sábado, 11 de noviembre de 2017

Qué es (y no es) el éxito para un cristiano

Cuando murió S. Juan Pablo II me acuerdo del comentario de un bloguero que, ante la avalancha de loas, se preguntaba si era cierto que había sido tan buen Papa. Se preguntaba, por ejemplo, si tras su muerte había más católicos que cuando le eligieron. Y yo me dije «no es eso», aunque la verdad es que no hubiera sabido decir que sí era.

Consideramos que una misa tiene éxito si se llena de fieles; o que un sacerdote tiene éxito si es muy popular y la gente sigue con atención sus conferencias y escritos; o que una campaña del IRPF tiene éxito si hay muchas cruces para dar dinero a la Iglesia Española, o que un centro de Cáritas tiene éxito si da de comer a mucha gente. Pero eso es aplicar los criterios del éxito mundano a asuntos sagrados. Vuelvo a repetir, «no es eso» y ahora sí que tengo más claro qué es lo que sí es.

Santa María Faustina Kowalska, conocida como la apóstol de la Divina Misericordia, es una gran santa que vivió en Polonia entre 1905 y 1938. Ya desde niña tuvo visiones y conversaciones con nuestro Señor Jesús y Él mismo la conminó a recoger sus conversaciones en un diario. Es una gran lectura que recomiendo. En este diario hay varios fragmentos donde Jesús mismo le dice qué es el éxito para Dios. Y no es llenar las iglesias, tener muchos seguidores, recaudar mucho dinero, ni siquiera dar de comer a muchos necesitados.

(El Diario no tiene secciones ni capítulos. En la edición que yo tengo de Marian Press numeran los párrafos para poder referenciarlos. Usaré esta numeración)

En el párrafo 28 cuenta que Jesús le pidió que fuera a la Madre Superiora de su convento y que le pidiera permiso para ponerse un cilicio. Ella se resistió, pero Jesús insistió y finalmente fue. La Madre Superiora le negó el premiso. Acaba el párrafo:
Entonces vi al Señor Jesús en la puerta de la cocina y dije al Señor: Me mandas ir a pedir estas mortificaciones y la Madre Superiora no quiere permitírmelas. Entonces Jesús me dijo: Estuve aquí durante la conversación con la Superiora y sé todo. No exijo tus mortificaciones, sino la obediencia. Con ella Me das una gran gloria y adquieres mérito para ti.  
En el párrafo 90, cuenta que vio como su confesor, el P. Sopocko, sufriría mucho por intentar llevar a cabo un encargo de Jesús:
Y vi como si Dios Mismo le fuera contrario y pregunté al Señor ¿por qué se portaba así con él?, como si le dificultara lo que le encomendaba. Y el Señor dijo: Me porto así con él para dar testimonio de que esta obra es mía. Dile que no tenga miedo de nada, Mi mirada está puesta en él, día y noche. En su corona habrá tantas coronas cuántas almas se salvarán a través de esta obra. Yo no premio por el éxito en el trabajo sino por el sufrimiento.
En el párrafo 515 explica que fue al cementerio de su convento:
Entreabrí la puerta y me puse a rezar un momento y les pregunté a ellas dentro de mí: ¿Seguramente serán muy felices? De repente oí estas palabras: Somos felices en la medida en que hemos cumplido la voluntad de Dios… y después el silencio como antes.
De los dos primeros párrafos vemos que el éxito es hacer la voluntad de Dios. Ser obediente y hacerlo. Y el éxito no será mayor si tienes más seguidores o mejores resultados, sino si no has cedido ante las dificultades y sufrimientos. Y del tercero vemos que tras la vida mortal la obediencia es lo que se nos tendrá en cuenta.

«Pero seguramente», os diréis, «las obras de misericordia sí que valen: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento… eso es bueno en sí mismo y es un éxito hacerlo.» Pues tampoco. Podemos remontarnos a S. Pablo:
Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. (1Cor. 13, 3)
Como se dice en el Evangelio de S. Mateo (Mt 6, 2-6), si das limosna y haces el bien para brillar ante los hombres o sentirte justificado, ya has recibido tu recompensa. Hay que hacer el bien sólo para cumplir la voluntad de Dios. Es más, hacer el bien por otros motivos no le gusta al Señor, como leemos en el párrafo 484 del Diario:
En cierta ocasión comprendí cuánto le desagrada al Dios la acción, aunque sea la más laudable, sin el sello de la intención pura; tales acciones incitan a Dios más bien al castigo que a la recompensa.  

Esta visión de lo que es el éxito para un cristiano es mucho más dura que la visión habitual. Es agradable hacer el “bien” que tú has elegido hacer y además recibir palmaditas a la espalda, o sentirte bueno y superior. Y ese es el peligro, claro.

En cambio cuando oyes a Dios que te dice «Quiero que hagas esto» (si estás en silencio y atento, lo oirás) empieza la conversación:
– Esto no, por favor.
– Haz esto.
– Pero de esto no sé.
– Haz esto.
– Pero es que va a salir mal y no va a servir para nada.
– Haz esto.
Lo bueno es que cuando al final vas y lo haces, el resultado no importa. Además, es más fácil de lo que pensabas, pues Dios añade su gracia. Si tú pones todo lo que tienes, le puedes decir a Dios tranquilamente «Yo ya he hecho mi parte. A partir de aquí es cosa tuya». Y no tienes que contar personas, lectores, ni recaudaciones.  Ya has tenido éxito. Y si te desprecian o insultan, más éxito aún.

No son los resultados o las expectativas lo que nos ha de guiar.  Basta seguir lo que dice el final del capítulo 6 del Evangelio de S. Mateo, «Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán.»



lunes, 6 de noviembre de 2017

El (desconocido) calendario litúrgico

Todos estamos familiarizados con el calendario laboral, en el que se nos dice qué días son laborables, cuáles festivos y los periodos de vacaciones. Es el calendario que rige nuestra vida cotidiana. Lo que no estamos tan familiarizados es con el calendario litúrgico. Muchos católicos, incluso practicantes, saben que cada santo tiene un día asignado y poco más que eso.

En el calendario litúrgico tenemos 5 tiempos: el tiempo de Adviento (los 4 Domingos anteriores a Navidad), el tiempo de Navidad (desde el día de Navidad hasta el Domingo después de Reyes), el tiempo de Cuaresma (40 días anteriores al Domingo de Pascua, empieza el Miércoles de Ceniza), el de Pascua (50 días después del Domingo de Pascua, acaba el Domingo de Pentecostés) y el tiempo ordinario (en latín per annum), que es todo lo demás. Dentro de estos tiempos no todos los días son iguales. Están los Domingos, que son solemnidades, y que son como un “Triduo Pascual en un día”. Y en los demás días tenemos días ordinarios (o de feria), y días en que se conmemora alguna ocasión especial, típicamente un santo. Estos días se dividen por orden de importancia en memorias libres, memorias obligatorias, fiestas y solemnidades. Las solemnidades casi siempre son días de precepto, es decir días en el que es obligatorio ir a misa. Las fiestas no suelen ser de precepto, pero tienen su misa propia, con sus lecturas y oraciones específicas del día. Las memorias no tienen lecturas propias, aunque sí oraciones.

El calendario tiene componentes locales. Por ejemplo, el día de Santa Teresa de Jesús (15 de octubre) es una fiesta en España, pero sólo una memoria obligatoria en otros países. Lo mismo pasa con los días de los patronos de cada provincia o municipio.

Como he dicho pocos católicos conocen mínimamente este calendario. Saben de los Domingos, pero no saben que en cada mes se celebran 3 o 4 fiestas. Saben de Adviento y Cuaresma, pero no todos saben que existe el tiempo de Navidad y Pascua. Desgraciadamente la formación religiosa ha sido muy pobre durante demasiados años. En las iglesias no se explica y acabo de entrar a la página web del Obispado de Mallorca y puedes encontrar un documento de más de 400 páginas con todo detallado, día por día, pero no un calendario simple que me diga que ayer, día 4 de noviembre, se celebró la memoria obligatoria de S. Carlos Borromeo o que el día 9 es un día especial: la fiesta de la dedicación de la basílica de Letrán. Bueno, eso de que es un día especial es sólo un decir: no se va a hacer nada especial. En mi parroquia no se celebra misa los jueves, por lo tanto ni siquiera va a haber misa.

Y eso es lo más triste: la Iglesia sigue mucho más el calendario laboral que el litúrgico. Si un día no es fiesta laboral, no va a ser día de precepto. Fiestas tan importantes como la Ascensión o el Corpus Christi se mueven a Domingo para ajustarse a este calendario mundano. Si es un día cualquiera según el  calendario laboral, la Iglesia lo considera en la práctica un día litúrgico cualquiera. Y a veces no llega ni a eso: el día del Pilar, Patrona de España, es día festivo según el calendario laboral, pero, no es de precepto y, a pesar de ser una fiesta, no se celebra ni una sola misa aposta (al menos en Palma de Mallorca). Y ya conté en una entrada anterior que, el 1 de enero, por ser solemnidad, ¡se quitaron misas!

Es posible que el obispado arguya “Es que la gente no va a misa ese día”. ¿Cómo va a ir si desde la jerarquía no se le da importancia? Poned misas, indicad desde el púlpito que es una fiesta, un día religiosamente muy importante y verás como la gente va.

Es muy triste. No es que no haya separación entre Iglesia y Estado, es que la Iglesia se ha sometido al Estado. Se ha olvidado del Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios: santificarás las fiestas. Y como consecuencia, los fieles ya no santificamos ni los Domingos: se han convertido en un día de descanso y diversión, en donde Dios tiene incluso menos papel que en un día de semana. Como mucho, le dedico media hora para ir a misa, y si puedo hacerlo en sábado, mejor.

Lex orandi, lex credendi (traducción libre: así como rezas, así crees). Como dice Benedicto XVI, la caída de la liturgia es el motivo principal de la caída de la vida religiosa. Tenemos que hacer algo. Podemos empujar en nuestras parroquias para que le den más luz e importancia al calendario litúrgico. Idealmente que se celebre al menos una misa los días de fiesta y solemnidades. O, al menos, que anuncien las fiestas de cada semana.

En todo caso no debemos estar a la espera de que se arregle desde el obispado o la parroquia. Estad al tanto del calendario litúrgico y las lecturas de cada día. Esto se puede encontrar por Internet o comprar libros, que son muy baratos, con el calendario litúrgico y las lecturas de cada día. Tratad de forma especial los días que son fiestas y solemnidades. Id a misa, dedicad tiempo especial de oración en conmemoración al santo o acontecimiento que se está celebrando. Si hacéis esto iréis viviendo cada vez más la vida imperecedera de la Iglesia.  Es enriquecedor: estaréis en contacto con su historia y tradiciones a través de sus muchos santos y fiestas.

Vivid el calendario litúrgico. Que sea vuestro calendario más importante. Lo sagrado debe vencer a lo mundano: Dios es más importante que los reyes y estados.


martes, 3 de octubre de 2017

Hijos de Dios

A menudo se nos dice que como somos todos hijos de Dios, somos todos hermanos. Tengo dos problemas cuando se presenta este concepto así. Una es con el «todos» y otro es con el «hermanos». Mi problema con el «todos» es que es una abstracción que no nos dice nada. Si te reclaman 50 € te molestas, te preocupas o incluso te asustas. En cambio si te reclaman mil millones de euros, te ríes. Porque 50 € es para ti una cantidad muy real: sabes cuánto cuesta conseguirlos o lo que se puede comprar con ellos. En cambio mil millones de euros es una entelequia. Te suena igual que cien millones de euros o cien mil millones de euros. Es un número muy grande que no te dice nada. Pues con lo de «todos somos hermanos», lo mismo. Si te muestran una persona y te dicen que es tu hermano, sabes qué hacer. Si te dicen que los siete mil millones de personas son hermanos tuyos, te da igual. Es como si no te dijeran nada. Este el es problema con el «todos».

