domingo, 25 de febrero de 2018

Sobre la comunión en la mano

El Cardenal Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha escrito el prefacio de un libro que acaba de aparecer en Italia sobre la comunión en la mano: La distribuzione della comunione sulla mano.  Profili storici, giuridici e pastorali (La distribución de la comunión en la mano: una visión histórica, jurídica y pastoral) de D. Federico Bortoli.  Diane Montagna, en la web LifeSite News ha escrito un artículo sobre este texto y ha traducido al inglés partes de él.

Por su interés e importancia, lo he traducido al Español.  Es una traducción de una traducción (y si Sarah no lo escribió originalmente en italiano, una traducción de una traducción de una traducción).  Aunque he intentado ser lo más fiel posible al texto en inglés, y también he consultado el original italiano (idioma que no domino), hay que ir con cuidado: lo que hay escrito aquí puede alejarse un tanto de lo que escribió el Cardenal Sarah originalmente.  En caso de duda os recomiendo consultar el original en italiano.



La providencia, que dispone de todas las cosas con sabiduría y dulzura, nos ha ofrecido el libro La distribución de la comunión en la mano: una visión histórica, jurídica y pastoral, de Federico Bortoli, justo después de celebrar el centenario de las apariciones de Fátima.  Antes de la aparición de la Virgen, en la primavera de 1916, el Angel de la Paz se apareció a Lucía, Jacinta y Francisco y les dijo: «No os asustéis, soy el Ángel de la Paz.  Rezad conmigo».  […] En la primavera de 1916, en la tercera aparición del Ángel, los niños se dieron cuenta que el Ángel, que siempre era el mismo, sostenía en su mano izquierda un cáliz sobre el cual estaba suspendido una hostia.  […] Le dio la Hostia a Lucía y la Sangre del cáliz a Jacinta y Francisco, que permanecieron de rodillas, diciendo: «Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, tremendamente ultrajado por la ingratitud de los hombres.  Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios».  El Ángel se postró en el suelo otra vez, repitiendo esta pregaria tres veces con Lucía, Jacinta y Francisco.

El Ángel de la Paz nos muestra, pues, como deberíamos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.  La pregaria de reparación dictada por el Ángel, desfortunadamente es cualquier cosa menos obsoleta.  ¿Pero cuáles son los ultrajes que recibe Jesús en la santa Hostia, por las cuales debemos hacer reparaciones?  En primer lugar, están los ultrajes contra el Sacramento mismo: las horribles profanaciones, algunas de las cuales algunos ex-satanistas conversos han relatado ofreciendo descripciones espantosas.  Comuniones sacrílegas, recibidas no estando en estado de gracia ante Dios o no profesando la fe católica (me refiero a algunas formas de las llamada «intercomuniones»), también son ultrajes.  En segundo lugar, todo lo que puede prevenir la fructificación del Sacramento, especialmente los errores sembrados en las mentes de los fieles de manera que ya no crean en la Eucaristía, es un ultraje a Nuestro Señor.  Las terribles profanaciones que tienen lugar en las llamadas “misas negras” no hieren directamente a Aquel que en la Hostia es ultrajado, acabando sólo como accidentes de pan y vino.

Naturalmente, Jesús sufre por las almas de aquellos que le profanan, y por los cuales Él derramó su Sangre que ellos desprecian de forma tan mísera y despreciable.  Pero Jesús sufre aún más cuando el regalo extraordinario de su Presencia Eucarística divina-humana no puede llevar sus efectos potenciales a las almas de los creyentes.  Y así podemos entender que el más insidioso ataque diabólico consiste en tratar de extinguir la fe en la Eucaristía, sembrando errores y favoreciendo una forma inapropiada de recibirla.  Realmente la guerra entre Miguel y sus Ángeles por un lado y Lucifer en el otro, continua en el corazón de los creyentes: el objetivo de Satanás es el Sacrificio de la Misa y la Presencia Real de Jesucristo en la Hostia consagrada.  Este intento de robo sigue dos vías: la primera es la reducción del concepto “presencia real”.  Muchos teólogos no cesan de mofarse y desdeñar –a pesar de las constantes referencias al Magisterio– el término “transubstanciación”.  […]

Veamos ahora como la fe en la presencia real puede influir en la manera en la que recibimos la Comunión y viceversa.  Recibir la Comunión en la mano implica sin duda alguna una gran dispersión de fragmentos; por el contrario, la atención a la más pequeña migaja, el cuidado al purificar los vasos sagrados, no tocar la Hostia con manos sudadas, todo esto se convierte en profesiones de fe en la presencia real de Jesús, incluso en la más pequeña parte de las especies consagradas: si Jesús es la sustancia del Pan Eucarístico, y si las dimensiones de los fragmentos son accidentes sólo del pan, ¡es de muy poca importancia lo grande o pequeña que sea el tamaño de un trozo de la Hostia!¡La sustancia es la misma!¡Es Él!  Por el contrario, la falta de atención a los fragmentos nos hace perder de vista el dogma.  Poco a poco puede prevalecer el pensamiento: «Si ni siqueira el párroco le presta atención a los fragmentos, si administra la Comunión de tal forma que los fragmentos pueden dispersarse, eso quiere decir que Jesús no está en ellos, o que está “hasta cierto punto”.».

