domingo, 18 de febrero de 2024

Colas en los confesionarios

En una entrada reciente titulada El huevo y la gallina comentaba que la solución al problema de la Iglesia es acercarse de nuevo a Dios con oración, penitencia y sacramentos. De aquí se deduce que una de las primeras señales que veremos cuando estemos saliendo del hoyo en el que estamos metidos es ver colas ante los confesionarios.

Y de momento estamos lejos: no sólo no hay colas ante los confesionarios, sino que generalmente están vacíos, sin un sacerdote dentro. E incluso hay iglesias que ni siquiera tienen confesionarios. No es cuestión de apuntar el dedo a los sacerdotes o a los fieles: es otra vez un caso del huevo y la gallina, va todo junto. Esta sociedad tiene demasiada soberbia para arrodillarse ante Dios ni ante nadie y pedir perdón; los sacerdotes piensan que hay maneras mejores de usar su escaso tiempo que pasarse horas en el confesionario si total no viene nadie; los fieles piensan que para qué pasar el mal trago de decir sus pecados a un sacerdotes si ellos ya se “confiesan” ante Dios, sin mediación de nadie; la jerarquía quiere hacer “más fácil” el ser católico y no promueve algo que los fieles encuentran desagradable. Nos hemos alejado todos juntos de este sacramento fundamental en la vida católica.   

He oído muchos testimonios de gente alejada de Dios que ha vuelto al seno de la Iglesia. Y siempre destacan que uno de los momentos fundamentales de su vuelta fue la confesión. Es mi caso. Y es un simple ejercicio de lógica darse cuenta que si la confesión ha sido un punto fundamental de la vuelta al Padre, la falta de confesión es un punto fundamental del alejamiento. Es también mi caso.

Fue por tanto una alegría ver que el pasado Miércoles de Ceniza no sólo estaban la misas a rebosar, sino que a la que yo fui había un sacerdote en el confesionario y desde media hora antes de la misa hasta el momento de la comunión, siempre que miré, había alguien confesándose. Hay mucha gente que siente necesidad de penitencia y conversión y es vital atender esta necesidad.

Por todo esto una buena manera de valorar la vitalidad de una parroquia es mirar el confesionario. ¿Hay un horario de confesiones? ¿Se puede encontrar el confesionario con un sacerdote sentado y esperando aunque sea antes o durante las misas? ¿Va la gente a confesarse? ¿Hay cola ante el confesionario? Una parroquia moribunda responderá que no a todas estas preguntas. Una bien viva, responderá que sí. No es el único punto, como comenta el P. Jorge en su blog, pero es un buen punto de partida.

Una comunidad católica viva se confiesa, una moribunda, no. Un sacerdote preocupado por las almas de sus fieles, promueve la confesión, uno preocupado por mil otras cosas, no. Y como he dicho antes, no es cosa de uno o de otro: es cosa de ambos. El sacerdote debe llevar a los fieles hacia el confesionario, pero los fieles también deben llevar al sacerdote hacia el confesionario.

Pide en tu parroquia que haya un horario de confesiones. Confiésate a menudo. Dale las gracias al sacerdote por estar allí, explicándole lo importante que es para ti poderte confesar. Así estarás haciendo tu parte en la salvación de tu alma, y en la recuperación de la Iglesia.



jueves, 15 de febrero de 2024

Miércoles de ceniza: la gente busca convertirse

 Ayer fue Miércoles de Ceniza. Yo fui a misa por la mañana y estaba lleno. Mucho más que cualquier domingo. Mi mujer y mi hijo fueron por la tarde, y también. Y por lo que me cuentan y he leído, esto es lo habitual no sólo en España sino también en el resto del mundo occidental. Por lo que vi ayer, más gente va a misa el Miércoles de Ceniza que por Navidad y probablemente incluso más que por Semana Santa. Pudiera ser que el Miércoles de Ceniza es el día en el que más gente va a misa en todo el año. Y eso que no es un día de precepto. 

Esto rompe algunas concepciones que se tienen y que marcan la vida litúrgica. La más obvia, que conviene mover ciertas solemnidades importantes, como la Ascensión y el Corpus, de jueves a domingo, para facilitar que la gente vaya a la misa. Pero vemos que los feligreses no tienen ningún problema en ir a misa en día laborable para una fiesta señalada. Dado que, sobre todo por la Ascensión, la asistencia a misa no es diferente de la de un domingo cualquiera, considero bastante probable que fuera más gente a misa si se dejara en jueves. 

Otra mala costumbre que se tiene y que queda en entredicho es la reducción de días de precepto. Yo sólo me enteré hace unos pocos años. Cada año el Obispo saca un decreto en el cual dispensa en su diócesis del precepto de ir a misa en algunas solemnidades. Por ejemplo, en 2022 el Obispo de Mallorca dispensó los preceptos de los días de San José y de Santiago Apóstol. El motivo alegado fue que eran días laborables. 