Y ahora el problema con lo de «hermanos». Quizá es porque conozco demasiados hermanos que no se tratan, o que directamente se odian. La relación de hermandad es muchísimo más débil que la de padre o madre o hijo. Fijaos que en la Biblia el concepto de «hermano» es el de alguien de tu familia con el que tampoco te tiene que unir un lazo muy estrecho.

«Todos somos hermanos» es una mala analogía. Unas palabras bonitas que más que ayudarte a ser mejor te hacen indiferente. Yo me planteo este hecho de ser todos hijos de Dios de otra manera, que me mueve a tratar a mis prójimos de una manera más cercana a los que Dios nos pide. Es una forma de pensar en tus relaciones:
  • Cuando un mendigo se te acerca y lo intentas esquivar y cuando a pesar de tus esfuerzos te pide algo y le dices que no llevas nada, piensa que él es un hijo de Dios. Y que Dios, su padre, te ha visto y oído y sabe que le has esquivado y que le has mentido, pues llevas un montón de monedas en tu bolsillo que encima te sobran.
  • Cuando miras a esa joven lozana y disimuladamente te detienes en sus curvas y tienes pensamientos levemente lascivos (o quizá no tan levemente), piensa que ella es hija de Dios. Y que Dios, su padre, sabe lo que has pensado.
  • Cuando un compañero de trabajo te ha pedido ayuda y le has dicho «Te ayudaría, pero no sabes lo ocupado que estoy», piensa que es un hijo de Dios y que Dios, su padre, sabe que aunque es cierto que estás ocupado, los 10 minutos que te costaría ayudarle, los tienes.
  • Cuando estás mirando un partido de fútbol por la televisión y le hacen una entrada brutal a ese delantero que te cae tan mal y le ves retorcerse de dolor y te alegras e incluso piensas, «Ojalá le hayan partido la pierna», piensa que es un hijo de Dios. Y que Dios, su padre, ha notado tu malsana alegría y ha escuchado tus malos deseos. Alto y claro.
Esto, que he descrito como vía negativa, también sirve en vía positiva:
  • Cuando se te ha acercado ese vecino tan pesado y le has escuchado con paciencia y amabilidad, Dios, su padre, y que sabe perfectamente lo pesado que es, y la prisa que tenías, lo ve y se alegra.
  • Cuando has estudiado esa solicitud y, en vez de devolverla, has corregido el error que tenía y la has tramitado, Dios, el padre del que la ha rellenado, lo ve y se alegra. 
  • Cuando, por un pequeño despiste, uno te grita de malos modos delante de todos y en vez de contestarle como se merece, te disculpas, Dios, que sabe que tenías razón y que ha visto cómo te hervía la sangre, se alegra.
Y no olvides que al final del día, cuando hagas examen de conciencia y pienses en todas las cosas que has hecho mal, Dios, que también es tu padre te reconfortará y, si se lo pides, te perdonará (aunque eso no te exime de pasar por el confesionario).

Si piensas así, ayudarás mucho más a la gente y les tratarás mucho mejor. Pensarás más en ellos y menos en ti. Y no lo harás porque se lo merezcan, porque ellos u otros se vayan a enterar, porque vayas a quedar bien o mal o por sentirte bueno. Lo harás por una razón mucho más poderosa: porque son hijos de Dios y Dios así lo quiere.

martes, 26 de septiembre de 2017

Novus desordo

Hace poco se cumplió el décimo aniversario del motu proprio «Summorum pontificum» con el que Benedicto XVI facilitó que se pudiera celebrar la misa según el Rito Extraordinario (o misa tradicional, tridentina, ad orientem, o en latín). Con este motivo han aparecido muchas crónicas alabando este rito y denostando la misa según el Rito Ordinario (o misa moderna, vernácula o Novus Ordo). Yo voy siempre que puedo a una misa tridentina que se celebra aquí, en Palma de Mallorca y considero que el Rito Extraordinario en muchas cosas –no todas– superior al Rito Ordinario. Pero muchas de las acusaciones vertidas sobre la misa Novus Ordo me parecen injustas ya que no tienen nada que ver con el rito en sí. En esta entrada quiero explicar por qué creo que la misa tridentina es mejor que la moderna e indicar algunos de los males de la liturgia que no tienen nada que ver con el rito que se use.

Cuando fui por primera vez a la misa tridentina me esperaba encontrar algo extraordinario, completamente distinto, pero si algo me sorprendió era que la diferencia era poca: aparte del uso del latín, lo que vi fue que el sacerdote mira hacia el altar y no hacia la gente; estás mucho más tiempo de rodillas; lo que ahora decimos todos sólo lo dice el sacerdote y a menudo en voz baja. Alguna cosa más aparente es que el "Yo pecador" se dice dos veces (una donde la misa moderna y otra antes de la comunión), que hay dos lecturas en vez de tres y un salmo y que se recita el inicio del Evangelio de S. Juan al final de la misa. Quedé un poco decepcionado.

Sobre las ventajas del uso del latín ya escribí en una entrada anterior. Aquí me centraré en algunas de las otras diferencias. Fuera de la consagración, no veo mucha diferencia que el sacerdote mire hacia el pueblo o ad orientem («hacia el oriente», es decir, hacia Dios). En la consagración sí que tiene mucho más sentido que el sacerdote y el pueblo miren todos hacia Dios (que no es lo mismo a que el sacerdote esté «de espaldas al pueblo»). Por ejemplo, cuando se levanta la Hostia o el Cáliz queda mucho más claro que está ofreciendo a Cristo en sacrificio, mientras que en la misa ordinaria parece que el celebrante está enseñando la Hostia a los espectadores para que la veamos bien. Entre el latín y el silencio hay un mucho mayor recogimiento y un mayor sentido del misterio, como bien explica el Cardenal Sarah en «La fuerza del silencio».

Había oído que cuando, una vez listo el nuevo rito, se hizo una «demo» de la nueva misa en el Vaticano para los cardenales, muchos se fueron enfadados y escandalizados a mitad de celebración. Entendí muy bien por qué: se había pasado de una liturgia interna, de recogimiento y de misterio, a algo externo, explícito, cercano a un espectáculo.

Pero hay cosas de la misa actual que me gustan más. Por ejemplo me gusta más que haya 3 lecturas, con una del antiguo testamento, y un salmo. Aunque el salmo no debería ser responsorial: si no es obligatoriamente cantado, lo quitaría. Me gusta que haya 3 ciclos en las lecturas, de manera que se visite mucho más de la Biblia. Aunque ahora el pueblo habla demasiado, echo de menos en la misa tradicional rezar el Padre Nuestro.  Y dar la paz es un gesto bonito. No es importante, y a menudo se abusa de él, pero me gusta que esté.

En resumen, aunque creo que la misa de Rito Extraordinario es superior, el Rito Ordinario no es un desastre, y como dice J. Ratzinger (futuro Benedicto XVI) en «El espíritu de la liturgia», con unos pocos cambios el Rito Ordinario podría ser igual de bueno. Porque como he dicho al principio, muchas de los desaguisados de la liturgia actual no son culpa del rito. ¿Entonces, de qué son culpa?

Este verano fui a Viena y mi mujer y yo fuimos a Misa Mayor en la Catedral de S. Esteban. Además de los vieneses, asistíamos muchos turistas de diferentes países y el lío fue aparente: unos se ponían de pie mientras otros se ponían de rodillas y otros permanecían sentados. A veces te levantabas “cuando tocaba” y rápidamente te volvías sentar porque parece ser que no tocaba. Todos los turistas mirábamos de reojo para saber qué se supone que había que hacer.  No había “ordo” sino “desordo”.

Y no hace falta irse a Viena para ver esto: en mi parroquia, dependiendo del cura, el salmo se reza de una manera u otra; el «por Cristo con Él y en Él» lo reza el cura o pide que lo recemos todos; te pones de pie en la oración  sobre las ofrendas o esperas al «levantemos los corazones». Cada diócesis, cada párroco, cada cura, decide “innovar” y crear una misa su gusto. Eso es un sentimiento muy de años '70 y desgraciadamente se ha mantenido. La liturgia nos debería centrar y unir y en vez de eso nos confunde e incluso nos separa.

Y esto no es culpa del rito: estoy convencido que si no se hubiese cambiado, en los '70 hubiera habido de todas formas esta maldición de la innovación. Estaba en los tiempos, no en los ritos. Y si ahora el Rito Extraordinario se mantiene fijo es porque los sacerdotes y feligreses que vamos a ella precisamente buscamos esta estabilidad y este valor profundo de la tradición.

Y esto explica otras características indeseables de la misa moderna. Por ejemplo la música. Como explico en una entrada anterior, se ha perdido el sentido de lo sagrado en la música. Otra vez, no es el rito, sino que son los tiempos. Y la gente va vestida de cualquier manera. Otra vez, el rito no dice nada de la forma de vestir. Son los sacerdotes, a iniciativa de los obispos,  que deberían explicar que no se puede entrar en un templo sagrado peor de lo que se viste para ir al cine. O que durante la  consagración debemos estar humilde y respetuosamente de rodillas y no orgullosamente de pie. Cuando una amiga mía le comentó esto último al anterior obispo de Mallorca, le dijo que qué más daba de pie o de rodillas. Sin comentarios.

Incluso lo de recibir la comunión en la mano no está en el Novus Ordo. Fue un “logro” de un conjunto de obispos alemanes y holandeses, que, probablemente influidos por los protestantes, y por la vía de hechos consumados, consiguieron una dispensa papal. Faltó tiempo para que el resto de conferencias episcopales pidieran también la dispensa para ellos. No iban a ser menos modernos que los alemanes. La devoción y hondura que se siente al recibir la comunión de rodillas y en la boca es incomparable. El que lo probó, lo sabe.

Hay muchos problemas con la liturgia, pero el culpable no es el rito. Es, como en tantas otras cosas, la pérdida del sentido de lo sagrado. Y eso es una suerte. El rito no lo podemos cambiar, pero los laicos, sin ayuda ni de curas ni de obispos podemos mejorar la liturgia:

  • Viste bien para ir a misa. Yo siempre voy con americana y corbata. 
  • Desgraciadamente hay que decirlo: apaga el móvil antes de entrar al templo.
  • Purifícate con agua bendita al entrar y si tienes tiempo haz una breve visita al Santísimo frente al sagrario. Si no hay agua bendita, házselo saber al párroco.
  • Arrodíllate durante la consagración.
  • Toma la comunión en la boca.
  • No parlotees con los demás antes o después de misa. Ya lo harás una vez fuera.
  • Nunca aplaudas en misa. Como dice Benedicto XVI, cada vez que se aplaude, desaparece lo sagrado.
Y hay más posibilidades, que ya dejo al buen sentido de cada uno. Si te llevas bien con tu párroco, coméntale alguna de estas cosas. A lo mejor lo único que necesita es sentirse apoyado. Actúa como si el cambio fuera posible, que es la única forma de que lo sea.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Herejías y ecumenismo

Hoy en día no se habla de herejía.  El concepto de herejía presupone el de verdad absoluta y para esta sociedad relativista, sin verdades absolutas, sólo los considerados de mente cerrada y obtusa hablan de herejes.

