sábado, 20 de enero de 2024

La teología no es ciencia, ni la ciencia es teología

 Las ciencias naturales adelantan que es una barbaridad, como dice la zarzuela. Sobre todo lo hicieron a finales del S. XIX y la primera mitad del S. XX. En biología apareció la teoría de la evolución y la genética; en física la teoría de la relatividad; y junto con la química la teoría cuántica y la teoría del átomo… Todo esto en unos 70 años. Y después han venido los avances tecnológicos derivados de las nuevas teorías científicas, el transporte, la electrónica, las comunicaciones, la medicina. Este avance ha constituido una revolución y ha cambiado la sociedad completamente. Es la gran historia del último siglo. 

Y la envidia de muchos. Ahora todo los campos del conocimiento se ponen la etiqueta de “ciencia” para de alguna manera poder aprovechar esta ola creada por las ciencias naturales. Así tenemos ciencias sociales, ciencias políticas, ciencias económicas, ciencias jurídicas. Todos quieren emular estos 70 años mágicos y ya no es cuestión de simplemente aumentar el conocimiento, sino de hacerse nuevo, cambiarlo todo. Pareciera que no hay más conocimiento que “la ciencia”. 

Mucho me temo que la teología y la religión también han caído bajo este encanto. Hay que renovarse si se quiere seguir siendo relevante en este mundo. Cambiarlo todo. Nueva teología, nueva liturgia, nueva moral, nueva doctrina. Y este es un error, un grave error, pues los supuestos de la ciencia y la teología son muy diferentes. 

La ciencia pretende descubrir las leyes que rigen la naturaleza. Para ello parten de observaciones de los fenómenos naturales, formulan una hipótesis de una ley que explique las observaciones y mediante experimentos y más observaciones prueban constantemente si la ley hipotetizada es razonable o es falsa. Si alguna nueva observación muestra que la ley es falsa, hay que formular una nueva hipótesis con una ley que explique tanto lo que ya había como las nuevas observaciones. Y vuelta a empezar. Es importante notar que las leyes de la ciencia no son verdades, sino las mejores explicaciones que tenemos dado lo que hemos observado. Las leyes de la mecánica de Newton fueron sustituidas por las leyes de la relatividad de Einstein cuando se hicieron observaciones y experimentos que mostraron que no se cumplían las leyes newtonianas. Y las leyes de Einstein serán sustituidas en el futuro por nuevas leyes que serán necesarias cuando nuevas observaciones obliguen a ello. 

Esto es fundamentalmente diferente a la teología. Las diferencias son dos. Por una parte la teología no enuncia “lo mejor que tenemos hasta ahora” sino verdades. Por otra, la teología parte no de observaciones, sino de la revelación.  Una vez se ha establecido una verdad –como son los dogmas de fe–, como verdad que es no puede cambiar, es verdad para siempre. Y como la revelación finalizó con la muerte de S. Juan, el último apóstol, no puede haber nuevas observaciones que nos hagan replantearnos lo que sabemos.

La teología no evoluciona en el sentido en que lo hacen las ciencias naturales. Las ciencias responden a una pregunta (¿cómo se atraen los cuerpos?), y años o siglos después la vuelven a responder, y más tarde otra vez. Es un proceso sin fin. La teología responde una pregunta una vez (¿Cómo puede ser Jesucristo Dios y hombre?) y una vez respondida, ya está. Es un proceso que tiene fin.

En las ciencias naturales tiene sentido decir “Antes pensábamos que las cosas eran así, pero ahora sabemos que eso no era correcto y pensamos que es asá”. En teología, esto no tiene sentido. Una vez establecida la verdad, es así antes, ahora y siempre. Incluso cuando se establece un nuevo dogma de fe no significa un cambio, sino una confirmación de lo que se ha sabido desde siempre. Por ejemplo, la asunción de la Virgen se estableció como dogma de fe en 1950, pero ya llevaba muchos siglos siendo un misterio del rosario. Pío XII, al proclamar el dogma, no propuso una nueva respuesta a una pregunta, sino que finalizó el proceso de dar la respuesta, proclamándola como una verdad que debe creerse, y que como verdad que es, no puede cambiar.

