domingo, 23 de abril de 2017

¿La resurrección o el perdón de los pecados?

En esta octava de Pascua, al leer las lecturas de la misa del día y las de laudes y vísperas, me he dado cuenta que hay un concepto que sale más que la resurrección. Es el perdón de los pecados. Por ejemplo:

  • Domingo de Pascua. Lectura de laudes: «El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en Él, reciben por su nombre el perdón de los pecados». Lectura de vísperas: «Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio»
  • Martes de la octava de Pascua. Primera lectura: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados»
  • Miércoles: Lectura de laudes: «Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre»
  • Jueves. Primera lectura:  «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.» «Dios resucitó a su Siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros para que os traiga la bendición, apartándoos a cada uno de vuestras maldades.» Evangelio: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos.» Lectura de laudes: «Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.» Lectura de vísperas: «Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.»
  • Viernes. Lectura de laudes: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados.»

Y se podrían añadir las múltiples veces en los que se habla de la salvación, que es en el fondo el perdón de los pecados.

Ver tan resaltado el perdón de los pecados me ha hecho reflexionar toda la semana. He llegado a la conclusión que pensar en la resurrección como en “esto no se acaba aquí” –que es en el fondo creer en la resurrección del cuerpo, de la vida como la conozco– es una visión terrenal. La visión verdadera, la sagrada, es que la resurrección es la resurrección del alma y el alma no se muere porque el corazón deje de latir o el cerebro deje de pensar. El alma se muere por el pecado. Y por eso el perdón de los pecados es lo que te lleva a la resurrección del alma.

Siguiendo con este razonamiento, llegas a la conclusión que si pecas mucho y sin arrepentimiento el alma se puede morir incluso si el cuerpo sigue vivo. Me acuerdo de un texto, creo que de S. Luis Gonzaga, que iba por este camino: si pecas y pecas y pecas sin arrepentirte nunca de tus pecados, puedes llegar a matar tu alma para siempre.

Conclusión: con la resurrección Jesús abrió el camino a la salvación, que es el camino del perdón de los pecados. Pero ese camino lo tienes que recorrer. Tienes que lanzarte a la misericordia de Dios (otra cosa que  repiten machaconamente muchos santos), pedir perdón al Señor a todas horas, rezar mucho, confesarte frecuentemente, ir a misa al menos todos los Domingos, comulgar… Vamos, todas esas cosas que nos enseñaban cuando yo era pequeño (hace 50 años) y que, desgraciadamente, ya no se enseña.

Jesús nos ha salvado, pero no por ello la lucha espiritual ha terminado. Sigue y seguirá mientras el cuerpo aguante.



jueves, 13 de abril de 2017

Sufriendo divinamente

Del sufrimiento y de la muerte no se libra ni Dios

No,  no es una blasfemia. Es una afirmación factual: Dios sufrió y murió. Esta frase me vino a la cabeza hace muchos años, mientras oraba, y ha sido muy importante en mi vida de fe. Lo considero una (mini-muy-mini-)revelación divina.

Lo de que Dios murió lo sabemos todos. Mañana, Viernes Santo, lo celebraremos otra vez. Las consecuencias también deberían ser claras. Lo dijo muy claro S. Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?» (1 Cor, 15:55). Dios ha vencido a la muerte por nosotros. La muerte no es el final. No somos un conjunto de células que se van a dispersar y desaparecer. Somos inmortales.

Pero, y quizá esto no lo pensamos demasiado, las consecuencias de nuestros actos también permanecen para siempre. Lo de «comamos y bebamos que pronto moriremos» ya no parece una buena idea. Las consecuencias de mis excesos no desaparecen con la resaca. Ni siquiera con la muerte. Se quedarán conmigo para toda la eternidad. Antes de cada acto debería preguntarme si después de mi muerte quiero tenerlo en mi conciencia. Que voy a tener que responder de ello ante Dios. Desgraciadamente apenas lo hago.

Y después viene la parte del sufrimiento. El hecho que Cristo sufrió implica que el sufrimiento no es intrínsecamente malo. Es desagradable, claramente, puede ser malo, sí. Pero no es necesariamente malo. Sufrir no es algo que se deba evitar porque sí.

A veces debemos buscar sufrir. Me acuerdo a menudo de la celda de S. Pedro de Alcántara, en Arenas de S. Pedro. No sé si lo que vi fue su celda auténtica o una reproducción, pero era una celda diseñada para que no se estuviera cómodo ni sentado, ni tumbado, ni de pie. El Santo usaba la incomodidad, el sufrimiento, como camino de perfección. Es la misma idea de los ayunos y las mortificaciones: templar el cuerpo y el alma para dominarlas mejor y estar más en forma para la lucha espiritual. Poder hacer así el bien que quiero y no el mal que no quiero.

Otra consecuencia de mi (mini-muy-mini-)revelación divina fue darme cuenta que el sufrimiento nunca es un castigo. Es más bien una oportunidad de acercarme a Cristo y de unir mi sufrimiento al suyo. Los católicos anglosajones tiene el dicho «offer it up» («ofrécelo al cielo»): si sufres, ofrece tu sufrimiento, únelo al de Cristo, para el bien del mundo. Considérate un ayudante en la salvación del mundo.