Y por lo mismo el ecumenismo esta muy bien visto.  Si dos personas o comunidades o religiones piensan de forma diferente, lo bueno, lo correcto, lo “ecuménico”, es encontrar un lugar de consenso que todos podamos aceptar.  Porque seguro que existe: basta que todos cedamos un poco.

Incluso secularmente esto es un error. Y si lo vemos desde el punto de vista sagrado, es insostenible.

Primera cuestión que debe quedar clara: la doctrina, los conceptos y preceptos esenciales de la fe católica, provienen directamente de Dios, vía Jesucristo.  Proviene de dos fuentes: las Escrituras, especialmente el Nuevo Testamento, y de la parte inmutable de la Tradición.  La Tradición es la transmisión oral del Evangelio hecha por los apóstoles y sus sucesores y fue recogida principalmente por los Padres de la Iglesia.   Las Escrituras y la Tradición acabaron cuando se murió, S. Juan, el último de los apóstoles.  Ni obispos, ni Papas, ni concilios, ni santos, ni revelaciones místicas pueden añadir a estas fuentes ni, por lo tanto, cambiar un ápice la doctrina católica.  La doctrina es una verdad absoluta.

Esto no quiere decir que todo lo relativo a la Iglesia es una verdad absoluta. También está la disciplina, normas administrativas, leyes de la Iglesia, que no son absolutas ni inmutables. Por ejemplo, que un hombre casado pueda o no ser sacerdote no es cuestión de doctrina, sino de disciplina.  No es un concepto fundamental de la fe.  En el pasado hubo sacerdotes casados y en el futuro puede volverlos a haber (aunque no parece que las cosas vayan por ese camino).

Cristo y los apóstoles no nos dejaron un catecismo ni un manual de doctrina, por lo tanto la Iglesia, a través sobre todo de Concilios y unas pocas declaraciones papales (la mayoría de las declaraciones papales no son doctrinales), establecieron la doctrina de forma explícita al responder a inquietudes y problemas que iban surgiendo.  Y de aquí viene una segunda cuestión que debe quedar clara.  Una vez establecido un punto de doctrina este es válido para siempre.  Nadie –ni obispos, ni Papas, ni concilios, ni santos, ni revelaciones místicas– pueden cambiar la doctrina.  Pueden matizarla, adaptarla a nuevos problemas e inquitudes, pero no pueden ni declararla falsa o inválida, ni pueden añadir un punto doctrinal que implícitamente falsifique o invalide un punto existente.

Un concepto o idea que vaya en contra de la doctrina es una herejía.  Según el Código de Derecho Canónica (canon 751) una herejía es «la negación pertinaz, después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma».

En esta entrada uso herejía como un término técnico sin connotación negativa adicional alguna. Un hereje no tiene por qué ser un hombre malvado. Puede ser un hombre gravemente errado. O uno que no se ha cuestionado nunca su fe. Por ejemplo, como el bautismo protestante es válido, los protestantes “nativos” son herejes, aunque muchos de ellos desconozcan qué punto de la doctrina protestante les hace negar la doctrina católica. Desconocimiento que comparten con muchos católicos, pero éstos, a pesar de tampoco saber en qué creen, sólo son ignorantes y no herejes (a cuál de estos dos grupos va a juzgar Dios con más severidad es una cuestión en la que no voy a entrar).

A veces, sobre todo en los primeros siglos de la Iglesia, las herejías “ayudaron” a establecer la doctrina: una parte de la iglesia creía en una idea diferente y en contraposición con lo que creía otra parte y, generalmente en un concilio, se estudiaba, discutía y decidía cuál era la idea verdadera y cuál era la falsa y herética.  Un ejemplo es el Arrianismo, la idea de que Jesús no era Dios.  Para un arriano, cuando Jesús decía que Él era hijo de Dios, lo decía en el mismo sentido que cuando tú o yo decimos que somos hijos de Dios.  Para ellos Jesús era el más grande de los hombres, Dios lo había creado para la misión que llevó a cabo, pero que no era Dios.  Esta idea, procedente de Arriano, fue defendida por muchos hombres inteligentes y por muchos obispos.  Esto creó una gran controversia que obligó a convocar el Primer Concilio de Nicea en el 325.  Allí se estableció como doctrina firme que Jesús era «nacido antes de todos los siglos, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre».  A partir de esta declaración del Concilio, cualquiera que siguiera creyendo en el arrianismo se convertía en hereje.

Una herejía no es una simpleza o una estupidez.  Ciertamente puede haber herejías estupidas, pero las herejías más extendidas fueron creídas por hombre formados y con fe.  Ha habido muchos obispos que han defendido herejías.  Lutero era un monje agustino especialista en las Sagradas Escrituras de excelente formación.  Thomas Cranmer era el arzobispo de Canterbury.  Ambos (junto con los también inteligentes y formados Calvino y Zuinglio y los príncipes alemanes que vieron en la revuelta protestante una buena forma de aumentar su poder y riqueza) lideraron sus herejías que dieron lugar a la ruptura de la Iglesia.

Pasemos ahora al ecumenismo.  Desde que soy niño he oído que es un escándalo que los cristianos estemos divididos y que tenemos que hacer lo posible, tanto católicos como protestantes, para volvernos a reunir.  Y esto lleva en sí la idea de que, ya que es un esfuerzo conjunto, esta reunión debe hacerse en algún lugar donde todos estemos “cómodos”, un punto medio entre unos y otros: si haces notar las diferencias esenciales entre el catolicismo y el protestantismo es fácil que te digan que «eres poco ecuménico». Pero si la doctrina es inmutable y las diferencias doctrinales son claras, no hay punto medio que no sea herético.

Esta visión del ecumenismo es inviable.  Los protestantes rompieron doctrinalmente con la Iglesia Católica, no en algunos detalles menores sino en los fundamentos mismos.  Por ejemplo, el que los protestantes no crean en la transubstanciación es una diferencia insoslayable.  No hay un lugar de encuentro intermedio.  El único lugar de encuentro posible es el seno de la Iglesia Católica.

Esto abre otra visión del ecumenismo, que es facilitar su vuelta.  Facilitar su vuelta con la oración por la conversión de los protestantes y ortodoxos (no por la «unión de las iglesias»). También se puede facilitar con cambios administrativos o de disciplina. Se están haciendo cosas en este sentido.  Por ejemplo, los pastores anglicanos que se conviertan al catolicismo, tienen muchas facilidades para ordenarse como sacerdotes católicos.  Y si estaban casados, siguen casados (recordemos que esto es cuestión de disciplina, no de doctrina).  Gracias a esto (y otras excepciones) hay comunidades enteras de anglicanos que se han convertido en parroquias católicas. Esta es una victoria del ecumenismo.

Y este es el único camino posible de conseguir la unidad de los cristianos: hay que atraerlos hacia el catolicismo con la oración y el apostolado y facilitarles su conversión con cambios administrativos y de disciplina. No hay otro camino porque no nos podemos mover ni un pelo en cuestiones doctrinales.

Si, como yo, quieres la unidad de las Iglesias cristianas, estudia la doctrina católica para poder defender tu fe ante ellos y convencerles de sus errores y reza por su conversión. Pero no te muevas hacia ningún “punto intermedio” doctrinal. A menos que quieras unirte a ellos en la herejía.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Agua bendita

A principio de los '80 desapareció el agua bendita de las iglesias. Al menos aquí en Mallorca, aunque imagino que en otros sitios pasó lo mismo. El motivo que dieron era de higiene: los drogadictos usaban las pilas de agua bendita para limpiar sus jeringuillas. Pero más que un motivo parece una excusa, ya que a los pocos años, con la aparición de los programas de intercambio de jeringuillas, la causa desapareció, pero el agua bendita no volvió. Y perdimos todos la costumbre de purificarnos antes de entrar en el templo.

Yo creo que el motivo real de la desaparición del agua bendita es la de tantas otras cosas: la perdida el sentido de lo sagrado. Así, para muchos católicos (sacerdotes inclusive) el agua bendita ya no te ayuda a atraer la gracia de Dios y no te purifica y el tomarla y santiguarse al entrar en la iglesia se convierte para ellos en poco más que una superstición.  Y por otro lado, consideran las iglesias mismas como meros edificios, donde puede haber conciertos de música profana, o cenas, o sirve de albergue de gente incluso no cristiana (no me invento nada) y por lo tanto no ven el sentido a purificarse para entrar en ellas. 

Por suerte esta visión blasfema está en retirada (aunque no del todo: hace unos días en la Catedral de Ceuta se rindió homenaje a un dios hindú) y el agua bendita vuelve a las pilas de las entradas de las iglesias de Mallorca. Aunque aún tenemos que volver a coger la costumbre de purificarnos (yo me olvido a menudo). 

Pero el agua bendita sirve para más que para santiguarse cuando entramos en lugar sagrado. El agua bendita es agua bendecida por un sacerdote mediante un rito concreto. Es un agua sagrada. La podemos considerar una extensión del agua del bautismo, que nos hizo cristianos. Nos prepara para recibir la gracia de Dios, retrasando o eliminando los obstáculos que impiden la acción divina.  También ahuyenta al demonio.

Deberíamos volver a la costumbre de tener agua bendita en las casas. Antes se solía tener una benditera a la entrada, donde poner agua bendita y santiguarte al entrar y salir. O la tenían en una pequeña botella de agua bendita y la llevaban consigo. La benditera no la he puesto, pero sí llevo conmigo siempre mi botella de agua bendita. 

No hace milagros por sí sola (es sagrada, no mágica). La podemos considerar más bien un potenciador: ayuda a ponernos en presencia de Dios y que así nuestras oraciones sean más profundas; reduce las distracciones; favorece que nuestras acciones estén guiadas por Dios; ahuyenta el maligno protegiéndonos cuando nuestra alma está más débil (por ejemplo cuando estamos enfermos o por la noche cuando dormimos). Puedes usarla en ti, típicamente santiguándote, y también asperjar tu cama o tu casa, aunque yo prefiero hacer con ella una señal de la cruz en la puerta o en la almohada.

Compra una botella bonita, llénala de agua y llévala a tu párroco para que te la bendiga. Úsala, encomendándote a Dios,
  • al levantarte, antes de tus oraciones matutinas;
  • antes de empezar a conducir o empezar el viaje al trabajo;
  • al iniciar cualquier tarea, especialmente si es importante o delicada;
  • al orar antes de las comidas;
  • al acabar tu trabajo y volver a casa;
  • en tu examen de conciencia y oración antes de irte a dormir. 
Recuerda que el agua bendita es sagrada, no mágica: no hará nada por sí misma, pero eliminará obstáculos, amplificará tus esfuerzos y ayudará a dirigir tus acciones hacia Dios. No es de efecto inmediato (al menos en mi caso no lo ha sido). Pero si tienes fe, con el tiempo la notarás.


lunes, 4 de septiembre de 2017

Música sacra o simplemente bonita

Nota: Yo he tocado la guitarra y la flauta dulce y he cantado en coros parroquiales durante años. Lo que escribo es desde la experiencia, el entendimiento y la culpa. Hay dos excelentes entradas sobre el tema escritas por Sonia Vazquez, una organista que sabe mucho más de esto que yo: Lo profano no forma parte de la música litúrgica y Me duele el alma por la música en nuestras iglesias.


El párroco de hace un par de párrocos (nos los cambian con mucha frecuencia últimamente) nos ponía como música ambiental durante la misa música “de ascensor” y canciones folclóricas. Yo le llevé unos CD de música sacra, pero no me hizo mucho caso. Una vez que nos puso Over the rainbow del mago de Oz no pude más y fui al acabar la misa a decirle que eso era muy inadecuado. «Pero es bonita» me contestó.

