martes, 24 de diciembre de 2019

¿Celebramos qué?

La semana pasada en la homilía el sacerdote nos dijo algo ya muy manido: que la celebración de la Navidad para un católico no debe ser la celebración consumista que se ve en la sociedad. Y la idea que me vino a la cabeza fue algo así como “¡Pero si en la sociedad no celebran la Navidad!”. Basta mirar en la calle: la palabra “Navidad” no está en ningún sitio; no hay apenas nacimientos en escaparates o lugares públicos; las luces que ponen son figuras abstractas o a lo más velas, pero ni siquiera la estrella de Belén; los mensajes de felicitación simplemente dicen “Felicidades” y como mucho “Felices Fiestas”, pero nunca “Feliz Navidad”; apenas se oyen villancicos, y si los hay son profanos como el “Jingle Bells” o “All I want for Christmas is you”, que no tienen mensaje religioso alguno. No, en la calle no se celebra la Navidad.

Realmente, no celebran nada. Han quitado la Navidad, pero no lo han sustituido por otra cosa. Hay que estar contentos porque sí, comer en exceso porque es lo que toca, estar con la familia porque es lo que dice el anuncio y comprar regalos porque es la costumbre. Hay que hacer ciertas cosas, pero no hay motivo alguno para hacerlas. Y esto, la razón me insinúa, no puede aguantarse mucho tiempo y acaba degenerando en frustración, nervios y “malas vibraciones”. Que precisamente es lo que veo. Y oigo, pues mucha gente dice que estas fiestas le crean más problemas que alegrías. Por ejemplo, los regalos: no sabes qué comprar a tu ser querido, pues cualquier cosa que le pudiera hacer ilusión ya se lo ha comprado. Y  acabas comprando cualquier cosa. y el ser querido, al abrir los paquetes en el fondo está pensando “A ver qué chorrada hay aquí dentro”. Y acaba la mañana de Reyes pensando que no le quieren pues no han sabido qué regalarle. Escribir la carta de Reyes es un problema similar pues no quieres nada que no tengas ya. Yo este año he pedido unos calcetines, un libro y, lo que más ilusión me hace, oraciones, que estoy necesitado de ellas. (Ya lo sabéis, si queréis hacerme un regalo de Reyes, un Ave María es el regalo perfecto).

Lo malo, es que no veo que en las iglesias haya mucho más espíritu navideño. Esta semana he entrado en varias iglesias de aquí de Palma y la mayoría no ha puesto el Belén. A lo más hay un nacimiento bajo el altar (por suerte mi parroquia es una excepción). Más que exportar nuestro fervor navideño, parece que hemos absorbido el nihilismo externo. Yo entiendo que es difícil ir contra corriente: hace falta mucha energía y no parece que estemos sobrados de ella. Pero quizá es que tampoco nosotros sabemos qué es la Navidad. En la entrada navideña de mi otro blog, Oración de hoy, hablo del canto de la Sibil·la, un canto navideño medieval que hoy se va a cantar en todas las Misas del Gallo de Mallorca. Es un canto tremendo, donde se habla de los novísimos (muerte, juicio, cielo e infierno), del Anticristo y del fin de los tiempos. Esto de la Navidad tierna y entrañable me parece que es algo moderno y quizá no católico. Y el YouTuber Jaime Altozano, en su análisis de los villancicos tradicionales españoles, (a partir del 13:45), llega a una conclusión similar.

La Navidad es que ha llegado el Salvador, el Mesías, el Señor. Y, como bien decía el Venerable Fulton Sheen, ha venido para morir. La Cruz es parte de la Navidad. El nacimiento de un niño es tierno y entrañable, y sí, es parte de la Navidad. Pero si le quitamos el motivo de su venida, morir por nosotros en la Cruz, acaba perdiendo sentido y acabaremos como la sociedad, perdiendo la Navidad.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

¿Nadie notó nada?

Hace unos días celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Este dogma de 1854 afirma que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Una consecuencia de ello es que ella jamás pecó. Yo me he preguntado a menudo cómo puede ser que sus padres, sus amigas, sus vecinos, nunca notaron algo tan extraordinario. Seguramente se dieron cuenta que era una buena persona pero nunca creyeron que fuera única en su virtud, una persona espiritual y moralmente superior a cualquiera otra.  Estuve meditando un poco sobre ello durante la misa y después en casa y creo que entiendo un poco mejor cómo pudo ser esto.

La idea principal parte de algo que me dijo mi director espiritual: el pecado nubla el entendimiento. Cuando no estás en gracia disminuye mucho tu capacidad de distinguir el bien del mal: pecas gravemente y ni te das cuenta. Cuando sales de esta caverna oscura mediante la confesión, recuperas parte de tu claridad y te das cuenta y te asombras de lo que hiciste sin ver su maldad. Cuando lo recuerdas te da sofocos de vergüenza. Lo sé por experiencia.

Y si leemos escritos de santos nos asombramos de su sabiduría. Pero esta sabiduría no proviene de su inteligencia –aunque algunos eran muy inteligentes– sino de su virtud, que les daba una claridad de entendimiento de las cosas de Dios que a los menos virtuosos nos es vedada. Y creo que esto explica por qué los vecinos y amigos de la Virgen no vieron su extraordinaria y única santidad.

Hay dos mecanismos en juego. El primero es debido a nuestro entendimiento nublado: no somos capaces de apreciar el bien. Incluso llegamos a considerar que esta santidad es un defecto: los profetas fueron casi todos perseguidos. Y esto lo vemos incluso en tiempos recientes. Por ejemplo S. Pío de Pietrelcina (el Padre Pío), con fama de santo e incluso con estigmas,  fue aislado por la Santa Sede, que publicó tres decretos prohibiendo el contacto con él. Nuestro pecado nos oculta, e incluso nos hace ver como defectos, la santidad en los actos de los demás.

Pero el segundo es que la claridad de entendimiento te hace actuar de una manera que parece objetivamente pecaminosa. Poco sabemos de los actos de la Virgen, por lo tanto vamos a fijarnos en los actos de Jesucristo mismo. Sabemos que a los doce años, sin decir nada ni a la Virgen ni a S. José, se “escapó” de ellos y se quedó en el Templo por 3 días (Lc 2, 41–50). ¿Eso no fue un pecado de desobediencia? Pues no, pues en su infinita sabiduría supo qué tenía que hacer algo mucho más importante que obedecer a sus “padres”.

También está cuando le dijeron que le buscaban su madre y sus hermanos y respondió “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” (Mt. 12, 46–50) ¿No fue esto un desprecio? Pues tampoco. Y algo similar podemos decir ante aparentes insultos dirigidos a los fariseos: “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados”. El camino de santidad no siempre parece un camino de bondad.

Esto no quiere decir que nunca podemos estar seguros que algo es o no pecado. El Catecismo de la Iglesia Católica es una gran guía. Por ejemplo, nos dice que hemos de obedecer a nuestros padres, a nuestros superiores y a las leyes. Pero hay límites a esta obediencia: no podemos cometer un pecado por obediencia y debemos obedecer antes las leyes de Dios que las de los hombres. Luego la misma doctrina católica justifica que Jesucristo desobedeciera a sus “padres” y se quedara en el templo.

Pero el mismo Catecismo nos dice que el aborto es intrínsecamente perverso y podemos estar seguros que nadie va a acompañar a una persona a un abortorio por santidad. Y tampoco va a mentir y engañar, ni perseguir el dinero. Va bien tener un buen conocimiento de la doctrina católica, aunque para empezar, nos puede bastar con tener presentes los siete pecados capitales. Quizá haya que ir con algo de cuidado al juzgar los accesos de ira, pues existe la ira justa, como muestra Jesucristo mismo al expulsar a los mercaderes del templo con un látigo, pero los actos de avaricia, soberbia, lujuria, e incluso de pereza, no pueden ser actos de virtud.

¿Qué he sacado en claro de esta meditación? En primer lugar que la verdadera sabiduría proviene de la virtud. No es que no haya que estudiar, pero sin acompañar el estudio con la virtud, poco provecho le sacaremos. En esta misma linea, veo que hay que escuchar con más atención y hacer más caso a lo que te dice una persona de gran virtud que a una de muchos estudios.

Y en segundo lugar, que la santidad no es obvia. Nuestros actos de virtud pueden ser malentendidos incluso por gente de buena intención. No debe preocuparnos. Y, como ya sabemos, debemos ir con mucho cuidado al juzgar, pues aunque ningún santo va a cometer atrocidades, ni siquiera mentir o ser falso, ciertas acciones, como pueden ser desobediencias o palabras duras, pueden sólo ser censurables en apariencia. Esto no quiere decir que no haya que llamar la atención a uno que insulta a otro. Si es por santidad no le importará. Y si le molesta, es que no es por santidad.


miércoles, 13 de noviembre de 2019

Si Roma te confunde

Cuando en 1858 se le apareció la Virgen a Sta. Bernadette en Lourdes, uno de los motivos que incitaron a pensar que la aparición era real era que la Virgen dijo que era la Inmaculada Concepción. Los que estudiaban la aparición creyeron muy poco probable que una niña de un pueblecito perdido en los Pirineos hubiera oído hablar del dogma de la Inmaculada Concepción de María que se había proclamado en Roma en 1854, cuatro años antes. El catolicismo tiene 20 siglos y en 19 de ellos la mayoría de los fieles no sabían del Papa más que el nombre; no habían leído, ni les habían contado, ninguna encíclica ni ningún discurso pronunciado ante el colegio cardenalicio; probablemente sabían poco más de sus propios obispos. Pero eso no les impedía trabajar sólidamente en la salvación de sus almas.

Hoy en día sabemos cada palabra que pronuncia el Papa, cómo piensa nuestro obispo y mil otros obispos de todo el mundo. Y eso no es necesariamente bueno. A veces el Papa, nuestro obispo, nuestro párroco nos guían e iluminan. Pero otras veces nos confunden y alarman. Y ahora estamos en uno de estos tiempos en que la jerarquía más nos confunde que nos ilumina. Por lo que he leído y oído, esto no es extraordinario: a menudo Roma y los obispos han causado confusión. Lo que pasa es que ahora nos enteramos todos y no sólo los pocos iniciados en cuestiones vaticanas y política eclesiástica. Quizá lo tenían mas fácil en los siglos anteriores.

¿Qué hacer ante cartas, comunicados y homilías que parece que se contradicen? ¿Qué hacer si tu párroco, tu obispo o Roma te confunden y te alteran? Es muy fácil: no les escuches. Como han demostrado tantos santos, no son imprescindibles para tu salvación. Puedes avanzar en tu salvación sin prestar atención a la jerarquía. Céntrate en lo siguiente:
  • Lee y medita el Evangelio. Yo leo las lecturas de la misa del día cada mañana y las medito cinco minutos.
  • Vé a misa cada domingo y confiésate a menudo.
  • Reza. Yo me he comprometido a orar una hora al día, pero puede bastar con unos minutos por la mañana y un breve examen de conciencia cada noche. Recomiendo añadir un rosario diario.
  • Estudia la doctrina de la Iglesia Católica. Está en el Catecismo. Cierto que es muy largo. Más que para estudiarlo todo, va bien para profundizar en temas concretos. Para un estudio global, es mejor el Compendio, mucho más accesible. O el Catecismo de S. Pio X, muy didáctico en su formato de preguntas y respuestas. Todos son válidos. El Catecismo es más completo y toca asuntos actuales que no están en el de S. Pio X, pero la doctrina de la Iglesia no ha cambiado nunca, ni puede cambiar. Cualquier libro de doctrina aprobado por la Iglesia está fundado en roca.
  • Lee vidas de santos. Para mí son muy ilustrativas y concretas y te llenan de ideas de qué hacer en tu vida.
  • Lee libros clásicos de espiritualidad católica, como “La imitación de Cristo” de Kempis. Recomiendo los clásicos porque se han demostrado útiles para llevar hacia el cielo a muchas generaciones de católicos en muchas circunstancias: es casi seguro que les sacarás provecho.
Con esto avanzarás mucho en el camino de tu salvación. Cimentarás tu alma en Cristo y en el magisterio de la Iglesia, que es camino que no puede fallar. Cosa que, desgraciadamente, no siempre se puede decir de Roma.




miércoles, 23 de octubre de 2019

Domund 2019: signos positivos

Este año se cumple el centenario de la creación del Domingo Mundial para la Propagación de la Fe, más conocido como Domund. Y uno se podría preguntar cómo es posible que después de 100 años, aún sea necesario el Domund. Yo no sé cuándo me hice esta reflexión por primera vez, pero debió ser hace unos 40 años, cuando era adolescente. Me decía que si en unos pocos años no habíamos creado una comunidad cristiana que fuera auto sostenida, es que lo estábamos haciendo mal. Y sigo pensando lo mismo. Cuando expongo esta idea la contestación siempre es la misma, la pobreza en África y en América no se va a ir en poco tiempo. De acuerdo que la ayuda a los más pobres no se va a arreglar en unos años, pero eso no es misión, eso es otra cosa. La misión, la evangelización, la creación de una comunidad cristiana estable no necesita tanto tiempo: fijaos la cantidad de comunidades fuertes que creó S. Pablo en unos 25 años. Y es la misma historia en la Europa de la Edad Media: los Papas enviaban a alguien a alguna región –S. Patricio a Irlanda, por ejemplo– y en unos años tenían una comunidad fuerte que podía empezar a crecer. Cierto que aún después necesitaban ayuda, pero la base estaba formada. ¿Por qué ahora tenemos que mandar misioneros y misioneros y más misioneros durante décadas y décadas sin que se vea un final del camino?

No soy tan soberbio para pensar que sé el por qué de este “fracaso de las misiones”, pero sí que creo que el materialismo tiene un papel importante. Si el foco de atención lo ponemos en la ayuda económica y no en la evangelización, efectivamente nos metemos en una tarea que no va a acabar nunca y no crearemos una comunidad cristiana autónoma. He hablado con misioneros y siempre hablan de la pobreza y lo mal que están, pero no de su salvación. En su blog, cuenta el P. González Guadalix el caso de un misionero que se vanagloriaba de no haber bautizado nunca a nadie. Y por una vez, no es un problema reciente, sino que viene de muy antiguo. El programa de televisión del Obispado de Mallorca, Mosaic, realizó un reportaje para conmemorar este centenario del Domund (es el primer reportaje, en mallorquín). Hablan del Domund en Mallorca de los años 50 y 60 y ya se ve que el centro de atención es la ayuda económica y no la evangelización.

Pero este año he visto signos de cambio. Por ejemplo, el lema del Domund de este año es “Bautizados y enviados”, es decir, que no vamos a misiones como personas, sino como bautizados, como cristianos. Y eso implica que, aunque naturalmente nos preocupan, nuestra intención no es resolver los problemas económicos, sino los del alma, convirtiendo a los pueblos al mensaje del Dios Salvador. Otra señal la he visto en el video que ha producido la OMP España para el Domund de este año. En la primera parte habla de lo que otros dicen, y son todo problemas económicos, mientras que en la segunda parte habla de lo que nosotros, los católicos, hacemos. Y la primera acción que indican  es “Evangelizando” y aparece una monja dando la comunión. Después ya aparece la salud y la educación, pero lo primero es lo primero.

Aún falta mucho por hacer, pero es un buen primer paso, poner lo importante lo primero. Quizá un segundo paso es no preocuparse tanto por pedirnos nuestro dinero, sino nuestras oraciones. Hay que cuidarse de los más pobres y luchar contra las injusticias, pero más importante que nada es cuidarse de sus almas, de que reciban el mensaje de Jesucristo y entren por la puerta de la Vida Eterna que es la Iglesia Católica. Nuestro objetivo no es que mueran gorditos y ateos, sino que vivan para siempre, aunque no tengan todas las comodidades. Quizá lo peor que podamos hacer es convertirlos en gente como nosotros: ricos en lo material, pero con el alma moribunda.


domingo, 13 de octubre de 2019

Método de meditación: ¿Qué otra cosa podría haber dicho?

Eso de la contemplación y la meditación nunca se me ha dado demasiado bien. Por ejemplo, si leo el Evangelio lo acepto factualmente: Jesús hizo esto o dijo aquello. Pues vale.  Quizá por eso me gusta más leer las epístolas de S. Pablo, donde se me explican las cosas. Y eso de preguntarte “que te está diciendo Jesús” se me antoja peligroso: es demasiado fácil, como ya avisaba S. Agustín, cambiar “lo que Jesús me dice” con “lo que a mí me gustaría que me estuviera diciendo”. Se me da mucho mejor recitar oraciones.

Pero hace no mucho se me ocurrió –o el Espíritu me reveló– un método de meditación que me está siendo útil. Quizá ya existía, pero no lo he visto descrito en ningún sitio. Podría titularse ¿Qué otra cosa podría haber dicho (y no ha dicho)?

Aunque sirve para casi cualquier texto e incluso los misterios del Rosario, lo más fácil es explicar el método para meditar las parábolas. Las parábolas son historias que Jesús se inventa y nos cuenta. Por lo tanto tiene control total sobre cada palabra y cada giro. Si dice las cosas de una manera o usa una determinada palabra es porque quería hacerlo así y de ninguna otra manera. Imaginarnos qué otras cosas podría haber dicho –y no ha dicho– es una manera útil de entrar en lo que quiere enseñarnos con la parábola.

Usemos la parábola de las 10 vírgenes (Mt. 25, 1–13). Se puede utilizar el método con cualquier frase, pero para ilustrarlo, me voy a fijar en 3. Empieza diciendo que había 10 vírgenes, 5 de ellas prudentes y 5 necias. ¿Por qué prudentes y necias? Lo de necias parece un poco fuerte ¿Por qué no las llamó despistadas o imprudentes? ¿Y por qué llamó a las otras 5 prudentes y no espabiladas o precavidas? ¿Cómo cambia la parábola si cambiamos los adjetivos que Jesús dio a las 10 vírgenes?

La segunda frase es la que más me llama la atención. Cuando llega el esposo y las necias piden aceite a las prudentes Jesús podría haber resuelto esta parte de la historia de muchas maneras: por ejemplo, las prudentes podrían haber dado aceite a las otras. Podrían haber dicho que el esposo ya estaba allí y no tenían tiempo para todo el trasvase; o que  para darles aceite tendrían que apagar sus lámparas y estaba todo muy oscuro; o simplemente que apenas tenían para ellas. Pero no, dicen una cosa muy rara: “Por si acaso no hay suficiente para nosotras y vosotras es mejor que vayáis a la tienda a comprarla”. A mí el “por si acaso” me tiene muy intrigado. Parece innecesario a la historia, pero ha elegido usar estas palabras, luego debe ser importante. ¿Qué importancia tiene?

Finalmente, cuando llega el esposo, Jesús tenía muchas variantes que podía haber elegido. Las necias podrían haber vuelto a tiempo o las prudentes rogar al esposo para que las esperara, que sólo habían ido un momento a la tienda.  Incluso una vez fuera, las podrían haber abierto después de hacerlas rogar un rato o decir que debían esperar en la oscuridad hasta el día siguiente. O no recibir respuesta a su llamada. Pero no, la manera que Jesús acaba la historia es con un duro “En verdad os digo que no os conozco”. Podía haber acabado la parábola de cualquier manera, ¿por qué así?

Pensar en las diferentes posibilidades es hasta divertido y pensar en por qué eligió esta y no otra es productivo. A menudo no sé por qué dijo algo, pero sí me deja claro lo que no dijo y lo que no debo sacar de la parábola, evitando así el peligro de poner en boca de Jesús lo que yo pienso.

Este método también se puede usar con cualquier otro texto del Evangelio, aunque hay que tener en cuenta que Jesús tiene control sobre sus acciones y lo que Él dice, pero no lo que hacen y dicen los otros. Y también sirve para la meditación y contemplación de los misterios del Rosario. Por ejemplo, ahora me tiene obsesionado el por qué Jesús nació en Belén. Belén no vuelve a salir en las Evangelios nunca más. ¿Por qué no nació en Nazaret, si total le iban a conocer como el Nazareno y hasta sus discípulos creían que era de Nazaret? (“dijo Natanael «¿De Nazaret puede salir algo bueno?»” Jn. 1, 46).

Es un método sencillo, utilizable incluso por torpes como yo, que te permite sacar conclusiones de las  Escrituras y que evita el peligro de confundir tus ideas con las de Jesús. A mí me está siendo útil y espero que lo sea para otros.

sábado, 14 de septiembre de 2019

De "Se hace tarde y anochece" del Cardenal Sarah

Acaba de salir la traducción al español del último libro del Cardenal Sarah, Se hace tarde y anochece. Sólo he leído la introducción, titulada“Por desgracia, Judas Iscariote” y ya me he quedado boquiabierto. Os escribo algunas frases para animaros a comprar el libro y leerlo con detenimiento. Me ha sido difícil elegir sólo unas pocas frases: cada una es una joya, un grito de dolor ante la situación de la Iglesia y, a la vez, un grito de esperanza.

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“La Iglesia vive, al igual que Jesús, el misterio de la flagelación. Su cuerpo está desgarrado. ¿A quién culpar de los golpes? ¡A los mismos que deberían amarla y protegerla! Si, me atrevo a tomar prestadas las palabras del papa Francisco: el misterio de Judas se cierne sobre nuestro tiempo. Los muros de la Iglesia rezuman el misterio de la traición.”

“La crisis que viven el clero, la Iglesia y el mundo es fundamentalmente una crisis espiritual, una crisis de fe. Vivimos el misterio de la iniquidad, el misterio de la traición, el misterio de Judas.”

“Permitidme reflexionar con vosotros sobre la figura de Judas. […] [Judas] se dijo: este Jesús es demasiado exigente, poco eficaz. Judas quiso traer al mundo el Reino de Dios sin dilación, empleando medios humanos y conforme a sus propios planes.[…] Dejó de escuchar a Cristo. Dejó de acompañarlo en esas largas noches de silencio y oración. Se refugió en los asuntos del mundo. Se ocupó de la bolsa, del dinero y del comercio.[…] Y cometió traición.”

“¡Sí, nosotros también hemos cometido traición! Hemos abandonado la oración. Por todas partes se ha filtrado el mal del activismo eficaz. Queremos imitar la estructura de las grandes empresas. Olvidamos que únicamente la oración puede irrigar el corazón de la Iglesia. […] Quien deja de rezar ya ha cometido traición. Está dispuesto a cualquier compromiso con el mundo. Ha tomado el camino de Judas.”

“Los cristianos se estremecen, vacilan, dudan. A ellos va dirigido este libro. Para decirles: ¡no dudéis! ¡ Manteneos firmes en la doctrina! ¡Perseverad en la oración! Este libro pretende reconfortar a los cristianos y a los sacerdotes fieles.”

“El diablo intenta hacernos dudar de la Iglesia. Quiere que la veamos como una estructura humana en crisis. Pero la Iglesia es mucho más que eso: es la prolongación de Cristo. El diablo nos insta a la división y al cisma. Quiere hacernos creer que la Iglesia ha cometido traición. Pero la Iglesia no traiciona ¡La Iglesia, llena de pecadores, está libre de pecado!”

“¿Qué hacer entonces? No se trata de organizarse y de aplicar estrategias. ¿Alguien cree que seremos capaces de mejorar las cosas nosotros solos? Eso sería como retomar la letal pretensión de Judas.”

“Sin la unión con Dios, cualquier iniciativa para el fortalecimiento de la Iglesia y de la fe será inútil. Sin oración seremos como un golpear de platillos. Descenderemos al nivel de los animadores mediáticos que hacen mucho ruido pero solo agitan el aire. La oración tiene que convertirse en nuestra respiración más íntima.”