Como argumento en mi entrada sobre el calendario litúrgico, este sometimiento del calendario litúrgico al laboral da subliminalmente la idea de que sólo hay que ir a misa si es cómodo y conveniente. Esto hace disminuir la presencia e importancia que la gente le da, no sólo a las fiestas que se mueven o se dispensan, sino a toda fiesta religiosa. 

Cada Miércoles de Ceniza el feligrés demuestra que va con gusto a una misa, que ni siquiera es de precepto, en un día laborable. Claramente, estas dos costumbre de mover o dispensar grandes fiestas religiosas, son malas costumbres.

Una segunda cuestión que se me ocurrió al ver la gran cantidad de gente en misa fue preguntarme por qué gente que no va a misa los domingos, y probablemente casi nunca, tiene tan gran afecto por la misa del Miércoles de Ceniza. Llegué a la conclusión que la gente, en su interior, tiene un hambre de Dios. Y como ve que Dios no está en su vida, se da cuenta de que debe convertirse. Y el Miércoles de Ceniza le da una respuesta a esta necesidad.

Y si mi conclusión es correcta, entonces hay mucha gente que tiene hambre de conversión y penitencia. Y el decirles que “Dios te quiere como eres” o que todos vamos al cielo no les satisface, pues en su interior saben que no es así. El mensaje buenista, que es prácticamente el único que se recibe en las iglesias estos días, no les atrae, más bien lo contrario, lo encuentran falso y les aleja.

El mensaje de Cristo –y esto se ve claramente en los Evangelios– es el del Miércoles de Ceniza: “conviértete y cree en el Evangelio”. Cristo nos muestra el cielo, pero tras la conversión. Predica que Dios nos perdona, pero que debemos arrepentirnos primero. Que existe el camino del cielo, pero también el del infierno. Y esto Dios lo ha metido en nuestros corazones: lo sabemos profundamente. Necesitamos el mensaje del cielo y también el del infierno. Si sólo nos dan uno, notamos a faltar el otro.

El camino de la salvación es un camino duro. Gozoso, sí, pero duro: es el camino de la cruz.  Las misas a rebosar del Miércoles de Ceniza nos muestra que la mayoría de los fieles estamos dispuestos a las liturgias en día laborable y a la penitencia y la conversión. No es cuestión de añadir dificultades innecesarias, pero buscar lo fácil –que en el fondo es arrinconar la Cruz– es falso y causa rechazo. 


domingo, 11 de febrero de 2024

El huevo y la gallina

Un blog que sigo y recomiendo es Espada de doble filo, de Bruno Moreno, en el portal Infocatólica. Hace unos días escribió una entrada llamada Veinte años en la archidiócesis de Boston, en la que comentaba un artículo del Boston Globe, sobre los veinte años del cardenal O'Malley al frente de la archidiócesis. Una de las cuestiones que destacaba es que, a pesar de todos los males que aquejan a su archidiócesis –falta de vocaciones, alarmante descenso del número de católicos, cierre de parroquias y colegios católicos– no había ningún rastro de admisión de responsabilidad por esta mala situación. Y no es un caso excepcional: en España la situación es igualmente mala y tampoco he oído a ningún obispo admitir responsabilidad alguna. Es más he oído a mi obispo decirnos que en nuestra diócesis de Mallorca ve detalles preciosos y hay buen motivo para vivir esperanzados.

Entonces, si no hacemos nada mal, ¿por qué esta situación? La explicación que he oído más a menudo es que estamos en una mala época, en un mundo muy secular. Que la culpa es del entorno.

Esa es una visión mundana del problema. Tratan a la Iglesia como si fuera una institución o una empresa y consideran los problemas desde esa perspectiva. Y las soluciones que proponen también se adecúan a esta situación: reunión de parroquias en “unidades pastorales”, plan de cierre de parroquias, disminución del número de misas celebradas, cierre gradual y programado de seminarios, etc. Hasta aquí nada que no se haya dicho muchas veces.

Pero hay un aspecto de esta visión mundana de la Iglesia que no he visto comentado. Una empresa es un ente propio, separado. Es sólo parte de la sociedad. Puede tener más o menos influencia pero no es parte necesaria de la sociedad: puede aparecer o desaparecer sin más. Las empresas desaparecen, pero la sociedad sigue. “Unas viene y otras se van, la vida sigue igual”, como dice la canción. No es el caso de la Iglesia.

