domingo, 21 de marzo de 2021

Cortar cabezas no es la solución

 Siguen las reacciones a la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe  sobre la bendición a parejas homosexuales. Muchos piden la intervención drástica del Vaticano ante la rebelión de los sacerdotes alemanes y austríacos y la declaración de algunos obispos. Y no sólo laicos escandalizados, sino incluso obispos, como Monseñor Egan, de Portsmouth (GB).

Por un lado no es agradable ver esta furia; por otro, es un alivio ver que estamos vivos y que nos importa el estado de la Iglesia. Ante declaraciones públicas contrarias a la doctrina es necesario, fundamental, que haya una acción pública de la Jerarquía, no tanto por una cuestión de justicia, como para proteger a las almas de los fieles, sobre todo los que están bajo la autoridad de tales pastores. “Hirieron al pastor y se dispersaron las ovejas” dice la Escritura. Ahora no es que hayan herido al pastor, sino que el pastor se ha declarado lobo. El peligro no es que se dispersen las ovejas, sino que el pánico nos lleve al abismo.

Pero aunque es imperativa una intervención pública ajustada al escándalo, eso no basta. El problema no es un obispo rebelde o unos sacerdotes desobedientes. El problema es mucho más hondo. Estamos en un pozo profundo, que llevamos muchos años cavando. No empezó en el Vaticano II, sino antes. Algunos ponen el inicio en la Ilustración y la Revolución Francesa, otros en la Primera Guerra Mundial. Es igual. Han sido necesarios muchos años para llegar tan hondo y van a ser necesarios otros tantos para salir.

Y aunque los obispos y el Papa tiene una mayor responsabilidad en guiar el camino, no es cosa sólo de ellos. Ni siquiera principalmente de ellos. La historia del catolicismo nos muestra cómo las grandes reformas son lideradas a menudo por religiosos con muy poca autoridad eclesial, como S. Francisco, Sta. Catalina de Siena, Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, S. Ignacio de Loyola o Sta. Teresa del Niño Jesús. Ahora los veneramos como grandes santos y admiramos su influencia, pero ellos empezaron siendo monjas y frailes en pequeños conventos de pueblos y ciudades de provincias. Y otras monjas, frailes y seglares, muchos ya olvidados, fueron sus primeros sostenes y valedores. Las jerarquías se unieron después. ¿Queremos salir del pozo? Pues tenemos que ponernos a ello. No necesitamos una invitación personal de nuestro obispo.

¿Qué podemos hacer? Lo primero que podemos hacer es lo que ha hecho la Iglesia siempre: rezar, ir a misa, ayunar, mortificarnos, ofrecer nuestros sacrificios al Señor. Es importante que lo hagas, pero no lo hagas por hacer: como decía S. Juan de la Cruz, cuyas mortificaciones eran legendarias, sufrir sin sentido nos convierte en animales. Si un día no desayunas o bajas la temperatura de la ducha, no te olvides de ofrecer este sacrificio al Señor para reparación de los males de la Iglesia. Y lo mismo al rezar o ir a misa: ofrece el rosario o la misa por la Iglesia o el Papa o tu obispo. Hazlo todo con sentido.

Una segunda cosa que podemos hacer es estudiar. Nos quejamos del mal conocimiento de la Doctrina, pero ¿cuál es tu nivel? Estudia el Catecismo de la Iglesia Católica, o al menos el Compendio. No basta con una lectura, sino que es necesario el estudio. Además hay blogs, canales de YouTube, etc. con explicaciones de grandes maestros presentes y pasados. 

Estudia la Biblia. Otra vez, no basta con leerla. Mi director espiritual me recomendó leer los comentarios de S. Agustín, S. Juan Crisóstomo u otros Padres de la Iglesia. Le esto muy agradecido por tan gran recomendación.

Y con la fuerza que nos venga de la oración y el estudio, debemos actuar. Primero en nuestras familias. Por ejemplo, mi hijo, como tantos otros, convive sin estar casado. Además de rezar por él, y por ella, cuando veo un buen video sobre el matrimonio católico, se lo mando; le he regalado el libro Son tres los que se casan, del Venerable Fulton Sheen; cuando viene de visita por vacaciones, hablo con él y le pido que se case; y si vienen los dos, duermen en habitaciones separadas. Lanzo semillas, rezo y espero que el Señor, la Virgen, S. José y todos los santos a los que los he encomendado, ayuden a que germinen y florezcan. Y, según nuestras fuerzas y habilidades, podemos tener actuaciones similares en nuestras parroquias, trabajo, grupos de amigos. 

Yo no estoy llamado a grandes cosas. Como dice el S. 130 “no pretendo grandezas que superan mi capacidad”. Me conformo con las pequeñas. Pero estas pequeñas hay que hacerlas. Si no, no mejoraremos, y será, en parte, por mi culpa.



viernes, 19 de marzo de 2021

Bendiciones a la carta

 En estos últimos días hemos tenido la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe indicando que la Iglesia no puede bendecir la unión entre homosexuales, pues Dios no puede bendecir algo que siempre ha sido, es y siempre será, un pecado grave. Algunos, como el Padre Jorge González Guadalix, ha comentado que la nota de la Congregación no ha hecho más que detallar lo que es evidente. Pero ha habido airadas reacciones, como la de Mons. Johan Bonny, obispo de Amberes, diciendo que se siente avergonzado de la Iglesia, o la de un grupo de sacerdotes alemanes y austríacos, indicando que lo van a seguir haciendo.

Yo no entiendo estas dos reacciones. No entiendo la de Mons. Bonny, pues parece que cree que el Magisterio de la Iglesia es algo que puede modificarse según el sentimiento de la sociedad. Y no entiendo la de los sacerdotes alemanes pues parece que creen que pueden forzar a Dios a bendecir una unión porque a ellos les parece bien. Yo no soy teólogo y quizá esté muy equivocado, pero lo veo clarísimo. 

Dios quiere el bien del hombre y las Leyes de Dios son las que nos llevan a la vida. El hombre de hace 2000 años es el mismo que el de ahora, su cuerpo es el mismo, su cerebro es el mismo, sus ansias son las mismas, sus instintos son los mismos.  Por lo tanto lo que era bueno, lo que le llevaba a la vida, hace 2000 años es lo mismo que lo que le lleva a la vida ahora. En cambio, la sociedad es un conjunto de hombres y como tal no busca nuestro bien y nuestra vida. Basta leer un poco de historia: la sociedad ha fomentado corrupciones, concupiscencias, desenfrenos, muerte, esclavitud. Si la sociedad ha cambiado y te empuja hacia objetivos distintos a los que Dios te ha puesto a través de las Escrituras, la Tradición y el Magisterio, ¿cómo vas a seguir a la sociedad?

Y después está la enorme soberbia de aquellos que creen que todos los anteriores a ellos, todos los santos, todos los Doctores de la Iglesia, estaban equivocados. Durante 2000 años estaban todos ciegos, y no entendían de moral, de las necesidades humanas, del bien y del pecado. Parece que piensan “Menos mal que hemos llegado nosotros, que por fin vemos las cosas con claridad divina”. Tanta estupidez me abruma.

Y después los sacerdotes alemanes y austriacos, que al menos hay que alabarles la honestidad de decir las cosas públicas y claras. Dicen que van a seguir bendiciendo estas uniones homosexuales. Pueden seguir diciendo las palabras y haciendo los gestos y siguiendo los ritos, ¿pero se creen que Dios va a bendecir el pecado? ¿Qué Dios va a hacer lo que ellos le ordenen? Se bendice para conseguir una gracia de Dios, un bien. ¿No ven que no van a conseguir bien alguno, que la pobre pareja no va a conseguir ninguna gracia sobrenatural, sino todo lo contrario, que él y ellos van a dar un gran paso hacia la condenación de sus almas? 

¿Cómo no lo ven?

La única explicación que se me ocurre es que no tienen ningún sentido de los sobrenatural y lo sagrado, que la misión de la Iglesia es puramente temporal. No hay gracia de Dios, quizá no ni siquiera crean que existe el alma. Así,  la bendición no es más que un signo mundano para que los sujetos se sientan bien y para señalar a “la sociedad” que la institución (en minúscula), aprueba de su compromiso y forma de vida y les desea parabienes. No sé si creen que Dios existe, o si sólo creen que está muy lejos y no interviene en las cosas de la tierra. No me extrañaría que en el fondo consideraran a Cristo simplemente como un guía espiritual, un filósofo y buen hombre. Desde luego actúan como si así fuera.

Y también queda patente que la mala catequesis, que ha dado lugar a un bochornoso desconocimiento de los fundamentos de la Doctrina Católica, no es algo que sufren sólo los laicos. Muchos sacerdotes y obispos parecen desconocer –o despreciar– lo más básico del Catecismo de la Iglesia Católica.

Lo único que se me ocurre es pedir que roguemos por el Papa y la Iglesia. Como dice la epístola de Santiago, “mucho puede la oración intensa del justo”. A mí no se me puede considerar justo, pero mi oración intensa, que no falte.