miércoles, 21 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - VI a

Tiene más sentido la religión católica que la ortodoxa o las protestantes

Hasta aquí he expuesto por qué tiene más sentido la existencia de Dios que su inexistencia; por qué tiene más sentido que haya un sólo Dios que varios y por qué tiene más sentido el cristianismo que el judaísmo o el islam. Voy ahora a exponer por qué, entre las religiones cristianas, la católica es la que tiene más sentido. Hoy la compararé con la religión ortodoxa y en la próxima entrada lo haré con las denominaciones protestantes.

La mejor manera que conozco para entender lo que es la iglesia ortodoxa y sus diferencias con la católica es explicando la historia antigua del cristianismo. Vamos allá. 

En los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de S. Pablo e incluso el Apocalipsis, vemos cómo la Iglesia tuvo que dotarse de una organización y procedimientos de funcionamiento desde el principio. Prácticamente lo primero que hicieron los apóstoles fue elegir un sucesor a Judas Iscariote (Hechos 1, 15–26), estableciendo así que los apóstoles no son sólo los que Cristo eligió, sino que es un ministerio de la Iglesia que debe permanecer a lo largo de su historia. A eso se llama la sucesión apostólica y llega hasta nuestros días en los obispos, que son los sucesores de los apóstoles. Después, en cuanto la Iglesia creció un poco establecieron el ministerio de diácono (Hechos 6, 1–7), con responsabilidades diferentes a la de los apóstoles, estableciendo así una estructura jerárquica. 

En cuanto empezaron a evangelizar fuera de Jerusalén, los apóstoles establecieron iglesias, comunidades de creyentes. Por las dificultades de comunicación de aquellos tiempos, estas comunidades tenían que ser algo autónomas, pero los apóstoles ponían a alguien al “mando” de la Iglesia: en la primera carta a Timoteo vemos cómo S. Pablo dejó a Timoteo al mando de la iglesia de Éfeso y la carta son consejos a que le da para que pueda cumplir bien su labor. Además, los apóstoles mandaban cartas a las iglesias para aconsejarlas, guiarlas, a veces regañarlas. Esto lo vemos en todas las epístolas y el principio del Apocalipsis.

Vemos también en los Hechos que  cuando aparecían situaciones que exigían determinar la doctrina de la Iglesia, los apóstoles se reunían en concilio para discutir y decidir la cuestión. El primer concilio fue el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), en el que se determinó que los gentiles podían acceder al cristianismo sin tener que pasar primero por el judaísmo y que por lo tanto no estaban sujetos a las leyes y costumbres judías.

Al principio el centro del cristianismo estaba en Jerusalén, pero al expandirse, fue necesario crear otros centros de la Iglesia. En los Hechos mismos se habla de Antioquía, donde había profetas y doctores que guiaban al pueblo. Estos centros principales recibieron más adelante el nombre patriarcados. En el S. VII había cinco: Jerusalén, Antioquía, Roma, Alejandría y Constantinopla. A la cabeza de cada patriarcado había un patriarca. El patriarca de Roma era el Papa y, como sucesor de Pedro, tenía una primacía, al menos moral, sobre los demás.

Como he dicho antes, los patriarcados tenían mucha autonomía. Había una unión doctrinal, establecida y guiada por los diferentes concilios que se fueron celebrando, a las que los cinco patriarcados enviaban representantes. Donde sí había variaciones era en los procedimientos de actuación (lo que se llama la disciplina) y la liturgia. Por ejemplo, en las iglesias del este se permitía que hombres casados accediesen al sacerdocio, mientras que en el oeste se prefería que fueran solteros y célibes (Nota: nadie permite que un sacerdote se case; lo que algunos permiten es que hombres casados sean ordenados sacerdotes). También variaba el idioma usado en la liturgia: latín en Roma, y griego en los demás sitios.

En el S. VIII, debido a la invasión musulmana de Palestina y norte de África, sólo quedaron dos patriarcados: Roma y Constantinopla. En esos momentos el emperador del imperio romano residía en Constantinopla y era la gran ciudad del imperio. En cambio Roma era una ciudad muy venida a menos y que había sido atacada e incluso invadida por los bárbaros varias veces. El patriarca de Constantinopla tenía una estrecha relación con el emperador y el poder temporal, mientras que el Papa era mucho más independiente del poder temporal (quizá a la fuerza: no había ningún poder temporal fuerte en la zona). Las diferencias de disciplina iban creando tensiones. Además, el patriarca de Constantinopla tenía cada vez más problemas para admitir la primacía de Roma. No sólo estaba en la capital del imperio y era cercano al emperador, nótese que los primeros concilios (Nicea, Calcedonia, Constantinopla), se habían celebrado en el patriarcado de Constantinopla. 

Las tensiones fueron aumentando y apareció una primera diferencia doctrinal: la claúsula filioque. Casi lo podemos considerar un tecnicismo teológico: la cuestión es si el Espíritu Santo depende sólo del Padre (como defendían en el este) o si del Padre y del Hijo (filioque es “y del Hijo” en latín). Se llegó a un punto de ruptura y en 1054 el Papa y el Patriarca de Constantinopla se excomulgaron mutuamente, rompiendo la unión. Esto es el Gran Cisma de Oriente, que dividió a la Iglesia en dos: los Católicos (“universales”) y los Ortodoxos (“de recta doctrina”).

Como vemos, la ruptura tuvo lugar debido a diferencias de disciplina (procedimientos, liturgia, y sobre todo relación con el poder temporal), a un tecnicismo doctrinal, y a una agria discusión sobre si el poder de los patriarcas era inferior al del Papa o no. Visto desde la distancia más parece una trifulca familiar que una ruptura por cuestiones esenciales. Pero los odios y las divisiones familiares a veces llegan muy hondo y son muy difíciles de sanar. Han pasado mil años y no ha vuelto la unión. Recientemente han habido gestos de acercamiento: S. Juan Pablo II hizo entrega de las reliquias de S. Juan Crisóstomo y S. Gregorio Nacianceno (dos Padres de la Iglesia de origen oriental) que se guardaban en el Vaticano, para que pudieran ser venerados por la Iglesia Ortodoxa. Y en 2006 Benedicto XVI y el patriarca Bartolomeo I levantaron las excomuniones de 1054. 

La Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas tiene mucho en común: ambas mantienen la sucesión apostólica (el linaje de sus obispos desciende en ambos casos hasta los Apóstoles), tienen los siete Sacramentos, las diferencias doctrinales son mínimas (la claúsula filioque y poco más). La diferencia más visible es que hay una sola Iglesia Católica, mientras que hay 14 o 15 (según a quién preguntes) Iglesias Ortodoxas, cada uno con su patriarca. Los patriarcas son independientes uno de otro, y cada iglesia obedece sólo a su patriarca, aunque reconocen una primacía moral al patriarca de Constantinopla. 

¿Entonces, qué es lo que da más sentido a la Iglesia Católica que a las Ortodoxas? En el programa Pints with Aquinas Matt Fradd preguntó una vez a un converso al catolicismo (no me acuerdo de quién era el invitado y hay tantos programas que no lo puedo encontrar) si había considerado hacerse ortodoxo (Nota de 29/1/23: el converso era Scott Hahn. He aquí el clip con la respuesta del Dr. Hahn). Le respondió que sí, pero que lo que le inclinó al catolicismo era que uno no puede hacerse miembro de la Iglesia Ortodoxa sin adjetivo, sino que tiene que hacerse de alguna Iglesia Ortodoxa concreta: ortodoxo ruso, ortodoxo ucraniano, ortodoxo griego… y que él podía aceptar la doctrina ortodoxa sin problemas, pero no veía por qué tenía que aceptar a la vez costumbres nacionales que le eran ajenas. Aunque no lo puso así, si uno quiere hacerse ortodoxo “neutro”, lo más cercano es hacerse católico.

Y los problemas de este nacionalismo inherente en las Iglesias Ortodoxas la podemos ver ahora mismo debido a la guerra entre Rusia y Ucrania. No es que los patriarcas respectivos apoyen la guerra, pero al leer sus declaraciones ves que son iglesias nacionales y tienen que hacer encaje de bolillos para ser ortodoxo”, pero también  “ruso” o “ucraniano”. La Iglesia Católica, más alejada del poder temporal y de carácter universal, no tiene este problema: se busca la justicia y la paz y no la victoria de “los míos” (naturalmente, cada fiel, sacerdote u obispo sí que tiene su nacionalidad, pero se convierte en una cuestión personal y no de la Iglesia en sí).

En resumen, la Iglesia Católica y las Iglesias Ortodoxas se parecen mucho y su separación se asemeja más a una trifulca familiar que a diferencias esenciales irreconciliables. Pero la universalidad de la una Iglesia Católica marca la diferencia ante el nacionalismo inherente en las diferentes Iglesias Ortodoxas. Es por eso que la Iglesia Católica tiene más sentido que las Ortodoxas.


miércoles, 14 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - V b

 Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios

En la entrada anterior comparamos el concepto de Dios del cristianismo con el del islam. Pero si queremos comparar el cristianismo con el judaísmo no hemos de comparar dos conceptos de Dios, pues estamos hablando del mismo Dios, sino que hemos de comparar las dos visiones que tienen estas dos religiones de Dios. De esto trata esta entrada.

Está muy extendida la idea errada de que el judaísmo actual es el mismo que en tiempos de Cristo. Se piensa que el cristianismo se escindió del judaísmo mientras que éste siguió sin cambios.  No es así: en el año 70, con el asedio y la destrucción de Jerusalén y su templo por el general (y después emperador) Tito, el judaísmo sufrió un enorme golpe y prácticamente desapareció. Resurgió unos dos siglos después pero con cambios. Una prueba de ello es la escritura de un nuevo libro fundamental, el talmud, que son un conjunto de discusiones rabínicas sobre la ley, tradiciones, parábolas, etc. Este libro se escribió con este renacer, entre los siglos III y V. Por lo tanto el judaísmo actual tiene origen en el que existía en tiempos de Cristo, pero presenta cambios. Si se quiere distinguir entre ambos, al actual se le llama judaísmo talmúdico o judaísmo rabínico.

En el talmud se habla de Jesús y se niega su divinidad. Y esto es la clave que nos permite distinguir entre las dos visiones de Dios: ¿es Jesús el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, o no?

Una manera de abordar esta cuestión es la que usan C.S. Lewis y el Venerable Fulton Sheen. Leyendo los Evangelios y mirando lo que Jesús dijo de sí mismo sólo tenemos tres opciones: (a) Jesús es quien dice ser, el Hijo de Dios; (b) Jesús es un demente, con delirios de ser Dios; o (c) Jesús es un embaucador, que engaña a sus seguidores. No hay otra opción. En particular, Jesús no puede ser sólo un maestro, especialmente iluminado por Dios: Él mismo niega esta posibilidad. Por ejemplo, públicamente perdona pecados (Mc 2, 5–12), cosa que sólo Dios puede hacer. Y durante su juicio ante el Sanedrín guarda silencio ante todas las acusaciones excepto una: la de ser Hijo de Dios. Y ante Pilatos hace lo mismo, aunque cambia lo de Hijo de Dios por algo que Pilatos pueda entender: rey de los Judíos. 

Esta misma escena del juicio hace poco razonable que Jesús fuera un embaucador: un timador no sigue con sus engaños cuando claramente se juega ser torturado y morir en la cruz, la muerte más horrible que tenían. Tuvo muchas posibilidades de escapar de este destino y no lo hizo.

Nos queda la última posibilidad, que Jesús fuera un loco que deliraba. Pero hacía milagros, milagros que incluso sus enemigos reconocían, aunque los atribuían al demonio. Y tras su muerte, sus seguidores no se dispersaron.  Esto lo destaca en Hechos 5, 34–39 el fariseo y doctor de la ley Gamaliel, que aconseja no hacer nada contra los apóstoles, pues “si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá; pero si viene de Dios, no podréis disolverlo”. Es el mismo argumento que usa Sto. Tomás de Aquino contra el Islam y que exponía en la entrada anterior: el que, bajo persecución, los apóstoles y sus descendientes difundieran el cristianismo a todo el mundo conocido en pocos años es una muestra de que es de origen divino.

Esto hace que la opción más razonables sea que Jesús era Hijo de Dios, y por lo tanto, a pesar de las dificultades intelectuales que introduce el concepto de la Santísima Trinidad, y que ya discutimos, tiene más sentido la visión cristiana de Dios, con sus tres personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que la visión judía.

He argumentado hasta el momento que Dios existe, que sólo hay un Dios, y que de las tres grandes religiones monoteístas, el cristianismo es el que tiene más sentido. Pero, desgraciadamente, hay divisiones entre los cristianos y tenemos los católicos, los ortodoxos y los protestantes. En las próximas entradas, ya las últimas de la serie, argumentaré por qué el catolicismo tiene más sentido que las otras dos opciones cristianas.


viernes, 2 de diciembre de 2022

Por qué soy católico - V a

Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios

En este punto del recorrido hemos llegado a la conclusión que tiene más sentido que exista alguna deidad a que no exista y que tiene más sentido que exista un sólo dios a varios. También hemos visto que no es un problema no entender totalmente la esencia de Dios, pues Dios ha de ser más que lo que puede comprender el intelecto humano. Luego hay un sólo Dios. Tenemos 3 principales religiones monoteístas: el cristianismo, el islamismo y el judaísmo. Vamos a comparar el cristianismo con las otras dos y veremos que tiene más sentido ser cristiano que de religión judía o musulmana. 

En esta entrada compararemos el cristianismo con el islamismo. Usaré dos argumentos, uno de William Lane Craig y otro de Sto. Tomás de Aquino.

El concepto de Dios

William Lane Craig es un apologista evangélico, que ha estudiado a fondo la existencia de Dios y lo expone brillantemente en conferencias y debates fácilmente obtenibles en YouTube. Hay un fragmento (en inglés) en el que responde a la pregunta de un musulmán sobre el concepto de Dios en ambas religiones. En ella expone que considera que el concepto cristiano de dios es de un dios superior al musulmán. Explica que Dios, tal y como nos lo mostró Jesucristo, es superior al concepto de Allah que aparece en el Corán. 

La diferencia esencial es que Jesucristo es un ser que ama de forma incondicional, imparcial y universal, mientras que el amor de Allah es parcial y condicional, debes ganártelo. Y no es universal, pues no ama a los pecadores. En el Corán se repite una y otra vez que Allah no ama a los infieles que no creen en él, que no ama a los pecadores, que no ama a los de dura cerviz, que sólo ama a sus fieles. Expone que el concepto de un Dios que ama de forma incondicional, imparcial y universal es superior, y concluye: “Creo que el concepto de Dios en Islam es moralmente inadecuado”.

La difusión de la religión

Otra forma de comparar Dios con Allah es a través de la difusión de la religión resultante. La mejor comparación que conozco entre ambas religiones la escribe Sto. Tomás de Aquino en el capítulo VI de su Summa contra Gentiles. Compara la difusión del catolicismo, y su concepto de Dios, con la del Islam, y su concepto de Allah. 

La idea básica es que la difusión de la religión católica, predicha por los profetas, hecha por gente inculta, entre peligros y persecuciones, sin prometer nada en este mundo ni de este mundo, es de inspiración divina, mientras que el del Islam, que no fue predicha, hecha esencialmente por las armas y que promete placeres carnales en este mundo y en el otro, tiene una pinta mucho más humana. Es una argumentación corta y contundente. Muestro aquí un resumen, pero recomiendo leer el capítulo entero: son sólo 4 párrafos.

Empieza describiendo como la religión católica se difundió de forma milagrosa “de tal manera que los ignorantes y simples, llenos del Espíritu Santo, consiguieron en un instante la máxima sabiduría y elocuencia.  En vista de esto, por la eficacia de esta prueba, una innumerable multitud, no sólo de gente sencilla, sino también de hombres sapientísimos, corrió a la fe católica, no por la violencia de las armas ni por la promesa de deleites, sino en medio de grandes tormentos, en donde se da a conocer lo que está sobre todo entendimiento humano”. Añade “Y que esto no se hizo de improviso ni casualmente, sino por disposición divina, lo manifiestan muchos oráculos de los profetas […] en el que Dios predijo que así se realizaría”.

Esto lo compara con la difusión del Islam por Mahoma: “que sedujo a los pueblos prometiéndoles los deleites carnales, a cuyo deseo los incita la misma concupiscencia.  […]  No presentó más testimonios de verdad que los que fácilmente y por cualquiera medianamente sabio pueden ser conocidos con sólo la capacidad natural. […] No adujo prodigios sobrenaturales, único testimonio adecuado de inspiración divina, ya que las obras sensibles, que no pueden ser más que divinas, manifiestan que el maestro de la verdad está interiormente inspirado.  En cambio, afirmó que era enviado por las armas, señales que no faltan a los ladrones y tiranos.  Más aún, ya desde el principio, no le creyeron los hombres sabios, conocedores de las cosas divinas y humanas, sino gente incivilizada, habitantes del desierto, ignorantes totalmente de lo divino, con cuyas huestes obligó a otros, por la violencia de las armas, a admitir su ley.  Ningún oráculo divino de los profetas que le precedieron da testimonio de él.”

He visto otras comparaciones entre el cristianismo y el islamismo pero considero que estas dos bastan para mostrar con claridad que tiene más sentido el cristianismo y Dios, que el islamismo y Allah. 

En la próxima entrada compararemos dos visiones del mismo Dios, el que tiene los cristianos y los judíos.