martes, 27 de diciembre de 2016

La Misa-espectáculo del Gallo

La pasada Nochebuena fuimos la familia a la Misa del Gallo. Desde hace años esta Misa de Medianoche se hace por la tarde (a las 7:00 en mi parroquia) porque la feligresía ya es anciana y no puede trasnochar.  Como es tradición en Mallorca, tuvimos el canto de la Sibila, canto muy antiguo que sólo se canta en la Misa del Gallo. La que lo interpretó este año lo hizo muy bien. El coro parroquial cantó. Y como pasa en tantas otras parroquias, hubo una participación infantil, con un baile, una breve representación teatral y villancicos. Todo el mundo se lo tomó en serio y la representación fue de fondo navideño, no profano. La iglesia estaba llena de gente, con los padres y familiares de los niños. Tras la Misa, mientras nos felicitábamos la Navidad, una me dijo "Ha sido la Misa del Gallo más bonita que recuerdo, ¿no te parece?" Yo no quise ser negativo y sólo me encogí de hombros.

Porque, sí, la iglesia estaba llena, pero no de feligreses, sino de espectadores, haciendo fotos y filmando vídeos. La iglesia pasó de ser un lugar santo a ser un teatro y el altar, del lugar más sagrado, donde Dios desciende en cada Misa, a ser a ratos un mero escenario. El espectáculo había estado muy bien, pero la Misa… había perdido mucho de su importancia y de su trascendencia.

Repito que se había organizado con cariño y cuidado: los villancicos no eran sobre la nieve y regalos sino sobre el niño Jesús, la representación también, los padres fotógrafos fueron tan discretos como era posible. No se organizó una saturnal profana. Pero ni por esas.

Quizá soy demasiado negativo. Porque si la iglesia se llenó y toda esa gente adoró al Niño Jesús, aunque sólo fuera un ratito, eso tiene que ser bueno, ¿no? Si miramos esto, sólo esto, aisladamente, efectivamente hay algo positivo. Pero si lo miramos todo yo creo que se ha perdido más de lo que se ha ganado.

Los que vinieron a ver a sus niños empezaron viendo un espectáculo, y eso impregnó todo el resto: las vestimentas religiosas se convirtieron un poco en vestuario, el incienso, en tramoya, el canto de la Sibila, en un número musical. Hubo aplausos tras la representación y el canto y como dijo Benedicto XVI, cada vez que se aplaude en Misa, algo sobrenatural se pierde. Me sospecho que incluso la consagración se vio desde un punto de vista más teatral que religioso, más como una representación que una recreación. No creo que ninguno de los espectadores creyó que Jesús bajó otra vez a la Tierra y volvió a ser ofrecido en sacrificio para la expiación de nuestro pecados. Tras la conclusión de la Misa, los niños subieron al escenario, perdón, al altar, para que les hicieran fotos. Tenían al Niño Jesús a un lado y a Jesús en la cruz al otro. Ni niños ni padres les hicieron el más mínimo caso. Dios en esta misa no fue el protagonista supremo, sino que sólo fue parte de la ambientación.

No es que crea que si no hubieran venido los niños hubiéramos tenido una Misa del Gallo altamente espiritual. Pero todo es cuestión hacia donde empujas. Si vas empujando constantemente hacia lo sagrado, irás construyendo una visión sagrada y trascendente de la Misa. Si lo haces hacia lo terreno, lo sagrado pasará a segundo plano. Llevamos muchos años empujando hacia lo terrenal y las iglesias se han vaciado. Es lógico: si la misa es una reunión de gente que piensa de una cierta manera, mejor lo haces en un mitin o en el fútbol; si es un espectáculo, los hay mejores en el teatro o en televisión; si es música, tienes YouTube, Spotify o tu reproductor de MP3. Lo único que puedes encontrar en Misa y que no puedes encontrar en ningún otro sitio es la parte trascendente, sobrenatural, sagrada: la venida de Jesús y su sacrifico para salvarte de tus pecados y abrirte el camino del cielo. El comer su Cuerpo para entrar en comunión con Él y recibir fuerzas para seguirle.

Y este movimiento hacia lo sagrado no se consigue simplemente mediante palabras. No basta con decir antes de la consagración "Y ahora bajará Jesús al altar" (aunque no estaría más que se dijera, sobre todo en ls «misas de los niños») . Es necesario actuarlo y vivirlo par poder interiorizarlo y creerlo. Esto no se consigue en unas horas ni unas semanas. Esto hay que trabajarlo todos los días. Poniendo agua bendita en las benditeras y usándola para purificarse antes de entrar en la Casa de Dios; arrodillándose ante el Sagrario; guardando un respetuoso silencio siempre que se está en la iglesia (ya hablarás con tus amigos a la salida); usando exclusivamente música sacra compuesta específicamente para la liturgia (dando prioridad al gregoriano, como indica el Concilio Vaticano II); arrodillándose en la consagración y tras la comunión (e incluso para recibir la comunión); reservando el altar sólo para el sacerdote y sus ayudantes… Naturalmente hay que explicar el porqué de todo esto y hacerlo no por mera costumbre y sin pensar, sino conscientemente y por convencimiento. Estos signos, repetidos muchas veces, nos llevarán hacia lo sobrenatural, hacia lo sagrado, hacia el contacto con Dios.

Y nos cambiará para todo y para siempre.



viernes, 23 de diciembre de 2016

Navidad: rechazada por absurda

El tema de este blog es que las cuestiones sagradas (en particular de la religión católica) se están convirtiendo para casi todos en algo terrenal y mundano. Y al llegar la Navidad pensé, «¿Qué ejemplo mejor hay de algo sagrado que se ha convertido en algo mundano?» Y llevo un rato delante del teclado y me estoy dando cuenta que, gracias a Dios, la Navidad no se ha convertido en algo terrenal.

Sí, las fiestas se han convertido en una bacanal consumista. Lo central es comer y beber, estar con la familia, regalos costosos. Las decoraciones son de campanas o curvas abstractas. Ahora decimos «Felices Fiestas» e incluso eso de forma poco sentida. Las decoraciones que se ven más son luces, árboles o esos odiosos y horteras Papa Noel colgando de las paredes. Pero no es que la Navidad se haya convertido en algo terrenal, es que la Navidad ha desaparecido de nuestras calles y muchas de nuestras casas.

¿Y por qué no se ha eliminado sólo lo sagrado de la Navidad? Mi conclusión es que no se puede. Si miras lo que celebramos desde un punto de vista sagrado, tenemos a Dios que se hace hombre naciendo de una virgen. Pero si lo intentas mirar desde un punto terrenal, lo que te encuentras es tan absurdo que no te puede entrar en la cabeza. Y lo apartas.