De esta respuesta se deduce que para él el objetivo de poner música en la liturgia era hacernos pasar un rato agradable y entretenernos. La música litúrgica no es para eso, sino para ayudar a elevar nuestras almas hacia Dios.

La semana pasada tuvimos una celebración en la Adoración Eucarística de la que soy adorador. Había un coro acompañado de dos guitarras. Tocaron y cantaron muy bien. Otra vez música bonita. Una de las canciones era una típica balada romántica italiana. Pensé que si la tocaran en una verbena, como música “de agarrado”, encajaría perfectamente. Y entonces me di cuenta que no sólo la música, sino que también la letra encajaría perfectamente en la verbena: estaba llena de frases del estilo «Nadie te ama como yo», «Tú me llenas de gozo» «Gracias a ti me siento vivo». Decidí fijarme en la letra para ver cuántas frases chirriarían si se cantara en la hipotética verbena. Ninguna. Cierto que había un «mi Dios», pero cambiándolo por un «mi amor» ya teníamos una canción para Los 40 Principales. Repetí el estudio en la siguiente canción. Casi idéntico resultado. Esas canciones, simplemente bonitas, no eran adecuadas para una misa.

Yo era niño-joven cuando hubo la revolución de música litúrgica con los coros de jóvenes que aporreábamos guitarras (alguno había que sabía tocar bien, pero eran pocos). Cualquier melodía que nos sonaba novedosa, generalmente pop y folk americano, iba bien para ponerle letra y cantarla en misa. No preocupaba ni poco ni mucho de qué iba la canción original. El caso que más me reconcome es una canción en catalán a la que le han puesto la letra del Salmo 50, el “miserere” (Pietat oh Deu, vos que sou bó). La canción original, titulada The banks of the Ohio,  es de un hombre que pide a una mujer que se case con él y cuando ella le dice que no, la mata. Es un lamento, pero no de arrepentimiento, sino de terror: «She cried “oh Willy don't murder me, I'm not prepared for eternity!"» («Gritó “¡oh Willy, no me mates, no estoy preparada para la eternidad!»). Quizá sea cosa mía, pero cada vez que la oigo noto la perversión del asesino en la melodía. Me niego a cantarla con la letra catalana.

El objetivo de la música en la liturgia es ayudarnos a elevar nuestras almas hacia el Señor. Una balada romántica no cumple con este requisito. Una canción roquera tampoco. Incluso diría que un espiritual negro, tampoco. Al menos no en Europa.

A menudo dicen que esto es debido al Vaticano II. Yo creo que es de falta de gusto y formación tanto musical como litúrgica. En uno de los primeros coros en los que toqué, formado todo por chavalillos de 25 años o menos, teníamos libertad absoluta para tocar y cantar lo que quisiéramos. Si sabes más de media docena de acordes o te gusta cantar, y vas a misa de tanto en cuanto, ya estás capacitado para tener voz y voto en la dirección del coro. Y esto era más la norma que la excepción.

No hay solución fácil. No podemos poner una persona con buenos conocimientos de música y liturgia en cada parroquia.  Sobre todo porque no las hay. He estado meditando estos días y quisiera proponer cuatro normas, fáciles de cumplir, y que creo mejorarían la música en nuestras celebraciones:
  • Una persona que no va a misa habitualmente, no puede formar parte del coro (y mucho menos dirigirlo)
  • Si la música no ha sido compuesta explícitamente para la liturgia, tanto letra como música, no debe tocarse (esto incluye la música ambiental que se pone antes o durante la misa)
  • Si una canción no queda mejor acompañado de órgano que de guitarra, no debe tocarse (es permisible usar una guitarra si no se dispone de órgano u organista)
  • Si un gran porcentaje de la letra de la canción podría ser parte de una canción profana, no debe cantarse
¿No va a ser muy difícil encontrar música que cumpla estos criterios? No. Hay mucha música tradicional (no necesariamente gregoriana) que cumple los criterios. Por ejemplo Cantemos al amor de los amores, o el Salve, Madre. Y si alguien piensa que son anticuallas, que las oiga cantar en alguna iglesia, verá que se canta con más devoción que todas las canciones “modernas” juntas. Y si las escucha sin prejuicios verá que quizá no sean bonitas, pero son hermosas.

También se pueden cantar canciones modernas de corte tradicional, como el Anima Christi de Marco Frisina. Incluso hay canciones de los denostados 70 que se salvan, como varios salmos de Manzano (me gusta particularmente el 114: Alma mía, recobra tu calma), o alguna obra de Palazón, como el Santo o el canto de entrada Alrededor de tu mesa. Y naturalmente están todos los cantos de Taizé.

Y podemos escoger canto gregoriano, como el Regina coeli o el Pange lingua. Es más, ¿por qué no puede volver a ser parte de nuestro repertorio la maravillosa Missa de Angelis? Mi madre aún sabe cantarla.

Cualquiera de estos cantos nos elevaría hacia Dios mucho más que lo que hemos estado cantando los últimos 50 años. Que es de lo que se trata.




sábado, 2 de septiembre de 2017

El artículo del Cardenal Sarah sobre los LGTB

El pasado 31 de agosto salió publicado en el Wall Street Journal un artículo del Cardenal Robert Sarah sobre cómo debe acoger la Iglesia a los miembros del LGBT. Como siempre, es mejor leer el original en inglés, pero para aumentar la difusión de este precioso e importante artículo, lo he traducido y lo presento a continuación.

El cardenal Sarah pone como ejemplo a un homosexual americano, Daniel Mattson. También los hay hispanos. Por ejemplo, el mexicano Rubén García. Podéis encontrar charlas suyas en YouTube y es el protagonista del gran documental de Juan Manuel Cotelo Te puede pasar a tí (cap 2). Los 10 primeros minutos del documental están en YouTube.


Como pueden los cristianos acoger a seguidores del LGBT
Cardenal Robert Sarah

La Iglesia Católica ha sido criticado por muchos, incluso algunos de sus propios miembros, por su respuesta pastoral a la comunidad LGBT. Esta crítica merece una respuesta –no para defender reflexivamente las prácticas de las Iglesia– sino para determinar si, como discípulos del Señor, estamos contactando adecuadamente a un grupo necesitado.  Los cristianos siempre debemos esforzarnos para seguir el mandamiento nuevo que Jesús nos dio en la Última Cena: «amaos los unos a los otros como Yo os he amado».

Amar a alguien como Cristo nos ama significa amar a esa persona en la verdad.  «Pues para eso nací» le dijo Jesús a Poncio Pilato, «para ser testigo de la verdad».  El Catecismo de la Iglesia Católica refleja esta insistencia en la honestidad, afirmando que el mensaje de la Iglesia al mundo debe «revelar con toda claridad el gozo y las demandas del camino de Cristo».

Aquellos que hablan en nombre de la Iglesia deben ser fieles a las enseñanzas inmutables de Cristo, porque sólo a través de vivir armoniosamente con el diseño creativo de Dios puede encontrar la gente la plenitud profunda y permanente.  Jesús describió su propio mensaje en estos términos, diciendo en el Evangelio de Juan: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado».  Los católicos creemos que, bajo la guía del Espíritu Santo, la Iglesia saca sus enseñanzas a partir de las verdades del mensaje de Cristo.

Entre los sacerdotes católicos, uno de los críticos más locuaces del mensaje de la Iglesia con respecto a la sexualidad es el Padre James Martin, un Jesuita americano.  En su libro Building a bridge (Construyendo un puente), publicado este año, repite la crítica habitual que los católicos han sido injustamente críticos con la homosexualidad a la vez que han descuidado la importancia de la integridad sexual entre sus miembros.

El Padre Martin con razón dice que no debería haber una doble moral en lo que respecta a la virtud de la castidad, que, exigente como puede ser, es parte de la Buena Nueva de Jesucristo para todos los cristianos.  Para los no casados –independientemente de sus atracciones– la castidad fiel requiere abstenerse de tener relaciones sexuales.

Esto puede parecer una norma muy dura, especialmente hoy en día.  Pero sería contrario a la sabiduría y bondad de Cristo exigir algo que no puede conseguirse.  Jesús nos llama a esta virtud porque ha hecho nuestros corazones para la pureza, de la misma forma que ha hecho nuestras mentes para la verdad.  Con la gracia de Dios y nuestra perseverancia, la castidad no sólo es posible, sino que también se convertirá en la fuenta de la verdadera libertad.

No hay que buscar mucho para encontrar las tristes consecuencias del rechazo al plan de Dios para la intimidad y amor humanos.  La liberación sexual que el mundo promueve no cumple con sus promesas.  Más bien la promiscuidad es la causa de tanto sufrimiento innecesario, de corazones rotos, de soledad y del uso de otros como medios para la gratificación sexual.  Como madre, la Iglesia busca proteger a sus hijos del mal del pecado, como expresión de su caridad pastoral.

En sus enseñanzas sobre la homosexualidad, la Iglesia guía a sus seguidores diferenciando sus identidades de sus atracciones y acciones.  Primero tenemos a la gente misma, que siempre son buenos pues son hijos de Dios.  Después tenemos las atracciones hacia otros del mismo sexo, que no son pecaminosos si no son perseguidos o llevados a cabo, pero que aún así son contrarios a la naturaleza humana.  Y finalmente tenemos las relaciones sexuales con gente del mismo sexo, que son pecados graves y dañinos para el bienestar de aquellos que incurren en ellos.  Debemos a la gente que se identifica como miembros de la comunidad LGBT esta verdad en caridad, especialmente desde los clérigos que hablan en nombre de la Iglesia sobre este tema complejo y difícil.

Es mi oración que el mundo finalmente preste atención a las voces de los cristianos que sienten atracción hacia gente de su mismo sexo y que han descubierto la paz y el gozo de vivir en la verdad del Evangelio.  He sido bendecido en mis encuentros con ellos y su testimonio me conmueve profundamente.  Yo escribí el prólogo de uno de estos testimonios, el libro de Daniel Mattson Why I don’t call myself gay: how I reclaimed my sexual reality and found peace (Por qué no me considero gay: como reclamé mi realidad sexual y encontré la paz), con la esperanza de hacer que tanto su voz como otras similares se oigan más.

Estos hombres y mujeres son testigos del poder de la gracia, la nobleza y capacidad de adaptación del corazón humano y de la verdad de las enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad.  En muchos casos han vivido alejados del Evangelio por algún tiempo pero se han reconciliado con Cristo y su Iglesia.  Sus vidas no son fáciles ni sin sacrificio.  Sus inclinaciones homosexuales no han sido conquistadas.  Pero han descubierto la belleza de la castidad y de amistades castas.  Su ejemplo merece respeto y atención, pues tiene mucho que enseñarnos sobre cómo mejor acoger y acompañar a sus hermanos y hermanas en la auténtica caridad pastoral.

martes, 22 de agosto de 2017

Templos y turistas

Los templos son construcciones diseñadas y construidas con enorme devoción.  Están hechas para ser casa de Dios.  Por eso son a menudo las construcciones más sobresalientes que hay.  No es raro encontrarte que las iglesias de los pequeños pueblos son más bonitas que la mayoría de las casas y palacios de las ciudades cercanas.  Y no es de extrañar que se conviertan en atractivos turísticos.

Esta relación entre el templo y el turismo es compleja.  Por un lado, el visitar una iglesia puede elevar tu sentido de Dios, ayudarte en tu vida espiritual.  Pero por otro lado ver la Casa de Dios llena de gente que la mira como si fuera una construcción más, sin ningún decoro ni respeto, te crea la impresión que eso del cristianismo es una cosa del pasado, ya superada, y que las iglesias son bonitos recuerdo de otro tiempo.

Cuando en un viaje visito una iglesia tengo este doble sentimiento: por un lado me gusta admirarlas y ver como Dios inspira lo mejor del Hombre.  Por otro lado me siento un poco un bárbaro pagano si simplemente paseo por las naves: una iglesia no está hecha para pasear.  Normalmente prefiero pararme en una o dos capillas y rezar un rato en cada una.  O ir a misa.  Así, más que ver la iglesia, uso la iglesia tal como querían sus constructores: para acercarme a Dios.

Otro motivo que complica la relación entre templo y turismo es la económica.  Cuidar y conservar los tesoros de las iglesias –incluso de las pequeñas iglesias de pueblo– es caro y el turismo es una buena fuente de ingresos.  Pero cada vez que veo una taquilla a la entrada de un templo me viene a la mente el «Mi Casa será Casa de Oración, pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos» (Lc 19, 45).

Acabo de venir de unos días de turismo y he visto cómo han resuelto en varios sitios esta difícil relación.  Describo cinco casos (tanto de este viaje como de anteriores) y acabo con algunas reflexiones.  De mejor a peor:

  • Catedral de S. Martín (Bratislava, Eslovaquia).  A la entrada de la Catedral hay un cordón y un cartel en eslovaco e inglés.  En el cartel te indica cuándo es el próximo horario de visita turística.  Es decir, que la Catedral está por lo general reservada al culto y sólo a ciertas horas puedes deambular libremente.  El cordón no te impide la entrada, por lo tanto puedes entrar a rezar cuando quieras.  Dentro de la Catedral hay una capilla con otro cartel que indica que es exclusivamente para la oración: incluso en las horas de visita turística, no se puede entrar para simplemente verlo.
  • Catedral de S. Esteban (Viena, Austria).  Esta Catedral está abierta al turismo.  Pero hay una verja y en horario de misas (por ejemplo todo el Domingo por la mañana) la cierran.  Hay una puerta (vigilada) para los que quieran ir a la Misa: en horario de misa sólo se puede visitar turísticamente una pequeña zona en la parte posterior.  En esta Catedral (como en casi todas las iglesias de Viena) se hacen conciertos de pago en verano.  Es decir, que ciertos días y a ciertas horas deja de ser iglesia y se convierte en simplemente una sala de conciertos.
  • Münster de Ulm (Ulm, Alemania).  Este es un templo luterano.  Hay que pagar para subir a la torre (la más alta torre gótica del mundo), pero la entrada al templo es libre, a menos que haya un concierto.  Una vez estuve en un acto de oración, que descubrí con sorpresa que era una oración grabada y que simplemente soltaban por los altavoces.  No había ni sagrario, ni altar, ni celebrante, ni nada que te centrara.  Me pareció muy protestante (ya sabes, no hay Iglesia ni sacerdotes y lo que se pretende es que cada uno tenga una relación personal con Dios).  Los pocos que rezábamos estábamos desperdigados por el enorme templo y el que hubiera gente deambulando no quitaba devoción ni solemnidad (pues no había nada de eso para empezar).
  • Iglesia de S. Carlos Borromeo (Viena, Austria).  En este hay que pagar entrada, tanto si hay concierto como si no.  Al entrar te encuentras con andamios, escaleras e incluso un ascensor, todo a la vista en medio de la nave.  Al principio pensé que estaban en obras, pero no: pusieron los andamios para una restauración de los frescos de la cúpula, pero al acabarla los dejaron y ahora puedes subir a ver los frescos de cerca e incluso llegar a lo más alto de la cúpula para ver las vistas de la ciudad.  Ha dejado de ser una iglesia para convertirse en un museo y una atalaya.  Como en Bratislava, hay una pequeña capilla reservada a la oración.  Me dejó desazonado: han desalojado a Dios de su grandiosa casa y lo han arrinconado en una pequeña capillita.
  • Catedral de Salamanca.  Hay que pagar para entrar.  Mi mujer y yo fuimos a misa un domingo y los de la empresa explotadora de la Catedral nos hicieron esperar a la entrada hasta unos 5 minutos antes de que empezara la misa.  Un empleado nos condujo a una capilla lateral.  En cuanto el celebrante nos dio la bendición final –y aún estaba sobre el altar– el empleado nos empezó a hacer señas de que saliéramos.  En el camino de salida una persona se paró un segundo a mirar una escultura y le dijo que no se parara y que no mirara el arte.  Y aunque el que fue religiosamente impresentable fue el empleado de la empresa explotadora, el obispado tiene que saber lo que se está haciendo: como poco el celebrante de la misa tuvo que ver al empleado echándonos cuando la misa aún no habia acabado del todo.  Una vergüenza.

¿Qué se puede hacer?  Es un problema complejo sin una solución clara.  No considero que cerrar las iglesias para cualquier cosa que no sea culto sea una solución.  No creo que a Dios le gustara que cerráramos el paso de su casa a sus hijos no creyentes.

Empezaría por distinguir el templo en sí, el lugar sagrado, de otras dependencias como museos o torres.  Estas dependencias no sagradas pueden tratarse como culaquier otro atractivo turístico: cobrar entrada, dejar deambular libremente, hacer fotografías, etc.  Si es necesario, sí que se debería hacer un poco de obra, para que la entrada a estas dependencias no fuera a través de la iglesia.

Para la iglesia en sí propongo lo siguiente:

  • No se cobra entrada.
  • No se permite la entrada durante las misas, aunque la misa sea en una capilla lateral.  Para ello debe haber alguien en la puerta advirtiendo a los turistas de que sólo se puede ir a la misa e invitando a marcharse a los que estén deambulando por el templo.
  • No se permite la entrada si no se va adecuadamente vestido.  La discusión de qué significa «adecuadamente vestido» lo dejo para otra ocasión.  Se pueden tener unas capas que se prestan gratuitamente a los turistas que no cumplen la normativa.
  • No se permiten fotos. Al menos no con flash.
  • Finalmente, la entrada al templo se hace a través de una sala –donde se puede resolver cualquier problema de vestimenta que tenga el turista– en donde un sacerdote o diácono les explica lo que es un templo católico, el comportamiento que se espera de ellos y se les bendice con una breve oración.  Y si alguien protesta y no quiere asistir a la oración o no quiere que se le bendiga, se le explica que su alma no está preparada para entrar en un templo.


No son soluciones difíciles, no se impide ni se dificulta grandemente la entrada a nadie que quiera entrar en un lugar sagrado y se les prepara su alma para aprovechar mejor la presencia de Dios.

viernes, 14 de julio de 2017

La presencia real de Cristo

Uno de los fundamentos de la fe católica es que el pan y vino consagrados son el cuerpo y sangre de Jesús. No “representan”, no “simbolizan”. Son. Cristo está físicamente presente en el pan sustancialmente presente bajo las apariencias del pan y del vino [*]. Completamente: en cuerpo, sangre, alma y divinidad. Ya escribí de ello en las entradas sobre la adoración perpetua y sobre la misa. En la consagración, en particular en el momento en el que el sacerdote dice «Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor», la sustancia, la esencia, del pan y del vino se convierten en Jesús. Los accidentes –sabor, textura, color, peso– siguen siendo los del pan y del vino, pero ya no son pan y vino. Como nos decía un cura en una homilía, esto es un milagro que se produce en cada misa. Un milagro que no se aprecia con los sentidos, sino con la fe. Pero un milagro.

Esta es una creencia que los católicos hemos tenido siempre, desde los primeros días. En un texto escrito hacia el año 150, S. Justino martir describe «Porque no tomamos estas cosas como pan y bebida comunes, sino de la misma forma que Jesucristo, nuestro Señor, se hizo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos enseñó que por virtud de la oración del Verbo, el alimento sobre el cual fue dicha la acción de gracias –alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes– es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado.»

Hoy muchos no creen que la hostia consagrada sea Jesús, un Jesús tan real como el que caminó por Judea hace 2000 años. Muchos sacerdotes no lo creen. Basta fijarse en cómo limpian el cáliz tras la comunión. No se limpia por una cuestión de pulcritud o higiene. Se limpia para asegurarse que Cristo, en forma de un minúsculo fragmento de hostia, no quede por ahí tirado y acabe, por ejemplo, en el suelo pisoteado. Los que creen en la presencia real de Cristo en el pan y vino limpian con sumo cuidado y reverencia. Los que no, “pasan un trapo” por encima del cáliz.

Y lo mismo pasa con los fieles. Una prueba clara es los pocos que vamos a misa. Si creyéramos que Cristo está realmente presente en la misa, ¿cómo no íbamos a ir? O en la actitud durante la consagración, donde casi todo el mundo está de pie. Cristo baja por ti a la Tierra. Allí, en ese momento ¿y no te arrodillas en adoración?

La cuestión es si hay alguna diferencia en creer que Cristo está o no presente en la Eucaristía. Por ejemplo, los protestantes no lo creen. Hay una enorme diferencia. Piensa en los Reyes Católicos. Murieron hace casi 500 años, ya no están aquí y en mi mente –y supongo que en la mente de casi todos– ya no son personas reales sino personajes. No muy diferentes que el Quijote o cualquier otro personaje de novela. Si me dijeran que todo era mentira y que realmente no existieron, sería una sorpresa intelectual, pero poco cambiaría en mi vida. Esa es la clave. Si crees que Jesús es una persona (También Dios, pero persona) que vivió hace 2000 años, se fue y ya no está aquí más que en espíritu, en recuerdo, es muy difícil considerarlo real. Y el cristianismo se convierte en poco más que otra filosofía, que acaba no siendo ni divina, ni sagrada ni nada. Y sus preceptos se pueden cambiar para ajustarse a los tiempos o a las circunstancias de cada uno.

Pero si crees que Jesús es real, sigue aquí, lo puedes ver, tocar y comer, todo cambia. El catolicismo no es una filosofía sino una religión. Los preceptos de Dios son sagrados y permanentes. Es el mundo y tu vida lo que tiene que cambiar y no sus preceptos.

Fijaos que los protestantes no creen en la presencia real. Para ellos no hay consagración y el pan y el vino no se convierten en Dios y sólo representan un recuerdo, una rememoración de la última cena. Y, consecuentemente, los protestantes van cambiando los preceptos morales para ajustarse a los tiempos (por ejemplo, algunas denominaciones aceptan el aborto tranquilamente) y no hay magisterio de la Iglesia (y realmente ni siquiera hay Iglesia). Algunas denominaciones son realmente aberrantes, creyendo por ejemplo que el éxito mundano es una indicación de lo buen cristiano que eres: Dios no hubiera permitido que un mal cristiano tuviera éxito. Además, según el «solo fides» (sólo la fe te salva), tu salvación es una cuestión entre Dios y tú y no es difícil engañarte y modelar a Dios a tu gusto.

La presencia real, el darte cuenta que Dios sigue físicamente sustancialmente presente en la Tierra, cambia tu vida. Cualquier adorador te lo dirá. Te centra en Dios, y eso a su vez te acerca a los hombres. No creer en la presencia real es un camino de alejamiento de Dios. Y el magisterio de la Iglesia, que son los preceptos que provienen directamente de Jesús y los Apóstoles, se convierten en liberadores y salvadores: te indican qué es lo que Dios quiere de nosotros, cuál es la moral de Dios, y eso es una enorme ayuda en tu vida.

