En la entrada anterior de este blog comenté una entrevista al P. Dwight Longenecker. A raíz de ella compré su último libro, Immortal Combat. Un libro muy interesante y que quizá un día traduzcan al Español. En él explica lo que es el Pecado del Mundo, que no son las maldades cotidianas que cometemos sino algo mucho más profundo, y cómo Cristo ha quitado el Pecado del Mundo, venciendo a Satanás. Esta victoria de Cristo sobre el mal es total y definitiva, pero si queremos participar en ella debernos unirnos a Él y entrar en el combate inmortal contra el demonio. En el último capítulo del libro describe la diez Espadas del Espíritu, diez armas efectivas que podemos usar para este combate.
La primera Espada son los sacramentos. Cada uno de los sacramentos es una participación en la Cruz y resurrección de Cristo. El Bautismo, en el que renacemos con Él, la Eucaristía con la que traemos al presente la victoria de la Cruz, y nos alimentamos con su Cuerpo y su Sangre, la Confesión con la que sanamos nuestra alma. Los Siete Sacramentos son la primera Espada del Espíritu con la cual nos unimos al Crucificado y vivimos su vida en el mundo.
La segunda Espada es la Sagrada Escritura, que es una fuerza dinámica en la batalla. Hemos de leer la Biblia cada día y tener siempre presentes algunos fragmentos, pues las palabras de la Sagrada Escritura son armas poderosas en la batalla espiritual.
La tercera Espada es ser pequeño. Pequeño como un niño; pequeño como lo fue la Virgen. Queremos trabajar a lo grande, pero la única forma de llegar a ser grande para Dios, es empezar siendo pequeño. Si queremos repetir la victoria de Cristo, nuestra obra debe ser pequeña. Si es pequeña, será humilde. Si es pequeña, será poderosa. La manera de ser pequeño y permanecer pequeño es desarrollando una devoción por la Virgen. Reza el Rosario, conságrate al Corazón de María, deja que la Sencilla Señora de Nazaret esté a tu lado.
La cuarta Espada es el secreto. Esta Espada es un recordatorio de que las apariencias exteriores son una ilusión: la obra de Dios en el mundo sigue siendo secreta. Nuestras obras pueden tener una fachada pública, pero la mueven una vida secreta de oración y sacrificio.
La quinta Espada es precisamente el sacrificio. Satanás no puede entender el autosacrificio, la mortificación. Así, cualquier acción de mortificación, no importa lo menuda, es una espada insertada en el corazón de Satanás. Este es el fundamento del ayuno y sobre el que se construyen las obras de misericordia corporales y espirituales. No hacemos estas cosas sólo porque el hambriento necesita ser alimentado sino porque estamos viviendo la victoria de la Cruz. Cada acción de mortificación es un golpe más de la espada del sacrificio en esta batalla eterna.
La sexta Espada es la sencillez. Podemos empezar con la sencillez en el hablar: no mentir nunca, ni siquiera una mentira piadosa. Esto trae consigo la sencillez en el vivir, estimando todo lo que tenemos en función de su valor. Esto no es buscar la pobreza para sentirnos superiores, sino estar desconectado de todo lo que poseemos. Y esto acaba con la sencillez de la persona, que es ser lo que Dios quiere que seamos. Como dijo S. Francisco de Sales: “Sé tú mismo, y sélo bien”.
La séptima Espada es la firmeza. Es una batalla larga y debemos ser firmes, sobre todo en los momentos difíciles y ante los fracasos. Un santo nunca se rinde. Puede estar casi sin fuerzas y en la completa oscuridad, pero sigue adelante, aunque sea arrastrándose.
La octava Espada es el silencio. No siempre se puede “dialogar”: cuando la discusión se vuelve irracional, el silencio es nuestro único recurso. Satanás y sus hijos no usan el lenguaje para descubrir y explorar la verdad sino para evitarla y retorcerla. Usan la argumentación para amedrentar y manipular a la gente. Cuando te das cuenta de que eso es lo que está pasando, el silencio es tu arma. Y también necesitamos el silencio en la oración contemplativa: es la respuesta del alma cuando la oración se ha trasladado más allá del lenguaje, allá donde la comunicación es sin palabras.
La novena Espada es lo sobrenatural. La batalla tiene lugar en el ámbito sobrenatural y se combate con dones de gracia sobrenaturales. Como dice S. Pablo, “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire” (Ef. 6, 12). Al ser una batalla en el terreno sobrenatural, es de importancia eterna. Estamos consiguiendo cosas en el terreno eterno y también nuestra recompensa será eterna. Y no debemos olvidar que si la batalla es sobrenatural no podemos hacer nada con nuestras propias fuerzas. Es sólo por los dones de gracia sobrenaturales que podemos presentar batalla. No debemos olvidarlo, pues el error de intentar caminar el camino del guerrero cristiano usando sólo nuestras fuerzas lleva al desastre.
La décima y última Espada es el sufrimiento. Todos acabaremos sufriendo en algún momento, ya sea físicamente, ya sea moralmente, ya sea espiritualmente. Al contrario de lo que piensa el Mundo, el sufrimiento es una bendición, pues en medio del sufrimiento nos identificamos con el Crucificado. Es el sufrimiento lo que nos permite estar más unidos a Él.
Acabo con el final del libro:
Si caminamos en el Camino del Cordero –el camino del guerrero cristiano–experimentaremos, en lo más profundo de nuestro ser, la transformación que se nos prometió. Entonces habremos dado respuesta a la pregunta planteada al principio de este libro: “¿Qué significa que Jesús murió para quitar el Pecado del Mundo?”
No sólo conoceremos la respuesta con nuestras mentes sino también con nuestros corazones –y no sólo con nuestros corazones sino también con cada fibra de nuestro ser–. En ese momento cantaremos con S. Pablo “No conozco sino a Cristo, y este crucificado” y “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”.
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