domingo, 20 de marzo de 2022

Una vida difícil

El Padre Stuart Long, conocido como Padre Stu, fue un sacerdote en la pequeña diócesis de Helena, en el norte de Estados Unidos. Creció ateo, fue boxeador e intentó ser actor, se convirtió al Catolicismo tras un grave accidente de moto y decidió hacerse sacerdote. Ya en el seminario le detectaron una enfermedad muscular degenerativa y estuvieron a punto de no dejarle ordenarse debido a ello. Pero luchó por su vocación y consiguió ordenarse en 2007. Vivió heroicamente su enfermedad y murió debido a ella en 2014. Nadie fuera de su diócesis había oído hablar de él hasta hace poco, en que Mark Wahlberg decidió hacer una película sobre su vida llamada Father Stu. La película se estrena en Estados Unidos esta Semana Santa y hace poco sacaron el tráiler

Hay una frase en el tráiler (min 3:10) que se me quedó grabada: “No debieras rezar para tener una vida fácil, sino para tener la fortaleza de resistir una difícil” (You shouldn't pray for an easy life, but the strength to endure a difficult one). 

A todos nos gusta la vida fácil, pero el cristianismo no es eso. Jesucristo no tuvo una vida fácil. Los santos no han tenido vidas fáciles. Alguno han tenido –o han buscado– una vida de pobreza y privaciones, otros han sufrido incomprensión y persecuciones, a veces incluso de familiares. Otros, han sufrido el martirio. Cristo mismo dijo que para seguirle debemos tomar nuestras cruces. No podemos seguirle sin sufrimiento. La vida fácil es una tentación, pero no es el camino que nos llevará a la salvación.

Pero esto mismo que nos aplicamos a nosotros debe aplicarse a la Iglesia. En estos momentos de templos vacíos, falta de vocaciones, escándalos de personas individuales y de conferencias episcopales enteras, de enseñanzas confusas, añoramos los tiempos en el que teníamos los templos llenos, muchos y buenos sacerdotes, doctrina clara. Y también el que la Iglesia fuera un referente de la sociedad. Pero quizá eso no es bueno, quizá tampoco la Iglesia debe buscar una vida fácil. Quizá es la vida fácil la que ha traído la Iglesia a este punto.

Porque, ¿cuándo ha tenido la Iglesia una vida fácil? En los primeros tres siglos sufrió persecuciones con miles de mártires. Después vino la herejía del arrianismo, entre otras, que dividió la Iglesia en dos. Poco después hubo los encontronazos de las Iglesias de Oriente y Occidente que acabó con el Gran Cisma de Oriente en el 1014.  No muchos años después las cosas se pusieron difíciles en Roma, con la intromisión de los nobles locales y en 1309 el papado se movió a Aviñón, acabando con el Cisma de Occidente, con dos papas paralelos, en Avignon y Roma. El Cisma acabó en 1417, y el siglo siguiente sufrimos la Revuelta Protestante. Y más recientemente las persecuciones en la Revolución Francesa, en el Comunismo, en nuestra Guerra Civil Española. Pocos años de paz ha tenido la Iglesia.

Añoro los años de mi niñez y juventud, con los templos llenos, vocaciones, entusiasmo y devoción por parte de todos. Pero también pienso que, con lo rápido que ha ha desaparecido todo, debía ser producto de una fe superficial y sin raíces. La gente iba a misa porque era lo que se hacía y ahora no va por idéntica sinrazón. Ahora los tiempos son difíciles, pero quizá nuestra fe sea más auténtica. Y una fe auténtica, a la larga, dará mejores frutos.

No es agradable vivir en estos tiempos difíciles. Pero no estamos aquí de casualidad. Austin Ruse, presidente del Instituto de la Familia Católica y Derechos Humanos (C-FAM), y que suele escribir en Crisis Magazine, más de una vez ha escrito que nosotros hemos sido escogidos por Dios para vivir en estos tiempos. Dios nos ha creado y nos ha dado los talentos necesarios para empujar la Iglesia en estos momentos difíciles. A algunos les pedirá actos públicos y quizá hasta heroicos. A otros nos pide cosas más anónimas: oración, mortificación y sacrificio, mantener los templos abiertos, animar (ya veces corregir) a nuestros sacerdotes y obispos, no claudicar ante los embates del Mundo, sostener a nuestras familias en la fe. 