Dios está en el mundo desde el momento que existe el primer hombre, la primera familia, la primera comunidad. La presencia de Dios es un aspecto necesario de la sociedad. Y esa presencia se articula ahora especialmente a través de la Iglesia Católica. Por lo tanto la Iglesia es parte esencial y necesaria de la sociedad. Si desapareciera, desaparecería la sociedad.

Naturalmente el hombre le da la espalda a Dios muy a menudo. Eso es el pecado original. Y quiere crear una sociedad sin Dios, que es algo que no puede existir. Y cuando eso pasa, la sociedad vuelve a la barbarie. Y eso es lo que vemos con el aborto, la eutanasia, la destrucción de las familias, los problemas de falta de identidad propia (que se manifiestan más notablemente en problemas de falta de identidad sexual), el totalitarismo creciente en los gobiernos, la Agenda 2030, el NOM, etc. 

Todo esto que vemos son síntomas de un único problema: la Iglesia y la sociedad le han dado la espalda a Dios. No es que la sociedad se haya secularizado y la Iglesia deba adaptarse a esta nueva situación, reduciendo su influencia. Ni es que la Iglesia haya perdido el norte y por eso la sociedad se ha secularizado. Pensar de esa manera es plantearse la pregunta de qué fue primero, si el huevo o la gallina. Es una pérdida de tiempo. La Iglesia y la sociedad son uno y o ambas van bien o ambas van mal.

Vemos muchos síntomas, pero el problema es uno, el de siempre: nos hemos alejado de Dios. La suerte es que, identificado el problema, debería quedar clara cuál es la solución: volver a Dios. Haciendo esto resolveremos los problemas de la Iglesia y a la vez los de la sociedad, pues ambos son uno.

Y no es que no sepamos cómo volver a Dios. Todos lo sabemos es cuestión de penitencia y ayuno, oración y sacramentos. Es el único camino. Esto lo intuye Bruno Moreno en su entrada, cuando escribe “Tiendo a creer que, mientras no se proclame una ‘gran penitencia’ de toda la Iglesia, las cosas no podrán cambiar a mejor”. Ojalá.

Mis aspiraciones son más modestas. Me gustaría que mi obispo aceptara el problema, explicara cuál es la única solución y proclamara un acto penitencial permanente. No una semana o un mes o una cuaresma. Permanente. Por ejemplo, que cada viernes, en al menos una iglesia de Mallorca, se hiciera por la tarde una misa penitencial, seguido de 24 horas de exposición del Santísimo y un llamado al ayuno. Durante este tiempo, además de amplio tiempo de silencio,  se haría lo que antes se llamaba una misión: una serie de predicaciones exponiendo nuestros pecados y llamando a la conversión. Habría siempre un sacerdote en el confesionario. Se acabaría con una oración penitencial y la misa vespertina del Domingo. Se debería explicar que esto no es algo preparado para los mas piadosos o ciertos grupos, sino que es un acto en el que debe participar toda la diócesis: los que puedan acercarse a la iglesia aunque fuera una hora, deben hacerlo; si no, debes participar en lo que puedas desde tu casa ya sea rezando el rosario, leyendo la Biblia, ayunando, yendo a misa y a confesar a tu parroquia. Todos nos hemos alejado de Dios, todos debemos pedir perdón.

Ojalá esto llegara. Pero si no llega, nada nos impide a nosotros hacer penitencia por la Iglesia: es más fácil y llevadero si lo hacemos todos y guiados por nuestro pastor. Pero me parece que estamos en tiempos heroicos y debemos actuar acordemente. Por ejemplo podemos

  • Ayunar una vez a la semana, haciendo sólo una comida en el día, y no demasiado abundante.
  • Meditar la Biblia y estudiar el Catecismo diariamente. Aunque sea leyendo despacio las lecturas de la misa del día y dedicando 15 minutos al Catecismo.
  • Rezar el rosario o la liturgia de las horas o lo que sea te llene más.
  • Ir a misa a diario o al menos alguna vez entre semana.
  • Confesarte con cierta frecuencia (una vez al mes, por ejemplo)
  • Ir a la Adoración del Santísimo. Puede que tengas alguna capilla de Adoración Perpetua cerca o en alguna iglesia de tu zona se hagan Exposiciones del Santísimo semanales (típicamente los jueves).
  • Levantarte en medio de la noche para rezar. No es rezar en la cama, sino tener alguna imagen e ir a ella para rezar media hora o una hora. Lo recomiendo muchísimo.
Quizá veamos los frutos de nuestra penitencia. Quizá no. Los tiempos de Dios no son los nuestros. Debemos perseverar, pues “la paciencia todo lo alcanza”.

