástima, porque esta promesa es un chollo. Pasado mañana iré a misa y comulgaré. Será mi segundo viernes seguido. Y con la ayuda de Dios llegaré a los nueve.