“Si no recuperamos el sentido de las largas y pausadas vigilias junto al Señor, lo traicionaremos.[…] Los sacerdotes en particular deben poseer necesariamente un alma de oración. Sin ella, la labor social más eficaz se convertiría en inútil y nociva.”

“Desearía que mis hermanos obispos no olvidaran nunca sus graves obligaciones. Amigos míos, ¿queréis reedificar la Iglesia? ¡Arrodillaos! ¡Ese es el único medio! Si actuáis de otra manera, lo que hagáis no será de Dios.”

“No hay por qué inventar ni construir la unidad de la Iglesia. La fuente de nuestra unidad está por encima de nosotros y nos ha sido dada. Es la Revelación que recibimos. Si cada uno defiende su propia opinión, sus ideas novedosas, entonces la división se extenderá por todas partes. Me duele ver a tantos pastores que rebajan la doctrina católica y crean división entre los fieles. Al pueblo cristiano le debemos una enseñanza clara, sólida y estable.”

“Los que proclaman estrepitosamente el cambio y la ruptura son falsos profetas. No buscan el bien del rebaño.[…] Querer lograr la popularidad mediática al precio de la verdad equivale a hacer la obra de Judas.”

“El Papa es el portador del misterio de Simón-Pedro […] El misterio de Pedro es un misterio de fe. Jesús ha querido confiar su Iglesia a un hombre. Para que no lo olvidáramos, dejó que ese hombre le traicionara tres veces a la vista de todos antes de entregarle las llaves de la Iglesia. Sabemos que la barca de la Iglesia no se le confía a un hombre porque tenga unas aptitudes extraordinarias. No obstante, creemos que ese hombre estará siempre asistido por el Divino Pastor para que la regla de la fe se mantenga firme.”

“Amigos míos, vuestros pastores están llenos de defectos y de imperfecciones. Pero despreciándolos no construiréis la unidad de la Iglesia.”

“Si pensáis que vuestros sacerdotes y vuestros obispos no son santos, sedlo vosotros por ellos. ¡Haced penitencia, ayunad en reparación de sus faltas y de su cobardía. Solo así podremos llevar sobre nosotros las carga de los otros.”

“A cuantos se sienten tentados por la traición, la disensión, la manipulación, el Señor vuelve a dirigirles estas palabras: «¿Por qué me persigues?[…] Yo soy Jesús, a quien tú persigues.» (Hch 9, 4-5)”

“Ve, repara [la Iglesia] con tu fe, con tu esperanza y tu caridad. Ve y repara con tu oración y con tu fidelidad. Gracias a ti, mi Iglesia volverá a ser mi casa.”



lunes, 9 de septiembre de 2019

Cosas que deberías saber de la confesión y quizá no te contaron

La confesión es el menos popular de los sacramentos.  No lo es entre los fieles y tampoco lo debe ser para muchos sacerdotes, pues veo muchos confesionarios vacíos.  Pero es un sacramento fundamental: confesarse a menudo te cambia la vida.  Lo sé, porque he pasado de no confesarme ni una vez en 20 años a hacerlo cada 3–4 semanas.  La confesión te da sabiduría, la confesión te da fuerzas, la confesión te da paz.

Hace tiempo que quería escribir una entrada sobre la confesión y sus beneficios pero no sabía cómo hacerlo.  Hace unos días el Espíritu me llevó a leer la entrada sobre la confesión en el devocionario de mi abuelo (Devocionario Completo del P. Remigio Vilariño) y me dio la idea de cómo lo tenía que hacer. He aquí el resultado.

Esta entrada está basada en lo que he encontrado en el devocionario (DC), en lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y en algunas cosas de cosecha propia.  Lo que es reproducción casi literal de la fuente lo indico con las siglas, y en el caso de Catecismo, con el número de párrafo.  En mi otro blog, Oración de hoy, podéis encontrar oraciones preparatorias de la confesión.

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Hace dos o tres años descubrí que hay un tema que aparece en casi todas las oraciones de la misa en la octava después de Pascua y que se puede resumir en la frase Jesús nos dio la salvación por el perdón de los pecados.  Es decir, la salvación es el perdón de los pecados y la sangre de la cruz se derramó para pagar este perdón.  Si no vamos a confesarnos, estamos malgastando la Sangre de Jesucristo en la cruz.

El pecado es una ofensa a Dios.  Es una ruptura de la comunión con Él y con la Iglesia.  La conversión desde el pecado implica a la vez el perdón de Dios y la reconciliación con la Iglesia, y esto es lo que se realiza en el sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación (CIC 1440).  Este es uno de los motivos de que la confesión debe hacerse a través de un sacerdote y no se puede hacer “directamente” con Jesucristo.

El pecado grave (antes llamado pecado mortal) nos hace enemigos de Dios y al romper con Él perdemos la gracia santificante (no estamos en gracia) y nos condenamos al infierno.  Además, nos causa males y remordimientos en esta vida que nos dañan nuestro espíritu: nos hace impacientes, irascibles, nos quita el sueño, nos inclina al mal.  Lo sé porque lo he vivido.

El pecado leve (antes llamado venial) no nos priva de la gracia ni nos condena al infierno, pero enfría el amor que Dios nos tiene y nos predispone al grave.  Podemos decir que el pecado leve es una enfermedad del alma, mientras que el pecado grave es la muerte del alma (DC).

Todo pecado, tanto mortal como venial, nos nubla el intelecto: vemos con menos claridad, sobre todo las cuestiones morales.  Cuantos más pecados tienes en el alma, menos capaz eres de tomar buenas decisiones.  Además, menos ves que estás pecando, lo que te predispone a pecar más.  Si lo dejas ir, o sólo le pones remedios humanos, acabas hundido en un hoyo negro y profundo del que no puedes salir.  Esto también lo he experimentado personalmente, pero basta mirar a nuestro alrededor: nuestra sociedad, que rehuye la confesión, está metida en el hoyo.

La única manera de salir del hoyo es con el sacramento de la Penitencia.  Repito, la única forma de salir de este hoyo es con el sacramento de la Penitencia.  El pecado grave sólo puede quitarse mediante la confesión.  El leve, además de con la confesión, puede quitarse con la comunión e incluso por algún acto de dolor.

Además, la confesión “anticipa en cierta manera el juicio al que será sometido al fin de esta vida terrena.  Porque es ahora, en esta vida, cuando nos es ofrecida la elección entre la vida y la muerte, y sólo por el camino de la conversión podemos entrar en el Reino del que el pecado grave nos aparta.  Convirtiéndose a Cristo por la penitencia y la fe, el pecador pasa de la muerte a la vida «y no incurre en juicio» (Jn 5,24).” (CIC 1470)

En la confesión, además de recibir el perdón de nuestros pecados, obtenemos muchas ventajas.  Como ya hemos dicho, obtenemos paz de espíritu y claridad del intelecto.  Pero además el confesor es un consultor imparcial y secreto, un educador en la fe, un padre que nos anima y corrige, un médico que nos cura y un juez bondadoso que nos absuelve siempre (DC).

Es más, en la confesión recibimos la gracia que nos ayuda a no volver a caer en el pecado.  A veces pensamos “primero me corregiré, después me confesaré”, quizá porque nos parece un poco hipócrita confesarnos antes de hacer todo de nuestra parte.  Es un grave error: primero hemos de confesarnos, ya que necesitamos de esta gracia, de esta ayuda de Dios, para corregirnos.  Sin ella, poco podemos hacer.

Como indica el segundo mandamiento de la Santa Madre Iglesia, “todo fiel llegado a la edad del uso de razón debe confesar, al menos una vez la año, fielmente sus pecados graves”.  Además, “Quien tenga conciencia de hallarse en pecado grave que no comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental.” Si, no estando en gracia, uno quiere comulgar, es necesario confesarse antes.

El sacramento de la penitencia, como implica una conversión interior, no es simplemente arrodillarse en el confesionario, sino todo un proceso, con 5 pasos: (1) Examen de conciencia, (2) dolor de los pecados, (3) propósito de la enmienda, (4) decir los pecados al confesor y (5) cumplir la penitencia.

El examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito de la enmienda no tiene por qué hacerse justo antes de decir los pecados al confesor.  Puede hacerse antes, incluso se recomienda hacerlo diariamente, antes de acostarse.  Va muy bien tener un cuaderno donde apuntar los pecados cometidos.

El examen debe hacerse con seriedad, mirándose a fondo.  El objetivo no es denigrarnos, sino saber dónde estamos en nuestro camino al cielo.  No nos debe causar apuro ni tormento.  Seguramente se nos quedará olvidado algún pecado.  Si hemos sido serios en nuestro examen, no pasa nada.

Para que un pecado sea grave se necesitan tres condiciones: (1) Que la materia del pecado sea grave, o que uno la conciba como grave al tiempo de cometer el pecado.  (2) Que tenga advertencia completa de que lo que va a hacer es gravemente malo.  (3) Que tenga libertad completa de hacerlo o no hacerlo.  Si falta una de estas tres cosas, el pecado no es grave (DC).  Uno podria pensar que entonces lo que conviene es ser ignorante: si no sé cuáles son los pecados graves, nunca cometeré ninguno.  No cuela: primero, de forma natural sabes que ciertos pecados son graves.  Además, tienes la obligación de formarte en la fe e informarte, preguntando a tu párroco o leyendo el catecismo, por ejemplo.  El no hacerlo es una negligencia grave, que es un pecado grave.

El dolor de los pecados es un pesar por haber ofendido a Dios, o en su defecto, por temor a los castigos asociados, ya sea en esta o en otra vida.  Sentir dolor por temor no es ideal, pero es mucho mejor que no sentir dolor en absoluto.  El dolor por temor es un primer paso para llegar al dolor por amor.

El propósito de le enmienda es una firme resolución de no volver a pecar.  No es lo mismo proponerse no pecar y caer por debilidad, que ni siquiera proponérselo.  Una manera de saber si estás haciendo una propuesta firme es si te alejas de los peligros.  Por ejemplo, si caes mucho por cuestiones de sexo, como es mi caso, ¿procuras no mirar ciertos programas o ciertas películas?¿Te alejas de las playas en verano, donde hay demasiada ocasión de mirar donde no debes?

Aunque hayas hecho los tres primeros pasos antes de ir hacia el confesionario conviene dedicar unos minutos a repasarlos.  Aquí va muy bien el cuaderno que he mencionado antes.  No importa si ya no sientes el dolor de tus pecados con la intensidad de antes: basta que lo hayas sentido entonces.

Hay obligación de confesar los pecados graves, no lo hay de hacerlo con los leves, pero es mejor confesarlos.  Tampoco hay obligación de confesarse de los pecados que tienes dudas que lo sean, aunque conviene hacerlo, indicando tus dudas al confesor.  Callar algún pecado grave aposta invalida esta confesión y todas las que le siguen hasta que lo confieses.  Y cuando lo hagas, tienes la obligación de volver a confesar todo aquello que confesaste en todas las confesiones inválidas.  Como ves, es una tontería callarse.  Si es un olvido involuntario la confesión es válida y el pecado queda perdonado, aunque conviene incluirlo en la próxima confesión.

Tener un confesor habitual, que nos conozca, puede ayudar a recibir mejores consejos, pero no es esencial. Por un lado, Jesucristo mismo, en una revelación, aconsejó a Sta.  Faustina Kowalska que no dijera las cosas en función de quién era el confesor sino que hablara siempre como si le hablara a Él mismo.  Y el confesor recibe una gracia especial para aconsejarte adecuadamente. En cierto modo, es como si Jesús mismo te hablara.