¿Y cómo se cree en la presencia real? Cuando vas a misa o a una exposición del Santísimo ves un trozo de pan. Es lo que ves. Te pueden decir que es Jesús en cuerpo y sangre y alma y divinidad, pero tus sentidos te siguen diciendo que es un trozo de pan. “Desautorizar” a tus sentidos no es fácil. Es un esfuerzo.   Yo sigo el consejo del autor inglés C.S. Lewis (el de las crónicas de Narnia): si no crees en Dios, actúa como si creyeras y eso te llevará a creer. Aplicado a este caso: en misa, o en una exposición del Santísimo, arrodíllate ante Él, contémplalo y deja que te contemple, háblale, adórale. Hazlo unas cuantas veces y notarás el cambio. Deja que te transforme y te transformará.

–––––––

[*] (11/9/2017) El cambio de “físicamente” a “sustancialmente” lo he hecho por sugerencia del Padre Jaume Mercant –que es el cura del que hablo en el primer párrafo–. Me indica en un mensaje que Cristo está presente de modo natural en el cielo, pero presente de un modo sacramental y sustancial en la eucaristía. Ambas presencias son reales. Además la hostia consagrada ya no es pan: es la sustancia de Cristo con los accidentes del pan.   Por lo tanto es incorrecto decir que Cristo está presente en el pan. Esto es completamente diferente a lo que creen los protestantes. Lutero pensaba que, de alguna manera Cristo se hacia presente en el pan, y al final de la celebración desaparecía. Pero estaba “mezclado” con el pan: antes, durante y después,  la hostia era pan.

Le agradezco mucho sus comentarios.


viernes, 30 de junio de 2017

De "La fuerza del silencio" del cardenal Sarah

Estoy leyendo La fuerza del silencio del cardenal Robert Sarah y he encontrado este fragmento, que tengo que compartir.

223.- En Occidente la noción de sagrado sufre un maltrato especial. En los países que se pretenden laicos y emancipado de la religión y de Dios ya no hay un vínculo con lo sagrado. Existe cierta mentalidad secular que intenta liberarse de ello. Algunos teólogos afirman que, con su Encarnación, Cristo puso fin a la distinción entre lo sagrado y lo profano. Otros piensan que Dios se ha hecho tan cercano a nosotros que la categoría de sagrado ha quedado superada. Por eso hay en la Iglesia quienes no logran desmarcarse del todo de una pastoral totalmente horizontal centrada en lo social y en la política. Esas afirmaciones y comportamientos contienen mucha ingenuidad y quizá también mucho orgullo.
224.- En junio de 2012, en su homilía de la fiesta del Corpus Christi, Benedicto XVI afirmaba solemnemente: «Él no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que sí es plenamente espiritual pero que, sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos [...]. Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa y también más exigente».
Se trata de una cuestión muy grave, porque lo que está en juego es nuestra relación con Dios. Ante su grandeza, su majestad y su belleza, es posible no sentirse poseído por un gozoso y sagrado temor. Si la trascendencia divina no nos hace temblar, es porque hasta nuestra naturaleza humana está dañada. La ligereza, la debilidad y la vanidad de todos esos discursos que pretenden eludir lo sagrado me causan verdadero asombro. Los teólogos iluminados –por llamarlos de algún modo– deberían aprender en la escuela del pueblo de Dios. Hasta los fieles más sencillos saben que las realidades sagradas son uno de sus tesoros más preciados. Adivinan de un modo espontáneo que sólo se puede entrar en comunión con Dios con una actitud interior y exterior impregnada de sacralidad. El pueblo tiene razón: sería una arrogancia pretender acceder a Dios sin prescindir de una actitud profana y de un paganismo irreligioso y hedonista.
225.- En África tanto para el pueblo cristiano como para los creyentes de cualquier religión lo sagrado es una evidencia. El desprecio de esa sacralidad que tantos occidentales consideran una actitud infantil y supersticiosa manifiesta el engreimiento de los niños mimados. No me importa afirmar que los hombres de Iglesia que quieren alejarse de los sagrado hacen daño a la humanidad al privarla de la comunión de amor con Dios.
[...] 
 226.- Sin una humildad radical expresada en gestos de adoración y en los ritos sagrados no hay amistad posible con Dios.
El silencio manifiesta esa relación de un modo evidente. Para convertirse en silencio de comunión el verdadero silencio cristiano se hace antes silencio sagrado. 

miércoles, 17 de mayo de 2017

Compromiso de oración

(Actualizado el 21 de mayo de 2017)

Como católico, veo la sociedad y me asusto: moral casi inexistente, hipersexualidad, destrucción del concepto de familia, desplome de la natalidad, consideración del aborto como un derecho, imposición por ley de ideologías contrarias a la moral cristiana (siendo el LBGT el caso más claro), profanación de templos y símbolos cristianos, iglesias vacías, pobreza litúrgica. Incluso como ciudadano veo la corrupción, los ataques a la libertad de expresión (como al famoso autobús de Hazte Oír), el dinero y la economía como máximo criterio (y no me refiero sólo a los gobiernos: «ya tendré hijos cuando tenga la vida asentada»). O al presidente electo francés E. Macron diciendo que la cultura francesa no existe.

Muchos estamos asustados y veo peticiones de acción. Por ejemplo, la Asociación de Abogados Cristianos,  emprende acciones legales siempre que puede contra los que atacan y vejan a los católicos. El Centro Jurídico Tomás Moro, ha iniciado una campaña de denuncias contra la cristianofobia. Hay varias iniciativas priodísticas como Actuall o Religión en Libertad, exponen y explican la situación y promueven el pensamiento cristiano. La productora Infinito + 1 crea preciosas y profundas películas para dar a conocer a Dios y las virtudes cristianas. Dios los bendiga a todos. Son todas acciones muy loables, a las que contribuyo económicamente.

Una mención especial merece el artículo de Francisco Segarra (@pakez) Plan de acción urgente contra la cristianofobia. El plan no es parar directamente a los enemigos del catolicismo sino hacer público el cristianismo con signos: hacer la señal de la cruz cada vez que se pase por delante de una iglesia, rezar en público, mencionar a Dios siempre que se pueda, llevar una cruz bien visible.

Pero la acción sola no resolverá el problema. El origen de todos estos problemas es que hemos alejado a Dios de nuestra sociedad. Europa reniega de sus orígenes cristianos: Juan Pablo II pidió insistentemente que se reconocieran las raíces cristianas en la constitución europea, sin éxito. Este renegar de Dios quizá empezó hace siglos, con la Ilustración, aunque desde luego ha sido clarísimo en las últimas décadas. Dios es infinítamente misericordioso y nos llama y nos espera y nos llamará y nos esperará siempre. Pero si lo empujamos fuera de nuestras vidas, se aparta. Como Jesús le dijo a Sta. Faustina Kowalska, «Si frustran todas mis gracias, me molesto con ellos, dejándoles a sí mismos y les doy lo que desean».

Ante esta situación pensar en acciones, en qué voy a hacer, no basta. Las acciones salen de nosotros y lo que necesitamos es la actuación de Dios. Necesitamos oración, mucha oración. No es que las iniciativas que he mencionado no digan que hay que rezar, pero su centro, o al menos lo que presentan como fundamental, es la acción. Y, como decía el Padre Pío, la acción sin oración no es efectiva. Tenemos que orar mucho. Sólo la oración puede resolver esto. Sólo la oración puede salvar esta sociedad.

Oración continuada, permanente. No una «cruzada de oración» que dure unos días. No un rosario una vez a la semana o al mes. No una novena. Oración diaria de aquí hasta el día de nuestra muerte.

Tengo un convencimiento profundo, un convencimiento que no procede de mí, de que si todos los católicos practicantes nos comprometiésemos a rezar una hora al día todos los días, los problemas descritos disminuirían visiblemente en unos meses. Y si seguimos constantes en la oración, se reducirían a la nada y no volverían. No digo nada nuevo. Sta. Teresa ya decía «Almas orad, orad, orad, porque todo lo puede la oración.»

Y eso busco: gente que se comprometa a rezar una hora al día, todos los días, para siempre, para salvar a esta sociedad (y a sí mismos).

–¿Pero de dónde voy a sacar una hora al día, con lo ocupado que estoy?

Eso es parte del remedio: eliminar ocupaciones secundarias y dar tiempo a lo importante: a la oración y a Dios. Además, no es necesario que la hora sea seguida. Puedes rezar un cuarto de hora por la mañana, al levantarte (quizá tengas que adelantar el despertador unos minutos). Y tener otro cuarto de hora de oración por la tarde. Y un ratito antes de acostarte, haciendo un examen de conciencia. A mediodía reza el Ángelus. Antes de empezar una tarea, dedícala a Dios. Bendice la mesa antes de desayunar, comer, cenar, incluso antes de tomar el café de media mañana. Reza mientras esperas al autobús, en la cama antes de dormirte (o si eres como yo, en las interrupciones del sueño). Y naturalmente, los Domingos y fiestas tienes la misa, que es toda oración. Tienes más ideas en el mencionado Plan de acción urgente contra la cristianofobia.

– ¡Pero entonces me voy a pasar la vida rezando!

Me alegro de que lo hayas entendido.

– ¿Y qué hago?¿Pasarme una hora rezando Padrenuestros?

Pues no es mala cosa. Yo rezo muchísimos Padre Nuestros y Ave Marías cada día y cuanto más los rezo, menos me cansan y más me llenan. Pero las posibilidades de oración son enormes. En 2000 años la Iglesia ha acumulado miles de formas y estructuras que puedes usar.

Puedes unirte a grupos de oración. No los hay en cada parroquia, pero no son difíciles de encontrar. En muchas iglesias rezan el rosario diariamente y tienen exposiciones del Santísimo periódicamente. También hay centros de Adoración Perpetua. Estas oraciones en comunidad pueden ser el momento importante diario o semanal de tu oración. Pero debes tener claro que tu compromiso con la oración es individual: tú te tienes que comprometer a rezar una hora al día. Si el grupo no se reúne un día, no puedes dejar la oración «para la semana que viene». Y rezar sólo con el grupo no basta: la oración no debe ser algo extraordinario que haces una vez por semana, sino algo ordinario que haces en todo momento.

Puedes meditar. Una meditación de 10 o 15 minutos es muy fructífera. El silencio te relaja y te llena. Puedes usar un texto del evangelio o cualquiera de los textos específicos para la meditación. Por ejemplo los de S. Agustín, de Tomás de Kempis o de Thomas Merton.

También puedes rezar la liturgia de las horas, unas oraciones estructuradas que se rezan a horas determinadas por casi todos los religiosos. Los Laudes al amanecer y las Vísperas al atardecer son las más importantes. Todas las comunidades religiosas las rezan y no es raro que sean abiertas a todo el que quiera ir. Varían cada día en ciclos de cuatro semanas. No es necesario tener el libro (llamado breviario) para rezarlas, ya que se encuentran en Internet en muchos sitios.

Hay oraciones particulares para cada tarea. Por ejemplo está una preciosa oración para antes de estudiar de Sto. Tomás de Aquino.

Naturalmente está el rosario, la oración mariana por excelencia. Recomiendo a todo el mundo rezar un rosario cada día. Te cambiará. El Padre Pío y muchos otros llaman al rosario su arma contra el mal (o contra el diablo). Si no tienes un rosario, cómprate uno. Son baratos.

Hay también las coronillas, que son oraciones compuestas al estilo del rosario. Por ejemplo está la coronilla a la Divina Misericordia, que se reza en cinco minutos y es fácil de recordar de memoria.

