domingo, 17 de enero de 2016

Fuego bendito… o no

Vigilia Pascual de 2015. Empezamos con la Liturgia del Fuego y salimos a la entrada de la iglesia, donde ardía un pequeño fuego.  Nos pusimos alrededor. El celebrante leyó la lectura y bendijo las llamas. Tocaba encender el Cirio Pascual. El celebrante lo intentó una vez, dos veces, sin éxito. No hubo un tercer intento: se metió la mano en el bolsillo, saco su mechero, hizo una bromita ante las risas de algunos de los presentes y encendió el Cirio Pascual con su mechero. Mi mujer y yo, y espero que algunos más,  quedamos consternados. Los fieles tomaron el fuego del cirio para encender sus velas –aunque supongo que algunos tomaron ejemplo del celebrante y usaron otras fuentes– y volvimos en procesión a nuestros asientos.

Algunos pueden pensar que es una exageración por mi parte quedar consternado, horrorizado incluso, por el uso de un mechero para encender el Cirio Pascual. ¿No es un simple detalle, poco estético quizá, pero sin importancia? En absoluto. Esta desconsideración por lo sagrado ataca la esencia de la Vigilia Pascual, la más importante del año. Y la ataca de dos maneras, una más superficial y otra muy profunda.

En toda liturgia hay dos vertientes, una psicológica y otra sagrada. La vertiente psicológica nos ayuda a ser parte de algo más grande que nosotros mismos y a que penetre en nosotros las ideas y sentimientos que se desarrollan dentro de ella. Esto no es diferente de casi cualquier acto social: los hinchas se ponen una bufanda del color del equipo y saltan en la fuente establecida, siempre la misma, cuando se ha producido una gran victoria. Es su manera de celebrar juntos la grandeza de tu equipo (y de sentirse parte de esa victoria). Las empresas montan retiros al inicio del curso, o al empezar un gran proyecto, para que los empleados se sientan parte de la empresa y del proyecto y trabajen de forma más comprometida en él. Y en el caso  de la Liturgia del Fuego, alumbramos nuestras velas a partir del fuego bendecido, y entramos todos en procesión iluminando el templo con nuestra luz, iluminando nuestras almas con este fuego nuevo ya que gracias a la Resurrección de Cristo vamos a convertirnos en hombres nuevos, nacidos de una fuente sagrada. Nuestro estado espiritual sería completamente diferente si en vez de hacer todo esto, nos quedamos cómodamente en nuestros asientos y cada uno encendiera su vela. 

Desde esta vertiente psicológica el uso del mechero rompe el relato. La estética sufre, pero tampoco es excesivamente importante. Pocos fieles debieron sentirse molestos por ello. El fuego no es el que toca, pero entramos igual, iluminando el templo y nuestras almas.

Pero si entramos en la vertiente de lo sagrado, esta actuación del celebrante fue mucho más grave. Para él no había diferencia alguna entre el fuego que acababa de bendecir y el fuego de su mechero. Y nos lo hizo patente a todos. Pero entonces, la lectura, la bendición, ¿qué habían sido? Una pantomima, unos gestos vacíos, sin transcendencia alguna. Y si seguimos este hilo lógico, la conclusión es aterradora.

¿Qué es la Liturgia de la Palabra? Lecturas de libros que “están bien”, cultural y moralmente  interesantes, pero nada más. No la Palabra de Dios. Y por lo tanto podemos saltarnos alguna lectura o el salmo, cantando una canción que no es un salmo ni nada, o leer algún texto de un santo, o de un filósofo (lo he visto hacer), o incluso el Imagine de John Lennon (esto aún no). Y la homilía puede no ser una reflexión de lo que hemos leído. Puede ser un  sermón del predicador con contenido más político y social que religioso.

¿Y la liturgia de la Mesa? Más palabras y gestos con cada vez menos transcendencia. Sólo unos pocos nos arrodillamos durante la consagración. ¿Arrodillarnos ante qué?¿Dios que baja al altar? Si no creemos que baja, para qué arrodillarnos. Durante la comunión no recibimos a Cristo, simplemente lo cogemos y nos lo comemos por el camino (total, es un trozo de pan raro). Y después, no saboreamos el momento en el que tenemos a Dios tan cerca, sino que  nos sentamos a digerir y esperamos impacientes el momento de marcharnos.

Esta es la consecuencia lógica de lo que es la misa si eliminamos lo sagrado. Como he dicho: aterrador.

Alguno podría pensar que lo importante es lo psicológico: el sentirnos más humanos, parte de la comunidad. Pero sin lo sagrado, lo psicológico tiene muy poco recorrido. Mientras reflexionaba sobre esta entrada me he acordado de una película  bastante famosa cuando era joven, Quadrophenia. En ella nos muestra la vida de Jimmy, un joven londinense, desarraigado de todo excepto de su grupo, los Mods. Lo que caracterizaba a los Mods era la ropa que llevaban, el peinado que lucían, las motos que conducían y su odio a los Rockers. Interiormente no tenían nada, como muestra su grito de guerra: “We are the Mods, we are the Mods, we are the, we are the, we are the Mods” (“Somos los Mods, somos los Mods, somos los, somos los, somos los Mods”). Los Mods no son los Rockers y los Rockers no son los Mods. Esa es la esencia de ambos. Al final de la película Jimmy se da cuenta que los Mods no son nada, una cáscara vacía. Y se suicida.

Sin llegar a este extremo, ¿qué hace la gente cuando ve, cuando los mismo celebrantes y fieles le demuestran, que la liturgia es una pantomima sin transcendencia? Se van. Muchos ya lo han hecho. Pero su vacío interior queda. La sociedad vacía queda.


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