Intenta crear una historia de Dios que viene a la Tierra. Lo primero que te viene a la mente (o lo primero que me vino a la mente a mí) es a Dios viniendo desde los cielos, como en una nave espacial, de forma luminosa y atronadora, y que en primera instancia llena al mundo de terror y después nos juzga o nos da instrucciones o algo así (sí, ya sé: esto es poco más o menos la película  Ultimatum a la Tierra. No tengo mucha imaginación). La segunda posibilidad es pensar en Dios viniendo a la Tierra de incógnito durante un par de semanas para entender mejor qué es esto de ser hombre o cómo es la vida en la Tierra o para arreglar algo pero sin que se note. Viene disfrazado de hombre, pero no es realmente un hombre y es ya adulto. Esto es ridículo pues Dios, siendo omnisciente, no tiene ningún motivo para hacer esto.

Todas las historias plausibles que me vinieron a la cabeza eran así.

¿Qué hizo Dios? No vino como hombre, no vino como niño. Vino como… no sé, ¿célula? pasó por toda la gestación dentro del vientre de la Virgen y nació como todos nacemos. Dios pasó nueve meses en el vientre de una mujer. Dios, el omnipotente, el omnisciente, el principio y fin, Dios.  Nueve meses haciéndose hombre célula a célula. Esto o lo crees por la fe o es tan absurdo que no te entra en la cabeza. Y después nace. De parto. Además en un pesebre. Y después está lo que no aparece en los Evangelios: tiene hambre y frío, se mea encima, tiene irritaciones por los pañales, le salen los dientes, pasa enfermedades, aprende a caminar, a hablar. Dios elige pasar por todo eso para ser en todo como nosotros. O nosotros en todo como Dios.

Si piensas en la Navidad de forma religiosa, como algo sagrado, te maravillas, te postras de rodillas y le adoras. Si lo piensas de forma profana, te lo quitas rápidamente de la cabeza y te apresuras a comer más turrón y a beber más cava. Se pueden hacer fiestas a finales de diciembre sin mencionar a Jesús para nada, pero la Navidad es un absurdo tal que no puede convertirse en algo terrenal. Es puramente sagrado.

La Navidad es el principio del ser religioso y demasiado para el ser terrenal.

Os dejo con una foto de un rincón de nuestro Belén mallorquín. Feliz Navidad a todos, y que el niño Dios nazca en vuestros corazones una vez más.




domingo, 4 de diciembre de 2016

Lucha espiritual

Jesús es salvador. Eso se dice casi cada Domingo pero durante mucho tiempo me ha sonado a hueco. Se suele argumentar que hoy la gente es rica, y no pobre como antes, que tenemos médicos y hospitales y la enfermedad grave y la muerte está menos presente que antes, que tenemos libertad y derechos humanos y ya no se está oprimido como antes. Y ante esta situación, claramente beneficiosa para todos, ya no sentimos necesidad de salvarnos.

Esta falsa narrativa, como tantas otras, se centra en lo terrenal: dinero, bienestar, libertades civiles. Si seguimos la lógica de esta narrativa llegamos a la conclusión que no necesitamos religión porque el estado cumple ahora esta función. Y así se entiende el discurso de primacía del estado de Hillary Clinton (y casi todos los políticos) que comenté en una entrada anterior.

Gracias al Coronel Pakez (@pakez) descubrí a Michael Voris (@Michael_Voris) y la web de Church Militant. Y en ella la visión tradicional de la salvación que predicaba la Iglesia Católica.  He leído y oído allí palabras que ya no se escuchan en las iglesias: alma (¿a que hace tiempo ningún cura os habla de vuestra alma?), eternidad, pecado mortal, infierno, diablo, condenación, lucha espiritual, confesión, penitencia.

Por eso no sentimos necesidad de salvarnos: porque nadie nos ha dicho que hay un peligro real de condenarnos. No es porque somos ricos, estamos sanos y tenemos derechos civiles. Es porque no nos han explicado que el diablo acecha nuestras almas, que nosotros somos muy poco para el diablo y que sin la ayuda de Dios estamos perdidos.

Recuerdo como en clase de religión el P. Fermín nos decía que el cielo era una certeza, pero no se sabía si el infierno existía. No sé de donde sacó eso, porque en los Evangelios Jesús una y otra vez habla del infierno y del peligro de condenarnos. Sin ir más lejos, cuando habla del Juicio Final (Mt. 25; 31-46) que acaba "Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna".  El infierno existe.

No basta con ser cumplidor: a los fariseos, muy devotos y cumplidores, les llamó "sepulcros blanqueados". Ni con no ser malo: en la parábola de los talentos (Mt 25; 14-30) al que guardó con cuidado el talento para no perderlo, pero que no hizo ningún bien con él le dice "Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes." La vida es una lucha espiritual continua. Es una lucha contra el diablo cara a cara cada día y en cada momento. Y sólo puedes ganar en esta lucha si tienes a Dios a tu lado. Si luchas solo estás perdido. Si lo haces con Dios, estás salvado. 

Si no nos damos cuentas de que el mal existe, que lo tenemos dentro, que el diablo nos acecha todo el rato y que si no luchamos constantemente por nuestra alma la vamos a condenar al fuego eterno, si no creemos todo eso, no podemos salvarnos. No es que nos vayamos a convertir en asesinos y violadores, simplemente nos quedaremos cómodamente en el sillón viendo la tele. Y muy cómodamente acabaremos en el infierno.

Esta visión tradicional no asusta. Esta visión despierta. No asusta porque tenemos a Dios a nuestro lado y si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Salmo 27, Rom 8:31). Si luchamos, la victoria es segura. Paradójicamente, darme cuenta que mi alma está en peligro constante me ha vuelto más tranquilo y alegre. Hay que luchar sin parar con las armas que Dios nos da. ¿Qué armas? En mi caso, entre otras cosas:
  • La Eucaristía. Todos los Domingos y Fiestas y siempre que puedo entre semana.
  • El rosario. Diariamente.
  • Visitando el Santísimo. Soy adorador y tengo mi turno semanal. Y voy más si puedo.
  • Oraciones variadas a lo largo del día. Rezo un breve oración antes de empezar cualquier tarea. Por ejemplo, antes de estudiar, esta preciosa oración de Sto. Tomás de Aquino. Y me he dado cuenta que se reza muy bien en la parada del autobús, mientras esperas.
  • Confesión frecuente. Nunca me había gustado la confesión. Y he estado quizá 20 años sin confesarme. Ahora, a las dos semanas de la última confesión me siento incómodo y en necesidad del sacramento. 
  • Lectura de la Biblia. En mi caso me gusta leer las lecturas de la misa del día. Cada mañana, antes de ir al trabajo.
  • Otras lecturas religiosas. En este momento estoy leyendo Suma contra los gentiles de Sto. Tomás de Aquino. También me gusta Chesterton. 
  • Visitas a webs religiosas como la mencionada Church Militant, donde encuentro más lecturas y videos.
Alguno se estará preguntando: «¿Esto no te convierte en un fariseo?¿No te falta la caridad y las buenas obras?» Naturalmente que faltan. No lo he puesto en esta lista porque el orden debe ser este: cuida tu alma y este cuidado te llevará a la caridad. La oración, la adoración, las lecturas y el tener a Dios permanentemente presente me obliga a meterme en el mundo y ayudar a los demás. El otro camino, el de la caridad sin pensar en tu salvación, la «caridad loca» que describe Juan Manuel de Prada, es un camino que no necesariamente lleva al cielo. 

No estamos salvados. Necesitamos a Jesús salvador a nuestro lado para salvar nuestras almas. Sin Él, nuestras almas están condenadas al fuego eterno. La lucha espiritual continua, con la oración, la Eucaristía, la adoración, el estudio y las otras armas que Él nos da, hace la vida una aventura excitante. Mucho más atractiva que la que sale de "el infierno no existe". Y asegura la salvación eterna.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Primer viernes de mes

Pasado mañana es primer viernes de mes. Cuando yo era niño eso era algo muy importante: nos decían que ir a misa nueve primeros viernes de mes seguidos te aseguraba poder morir en gracia de Dios. Después fue perdiendo importancia. Cuando se acercaba el primer viernes ya no te lo recordaban y en la actualidad parece que se ha olvidado completamente o a lo más se considera una superstición anticuada buena sólo para beatas.

Hace algo más de un mes encontré un devocionario de mi abuelo. En él aparece la devoción de los nueve primeros viernes de mes junto con muchas otras: los siete domingos de S. José, los trece martes en honor de S. Antonio, la novena a S. Ignacio de Loyola, etc. Me entró la curiosidad y me puse a investigar esta devoción y en pensar si era lógico que fuera una mera superstición.

A primera vista tiene pinta de superstición: formalmente no se diferencia mucho, por ejemplo, echarse sal sobre el hombro izquierdo para no tener mala suerte con comulgar nueve primeros viernes para no condenarse. Pero si lo miramos más a fondo, vemos que sí que hay diferencia. Veamos 3 cosas: de dónde procede, qué te promete y quién te garantiza la promesa.

Empezamos con la superstición de echarse sal sobre el hombro. Procede de no se sabe dónde, de alguna acción sin fundamento que por lo que fuera se volvió popular. Según la fuente que encuentres, está relacionado con la brujería o con el demonio que te acecha por la espalda o no se sabe con qué. Te promete librarte de la mala suerte, algo inconcreto pero terrenal: gracias a la sal no se te caerá una piedra encima o no se te romperá el coche o no se retrasará tu avión. Y no hay ningún garante de la promesa: nadie sujeta la piedra para que no se caiga o arregla el coche o empuja el avión. Simplemente pasa.

En cambio sabemos perfectamente de dónde procede la promesa de los nueve primeros viernes de mes: de una aparición de nuestro Señor Jesucristo a Sta. Margarita María de Alacoque, una gran santa cuyo cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de Paray-le-Monial, Francia (por cierto, este fenómeno de los cuerpos incorruptos parece exclusivo de los santos católicos. Da que pensar). Y en contra de lo que los foráneos creen, la Iglesia no acepta las apariciones así como así. Esta es una aparición real y no alucinaciones de una mujer sobreexcitada. La promesa es concreta. Jesús le dijo a Sta. Margarita María:

"En el exceso de la infinita misericordia de mi Corazón, que Mi amor todopoderoso le concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final; no morirán en desgracia ni sin recibir los sacramentos; Mi divino Corazón será su refugio seguro en este último momento."

La promesa no es nada material ni terrestre. Prometió la oportunidad de la salvación eterna. Y está claro quién es el garante de la promesa: Jesús mismo.

La superstición de la sal, o cualquiera otra, y esta promesa son bien diferentes. Una es inconcreta en su origen y garantía y de alcance terreno, mientras que la otra es concreta, garantizada por el mismo Dios y de alcance divino.

Y si es así, ¿por qué los creyentes hemos apartado esta devoción y la tratamos como una superstición? Mi única explicación es que nos hemos vuelto terrenales y mundanos y hemos dado la espalda a lo sagrado y divino. Y si lo miramos con ojos terrenos, sólo vemos una superstición.

Gran lástima, porque esta promesa es un chollo. Pasado mañana iré a misa y comulgaré. Será mi segundo viernes seguido. Y con la ayuda de Dios llegaré a los nueve.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Adoración perpetua


Me he "apuntado" a la adoración perpetua de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada y el viernes hice mi primer turno. Para los que no sepan qué es esto de la adoración perpetua: hay un acto que antes se hacía frecuentemente (típicamente los viernes) y ahora apenas nunca, que es la exposición del Santísimo: Cristo, en forma de Hostia Consagrada, se mete en una custodia (eso que se ve en la foto de arriba) y se pone sobre el altar para la la adoración y oración de los fieles. Estos actos típicamente duraban una hora. La adoración perpetua es lo mismo, pero perpetuo: Cristo está expuesto y disponible siempre, todo el día, todos los días. Un grupo de voluntarios nos encargamos de turnarnos de manera que la capilla siempre esté abierta y Dios siempre esté acompañado.

Descubrí el sitio por una serie de "casualidades" en las que sospecho que el Espíritu Santo intervino. Fui por libre durante un mes y decidí pedirme un turno para colaborar. Estaré allí todos los viernes de 21:00 a 22:00. En mi primer turno la hora se me hizo corta y salí con un gozo y una paz especiales. Estar una hora en la Presencia Real de Cristo es una experiencia gratísima.

Porque es la Presencia Real de Cristo. No es un símbolo o una imagen. En el el número 1374 del Catecismo de la Iglesia Católica lo dice bien claro: «En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento: DS 1651). «Esta presencia se denomina "real", no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen "reales", sino por excelencia, porque es sustancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente» (MF 39).»

Esta diferencia es fundamental y cuesta entrar en esta creencia.  Cuando estoy en la capilla estoy con Jesús, con Dios. Allí. Lo veo. Está conmigo. Cuando esto te entra en tu cabeza y en tu corazón este acto de adoración es especial y transformador.

Desgraciadamente la Iglesia Católica se ha contagiado de la visión protestante, mucho más secular y mundana, de que el pan y el vino son (a lo más) meros símbolos de Cristo y la misa una simple rememoración de la Última Cena. Adorar un trozo de pan es ridículo. No es lo que hacemos. Y la prueba de que no lo es es que es imposible que centenares de personas en Palma (y millares en el mundo) nos comprometamos a acompañar a un mero símbolo de forma ininterrumpida. Y que centenares más vengan a estar allí. Porque una cosa que me asombró desde el primer día que fui es que hay un constante ir y venir de gente que viene un rato. Incluso niños. Y la capilla ni es céntrica ni está en un lugar de paso.