Este es el único camino de salida de la situación de la Iglesia y de la sociedad. Vamos juntos pues somos lo mismo: la comunidad que Dios creó. Además, si no hacemos la penitencia voluntariamente, nos vendrá forzosa.

jueves, 8 de febrero de 2024

Sobre la omnipotencia de Dios (¿Puede Dios crear una piedra…?)

 Hay una pregunta bastante conocida, cuyo objetivo es demostrar que Dios no puede existir. Es la siguiente: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? El argumento es que si la respuesta es “sí”, entonces Dios no es omnipotente pues no puede levantar la piedra. Si la respuesta es “no”, Dios no es omnipotente porque no puede crear la piedra. Sea como sea, Dios no es omnipotente. Como Dios, si existe, debe ser omnipotente, la conclusión es que Dios no existe.

He visto muchas respuestas a esta pregunta y ninguna me ha satisfecho del todo. He acabado creando la mía. Hay un punto crucial en la respuesta. Para que se entienda bien, voy a empezar desde muy lejos e ir despacio hasta llegar a este punto. Vamos allá.

Vamos a ir haciendo preguntas que se vayan acercando a la que queremos responder. La primera es ¿Puede Dios lkaxdfjae ls ajolkjd? La respuesta es no, Dios no puede hacer eso. No es que Dios no sea omnipotente, es que la pregunta no tiene sentido: “lkaxdfjae ls ajolkjd” ni siquiera son palabras. 

Refinemos un poco el argumento con una segunda pregunta: ¿Puede Dios California la de pimiento un? Otra vez, la respuesta a esta pregunta es no, Dios no puede hacer eso. Y otra vez no es porque Dios no sea omnipotente, sino porque la pregunta no tiene sentido. Ahora todas las palabras de la frase existen, pero la frase no es gramaticalmente correcta y no significa nada. Sigamos.

Nuestra tercera pregunta es ¿Puede Dios hacer que el amarillo sea cinco? Esta vez la pregunta consta de palabras existentes y la frase es gramaticalmente correcta. Pero Dios no puede hacer eso porque, otra vez, la frase no tiene sentido. Dios puede pintar de amarillo una imagen del número “5”; también puede crear cinco objetos amarillos. Ni siquiera hace falta ser Dios para eso: puedo hacerlo yo. Pero no es eso lo que se pide. Lo que se pide es que de alguna manera el concepto “amarillo” se convierta en el concepto “cinco”. Eso no tiene sentido: son conceptos completamente diferentes, pues unos es un color y el otro un número, una cantidad.

Este es el punto crucial, entender que esta pregunta no tiene sentido porque no se pueden casar dos conceptos incompatibles. Porque a partir de ahora iremos viendo que, aunque sea más difícil de darse de ello, las preguntas estarán pidiendo casar conceptos incompatibles y por lo tanto no tendrán sentido.

Siguiente pregunta: ¿Puede Dios hacer que un triángulo sea un cuadrado? No estamos preguntando si Dios puede transformar un objeto que tiene forma de triángulo a tener forma de cuadrado –eso lo puedo hacer cualquiera– sino que case los conceptos de triángulo y de cuadrado. Ambos conceptos son de geometría, pero son incompatibles. Luego Dios no puede hacer eso, pero no por cuestiones de omnipotencia, sino porque la pregunta es del mismo tipo que la del amarillo y del cinco. Carece de sentido. Vamos con otra.

¿Puede Dios construir un triángulo cuyos ángulos no sumen 180º? (Nota para gente más entendida: estoy considerando sólo la geometría euclídea. En otras geometrías ya sé que se puede construir.) En este caso no es obvio, pero estamos otra vez casando conceptos incompatibles. Para darse cuenta de ello hay que saber suficiente geometría para saber no sólo que los ángulos de un triángulo suman 180º, sino que es una necesidad lógica que esto sea así. Es parte de la esencia del triángulo que sus ángulos sumen 180º. Es imposible que sea de otra manera. Luego la pregunta contiene el concepto de triángulo y el de objetos que necesariamente no son triángulos. La pregunta pide casar conceptos incompatibles, luego es del tipo “amarillo es cinco” y no tiene sentido.

Una vez puestos los cimientos, ataquemos la pregunta original: ¿Puede Dios crear una piedra tan pesada que Él no la pueda levantar? Para ver que la pregunta no tiene sentido exploremos los conceptos “pesado” y “levantar”. El concepto de peso tiene que ver con la fuerza de atracción que la Tierra ejerce sobre el objeto. Cuando levantamos algo lo que queremos decir que la alejamos de la superficie de la Tierra. Vemos, pues, que estamos usando la Tierra como referencia.

