Hay gente que se refiere a Dios como “madre” o como “padre y madre” a pesar de que Jesucristo explícitamente se refiere a la Primera Persona de la Santísima Trinidad como Padre. Si les preguntas por qué usan el término de “madre” argumentan que Dios no tiene sexo y que si Cristo lo llamó sólo “Padre” era porque vivía en una sociedad patriarcal. Infieren que en otro contexto hubiera actuado de forma diferente. Yo veo tres errores graves en este argumento.
El primero es la inmensa soberbia de creerse capaces de saber las intenciones de Cristo y lo que hubiera dicho o dejado de decir en otro contexto.
El segundo error es creer que Cristo, es decir Dios mismo, está limitado por el contexto. No tuvo problemas en llamar hipócritas a los fariseos o de derribar las mesas de los mercaderes del templo. Incluso llamar a Dios “Padre” fue escandaloso. Si leéis la Pasión según S. Marcos, la única acusación por la que lo condena el Sanedrín es por haberse llamado Hijo de Dios. No veo ningún motivo por el que Jesús no hubiera podido llamar a Dios “Madre” si lo hubiera querido hacer.
Y el tercer error es creer que Jesús “se encontró” un contexto determinado. Dios creó el contexto. Bueno, hasta cierto punto, pues hay que contar con la libertad del hombre. Por ejemplo, sabemos que Dios preparó el papel de la Virgen María en la derrota de Satanás, pues en el Jardín le indicó a la Serpiente que la mujer le heriría en la cabeza. Luego si todo estaba preparado, también lo estaba el que Jesús llamara a Dios “Padre” y no otra cosa.
No es que Jesús se preguntara “¿Cómo les explico a estos lo que es Dios?” y tras mucho pensar se dijera, “¡Ah claro! la idea de “padre” es una buena analogía”, sino que desde el principio supo que iba a usar el concepto del padre de familia para mostrarnos lo que era Dios. Por lo tanto parece lógico que preparara el papel del padre de familia para, entre otras cosas, ayudarnos a entender lo que era Dios Padre. Luego Dios Padre no es una analogía del padre de familia, sino que es al revés: el padre de familia es una imagen –incompleta, difusa, parcial– de Dios Padre. Y lo mismo con Dios Hijo. Y la relación entre ambos. No son una analogía de lo que pasa en la familia, sino que son imágenes –incompletas, difusas, parciales– de Dios Padre, Dios Hijo y su relación.
Y lo mismo pasa con las demás relaciones familiares: el amor entre los esposos sería, como nos explica S. Pablo, una imagen del amor entre Cristo y la Iglesia; el amor entre madre e hijo sería una imagen del amor entre la Virgen María y su Hijo; y el amor familiar sería una imagen del Espíritu Santo.
Y si aceptamos esta conclusión, entonces de las Escrituras obtenemos pistas de lo que es la familia, cómo debe ser la relación entre sus miembros y de sus papeles dentro de ella. Tenemos parábolas como las del hijo pródigo o las veces que Cristo dice que Él ha venido para hacer la voluntad del Padre. Y S. Pablo lo detalla todo en varias de sus cartas, especialmente en Col. 3, 18–21 y Ef. 5, 22–33. Y como estas relaciones son imagen de las relaciones de las Personas de la Santísima Trinidad, esas indicaciones de S. Pablo no son sólo para hace 2000 años, sino para siempre. No están desfasadas, aunque ahora sus palabras nos choquen.
Es más, si ahora nos chocan estas palabras no es un problema de S. Pablo o de la sociedad de entonces, sino de la sociedad actual. Porque desde hace un siglo, o quizá más, hay un ataque contra la familia. Y si los amores en la familia son imágenes de los amores en la Santísima Trinidad, entonces un ataque contra la familia es directamente un ataque a Dios mismo. Sor Lucía de Fátima escribió que “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y la familia”. Y esto es completamente lógico si lo pensamos desde esta perspectiva de que el amor en la familia es una imagen del amor íntimo de Dios: el ataque final a Dios se hará a través de la familia.
Primero fue un ataque al amor entre esposos con el divorcio; después de la relación madre-hijo, con el aborto; y ahora de la relación hijos-padres con la eutanasia. Se rompen así las relaciones más similares al amor de Dios, y por lo tanto las relaciones más fundamentales y puras. Rotas estas relacione de familia, rotas este amor que es la imagen más cercana que tenemos al amor de Dios, quedamos perdidos, sin raíces que nos alimenten, sin nada a lo que agarrarnos. Y somos presa fácil del Demonio.
Uno de las causas de estar viviendo momentos difíciles es por el debilitamiento de la familia. Si queremos mejorar nuestra sociedad, o simplemente sobrevivir a estos malos tiempos, hemos de aferrarnos a la familia que Dios creó, tal y como Él la creó. Hijos: honrad, cuidad y defended a vuestros padres, aunque ya estén mayores y os den mucho trabajo. Padres: educad a vuestros hijos en la enseñanzas cristianas, aunque sea ir a contracorriente, y tened paciencia con ellos. Esposos: amad a vuestro cónyuge: ahora sois un sólo cuerpo y en los momentos difíciles tened tesón, generosidad y humildad. Amar es una cuestión de voluntad, no de hormonas. Padres: es vuestro deber tomar las decisiones difíciles, no seáis pusilánimes. Mujeres, debéis dar soporte a vuestros maridos: sólo así podrá cumplir la labor que Dios le encomendó. Y como madres os toca sufrir (recordad que Simeón dijo a la Virgen “a ti misma una espada te traspasará el alma”): no sobreprotejáis a vuestros hijos.
Todo esto es difícil y requiere voluntad y esfuerzo: cuando llega la cuesta arriba es más fácil abandonar que seguir. Y ese es el camino que preconiza la sociedad. Pero el camino fácil no te hace crecer. Y no llega a las alturas. Si lo sigues, te quedas débil, solo y en una hondonada. Lejos de Dios y al acecho del Maligno.
Todos –padres, madres, hijos, esposos– debemos contribuir para crear familias fuertes. Nos enseña y nos acerca a lo que es el amor de Dios. Y con la fuerza que nos da este amor de dios que recibimos a través de la familia nos va a ser mucho más fácil caminar, juntos, hacia Él. Y especialmente en los tiempos duros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario