miércoles, 14 de noviembre de 2018

Reflexión 3

Nadie ha hecho por los pobres del mundo lo que ha hecho la Iglesia Católica. Ninguna institución ni secular ni religiosa, ninguna otra religión, ninguna ideología, ninguna ONG, nadie. Es una de nuestras señas de identidad. Pero hoy en día, cuando se habla de pobres, se refiere uno exclusivamente a los pobres materiales, y eso me carga un poco. Algunas cosillas de las que me he dado cuenta.

  • En los Evangelios nunca aparece que Jesús aliviara la pobreza material de nadie. Lo que se acerca más es la multiplicación de los panes y los peces, pero era un hambre "coyuntural": Jesús les da de comer para que puedan seguir escuchándole y no tuvieran que irse a sus casas y a los pueblos cercanos a buscar comida, como sugerían los apóstoles. 
  • Indirectamente sí que se deduce que daban limosna a los pobres. El caso más claro lo vemos en el pasaje en el que María Magdalena le perfuma los pies. Judas, que guardaba la bolsa, indica que esto podría haberse usado para dárselo a los pobres y el Evangelista indica que lo que le importaba realmente era la bolsa. Luego del dinero que tenían, daban limosna.  Es interesante que Jesucristo le reprocha a Judas el comentario.
  • Como comparación, en los Evangelios aparece múltiples veces que Jesús sanaba a los enfermos, a los endemoniados y a los pecadores. Estos también son pobres, pero no pobres materiales, sino físicos y espirituales.
  • Sto. Tomás –y seguramente otros santos y teólogos– recalcan que la pobreza espiritual es mucho más importante que la material. Es más, la pobreza material ha sido abrazada por muchos santos y órdenes religiosas. S. Francisco, por ejemplo, hizo de la pobreza material fundamento de su vida y de la de su orden. 
  • Eso no quiere decir que nos podamos olvidar de los pobres materiales. Eso lo tenemos clarísimo en la descripción del Juicio Final (Mt. 25, 31–45). Jesús está en los pobres y ayudar a un pobre material es ayudar a Jesucristo mismo. 
  • Dedicarse a los pobres materiales no es un camino al cielo. Hablo algo de ello en la entrada Lucha espiritual. Un caso interesante, y que no creo que sea excepcional, lo encontramos en el documental Converso (que recomiendo que veáis): una de las protagonistas explica como ella y su marido entraron en la Iglesia para ayudar a los pobres materiales y acabaron en CCOO y el Partido Comunista (y alejados de la Iglesia).

Pobreza material en nuestro mundo hay poco. Pobreza espiritual, muchísima. Me pregunto si el diablo nos hace fijarnos tanto en lo material para que no pongamos remedio a lo espiritual. Esto entronca directamente con las tentaciones del diablo a Jesucristo. Naturalmente que hay que dar limosna a quien nos lo pida y dar dinero y alimentos a Cáritas. Pero al menos añade una oración.




jueves, 1 de noviembre de 2018

Reflexión 2

Creo que la gente confunde dos afirmaciones. Una es “Cristo vino a la Tierra y murió para salvarnos a todos” y la segunda es “Todos estamos salvados”. No son afirmaciones equivalentes. Quizá el silogismo que siguen es “Dios quiere que todos nos salvemos; Dios es omnipotente; luego todos estamos salvados”.  Pero mi reflexión no va sobre las diferencias de las dos afirmaciones o la falsedad de este silogismo (eso ya lo escribí con la ayuda de @Nour84_ en la trilogía ¿Hola?¿Es el infierno?¿Hay alguien?). Sino sobre otra concepción falsa que la gente tiene.
Al leer textos y escuchar conferencias y homilías, acabas con la impresión que la salvación de Dios es algo que se te aplica después de que te mueras, probablemente en el juicio individual (no confundir con el Juicio Final, que tendrá lugar al final de los tiempos). Vamos, que vives la vida como puedes o te da la gana, y al morir Dios te aplica los méritos de la muerte de Cristo. No te los va a negar: eres su hijo. Y por lo tanto te salvas.
Pero no es eso lo que la Iglesia enseña. La salvación está disponible desde que existes, es decir, desde la concepción (otro motivo por el que el aborto es tan abominable). Los sacramentos son fuentes de salvación: hay buen montón de salvación en el bautismo, en cada confesión, en cada misa, en cada comunión, en la unción de enfermos cuando se acerca la muerte. Y en la oración, la Sagrada Escritura, libros santos y en mil otras cosas.
La Iglesia también enseña que lo que se va a contar no son las herramientas de salvación que hayas usado, sino las que hayas tenido disponibles. O sea que tras la muerte Dios va a mostrar todas las veces que te ha ofrecido su salvación en vida y todas las veces que las has rechazado. Para el que las ha rechazado sistemáticamente no va a ser agradable.

Dios nos ofrece a todos la salvación mil veces. Pero si has rechazado la salvación en vida una y otra vez, ¿estás seguro que Dios te la va a volver a ofrecer tras la muerte?

Reflexión 1

Por recomendación de mi director espiritual, cada noche leo un fragmento de De la imitación de Cristo (y menosprecio del mundo) de Tomás de Kempis) (normalmente conocido como “el Kempis”). Este libro, de principios del S. XV es un pozo de sabiduría que ha instruido a santos y a fieles durante 500 años.
Ya desde el subtítulo queda claro que uno de los temas principales es que el mundo no es bueno para el alma y que tenemos que apartarnos de él. Y nosotros tenemos raíces en el mundo y por lo tanto estamos llenos de vanidad y de flaqueza, que no hay mérito alguno que podamos aducir para nuestra salvación, sino que sólo en Cristo podemos hacer algo. Y si lo hacemos, realmente el mérito no es nuestro, sino de Dios. Y yo sé que todo esto es cierto, pero si te pones a reflexionar sobre ello, no es difícil llegar a la conclusión que, si total haga lo que haga no tengo mérito, para qué hacer nada. Como en mi pequeñez no puedo aportar nada, pues no hay por qué esforzarse. Esta conclusión es obviamente falsa. ¿Dónde está mi error?
Un día, supongo que por no tener mi mente tan cerrada como de costumbre, recibí el poquito de iluminación que me ayudó a conectarlo con lo que ya sabía (véase Qué es (y no es) el éxito para un cristiano): mi mérito, mi único mérito, es la obediencia. Buscar en todo momento qué es lo que el Señor quiere de mí, e intentar hacerlo, ese es un mérito que es mío. Las consecuencias ya no son mérito mío sino de Dios. Por ejemplo, si Dios me pide rezar por un enfermo y lo hago, eso es mérito mío; pero si a consecuencia de mi oración sana, no lo es, sino que es mérito de Dios. O si veo a alguien en mala situación, noto que Dios me pide que le ayude, y lo hago, eso es mérito mío. Si por mi ayuda el hombre sale de su mala situación, eso ya no lo es.
Si uno se queda en la superficie de lo que he dicho, puede llevarse a engaño, creyendo que con un rápido Avemaría por un enfermo ya he cumplido. No. Cumplo cuando obedezco a todo lo que Dios me pide. Si es sólo un Avemaría, perfecto. Pero si es una oración y visitar al enfermo y consolar a la familia y… entonces el Avemaría no basta. No es hacer esto o aquello, sino estar atento y obedecer siempre. Y cuanto más haces, descubres que más te pide (y más gracia te da para ayudarte).