Dios nos ha colocado en estos tiempos difíciles. Como pide el Padre Stu, no debemos pedir tiempos fáciles, sino la fuerza necesaria para afrontar estos tiempos, que son difíciles, pero que podemos hacer gloriosos.

lunes, 14 de marzo de 2022

La Doctrina como guía: el caso de la controversia de las oraciones de petición

Ha habido recientemente (febrero-marzo de 2022) una polémica en las redes religiosas digitales. El Obispo de Huelva, Monseñor Gómez Sierra, había pedido “a sus presbíteros, a sus consagrados y a todos sus fieles que recen a Dios para que envíe la lluvia”. A raíz de esto, D. Pedro Castelao, profesor de teología de la Universidad Pontificia de Comillas, escribió un artículo titulado Ad petendam pluviam, pedir a Dios que envíe la lluvia supone culparlo de la sequía en el que mostraba su desacuerdo con esta petición de lluvia y con las oraciones de petición en general, a menos que fuera para un cambio interior del orante. Contestó a este artículo D. Bruno Moreno, con uno titulado ¿Teología del siglo XXI o rogativas para pedir la lluvia? en el cuál defendía que las oraciones de petición han sido parte importante de la vida de la Iglesia desde siempre. D. Pedro se sintió ofendido por el tono del artículo de D. Bruno y escribió una respuesta titulada En legítima defensa: Pedro Castelao ante el ataque personal del sr. Moreno en Infocatólica. Respondió a su vez D. Bruno con Retractación y respuesta a D. Pedro Castelao. Intervino entonces D. Xabier Pikaza en defensa de D. Pedro con su Parábola de la lluvia y el puente (sobre la oración de petición) y este articulo recibió la respuesta de D. Bruno con Pikaza, puentes y peticiones

No es mi intención entrar en esta polémica: creo que ambas partes han argumentado sus posturas y no tengo nada que añadir. Pero hay algo que me llamó la atención. Al final de su segundo artículo D. Pedro escribió:

Estoy seguro de que no alcanzaremos un acuerdo en nuestros puntos de vista a la hora de concebir la acción de Dios en el mundo. Manejamos claves teológicas diferentes, aunque compartimos la misma fe. En el plano de la teología es legítima y hasta sana la discrepancia serena y la discusión honesta.

a lo que D. Bruno respondió (énfasis en el original):

[…] tengo que decir que no estoy de acuerdo. Sintiéndolo mucho, no reconozco mi fe en lo que cree D. Pedro. Me encantaría que fueran diferencias teológicas, pero no lo son. Es una fe completamente distinta.

Y abundó en el mismo tema en su respuesta a Don Xabier:

[D. Xabier] es un señor simpático y amable, sin embargo, que perdió la fe católica hace muchos años y aún no se ha dado cuenta de ello, el pobre. Algo frecuente en una época en la que la mayoría piensa que “fe” es sinónimo de “lo que se me ocurra, siempre que lo sienta muy, muy dentro”. 

y un poco más adelante (énfasis en el original):

En cualquier caso, lo que no se puede negar es que se trata de religiones completamente distintas. Es evidente que son diferentes, incompatibles y, a menudo, opuestas. Y por supuesto, esos artículos no se escriben contra mi religión por ser la mía, porque yo no soy nadie: lo que se rechaza es la fe católica, la fe revelada que custodia la Iglesia, la fe de dos mil años (y más aún contando el Antiguo Testamento), la fe transmitida a los santos de una vez para siempre. 

Esto entronca con mi entrada anterior, La doctrina, la metaherejía y la muerte de Dios y es aquí donde quiero detenerme. ¿Puede alguien reflexionar y razonar de buena fe, pero a pesar de eso apartarse de la Iglesia Católica? 

Dije en mi entrada anterior que la Doctrina de la Iglesia se basa en las Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Esto es radicalmente diferente de lo que pasa en el Protestantismo, donde sólo se reconoce la Escritura y se defiende que cada uno debe hacer sus propias interpretaciones y, en cierto modo, crearse su propia doctrina. En la práctica, cada denominación protestante tiene su propia doctrina, pero si eres luterano y no te gusta lo que te están diciendo, te pasa a los Baptistas. Y si estos tampoco te gustan, pues a los Metodistas o a los Episcopalianos. Tienes más de 40.000 denominaciones de dónde elegir. Y si no te gusta ninguna, te creas una nueva, la tuya propia. El Catolicismo es universal (eso es lo que significa “católico”) en el sentido en que todos creemos lo mismo: la Doctrina de la Iglesia Católica.

Hace unos años creé un método de meditación de las Escrituras. Cuando se lo comenté a mi director espiritual se puso muy serio y me dijo que para meditar en las Escrituras lo que debía hacer es leer lo que habían escrito los Padres de la Iglesia. En particular me recomendó las reflexiones de S. Juan Crisóstomo y de S. Agustín y la Catena Aurea de Sto. Tomás de Aquino. No es que mi director espiritual opinara que yo no debía pensar por mi cuenta sino que yo no tengo ni el conocimiento ni la santidad necesarias para reflexionar sin ayuda sobre las escrituras sin claro peligro de desviarme o dispersarme. Necesito la guía de los escritos de los Doctores de la Iglesia y los grandes santos para que mi reflexión sea profundización y no desvío.

Y lo mismo con cualquier otro tema. Está bien que piense por mi cuenta, pero si quiero profundizar hacia Dios y no desviarme hacia mi interior, mis gustos y preferencias, necesito la guía de la Doctrina. Repito, no es que sea una máquina que no piensa y sólo regurgita lo que dicen otros, sino que mis reflexiones van guiadas por la Doctrina. Y además, ¿no es mejor si ante una cuestión repito lo que dice S. Agustín, Sto. Tomás o Sta. Teresa que si suelto mis pobres y poco santas ocurrencias?

En suma, ¿se puede reflexionar de buena fe y desviarse de la Iglesia, y por tanto de Cristo mismo? Sí, especialmente si no te guías de la Doctrina. Y si lo pensamos, todas la herejías han surgido así: de profundas y honestas reflexiones de buena fe, pero centradas en uno mismo, en tus propios gustos y apetencias. Basta mirar hacia Alemania. 

Los intelectuales solemos enamorarnos de nuestras teorías: nos han costado mucho esfuerzo y las consideramos más bonitas que nada. Además, encajan muy bien con nuestra forma de ser y de pensar. No es necesario más que un poquito de vanidad y soberbia –y normalmente tenemos de ambas cosas en abundancia– para no renunciar a mis ocurrencias ni por Cristo. Como contraposición, ha habido muchos grandes santos que han sido reprendidos por la Iglesia y que humildemente han aceptado la reprensión y se han retractado de las ideas que la Iglesia consideraba erróneas. Sta. Teresa, sin ir más lejos. Y ella es Doctora de la Iglesia. 

Volvamos al caso de las oraciones de petición. Suponemos buena fe por parte de todos los involucrados. Si todos fueran fieles a la Doctrina (Escrituras, Tradición y Magisterio, las tres cosas) podría haber diferencias de matiz, pero no diferencias tan grandes que llevara a uno a declarar que pertenecen a religiones distintas. Luego tenemos dos posibles casos: que un lado se base en la Doctrina y el otro en sus ocurrencias o que ambos se basen en sus ocurrencias. En el primer caso el que es fiel a la Doctrina tiene que tener razón y el otro tiene que estar equivocado. En el segundo podrían estar ambos equivocados, aunque me merecería menos confianza el que acusa de no ser católico: parece estar viendo la mota en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Dejo como ejercicio al lector releer los artículos y determinar cuál es la situación en esta controversia.

Pero lo importante es darnos cuenta que la Doctrina de la Iglesia Católica no es una soga que nos tiene atados y no nos permite pensar, sino una guía que nos protege del error y nos ayuda a profundizar en las enseñanzas de Cristo. Y seguir esta guía no nos hace estúpidos, cobardes o aburridos. Yo soy de la opinión de Chesterton: lo fácil, lo cobarde y lo aburrido es seguir tus propias ocurrencias. Para ser ortodoxo se necesita imaginación, determinación y valor.