martes, 30 de abril de 2019

Un ejercicio para mejorar en el cumplimiento de la voluntad de Dios

Supongamos que alguien está siguiendo una dieta y la está comentando con un amigo…
– Aquí dice que debes tomar café con moderación. ¿Cuántos tomas al día?
– Cuatro o cinco.
– ¿A eso le llamas moderación?
– Pues sí: tomaría dos o tres más si pudiera.
– Y debes comer pescado con frecuencia…
– Como pescado una vez a la semana. Bueno, casi todas las semanas.
– Pero eso no es con frecuencia.
– Antes no lo tomaba nunca. Ya basta así.
Todos estaríamos de acuerdo que este hombre no sigue la dieta. Más bien pretende que la dieta lo siga a él. Pues esto que vemos tan claro con una dieta, nos es invisible cuando se trata de moral. Y no sólo en gente sin formación. El domingo pasado el sacerdote que celebraba la misa, antes del Credo, nos dijo que no nos fijáramos en las palabras del Credo, sino que lo usáramos para meditar sobre en qué Cristo creemos. Yo me quedé muy sorprendido: “¿O es que se puede elegir?” Espero que fuera una mala elección de palabras por parte del sacerdote.

No puedes elegir en qué quieres creer. Tienes que recitar el Credo con atención y creer en todo lo que dice. También tienes que creer lo que dice el Evangelio y las Escrituras (todo, no sólo las partes que te van bien o con las que estás de acuerdo). Y tienes que leer el Catecismo de la Iglesia Católica, o por lo menos el Compendio, y creer y obedecer todo lo que te dice. Eso es muy difícil. Algunas partes nos parecen muy bien, otras no las entendemos, pero hay otras contra las que nos rebelamos, sea la moral sexual, la importancia de la penitencia y las mortificaciones, el ver a Jesús en los pobres… La voluntad de Dios no es la mía y a menudo, como con la dieta del principio, en vez de seguir a Cristo, pretendemos que Cristo nos siga a nosotros.

¿Y cómo sabemos si hacemos la voluntad de Dios o la nuestra? Se me ocurrió esta pequeña prueba: cada noche haz un repaso de lo que has hecho durante el día y pregúntate si ha habido algo que realmente no tenías ganas de hacer, pero que has hecho por amor a Dios (o algo que tenías muchas ganas de hacer y no has hecho por seguir la voluntad de Dios). Si no se te ocurre nada, estás siguiendo tu voluntad y no la de Dios. Esa misma noche me di cuenta de cuántas, cuántas veces buscaba las cosas terrenas y no las celestiales, el placer y bienestar de mi cuerpo y no la fortaleza de mi alma, mi conveniencia y no la de mi vecino. Es decir, las muchísimas veces que prefería mi voluntad a la de Dios.

Es un ejercicio que os recomiendo. Desde entonces, de cuando en cuando durante el día me pregunto, qué he hecho que seguro es la voluntad de Dios. Y si es nada, hale, a buscar algo rápidamente. Oportunidades no faltan.

No hace la vida más cómoda. Todo lo contrario. Pero te permite llegar a la noche más tranquilo y, lo que es más importante,  más lleno.


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