Una de las ideas recientes que se están propagando por la Iglesia es la de Universalismo: la idea de que todo el mundo se salva, que el infierno está vacío. Esto se manifiesta en muchos funerales en el que el sacerdote dice “Y rezamos por Fulanito que nos está viendo desde el Cielo”. Esta frase es perturbadora en dos sentidos: una es por la idea de que todo el mundo va directamente al Cielo, sin siquiera pasar por el Purgatorio. Y la segunda, para mí más grave, es por el desconocimiento teológico profundo que muestra: no tiene ningún sentido rezar por un alma que ya está en el Cielo.
Escribí hace tiempo una entrada en la que explicaba cómo la existencia del Infierno y la condenación de las almas está basada en las Escrituras, el Magisterio de la Iglesia, revelaciones de la Virgen y los escritos de muchos santos y Doctores de la Iglesia. Pero a pesar de esta abrumadora evidencia a la gente le resulta muy incómodo hablar de la condenación y rechaza la idea del infierno.
Quizá sea debido a esta visión del infierno como lugar lleno de fuego y azufre, donde los condenados sufren eternamente sobre las llamas. Quizá lo veamos como excesivamente melodramático, incluso infantil, y no entendemos cómo Dios nos puede castigar a esta barbaridad sólo por ser un poco laxo en cuestiones de sexo y dinero. Y es cierto que esta visión tan tremenda parece burda y anticuada. Probablemente fuera efectiva en otras épocas, pero quizá debamos sustituirla por otra que nos haga en esta época más vívido el horror de la condenación y nos mueva a la búsqueda del Cielo. Hace unos días me apareció en mi mente otra visión del Infierno que quizá sea útil. No sé quien puso esta semilla en mí, pero no debo guardármela.
Supongamos un hombre cuya pasión es el fútbol. Cumple en su trabajo, pero su corazón no está ahí. No tiene abandonada a su familia, pero tampoco tiene ahí su corazón. Su vida y su pasión es el fútbol. Mira todos los partidos y en verano se apasiona con el mercado de fichajes. Al morir, ya que el fútbol era toda su vida, Dios le “concede” que se pase la eternidad inmerso en el fútbol. Y eso es todo lo que va a hacer en toda la eternidad: ver partidos de fútbol.
Y claro, lo que en este mundo podía ser un escape ante una vida gris y sin ilusiones, se convierte en un enorme vacío. Tu alma no tiene nada, y no la vas a poder llenar jamás. Y ahora que es espíritu puro, el hombre se da cuenta de lo vacío que está su alma y la vacía que se presenta su eternidad. Ahora tiene sed de la Verdad, y no hay Verdad cerca; tiene sed de Amor, y no hay amor a la vista. Está solo, y no hay nada ni nadie que esté con él. Y lo que es peor, sabe que esto va a ser así para siempre y que ya no hay nada que pueda hacer para salir de esta situación. Lo único que tiene es un futbol que no llena, ni siquiera un poquito, a su alma vacía. No me puedo imaginar la desesperación de esa alma. Vive en el infierno, un infierno que es consecuencia natural de la vida que ha elegido vivir.
El hombre y el fútbol es una visión quizá simple y estereotípica. Pero no es difícil imaginar otras metas vacías en vida que te llevan a un infierno similar: el poder, el dinero, la fama, el ser popular.
Lo poderoso de esta representación del infierno es que en cierto modo no eres “castigado” al infierno, sino que tu condenación es la consecuencia natural de tu vida: tu corazón estaba en el fútbol y tu eternidad es ver un poco de aire forrado de cuero dando vueltas por un estadio; tu corazón estaba en el poder y ahora tienes todo el poder que quieras para mandar sobre nada; tu corazón estaba en la fama y lo único que recibirás durante toda la eternidad son adulaciones vacías de almas vacías. Recibes aquello por lo que tanto has luchado. Como leemos en Mt. 6, 19–23 “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Y también “si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!”
Esta representación del Infierno que es menos tremebunda creo que es más efectiva, pues no ves el Infierno como algo lejano y medieval, como un cuento para asustar, sino como algo lógico, y ves que para salvarte no basta con no ser un asesino sádico que disfruta descuartizando viejecitas, sino que basta con poner tu corazón en lo mundano y simple en vez de en Cristo. Un Cristo mucho más exigente, pero que es el único que tras la muerte va a llenar tu alma de plenitud eterna.
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