Allí hay algo especial y sagrado y muchos lo percibimos. Y si no me crees, busca una adoración perpetua en tu ciudad y vete a estar un rato allí. Te cambiará.


sábado, 8 de octubre de 2016

Derechos humanos y religión

He estado 6 meses sin añadir una entrada. Estaba en misa y no sé qué hizo el cura y me dije "¡Eso va al blog!". Lo malo era la alegría que sentí por tener algo que denunciar. Cuando me di cuenta, decidí no volver a escribir hasta no tener claro cuál era mi misión aquí, para qué escribía. Creo que ahora lo tengo más claro.

Estamos en plena campaña presidencial americana. Algunos de los temas estrella son el aborto y los derechos del colectivo LBGT (Lesbianas, Bisexuales, Gays y Transexuales). En abril de 2015, ya en precampaña, Hillary Clinton dijo en su conferencia en el Women in the World Summit: "Rights have to exist in practice — not just on paper.  Laws have to be backed up with resources and political will.  And deep-seated cultural codes, religious beliefs and structural biases have to be changed." ("Los derechos deben existir en la práctica, no sólo en papel. Las leyes deben estar respaldadas con recursos y con voluntad política. Y los códigos culturales profundos, las creencias religiosas y los sesgos estructurales deberán ser cambiados").

¿¿¿"Las creencias religiosas deberán ser cambiadas"???

¿Qué se cree esta mujer (y probablemente la mayoría de los políticos y ciudadanos) que es la religión? Posiblemente cree que son unas normas y costumbres a las que se llegaron por consenso entre los miembros de grupos sociales que se preocupan por cuestiones de moral.  Una creación humana, como lo es la política. Es una visión secular y mundana.

Pero la religión es de Dios. Es sagrada. Nuestras creencias no son creación de los hombres sino que nos la ha transmitido Dios mismo. Tenemos que obedecerlas. ¿Cómo vamos a hacer otra cosa?

Y las creencias religiosas tienen otras características:
  • No son arbitrarias. No tenemos un Dios caprichoso. Son normas que nos ayudarán a crecer, individualmente y como sociedad y a ser más felices en la vida terrena (y a ganarnos el cielo)
  •  Son inmutables. "Dios no se muda", que decía Santa Teresa. Lo que era ley divina hace 50 años o 100 años o 2000 años, sigue siéndolo ahora. Por ejemplo Jesús dijo refiriéndose al matrimonio "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre". Pues ya está: el divorcio no es aceptable. Ni entonces, ni ahora, ni nunca.
Nada de esto es nuevo: Santo Tomás de Aquino ya demostró claramente ambas cosas en el S. XIII.

No es que yo pretenda que las leyes se hayan de adecuar a la moralidad católica. Hace años que esto no pasa. Hay una ley de divorcio que creo es una grave error, pero nadie me obliga a divorciarme. Pero la frase de Hillary Clinton no va por esa linea. Su frase y sus actuaciones legales van en el sentido de que hay que obligar a todo el mundo a seguir su moral. No es que haya una ley que permita el aborto, sino que las clínicas católicas y los médicos católicos van a tener que realizar abortos obligatoriamente. Es decir, te pueden ordenar asesinar. Y eso ya está pasando. Y no sólo en Estados Unidos. En la comunidad de Madrid los colegios católicos están obligados a enseñar que la moral sexual de los LBGT es buena cuando sabemos por revelación divina que no lo es.

La ausencia de sentido de lo sagrado lleva a esta falta de respeto a lo más intimo de las personas, a sus más profundas creencias.

Aunque, acabo de darme cuenta, no es que los políticos no crean en Dios, sino que creen que ellos son dioses. En nombre del progreso nos quieren hacer retroceder a la Roma de Caligula.

Añadido el 10 de octubre: Para demostrar que la fase de Hillary Clinton no fue una casualidad, tenemos la de su compañero de candidatura, Tim Kaine. En un discurso durante el Human Rights Campaign el 10 de septiembre de 2016 dijo: "My full, complete, unconditional support for marriage equality is at odds with the current doctrine of the Church that I still attend. But I think that's going to change, too." ("Mi apoyo completo e incondicional al matrimonio igualitario [es decir, matrimonio homosexual] está en desacuerdo con la doctrina actual de la Iglesia a la cual aún voy. Pero creo que eso va a cambiar también"). Vamos, que cree que la presión social, y su presión política, puede cambiar las enseñanzas divinas.

domingo, 6 de marzo de 2016

El poder de la oración

En la homilía de hace dos semanas el celebrante dijo una frase que me chocó: “Si alguien necesita ayuda, tener misericordia no es rezar por él, sino hacer algo por él”. De aquí se deduce que rezar no es hacer nada y de ahí mi estupefacción.

Debo decir que más adelante, en la misma homilía, el celebrante habló de la necesidad de la oración, aunque los ejemplos que puso –te pone en contacto con Dios– fueron todos de los beneficios de la oración para el que reza y no para el mundo. Es decir, que cualquier beneficio que saque alguien de tu oración es indirecto: la oración te ayuda a ser mejor persona y eso es lo que beneficia a los demás.

Esto va en contra de 2000 años de tradición cristiana: los monjes, ermitaños, monjas de clausura: todos ellos hacen poco más que rezar. ¿Están, entonces, perdiendo el tiempo?

Es posible que el celebrante en su homilía estuviera pensando en este fragmento de la epístola de Santiago: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” Pero notad que en este ejemplo la persona no reza, no pide nada a Dios, sino que enuncia estupideces. Y también estoy de acuerdo con el celebrante que ante una persona con una necesidad que yo puedo aliviar, si me pongo a rezar, verdaderamente a rezar, no sólo a murmurar palabras, no me va a quedar más remedio que hacer algo material para ayudar a esta persona. Lo que le reprocho al celebrante es que se quedara en la parte material, sin darle importancia a la parte religiosa y sagrada de la oración.

Porque, ¿qué es la oración? La oración no es recitar fórmulas arcaicas que no te dicen nada. Pero la oración tampoco es una meditación aséptica. Tengo un libro de meditación transcendental cuyos primeros ejercicios son de respiración y postura para entrar en “modo meditación” y después recitas frases del estilo “Estoy conmigo mismo” o “Me siento en paz con el mundo”. Es un ejercicio útil que recomiendo, pero es algo que un ateo convencido puede hacer sin que se resquebraje su ateísmo, por lo tanto, aunque tiene aspectos beneficiosos, tampoco es oración.

Lo que  caracteriza y define a la oración cristiana es que en ella pedimos cosas a Dios. Cosas que queremos que nos conceda. A veces se las pedimos directamente, a veces lo pedimos a través de la intercesión de la Virgen o de algún santo. Fijaos en el Padre Nuestro, salvo el inicio (“Padre nuestro que estás en los cielos”) y una excepción, no hacemos más que pedir: “venga a nosotros Tu reino”, “hágase tu voluntad”, “danos nuestro pan de cada día”. La única excepción es una cosa que prometemos hacer nosotros “perdonamos a los que nos ofenden”. En la oración pedimos cosas a Dios. A veces es que nos perdone, o que nos transforme, pero otras es que elimine injusticias, ilumine a gente con posiciones de responsabilidad o que sane a enfermos. Y cuando rezamos creemos –sabemos– que va a escuchar nuestra oración y va a concedernos lo que le pedimos.

Y hay estudios científicos que muestran esto, que Dios nos concede lo que le pedimos. Las leí hace años y no guardo las referencias, pero estos estudios están hechos con rigor y publicados en revistas científicas, no son charlatanerías. Ambos tiene que ver con la curación de enfermos.

El primer experimento se hizo en un hospital de Gran Bretaña. Escogieron al azar algunas habitaciones y en la capilla del hospital se pusieron tarjetas, una por habitación,  en las que se pedía “Por favor rece por el enfermo de la habitación 113” (o el número que fuera). Los que rezaban no sabían por quién rezaban y los enfermos no sabían que se rezaba por ellos. Al final del experimento compararon los casos de los enfermos por los que se había rezado y por los que no usando como medida el tiempo medio de estancia en el hospital y otras medidas médicas habituales. En todas ellas los enfermos por los que se había rezado dieron mejor resultado que los otros.

El segundo experimento es muy similar y se hizo en Francia. La única diferencia es que en vez de poner carteles en la capilla del hospital, dieron los números de habitaciones a las monjas de un convento de clausura cercano. Otra vez, los enfermos por los que se había rezado se curaron mejor y más rápido que los otros. El poder de la oración es enorme.

Alguno que no ha acabado de entender lo que es el cristianismo podría pensar que a través de la oración nos podemos convertir en inmortales o superhombres. No. Si rezamos de verdad Dios nos transforma y nos damos cuenta que pedir la inmortalidad o la ausencia de sufrimiento es una estupidez: al fin y al cabo Dios, Dios el omnipotente, Dios el que lo es todo, sufrió y murió. Es más fácil que pidamos un aumento de nuestro sufrimiento que su eliminación. La oración misma nos protege de pedir sandeces.

Da de comer al hambriento, da de beber al sediento, acoge al peregrino. Eso es misericordia. Pero no te olvides de rezar por ellos (y por ti). Eso también es misericordia. O como dice tan sabiamente el refrán: A Dios rogando y con el mazo dando.


domingo, 21 de febrero de 2016

Ayuno y abstinencia

Ya hemos entrado en cuaresma. Han puesto un cartel en mi parroquia donde se leen las palabras “ayuno”,  “limosna” y “oración”.  También nos hablarán de penitencia, conversión, quizá abstinencia. Las palabras que no he oído en muchos años son renuncia, mortificación, purificación o sacrificio. Y para mí estos conceptos son fundamentales para vivir la cuaresma.

Nuestro anterior párroco tenía una homilía estándar para el primer domingo de cuaresma. Por un lado nos decía que hacer abstinencia no es no comer carne, porque si en vez de un filete te tomabas una langosta, no estabas haciendo abstinencia. Por otro, nos daba una visión utilitarista del ayuno: había que contabilizar cuánto no comíamos y darlo como limosna. No eran una ideas raras suyas: lo he oído y leído a menudo en otros lugares. Y aunque no sean falsedades, así sin más, no ayudan a la conversión cuaresmal. Mas bien lo contrario.

Si yo a mis alumnos les digo que no hace falta que estudien lo que yo les mando y que pueden elegir lo que quieren estudiar, no voy a conseguir que estudien más responsablemente, ni que estudien más porque han elegido un tema que les interese. Lo que voy a conseguir es que no estudien nada. Debo añadir a mi discurso por qué tienen que estudiar, cómo deben estudiar, cómo sabrán si están estudiando algo útil y muchas otras cosa. Esto es lo que echo en falta en estas homilías cuaresmales.

Se tiene la idea de que hoy en día abstenerse de carne es fácil. Mi experiencia es que no lo es tanto: llegas a casa con hambre y para picar sólo tienes un poco de pan ya que se te ha olvidado comprar queso; o te vas de cañas con los compañeros de trabajo y piden unas croquetas de jamón, que no puedes comer; en la cantina sólo hay un plato que no tenga carne y tienes que comer menos y  pasar algo de hambre… y cuando te preguntan por qué comes tan poco tienes que explicar que es cuaresma y estás cumpliendo con la abstinencia y te miran con cara de que eres un fundamentalista peligroso.

Naturalmente puedes tomar el camino fácil: “Por un poco de sobrasada en el pan tampoco pasa nada”; “no les voy a hacer un feo a los amigos”; “algo tengo que comer, ¿no?”. Y si te engañas con esto (peor aún, crees que estás engañando a Dios), mucho más vas a engañarle si tienes libertad total para crearte tu propia abstinencia.

Y lo de la limosna con lo que ayunas casi es de risa. Primero porque han hecho del ayuno algo casi simbólico: puedes comer una comida principal y algo para desayunar y cenar. Ante esta definición un obispo africano comentó que sus feligreses estarían contentísimos si pudiesen ayunar todos los días. Ayunar se ha convertido en renunciar al café de media mañana y poco más. Y sólo se ayuna dos veces al año. Por lo tanto la limosna acumulada con nuestro ayuno debe ser, siendo generosos, unos 10€ al año. De aquí a pensar “Doy 20€, me salto los ayunos y todos salimos ganando” sólo hay un paso.

¿Por qué el ayuno y la abstinencia?¿Qué ganamos con ello?

Cuaresma es un tiempo de conversión, de cambio. Y para querer cambiar tenemos que estar incómodos: si estamos a gusto, vamos a resistir movernos. A mí me gusta la palabra mortificación para esto: hay que sentirte morir un poco. Los siglos de experiencia espiritual han demostrado que una manera muy efectiva de mortificación es a través del sufrimiento físico y la manera más fácil de conseguirlo es a través de la comida. Esto lo saben los cristianos, judíos, musulmanes, budistas… todos.

