miércoles, 29 de junio de 2022

Por qué soy católico - I

Introducción

Cuando nacemos recibimos de nuestros padres, nuestra comunidad y nuestro país un idioma, unos hábitos alimenticios, una forma de vestir, unas costumbres y una religión (en sentido amplio: en este escrito considero el ateísmo como una religión). Y así los españoles hablamos español, comemos paella, nos gusta el fútbol y somos católicos. Mientras que en la India hablan hindi, comen curry, les gusta el cricket y son hindúes. 

De toda esta cultura la religión es la única que trasciende esta vida. No nos vamos a pasar buena parte de nuestra vida reflexionando sobre las paellas de los domingos pero sí que deberíamos reflexionar profundamente sobre nuestras creencias religiosas. Desgraciadamente, para muchos su religión es una “manifestación cultural” más, sin mayor importancia, y aceptan por defecto la que les viene de nacimiento. No se dan cuenta que esta vida, y sobre todo la que viene después de la muerte, dependen de de como su religión marca su vida.

La forma más natural de reflexionar sobre las religiones consiste en profundizar en los principios de tu “religión de cuna”. Primero, a través de la catequesis infantil, siguiendo con los libros sagrados de tu religión y otros libros o conferencias sobre aspectos concretos. En el caso de un católico esto incluye conversaciones con sacerdotes y la lectura de la Biblia, del Catecismo, de libros de teología y de libros de vidas de santos. Estas reflexiones te llevarán a confirmar tu religión de partida o puede llevarte a cambiar de ella.

Este proceso no es necesariamente premeditado.  En mi caso, tras la catequesis de primera comunión y las clases de religión del colegio, empezó con el ingreso en un grupo de jóvenes de la parroquia, a atender cursillos y conferencias que se iban dando en mi zona, a largas conversaciones con sacerdotes y a la lectura de libros muy variados. Tras una “travesía del desierto” de más de 30 años en el que sólo iba a misa los domingos (ni siquiera rezaba), la Virgen me hizo darme cuenta de la desolación de mi alma y volví al estudio del catecismo, la lectura de libros y a atender charlas (ahora mayoritariamente videos de Internet).

Yo soy católico de nacimiento pero no católico como opción por defecto: mis experiencias personales y mis reflexiones me han confirmado en la idea de que el Catolicismo es la única religión verdadera. No soy un “católico cultural” sino un católico convencido. Pero era un convencimiento interno: si alguien me hubiera pedido que le explicara por qué soy católico, no hubiera sabido qué contestar. Y eso está mal, pues S. Pedro nos dice “Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza,” (1 Pe 3, 15).

Por eso, desde hace unos meses he estado intentando explicarme razonadamente por qué soy católico y lo tengo ya suficientemente maduro para hacer una serie de entradas en este blog con mi respuesta. Es una respuesta razonada, que acude a la razón. Probablemente soy católico más por mi experiencia de Dios, por cómo responde a mis oraciones, por lo que pasa dentro de mí en las horas que paso ante el sagrario y la custodia. Eso no se puede explicar. Pero la respuesta razonada a mi fe no es un motivo secundario, sino el que complementa, refuerza y ancla mis sentimientos y experiencias.

Entonces, ¿por qué soy católico? Soy católico porque de todas las opciones que hay, el catolicismo es la que tiene más sentido. Esto requiere muchas explicaciones. En particular detallaré que:

  1. Tiene más sentido que exista dios a que no exista
  2. Tiene más sentido que haya un sólo dios a que haya varios
  3. Tiene más sentido el Dios cristiano que Allah o que la visión judía de Dios
  4. Tiene más sentido la religión católica que la ortodoxa o las protestantes
y también, aunque no sé muy bien dónde ponerlo:
  • Tiene más sentido el misterio que entenderlo todo
¿He estudiado todas las demás religiones para asegurar que el catolicismo es la única verdadera? No. Pero tampoco es necesario.  Por ejemplo, no sé casi nada del dragón de Komodo: no sé qué come, cuánto vive, cuánto pesa, si puede nadar o no, pero lo sé distinguir sin dificultad alguna de un antílope, una vaca, un atún o un águila. No estamos hablando de pequeñas variaciones de matiz. Hay tanta o más diferencia entre el catolicismo y el animismo que entre un dragón de Komodo y una jirafa. Las respuestas a las preguntas que he indicado me bastan para llegar a la conclusión. 

Comencemos, pues, este camino que me llevará a dar explicación de una razón de mi esperanza.

domingo, 12 de junio de 2022

Abriendo y cerrando puertas a Satanás

Una vez escuché una entrevista a un exorcista y comentaba que ahora es mucho más difícil expulsar a un demonio que lo era antes. Explicaba que el poder del exorcista proviene de la Iglesia y que en esta época en que hay poca virtud y mucho pecado se suelen necesitar muchas sesiones cuando antes bastaba con una o dos.

No nos suelen hablar de la componente comunitaria del pecado: somos parte del Cuerpo Místico de Cristo, por lo tanto cuando pecamos no sólo causamos daño a nuestra propia alma, sino que dañamos todo el Cuerpo Místico. Para hablar de lo más llamativo: la guerra de Ucrania no es sólo culpa de Putin (o de quién sea) sino que nosotros, a través de nuestro pecado y falta de virtud, también contribuimos. Como también somos parcialmente responsables de la locura colectiva de la “identidad sexual” que padecemos, de las matanzas en Nigeria o de las declaraciones escandalosas de los obispos alemanes. 

Una manera de verlo es que cada vez que pecamos abrimos una puerta a Satanás para que entre y devaste nuestro mundo y nuestras vidas. Cuando miras pornografía, estás abriendo una puerta a Satanás; cuando calumnias o insultas con malos modos a alguien, estás abriendo una puerta a Satanás;  cuando defiendes que una mujer tenga “derecho a elegir”, estás abriendo una puerta a Satanás; cuando das más importancia al dinero que a la justicia, estás abriendo una puerta a Satanás. Y con tantas puertas que hemos estado abriendo a Satanás, no es de extrañar que campe a sus anchas en este mundo de hoy. Cuando te apenes o escandalices por mal que hay en el mundo, recuerda que tú has contribuido a él con tu pecado.

Pero al igual que podemos abrir puertas, también las podemos cerrar. Cada vez que rezas un rosario o que vas a misa, estás cerrando un puerta a Satanás. Cada vez que haces un día de ayuno y penitencia, estás cerrando una puerta a Satanás. Si vas a visitar a los ancianos de una residencia, además de alegrarles el día, estás cerrando una puerta a Satanás. Los voluntarios de Cáritas no sólo reparten comida, sino que cierran puertas a Satanás. Los catequistas que donan su tiempo para enseñar la doctrina Católica a los niños y jóvenes, además de formarles, cierran puertas a Satanás. Las monjas de clausura tapian enormes boquetes a Satanás. 

Quizá pienses que ni los pecados ni las virtudes de una sola persona puedan cambiar nada. Pero Dios no mira los números. Por ejemplo, prometió a Abraham no destruir Sodoma y Gomorra si encontraba diez justos. Sólo diez justos hubieran bastado para salvar las dos ciudades. No los encontró y las ciudades fueron destruidas. Cristo no buscó multitudes, sino sólo doce rudos hombres de Galilea para diseminar el Evangelio. O tenemos el caso de  Sta. Gemma Galgani a quien Cristo pidió que fuera una víctima que sufriera por la Iglesia. Y ella aceptó. No llamó a una comunidad entera, sino a una jovencita. Dios no necesita ejércitos, sino que te necesita a ti. Tu contribución es fundamental.

Con tu pecado abres puertas a Satanás y contribuyes al mal del mundo. Por el contrario, con tu oración, penitencia y virtud cierras puertas a Santidad y contribuyes a su salvación. ¿Qué vas a hacer?

sábado, 4 de junio de 2022

Primeras comuniones

Es época de primeras comuniones. Hace dos semanas fui a la del hijo de una amiga. Fue muy cuidada: silencio y devoción, bien leídas las lecturas, todos bien vestidos, un coro que cantó bastante bien, que no cantó canciones ramplonas sino una misa (¡en latín!), con una ofrenda a la Virgen al final. Como digo, muy pensada y cuidada. Se notaba que la comunión no era una mera excusa para tener una fiesta.  Y, sin embargo, me dejó con una gran desazón. Yo soy muy lento y, aunque me di cuenta de algunos de los motivos de la desazón casi inmediatamente, no lo he conseguido enfocar del todo hasta hace unos días. 

Empecemos por el final. Unos días después de la primera comunión mi amiga nos hizo llegar el recordatorio. Yo tengo una colección bastante grande de estampas y recordatorios, alguno de más de 100 años. Por ejemplo, tengo un recordatorio de una primera comunión de 1946. Por delante hay un dibujo de la Virgen sentada con el niño Jesús sobre su regazo. El Niño tiene una hostia en su mano y la está enseñando a un grupo de niñas que están arrodilladas delante de Él, adorándolo. Por detrás hay un cáliz, un Sagrado Corazón y el Espíritu Santo en forma de paloma. Si lo abres, hay una imagen de un ángel y la inscripción “Recuerdo de la comunión solemne de Juana S. P. celebrada en la Iglesia Parroquial de S. Juan Bautista” y el lugar y la fecha. Finalmente, bajo la inscripción hay una coplilla: 

Por lo mucho que me distéis
¿qué os daré yo, Jesús mío?
Pues para amaros me hicisteis
por vuestro amor daré el mío

Vayamos ahora con el recordatorio del hijo de mi amiga.  Por delante hay una foto del niño en su traje de primera comunión. Por detrás hay otra foto del niño en su traje de primera comunión. Si lo abres hay una tercera foto del niño en su traje de primera comunión y la inscripción “Recuerdo de mi Primera Comunión Juan O. M.” y el lugar y la fecha. 

Y a la luz de esto vas recordando frases del sacerdote “Celebramos que vas a entrar en la comunidad de los seguidores de Jesús” o “Tú eres amigo de Jesús” o como hizo subir al niño al presbiterio para estar junto al altar en ciertos momentos de la misa. En ningún momento se presenta la idea de que es Jesús el que te llama primero, que es Jesús el que muere por ti para que puedas comer su carne, es Jesús el que te ofrece su amistad que tú puedes aceptar. Y ese es el motivo de mi desazón: hemos trasladado el protagonismo de la Comunión –y de toda la vida litúrgica– desde Jesucristo al fiel.

Uno podría pensar que no es demasiado grave que a los niños, en el día de su primera comunión, se les dé un protagonismo, quizá un poco excesivo. No es lo mejor, pero tampoco es para tanto.  Y si sólo fuera eso, pues es cierto. Pero lo que se mostró en esta primera comunión es consecuencia de lo que pasa en toda la liturgia y en el pensamiento dominante en la Iglesia católica actual.

No lo decimos con palabras, pero si miramos nuestras liturgias nos creemos el origen de todo. Vamos, que en vez de estar nosotros contentos y honrados de que Dios nos ame hasta la muerte, debería ser Él el que nos estuviera agradecidos por ir misa de cuando en cuando. Nos creemos que la misa la hacemos entre el sacerdote y nosotros. Lo tenemos al revés: nada empieza en ti. La misa es el sacrificio de Cristo, sacrificio que tiene lugar tanto si estamos como si no. Todo parte de Él y nosotros sólo podeos dar algo en función de la muerte y resurrección que Él nos ha dado primero. Fijaos que esto está imbuido en la coplilla del recordatorio de 1946: Jesús nos ha dado primero, Jesús nos ha hecho para amar y por eso podemos darle nuestro amor.

Hace unos días se hizo público la segunda parte de la trilogía The Mass of the Ages (La Misa de los Tiempos). Es un documental sobre la Misa Tridentina muy bien hecho y que recomiendo ver. Una cosa que se muestra es que antes el sagrario estaba elevado al fondo del presbiterio (o lo que se solía llamar el “altar mayor”). Bajo el sagrario estaba el altar. Después estaba el celebrante mirando el altar y el sagrario, es decir, a Dios (y no “de espaldas al pueblo”). Y más abajo, los fieles, mirando al celebrante, el altar y el sagrario. Tras la creación de la nueva misa, y por orden del Vaticano y los obispos, se quitaron los altares de sus sitios y se sustituyeron por una mesas en el centro del presbiterio. Ahora tenemos el celebrante a un lado del altar y a los fieles al otro lado. Y se miran entre ellos. ¿Y Cristo dónde está? Apartado, pues los sagrarios se movieron a alguna capilla lateral, para que no molestaran. El centro de atención ya no es Dios. Ahora es una relación entre el sacerdote y los fieles.

Y, claro, si Dios ya no es el centro de todo, pues cualquier ocurrencia que pueda tener es importante, incluso en cuestión de Doctrina. Es lo que llamaba en una entrada anterior, la metaherejía. Esa frase, para mi nefasta, de que “soy amigo de Jesús” alimenta esta metaherejía, pues nos pone a la par de Él.  Jesús tiene sus ideas y yo las mías, pero como somos amigos, no nos vamos a enfadar. No. Yo no quiero ser “amigo” de Jesús: yo quiero ser su discípulo fiel.

Paradójicamente, fue el cuidado puesto en esta celebración lo que me permitió ver el fondo tan oscuro de nuestra liturgia. No podemos cambiar la misa, ni lo que hacen los sacerdotes, ni mover los sagrarios al lugar del que nunca debieron marchar –aunque en los últimos años he visto en más de una iglesia que han vuelto a trasladar el sagrario al altar mayor–. Pero si podemos cambiar nuestra actitud interior, que ha sido contaminada por esta atmósfera del “yo soy el centro”.  Mudemos nuestra atención de nosotros a Dios. Y este cambio interior, poco a poco se irá difundiendo hacia los demás –otros fieles, sacerdote y obispos–  y darán lugar a una liturgia y una vida mucho más sanas.