Hay una iniciativa llamada 40 días por la vida. Dos veces al año se hace una campaña de 40 días de oración frente a los abortorios para luchar así contra esta enorme perversión. No hay ninguna campaña en mi ciudad, luego yo contribuyo rezando un rosario diario por ellos y el fin de esta eliminación de los hijos concebidos. La primera vez que lo hice, hace unos 3 o 4 años, dedicaba cada misterio del rosario a diferentes “protagonistas”: las madres que mataban a sus hijos, los parientes que las empujan, los médicos y enfermeras que lo realizaban, los dueños de los abortorios, etc. Cuando llevaba unos 30 días de los 40 me vino a la mente una imagen (decir que tuve una visión sería exagerado): estábamos en una cola para ir al cielo y por delante mío había mujeres, parientes, médicos, etc. Entonces me di cuenta que yo había rezado todos esos rosarios para que toda esta gente me precediera en el camino al cielo.
Me sentó fatal.
Lo que “me pedía el cuerpo” es que toda esta gente que contribuía al vil asesinato de bebés inocentes se pudriera en el infierno. Y aquí estaba yo esforzándome no sólo para que fueran al cielo, sino que me precedieran en el camino. Los últimos rosarios que me quedaban me costó mucho rezarlos. Es cuando entendí –aunque no me di cuenta en aquel momento– lo que significaba el mandato de “amar a tus enemigos”.
Nos creemos que amar es un sentimiento y que amar a nuestros enemigos significa que sintamos cariño y nos caiga bien gente perversa o que nos quiere mal. Quizá la idea de amor como sentimiento provenga del romanticismo, no lo sé, pero Sto. Tomás de Aquino ya explica que amar no es un sentimiento, sino querer el bien de otro. No se basa en una emoción –que es algo que no podemos controlar– sino en la voluntad. Podemos amar a alguien que nos cae mal, podemos amar a alguien por el que no sentimos ningún cariño, podemos amar a alguien con el que en la vida iríamos a tomar un café.
El mayor bien que podemos desear a alguien es la salvación de su alma, luego rezar por un enemigo puede ser un primer acto de amor. Y no olvidemos que Ntra. Sra. de Fátima nos recordó que hay muchos pecadores que se condenan por no tener quién rece por ellos. Uno puede pensar que esto es fácil, pero rezar de corazón por un enemigo, especialmente si es alguien a quién conoces y que te ha hecho daño a ti, no es nada fácil. A mí me ayuda pensar que no estoy rezando para que sigan siendo malos pero a pesar de todo se salven, sino para que se arrepienten y se conviertan y así se salven.
Un segundo paso es hacer penitencia por ellos, para ayudar a su conversión. Otra vez, no es fácil pasar hambre o frío por la salvación del estafador que me despojó de 400€ (para no hablar del enfado de mi mujer que tuve que soportar). Pero es cuestión de voluntad, luego es algo que está en nuestro poder.
Y si es alguien que tenemos cercano podemos hacer algún favor o defenderle ante otros (en lo que sea de justicia, no es cuestión de defender maldades). No importa si nos rechinan los dientes mientras lo hacemos.
Podemos incluso apadrinar a un pecador, haciendo una semana de oración y penitencia para alguien concreto que lo necesita.
Quizá nos preguntemos si todo esto sirve de algo. Es cuestión de fe. Por un lado es hacer lo que Cristo mismo nos pidió (Mt. 5, 44) y que S. Pablo nos recuerda (Rm 12, 14). Y tenemos que pensar que todo lo que hagamos Cristo y Ntra. Señora lo usarán para bien. Nada se perderá. Aunque quizá nosotros no lo veamos.
Y yo he notado otro gran bien: estos odios y resquemores que tenemos hacia nuestro enemigos nos hacen mucho mal a nosotros mismos. Si rezamos y hacemos penitencia por ellos, si buscamos su bien, desaparecen (o al menos se reducen). Y esto te da una enorme paz. Amar a nuestros enemigos no sólo es bueno para ellos: lo es para nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario