domingo, 11 de abril de 2021

¡Prefiero el paraíso!

 Hace unos días leí una entrevista al Cardenal Brandmüller sobre la crisis de la Iglesia en Alemania. Al final de la entrevista la periodista entró en la cuestión del papel de la mujer en la Iglesia. Y quedé muy sorprendido por la respuesta tan mundana del cardenal discutiendo qué cargos puede ocupar la mujer en la Iglesia. Como si los cargos fueran lo más importante. Los que piden mayor prominencia de la mujer, lo que están pidiendo es visibilidad, cargos, prebendas. En suma, poder.  No es algo a lo que debamos aspirar ni las mujeres ni los hombres. Algunos cargos son necesarios y alguien tiene que ocuparlos, pero el tener un cargo y poder en general no ayuda ni al que lo ocupa ni a la Iglesia.

Empecemos por lo obvio: visto desde el Reino de Dios y quitando a Jesucristo ¿quién es la persona más grande que ha habido? La respuesta es obvia: la Virgen María. No tuvo cargos, ni evangelizó, ni dio conferencias sobre la niñez de Jesús. Si quitamos el nacimiento de Cristo, apenas aparece en los Evangelios. Por ejemplo, en el Evangelio de Marcos no aparece nunca y sólo se la menciona dos veces: “Mira, tu madre tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera” (Mc, 3, 32) y “¿No es este el artesano, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Pero a pesar de no tener cargos ni visibilidad, su papel en la Iglesia fue fundamental. Por ejemplo, en la evangelización de España, al aparecerse a Santiago en Zaragoza, para darle ánimos.

¿Y la segunda persona más grande? S. Juan Bautista: “No ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista” (Mt, 11, 11). Sí, fue un profeta, pero si uno piensa en profetas “grandes” lo que te viene a la mente es Isaías, Elías, Daniel, incluso Jonás. No Juan Bautista, que no ha escrito ningún libro y no aparece gran cosa en los Evangelios. ¿Por qué el más grande figura tan poco? Él mismo da la clave: “Es importante que Él crezca, pero que yo mengüe” (Jn 3, 30).

Y podríamos seguir con S. José, que aparece aún menos que la Virgen en los Evangelios (y no aparece ni una sola palabra suya).

Y esto es una constante a lo largo de la vida de la Iglesia: los más grandes santos raramente tuvieron cargos. Por ejemplo, dado que hoy es el Domingo de la Divina Misericordia, nos podemos detener en Sta. Faustina Kowalska, una monja casi analfabeta en un pequeño convento en Varsovia. No llegó a Madre Superiora, ni tuvo cargo alguno. Es más, sufrió mucho por la incomprensión y las burlas de sus compañeras de convento. Visto desde el mundo, no fue nadie. Visto desde el Reino, es el Apóstol de la Divina Misericordia.

Y no olvidemos que hay muchísimos santos de los que no sabemos absolutamente nada, pero que no obstante celebramos su grandeza en la fiesta de Todos los Santos.

Pasemos a los que sí tuvieron cargos. Por ejemplo Judas Iscariote, que fue apóstol. O el hereje Arriano, que fue obispo (casi todas las grandes herejías fueron promovidas por uno o varios obispos). O todos los obispos de Inglaterra en tiempos de Enrique VIII menos uno, S. Juan Fisher, que pasaron de la sumisión al Papa a la sumisión al rey, precisamente para mantener sus cargos y su poder (y acto seguido se pusieron a perseguir a los que se mantenían fieles a Roma).  Mucha razón tenía S. Juan Crisóstomo que dijo que el infierno está empedrado con cráneos de obispos.

Pasemos a la actualidad. ¿Quiénes son el gran sostén de la Iglesia en estos tiempos tan difíciles? No son los obispos y los cardenales, que más bien son los que hacen que los tiempos sean difíciles. Sobre todo algunos, que parecen empeñados en destruir la Iglesia. No son los que tiene visibilidad, cargos, prebendas y poder. El gran sostén de la Iglesia en estos días son las monjas de clausura, los monjes, las mujeres y hombres que van por las tardes a iglesias casi vacías a rezar el rosario y asistir al gran Sacrificio del Señor. Las abuelas que enseñan el Padre Nuestro a sus nietos. Ellas, porque son en su mayoría mujeres, son el sostén de la Iglesia. Su papel es inmenso. Eso es lo que debería haber respondido el cardenal.

Lo que es grave es que este movimiento hacia la prominencia, la visibilidad, los cargos, detrae de este papel de sostén de la Iglesia. Porque, como S. Juan Bautista, para que la Iglesia crezca nosotros tenemos que menguar. Cuanto más pequeños seamos, mejor. Esto lo entendió muy bien S. Felipe Neri, que cuando el Papa Sixto V le propuso el cargo de cardenal, lo rechazó diciendo “Prefiero el paraíso”.



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