La segunda vía sobre la que corre el ataque contra la Eucaristía es el intento de eliminar el sentido de lo sagrado de los corazones de los fieles.  […] Mientras que el término “transubstanciación” nos apunta a la realidad de la presencia, el sentido de lo sagrado nos permite entrever su absoluta peculiaridad y santidad.  ¡Qué desgracia sería perder el sentido de lo sagrado precisamente en lo que es más sagrado!  ¿Y cómo es esto posible?  Recibiendo la comida especial de la misma manera que la comida ordinaria.  […]

La liturgia está compuesta de muchos pequeños rituales y gestos –cada uno de ellos capaz de expresar estas actitudes llenos de amor, respeto filial y adoración hacia Dios–.  Eso es precisamente por qué es apropiado promover la belleza, la propiedad y valor pastoral de la práctica desarrollada durante la larga vida y tradición de la Iglesia, esto es, el acto de recibir la Sagrada Comunión en la lengua y de rodillas.  La grandeza y nobleza del hombre, como también la máxima expresión de su amor a su Creador, consiste en arrodillarse ante Dios.  Jesús mismo rogaba de rodillas en la presencia del Padre.  […]

A tal propósito querría proponer el ejemplo de dos grandes santos de nuestros tiempos: S. Juan Pablo II y Sta.  Teresa de Calcuta.  La vida entera de Karol Wojtyla estaba marcada por un profundo respeto por la Santa Eucaristía.  […] A pesar de estar exhausto y sin fuerzas […] siempre se arrodillaba ante el Sagrado Sacramento.  Era incapaz de arrodillarse y levantarse solo.  Necesitaba de otros para doblar sus rodillas y para levantarse.  Hasta sus últimos días quiso ofrecernos su testimonio de reverencia por el Santísimo Sacramento.  ¿Por qué somos tan orgullosos e insensibles a los signos de que Dios mismo se ofrece para nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación íntima con Él?¿Por qué no nos arrodillamos para recibir la Sagrada Comunión a ejemplo de los santos?¿Es realmente tan humillante inclinarse y permanecer de rodillas ante el Señor Jesucristo?  Sin embargo, «Él, el cual, siendo de condición divina,[…] se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.» (Fil 2, 6–8)

La Madre Teresa de Calcuta,  una religiosa excepcional que nadie osaría considerar una tradicionalista, fundamentalista o extremista, cuya fe, santidad y entrega a Dios y a los pobres son conocidas de todos, tenía un respeto y una absoluta devoción al Cuerpo Divino de Jesucristo.  Ciertamente, ella cada día tocaba la “carne” de Cristo en los cuerpos deteriorados y sufrientes de los pobres entre los pobres.  Y sin embargo, llena de asombro y veneración respetuosa, la Madre Teresa se abstenía de tocar el Cuerpo transubstanciado de Cristo.  Mas bien le adoraba y le contemplaba en silencio, permanecía de rodillas y prostrada ante Jesús en la Eucaristía.  Aún más, recibía la Santa Comunión en la boca, como un niño pequeño que humildemente se dejaba alimentar por su Dios.

La santa se entristecía y apenaba cuando veía a los Cristianos recibir la Santa Comunión en sus manos.  Además, decía que por lo que ella sabía, todas sus hermanas recibían la Comunión sólo en la lengua.  ¿Es acaso esta la exhortación que Dios mismo nos comunica: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto.  Abre bien tu boca y Yo la llenaré.»?  (Sal 81, 11)

¿Por qué nos obstinamos en recibir de pie y en la mano?¿Por qué esta actitud de falta de sumisión a los signos de Dios?  Que ningún sacerdote ose imponer su autoridad en esta materia rehusando o maltratando a aquellos que desean recibir la Comunión de rodillas y en la lengua.  Acerquémonos como niños y recibamos humildemente el Cuerpo de Cristo de rodillas y en la lengua.  Los santos nos dan ejemplo.  ¡Ellos son los modelos a imitar que Dios nos ofrece!

¿Pero cómo ha podido hacerse tan habitual la práctica de recibir la Comunión en la mano?  La respuesta nos la da –y es sostenida por documentos nunca antes publicados que son extraordinarios en su calidad y cantidad– por don Bortoli.  Ha sido un proceso que fue cualquier cosa menos claro, una transición de lo que la instrucción Memoriale Domini concedía a lo que es una práctica difundida hoy en día.  Desafortunadamente, como con el Latín, así también con la reforma litúrgica que debía haber sido homogénea con los ritos precedentes, un permiso especial se ha convertido en la ganzúa para forzar y vaciar la caja fuerte de los tesoros litúrgicos de la Iglesia.  El Señor guía a los justos a lo largo de “caminos rectos” (cf.  Sb 10:10), no mediante subterfugios.  Por lo tanto, además de por los motivos teológicos mostrados anteriormente, también por la manera en que la práctica de la Comunión en la mano se ha diseminado parece haber sido impuesto no siguiendo los caminos de Dios.