“El sacramento de la Penitencia puede también celebrarse en el marco de una celebración comunitaria, en la que los penitentes se preparan a la confesión y juntos dan gracias por el perdón recibido.” (CIC 1482).  En estas celebraciones el examen de conciencia, el dolor de los pecados y el propósito de la enmienda es comunitario y dirigido.  La confesión personal y la absolución sigue siendo individual.  Desgraciadamente, he visto abusos de celebraciones comunitarias sin confesión personal.  No sé si esas confesiones fueron o no válidas.

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Esto no es todo lo que se puede decir de la confesión, por ejemplo, ni siquiera he entrado en la contrición perfecta y la imperfecta y excepciones a algunas de las normas descritas. Pero espero haber dejado claro que confesarse es esencial para ser un buen católico, que es una tontería sentir apuro por confesar nuestros pecados a un sacerdote (que además, no se van a escandalizar: ya lo han oído todo) y que es un instrumento fundamental de mejora y de paz, por el examen de nuestras conciencias y por las gracias que recibimos al confesarnos.

Confiésate a menudo. Lo notarás.

sábado, 31 de agosto de 2019

Don y fruto

Cuando oigo hablar de los pobres en la televisión o incluso en la iglesia, casi siempre me pongo de mal humor. Y eso me ha tenido muy preocupado, pues la opción por los pobres es una de las grandes señas de identidad de la Iglesia Católica. Es parte de su doctrina que Jesucristo está en los pobres (“Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis”). Por lo tanto, despreciar a los pobres es despreciar a Jesucristo mismo, un pecado gravísimo. Cierto es que no despreciaba a los pobres, sino al tema de la pobreza, pero eso no me aliviaba mucho. Acudí a las Escrituras, a mi director espiritual, a libros varios, a la oración. Tras todo este proceso creo que ahora sé por qué me pone de tan mal humor cada vez que oigo hablar de los pobres. Y, más importante, creo que mi mal humor está justificado, pues proviene de que la manera de tratar a la pobreza es una clara señal del materialismo de la sociedad, y que ha infectado a mi querida Iglesia Católica.

Quizá alguno se pregunte cómo puede ser materialismo ocuparse de los pobres. Materialismo no es el deseo de riquezas: eso es avaricia. Materialismo es dar prioridad a lo material sobre lo espiritual y, en caso extremo, que lo espiritual ni siquiera existe. Un materialista puede ser austero y pobre o muy generoso. Por lo tanto, no es una contradicción que un materialista se preocupe mucho en dar de comer a los pobres.

Pero los cristianos sabemos que el espíritu no sólo existe, sino que es superior a la materia. El alma es superior al cuerpo. Esto lo repitió Jesucristo una y otra vez:  “¿No vale la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?”, “No amontonéis tesoros en la Tierra […] amontonadlos en el Cielo”, “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo […] temed al que después de dar muerte tiene potestad para arrojar en el infierno.”

Lo malo del materialismo es que se preocupa mucho de dar de comer al cuerpo y nada de alimentar al alma. Y es tristísimo es que la Iglesia tenga cambiadas sus prioridades. Quizá no debiera extrañarnos, la primera tentación del Diablo a Cristo, como analiza Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret (Vol. 1, Cap 2) fue precisamente esta: “haz que las piedras se conviertan en pan”, es decir, “dales de comer y no te preocupes de sus almas”. Pero en otro tiempo habíamos sabido superar esta tentación. En el blog del P. Jorge González Guadalix hay una preciosa entrada sobre cómo se ocupaban de los cuerpo y almas de los pobres en el S. XVIII. Como muy bien dice, al comparar lo que se hacía entonces con lo que se hace ahora: “La mayor pobreza es la ausencia de Dios, y la peor caridad la que se limita a lo material.”

¿Por qué digo que la Iglesia se ha vuelto material? Algunos ejemplos recientes.
  • Una mujer, con preocupaciones similares a las aquí expuestas, me contó que fue a un comedor social aquí en Palma y se ofreció a ayudar. Dado que el comedor lo llevaba una orden religiosa, indicó que quería añadir un contenido espiritual al proceso (hacer un momento de oración o algo así, no me acuerdo exactamente).  Digamos que se dieron bastante prisa en enseñarle la salida.
  • En la fiesta del Carmen, patrona de mi parroquia, se hacía una ofrenda floral a la Virgen. Ahora se ha sustituido por una recogida de alimentos para los pobres. Aprovechar las fiestas para  recogidas de alimentos está muy bien: cala más en la gente y se recoge más. Pero sustituir la ofrenda floral por unas latas de atún… Estamos insinuando que los pobres son reales y la Virgen no. O a lo más, que vivió hace dos mil años y ahora reside en un cielo muy, muy lejano. Nos olvidamos que a la Virgen, como a todas las madres, le gusta que sus hijos le regalen flores. Si alguien no se lo cree, que lea la anécdota de S. Juan María Vianney titulada “Su marido se ha salvado”)
  • En la publicación de La Misa de cada día de la editorial Claret, leemos en la reflexión del evangelio del 22 de julio de 2019:  “A Cristo sólo lo encontramos en el servicio a los hermanos”. Cierto que a Cristo se le encuentra en el servicio a los demás, pero ¿sólo en el servicio? ¿No está en la misa, no está en la Eucaristía, no está en la oración? Vamos, que si no hay algo material y tangible que mostrar, no está el Señor. Ridículo.
  • El pasado 23 de julio era el día de Sta. Brígida, patrona de Europa. En el inicio de la misa de la basílica de S. Miguel el sacerdote pidió “Por Europa, que en estos momentos difíciles se preocupe por la pobreza”. Hacía poco más de una semana que había fallecido en Francia Vincent Lambert a quienes los médicos, con permiso de la justicia,  habían matado de hambre y sed a pesar de no correr peligro su vida, no necesitar cuidados especiales y que sus padres estaban dispuestos a cuidarle. La indigencia moral de Europa es enorme: aborto, eutanasia, destrucción de la familia…  Me es muy difícil pensar que lo más preocupante y urgente que pedir al Señor es que Europa se preocupe, aún más, por la pobreza.
Podría seguir, pero ¿para qué? Creo que está claro y cualquiera que abra un poco los ojos y los oídos lo verá en su entorno.

Nos despreocupamos de las almas de los pobres porque nos hemos contagiado del materialismo del mundo. Esto es malo para los pobres, pero también lo es para nosotros. El Venerable Arzobispo Fulton Sheen, en su libro Peace of Soul (Paz en el Alma), en el capítulo titulado ”¿Es Dios difícil de encontrar?” explica que uno de las cosas que nos aleja de Dios es que queremos ser salvados, pero no de nuestro pecado. Queremos ser salvados del hambre y de las guerras pero tememos que Jesús quiera salvar también nuestras almas. Esto es lo que hace que Cristianismo social sea tan popular. Es, dice, un tipo de religión muy cómodo, pues no remueve nuestras conciencias. Damos de comer a los pobres, pero nuestras almas ni se enteran, ni se benefician.

Esta idea no es nueva, sino que ya está en los principios de la Iglesia. La encontramos en S. Pablo, y también en S. Agustín que reflexiona sobre la diferencia entre dones y frutos (Confesiones, Libro XIII, Cap. 26). Los dones son lo que damos, los frutos son lo que nuestras almas obtienen a partir de este gesto. Los dones son materiales, los frutos son espirituales. Los dones pueden ser necesarios, los frutos son imprescindibles. Hemos olvidado esta distinción y nos hemos quedado con los dones, lo más visible pero menos importante. Y sólo con los dones, ni nos vamos a salvar nosotros,  ni salvaremos a los pobres. A veces pienso que Satanás debe estar muy contento con esta preocupación nuestra de dar de comer a los cuerpos pero no hacer nada por las almas: le llegarán muchas almas al infierno, y además, gorditas.

Cuidarnos de los cuerpos y las almas de los pobres es la voluntad de Dios; cuidarnos sólo de sus cuerpos, olvidando las almas,  es lo que quiere el Diablo. Lo material es necesario, pero preocuparnos sólo de ello no acerca a la salvación ni a los pobres ni a nosotros. Como dice S. Pablo, “Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía.” (1Cor 13, 3) Dones solos no bastan. Si no nos preocupamos de los frutos ni salvamos, ni nos salvamos.

domingo, 21 de julio de 2019

Programa del Ven. Fulton Sheen sobre el Anticristo

El Venerable arzobispo Fulton J. Sheen fue un gran predicador. Sus programas de radio y televisión eran líderes de audiencia (ganó 2 Emmy) en la muy protestante Estados Unidos. Tenía grandes dotes dramáticas y con su voz te podía hacer reír como vibrar o enternecer. Pero además tenía un intelecto sin igual y te podía explicar con iluminadora claridad tanto estadística como psicología. Lo que no sabía era dibujar, como se ve en por los monigotes que pintaba en la pizarra. Gracias a Dios (y a YouTube) se pueden ver o escuchar gran parte de sus emisiones de radio y televisión y varios discursos y reflexiones.

Era además un profeta: sus explicaciones de hacia dónde va el mundo han sido casi siempre acertadas. Escuchas un programa o lees un libro escrito hace 50 o más años y parece escrito ayer. Eso, y su evidente santidad,  te hace prestar toda tu atención cuando te dice qué va a pasar o qué es lo que hay que hacer.

Murió en 1979. Su causa de canonización se inició en 2002 por la diócesis de Peoria (su diócesis natal) y ha estado parada durante casi 10 años porque la diócesis de Nueva York, donde fue obispo auxiliar y estaba enterrado, no daba permiso para que sus restos se trasladaran a Peoria (por algún motivo que no conozco, es necesario que los restos estén bajo la custodia de la diócesis que pide la canonización). La batalla legal ha sido larga, pero finalmente hace unas semana, el 27 de junio de 2019, los restos fueron trasladados a Peoria. Y unos días después, el 5 de julio, se aprobó un milagro hecho por su intercesión. Muchos esperamos que pronto sea beatificado.

En esta entrada os quiero presentar un programa de radio del Venerable Fulton Sheen titulado Signs of our times (Señales de nuestros tiempos). Fue emitido en enero de 1947 –hace más de 70 años– y en él presenta e interpreta las señales de nuestros tiempos. Gracias al trabajo generoso de muchos tenéis disponible gratuitamente  el video en inglés con una transcripción completa en inglés, el video en inglés con subtítulos en español y también tenéis una buena traducción de la transcripción al español.

El principio de su discurso es sorprendente: parece que lo que está pasando en el mundo es justo lo contrario de lo que dice. Pero si seguimos escuchando, nos damos cuenta de que tiene razón. Lo que sucede es que si nos quedamos en la superficie, parece una cosa, pero si nos vamos a la raíz, lo que pasa es lo contrario. Son necesarios un intelecto, una capacidad de observación, un don de profecía o, como dice él mismo, vivir en la fe como vivió él, para ver lo que realmente está pasando en el mundo.

Había escrito un breve resumen del discurso, pero es mucho mejor dejaros con unos fragmentos (traducido y en inglés):
«El conflicto del futuro es entre un absoluto que es el Dios-Hombre y un absoluto que es el hombre-dios; entre Dios que se volvió hombre y el hombre que se hace a sí mismo dios; entre los hermanos en Cristo y los camaradas en el anti-Cristo.»
The conflict of the future is between an absolute who is the God-Man and an absolute which is the man-god; between the God Who became man and the man who makes himself god; between brothers in Christ and comrades in anti-Christ.
«[El Anticristo] es descrito como un ángel caído, como el “príncipe de este mundo” cuyo cometido es decirnos que no hay otro mundo. Su lógica es simple: si no hay cielo no hay infierno; si no hay infierno no hay pecado; si no hay pecado no hay juez, y si no hay juicio, entonces lo malo es bueno y lo bueno es malo.»
[The Antichrist] is described as a fallen angel, as “the Prince of this world” whose business it is to tell us that there is no otherworld. His logic  is simple: if there is no heaven there is no hell; if there is no hell, there is no sin; if there is no sin, there is no judge, and if there is no judgement then evil is good and good is evil. 
«¿Cómo vendrá [el Anticristo] a esta nueva era a ganarse elegidos para su religión?  Aparecerá disfrazado como el Gran Humanitario; hablará de paz, de prosperidad y de la abundancia, no como medios para llevarnos a Dios, sino como fines en sí mismos.   Escribirá libros sobre la nueva idea de Dios para que se ajuste a la vida de las personas; utilizará la fe en la astrología para que sean las estrellas, no nuestra voluntad, las responsables de nuestros pecados; le dará una explicación psicológica a la culpa diciendo que es sexo reprimido; hará que los hombres se encojan avergonzados cuando los demás les digan que no son de “mente abierta” ni liberales; identificará la tolerancia como la indiferencia ante lo bueno y lo malo; patrocinará los divorcios bajo el disfraz de que es vital tener a otro compañero; incrementará el amor por el amor y reducirá el amor por la persona; invocará la religión para destruir la religión; hablará incluso de Cristo y dirá que fue el hombre más grande que jamás vivió; dirá que su misión será la de liberar al hombre de la servidumbre de la superstición y del fascismo –las cuales nunca definirá–. Pero, en medio de todo este supuesto amor por la humanidad y estos discursos superficiales sobre la libertad y la igualdad, tendrá un gran secreto que no dirá a nadie: que no cree en Dios.»
How will [the Antichrist] come in this new age to win followers to his religion?  He will come disguised as the Great Humanitarian; he will talk peace, prosperity and plenty not as means to lead us to God, but as ends in themselves.   He will write books on the new idea of God to suit the way people live; induce faith in astrology so as to make not the will but the stars  responsible for our sins; he will explain guilt  away psychologically as repressed sex, make men shrink in shame if their fellowmen say they are not
broadminded and liberal; he will identify tolerance with indifference to right and wrong; he will foster more divorces under the disguise that another partner is “vital”; he will increase love for love and decrease love for person; he will invoke religion to destroy religion; he will even speak of Christ and say  that he was the greatest man who ever lived; his mission he will say will be to liberate men from the servitude of superstition and Fascism –which he will never define.  But, in the midst of all his seeming love for humanity and his glib talk of freedom and equality, he will have one great secret which he will tell to no one: he will not believe in God. 
«La segunda razón por la cual la crisis debe venir es para prevenir una falsa identificación de la Iglesia con el mundo.  Nuestro Señor quería que aquellos que fuesen sus seguidores fueran diferentes de aquellos que no lo son.  Pero esta línea de demarcación se ha difuminado.  En vez de blanco y negro sólo hay una línea difusa.  La mediocridad y la falta de compromiso caracterizan la vida de muchos cristianos.  Leen las mismas novelas que los paganos modernos, educan a sus hijos de la misma manera pagana, escuchan a los mismos comentaristas quienes no tienen otro estándar que el de juzgar el hoy por el ayer, y el mañana por el hoy, permiten prácticas paganas que se van instaurando en la vida familiar, tales como el divorcio y el volverse a casar; hay deficientes líderes sindicales, que se hacen llamar católicos, que recomiendan a comunistas para el congreso, o escritores católicos que aceptan liderar medios comunistas para promover ideas totalitarias en películas.  Ya no existe el conflicto ni la oposición que nos debe caracterizar.  Influimos al mundo menos de lo que el mundo nos influye a nosotros.  No hay separación.  Nosotros, los que fuimos enviados a establecer un centro de salud, hemos sido contagiados y por lo tanto hemos perdido la capacidad de sanar.»
The second reason why a crisis must come is in order to prevent a false identification of the Church and the world.  Our Lord intended that those who were His followers should be different in spirit from those who were not.  But, this line of demarcation has been  blotted out.  Instead of black and white, there is only a blur.  Mediocrity and compromise characterize the lives of many Christians.  They read the same novels as modern pagans, educate their children in the same godless way, listen to the same commentators who have no other standard than judging today by yesterday, and tomorrow by today, allow pagan practices to creep into family life, such as divorce and remarriage; there are not wanting, so-called Catholic labor leaders recommending Communists for Congress, or Catholic writers who accept presidencies in Communist front organizations to instill totalitarian ideas into movies.  There's no longer the conflict and opposition which ought to characterize us.  We are influencing the world less than the world influences us.  There is no apartness.  We who were sent out to establish a center of health have caught the disease, and therefore have lost the power to heal.
Venga, ahora id a escuchar el programa completo.

lunes, 15 de julio de 2019

Comuniones

Estamos en época de primeras comuniones. Es como todos los años: ambiente festivo, niños, fotógrafos, muchos asistentes que no tienen costumbre de ir a misa, familiares lectores que no saben lo que están leyendo. Por un lado te alegra que aún hagan la primera comunión y que gente venga a misa aunque sea por acompañar a la familia: a lo mejor sacan algo de la experiencia (Dios actúa de formas extrañas). Pero por otro lado es un tanto perturbador para los fieles ver ciertas cosas y ciertas actitudes.

Por ejemplo, ayer al llegar vi que la fotógrafo estaba usando la repisa del sagrario como lugar conveniente donde colocar su cámara y objetivos. Inmediatamente fui a pedir que los quitara de ahí. Más adelante, durante la consagración, le pedí que no hiciera fotos. Salieron dos personas junto con la niña a hacer las peticiones. Si uno que no tiene costumbre de leer en público, no sabe la estructura de una petición y está pidiendo cosas a un Dios en quien no cree, el resultado es predecible. Tenía a un grupo de niños sentados en el banco de delante. Antes de la Comunión se pusieron a discutir si podían o no ir a comulgar. En particular le dijeron a uno que no podía ir a comulgar porque no había hecho la primera comunión. El dijo que sí que la había hecho y fue. A la vuelta al banco estaba jugando con la Hostia. Un señor y yo, horrorizados, inmediatamente le conminamos a que se la comiera.

Tras la misa, mientras los niños y familiares estaban haciéndose fotos en el presbiterio, varios parroquianos nos pusimos a hablar de esta situación. Estábamos todos muy molestos con ella. Pero ¿qué podemos hacer?

Antes de seguir, quisiera indicar que
  • La situación es bastante mejor que hace 15 años. Quizá es debido a que menos niños hacen la primera comunión y los que lo hacen son de familias que se lo toman más en serio.
  • Ningún fotógrafo ha protestado cuando les he dado indicaciones de cuándo pueden o no hacer fotos. Es más, alguno me lo ha agradecido.
  • No hay dejadez de parte de los sacerdotes. Por ejemplo, en la misa de la semana pasada el sacerdote específicamente pidió a algunos, que permanecían sentados durante la plegaria eucarística, que se pusieran de pie. El que la mitad no lo hiciera no es culpa suya.
Para intentar poner remedio a la situación debemos preguntarnos por las causas. Yo veo dos: una mala formación y el ambiente secular y mundano en el que vivimos. Muchos de los que se comportan “mal” en misa lo hacen por desconocimiento. Pero han hecho la primera comunión en su día, quizá hicieron catequesis post-comunión y seguramente hicieron un cursillo prematrimonial. Y naturalmente fueron a clase de religión en su colegio, impartido por alguien con el aval del obispado. ¿Qué han aprendido? No es ningún secreto que el nivel de catequesis en los últimos 50 años ha sido abismal. Y se nota.

Y el ambiente secular que vivimos y respiramos te anega con la idea de que lo divino y sobrenatural no existe. La ciencia lo es todo y lo explica todo. Por ejemplo, te dicen que el sentimiento religioso no viene de Dios, sino que es una respuesta psicológica que el hombre se ha creado para anestesiarse ante la muerte y otras cosas que no entiende. Estamos inmersos en esta atmósfera, la respiramos en todo momento en los libros, en las informaciones de los medios, en nuestras conversaciones, incluso en las iglesias. Y entonces la misa y la eucaristía se convierten en un rito, una costumbre, un espectáculo. Y el comportamiento que tenemos es el que corresponde a esta situación.

Ante problemas de fondo las soluciones son necesariamente a largo plazo. Y algo se hace. Por ejemplo, en mi parroquia, en todas las sesiones de catequesis se hace un rato de adoración al Santísimo ante el sagrario. Esto va a traer buenos efectos con el tiempo.

Pero se tiene que trabajar más los conceptos de divinidad, vida eterna, salvación del alma, pecado. Sin ir más lejos, en la homilía de ayer el diácono aprovechó para hablar de los sacramentos: la comunión, obviamente, y también del bautismo, de la confirmación y del matrimonio. Pero no dijo nada de la confesión. Esto está en consonancia con esa perniciosa idea de que todos estamos salvados (escribí una trilogía sobre ello, si a alguien le interesa). Pero si estamos todos salvados (o no hay salvación, que es lógicamente equivalente), los sacramentos, la liturgia y demás no es sino tradición y folklore. Que desgraciadamente es lo que vemos.

Los sacerdotes de mi parroquia –doy fe– hacen lo que pueden, pero si entre dos tienen que llevar 6 parroquias, el coro de la catedral, la comisión de inmigración y no sé cuántas cosas más, no llegan a todo. Además, durante la misa están el presbiterio y no pueden, ni deben, ocuparse de si el fotógrafo o los niños hacen esto o aquello. Y esto quiere decir que hemos de intervenir los laicos: demos indicaciones a los fotógrafos de lo que pueden y no pueden hacer; pidamos a los asistentes que se pongan de pie o de rodillas en los momentos que correspondan; pidamos silencio a mayores y a niños; recordémosles que estamos en casa de Dios y que ciertos comportamientos no son adecuados. En suma, si vemos que alguien hace algo que está mal, digámoselo, con amabilidad y sin enfadarnos, pero con firmeza.

Así, entre todos, conseguiremos mejores celebraciones para nosotros y para estos asistentes ocasionales que nos necesitan para poder sacar algo de su presencia en la casa de Dios. 





viernes, 12 de julio de 2019

Leyendo la Biblia con humildad

La falta de humildad es uno de mis problemas de siempre, un best seller en mis confesiones. Una de las veces mi confesor me citó a Sta. Teresa: humildad es andar en verdad. En esos momentos no entendí mucho lo que me quería decir mi confesor, pero con el tiempo me he dado cuenta de la sabiduría de la santa: el que no es humilde intenta que la verdad se ajuste a él, mientras que el humilde ajusta su ser a la verdad. Y no olvidemos que Jesús es la Verdad.

Ayer me di cuenta de una instancia más de esta unidad de la humildad y la verdad. Fue al leer el Evangelio del día y la reflexión que la acompañaba. Me pareció que el que escribió la reflexión se esforzaba para hacer que la Lectura se ajustara a sus ideas. El primer sentimiento que te viene es de superioridad: «Yo sé leer la Biblia, y no como este, que se ve claramente de qué pie cojea». Por suerte, el Espíritu me iluminó y me di cuenta que si el que escribió la reflexión, mucho más sabio y preparado que yo, cojeaba de un pie, yo debía cojear de los dos. Seguro que también leo de la Biblia lo que quiero. Y como para remachar la idea, el Espíritu me empujó a leer por la tarde Las Confesiones de S. Agustín (libro X, cap. 26): «Y el buen siervo tuyo es aquel que no se empeña en oírte decir lo que a él le gustaría, sino que está sinceramente dispuesto a oír lo que tú le digas».

Demasiadas veces leo la Biblia con soberbia, extrayendo sólo aquellas enseñanzas con las que estoy de acuerdo y desechando, como con la reflexión de ayer, aquellas que no me gustan. Tengo que acostumbrarme a hacer una breve oración antes de empezar, pidiendo al Señor la humildad necesaria para oír lo que Él me quiere decir y no leer lo que a mí me gustaría que pusiera.

Y también a escuchar con más atención las homilías y reflexiones de los otros, especialmente los que no están de acuerdo conmigo. Esto no quiere decir que debo aceptar cualquier cosa que digan, pero al menos debo estudiarlo con humildad y rigor y no desecharlo de primeras.