Supongamos que tengo una piedra sobre la superficie de la Tierra y que puedo levantarla sin problemas. La voy haciendo crecer y cada vez se hace más pasada y me cuesta más levantarla. Sigue creciendo más y más, tanto que se hace más grande y “pesada” que la Tierra (La Tierra hubiera quedado destruida por las fuerzas gravitatorias bastante antes, pero obviemos este detalle). Si muevo la piedra respecto a la Tierra ¿estoy levantando la piedra?¿Estoy levantando la Tierra?¿No estaríamos hablando del peso de la Tierra y no del de la piedra? Lo que quiere decir la pregunta ya no está muy claro. Y cuanto más grandes son los objetos, menos sentido tiene. Obviamente Dios puede crear el Universo (ya lo ha hecho), pero ¿puede levantar el Universo? Si pensamos un poco nos preguntamos qué quiere decir “levantar el Universo”.¿Levantarlo sobre qué? Y podríamos parar aquí: Dios no puede hacer esto porque la pregunta no tiene sentido. Pero se puede explorar un poco más (estudié ciencias físicas y no me puedo resistir a ir más allá…)

Intentemos precisar más la pregunta. Nos tenemos que forzosamente poner técnicos: ¿Puede Dios crear dos objetos tan masivos que no pueda cambiar la distancia entre sus centros de masas? Un objeto tan masivo tiene que ser un agujero negro. El caso que exige más fuerza para separarlos es tenerlos muy cerca uno de otro. Dos piedras pueden tocarse y siguen siendo dos piedras, pero si dos agujeros negros “se tocan” se convierten en un único objeto indivisible. Es más, “dentro” de un agujero negro hay una singularidad del espacio-tiempo y no tiene sentido hablar de distancias. Luego en el fondo, “objeto muy masivo” y “distancia” son dos conceptos incompatibles que no se pueden casar. La pregunta no tiene sentido.

Responder a esta pregunta tiene una parte de “divertimento”. Al menos a mí me ha divertido explorar la respuesta. Pero hay algo más serio: ¿Tiene límites la omnipotencia de Dios? Es decir, ¿hay algo que Dios no pueda hacer?

Y en cierto modo sí, hay cosas que Dios no puede hacer. Cada mañana procuro estudiar un rato el catecismo. Esta mañana he reflexionado sobre la pregunta ¿Qué quiere decir la palabra «Creo»? La respuesta: “La palabra «Creo» quiere decir: acepto firmemente las verdades reveladas por Dios, que no puede ni engañarse ni engañarnos.” Aquí vemos que Dios no puede engañar ni a nosotros ni a sí mismo. Pero ¿por qué no puede Dios engañarnos? Nótese que no dice que Dios no quiere engañarnos –eso se entiende fácil– si no que no puede. Y mi reflexión me ha llevado a la conclusión que Dios no puede engañarnos porque, si lo hiciera, no sería Dios: Dios es la Verdad y si pudiera engañar no sería la Verdad y por lo tanto no sería Dios. Es decir, que esto nos lleva al mismo caso del “amarillo es cinco”: Dios y engañar son dos conceptos incompatibles y por eso la pregunta ¿Puede Dios engañar? en el fondo no tiene sentido.

Dios no puede engañar; Dios no puede mentir; Dios no puede pecar; Dios no puede ignorar; Dios no puede contravenir la lógica. Pero esto no quiere decir que Dios no sea omnipotente: Dios puede hacerlo todo. Todo lo que tiene sentido en un Dios.

sábado, 20 de enero de 2024

La teología no es ciencia, ni la ciencia es teología

 Las ciencias naturales adelantan que es una barbaridad, como dice la zarzuela. Sobre todo lo hicieron a finales del S. XIX y la primera mitad del S. XX. En biología apareció la teoría de la evolución y la genética; en física la teoría de la relatividad; y junto con la química la teoría cuántica y la teoría del átomo… Todo esto en unos 70 años. Y después han venido los avances tecnológicos derivados de las nuevas teorías científicas, el transporte, la electrónica, las comunicaciones, la medicina. Este avance ha constituido una revolución y ha cambiado la sociedad completamente. Es la gran historia del último siglo. 

Y la envidia de muchos. Ahora todo los campos del conocimiento se ponen la etiqueta de “ciencia” para de alguna manera poder aprovechar esta ola creada por las ciencias naturales. Así tenemos ciencias sociales, ciencias políticas, ciencias económicas, ciencias jurídicas. Todos quieren emular estos 70 años mágicos y ya no es cuestión de simplemente aumentar el conocimiento, sino de hacerse nuevo, cambiarlo todo. Pareciera que no hay más conocimiento que “la ciencia”. 

Mucho me temo que la teología y la religión también han caído bajo este encanto. Hay que renovarse si se quiere seguir siendo relevante en este mundo. Cambiarlo todo. Nueva teología, nueva liturgia, nueva moral, nueva doctrina. Y este es un error, un grave error, pues los supuestos de la ciencia y la teología son muy diferentes. 