Me parece muy preocupante que esta diferencia fundamental se haya olvidado y se pidan cambios para que la Iglesia se “actualice” y “vaya con los tiempos actuales”. Naturalmente que la Iglesia del S. XXI no es la del S. I ni las del S. XVI y tiene que haber cambios, por ejemplo administrativos. Pero no es el caso, sino que quieren cambiar las creencias: eso que creían nuestros abuelos, en estos tiempos ya no nos sirve. Y estos cambios que proponen son –aunque digan que no– cambios doctrinales. Por ejemplo cualquier cambio moral significa un cambio doctrinal. Y me preocupa sobremanera que teólogos, o gente que debería saber teología, traten la teología como si fuera una ciencia. Porque hacer eso lleva a lo que llamo la metaherejía: no negar alguna parte de la doctrina, sino el concepto mismo de doctrina. Y esto es lo que vemos en estos tiempos.

La Iglesia tiene que caminar por el filo de la navaja: no ser del mundo pero estar en el mundo. Y eso es muy difícil. Cristo mismo dijo que era difícil. El Vaticano II se convocó explícitamente para hacer que la Iglesia fuera más relevante al mundo. Desgraciadamente –y estoy seguro que inconscientemente– se ha intentado ser relevante asemejando la teología a la ciencia, cuando ambas tienen esencias completamente distintas. Y así la teología, y por ende la liturgia, la moral y me temo la doctrina, han perdido su esencia. Y si la Iglesia pierde su esencia, ya no es Iglesia.

Debemos recordar nuestra esencia y mantenernos firmes en ella. Si acusan a la Iglesia de ser dogmática, en vez de intentar excusarnos debemos afirmar que claro que somos dogmáticos, pues de la teología se obtienen verdades eternas, mientras que la ciencia no tiene verdades sino explicaciones transitorias de lo que se observa, que forzosamente deben ir cambiando. O si te dicen que nadie tiene la verdad, afirmar orgullosos que nosotros sí. Porque Dios es la Verdad.

En el medioevo se afirmaba que la teología era la mayor de las ramas de conocimiento. Lo hemos olvidado. Debemos volver a tratarla como tal y recuperar así la esencia de la Iglesia.



martes, 16 de enero de 2024

Actitud de servicio

 Jeff Allen es un cómico americano que cuenta en su testimonio (en inglés), cómo gracias a Dios y a un conocido que le dirigió hacia la Biblia, pasó de una vida de adicciones e ira difícilmente contenida a una vida mucho más plena y feliz. Hacia el final (el último minuto del video) explica que la clave es convertir tu vida en una vida de servicio, tomando referencia en el servicio de la Cruz.

Pero ¿qué es una vida de servicio?¿Hay que ir a misiones?¿Basta, quizá, ser voluntario en un hospital?¿Trabajar en Cáritas? Porque si es así, mal voy, pues no hago nada de esto. Lo he intentado, pero acabo dejándolo. No me siento llamado a esto. 

Pero si reflexionamos un poco, vemos que los servicios que he descrito arriba son servicios dentro de una estructura. Voy a llamarlos servicios certificables en el sentido que alguien puede emitir un certificado de que la persona en cuestión ha realizado tal o cual servicio. El que, al hablar de servicio, a uno le venga a la mente un servicio certificable está muy relacionado con el materialismo que hay en el mundo (y, desgraciadamente, en la Iglesia) en el que se oyen expresiones del tipo “si algo no se puede medir, no existe”.  Y también está relacionado con el nefasto activismo que nos rodea, que da precedencia a la actividad, especialmente la actividad medible, sobre la meditación y la reflexión. Lo importante es no quedarse quietos, hacer algo, lo que sea.

Como en muchas otras cosas, hay precedencias que conviene tener claras para entender mejor y actuar más acorde al plan de Dios. Hay actitudes de servicio y acciones de servicio, y las actitudes tienen precedencia sobre las acciones: si tienes una actitud de servicio realizarás acciones de servicio. Pero puedes realizar acciones sin tener la actitud: puedes ser voluntario en cáritas porque tienes amigos allá y te lo pasas bien con ellos y lo del servicio es un “efecto secundario” o incluso un “mal necesario” para poder pasar un rato son tus amigos. Y lo que Dios va a mirar es tu corazón, es decir tu actitud, mucho más que tus acciones.