No hay que buscar sufrir innecesariamente. Pero evitar el sufrimiento a toda costa te aleja de Dios. Si hay que sufrir, se sufre. Y se sufre divinamente.

Jueves Santo, 2017

miércoles, 5 de abril de 2017

¿Latín o lengua vernácula?

Hace cuatro años fui de vacaciones a Lourdes con mi familia. Íbamos a misa a la Gruta por las mañanas y a las procesiones de la tarde o la noche, además de visitas a las basílicas, vía crucis, etc. En Lourdes hay gente de todo el mundo. Hay sobre todo franceses, italianos, españoles y germanos (alemanes y holandeses). Y en las procesiones y actos se reza y canta en todos estos idiomas. Y en latín. Y me impactó notar que el volumen de los cantos y rezos en latín era claramente mayor al de cualquier otro idioma. Parecía que había más franceses o italianos que cantasen en latín que en su propio idioma. El latín nos unía.

Los que seguís mi otro blog, Oración de hoy, habréis notado que si existe, pongo el rezo en latín y en español. Todo viene de esos días. Aprendí el Padre Nuestro y el Ave María en latín, estoy aprendiéndome el Credo. Algunos días, durante el rezo de laudes o vísperas rezo el Benedictus o el Magnificat en latín. Y últimamente estoy yendo a una misa tridentina, también en latín. Para mis oraciones personales hablo con Dios en español, pero para las oraciones que hago con toda la Iglesia, estoy convencido que deben hacerse en latín.

El latín era (y supongo que aún es) el idioma de la Iglesia Católica y que usaban todos. Mi madre, mujer de pueblo que se casó sin el graduado escolar, aún se sabe de carrerilla la letanía del rosario que aprendió de niña (Mater Christi; ora pro nobis. Mater Eccleasiae; ora pro nobis…). Ahora dudo que los curas sepan ya latín. Un ejemplo: en la misa de la Fiesta de la Asunción de hace dos veranos nos pusimos todos a cantar la Salve en latín, excepto el párroco, que no se la sabía.

Tiene su lógica cambiar la liturgia y los rezos comunes a lengua vernácula: así sabes lo que dices y no se convierte en un conjuro mágico. También entiendes lo que dice el cura en misa y se convierte en algo en lo que puedes participar. No son malas razones, aunque son razones de corte terrenal y que no tienen mucho peso. Las oraciones son fijas y se puede leer la traducción en lengua vernácula. Incluso si no entendiera cada palabra del Padre Nuestro cuando lo rezo en latín, sé qué es lo que digo. Y en misa se siguen unas fórmulas concretas todas las semanas.  Estaban los misales con las traducciones y si estás interesado, a las pocas semanas sabes lo que dice el cura en cada momento. Y si no estás interesado, da igual en qué idioma lo diga, que no lo vas a seguir. Cuando estoy distraído (desgraciadamente demasiado a menudo), puedo seguir toda la misa y responder a todo sin dejar de pensar en lo que sea que esté interfiriendo con mi devoción.

Hay dos muy buenos motivos, de corte sagrado, para resucitar el latín como lenguaje común de la liturgia de la Iglesia Católica. Uno es de unidad de los católicos. Como vi en Lourdes, el latín une a la gente en una única Iglesia. Te sientes más cercano a los demás si puedes unirte a sus rezos. Necesitamos un idioma común y por tradición ha de ser el latín. Además, es el único idioma que, al no ser de nadie, es de todos.

El tener una misa en el que hubiera un esqueleto en latín ayudaría a que todos los católicos, no importa de dónde fuéramos nos sintiéramos más unidos. Turistas, inmigrantes, viajeros, tendríamos algo en común durante las celebraciones. Quizá baste con el Kyrie (Señor ten piedad), el Credo, el Sanctus, el Pater Noster, el Agnus Dei (Cordero de Dios) y alguna respuesta más. Además «Dóminus vobiscum; Et cum Spiritu tuo» es más bonito que «El Señor esté con vosotros; Y con tu espíritu». Y mucho más bonito que «The Lord be with you; And with your spirit». Y si además lo adornamos con cantos comunes, por ejemplo los de la Missa de Angelis, podríamos cantar juntos. El latín nos ayudaría a ser uno, como nos pidió Jesús.

El segundo motivo es más profundo e importante. El latín es el idioma de Dios. Cuando rezo la liturgia en latín yo salgo de mí y voy a Dios. Es un esfuerzo que hacemos todos para acercarnos a Dios. En cambio si rezo la liturgia en lengua vernácula, yo me quedo donde estoy y espero que Dios venga a mí.

Esto pensamiento me vino a la mente el domingo pasado, durante la misa tridentina. Al responder en latín me sentí movido hacia Dios, cercano al altar donde estaba Jesús presente. Quizá influya el que uses un idioma que sabes que Jesús oía. Por lo que sea, el salir de tu idioma y usar el de Dios cambia tu actitud. Lentamente, pero de una forma poderosa: tú importas menos; Dios importa más.

Para los momentos más personales de comunicación con Dios, es lógico usar el idioma en el que te sientes más cómodo. Pero para la liturgia, con oraciones fijas y en el que estamos todos unidos, el latín te identifica como católico y te une a la Iglesia, te aleja de ti y te acerca a Dios.