O simplemente se puede leer la Biblia. A mí me gusta leer las lecturas de la misa del día cada mañana. O libros religiosos. Los hay a miles para todos los gustos. Pero fíjate que sean libros católicos y no libros de «espiritualidad» que pueden ser profundamente anticristianos. Si tienes dudas busca libros escritos por los santos. O por papas. O los libros de G.K. Chesterton.

– ¿Y así salvaremos la sociedad?

Sí. Si nos ponemos todos, será rápido. Si somos muy pocos, será más lento. Y mientras tanto recibirás grandes beneficios de Dios. Se reducirán tus peores defectos. En mi caso, soy más paciente, domino mi genio y mis sentidos, escucho a los demás con atención. Además duermo mejor (y sin pastillas).

La oración nos salvará. Individualmente y colectivamente. Pero nos tenemos que comprometer a ello. Escríbelo. En un papel o en los comentarios de esta entrada. Comprométete ante Dios a rezar una hora al día todos los días. Ahí va mi compromiso público:

«Yo, José Miró Julià, me comprometo ante Dios y ante mis hermanos a rezar al menos una hora al día hasta el fin de mis días, para la salvación de la sociedad y de las almas del mundo.»

Repite el compromiso cada semana.  Hazlo público si lo crees conveniente. Díselo a otros.

– Escribir un compromiso es fácil. Cumplirlo, no tanto…

Estoy aquí para ayudar, y estoy seguro que no soy el único dispuesto a hacerlo. Escribid vuestro compromiso, mandad vuestros testimonios, proponed vuestras oraciones, exponed vuestras dudas, describid vuestros problemas. Usad los comentarios del blog o Twitter (@joe_miro). Cuantos más seamos, mejor. Estas cosas no suman: se multiplican.

domingo, 23 de abril de 2017

¿La resurrección o el perdón de los pecados?

En esta octava de Pascua, al leer las lecturas de la misa del día y las de laudes y vísperas, me he dado cuenta que hay un concepto que sale más que la resurrección. Es el perdón de los pecados. Por ejemplo:

  • Domingo de Pascua. Lectura de laudes: «El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en Él, reciben por su nombre el perdón de los pecados». Lectura de vísperas: «Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio»
  • Martes de la octava de Pascua. Primera lectura: «Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados»
  • Miércoles: Lectura de laudes: «Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre»
  • Jueves. Primera lectura:  «Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.» «Dios resucitó a su Siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros para que os traiga la bendición, apartándoos a cada uno de vuestras maldades.» Evangelio: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos.» Lectura de laudes: «Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.» Lectura de vísperas: «Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios.»
  • Viernes. Lectura de laudes: «El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados.»

Y se podrían añadir las múltiples veces en los que se habla de la salvación, que es en el fondo el perdón de los pecados.

Ver tan resaltado el perdón de los pecados me ha hecho reflexionar toda la semana. He llegado a la conclusión que pensar en la resurrección como en “esto no se acaba aquí” –que es en el fondo creer en la resurrección del cuerpo, de la vida como la conozco– es una visión terrenal. La visión verdadera, la sagrada, es que la resurrección es la resurrección del alma y el alma no se muere porque el corazón deje de latir o el cerebro deje de pensar. El alma se muere por el pecado. Y por eso el perdón de los pecados es lo que te lleva a la resurrección del alma.

Siguiendo con este razonamiento, llegas a la conclusión que si pecas mucho y sin arrepentimiento el alma se puede morir incluso si el cuerpo sigue vivo. Me acuerdo de un texto, creo que de S. Luis Gonzaga, que iba por este camino: si pecas y pecas y pecas sin arrepentirte nunca de tus pecados, puedes llegar a matar tu alma para siempre.

Conclusión: con la resurrección Jesús abrió el camino a la salvación, que es el camino del perdón de los pecados. Pero ese camino lo tienes que recorrer. Tienes que lanzarte a la misericordia de Dios (otra cosa que  repiten machaconamente muchos santos), pedir perdón al Señor a todas horas, rezar mucho, confesarte frecuentemente, ir a misa al menos todos los Domingos, comulgar… Vamos, todas esas cosas que nos enseñaban cuando yo era pequeño (hace 50 años) y que, desgraciadamente, ya no se enseña.

Jesús nos ha salvado, pero no por ello la lucha espiritual ha terminado. Sigue y seguirá mientras el cuerpo aguante.



jueves, 13 de abril de 2017

Sufriendo divinamente

Del sufrimiento y de la muerte no se libra ni Dios

No,  no es una blasfemia. Es una afirmación factual: Dios sufrió y murió. Esta frase me vino a la cabeza hace muchos años, mientras oraba, y ha sido muy importante en mi vida de fe. Lo considero una (mini-muy-mini-)revelación divina.

Lo de que Dios murió lo sabemos todos. Mañana, Viernes Santo, lo celebraremos otra vez. Las consecuencias también deberían ser claras. Lo dijo muy claro S. Pablo: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?» (1 Cor, 15:55). Dios ha vencido a la muerte por nosotros. La muerte no es el final. No somos un conjunto de células que se van a dispersar y desaparecer. Somos inmortales.

Pero, y quizá esto no lo pensamos demasiado, las consecuencias de nuestros actos también permanecen para siempre. Lo de «comamos y bebamos que pronto moriremos» ya no parece una buena idea. Las consecuencias de mis excesos no desaparecen con la resaca. Ni siquiera con la muerte. Se quedarán conmigo para toda la eternidad. Antes de cada acto debería preguntarme si después de mi muerte quiero tenerlo en mi conciencia. Que voy a tener que responder de ello ante Dios. Desgraciadamente apenas lo hago.

Y después viene la parte del sufrimiento. El hecho que Cristo sufrió implica que el sufrimiento no es intrínsecamente malo. Es desagradable, claramente, puede ser malo, sí. Pero no es necesariamente malo. Sufrir no es algo que se deba evitar porque sí.

A veces debemos buscar sufrir. Me acuerdo a menudo de la celda de S. Pedro de Alcántara, en Arenas de S. Pedro. No sé si lo que vi fue su celda auténtica o una reproducción, pero era una celda diseñada para que no se estuviera cómodo ni sentado, ni tumbado, ni de pie. El Santo usaba la incomodidad, el sufrimiento, como camino de perfección. Es la misma idea de los ayunos y las mortificaciones: templar el cuerpo y el alma para dominarlas mejor y estar más en forma para la lucha espiritual. Poder hacer así el bien que quiero y no el mal que no quiero.

Otra consecuencia de mi (mini-muy-mini-)revelación divina fue darme cuenta que el sufrimiento nunca es un castigo. Es más bien una oportunidad de acercarme a Cristo y de unir mi sufrimiento al suyo. Los católicos anglosajones tiene el dicho «offer it up» («ofrécelo al cielo»): si sufres, ofrece tu sufrimiento, únelo al de Cristo, para el bien del mundo. Considérate un ayudante en la salvación del mundo.

No hay que buscar sufrir innecesariamente. Pero evitar el sufrimiento a toda costa te aleja de Dios. Si hay que sufrir, se sufre. Y se sufre divinamente.

Jueves Santo, 2017

miércoles, 5 de abril de 2017

¿Latín o lengua vernácula?

Hace cuatro años fui de vacaciones a Lourdes con mi familia. Íbamos a misa a la Gruta por las mañanas y a las procesiones de la tarde o la noche, además de visitas a las basílicas, vía crucis, etc. En Lourdes hay gente de todo el mundo. Hay sobre todo franceses, italianos, españoles y germanos (alemanes y holandeses). Y en las procesiones y actos se reza y canta en todos estos idiomas. Y en latín. Y me impactó notar que el volumen de los cantos y rezos en latín era claramente mayor al de cualquier otro idioma. Parecía que había más franceses o italianos que cantasen en latín que en su propio idioma. El latín nos unía.

Los que seguís mi otro blog, Oración de hoy, habréis notado que si existe, pongo el rezo en latín y en español. Todo viene de esos días. Aprendí el Padre Nuestro y el Ave María en latín, estoy aprendiéndome el Credo. Algunos días, durante el rezo de laudes o vísperas rezo el Benedictus o el Magnificat en latín. Y últimamente estoy yendo a una misa tridentina, también en latín. Para mis oraciones personales hablo con Dios en español, pero para las oraciones que hago con toda la Iglesia, estoy convencido que deben hacerse en latín.

El latín era (y supongo que aún es) el idioma de la Iglesia Católica y que usaban todos. Mi madre, mujer de pueblo que se casó sin el graduado escolar, aún se sabe de carrerilla la letanía del rosario que aprendió de niña (Mater Christi; ora pro nobis. Mater Eccleasiae; ora pro nobis…). Ahora dudo que los curas sepan ya latín. Un ejemplo: en la misa de la Fiesta de la Asunción de hace dos veranos nos pusimos todos a cantar la Salve en latín, excepto el párroco, que no se la sabía.

Tiene su lógica cambiar la liturgia y los rezos comunes a lengua vernácula: así sabes lo que dices y no se convierte en un conjuro mágico. También entiendes lo que dice el cura en misa y se convierte en algo en lo que puedes participar. No son malas razones, aunque son razones de corte terrenal y que no tienen mucho peso. Las oraciones son fijas y se puede leer la traducción en lengua vernácula. Incluso si no entendiera cada palabra del Padre Nuestro cuando lo rezo en latín, sé qué es lo que digo. Y en misa se siguen unas fórmulas concretas todas las semanas.  Estaban los misales con las traducciones y si estás interesado, a las pocas semanas sabes lo que dice el cura en cada momento. Y si no estás interesado, da igual en qué idioma lo diga, que no lo vas a seguir. Cuando estoy distraído (desgraciadamente demasiado a menudo), puedo seguir toda la misa y responder a todo sin dejar de pensar en lo que sea que esté interfiriendo con mi devoción.

Hay dos muy buenos motivos, de corte sagrado, para resucitar el latín como lenguaje común de la liturgia de la Iglesia Católica. Uno es de unidad de los católicos. Como vi en Lourdes, el latín une a la gente en una única Iglesia. Te sientes más cercano a los demás si puedes unirte a sus rezos. Necesitamos un idioma común y por tradición ha de ser el latín. Además, es el único idioma que, al no ser de nadie, es de todos.

El tener una misa en el que hubiera un esqueleto en latín ayudaría a que todos los católicos, no importa de dónde fuéramos nos sintiéramos más unidos. Turistas, inmigrantes, viajeros, tendríamos algo en común durante las celebraciones. Quizá baste con el Kyrie (Señor ten piedad), el Credo, el Sanctus, el Pater Noster, el Agnus Dei (Cordero de Dios) y alguna respuesta más. Además «Dóminus vobiscum; Et cum Spiritu tuo» es más bonito que «El Señor esté con vosotros; Y con tu espíritu». Y mucho más bonito que «The Lord be with you; And with your spirit». Y si además lo adornamos con cantos comunes, por ejemplo los de la Missa de Angelis, podríamos cantar juntos. El latín nos ayudaría a ser uno, como nos pidió Jesús.

El segundo motivo es más profundo e importante. El latín es el idioma de Dios. Cuando rezo la liturgia en latín yo salgo de mí y voy a Dios. Es un esfuerzo que hacemos todos para acercarnos a Dios. En cambio si rezo la liturgia en lengua vernácula, yo me quedo donde estoy y espero que Dios venga a mí.

Esto pensamiento me vino a la mente el domingo pasado, durante la misa tridentina. Al responder en latín me sentí movido hacia Dios, cercano al altar donde estaba Jesús presente. Quizá influya el que uses un idioma que sabes que Jesús oía. Por lo que sea, el salir de tu idioma y usar el de Dios cambia tu actitud. Lentamente, pero de una forma poderosa: tú importas menos; Dios importa más.