La ciencia pretende descubrir las leyes que rigen la naturaleza. Para ello parten de observaciones de los fenómenos naturales, formulan una hipótesis de una ley que explique las observaciones y mediante experimentos y más observaciones prueban constantemente si la ley hipotetizada es razonable o es falsa. Si alguna nueva observación muestra que la ley es falsa, hay que formular una nueva hipótesis con una ley que explique tanto lo que ya había como las nuevas observaciones. Y vuelta a empezar. Es importante notar que las leyes de la ciencia no son verdades, sino las mejores explicaciones que tenemos dado lo que hemos observado. Las leyes de la mecánica de Newton fueron sustituidas por las leyes de la relatividad de Einstein cuando se hicieron observaciones y experimentos que mostraron que no se cumplían las leyes newtonianas. Y las leyes de Einstein serán sustituidas en el futuro por nuevas leyes que serán necesarias cuando nuevas observaciones obliguen a ello. 

Esto es fundamentalmente diferente a la teología. Las diferencias son dos. Por una parte la teología no enuncia “lo mejor que tenemos hasta ahora” sino verdades. Por otra, la teología parte no de observaciones, sino de la revelación.  Una vez se ha establecido una verdad –como son los dogmas de fe–, como verdad que es no puede cambiar, es verdad para siempre. Y como la revelación finalizó con la muerte de S. Juan, el último apóstol, no puede haber nuevas observaciones que nos hagan replantearnos lo que sabemos.

La teología no evoluciona en el sentido en que lo hacen las ciencias naturales. Las ciencias responden a una pregunta (¿cómo se atraen los cuerpos?), y años o siglos después la vuelven a responder, y más tarde otra vez. Es un proceso sin fin. La teología responde una pregunta una vez (¿Cómo puede ser Jesucristo Dios y hombre?) y una vez respondida, ya está. Es un proceso que tiene fin.

En las ciencias naturales tiene sentido decir “Antes pensábamos que las cosas eran así, pero ahora sabemos que eso no era correcto y pensamos que es asá”. En teología, esto no tiene sentido. Una vez establecida la verdad, es así antes, ahora y siempre. Incluso cuando se establece un nuevo dogma de fe no significa un cambio, sino una confirmación de lo que se ha sabido desde siempre. Por ejemplo, la asunción de la Virgen se estableció como dogma de fe en 1950, pero ya llevaba muchos siglos siendo un misterio del rosario. Pío XII, al proclamar el dogma, no propuso una nueva respuesta a una pregunta, sino que finalizó el proceso de dar la respuesta, proclamándola como una verdad que debe creerse, y que como verdad que es, no puede cambiar.

Me parece muy preocupante que esta diferencia fundamental se haya olvidado y se pidan cambios para que la Iglesia se “actualice” y “vaya con los tiempos actuales”. Naturalmente que la Iglesia del S. XXI no es la del S. I ni las del S. XVI y tiene que haber cambios, por ejemplo administrativos. Pero no es el caso, sino que quieren cambiar las creencias: eso que creían nuestros abuelos, en estos tiempos ya no nos sirve. Y estos cambios que proponen son –aunque digan que no– cambios doctrinales. Por ejemplo cualquier cambio moral significa un cambio doctrinal. Y me preocupa sobremanera que teólogos, o gente que debería saber teología, traten la teología como si fuera una ciencia. Porque hacer eso lleva a lo que llamo la metaherejía: no negar alguna parte de la doctrina, sino el concepto mismo de doctrina. Y esto es lo que vemos en estos tiempos.

La Iglesia tiene que caminar por el filo de la navaja: no ser del mundo pero estar en el mundo. Y eso es muy difícil. Cristo mismo dijo que era difícil. El Vaticano II se convocó explícitamente para hacer que la Iglesia fuera más relevante al mundo. Desgraciadamente –y estoy seguro que inconscientemente– se ha intentado ser relevante asemejando la teología a la ciencia, cuando ambas tienen esencias completamente distintas. Y así la teología, y por ende la liturgia, la moral y me temo la doctrina, han perdido su esencia. Y si la Iglesia pierde su esencia, ya no es Iglesia.

Debemos recordar nuestra esencia y mantenernos firmes en ella. Si acusan a la Iglesia de ser dogmática, en vez de intentar excusarnos debemos afirmar que claro que somos dogmáticos, pues de la teología se obtienen verdades eternas, mientras que la ciencia no tiene verdades sino explicaciones transitorias de lo que se observa, que forzosamente deben ir cambiando. O si te dicen que nadie tiene la verdad, afirmar orgullosos que nosotros sí. Porque Dios es la Verdad.