Además, una actitud no es algo que haces los miércoles y viernes de 4 a 7, sino es algo que haces en todas tus acciones, es parte de tu ser. Algunos son llamados a hacer cosas grande y llamativas, pero la mayoría nos hemos de conformar con cosas pequeñas y sencillas hechas con amor y ansias de perfección. Es la idea del caminito de Sta. Teresita del Niño Jesús:  camino, en el cual “nada hay que salga de lo ordinario, donde la perfección se ejerce, antes que todo, en pequeños actos de virtud sencillos y muy escondidos”.

Esta actitud de servicio la vas a tener, sobre todo, con tu familia: con tus padres, con tus hijos, con tu cónyuge. Es ir a hacerle la compra de tu madre, que ya está muy mayor y le cuesta ir cargada; es tender la ropa cuando ves a tu esposa agobiada de trabajo, aunque es algo que en el reparto de tareas del hogar le toca a ella (y seguramente te va a reñir porque no lo has hecho bien); es decirle a tu hijo que no puede jugar a videojuegos hasta que no haya sacado la basura (y otras veces sacar tú a basura aunque le toca, porque está estudiando para los exámenes); es elegir el último a la hora de comer y quedarte con el filete que los demás han dejado. Y todo esto en silencio y sin esperar agradecimiento. Si no se dan cuenta del servicio que haces, mejor.

Y esta actitud de servicio lo mantienes con tus vecinos y vas a las reuniones de la asociación de vecinos que son un rollo y no sirven para nada; o recoges ese papel que está en la acera y lo pones en la papelera; al aparcar procuras aparcar no tan cerca del otro coche que hagas difícil su maniobra de salida y no tan lejos que ocupas más calzada de la necesaria, quizá dificultando que otro aparque en el futuro.

Y en el trabajo y en el autobús y en el supermercado… 

Y no olvidemos la oración. Una de mis primera entradas fue sobre el poder de la oración.  Reza cada día por tu familia, reza un rosario por la Iglesia. Es un gran servicio que puedes hacer.

Como dice Jeff Allen, Dios nos llama a todos al servicio. A algunos los llama al servicio certificable y a hacer cosas muy visibles, pero a la mayoría nos llama por el caminito de Sta. Teresita: a hacer cosas pequeñas, de forma callada, sin reconocimiento externo, pero con mucha perfección y amor. 

domingo, 14 de enero de 2024

Sacramentales y amuletos

 En la homilía de una misa a la que asistí hace unos días el sacerdote nos hablaba de la gente que usa el rosario u otros objetos como si fueran amuletos. Escuché con mucha atención, porque siempre antes de salir de casa me aseguro de llevar mi rosario encima y que tengo un botellín de agua bendita en mi mesita de noche y no me voy a dormir sin santiguarme y sin hacer una señal de la cruz en las almohadas. No es que no hubiera meditado sobre esta cuestión varias veces. Incluso tengo entradas en este blog discutiendo la diferencia fundamental entre devoción y superstición. Una al reflexionar sobre la devoción de los primeros nueve viernes de mes y otra al hablar sobre las devociones en general. Aunque tienen aspectos comunes, no es lo mismo una devoción que un sacramental ni una supersitición que un amuleto. Por lo tanto en esta entrada voy a seguir reflexionando sobre esta cuestión, esta vez comparando amuletos y sacramentales.

Empecemos con las definiciones. Un amuleto es un objeto que se lleva encima y al que se le adscribe la propiedad de darnos o alejar la mala suerte. Un sacramental es un signo sagrado, casi siempre con materia y forma, por la que se reciben efectos espirituales por la devoción a la Iglesia. Un rosario es un sacramental, el agua bendita es un sacramental. Creo que casi cualquier cosa bendecida es un sacramental (por ejemplo los cirios que usamos en la Vigilia Pascual lo son). Esto nos marca una primera diferencia. Al igual que en las supersticiones, el origen del poder del amuleto es, como poco, nebuloso. Una pata de conejo o un trébol de cuatro hojas es un amuleto porque sí. O puedo ver una piedra especialmente bonita y convertirla en mi amuleto, porque sí. En cambio para que un cirio, una medalla o agua se conviertan en sacramentales es necesario una acción de la Iglesia por ministerio de un sacerdote, ya sea dentro de una liturgia o porque se lo pidamos. Para que algo sea un sacramental debe haber una acción sagrada.

Comparemos ahora que “hacen” los amuletos y los sacramentales. Una amuleto te protege de la “mala suerte” o te propicia la “buena suerte”. Otra vez, es un tanto nebuloso. Y tampoco se dice nada de “quién” actúa para cambiar tu suerte. Es una especie de “magia del universo” que se consigue por el mero hecho de llevar un amuleto encima.

En cambio es mucho más claro qué hace un sacramental. Por un lado es un objeto sagrado y los demonios aborrecen todo lo sagrado. Un método que tienen los exorcistas de saber si una persona está poseída es ponerles delante un conjunto de objetos, por ejemplo medallas, algunos bendecidos y otros no. Una persona poseída por un demonio distingue inmediatamente entre un objeto sin bendecir, a la que trata casi con burla, y un objeto bendecido –un sacramental– que les perturba y piden que se lo quiten de sus inmediaciones.  Es decir que un sacramental, por su propia naturaleza, aleja a los demonios.

Pero el verdadero objeto del sacramental es facilitar tu comunicación con Dios. Si rezas el rosario con un rosario bendecido, lo harás con más intensidad y devoción que si lo haces con uno sin bendecir. Y no es una cuestión psicológica, no es que el saber que está bendecido te ayuda a concentrarte mejor, sino que por estar bendecido recibes la gracia de poder rezar con mayor devoción al usarlo. No es una cuestión natural, sino sobrenatural. Y lo mismo si pides resistir una tentación mientras sostienes una medalla bendecida. Recibirás más gracia, más fuerza para resistir, que si lo haces sin el sacramental. Y lo mismo si dedicas a Dios tu día mientras te santiguas con agua bendita. Luego –y en la homilía el sacerdote insistió bastante en esto– no es que el sacramental mágicamente haga algo porque sí, sino que es necesario una acción por tu parte. Si no rezas, si no te encomiendas, si no dedicas a Dios tus acciones, el sacramental no hace nada. Podríamos decir que es un amplificador que requiere de tu música para poderla amplificar y mejorar. 

En conclusión, un sacramental no es un objeto mágico que te agencias para que te pasen cosas materiales buenas, sino que es algo que quieres tener para tener una mejor vida espiritual: poder rezar mejor, resistir a las tentaciones mejor, vivir en presencia de Dios mejor. En suma, para ayudar que tus esfuerzos de acercarte más a Dios tengan más fruto. Es decir, un sacramental es todo lo contrario que un amuleto. Usamos los amuletos, para evadir responsabilidades, pues queremos que nos pasen cosas buenas por arte de magia, sin hacer nosotros nada, mientras que los sacramentales los usamos porque aceptamos la responsabilidad de querer estar más cerca de Dios, estamos dispuestos a esforzarnos más y ponernos más en sus manos para conseguirlo.

miércoles, 10 de enero de 2024

Catecismos




Hace muchos años, para poder hacer la primera comunión, tuve que aprenderme el catecismo de primer grado (el verde). Después, empecé a aprender el de segundo grado (el rojo), pero a poco de empezar los quitaron y empezamos a estudiar otros textos. Vienen en formato de preguntas y respuestas y los aprendíamos de memoria: el maestro o catequista te hacía la pregunta y tú tenías que darle la respuesta, literalmente, sin cambiar una palabra. Ahora, unos 50 años después, los he vuelto a comprar (nota al respecto al  final) y me los estoy volviendo a aprender. De memoria. He impreso las preguntas y me las hago de una en una y me las respondo. Hay varias cosas importantes que estoy aprendiendo de este ejercicio (aparte de la doctrina en sí) y que voy a comentar en esta entrada.

Empecemos por aspectos pedagógicos. ¿Es adecuado el método de preguntas y respuestas y el tener que decir las palabras exactas sin cambiar ni una? Está el peligro evidente de no aprender nada sino solamente “repetir como un papagayo” las respuestas. Además, como las preguntas te las hacían siempre en orden, podías repetir la respuesta correcta sin siquiera escuchar la pregunta. Hay una escena muy divertida en el libro El mundo, la Carne y el Padre Smith en el que, en una clase de catequesis, después de realizar algunas preguntas y recibir las respuestas, el P. Smith se sale del guión y los niños, en vez de intentar entender lo que les está diciendo, están intentando adivinar la “respuesta correcta” a lo que ha dicho el Padre.

Si aprenderse los catecismos fuera el último paso de la formación del cristiano, efectivamente sería un mal método. Pero no es el último, sino que es el primero. De la misma manera que un pianista necesita aprenderse primero la pieza de memoria para poder liberar la mente de saber qué nota va dónde y así poder concentrarse en las cuestiones de interpretación, un cristiano debe liberarse de saber qué significa qué término para poder centrarse en entender cómo aplicarlo a su vida. Para poder cumplir los Mandamientos uno primero debe saber –de memoria– cuáles son. O es difícil entender la importancia del sacramento de la confesión si ni siquiera se sabe qué es un sacramento. Para poder profundizar en la doctrina cristiana debe partirse de tener una buena base y esto implica aprenderse de memoria e interiorizar los fundamentos.

Pero ¿sin cambiar una sola palabra? ¿No sería mejor decirlo “a mi manera”? He notado que las respuestas a las preguntas están cuidadosamente redactadas. Son precisas y escuetas. Raramente va a decir uno algo mejor mientras que es probable que se le escape algún aspecto si usa sus propias palabras. Incluso el orden de las palabras es raramente mejorable. Además repetir siempre lo mismo, con las mismas palabras y el mismo ritmo y entonación lo hacen como una canción y más fácil de recordar y de interiorizar.

Los fundamentos hay que interiorizarlos, hacerlos parte de ti. Que sea un conocimiento que no haya que buscar, sino que salga solo. Y esto se consigue –y probablemente sea la única manera de conseguirlo– a través de repeticiones, repeticiones y más repeticiones. 

Otra cosa que me ha sorprendido al estudiar los catecismos es la amplitud de los conocimientos que tenían (¿teníamos?) los niños. Tras escuchar homilías, conversar con sacerdotes y recibido algunos comentarios sobre el estado de los seminarios, sospecho que muchos sacerdotes jóvenes y de mediana edad tendrían dificultades en responder a las preguntas que los niños de antaño respondían instantáneamente. Si uno se sabía bien los catecismos de primer y segundo grado tenía un conocimiento amplio y profundo de los fundamentos de la Doctrina Cristiana.

¿Y era posible aprenderse todo eso? Sí, claro que sí. Millones de niños lo hicieron. La pedagogía de hoy en día va por otros derroteros, se ha menospreciado la memoria y no se desarrolla cuando se es niño, que es cuando toca. Los jóvenes de hoy en día tienen atrofiada la memoria y les parece imposible memorizar algo que a los de mi edad nos parecería simple. Esa atrofia programada de la memoria me parece casi criminal. Que Dios perdone a los pedagogos que promovieron tal aberración.

No es que todo antes fuera maravilloso. Los niños no lo disfrutábamos, y sospecho que los catequistas tampoco. Además, demasiado a menudo este primer paso de aprendizaje de los fundamentos se convertía en el último paso y nunca se profundizaba. Y por falta de uso, las respuestas se olvidaban. Yo sólo recordaba una parte de lo que aprendí de niño. Y hay cosas que un niño de 7 años no puede entender (ejemplo típico, el sexto y noveno mandamientos). Pero en vez de sustituirlo por otros métodos, hubiera sido mejor que lo completaran. Es de notar que el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica vuelve a “la forma dialogal, que recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas”.

Pero incluso sin desarrollo posterior, estos catecismos dejaban una semilla que podía ser útil. Varias veces, al intentar profundizar en algún aspecto de la Doctrina, alguna palabra o frase provocaba en mi cerebro el recuerdo de alguna de las respuestas del catecismo que había aprendido tanto tiempo atrás. Y estas respuestas recordadas siempre me han ayudado mucho.

Estoy disfrutando del ejercicio de volver a aprender de memoria los dos catecismos. Y me está resultando muy útil para entender mejor cosas que he estudiado posteriormente. No he oído más que quejas del nivel de catequesis actual. Volver a los catecismos antiguos, debidamente adaptados, sería una buena solución.


NOTA: Estos catecismos, y muchos más, están disponibles por Internet en la web mercaba.org. Se pueden comprar también por Amazon. No son los originales, sino lo mismo que hay en Internet (errores de edición y puntuación incluidos) pero ya impresos y con las portadas originales. Los catecismos originales pueden quizá encontrarse en librerías de viejo. Se pueden acceder a muchas librerías de éstas a través de iberlibro.com.