En los últimos años se ha reducido la incomodidad física de la cuaresma. Cuando era niño había abstinencia todos los viernes del año y ayuno y abstinencia todos los viernes de cuaresma. Y antes, la abstinencia duraba toda la cuaresma. Ahora es 6 viernes de abstinencia y 2 días de ayuno. Cualquiera que hace una dieta moderada sufre más.  Quizá el objetivo era hacerla más materialmente atractiva de manera que más gente se animara a llevarla a cabo. Pero lo que han hecho es quitarle todo sentido espiritual y sagrado y convertirlo en una costumbre anticuada y absurda.

Cuando viví en Estados Unidos al llegar la cuaresma me preguntaban en la parroquia “What are you going to give up for Lent?” (¿A qué vas a renunciar por Cuaresma?) No entendía la pregunta: ¿renunciar?¿para qué? Ahora sí lo entiendo. Estos últimos años he estado renunciando al calor: tomo duchas incómodamente frías y no enciendo la calefacción de mi despacho. Sí, es algo incómodo, pero esos viernes sin carne, esos días sin comer, ese frío que siento tan a menudo, esa mortificación y renuncia voluntarias, como sé por qué lo hago y sé para qué lo hago, me encamina a la oración, me encamina a la meditación de qué hago mal y qué tengo que mejorar, me encamina a la conversión.

Y eso es la cuaresma.

domingo, 7 de febrero de 2016

Hoy no hay misa

Hace unos 25 años en mi parroquia tenían misa todos los días y había cinco misas de domingo: dos el sábado, dos el domingo por la mañana y una el domingo por la tarde. Un total de 10 misas para la semana. A partir de entonces se ha ido reduciendo el número de misas, normalmente coincidiendo con algún cambio de personal: si cambian al párroco, el nuevo quita alguna misa; si se reduce el número de sacerdotes, se elimina alguna misa; si se aumenta el número de sacerdotes, se elimina alguna misa. Ahora hay 5 misas: dos entre semana (los miércoles y viernes) y 3 de domingo (sábado tarde, domingo mañana, domingo tarde). Lo último ha sido eliminar las misas de las fiestas, de las fiestas religiosas: por Año Nuevo y por Reyes (ambas solemnidades) han eliminado algunas misas. Aún se me remueve mi alma cuando recuerdo el anuncio: “El próximo miércoles es el día de Reyes, que es una Solemnidad. Por eso vamos a eliminar las misas siguientes…”

Esto ha ido en paralelo con mensajes, normalmente implícitos pero a veces explícitos, de que ir a misa no es tan importante. Está bien ir a misa los domingos, pero no hace falta pasarse: si no puedes ir porque tengas alguna otra cosa que hacer, no pasa nada. Mientras vayas ocasionalmente, puedes estar tranquilo.

Mi dolor y enfado no es porque se reduzcan el número de misas. No pretendo que siempre haya una misa en el lugar y la hora que me convenga. No es mi comodidad lo que busco. Es más, cuando ser cristiano es cómodo, mal asunto. Lo que me duele es que parece que las misas son lo menos importante, lo primero de lo que se puede prescindir en tiempos de escasez. ¿Por qué este “menosprecio” de la misa?

Una clave la encontramos en los motivos que dan desde el púlpito de la importancia de la misa. Yo sólo he oído dos: (1) en misa escuchamos la Palabra de Dios y (2) hacemos comunidad con la Iglesia. Son dos motivos reales, cierto, pero si esto es todo, entonces podemos sustituir la misa por la lectura periódica de la Biblia y con la reunión con otros parroquianos para tomar café. 

La misa es más.

La misa es la primera celebración de la comunidad cristiana. Ya en el nuevo testamento nos hablan de los discípulos que se reúnen a partir el pan. La misa ha sido la liturgia central de la comunidad cristiana desde el principio. Y no ha cambiado mucho: en un cursillo sobre la misa nos mostraron una descripción de la misa del siglo II o III (lamento haberla perdido) y era esencialmente idéntico a lo que hacemos ahora. 

En una honda conversación sobre la misa con otro sacerdote especialista en liturgia nos contó que lo más importante de la misa no son las lecturas ni la comunión, sino que es la consagración. Y no es cuando el celebrante dice “Este es mi cuerpo…” o “Esta es mi sangre…”, sino unas cuantas frases antes, cuando el celebrante dice “Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros cuerpo y sangre de Jesucristo, nuestro Señor”. Es decir, el celebrante pide que Dios haga santo, haga sagrado, el pan y el vino mediante la infusión del Espíritu en ellos, y que así se conviertan en cuerpo y sangre de Cristo (quizá os interese una explicación en detalle de este momento de la misa). En la Misa, en cada Misa, Dios baja otra vez al mundo y se hace carne para nosotros. No es una mera rememoración, un recuerdo de algo que pasó. Es algo que pasa en cada misa. Es el gran momento sagrado de la misa. El momento en que antes todos nos arrodillábamos en adoración. 

Es revelador que ahora no se arrodille casi nadie.   Yo no sé cómo ni quién inició esto, quizá fue una “iniciativa popular”, pero no encontró resistencia por parte de la jerarquía. Basta ver que han quitado los reclinatorios de los bancos de casi todas las iglesias. Los celebrantes no recuerdan que hay que arrodillarse. Bueno, ningún celebrante: recuerdo a D. Miquel, ya jubilado, que en cada misa antes de la consagración nos recordaba que nos debíamos arrodillar, y si por motivos de salud no podíamos hacerlo, nos debíamos sentar. No le hacían mucho caso, pero él lo seguía recordando a cada misa. Para mí hay una clara conexión: no nos arrodillamos porque ya no creemos que venga Dios al altar y nos hemos convertido de adoradores a meros espectadores. Y de pie se ve mejor. 

Hemos pasado de dar importancia a la consagración a darlo a las lecturas y a la comunidad. Y esto va en  la linea del mismo problema de siempre, el tema principal de este blog: hemos pasado de lo sagrado a lo racional, a lo meramente útil. La misa no es directamente útil: no damos de comer al hambriento, de beber al sediento ni atendemos a peregrinos o enfermos. Por lo tanto la misa no es realmente importante. Es una tradición que conservamos y poco más. 

¡Ay qué miope es esta visión! La misa “proviene de la vida y a la vida revierte” (una frase que nos repetían a menudo en el cursillo). Traemos a la misa nuestra vivencias y preocupaciones y Jesus las recoge, las filtra, las potencia, nos alimenta, nos da fuerzas y nos manda de nuevo al mundo.  Sin la misa confiamos en nuestras fuerzas; con la misa confiamos en las de Dios. Sin la misa somos ricos y soberbios; con la misa somos humildes y pobres. Sin la misa, queremos arreglar el mundo nosotros; con la misa queremos que lo arregle Dios a través nuestro. 