En el medioevo se afirmaba que la teología era la mayor de las ramas de conocimiento. Lo hemos olvidado. Debemos volver a tratarla como tal y recuperar así la esencia de la Iglesia.



martes, 16 de enero de 2024

Actitud de servicio

 Jeff Allen es un cómico americano que cuenta en su testimonio (en inglés), cómo gracias a Dios y a un conocido que le dirigió hacia la Biblia, pasó de una vida de adicciones e ira difícilmente contenida a una vida mucho más plena y feliz. Hacia el final (el último minuto del video) explica que la clave es convertir tu vida en una vida de servicio, tomando referencia en el servicio de la Cruz.

Pero ¿qué es una vida de servicio?¿Hay que ir a misiones?¿Basta, quizá, ser voluntario en un hospital?¿Trabajar en Cáritas? Porque si es así, mal voy, pues no hago nada de esto. Lo he intentado, pero acabo dejándolo. No me siento llamado a esto. 

Pero si reflexionamos un poco, vemos que los servicios que he descrito arriba son servicios dentro de una estructura. Voy a llamarlos servicios certificables en el sentido que alguien puede emitir un certificado de que la persona en cuestión ha realizado tal o cual servicio. El que, al hablar de servicio, a uno le venga a la mente un servicio certificable está muy relacionado con el materialismo que hay en el mundo (y, desgraciadamente, en la Iglesia) en el que se oyen expresiones del tipo “si algo no se puede medir, no existe”.  Y también está relacionado con el nefasto activismo que nos rodea, que da precedencia a la actividad, especialmente la actividad medible, sobre la meditación y la reflexión. Lo importante es no quedarse quietos, hacer algo, lo que sea.

Como en muchas otras cosas, hay precedencias que conviene tener claras para entender mejor y actuar más acorde al plan de Dios. Hay actitudes de servicio y acciones de servicio, y las actitudes tienen precedencia sobre las acciones: si tienes una actitud de servicio realizarás acciones de servicio. Pero puedes realizar acciones sin tener la actitud: puedes ser voluntario en cáritas porque tienes amigos allá y te lo pasas bien con ellos y lo del servicio es un “efecto secundario” o incluso un “mal necesario” para poder pasar un rato son tus amigos. Y lo que Dios va a mirar es tu corazón, es decir tu actitud, mucho más que tus acciones.

Además, una actitud no es algo que haces los miércoles y viernes de 4 a 7, sino es algo que haces en todas tus acciones, es parte de tu ser. Algunos son llamados a hacer cosas grande y llamativas, pero la mayoría nos hemos de conformar con cosas pequeñas y sencillas hechas con amor y ansias de perfección. Es la idea del caminito de Sta. Teresita del Niño Jesús:  camino, en el cual “nada hay que salga de lo ordinario, donde la perfección se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de virtud sencillos y muy escondidos”.

Esta actitud de servicio la vas a tener, sobre todo, con tu familia: con tus padres, con tus hijos, con tu cónyuge. Es ir a hacerle la compra de tu madre, que ya está muy mayor y le cuesta ir cargada; es tender la ropa cuando ves a tu esposa agobiada de trabajo, aunque es algo que en el reparto de tareas del hogar le toca a ella (y seguramente te va a reñir porque no lo has hecho bien); es decirle a tu hijo que no puede jugar a videojuegos hasta que no haya sacado la basura (y otras veces sacar tú a basura aunque le toca, porque está estudiando para los exámenes); es elegir el último a la hora de comer y quedarte con el filete que los demás han dejado. Y todo esto en silencio y sin esperar agradecimiento. Si no se dan cuenta del servicio que haces, mejor.

Y esta actitud de servicio lo mantienes con tus vecinos y vas a las reuniones de la asociación de vecinos que son un rollo y no sirven para nada; o recoges ese papel que está en la acera y lo pones en la papelera; al aparcar procuras aparcar no tan cerca del otro coche que hagas difícil su maniobra de salida y no tan lejos que ocupas más calzada de la necesaria, quizá dificultando que otro aparque en el futuro.

Y en el trabajo y en el autobús y en el supermercado… 

Y no olvidemos la oración. Una de mis primera entradas fue sobre el poder de la oración.  Reza cada día por tu familia, reza un rosario por la Iglesia. Es un gran servicio que puedes hacer.

