domingo, 21 de noviembre de 2021

Mi reino no es de este mundo

Hoy es la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. En el evangelio de la misa de hoy se lee la conversación entre Jesucristo y Pilatos en la que Cristo declara que Él es Rey, pero que su reino no es de este mundo. El concepto de Cristo como Rey es algo que me ha intrigado mucho tiempo, sobre la que he pensado una y otra vez y que creo que he interpretado incorrectamente mucho tiempo.

Más que de la declaración en sí lo que menos entendía era algo relacionado: la importancia que se da a la coronación de espinas. Yo lo veía, incorrectamente, como parte del sufrimiento de Cristo en su Pasión. Y no me encajaba, pues comparado con la flagelación, la carga de la Cruz hasta el monte Calvario o la crucifixión misma, el dolor debido a la corona de espinas me parecía insignificante. Incluso una vez cogí una zarza y me la apreté fuerte contra la frente y comprobé que, efectivamente, el dolor era mínimo. Me pregunté si el dolor era debido a la humillación por el hecho de la coronación y las mofas de los soldados, pero tampoco me sonaba bien. Hasta que un día, rezando el correspondiente misterio de dolor, me di cuenta de que el problema era que ponía el énfasis en las espinas, cuando había que ponerlo en la coronación. Jesús había rehusado ser un rey temporal (Jn 6, 15).  Aquí finalmente acepta ser Rey, pero no un rey como los demás, sino un Rey cuya Corona no es de oro, sino de espinas. Esto lo entendió muy bien Sor Cristina de la Cruz Arteaga en su poema-oración, Coronas.

Esta misma idea la vemos en la conversación con Pilatos cuando dice que si su reino fuese de este mundo, su guardia hubiera luchado para que no cayera en manos de los judíos. Yo esto lo interpretaba, infantilmente, como una cuestión espacial: su reino era de otro mundo y sus legiones estaban en ese otro mundo y por eso no venían. Pero eso no tiene sentido: sus ángeles habían venido a este mundo varias veces y no había motivo alguno para que no vinieran esta vez.  Como creo que hay que interpretarlo es siguiendo el mensaje final a sus Apóstoles en la  Última Cena (Lc 22, 25-26), al indicar que los reyes de este mundo los dominan, pero que ellos no lo tenían que hacer así. Es decir, su reino no es como los de este mundo. Si lo fuera, tendría legiones que vendrían a defenderlo, pero su reino funciona de otro modo. En su Reino, el Rey tiene que padecer y ser crucificado, tiene que entregarse por los hombres, tiene que morir.   

El Reino de Dios, aunque glorioso, no es un reino con coronas de oro y tronos grandiosos. En un Reino cuya Corona es de espinas y cuyo trono es la Cruz. El camino a ese reino es de sufrimiento y de entrega. Ese es el Rey del Universo que adoramos hoy.

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