Dios Padre me ha creado. Él solo. Nada de lo que es mi ser ha sido creado por nadie más: Dios me ha hecho. Además, me ha hecho único. Me ha dado una esencia que no comparto con nadie: hay un papel en la Tierra –y un lugar en el cielo– sólo para mí. Si no hago mi papel, se va a quedar sin hacer; si no voy al cielo, ese hueco se quedará vacío para la eternidad. Por lo tanto Dios me ha hecho como soy, en el sentido que me ha dado una esencia, y me quiere precisamente con esa esencia.
Pero el verbo ser tiene muchas acepciones no relacionados con la esencia del hombre y no todo lo que “soy” es obra de Dios. Por ejemplo, puede referirse a una cuestión temporal. No tiene sentido decir “Dios me ha hecho joven y me quiere así”. O a una profesión, y aunque diga “soy funcionario”, eso no me define, especialmente si estoy contando los días para la jubilación y poder dejar de “ser” funcionario.
Y otros usos del verbo indican atributos que son contrarios al deseo de Dios. Por ejemplo, soy pecador. Inevitablemente pecador. Pero Dios no me ha hecho pecador y no me quiere pecador. Más bien lo contrario: quiere que deje de serlo.
Imaginemos que un hombre va a un sacerdote y le dice que es un asesino. Que siente deseos profundos, íntimos e irreprimibles de matar y a veces sucumbe y mata. Estoy seguro que no le diría “Dios te ha hecho así y te quiere como eres”. Entonces, si les viene un homosexual, ¿por qué sé se lo dicen? Sí, lo sé, el asesinato y la homosexualidad no es lo mismo. Pero ambos son pecados graves. La homosexualidad –Catecismo de la Iglesia Católica número 2358– es una inclinación “objetivamente desordenada”. Es un error grave decirles que “Dios los ha hecho así”: Dios no les puede haber dado una inclinación objetivamente desordenada, luego no los ha hecho homosexuales. Y, aunque les quiere en su esencia, no les quiere homosexuales.
Esto también quiere decir que, aunque la homosexualidad es una depravación, el homosexual en esencia es una criatura de Dios, y por lo tanto no es en esencia depravado. Es una persona que vive un infierno, aunque quizá no lo sepa. A los homosexuales, como a todos los pecadores, hay que acogerles y ayudarles a salir de ese infierno en el que están metidos. Pero eso no se consigue haciéndoles creer que “son así” y que todo va bien. Eso es precisamente lo que quiere el Mundo (y me refiero al Mundo del que Satanás es príncipe): que sigan donde están. Por eso alaba la homosexualidad y la hace ver como una “opción” que poder escoger libremente, es más, una opción moderna, superior.
La Iglesia debe ayudarles a salir del infierno. En este sentido ha sido famoso el reciente discurso de Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá. Y muy ilustrativo cómo se ha revuelto el Mundo contra él. Y hay programas muy santos, como Courage, que desde hace años ayuda a los que sienten atracción hacia los del mismo sexo y les ayuda a ser fieles seguidores de Cristo, precisamente diciéndoles que que la homosexualidad no es parte de su esencia y que Dios les ayudará a combatirla.
Es más, como también dice el Catecismo de la Iglesia Católica, los homosexuales pueden “unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” Y esto puede ser para ellos el camino a la santidad.
Es más, como también dice el Catecismo de la Iglesia Católica, los homosexuales pueden “unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” Y esto puede ser para ellos el camino a la santidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario