martes, 18 de junio de 2019

Cómo no argumentar con el Mundo

Desde siempre la vida es una batalla espiritual, en la que luchamos contra el Mundo. Ese Mundo del que Jesucristo habla en Jn 15, ese Mundo que odia a Jesucristo y sus discípulos, del cual no somos parte y cuyo príncipe es Satanás. Ese Mundo intenta convencerte de sus argumentos y tiene una forma de presentarlos y de empezar la discusión que hace fácil que caigas en sus garras, incluso si crees que les estás rebatiendo. No es que acabes dándoles la razón, es que acabas enredado en su forma de pensar y de comportarse. Yo caigo siempre y por eso rehuyo discutir con ellos. Pero hoy, meditando sobre esto, me he dado cuenta de cuál es mi error. Veamos un ejemplo.
«Supón que aterriza una nave espacial y sale de ella una extraterrestre sexy y guapísima y quiere acostarse contigo. En cuanto acabe, volverá a su nave y se marchará para siempre. ¿Lo harías?»
Este es un dilema moral clásico que he visto planteado por ahí. Posibles respuestas para decir que no lo harías son «Seguro que no es tan guapa», «Siempre acaba apareciendo alguien y se acaba sabiendo», «¿Y si vuelve?», «No creo que se pueda tener relaciones sexuales con una extraterrestre», «Me daría asco», etc. Si das cualquiera de estas respuestas, puedes creer que te estás oponiendo al Mundo, pero en realidad ya has caído en sus garras, pues estás aceptando que la belleza y las consecuencias son cuestiones a considerar en la cuestión de acostarte o no con una mujer. E implícitamente estás aceptando que si es lo suficientemente bella y las consecuencias son lo suficientemente llevaderas o improbables, te acostarías con una desconocida. Has perdido la discusión en la primera frase y ya no hay recuperación.

Lo que me he dado cuenta hoy es que caer en la trampa es inevitable si aceptas el planteamiento que te proponen. Astuta y malévolamente te han puesto delante la belleza y las consecuencias para que ataques esas premisas. Que es precisamente lo que quieren. Fijaos en cómo han conseguido que se acepte el aborto. Primero plantearon el aborto en casos extremos: violación, deformaciones del feto o peligro para la salud de la madre. Me acuerdo perfectamente a mi profesor de religión, el P. Fermín, diciéndonos que el aborto en estos casos está mal, pero no tan mal como en otros. Ya había perdido la batalla. Porque la discusión ya no era si el aborto es moralmente bueno o malo, sino bajo qué condiciones es deplorable pero aceptable. Y a partir de aquí, todo es fácil para el Mundo: el aborto es aceptado y sólo es cuestión de ir modificando poco a poco las condiciones y los plazos, hasta llegar al aborto libre, gratuito y hasta el momento del nacimiento. O incluso más allá, pues ya hay quien plantea el aborto post-parto, es decir, el asesinato de niños ya nacidos. Sólo bajo ciertas condiciones extremas, por supuesto.

¿Entonces qué se debe hacer? No tengo experiencia, sólo la revelación de hoy. Lo fundamental es darse cuenta que su objetivo no es llegar a la conclusión que ellos quieren –eso no les importa– sino aceptar implícitamente sus premisas. Hay que saltarse sus planteamientos e ir directamente a la situación moral absoluta: «No se debe uno acostar con una mujer que no sea tu esposa bajo ningunas circunstancias». Incluso negarse a discutir el tema es mejor que hacerlo bajo sus términos.
Pero aunque se sepa cómo es, salir de su trampa no es nada fácil, porque estamos acostumbrados –más bien condicionados– a rebatir los planteamientos que nos dan, para no ser tachados de intolerantes o dogmáticos y además las condiciones están escogidas para que puedas rebatirlas. Te ponen el cebo delante y es muy difícil no morder. Es un reflejo que nos es muy difícil perder.

Se me ocurren dos soluciones. Para perder un reflejo hay que practicar y practicar. En este caso practicar en replantear el problema en un marco moral y en términos absolutos. Algo así como «Tú estás planteando si es moralmente lícito tener relaciones sexuales fuera del matrimonio. Podemos estudiarlo.» Y durante la argumentación nunca entrar en casos, sino en absolutos. Esto exige una capacidad de abstracción que no en general no tenemos, pero que se puede adquirir.

La segunda solución es más divertida: consiste en cambiar el dilema a algo que les moleste. Se puede empezar indicando que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son inmorales siempre, pero si insisten se les puede preguntar «Entonces, dime, ¿bajo qué condiciones es lícito devolver a su país a los inmigrantes ilegales?» o «¿Cuáles crees tú que son las condiciones que hacen lícito contratar a alguien por menos que el salario mínimo?» Y pincharles para que te contesten. Quizá no consigas que den una respuesta, pero sí conseguirás que te dejen en paz.

Y con suerte también conseguirás que te odien. Se esto pasa, recuerda que «Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí.  Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí del mundo, por eso el mundo os odia.» (Jn 15, 18-19)




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