Es difícil ser humilde.


domingo, 23 de junio de 2019

Reflexión 7: Ofreciendo la otra mejilla

Esta mañana, no sé por qué, me he puesto a reflexionar sobre qué quería decirnos Jesús con eso de ofrecer la otra mejilla.

Una primera interpretación es que nos está pidiendo que nos dejemos pegar, que no nos enfrentemos al violento. No puedo aceptar que sea esto. No puede pedirnos que seamos pusilánimes y no nos enfrentemos al mal, que lo dejemos correr libremente, que dejemos que se envalentone. No puede ser esto.

Una segunda interpretación es que seas miedoso: no te opongas y a lo mejor sólo te llevas una segunda bofetada. Porque si te opones, a lo mejor la paliza es mayor. Otra vez, no puede ser esto.

Una tercera interpretación es que seas más fuerte, tan fuerte, que en vez de enfrentarte y vencerle, te dejas pegar. Suena un poco mejor, pero tampoco acababa de ser satisfactorio del todo:¿Por qué dejarte pegar es ser más fuerte?

La cuarta (y última) interpretación que se me ocurrió es una evolución de esta tercera: Sé más fuerte que él. No físicamente más fuerte, sino más fuerte en el amor. Ama al que te pega y, por amor, déjate pegar. Tú no quieres vencer a la persona, quieres vencer a su mal, y lo vas a vencer con abundancia de bien. Déjate pegar y abrázale después.

¿Qué se deduce de esta reflexión? Pues que dejarse pegar por pusilanimidad o por miedo no es bueno.   Hay que enfrentarse al mal. Si sólo lo podemos hacer con fuerza, confrontándonos a él, pues sea, pero debemos tratar de hacerlo con amor, dejándonos pegar otra vez si es necesario.

Estos últimos días he estado ocupado en la organización de un evento y he intercambiado muchos correos electrónicos sobre cuestiones en los que había discrepancias. Y algunas veces me han “pegado” en alguno. Mi primera reacción era responderles «como se merecían». Incluso tenía el correo escrito, pero lo he borrado y he escrito otro en el cual me disculpaba y me atribuía culpas, por ejemplo responsabilizándome del exabrupto del otro. Podemos decir que ofrecía la otra mejilla. Los resultado han sido muy buenos. Cierto que no me he enfrentado con enemigos, ni con gente que me quería mal, sino sólo con gente que tenía  visiones diferentes o intereses propios a defender. Pero me he dado cuenta, que siendo débil, he sido fuerte.

Para acabar, una anécdota de S. Felipe Neri. Él recogía a niños que estaban en la miseria y les daba un hogar y les educaba. Solía pedir a los ricos de Roma para tener con qué cuidar a sus niños. Una vez, tras pedir a un rico, este le dio una bofetada. S. Felipe le respondió sonriendo “Esto es para mí y os lo agradezco. Ahora dadme algo para mis chicos”.


martes, 18 de junio de 2019

Cómo no argumentar con el Mundo

Desde siempre la vida es una batalla espiritual, en la que luchamos contra el Mundo. Ese Mundo del que Jesucristo habla en Jn 15, ese Mundo que odia a Jesucristo y sus discípulos, del cual no somos parte y cuyo príncipe es Satanás. Ese Mundo intenta convencerte de sus argumentos y tiene una forma de presentarlos y de empezar la discusión que hace fácil que caigas en sus garras, incluso si crees que les estás rebatiendo. No es que acabes dándoles la razón, es que acabas enredado en su forma de pensar y de comportarse. Yo caigo siempre y por eso rehuyo discutir con ellos. Pero hoy, meditando sobre esto, me he dado cuenta de cuál es mi error. Veamos un ejemplo.
«Supón que aterriza una nave espacial y sale de ella una extraterrestre sexy y guapísima y quiere acostarse contigo. En cuanto acabe, volverá a su nave y se marchará para siempre. ¿Lo harías?»
Este es un dilema moral clásico que he visto planteado por ahí. Posibles respuestas para decir que no lo harías son «Seguro que no es tan guapa», «Siempre acaba apareciendo alguien y se acaba sabiendo», «¿Y si vuelve?», «No creo que se pueda tener relaciones sexuales con una extraterrestre», «Me daría asco», etc. Si das cualquiera de estas respuestas, puedes creer que te estás oponiendo al Mundo, pero en realidad ya has caído en sus garras, pues estás aceptando que la belleza y las consecuencias son cuestiones a considerar en la cuestión de acostarte o no con una mujer. E implícitamente estás aceptando que si es lo suficientemente bella y las consecuencias son lo suficientemente llevaderas o improbables, te acostarías con una desconocida. Has perdido la discusión en la primera frase y ya no hay recuperación.

Lo que me he dado cuenta hoy es que caer en la trampa es inevitable si aceptas el planteamiento que te proponen. Astuta y malévolamente te han puesto delante la belleza y las consecuencias para que ataques esas premisas. Que es precisamente lo que quieren. Fijaos en cómo han conseguido que se acepte el aborto. Primero plantearon el aborto en casos extremos: violación, deformaciones del feto o peligro para la salud de la madre. Me acuerdo perfectamente a mi profesor de religión, el P. Fermín, diciéndonos que el aborto en estos casos está mal, pero no tan mal como en otros. Ya había perdido la batalla. Porque la discusión ya no era si el aborto es moralmente bueno o malo, sino bajo qué condiciones es deplorable pero aceptable. Y a partir de aquí, todo es fácil para el Mundo: el aborto es aceptado y sólo es cuestión de ir modificando poco a poco las condiciones y los plazos, hasta llegar al aborto libre, gratuito y hasta el momento del nacimiento. O incluso más allá, pues ya hay quien plantea el aborto post-parto, es decir, el asesinato de niños ya nacidos. Sólo bajo ciertas condiciones extremas, por supuesto.

¿Entonces qué se debe hacer? No tengo experiencia, sólo la revelación de hoy. Lo fundamental es darse cuenta que su objetivo no es llegar a la conclusión que ellos quieren –eso no les importa– sino aceptar implícitamente sus premisas. Hay que saltarse sus planteamientos e ir directamente a la situación moral absoluta: «No se debe uno acostar con una mujer que no sea tu esposa bajo ningunas circunstancias». Incluso negarse a discutir el tema es mejor que hacerlo bajo sus términos.
Pero aunque se sepa cómo es, salir de su trampa no es nada fácil, porque estamos acostumbrados –más bien condicionados– a rebatir los planteamientos que nos dan, para no ser tachados de intolerantes o dogmáticos y además las condiciones están escogidas para que puedas rebatirlas. Te ponen el cebo delante y es muy difícil no morder. Es un reflejo que nos es muy difícil perder.

Se me ocurren dos soluciones. Para perder un reflejo hay que practicar y practicar. En este caso practicar en replantear el problema en un marco moral y en términos absolutos. Algo así como «Tú estás planteando si es moralmente lícito tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Podemos estudiarlo.» Y durante la argumentación nunca entrar en casos, sino en absolutos. Esto exige una capacidad de abstracción que no en general no tenemos, pero que se puede adquirir.

La segunda solución es más divertida: consiste en cambiar el dilema a algo que les moleste. Se puede empezar indicando que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son inmorales siempre, pero si insisten se les puede preguntar «Entonces, dime, ¿bajo qué condiciones es lícito devolver a su país a los inmigrantes ilegales?» o «¿Cuáles crees tú que son las condiciones que hacen lícito contratar a alguien por menos que el salario mínimo?» Y pincharles para que te contesten. Quizá no consigas que den una respuesta, pero sí conseguirás que te dejen en paz.

Y con suerte también conseguirás que te odien. Se esto pasa, recuerda que «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí.  Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia.» (Jn 15, 18-19)




sábado, 8 de junio de 2019

¿Dios te quiere como eres?

En los últimos años he oído a menudo la frase “Dios te ha hecho así y te quiere como eres”, generalmente relacionado con la homosexualidad. A primera vista parece difícil ir contra esta frase, pero, si reflexionamos un poco, vemos que todo depende de la interpretación que demos al verbo ser.

Dios Padre me ha creado. Él solo. Nada de lo que es mi ser ha sido creado por nadie más: Dios me ha hecho. Además, me ha hecho único. Me ha dado una esencia que no comparto con nadie: hay un papel en la Tierra –y un lugar en el cielo– sólo para mí. Si no hago mi papel, se va a quedar sin hacer; si no voy al cielo, ese hueco se quedará vacío para la eternidad. Por lo tanto Dios me ha hecho como soy, en el sentido que me ha dado una esencia, y me quiere precisamente con esa esencia.

Pero el verbo ser tiene muchas acepciones no relacionados con la esencia del hombre y no todo lo que “soy” es obra de Dios. Por ejemplo, puede referirse a una cuestión temporal. No tiene sentido decir “Dios me ha hecho joven y me quiere así”. O a una profesión, y aunque diga “soy funcionario”, eso no me define, especialmente si estoy contando los días para la jubilación y poder dejar de “ser” funcionario.

Y otros usos del verbo indican atributos que son contrarios al deseo de Dios. Por ejemplo, soy pecador. Inevitablemente pecador. Pero Dios no me ha hecho pecador y no me quiere pecador. Más bien lo contrario: quiere que deje de serlo.

Imaginemos que un hombre va a un sacerdote y le dice que es un asesino. Que siente deseos profundos, íntimos e irreprimibles de matar y a veces sucumbe y mata. Estoy seguro que no le diría “Dios te ha hecho así y te quiere como eres”. Entonces, si les viene un homosexual, ¿por qué sé se lo dicen? Sí, lo sé, el asesinato y la homosexualidad no es lo mismo. Pero ambos son pecados graves. La homosexualidad –Catecismo de la Iglesia Católica número 2358– es una inclinación “objetivamente desordenada”.  Es un error grave decirles que “Dios los ha hecho así”: Dios no les puede haber dado una inclinación objetivamente desordenada, luego no los ha hecho homosexuales. Y, aunque les quiere en su esencia, no les quiere homosexuales.

Esto también quiere decir que, aunque la homosexualidad es una depravación,  el homosexual en esencia es una criatura de Dios, y por lo tanto no es en esencia depravado. Es una persona que vive un infierno, aunque quizá no lo sepa.  A los homosexuales, como a todos los pecadores,  hay que acogerles y ayudarles a salir de ese infierno en el que están metidos. Pero eso no se consigue haciéndoles creer que “son así” y que todo va bien. Eso es precisamente lo que quiere el Mundo (y me refiero al Mundo del que Satanás es príncipe): que sigan donde están. Por eso alaba la homosexualidad y la hace ver como una “opción” que poder escoger libremente, es más, una opción moderna, superior. 

La Iglesia debe ayudarles a salir del infierno. En este sentido ha sido famoso el reciente discurso de Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá. Y muy ilustrativo cómo se ha revuelto el Mundo contra él. Y hay programas muy santos, como Courage, que desde hace años ayuda a los que sienten atracción hacia los del mismo sexo y les ayuda a ser fieles seguidores de Cristo, precisamente diciéndoles que que la homosexualidad no es parte de su esencia y que Dios les ayudará a combatirla.