Como dice Jeff Allen, Dios nos llama a todos al servicio. A algunos los llama al servicio certificable y a hacer cosas muy visibles, pero a la mayoría nos llama por el caminito de Sta. Teresita: a hacer cosas pequeñas, de forma callada, sin reconocimiento externo, pero con mucha perfección y amor. 

domingo, 14 de enero de 2024

Sacramentales y amuletos

 En la homilía de una misa a la que asistí hace unos días el sacerdote nos hablaba de la gente que usa el rosario u otros objetos como si fueran amuletos. Escuché con mucha atención, porque siempre antes de salir de casa me aseguro de llevar mi rosario encima y que tengo un botellín de agua bendita en mi mesita de noche y no me voy a dormir sin santiguarme y sin hacer una señal de la cruz en las almohadas. No es que no hubiera meditado sobre esta cuestión varias veces. Incluso tengo entradas en este blog discutiendo la diferencia fundamental entre devoción y superstición. Una al reflexionar sobre la devoción de los primeros nueve viernes de mes y otra al hablar sobre las devociones en general. Aunque tienen aspectos comunes, no es lo mismo una devoción que un sacramental ni una supersitición que un amuleto. Por lo tanto en esta entrada voy a seguir reflexionando sobre esta cuestión, esta vez comparando amuletos y sacramentales.

Empecemos con las definiciones. Un amuleto es un objeto que se lleva encima y al que se le adscribe la propiedad de darnos o alejar la mala suerte. Un sacramental es un signo sagrado, casi siempre con materia y forma, por la que se reciben efectos espirituales por la devoción a la Iglesia. Un rosario es un sacramental, el agua bendita es un sacramental. Creo que casi cualquier cosa bendecida es un sacramental (por ejemplo los cirios que usamos en la Vigilia Pascual lo son). Esto nos marca una primera diferencia. Al igual que en las supersticiones, el origen del poder del amuleto es, como poco, nebuloso. Una pata de conejo o un trébol de cuatro hojas es un amuleto porque sí. O puedo ver una piedra especialmente bonita y convertirla en mi amuleto, porque sí. En cambio para que un cirio, una medalla o agua se conviertan en sacramentales es necesario una acción de la Iglesia por ministerio de un sacerdote, ya sea dentro de una liturgia o porque se lo pidamos. Para que algo sea un sacramental debe haber una acción sagrada.

Comparemos ahora que “hacen” los amuletos y los sacramentales. Una amuleto te protege de la “mala suerte” o te propicia la “buena suerte”. Otra vez, es un tanto nebuloso. Y tampoco se dice nada de “quién” actúa para cambiar tu suerte. Es una especie de “magia del universo” que se consigue por el mero hecho de llevar un amuleto encima.

En cambio es mucho más claro qué hace un sacramental. Por un lado es un objeto sagrado y los demonios aborrecen todo lo sagrado. Un método que tienen los exorcistas de saber si una persona está poseída es ponerles delante un conjunto de objetos, por ejemplo medallas, algunos bendecidos y otros no. Una persona poseída por un demonio distingue inmediatamente entre un objeto sin bendecir, a la que trata casi con burla, y un objeto bendecido –un sacramental– que les perturba y piden que se lo quiten de sus inmediaciones.  Es decir que un sacramental, por su propia naturaleza, aleja a los demonios.

Pero el verdadero objeto del sacramental es facilitar tu comunicación con Dios. Si rezas el rosario con un rosario bendecido, lo harás con más intensidad y devoción que si lo haces con uno sin bendecir. Y no es una cuestión psicológica, no es que el saber que está bendecido te ayuda a concentrarte mejor, sino que por estar bendecido recibes la gracia de poder rezar con mayor devoción al usarlo. No es una cuestión natural, sino sobrenatural. Y lo mismo si pides resistir una tentación mientras sostienes una medalla bendecida. Recibirás más gracia, más fuerza para resistir, que si lo haces sin el sacramental. Y lo mismo si dedicas a Dios tu día mientras te santiguas con agua bendita. Luego –y en la homilía el sacerdote insistió bastante en esto– no es que el sacramental mágicamente haga algo porque sí, sino que es necesario una acción por tu parte. Si no rezas, si no te encomiendas, si no dedicas a Dios tus acciones, el sacramental no hace nada. Podríamos decir que es un amplificador que requiere de tu música para poderla amplificar y mejorar. 

En conclusión, un sacramental no es un objeto mágico que te agencias para que te pasen cosas materiales buenas, sino que es algo que quieres tener para tener una mejor vida espiritual: poder rezar mejor, resistir a las tentaciones mejor, vivir en presencia de Dios mejor. En suma, para ayudar que tus esfuerzos de acercarte más a Dios tengan más fruto. Es decir, un sacramental es todo lo contrario que un amuleto. Usamos los amuletos, para evadir responsabilidades, pues queremos que nos pasen cosas buenas por arte de magia, sin hacer nosotros nada, mientras que los sacramentales los usamos porque aceptamos la responsabilidad de querer estar más cerca de Dios, estamos dispuestos a esforzarnos más y ponernos más en sus manos para conseguirlo.