Para los momentos más personales de comunicación con Dios, es lógico usar el idioma en el que te sientes más cómodo. Pero para la liturgia, con oraciones fijas y en el que estamos todos unidos, el latín te identifica como católico y te une a la Iglesia, te aleja de ti y te acerca a Dios.



domingo, 26 de marzo de 2017

Creer que Dios existe, vivir que Dios existe

Estoy leyendo una entrevista-libro a S. Juan Pablo II llamada «Cruzando el umbral de la Esperanza». Son respuestas del santo Papa a preguntas del periodista italiano Vittorio Messori. El capítulo 6 es la respuesta a la pregunta «Si [Dios] existe, ¿por qué se esconde?» Esto lo leí a poco de escribir mi entrada anterior, en el que transcribía un trozo de Sto. Tomás de Aquino demostrando que el catolicismo era la fe verdadera. Y me puse a pensar, ¿realmente la existencia de Dios está escondida?

La primera pregunta sería, ¿cómo sabemos que Jesús existió y que no es un invento de sus discípulos? Cierto que no tenemos ninguna foto ni certificado de nacimiento. Como no lo tenemos de ningún personaje de la época. Planteemos otra pregunta ¿Cómo sabemos que Sócrates existió? Tampoco tenemos nada más que los escritos de sus discípulos, sobre todo de Platón. Pero nadie duda de que existió. Y lo mismo podemos decir de Arquímedes y muchos otros personajes de la época.
La existencia de Jesús de Nazaret está tan históricamente demostrada como la de cualquier otro personaje de la época. Si no dudamos de la existencia de Pitágoras, no hay por qué dudar de la de Jesús.

¿Y cómo sabemos que Jesús es Dios? Aquí entroncamos con varios de los razonamientos de Sto. Tomás. Me detendré en los milagros. La historia del catolicismo está llena de ellos. Y en contra de lo que muchos piensan, la Iglesia pone muchas pegas para aceptar que un hecho extraordinario es un milagro.  En Lourdes hay cada año varias curaciones inexplicables, pero sólo 69 han sido declaradas milagrosas.

Pero no hace falta ir a Lourdes y creer los testimonios de médicos y familiares. Aquí en Palma puedo ir al convento de Sta. Magdalena, en la calle de S. Jaime, y ver el cuerpo incorrupto de Sta. Catalina Tomás. Es más, tiene su cara milagrosamente tapada con un pañuelo (supongo que originalmente blanco, ahora es gris). Ella pidió antes de morir que no la taparan, pero una compañera monja sintió tanta pena que le puso el pañuelo sobre la cara. Se le quedó pegado y nunca se lo han podido quitar.
Pero supongamos que hay alguna explicación científica, aún desconocida, sobre los cuerpos incorruptos. ¿Alguien podría explicar por qué sólo sucede a muertos católicos?

Jesús existió, Jesús aún hoy hace milagros. Están a la vista. La existencia de Dios no está oculta.

Pero también Jesús nos explicó en una parábola que aun todos los milagros del mundo no harán creer a nadie. En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, el rico pide que Lázaro vaya a ver a sus familiares ya que la aparición de un muerto les convencerá  de la existencia de Dios (y del infierno). Abraham le contesta que “Si no les hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos” [Lc 16:31]. El problema no es que la existencia de Dios esté oculta. El problema es que vivir la existencia de Dios es exigente y es más cómodo mirar a otro lado.

Cuando quieres vivir la existencia de Dios te lo tienes que replantear todo todo el rato. Y al menos para mí es una lucha continua.

lunes, 13 de marzo de 2017

No es coexistir, es convertir

Se habla dentro del mundo católico que hay que “comprender” a las otras religiones. Hace unos días lo dijo el Papa. Si por comprender se entiende que no hay que maltratarlos y que no debemos entrar en guerras de conquista religiosa, estoy de acuerdo. Son hijos de Dios al fin y al cabo. Pero casi siempre se entiende esto como si fuera una cuestión secular. Como si las religiones fueran asociaciones o partidos políticos, y que todas las religiones son igualmente verdaderas. Que todas comparten la verdad o al menos tienen visiones parciales de la misma verdad. Y que por lo tanto debemos comprender sus puntos de vista, compartir los que podamos, coexistir y no intentar convertir a los otros a nuestra religión, que al fin y al cabo es una cosa violenta.

Esto es una barbaridad. Los católicos no podemos aceptar esta visión de las religiones. Las religiones no son todas igualmente buenas. Como bien dijo el Papa León XIII en su encíclica Imortale Dei, “La tolerancia igualitaria de todas las religiones… es lo mismo que el ateísmo.” ¿Creéis que Dios creó todas las religiones?¿Es que Dios actúa por prueba y error?

Por lo tanto sólo hay una religión verdadera. ¿Cuál es? No se puede demostrar internamente, por referencias a la propia religión: todos creeríamos que la nuestra es la verdadera. Y si buscamos pruebas externas, la verdadera es el cristianismo, como demostró Sto. Tomás de Aquino en apenas una página, en el capítulo VI del libro I de la Summa contra los gentiles, que añado al final de esta entrada. Su prueba se basa en algunos hechos comprobables: Una docena de pescadores galileos, probablemente muchos analfabetos, extienden la creencia en Dios, convenciendo a gente sencilla y a sabios, en todo el mundo conocido, desde la India (Sto. Tomás Apóstol), hasta España (Santiago el Mayor), en unos pocos años, sin prometer nada terrenal y entre persecuciones. La existencia de Jesús fue predicha durante siglos en escritos judíos. Realizaron milagros comprobables (y se siguen realizando). Ninguna otra religión puede decir esto de sí misma. Y las pruebas de Sto. Tomás siguen siendo válidas: siguen habiendo un flujo de conversiones del Islam al Catolicismo, que se hacen a pesar del peligro de muerte para los que se convierten. Mientras que entre los que se convierten del Cristianismo al Islam (que también los hay) muchos lo hacen seducidos por la violencia.

Por lo tanto nosotros sabemos que estamos en posesión de la Verdad, y que pertenecemos a la religión verdadera. ¿Qué hacemos?¿Nos la guardamos para nosotros? Recordemos que, antes de su Ascensión, Jesús ordenó: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.  El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.» (Mc, 16:15-16). Cierto que se lo ordenó a los apóstoles, pero no podemos aceptar que la coexistencia –cree y deja creer (o no)– es la forma de comportarse de un buen cristiano. Más bien, si uno no intenta extender su fe, es que en el fondo no la tiene.

No. La fe es lo más importante que uno puede tener. Obviamente, más importante que la profesión, que el dinero o que el status. Pero también más importante que los amigos, incluso que la familia: "¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? replicó Jesús.  Señalando a sus discípulos, añadió: Aquí tienen a mi madre y a mis hermanos.  Pues mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo" (Mt. 12, 48-50) La fe es el camino de la eternidad. La Tierra importa menos. ¡Ay! si creyéramos esto. ¡Ay, si de verdad lo creyera yo!

¿Y qué podemos hacer? Algunos tienen clara su misión apostólica. Tenemos a los misioneros, naturalmente, pero también tenemos a apostolados entre nosotros, como los de Church Militant, o Camineo. Pero los demás, ¿qué podemos hacer?

Yo soy cobarde. Y no sé hablar. Muchas veces callo porque si hablo pensarán (con razón) «estos cristianos son tontos». Pero por lo menos dejo claro que soy católico. Tengo una cruz en mi despacho, un anuncio de la Adoración Perpetua en mi puerta. Hago una breve oración y me santiguo antes de empezar mis clases. Y mis alumnos (espero) lo ven. Si me preguntan qué estaba haciendo y estaba rezando el rosario, lo digo: «estaba rezando el rosario». Y si la base de mi razonamiento es el Evangelio, también lo digo. No proclamo la palabra «a tiempo y a destiempo», como pedía S. Pablo, pero por lo menos intento no ocultarme. Intento ser más visible. Y rezo al Espíritu Santo para que me dé una lengua más ágil que me permita meter a Dios más en mis conversaciones. Y más valor.

Sobre todo más valor.



Sto. Tomás de Aquino. Summa contra los gentiles. Libro I, capítulo VI.

Los que asienten por la fe a estas verdades «que la razón humana no experimenta», no creen a la ligera, «como siguiendo ingeniosas fábulas», como se dice en la 2ª carta de San Pedro. La divina Sabiduría, que todo lo conoce perfectamente, se dignó revelar a los hombres «sus propios secretos» y manifestó su presencia y la verdad de doctrina y de inspiración con señales claras, dejando ver sensiblemente, con el fin de confirmar dichas verdades, obras que excediesen el poder de toda la naturaleza. Tales son: la curación milagrosa de enfermedades, la resurrección de los muertos, la maravillosa mutación de los cuerpos celestes y, lo que es más admirable, la inspiración de los entendimientos humanos, de tal manera que los ignorantes y simples, llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la máxima sabiduría y elocuencia. En vista de esto, por la eficacia de esta prueba, una innumerable multitud, no sólo de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino en medio de grandes tormentos, en donde se da a conocer lo que está sobre todo entendimiento humano, y se coartan los deseos de la carne, y se estima todo lo que el mundo desprecia. Es el mayor de los milagros y obra manifiesta de la inspiración divina el que el alma humana asienta a estas verdades, deseando únicamente los bienes espirituales y despreciando lo sensible. Y que esto no se hizo de improviso ni casualmente, sino por disposición divina, lo manifiestan muchos oráculos de los profetas, cuyos libros tenemos en gran veneración como portadores del testimonio de nuestra fe, el que Dios predijo que así se realizaría.

A esta manera de confirmación se refiere la Epístola a los Hebreos: «Habiendo comenzado a ser promulgada por el Señor», o sea, la doctrina de salvación, «fue entre nosotros confirmada por los que la oyeron, atestiguándolo Dios con señales y prodigios y diversos dones del Espíritu Santo».

Esta conversión tan admirable del mundo a la fe cristiana es indicio certísimo de los prodigios pretéritos, que no es necesario repetir de nuevo, pues son evidentes en su mismo efecto. Sería el más admirable de los milagros que el mundo fuera inducido por los hombres sencillos y vulgares a creer verdades tan arduas, obrar cosas tan difíciles y esperar cosas tan altas sin señal alguna. En verdad, Dios no cesa aun en nuestros días de realizar milagros por medio de sus santos en confirmación de la fe.

Siguieron, en cambio, un camino contrario los fundadores de falsas sectas. Así sucede con Mahoma, que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia. En conformidad con las promesas, les dió sus preceptos, que los hombres carnales son prontos a obedecer, soltando las riendas al deleite de la carne. No presentó más testimonios de verdad que los que fácilmente y por cualquiera medianamente sabio pueden ser conocidos con sólo la capacidad natural. Introdujo entre lo verdadero muchas fábulas y falsísimas doctrinas. No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está interiormente inspirado. En cambio, afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los ladrones y tiranos. Más aún, ya desde el principio, no le creyeron los hombres sabios, conocedores de las cosas divinas y humanas, sino gente incivilizada, habitantes del desierto, ignorantes totalmente de lo divino, con cuyas huestes obligó a otros, por la violencia de las armas, a admitir su ley. Ningún oráculo divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él; antes bien, desfigura totalmente los documentos del Antiguo y Nuevo Testamento, haciéndolos un relato fabuloso, como se ve en sus escritos. Por esto prohibió astutamente a sus secuaces la lectura de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento, para que no fueran convencidos por ellos de su falsedad. Y así, dando fe a sus palabras, creen con facilidad.