Que este libro anime a aquellos sacerdotes y fieles que, movidos también por el ejemplo de Benedicto XVI –que en los últimos años de su pontificado quiso que se ditribuyera la Eucaristía en la boca y de rodillas– deseen administrar o recibir la Eucaristía de este modo, que es el modo más adecuado al Sacramento mismo.  Espero que pueda haber un redescubrimiento y promoción de la belleza y valor pastoral de esta modalidad.  En mi opinión y juicio esta es una cuestión importante sobre la que hoy la Iglesia debe reflexionar.  Este es un acto adicional de adoración y amor que cada uno de nosotros puede ofrecer a Jesucristo.  Me alegra mucho ver a tantos jóvenes que eligen recibir a nuestro Señor con tanta reverencia de rodillas y en sus lenguas.  Que el trabajo del Padre Bortoli favorezca un repensar en la manera en que es distribuída la Santa Comunión.  Como dije al principio de este prefacio, acabamos de celebrar el centenario de Fátima y estamos animados a esperar por el seguro triunfo del Inmaculado Corazón de María: al final, la verdad sobre la liturgia también triunfará.

Cardenal R. Sarah


sábado, 17 de febrero de 2018

Ayunar de pan y ayunar de maldad

En este inicio de Cuaresma la mayoría de las lecturas tratan del ayuno y del sacrificio. Y es también tema habitual de homilías, entradas de blogs, tweets, etc. Yo mismo escribí sobre ello hace dos años en este blog.

Ayer (viernes después del miércoles de ceniza) fui a misa. La primera lectura de ayer era Isaías 58, 1-9a. En ella describe el verdadero ayuno agradable a Dios:
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir el pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos.
A partir de aquí el cura hizo una buena homilía distinguiendo entre lo que voy a llamar «ayuno de pan» –no comer e incluyo la abstinencia de no comer carne– y el «ayuno de maldad» –hacer el bien y no el mal, como se describe en este pasaje de Isaías–. Acertadamente decía que lo importante es el ayuno del mal y no el de pan.

También ayer escuché una tertulia en Church Militant. Al empezarla recordaron, acertadamente también,  que era viernes y que era muy importante recordar que era día de abstinencia y que no se debía consumir carne. La Iglesia lo mandaba y no podemos desobedecer sin más los preceptos eclesiales.

Lo que echo a faltar es que se comente la relación que hay en ambos ayunos. No es una cosa u otra. No es que una sea importante y la otra no. Las dos van juntas: ayunamos de pan para poder ayunar de maldad.

El ayuno de pan tiene dos beneficios. Una es la obediencia a los mandatos de la Iglesia. Vivimos en una época, y nos hemos acostumbrado, a obedecer sólo si nos parece bien, si estamos de acuerdo.  He oído decir (y he dicho yo mismo) «Esto no lo hago porque no lo veo». Pero si lo piensas un poco, esto es simplemente hacer mi voluntad y no la voluntad de Dios que nos llega a través de su Esposa la Iglesia. Por eso, como decían en la tertulia, es tan importante obedecer incluso si no lo vemos. Mejor dicho, especialmente si no lo vemos.

Además, si no obedecemos en lo pequeño y simple, ¿vamos a obedecer en lo duro y difícil?

El segundo beneficio del ayuno de pan es que somete el cuerpo al espíritu. Con esto logramos aumentar nuestra fuerza espiritual, lo que nos permitirá enfrentarnos con más armas cuando ayunemos de maldad. Desgraciadamente, como decía en mi entrada de hace dos años, el ayuno y abstinencia que pide la Iglesia es poca cosa para esto y conviene aumentarla con alguna mortificación adicional.

Ahora bien, conformarnos con ayunar de pan, creer que con comer un poquito menos ya hemos cumplido, no es lo que Dios quiere, como escribía Isaías y decía el cura en su homilía. La fuerza espiritual que conseguimos con el ayuno debemos emplearla en combatir el mal. ¿Y qué mal? No lo que la sociedad o la prensa cree que es malo –por ejemplo los “derechos” de los LGBT–, sino lo que la Iglesia nos señala que es malo –por ejemplo el aborto–. Independientemente de lo que nosotros pensemos y aunque eso obligue a ir contracorriente.

El que sólo ayuna de pan tendrá una mayor fuerza espiritual y seguramente combata el mal, pero al no hacerlo encauzadamente será poco eficaz. El que sólo ayuna de maldad atacará el mal con pocas fuerzas y sin guía. No basta uno de los ayunos: son necesarios ambos.