La semana pasada en la homilía el sacerdote nos dijo algo ya muy manido: que la celebración de la Navidad para un católico no debe ser la celebración consumista que se ve en la sociedad. Y la idea que me vino a la cabeza fue algo así como “¡Pero si en la sociedad no celebran la Navidad!”. Basta mirar en la calle: la palabra “Navidad” no está en ningún sitio; no hay apenas nacimientos en escaparates o lugares públicos; las luces que ponen son figuras abstractas o a lo más velas, pero ni siquiera la estrella de Belén; los mensajes de felicitación simplemente dicen “Felicidades” y como mucho “Felices Fiestas”, pero nunca “Feliz Navidad”; apenas se oyen villancicos, y si los hay son profanos como el “Jingle Bells” o “All I want for Christmas is you”, que no tienen mensaje religioso alguno. No, en la calle no se celebra la Navidad.
Realmente, no celebran nada. Han quitado la Navidad, pero no lo han sustituido por otra cosa. Hay que estar contentos porque sí, comer en exceso porque es lo que toca, estar con la familia porque es lo que dice el anuncio y comprar regalos porque es la costumbre. Hay que hacer ciertas cosas, pero no hay motivo alguno para hacerlas. Y esto, la razón me insinúa, no puede aguantarse mucho tiempo y acaba degenerando en frustración, nervios y “malas vibraciones”. Que precisamente es lo que veo. Y oigo, pues mucha gente dice que estas fiestas le crean más problemas que alegrías. Por ejemplo, los regalos: no sabes qué comprar a tu ser querido, pues cualquier cosa que le pudiera hacer ilusión ya se lo ha comprado. Y acabas comprando cualquier cosa. y el ser querido, al abrir los paquetes en el fondo está pensando “A ver qué chorrada hay aquí dentro”. Y acaba la mañana de Reyes pensando que no le quieren pues no han sabido qué regalarle. Escribir la carta de Reyes es un problema similar pues no quieres nada que no tengas ya. Yo este año he pedido unos calcetines, un libro y, lo que más ilusión me hace, oraciones, que estoy necesitado de ellas. (Ya lo sabéis, si queréis hacerme un regalo de Reyes, un Ave María es el regalo perfecto).
Lo malo, es que no veo que en las iglesias haya mucho más espíritu navideño. Esta semana he entrado en varias iglesias de aquí de Palma y la mayoría no ha puesto el Belén. A lo más hay un nacimiento bajo el altar (por suerte mi parroquia es una excepción). Más que exportar nuestro fervor navideño, parece que hemos absorbido el nihilismo externo. Yo entiendo que es difícil ir contra corriente: hace falta mucha energía y no parece que estemos sobrados de ella. Pero quizá es que tampoco nosotros sabemos qué es la Navidad. En la entrada navideña de mi otro blog, Oración de hoy, hablo del canto de la Sibil·la, un canto navideño medieval que hoy se va a cantar en todas las Misas del Gallo de Mallorca. Es un canto tremendo, donde se habla de los novísimos (muerte, juicio, cielo e infierno), del Anticristo y del fin de los tiempos. Esto de la Navidad tierna y entrañable me parece que es algo moderno y quizá no católico. Y el YouTuber Jaime Altozano, en su análisis de los villancicos tradicionales españoles, (a partir del 13:45), llega a una conclusión similar.
La Navidad es que ha llegado el Salvador, el Mesías, el Señor. Y, como bien decía el Venerable Fulton Sheen, ha venido para morir. La Cruz es parte de la Navidad. El nacimiento de un niño es tierno y entrañable, y sí, es parte de la Navidad. Pero si le quitamos el motivo de su venida, morir por nosotros en la Cruz, acaba perdiendo sentido y acabaremos como la sociedad, perdiendo la Navidad.
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