La misa no es un rito y una tradición. La misa es nuestra vida.

domingo, 31 de enero de 2016

Silencio

En la misa de ayer pasó otra vez: el celebrante dijo “Y ahora reflexionemos sobre esto en silencio unos momentos”. Casi no había acabado de hablar (ni dos segundos, lo aseguro) cuando el diácono se puso a rasgar la guitarra introduciendo la siguiente canción. Me entró la curiosidad: ¿nos dejarían un rato de silencio tras la comunión? Tampoco. Al empezar la comunión empezamos a cantar el Pescador de Hombres (escribiré una entrada sobre la música de las celebraciones algún día) y seguimos y seguimos, repitiendo estrofas si era necesario durante todo el tiempo de comunión, la recogida del altar y hasta que el celebrante estuvo preparado para continuar. Acabó la canción y empezaron inmediatamente las noticias parroquiales.

Lo de ayer fue un poco exagerado. Cuando te piden que reflexiones unos momentos te dejan tiempo. A veces hasta 10 segundos. Y tras la comunión tienes a veces medio minutito y todo para dar gracias a Dios y pedirle fuerzas para la semana que empieza.

¿Por qué tanto miedo al silencio?

Yo soy profesor de universidad y sé que si pides en clase “Pensad sobre esto un rato” a los 10 segundos algunos empiezan a removerse inquietos en sus asientos y a hablar. Pero otros piensan. ¿Tengo que eliminar un rato de reflexión que unos necesitan porque otros no lo quieren usar? También sé que dependiendo de cómo lo enmarque puedo fomentar o entorpecer la reflexión: es mejor hacer preguntas concretas que abstractas; es mejor que las respuestas a las preguntas se usen durante la clase a que se queden en el zurrón de cada uno. Y lo más importante, se puede crear hábito de reflexión: si les hago reflexionar una o dos veces por semana, al final de curso consigo que muchos estén en silencio y reflexionen.

Mis recuerdos de niño es que había mucho más tiempo de silencio y reflexión. Sé que estos recuerdos son poco fiables: a lo mejor eran los mismo 5 segundos sólo que a un niño le parecen una eternidad. Pero mi padre me confirma que sí, que antes se fomentaba mucho más la oración en silencio en la iglesia, el gozar de la presencia de Dios. Y ahora muchas iglesias están cerradas fuera de horas de misa y ya no se puede hacer una visita al Santísimo; apenas hay adoraciones eucarísticas (recomiendo una entrada de La Columna del Coronel Pakez llamada Los problemas de Jesucristo sobre la importancia de la adoración eucarística); se han quitado la Hora Santa del Jueves Santo por la noche (al menos en mi parroquia). Aún no han quitado los rosarios antes de misa –quizá porque se reza en voz alta–.

¿Por qué esta eliminación del silencio? Es la misma tendencia de siempre: lo mundano le gana la partida a lo sagrado, la acción a la contemplación. Naturalmente no estoy en contra de la acción y el currículum de la Iglesia en este sentido es ejemplar. Hace muy poco que el estado se ocupa de la educación, hasta entonces se encargaba la Iglesia. Hace muy poco que el estado se ocupa de la sanidad, hasta entonces lo hacía la Iglesia. Y la Iglesia sigue alimentando a los pobres mejor que el estado (la labor de Cáritas en esta crisis es asombrosa y admirable). La Iglesia, a través de sus misioneros, sigue estando en zonas de África o Asia donde no quiere ir ninguna ONG. Pero toda esta tremenda acción sale de la contemplación. Sin contemplación llegas… a donde llegan los demás.

Y la contemplación sin acción también es valiosa: una de mis experiencias más memorables de este verano pasado fue visitar a una tía de mi mujer que es monja de clausura. ¡Qué fuerza emanaba de las monjas! La influencia de santa Teresa de Lisieux en la Iglesia es enorme, y ella nunca salió de su convento. O santa Bernardette, que tras las visiones en Lourdes ingresó en un convento y se dedicó a rezar y a hacer de enfermera cuando su enfermedad la dejaba. Ella no hizo Lourdes, pero Lourdes salió de ella (mejor dicho, de Dios a través de ella).

¿Y qué es eso de la contemplación? Recomiendo otra vez la columna del Coronel Pakez que he mencionado antes. Quizá para alguno sean sesudas reflexiones. Para otros, como el publicano del Evangelio, es estar delante de Dios y darse cuenta de que es un pecador. Pero la respuesta a esta pregunta que más me ha impresionado, y que siempre he recordado, es la que me contó un cura de cuando era párroco en un pueblo de Burgos. Preguntó a un parroquiano que se pasaba horas ante el altar qué hacía todo este tiempo y le contestó “Pues mire D. Celestino, yo le miro a Él y Él me mira a mí”.

La contemplación, la adoración, el estar en silencio ante Dios es la fuerza sagrada que nos mueve. Sin ella no vamos a llegar muy lejos. Y es un hábito. Nos ayudaría mucho que se promoviera desde la liturgia y desde las parroquias: que hubiera más momentos de silencio en las misas, que las iglesias estuvieran abiertas más tiempo, que hubiera más adoraciones eucarísticas y otros actos similares. Pero si no nos dan estas facilidades, tendremos que coger el camino difícil. Lo que no podemos hacer es olvidarnos de lo sagrado.

domingo, 17 de enero de 2016

Fuego bendito… o no

Vigilia Pascual de 2015. Empezamos con la Liturgia del Fuego y salimos a la entrada de la iglesia, donde ardía un pequeño fuego.  Nos pusimos alrededor. El celebrante leyó la lectura y bendijo las llamas. Tocaba encender el Cirio Pascual. El celebrante lo intentó una vez, dos veces, sin éxito. No hubo un tercer intento: se metió la mano en el bolsillo, saco su mechero, hizo una bromita ante las risas de algunos de los presentes y encendió el Cirio Pascual con su mechero. Mi mujer y yo, y espero que algunos más,  quedamos consternados. Los fieles tomaron el fuego del cirio para encender sus velas –aunque supongo que algunos tomaron ejemplo del celebrante y usaron otras fuentes– y volvimos en procesión a nuestros asientos.

Algunos pueden pensar que es una exageración por mi parte quedar consternado, horrorizado incluso, por el uso de un mechero para encender el Cirio Pascual. ¿No es un simple detalle, poco estético quizá, pero sin importancia? En absoluto. Esta desconsideración por lo sagrado ataca la esencia de la Vigilia Pascual, la más importante del año. Y la ataca de dos maneras, una más superficial y otra muy profunda.

En toda liturgia hay dos vertientes, una psicológica y otra sagrada. La vertiente psicológica nos ayuda a ser parte de algo más grande que nosotros mismos y a que penetre en nosotros las ideas y sentimientos que se desarrollan dentro de ella. Esto no es diferente de casi cualquier acto social: los hinchas se ponen una bufanda del color del equipo y saltan en la fuente establecida, siempre la misma, cuando se ha producido una gran victoria. Es su manera de celebrar juntos la grandeza de tu equipo (y de sentirse parte de esa victoria). Las empresas montan retiros al inicio del curso, o al empezar un gran proyecto, para que los empleados se sientan parte de la empresa y del proyecto y trabajen de forma más comprometida en él. Y en el caso  de la Liturgia del Fuego, alumbramos nuestras velas a partir del fuego bendecido, y entramos todos en procesión iluminando el templo con nuestra luz, iluminando nuestras almas con este fuego nuevo ya que gracias a la Resurrección de Cristo vamos a convertirnos en hombres nuevos, nacidos de una fuente sagrada. Nuestro estado espiritual sería completamente diferente si en vez de hacer todo esto, nos quedamos cómodamente en nuestros asientos y cada uno encendiera su vela. 

Desde esta vertiente psicológica el uso del mechero rompe el relato. La estética sufre, pero tampoco es excesivamente importante. Pocos fieles debieron sentirse molestos por ello. El fuego no es el que toca, pero entramos igual, iluminando el templo y nuestras almas.

Pero si entramos en la vertiente de lo sagrado, esta actuación del celebrante fue mucho más grave. Para él no había diferencia alguna entre el fuego que acababa de bendecir y el fuego de su mechero. Y nos lo hizo patente a todos. Pero entonces, la lectura, la bendición, ¿qué habían sido? Una pantomima, unos gestos vacíos, sin transcendencia alguna. Y si seguimos este hilo lógico, la conclusión es aterradora.

¿Qué es la Liturgia de la Palabra? Lecturas de libros que “están bien”, cultural y moralmente  interesantes, pero nada más. No la Palabra de Dios. Y por lo tanto podemos saltarnos alguna lectura o el salmo, cantando una canción que no es un salmo ni nada, o leer algún texto de un santo, o de un filósofo (lo he visto hacer), o incluso el Imagine de John Lennon (esto aún no). Y la homilía puede no ser una reflexión de lo que hemos leído. Puede ser un  sermón del predicador con contenido más político y social que religioso.

¿Y la liturgia de la Mesa? Más palabras y gestos con cada vez menos transcendencia. Sólo unos pocos nos arrodillamos durante la consagración. ¿Arrodillarnos ante qué?¿Dios que baja al altar? Si no creemos que baja, para qué arrodillarnos. Durante la comunión no recibimos a Cristo, simplemente lo cogemos y nos lo comemos por el camino (total, es un trozo de pan raro). Y después, no saboreamos el momento en el que tenemos a Dios tan cerca, sino que  nos sentamos a digerir y esperamos impacientes el momento de marcharnos.

Esta es la consecuencia lógica de lo que es la misa si eliminamos lo sagrado. Como he dicho: aterrador.

Alguno podría pensar que lo importante es lo psicológico: el sentirnos más humanos, parte de la comunidad. Pero sin lo sagrado, lo psicológico tiene muy poco recorrido. Mientras reflexionaba sobre esta entrada me he acordado de una película  bastante famosa cuando era joven, Quadrophenia. En ella nos muestra la vida de Jimmy, un joven londinense, desarraigado de todo excepto de su grupo, los Mods. Lo que caracterizaba a los Mods era la ropa que llevaban, el peinado que lucían, las motos que conducían y su odio a los Rockers. Interiormente no tenían nada, como muestra su grito de guerra: “We are the Mods, we are the Mods, we are the, we are the, we are the Mods” (“Somos los Mods, somos los Mods, somos los, somos los, somos los Mods”). Los Mods no son los Rockers y los Rockers no son los Mods. Esa es la esencia de ambos. Al final de la película Jimmy se da cuenta que los Mods no son nada, una cáscara vacía. Y se suicida.

Sin llegar a este extremo, ¿qué hace la gente cuando ve, cuando los mismo celebrantes y fieles le demuestran, que la liturgia es una pantomima sin transcendencia? Se van. Muchos ya lo han hecho. Pero su vacío interior queda. La sociedad vacía queda.


domingo, 3 de enero de 2016

Inicio

Este verano, en un bar, escuché una noticia por la televisión que había puesta. El obispado de Sevilla había creado normas sobre qué ropa era o no aceptable para la gente que quisiera visitar la catedral. Durante la noticia apareció  una breve entrevista a un representante del obispado que explicó el motivo de la normativa. Su argumento era básicamente que había una forma de vestir adecuada para cada cosa y que lo que era adecuado para ir a la playa, no lo era para otros sitios. Tras escucharle me vino a la cabeza la siguiente frase:

"¿Tanto te cuesta utilizar la palabra sagrado?"

Porque su argumento la podía haber dicho igual el director de un museo o un teatro. Para ser justo debo reconocer que a lo mejor lo dijo y los editores de las noticias lo cortaron. Pero me sorprendería. He oído muchos argumentos similares de sacerdotes y obispos (en directo y sin cortes) y he visto sus actuaciones en liturgias y fuera de ellas y el concepto de lo sagrado no aparece, o sólo de forma muy amortiguada, ni en palabras ni en obras. Que un concejal no use la palabra sagrado me parece bien, que no lo use un representante del obispado me preocupa.

He oído homilías donde se habló mucho más de John Lennon que de Jesucristo; hace años que no hay agua bendita en las a la entrada de muchas parroquias; ya no nos arrodillamos en el momento de la consagración (incluso han quitado los reclinatorios en casi todas las iglesias); encontrar un horario de misas es a veces tarea imposible… y así muchas cosas.

"¿Y qué más da todo esto?" os podéis preguntar. "Todo esto" es lo que separa una corriente filosófica de una religión. Es lo que separa una forma de vivir de una forma trascendental de vivir. En el cristianismo no buscas actuar tú, sino que actúe Dios por medio de ti. Sin lo sagrado, el cristianismo se convierte en actuación primera del hombre, y el hombre puede muy poco. Sin lo sagrado el cristianismo no merece la pena.

Me he decidió a empezar este blog para explorar esta importancia de lo sagrado en nuestras vidas. Me sería muy fácil hacer un blog acusatorio y condenatorio de todo lo que veo y que me parece mal. Quizá me ayudara a expulsar bilis, pero sería un blog feo e inútil. Lo que busco es entender mejor para poder explicarme mejor. Yo noto a faltar lo sagrado en muchos ámbitos de mi vida. Peor aún, en muchos ámbitos religiosos de mi vida. Siento esta falta pero no la entiendo. No entiendo bien por qué es tan importante lo sagrado. Espero que escribiendo sobre ello, y con la ayuda de mis lectores (si es que tengo alguno), pueda entender mejor y defender mejor la presencia de lo sagrado en medio de nosotros.


Hoy empieza el viaje. Veremos cuando y donde acaba