Esta mañana, no sé por qué, me he puesto a reflexionar sobre qué quería decirnos Jesús con eso de ofrecer la otra mejilla.
Una primera interpretación es que nos está pidiendo que nos dejemos pegar, que no nos enfrentemos al violento. No puedo aceptar que sea esto. No puede pedirnos que seamos pusilánimes y no nos enfrentemos al mal, que lo dejemos correr libremente, que dejemos que se envalentone. No puede ser esto.
Una segunda interpretación es que seas miedoso: no te opongas y a lo mejor sólo te llevas una segunda bofetada. Porque si te opones, a lo mejor la paliza es mayor. Otra vez, no puede ser esto.
Una tercera interpretación es que seas más fuerte, tan fuerte, que en vez de enfrentarte y vencerle, te dejas pegar. Suena un poco mejor, pero tampoco acababa de ser satisfactorio del todo:¿Por qué dejarte pegar es ser más fuerte?
La cuarta (y última) interpretación que se me ocurrió es una evolución de esta tercera: Sé más fuerte que él. No físicamente más fuerte, sino más fuerte en el amor. Ama al que te pega y, por amor, déjate pegar. Tú no quieres vencer a la persona, quieres vencer a su mal, y lo vas a vencer con abundancia de bien. Déjate pegar y abrázale después.
¿Qué se deduce de esta reflexión? Pues que dejarse pegar por pusilanimidad o por miedo no es bueno. Hay que enfrentarse al mal. Si sólo lo podemos hacer con fuerza, confrontándonos a él, pues sea, pero debemos tratar de hacerlo con amor, dejándonos pegar otra vez si es necesario.
Estos últimos días he estado ocupado en la organización de un evento y he intercambiado muchos correos electrónicos sobre cuestiones en los que había discrepancias. Y algunas veces me han “pegado” en alguno. Mi primera reacción era responderles «como se merecían». Incluso tenía el correo escrito, pero lo he borrado y he escrito otro en el cual me disculpaba y me atribuía culpas, por ejemplo responsabilizándome del exabrupto del otro. Podemos decir que ofrecía la otra mejilla. Los resultado han sido muy buenos. Cierto que no me he enfrentado con enemigos, ni con gente que me quería mal, sino sólo con gente que tenía visiones diferentes o intereses propios a defender. Pero me he dado cuenta, que siendo débil, he sido fuerte.
Para acabar, una anécdota de S. Felipe Neri. Él recogía a niños que estaban en la miseria y les daba un hogar y les educaba. Solía pedir a los ricos de Roma para tener con qué cuidar a sus niños. Una vez, tras pedir a un rico, este le dio una bofetada. S. Felipe le respondió sonriendo “Esto es para mí y os lo agradezco. Ahora dadme algo para mis chicos”.
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