Es más, como también dice el Catecismo de la Iglesia Católica, los homosexuales pueden “unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.” Y esto puede ser para ellos el camino a la santidad.





martes, 30 de abril de 2019

Un ejercicio para mejorar en el cumplimiento de la voluntad de Dios

Supongamos que alguien está siguiendo una dieta y la está comentando con un amigo…
– Aquí dice que debes tomar café con moderación. ¿Cuántos tomas al día?
– Cuatro o cinco.
– ¿A eso le llamas moderación?
– Pues sí: tomaría dos o tres más si pudiera.
– Y debes comer pescado con frecuencia…
– Como pescado una vez a la semana. Bueno, casi todas las semanas.
– Pero eso no es con frecuencia.
– Antes no lo tomaba nunca. Ya basta así.
Todos estaríamos de acuerdo que este hombre no sigue la dieta. Más bien pretende que la dieta lo siga a él. Pues esto que vemos tan claro con una dieta, nos es invisible cuando se trata de moral. Y no sólo en gente sin formación. El domingo pasado el sacerdote que celebraba la misa, antes del Credo, nos dijo que no nos fijáramos en las palabras del Credo, sino que lo usáramos para meditar sobre en qué Cristo creemos. Yo me quedé muy sorprendido: “¿O es que se puede elegir?” Espero que fuera una mala elección de palabras por parte del sacerdote.

No puedes elegir en qué quieres creer. Tienes que recitar el Credo con atención y creer en todo lo que dice. También tienes que creer lo que dice el Evangelio y las Escrituras (todo, no sólo las partes que te van bien o con las que estás de acuerdo). Y tienes que leer el Catecismo de la Iglesia Católica, o por lo menos el Compendio, y creer y obedecer todo lo que te dice. Eso es muy difícil. Algunas partes nos parecen muy bien, otras no las entendemos, pero hay otras contra las que nos rebelamos, sea la moral sexual, la importancia de la penitencia y las mortificaciones, el ver a Jesús en los pobres… La voluntad de Dios no es la mía y a menudo, como con la dieta del principio, en vez de seguir a Cristo, pretendemos que Cristo nos siga a nosotros.

¿Y cómo sabemos si hacemos la voluntad de Dios o la nuestra? Se me ocurrió esta pequeña prueba: cada noche haz un repaso de lo que has hecho durante el día y pregúntate si ha habido algo que realmente no tenías ganas de hacer, pero que has hecho por amor a Dios (o algo que tenías muchas ganas de hacer y no has hecho por seguir la voluntad de Dios). Si no se te ocurre nada, estás siguiendo tu voluntad y no la de Dios. Esa misma noche me di cuenta de cuántas, cuántas veces buscaba las cosas terrenas y no las celestiales, el placer y bienestar de mi cuerpo y no la fortaleza de mi alma, mi conveniencia y no la de mi vecino. Es decir, las muchísimas veces que prefería mi voluntad a la de Dios.

Es un ejercicio que os recomiendo. Desde entonces, de cuando en cuando durante el día me pregunto, qué he hecho que seguro es la voluntad de Dios. Y si es nada, hale, a buscar algo rápidamente. Oportunidades no faltan.

No hace la vida más cómoda. Todo lo contrario. Pero te permite llegar a la noche más tranquilo y, lo que es más importante,  más lleno.


miércoles, 3 de abril de 2019

Reflexión 6: Dame tus pecados

El Venerable Fulton Sheen, en su libro The seven last words, sobre las 7 palabras del Señor en la cruz, cuenta al final del segundo capítulo una historia de S. Jerónimo. Jesucristo se apareció a S. Jerónimo y tuvo una conversación más o menos así:
– Jerónimo, ¿qué me puedes dar?
– Señor, te daré mis escritos.
– No es suficiente.
– Entonces, ¿qué te puedo dar? Te daré mis penitencias y mortificaciones.
– Eso tampoco es suficiente.
– ¿Qué más tengo que te pueda dar, Señor?
– Puedes darme tus pecados.
Leí esto estando en adoración, ante el Santísimo. Tras leerlo me dije, “Voy a dar mis pecados al Señor”. Y vi que no podía hacerlo.

Porque mis pecados están enraizados en mí y dar mis pecados significaba arrancarme partes de mí. Y no estaba preparado para hacer eso. Es sabido desde siempre, ya lo decían S. Juan Bautista y S. Pablo, que tenemos que vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Jesucristo. Hasta ese día para mí eran palabras. Ahora lo entiendo mejor y sé lo difícil que es.

Me he dado cuenta de lo lejos que estoy pero también he descubierto un camino nuevo. De cuando en cuando digo al Señor que le doy mis pecados. De momento es de palabra, pero poco a poco espero que sea de verdad.

martes, 12 de marzo de 2019

Reflexión 5: ¿Qué es ser bueno? (3/3)

Acabamos aquí el recorrido por lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio sobre los mandamientos.  Es un resumen del Compendio. Puede servir como una primera introducción, pero la lectura del Compendio y el Catecismo es obligatoria para un católico.

Lo que escribo viene casi directamente del Compendio. Lo que es de mi cosecha está indicado y va entre paréntesis y en cursiva.

Veamos los cinco últimos Mandamientos


Sexto Mandamiento: No cometerás actos impuros.

Este Mandamiento regula la relación entre sexos.  Hay chicos y chicas, ambos son Hijos de Dios y son igualmente amados por Dios, pero no son iguales.  Corresponde a cada uno aceptar la propia identidad del sexo.

La castidad es una virtud moral que consiste en integrar positivamente la sexualidad en la persona y en la relación entre personas.  Supone la adquisición del dominio de sí mismo y esta difícil virtud la conseguimos con los sacramentos, la oración, el ejercicio de las virtudes morales, en particular con la templanza que busca que la razón sea la guía de las pasiones. 

Se puede ser casto en la virginidad, en el celibato consagrado y también en el matrimonio, controlando las pasiones con la razón en la entrega al cónyuge. 

Son pecados graves contra este Mandamiento el adulterio, la masturbación, la fornicación, la pornografía y los actos homosexuales. Si se cometen con menores, es un atentado aún más grave contra la moral.

En la castidad conyugal, los bienes del amor conyugal son la unidad, la fidelidad (también de pensamiento), la indisolubilidad y la apertura a la fecundidad, pues un hijo es un don 
de Dios, un regalo del Señor y no un derecho de los esposos.

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Séptimo Mandamiento: No robarás.

(Este Mandamiento es una de las bases fundamentales de la doctrina social de la Iglesia. El Catecismo y Compendio dedica una amplio apartado a las relaciones laborales, no los voy a tratar aquí.)

Dios nos ha dado posesiones para que las usemos para el bien de los demás.  Tenemos derecho a ellas si las recibimos justamente y las dedicamos al bien común. (No son sólo posesiones materiales: hacer a alguien perder el tiempo también es robarle una posesión).

La finalidad de la propiedad privada es garantizar la libertad y la dignidad de cada persona, ayudándole a satisfacer las necesidades fundamentales propias, las de aquellos sobre los que tiene responsabilidad y también las de otros que viven en necesidad.

El Séptimo Mandamiento exige también el respeto a las promesas y contratos estipulados, la reparación de las injusticias cometidas, y el respeto a la integridad de la Creación. Nos obliga a usar con prudencia los recursos naturales y a ser benevolente con los animales, evitando tanto el desmedido amor hacia ellos como su utilización indiscriminada e innecesaria en experimentos.

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Octavo Mandamiento: No darás falso testimonio ni mentirás. 

Dios es La Verdad, por lo tanto ir en contra de La Verdad es ir contra Dios mismo.  El cristiano debe dar testimonio de la verdad evangélica en todos los campos de su actividad pública y privada; incluso en el sacrificio de la propia, si es necesario.

El Octavo Mandamiento prohíbe:
  • El falso testimonio, el perjurio y la mentira, cuya gravedad se mide según la naturaleza de la verdad que se deforma, de las circunstancias, de las intenciones del mentiroso y de los daños ocasionados a las víctimas.
  • El juicio temerario, la maledicencia, la difamación y la calumnia.
  • El halago, la adulación o la complacencia, sobre todo si se hace para conseguir alguna ventaja.
Este Mandamiento exige el respeto a la verdad en la comunicación y en la información; en la reserva de los secretos profesionales; y en el respeto a las confidencias hechas.

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(Los dos mandamientos que quedan parecen que no hacen falta ya que parecen repetir el Sexto y el Séptimo. No los repiten sino que los extienden: el Sexto y el Séptimo te hablan de lo que no tienes que hacer, el Noveno y el Décimo de lo que no tienes que pensar. El Sexto y el Séptimo tratan de la rectitud de acciones, el Noveno y el Décimo de la pureza de pensamientos, del corazón.)

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Noveno Mandamiento: No consentirás pensamientos ni deseos impuros.

La lucha contra los deseos desordenados del cuerpo ayuda a alcanzar la pureza de corazón, la pureza de intención, de mirada y de imaginación, es decir, con el pudor.

No hay que hacer exhibición del cuerpo: se debe vestir con comedimiento sin mostrar exceso de pierna o espalda (por no hablar de otras partes del cuerpo que deben ir siempre tapadas). Tampoco se debe uno vanagloriar de más músculos o piernas más bonitas. 

Tampoco hay que hablar de cuestiones escabrosas del otro sexo. Ni imaginarse estas cuestiones. Es verdad que a veces vienen imágenes y pensamientos involuntariamente. No es pecado siempre que los empujes lejos inmediatamente. Esto es difícil y se combate con la ayuda de Dios pedida en la oración.

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Décimo Mandamiento: No codiciarás los bienes ajenos.

El Séptimo Mandamiento nos prohibe robar.  El Décimo nos impide desear lo que tiene otro.  Nos prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes de otros y la envidia, que consiste en la tristeza experimentada ante los bienes del prójimo.

En el fondo, este deseo desordenado nos impide poner a Dios ante todas las cosas y, por lo tanto, ser buenos seguidores de Cristo.

domingo, 3 de marzo de 2019

Reflexión 5: ¿Qué es ser bueno? (2/3)

Vayamos con los Mandamientos. Quiero ser breve, luego esto es un resumen del Compendio. Puede servir como una primera introducción, pero la lectura del Compendio y el Catecismo es obligatoria para un católico.

Lo que escribo viene casi directamente del Compendio. Lo que es de mi cosecha está indicado y va entre paréntesis y en cursiva.

Empecemos con los 5 primeros Mandamientos.

Primer mandamiento: Yo soy el señor tu Dios.  Amarás a Dios sobre todas las cosas.

La afirmación Yo soy el Señor tu Dios implica guardar y poner en práctica las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.  No creer firmemente en Dios va en contra del Primer Mandamiento; No aguardar la ayuda de Dios, por ejemplo no rezar, va en contra del Primer Mandamiento; La indiferencia, la ingratitud, la pereza espiritual, va en contra del Primer Mandamiento.

Dios es Verdad.  No amar la verdad, no buscarla, es ir contra el Primer Mandamiento (decir mentiras va contra el Octavo).  Por ejemplo, ser supersticioso va en contra del Primer Mandamiento (esto incluye ir a adivinos o espiritistas).  Querer el dinero, tus posesiones, tu posición social o ser estimado por tus amigos o familiares más que a Dios es ir contra el Primer Mandamiento.

(Mi resumen: Dudar de la existencia de Dios, de que te escucha y que te ayuda, no hacer lo que Dios quiere que hagas, o peor, hacer algo contrario a lo que Dios quiere que hagas por mantener la estima de los demás o por conseguir alguna ventaja laboral, social o de cualquier tipo, es pecar contra el Primer Mandamiento.)

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Segundo Mandamiento: No tomarás el nombre de Dios en vano.

No uses el nombre de Dios en una imprecación.  Tampoco "hostia" que es Jesucristo presente en la Eucaristía.  Si lo haces blasfemando (Por ejemplo el tan horrible “Me cago en…”) es un pecado grave, incluso si sólo se piensa y no se llega a decir en voz alta.

Si haces alguna promesa en nombre de Dios, debes cumplirla.  No hacerlo es tomar su nombre en falso.  (Observación: puedes ser débil y no poder cunmplirla, pero no puedes olvidarte de ella o echarte atrás).

Tampoco jures en falso. Si juras en falso pones a Dios, que es la Verdad, como testigo de una mentira. Es mejor no jurar en absoluto.

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Tercer Mandamiento: Santificarás las fiestas.

Dios ha bendecido el Sábado (en el Antiguo Testamento) y el Domingo (en el Nuevo Testamento) y lo ha declarado sagrado. Se hace memoria que Dios descansó el séptimo día de la creación y de la Resurrección de Jesucristo, la Nueva Creación. Es el día del Señor.

Los Domingos y Fiestas de precepto son días que Dios nos da para que podamos dedicarlos a él, sin tener que pensar en el trabajo y otras obligaciones mundanas.  Santificamos estas fiestas, sobre todo
participando en Misa.  También santificamos las fiestas rezando un poco más que a diario, leyendo la Biblia o estando con la familia. El Compendio explícitamente indica que es un buen día para visitar a 
ancianos y enfermos.

(Mi resumen: No santificamos el Domingo si lo dedicamos a dormir, ir de compras, limpiar la casa o adelantar el trabajo.  Naturalmente que podemos dormir, comprar, limpiar y trabajar un poco, pero siempre que prioricemos ir a Misa, rezar, formarnos espiritualmente y estar más
con la familia. 
¿Y si el ir a un retiro nos aleja de la familia? Ahí entra la conciencia.)

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Cuarto Mandamiento: Honrarás a tu padre y a tu madre.

Aunque habla de padres y madres, este mandamiento se refiere a la familia y a la autoridad.

La familia que sigue a Cristo es Iglesia Doméstica: una pequeña iglesia dentro de la gran Iglesia universal.  Cuidar esta pequeña iglesia es fundamental.  Hay que respetar a los padres, nunca
desobedecerles, gritarles o contestarles mal.  Tampoco hablar mal de ellos a nadie.  (Observación: Esto se extiende a hermanos, que también son parte de la familia.)  Así se colabora al crecimiento de la armonía y de la santidad de toda la familia.

Los padres, por su parte, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y de anunciarles la fe. Son hijos suyos, pero también lo son de Dios. Hay que proveer a sus necesidades materiales 
(eso lo hacemos casi todos) y espirituales (esto lo tenemos mucho más dejado).

Este Mandamiento extiende la idea de padres a la autoridad.  Pero autoridad justa, que busca el interés de la comunidad antes que el propio.  Estas autoridades justas, desde los gobiernos a los policías y maestros, deben considerarse como representantes de Dios y hay que
colaborar lealmente con ellas.  Hay un límite: El ciudadano no debe en conciencia obedecer cuando las prescripciones de la autoridad civil se opongan a las exigencias del orden moral: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5, 29).

(Observación: Aunque no lo pone en el Compendio, en otros documentos de la Iglesia establece que la patria es como una madre y que tenemos el deber de respetarla y defenderla.)

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Quinto Mandamiento: No matarás.

(El Catecismo y el Compendio dedican mucho espacio a este mandamiento.  Tocan temas como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte, la guerra, los trasplantes… Como mi idea es que este texto sirva para saber cómo actuar en un entorno habitual, no voy a decir nada de algunas cuestiones como la guerra y la pena de muerte, y poco del aborto, la eutanasia y la defensa propia.  Los interesados pueden ampliar su conocimiento directamente del Catecismo.)

La vida humana es sagrada: es creada por Dios, desde el momento de la concepción, y permanece para siempre en una relación especial con el Creador.  Destruir a un ser humano inocente es, por ello,  un hecho de especial gravedad.

El Quinto Mandamiento prohibe:
  • El homicidio directo y voluntario y la cooperación al mismo;
  • El aborto directo, así como la cooperación al mismo, bajo pena de excomunión;
  • La eutanasia directa, que consiste en poner término, con una acción o una omisión de lo necesario, a la vida de las personas discapacitadas, gravemente enfermas o próximas a la muerte;
  • El suicidio y la cooperación voluntaria al mismo.
Pero no sólo no podemos matar, sino que tampoco podemos dañar voluntariamente ni a otros ni a nosotros mismos.  Hemos de cuidar de la salud nuestra y de los demás: hemos de alimentarnos bien, no usar estupefacientes ni abusar del alcohol, el tabaco y los medicamentos.

Existe la defensa propia.  Pegar, o incluso matar, para defenderte a tí o a otro no es pecado.  Pero la fuerza que utilices para defenderte debe ser sólo la necesaria: si basta con sujetarlo, no le pegues.

(Mi resumen: este mandamiento es muy grave y complejo y requiere estudio y reflexión.  La vida empieza en la concepción.  No podemos matar a un inocente ni a nosotros mismos.  Es más debemos cuidar de la salud nuestra y de los demás: emborracharse, por ejemplo, va contra este mandamiento. Hay excepciones, como la guerra y la defensa propia, pero deben tratarse con mucho cuidado.)


domingo, 24 de febrero de 2019

Reflexión 5: ¿Qué es ser bueno? (1/3)

Hace unos días estaba delante del sagrario cuando vinieron un grupo de niños de catequesis de primera comunión a hacer su saludo a Jesucristo (una excelente iniciativa de nuestro nuevo párroco, Dios le bendiga). Y hubo una intercambio entre los niños y la catequistas sobre el “ser buenos”. Y entonces yo me puse a pensar: ¿les explican a los niños qué es ser bueno para un católico?

Porque para los católicos, a diferencia de los protestantes, los actos buenos y malos, la virtud y el pecado, no es algo que uno decida personalmente, sino que está establecido por la Doctrina. Para un protestante, los líderes de sus denominaciones pueden aconsejar (y hay diferencias enormes entre unas y otras) pero lo que manda es lo que cada persona decida. Por ejemplo, ante un aborto, buen protestante habla con su pastor, lee las Escrituras, reza, medita y decide lo que es bueno o malo. Es fácil ver que las circunstancias y dificultades están integradas en el proceso y es muy difícil separar en la decisión su voluntad de la de Dios. Ante el mismo hecho un buen católico va al Catecismo de la Iglesia Católica, (núm. 2270 en adelante) y lee en el número 2271: «Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral». El aborto es un pecado grave en toda circunstancia. Fin.

«Pero no está la conciencia para decidir lo que es bueno y malo?» se preguntará alguno. No. Es cierto que todos tenemos de forma innata un sentido de lo bueno y lo malo, un sentido que Dios ha puesto en nuestros corazones. Es la llamada Ley Natural. Pero también es cierto que somos seres caídos, imperfectos debido al Pecado Original. No sólo es que a menudo, como nos recuerda S. Pablo,  hacemos el mal que no queremos (Rm. 7: 19) sino que nuestra razón y visión defectuosas hacen que no sepamos distinguir con claridad el bien del mal. Por eso, a través de su Esposa la Iglesia, Jesucristo nos detalla qué es el bien y el mal, lo virtuoso y lo pecaminoso. Eso es la Doctrina.

Entonces, ¿la conciencia para que está? La conciencia está para aplicar la Doctrina a los casos concretos. Por ejemplo, el uso de anticonceptivos para el control de natalidad es un pecado grave y nuestras conciencias no pueden razonar que no lo son. Pero supongamos que un médico le receta a una mujer anticonceptivos como regulador hormonal para tratar un problema de salud. La obligación del católico es informarse bien de la situación médica (¿Hay algún otro tratamiento posible?¿Qué ventajas e inconvenientes tiene?) y doctrinal (Tenemos mandato de cuidar nuestros cuerpos. ¿Cómo interacciona este mandato con el de no tomar anticonceptivos?¿Cuál tiene prioridad?). Una vez informada, su conciencia le indica qué es lo que la Iglesia manda en este caso concreto y sabe si debe tomar los anticonceptivos o usar algún otro tratamiento. Y es obligación del católico formar su conciencia, conociendo la Doctrina y estudiando a fondo los casos duros que se le presentan (con ayuda de su párroco o director espiritual, si lo necesita). El actuar por desconocimiento de la Doctrina no exime de culpa.

La Doctrina está recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica, un excelente libro, pero voluminoso, y excesivo para iniciarnos en lo que nos pide la Doctrina. Realmente basta con los Mandamientos de la Ley de Dios, debidamente comentados. Pero incluso si miramos sólo los Mandamientos sigue siendo demasiado para una iniciación: ocupan una buena sección del Catecismo.  Por suerte está el Compendio del Catecismo más breve y un gran punto de entrada.

Aunque la idea de esta reflexión empezó con los niños de Primera Comunión, voy a escribir para un público adulto por dos motivos. El primero es que soy incapaz de escribir para niños: no conozco sus inquietudes, su lenguaje, su forma de pensar. El segundo es que desde hace años no se enseña Doctrina en la catequesis ni de niños ni de jóvenes, luego creo que a muchos adultos le puede ser interesante leer esta reflexión.

En las dos entradas siguientes voy a repasar los 10 Mandamientos uno por uno. Los enunciaré y extraeré del Compendio sus consecuencias para nuestra conducta. Si añado algún comentario personal, estará entre paréntesis e indicado.

Lo que voy a escribir es un compendio del Compendio, adecuado para empezar, pero insuficiente. Después recomiendo ir al Compendio completo y al Catecismo para completar.


sábado, 26 de enero de 2019

Reflexión 4: la cruz de La Cruz

En mi parroquia usamos para las misas unas hojas publicadas por el Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona. En ella está la monición de entrada, moniciones previas a las lecturas, sugerencia de cantos y las preces. Preces que, por su estilo, me ponen de mal humor cada Domingo. Dos posibles preces (me las estoy inventando, pero son así, no las estoy exagerando):
  • Por los enfermos, para que mantengan el sosiego en su sufrimiento
  • Por los gobernantes, para que sus políticas no olviden a los pobres y necesitados.
Lo que me molesta es lo mundanas que son. Cada semana puede haber una más espiritual o cristiana (para rogar por los obispos y sacerdotes, por ejemplo), pero son la excepción. Hay un «roguemos al Señor» detrás, pero las preces en sí las podría asumir un ateo sin ningún problema. Son meras declaraciones de buenas intenciones.

Cuando me toca leerlas a mí (soy uno de los monitores en mi parroquia), las modifico un poco (con permiso del sacerdote). Por ejemplo, estas dos preces las convertiría en:
  • Por los enfermos, para que Dios derrame en ellos su gracia y así puedan mantener el sosiego en su sufrimiento
  • Por los gobernantes, para que el Señor les ilumine en sus políticas y no olviden a los pobres y necesitados.
Es decir, introduzco explícitamente que estamos pidiendo a Dios que intervenga sobrenaturalmente en nuestras vidas, para así cambiar este mundo y acercarlo a su Reino. Pero conozco gente a quién no le gusta rezar así a Dios. «Dios no está para estas cosas», me dicen. Sospecho que los que hacen las preces en el Centre de Pastoral Litúrgica piensan así. Pero yo, al leer los Evangelios, veo otras cosas. Por ejemplo,  Mt 10: 29-30: «¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.» Dios está muy presente siempre. Por lo tanto, sin olvidarnos de trabajar para ello, hay que pedir para todo lo que nos parezca importante.

¿Pero por qué hay gente que no quiere pedir cosas concretas a Dios? He llegado a la conclusión que realmente no lo quieren cerca. Quieren que nos mande un manto de bondad, pero que después nos deje las cosas a nosotros. ¿Y por que no lo quieren cerca? Porque si Dios está cerca, la Cruz también lo está. Y no la queremos. Queremos la bondad sin el sufrimiento necesario para conseguirla. Ya lo dijo el Venerable Fulton Sheen en el prefacio de su Vida de Cristo: «El mundo moderno, que niega la culpa personal y admite sólo crímenes sociales, en donde no tiene cabida el arrepentimiento personal sino sólo reformas públicas, ha divorciado a Cristo de su Cruz», y más adelante «La civilización occidental post Cristiana ha escogido a Cristo sin su Cruz» (recomiendo leer el fragmento completo (en inglés)).

El Reino de Dios y la Cruz están unidos y no se pueden desligar. Si queremos a Cristo, pero sin la Cruz, acabas rechazando ambas. Alejándote de Dios, incluso cuando haces peticiones.